La canción del cielo nocturno - 02
—¡Miguel, te tengo noticias, tu mujer está dando a luz en el hospital, date prisa y lárgate de una buena vez! —dijo mi Jefe.
Se me acerca y me da unos golpecitos en la espalda. Siendo ya viejos amigos, él sabe que teníamos dificultades para concebir un bebe, pero luego de un milagroso avance tecnológico, por fin llego el día de convertirme en padre.
Con las voces de mis compañeros de trabajo dándome sus felicitaciones, me apresuro al salir de la oficina, para no tener que lagrimear por la emoción frente a todos. Las calles llenas de rascacielos reflejan una bonita luz de atardecer en el ambiente, tal cual una nueva vida, la vida de mi hijo.
—¡Taxi!
De inmediato uno para frente a mí. No alcanzo abrir la puerta del auto, cuando un fuerte estruendo rompe por completo el ruido de la ajetreada cuidad. Un silencio momentáneo, luego, gritos de pánico se escuchan por las anchas avenidas.
—¡Qué fuerte relámpago! —dijo el taxista.
Eso mismo pienso, pero en seguida, una extraña sensación invade mi espalda. Algo me dice que no era eso. Siento un calor intenso en mi cuerpo, tanto así, que por un acto reflejo miro hacia el cielo. No puedo creer lo que estoy mirando…es Dios.
De un tamaño enorme, y gracias a las nubes, solo se puede apreciar desde su torso hacia arriba. Pintado tal cuadro de Miguel Ángel, Dios está frente a la vista de todos. Trompetas suenan y desde las nubes aparecen ángeles, querubines y arcángeles.
—¡Queridos hijos míos, he llegado para cumplir mi promesa de llevarlos hacia mi reino, pero como su fe es débil, no puedo traerlos a todos, solo aquellos capaces de saltar desde una gran altura, llenos de una fe ciega e incondicional, les otorgaré alas para que vuelen hacia mi reino! —dijo dios con una voz severa—. ¡Aquellos que todavía no hayan puesto a prueba su fe antes de las doce de la noche, vendrá Lucifer y los llevará directo al infierno, escojan con sabiduría!
Conque el cielo o el infierno, pero eso a mí no me importa, quiero llegar a ver a mi esposa. Es nuestro día especial, ni con el ultimátum de Dios parare hasta estar con mi familia.
—¡Miguel, te tengo noticias, tu mujer está dando a luz en el hospital, date prisa y lárgate de una buena vez! —dijo mi Jefe.
Se me acerca y me da unos golpecitos en la espalda. Siendo ya viejos amigos, él sabe que teníamos dificultades para concebir un bebe, pero luego de un milagroso avance tecnológico, por fin llego el día de convertirme en padre.
Con las voces de mis compañeros de trabajo dándome sus felicitaciones, me apresuro al salir de la oficina, para no tener que lagrimear por la emoción frente a todos. Las calles llenas de rascacielos reflejan una bonita luz de atardecer en el ambiente, tal cual una nueva vida, la vida de mi hijo.
—¡Taxi!
De inmediato uno para frente a mí. No alcanzo abrir la puerta del auto, cuando un fuerte estruendo rompe por completo el ruido de la ajetreada cuidad. Un silencio momentáneo, luego, gritos de pánico se escuchan por las anchas avenidas.
—¡Qué fuerte relámpago! —dijo el taxista.
Eso mismo pienso, pero en seguida, una extraña sensación invade mi espalda. Algo me dice que no era eso. Siento un calor intenso en mi cuerpo, tanto así, que por un acto reflejo miro hacia el cielo. No puedo creer lo que estoy mirando… Es Dios.
De un tamaño enorme, y gracias a las nubes, solo se puede apreciar desde su torso hacia arriba. Pintado tal cuadro de Miguel Ángel, Dios está frente a la vista de todos. Trompetas suenan y desde las nubes aparecen ángeles, querubines y arcángeles.
