Keimamura X - 9
Este es un momento de alta tensión. Es la primera vez que se encuentran a solas, sin sus maestros ni la protección de las autoridades de la Sociedad de los Guardianes. Lo peor fue encontrar a un Guardián, superior a ellos, caer muerto ante sus ojos. Lo único que lograron es empezar a perder un poco de autoestima, a descreer que tienen las capacidades para lograrlo.
Kei ya ni siquiera trae la guitarra consigo, se ha colocado el cinturón con la funda de la espada en su cadera y ya está listo para desenvainarla para cuando se necesario.
La mayor parte de los camarotes están vacíos, muy pocos tienen algún ruido respecto de quiénes están ahí. Ninguno suena sospechoso en principio, lo poco que se puede oír, lo suficiente como para que los chicos pasen de largo. Entonces los aprendices se trasladan alrededor de los seis vagones hasta llegar a la compuerta del fuelle de los dos últimos. Por la ventana se puede ver que hay una multitud, todos reunidos en grupos, bebiendo, jugando y paseando.
—Hmmm… no se ve nada raro… solo cosas de gente rica—dice Mokuro.
—Ni siquiera encontramos a alguien del personal del tren…—Agrega Kei.
—Solo tratemos de ser inteligentes—dice Akina.—Si decimos que hay muertos solo alborotaríamos las cosas—
—Sí. Es verdad. Ingresemos y separémonos por si encontramos actividad sospechosa, alguien debería cuidar la puerta. Y si algo sale mal, recién gritamos que mataron a alguien en el tren.
—Cuidaré la puerta.—Pide Akina.
Acordando la manera de trabajar, deciden actuar a su manera. Lo bueno de la atmósfera rojiza de estos vagones es que Kei no se tendrá que preocupar demasiado por su espada, ya que en parte se ve oculta por su saco y el resto queda oculto hacia abajo entre la oscuridad de las piernas de las personas.
Deciden ingresar dentro del vagón. Dejan pasar a Akina en un acto noble y luego se mete Kei, para terminar de entrar Mokuro y cerrar la puerta. En conjunto hacen una mirada de paneo para ver con qué se están encontrando. Dos cosas resaltan de todo, se está armando una especie de escenario al fondo, donde se puede ver gente por arriba de las demás y la cantina.
La chica se cruza de brazos y se adosa a la pared de un lado de la puerta y entonces Mokuro y Kei se separan en izquierda y derecha entre la multitud. La amplitud del tren sin los camarotes es inmensa, realmente se siente como en un salón en un edificio cualquiera en plena tierra. Además, excepto por cierta inercia al arrancar y frenar, nunca se siente el movimiento del tren, salvo que se vea al exterior.
Mokuro va a observando a la gente del lugar y se sigue moviendo. Kei hace lo mismo, va pidiendo permiso y pasa entre medio de los grupos. Cruza por delante de la cantina, que para su suerte está cubierta por clientes apoyados contra la mesada.
De repente alguien se le acerca a Mokuro, un hombre calvo acompañado de una fina dama y sus guardaespaldas.
—Un momento… ¿Mokuro? ¿Mutsudaria? ¿Eres tú?—
El muchacho se ve atorado. Realmente jamás creyó que se encontraría con alguien que siquiera le conoce el rostro en este lugar, más porque trata de no relacionarse con los hombres y mujeres de negocio de su familia.
—Eh… n-no—trata de hacerse el tonto para poder zafar. El tipo lo detiene tomándole el brazo.
—¡Hey! No tengas miedo. Seguro que me conoces poco. Soy el jefe de la empresa Merktank, elaboradora de tanques de guerra sofisticados. Me he relacionado muy bien con la empresa de tu padre para que me provea tecnología—cuenta el hombre.—¿Quieres una copa? Mi nombre es Ángelo Brancateli y ella es mi esposa Mayra Recoleta.
Se ve obligado a saludarlos a los dos, cosa que lo termina desligando de su trabajo y dependiendo de Kei para seguir la investigación. El muchacho se mueve todavía entre la multitud, sin poder encontrar ni oír nada extraño.
“¿De qué forma podrían estar vestidos esos tipos de Endless Paradox?”, piensa Kei.
Extrañamente, en sincronía con el pensamiento del joven, crupier encargado de la ruleta levanta la mirada en dirección al muchacho. Poder observarlo bien contra la luz le permite ver la parte sobresaliente de la espada que trae consigo. Eso le hace levantar una ceja. Entonces mira hacia el costado derecho, en dirección al barman, que también pronto lo ojea. Dicho crupier entonces se ve interesado en esta situación, por lo que hace una seña a los demás tripulantes del tren para que le ayuden y cambien de posición. La excusa es que se va a tomar un pequeño descanso. Al minuto llega alguien para suplantarlo y él empieza a caminar entre la multitud.
Kei sigue con lo suyo.
“Bueno… no hay nadie por aquí ni por allá. Le voy a decir a Mokuro que tenemos que fijarnos de otra forma o avisemos de los muertos”, deduce Kei.
De una manera u otra el crupier ha logrado falsear su presencia, a pesar de su exagerada altura mayor a Mokuro y robusta, por lo menos para Kei, hasta que choca con el chico por accidente.
—Hola, disculpa. ¿Andas perdido?—pregunta.
—No, disculpe. Solo estoy dándome un paseo—responde Kei y lo pasa de largo.
“Qué gigante es ese tipo”, piensa.
—Qué extraño. Nunca he visto a nadie con un juguete como el tuyo—señala apenas Kei lo pasa de largo.
Voltea el muchacho para ver hacia esta persona. Alza la mirada y lo observa a los ojos. Tiene una sonrisa tranquila pero unos ojos bastante penetrantes, y su contextura lo vuelve imponente.
—Jaja es solo un juguete que me regalaron—sonríe Kei.
—Hmmm… yo te siento nervioso. Mira, ¿qué tal si nos acercamos a la barra a tomar algo?
—Creo haber dicho que no…
—Vamos, no te molestes. Solo para tratar de conocernos—se acerca el tipo y sin permiso extiende su mano para tratar de alcanzar a Kei, pero él lo rechaza dando una palmada en la mano.
Este accionar llama la atención de algunas personas del alrededor. Cuando Kei alza la voz quejándose del atrevimiento del grandote, este se defiende diciendo que solo va a levantar una moneda que vio en el piso, la cual ha tirado a último momento. Para la suerte del chico, rápidamente los parlantes del tren empiezan a resonar.
—¡Señoras y señores!—habla una joven. Ella está vestida de forma elegante, la misma mujer que hace rato se encargaba de la mesa de póker, está sobre el escenario frente al atril hablando al micrófono. Al costado de ella hay una vidriera con varias reliquias para ofrecer, como cuchillos, mapas, joyas y una caja.—Permítanme interrumpirles su noche, pero ha llegado la hora que acordamos para comenzar la subasta. Antes que nada, nos han avisado que han tenido problemas con adquirir señal en sus móviles, creemos que debe ser un problema del sistema del tren, así que ya estamos trabajando en eso, disculpen las molestias.
El grandote vuelve a mirar hacia Kei, quien ya no está a su lado. Rebusca alrededor para tratar de encontrarlo, pero no puede ver nada. Mokuro se siente algo aliviado, porque ahora este desconocido que le ha hablado se centrará en la subasta, pero tiene que encontrar la manera de alejarse de él.
—Así que comencemos esta hermosa noche. Y realmente tenemos mucho que ofrecer el día de hoy, no han llegado una infinidad de reliquias que no tienen ni los museos más prestigiosos del mundo—dice la presentadora.