—¡Queridos hijos míos, he llegado para cumplir mi promesa de llevarlos hacia mi reino, pero como su fe es débil, no puedo traerlos a todos, solo aquellos capaces de saltar desde una gran altura, llenos de una fe ciega e incondicional, les otorgaré alas para que vuelen hacia mi reino! —dijo dios con una voz severa—. ¡Aquellos que todavía no hayan puesto a prueba su fe antes de las doce de la noche, vendrá Lucifer y los llevará directo al infierno, escojan con sabiduría!
Conque el cielo o el infierno, pero eso a mí no me importa, quiero llegar a ver a mi esposa. Es nuestro día especial, ni con el ultimátum de Dios parare hasta estar con mi familia.
El taxista se baja del auto y se pone a rezar de rodillas en la calle. De pronto, algo le cae encima desde el cielo. Una persona saltó desde un edificio, y aplastó todo el torso del taxista, contra el pavimento.
—¡Era un impuro sin fe, por eso dios no le dio sus alas! —alguien en la calle gritó.
Antes de darme cuenta, uno tras otro, la gente comienza a tirarse desde los edificios. El pavimento empieza a llenarse de cuerpos y sangre por todas partes. Ya sin un conductor y con el temor de que me aplasten, subo deprisa al taxi y acelero a toda velocidad.
Al llegar al hospital, de unos cinco pisos, puedo ver que en la entrada hay toda una masacre. Pedazos de extremidades desparramados, ancianos, niños y el personal del hospital cayendo uno arriba de otro. Los cadáveres eran tantos que se amontonan en pequeños cúmulos, visibles a la distancia.
Creo que llegué tarde. En mi desesperación caigo de rodillas, estando a punto de mandarme a llorar, miro hacia el cielo por respuestas. Para mi sorpresa, alcanzo a vislumbrar una silueta en lo alto del edificio.
Corro lo más rápido que puedo, escalo por la pila de muertos hasta que llego a la puerta principal. El interior del hospital está desolado, no escucho ninguna voz, el silencio es lo que reina. Apuro la marcha, y por si acaso, paso por el pabellón de partos. No hay nadie. Cuando llego a la azotea, palpo un alivio en mi pecho, al ver a mi esposa.
—Te estaba esperando, acércate, es un hermoso bebe.
Al aproximarme a ella, miro con desdicha al recién nacido. Tiene la piel morada y no parece respirar. Está muerto.
—Ahora podremos irnos juntos mi amor, mira, los ángeles ya se están yendo y la noche se acerca —dijo mi esposa con la voz más tierna que le había escuchado hablar.
Antes de darme cuenta, ella se lanza junto con mi muerto hijo al vacío; todo se acabó. Me acerco a comprobar el resultado de mi descuido, no debí haber bajado mi guardia. La muerte de mi hijo debilitó mis sentidos y no reaccioné a tiempo. Todo esto es mi culpa. Al centrar la mirada hacia los cinco pisos de distancia entre mí y el asfalto. Un torbellino irrumpe en el aire, es mi esposa, con unas alas enormes de un color entre doradas y blancas.
Se alza al vuelo invitándome a seguirla junto con nuestro pequeño querubín. Y no está sola, docenas de personas con sus alas adornan el atardecer. Mi esposa siempre creyó en dios y yo nunca le presté atención, pero ahora, solo tengo que reunir un poco de fe. Me paro justo en el borde, respiro, y salto hacia mi felicidad; mi familia.
—¡Comandante, le informo que nuestro ataque tuvo éxito! ¡Fue una… aniquilación total!
(Les dejo una versión a color)
Comments for chapter "02"
QUE TE PARECIÓ?
Me sorprendiste con este capítulo. Me encanta y leeré la historia hasta el final 😊no me imagino la sensación que embarga al protagonista al pensar que va a ser Padre y la desesperación por encontrarse con su bebé, en definitiva debe ser un sentimiento indescriptible y fascinante.
Éste tipo de narración hacen reflexionar bastante, incluso en cualquier tipo de crisis existencial cuando alguien intenta procesar eventos impactantes.
Leeré el resto definitivamente me gustó 👍💪
Saludos!!