Kei se sigue moviendo entre la gente, cuando ve al grandulón aproximándose a la zona donde está él acelera su paso. Lo está empezando a molestar y normalmente le diría las cosas en la cara, solo que no puede decepcionar a sus compañeros arruinando el perfil bajo.
—La primera reliquia que queremos presentar es una con un inicio suave, un viejo cuchillo que pertenecía a un famoso arqueólogo de la década de los 60, Steven Foxtror, quien tuvo grandes descubrimientos como la catacumbas de la reina Optumera y la ciudad perdida de Chalice. ¡Iniciemos!
—¡5000!—comienza lanzando precio una señora.
—Tenemos 500, ¿quién ofrece más?—
—¡7000!—asciende la oferta un hombre.
—¡Y nos vamos hasta 7000 intis! ¿Alguien más?—
Al fondo de todo, justo a la puerta de pase a los vagones con camarotes está Akina. Su dedo rebota sobre su brazo demostrando lo nerviosa que se encuentra, una repetidora constante en su cabeza que le enseña una y otra vez al hombre y la mujer muertos allá atrás. Es cuestión moral, no la hace sentir cómoda que no den un rápido aviso de eso.
Por otro lado, Kei se sigue escapando. Todo va bien entre la gente que ni caso le hace salvo por la molestia cuando él casi que los empuja, hasta que se encuentra con alguien inesperado. Un chico de cabello lila y ojos ambarinos, vistiendo con un largo sobretodo color negro arriba de su ropa del mismo tinte. Ambos se miran frente a frente.
—¿Kei?
—¿Law?
Este joven es alguien a quien conoce Kei, porque es una persona con la cual compartieron grupo durante el examen Guardián. Sabían que habrían otros guardianes, pero no que estaría alguien tan cercano a ellos.
—¿También los asignaron a esta misión?—mantiene la voz baja Law.
—Bueno, el maestro nos lo dijo hace una semana. Tampoco nos dijeron que te veríamos.
—Bueno, no hagas una tontería y aléjate de mí, ahora mismo soy un custodio de una señora…—susurra Law.
—Qué poca hospitalidad. Cuídate, Law—actúa Kei y sigue con lo suyo.
—Mira, hay otros guardianes en el tren, dos cerca de la cantina y otros dos adelante, si tienes algún problema, utiliza tu teléfono para dar la señal de alerta. Aunque no haya señal los que estamos la recibiremos—trata de mantener la discreción.
El muchacho simplemente asiente con la cabeza. Es hora de dejarlo solo y regresar con Mokuro para saber si encontró algo, ya que por ahora no se ha presentado nada sospechoso, salvo el grandulón que apenas Kei lo avista, cruzan miradas. El tipo está sonriendo mientras lo ve a Kei irse, un acoso que no solo lo incomoda, sino que lo pone a ese hombre bajo la lupa.
—¡Vendido! ¡15000 intis, señora y señores!—cierra el trato la presentadora con un golpeteo de un martillo sobre la mesa. El resto del público aplaude.
Si ir a la barra es lo que quiere, es lo que Kei hará. Por alguna razón, Kei decide comenzar a seguirle el juego al grandulón, a esperarlo junto a la barra y de paso poder inspeccionar en ese hombre de pelo blanco que él dijo desconfiar. Si tiene suerte es uno de los guardianes que Law le acaba de mencionar.
—La siguiente reliquia que presentaremos no la tenemos aquí, pero una vez vendida se la traeremos directamente desde el vagón de carga. Juju es hora de una continuación fuerte, señoras y señores. Este documento que está aquí en la vidriera pertenece a una caja algo pesada pero muy importante, cinco importantes gemas—La chica se corre a un lado para que se encienda un proyector y se apaguen las luces de adelante, cosa que deja ver algunas fotos. Tal como dice ella, se ve un cofre de algún material metálico, detallado con figuras de criaturas algo raras, que al abrir muestra cinco gemas variopintas, formas y colores diferentes.—Roja, amarilla, azul, marrón y verde. Cuenta la leyenda que estas gemas encierran los espíritus de cinco dioses ancestrales, aquellos que manejan cada elemento de la tierra. Todo es cuestión de leyenda, sin embargo nadie pudo comprobar que no fuese real. Hay muchas historias que encierran estas gemas y no podemos comenzar con otra cosa que no sea 50.000 intis—
Eso claramente detiene el paso de Kei para observar a la pantalla. Mucho no ve ya que es algo petiso, pero se esfuerza en ello. Mokuro y Akina entienden más que nunca lo que es tener el corazón sobresaltado. Ni se han puesto a buscar las gemas y ya están subastándolas.
El murmullo de la multitud muestra el descontento de la gente. Parece que esa leyenda tan fantástica que ha vaticinado la presentadora no es muy creíble y las gemas tampoco se muestran tan atractivas. Tal vez el precio de base no llame la atención de nadie. No obstante, es aquí donde participa el pelón que está acompañando a Mokuro, Ángelo Brancateli.
—¡50.000!—levanta la mano.
—¡50.000! ¡Oferta base por parte del señor! ¿Alguien ofrece más?
Quien debe tragar saliva ahora es Mokuro y sus dos amigos que lo están acompañando desde la distancia. Saben que este es el preciso momento donde debe actuar y no es nada sencillo.
—¡50.000 a la una! ¡50.000 a las dos! ¡50.000 a las…!
—¡60.000!—levanta la mano Mokuro.
El señor Ángelo mira con detenimiento a Mokuro, de todas las personas es la última de la que esperaba algo como eso. El chico se hace el tonto y no despega la mirada del escenario.
—¡60.000, señoras y señores! ¿Quién ofrece más?
—¡70.000!—reitera una vez más Ángelo.
—¡Vuelve a subir a 70.000!
—¡90.000!—baja la mano Mokuro y cruza los brazos. Rápidamente lo vuelve a mirar el señor Ángelo.
—¡90.000! ¡Parece que las gemas vinieron con suerte eh!—comenta la presentadora.—¿Alguien ofrece más?
—Basta de esta basura—frunce el ceño Ángelo.—¡250.000!
Tal suma de dinero saca un alarido en la multitud. Nadie podría esperar que esas esferas que no tenían pinta de valer la suma de cincuenta mil llegara a quintuplicar su valor.
—¡Esto ha tenido un increíble despegue! ¡250.000 intis, señoras y señores!—
Mokuro observa hacia su nuevo contrincante, quien le ofrece una sonrisa. Lo debe meditar.
—¡250.000 a la una! ¡A las dos!—
—¡450.000!—contesta Mokuro.
—¡450.000! ¡450.000! ¡Esto no parece tener techo! ¡Increíble!—vocifera la presentadora.
—¡Esto es una farsa!—se queja el señor Ángelo.—¡Esto es una farsa!
Rápidamente hizo lo posible para ganarse la atención de los dos vagones, incluso de aquellos que poco escuchan.
—Este muchacho no tiene autoridad sobre su patrimonio. Su firma no vale como la de su familia. ¡¿Por qué no estaba entre la lista de millonarios que vendrían a este tren?!
No se entiende cuál es la queja de Ángelo, pues nadie conoce a Mokuro como para andar cuestionando su participación en la subasta. Por lo menos no sería así hasta que se cumplieran las firmas oficiales.
—¡Este muchacho es el hijo de Akira Mutsudaria, fundador y líder de la multinacional Galaxia TACT! ¡Él es Mokuro Mutsudaria! Alguien de tanto renombre no podía pasar desapercibido en una lista y todos estaríamos pendientes de él. Sin embargo, señoras y señores, su patrimonio es propio de su padre y madre, él todavía no tiene influencia en eso.
Lo que declara Ángelo se empieza a sentir razonable, pero al mismo tiempo no muchos creen que ese chico sea hijo de Akira, por lo que pareciera que solo se está excusando para no admitir que perdió.
—¡Pido que nos releven! ¡Todos nuestros documentos! ¡Tanto míos como los del chico! ¡Compruébenlo ustedes mismos!
Kei se va acercando a la barra del tren aprovechando el despiole que se ha armado. El personal del tren se pone manos a la obra para actuar en pedido de lo que ha demandado el señor Ángelo. En esta situación Kei puede ver que un hombre sentado en una de las banquetas de la barra cae al suelo. El golpe seco que se da no solo capta a los demás, sino que obliga a Kei a arrimarse.
—Señor, señor, ¿está bien?—observa a la gente alrededor y se pone de rodillas a su lado.
El barman está mirando con una actitud preocupada, o por lo menos la está disimulando.
—Qué casualidad—susurra.
—Señor, ¿me escucha? ¿Está ahí? ¿Alguien lo conoce?—pregunta Kei.
Una mujer entre las tantas del alrededor se arrima junto a Kei y comprueba el pulso del hombre desplomado.
—Está muerto…
—¿Qué?—se acelera el corazón de Kei mirando a la cara a este hombre. Rebusca, sin el permiso y ante la vista de todos, en la ropa del hombre. Encuentra la billetera y la abre para ver los documentos. Tal cual, tiene una licencia de Guardián. Kei arroja la billetera al suelo y se tira hacia atrás al ser invadido por el miedo.
El muchacho mira hacia el barman, cruzan miradas. En principio no puede ver nada de malo en él, pero si algo le paso a este hombre es que le dieron algún veneno. Esa mujer que comprobó el pulso parece ser una doctora, pues uno de sus guardaespaldas le pasa un estetoscopio.
—Escúchame—se pone de pie Kei ante el barman.—¿Le diste algo extraño a este tipo?
—N-No… le juro que no tengo nada que ver—responde el joven de cabello blanco. Los clientes tratan de calmar al muchacho.
—¿¡Le diste algo extraño a este tipo!?—lo toma directamente desde el cuello de la camisa.
—¡N-No! ¡No he hecho nada! ¡Lo juro! ¡No me haga daño!
—Muchacho, calma, no te alteres—se arrima un señor y procura que el joven lo suelte.
La atención centrada en Mokuro pasa a ser en Kei en gran parte del barco, aquellos que pueden escuchar el griterío. Resulta irónico, se han alterado tanto las cosas que el último foco puede ser una persona más.
—¡¡Auxilio!!—exclama Akina junto a la puerta.—¡¡Han asesinado a dos personas!! ¡Una señora y un hombre! ¡Auxilio!—se cae de rodillas.
La gente se mira entre ella. ¿Es verdad lo que está diciendo esta señorita? Y peor para aquellos que se acaban de enterar de la muerte de este hombre junto a la cantina, a quien están intentando revivir. Empiezan a fluir los sentimientos de miedo e incertidumbre, los murmullos se adueñan del vagón.
El personal del tren se arrima a Akina para atenderla. Quieren que le marquen donde ha visto lo que vio, qué hay y si pueden ayudarla. Sin lugar a dudas, la revuelta que se ha armado debe ser suficiente como para que la subasta se suspenda, Mokuro zafe de su atraco y el tren pueda volver a la superficie. Pero no parece suficiente.
—Huh… qué más da. Antes que la cosa vaya a peor—habla la presentadora con el micrófono apagado. Ella apoya ambas manos en el atril para luego susurrar.—Magia eléctrica N°23: Descarga de tensión—en sus manos no se ven más que algunas chispas, para que luego la electricidad que ha producido genere una sobrecarga en los circuitos del tren, hasta hacer parpadear las luces y a los diez segundos todo se subsuma en la oscuridad.
Gritan algunas personas, al miedo de lo que sucede se le agrega perder la visión. Nadie se siente seguro ahora mismo, así que la irracionalidad y la conmoción, segundo a segundo empieza a reinar.
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