La canción del cielo nocturno - 04
Alguien toca el timbre. El reloj de mi cómoda marca las 11:50 p.m., a esta hora solo puedo imaginar que es un delincuente que me quiere asaltar. Necesito dormir porque mañana es un día especial que no puedo llegar atrasado por nada del mundo. Me levanto molesto de mi cama, me pongo los pantalones y me dejo la camisa para dormir puesta. El timbre suena otra vez. Me acerco a la mirilla de la puerta.
—Martin, soy yo, ábreme por favor.
Esa voz la reconozco, es la de mi novia, Camila. Su pequeña figura entra por la puerta. Lleva un lindo vestido rosa, que va con su personalidad suave, dulce y amable de la que me enamoré. A pesar de mis sospechas. Su mirada no demuestra signos de ansiedad o amargura. Así que puedo descartar que le sucedió algo malo, como un robo o algo por el estilo. Menos mal, aunque para estar seguro, preguntaré.
—¿Estás bien? ¿Te pasó algo?
—No, estoy bien, no tienes que preocuparte, ya que, vine a conversar contigo.
¿De qué querrá hablar? Hasta ahora, nuestra relación es hermosa, no discutimos casi nunca. Nos queremos de verdad, es un amor mutuo y apostaría mi vida a que lo es.
—Quiero terminar nuestra relación.
Un golpe duro, mi pecho se aprieta y mi cuerpo tiembla de agonía y terror. No quiero volver a la soledad ni perder mi felicidad. Durante nuestra relación le entregué todo mi cariño. Es la única persona con la que socializo desde que me mude a la cuidad a estudiar. Todo esto es injusto, pero… por el amor que le tengo, quiero terminar en buenas y como lo haría un adulto.
—¿Te gusta otra persona? —dije en voz baja.
—Sí…
Su cara no refleja inseguridad. Por lo menos es sincera conmigo, no podría terminar sin saber la verdad, esa que me alivia un poco el corazón.
—Si es lo que quieres, si es lo que te dará felicidad, entonces no puedo oponerme, siempre te amé, desde aquella ocasión en que nos topamos en el parque, hasta ahora. Gracias por darle un poco de tu amor a un tipo solitario. Adiós.
La realidad siempre es cruel y un desgraciado como yo… Era obvio que no duraría mucho, no soy el más hermoso, pero tampoco soy el más feo. Tengo un cuerpo ejercitado y saludable, aunque no alcanza al de un físico culturista. Era cuestión de tiempo para que llegara otro y te alejara de mí. Aprieto mis manos para aguantar mis lágrimas. Pongo mi mirada en su rostro por una última vez. Nos vemos en silencio. Noto algo brilloso en su ojo izquierdo, se acerca su mano a su cara y sus lágrimas empiezan a esparcirse por su rostro. Me duele. Quiero que pare.
—N-No puedo seguir con esto, hace una hora atrás, mi médico personal me diagnostico con cáncer.
—¿Qué?
—Todos saben que deshacerse del cáncer es carísimo —dijo sollozando. Mi familia no puede costearse mi tratamiento, por lo que yo, de todas formas, voy a morir. Y no quiero que pases por ese dolor. Además, llevamos casi un mes de relación, no tienes una obligación mayor conmigo, guarda tu dinero para titularte como ingeniero. Ese será nuestro futuro. Olvídame… Por favor.
Una carga en mi corazón es reemplazada por otra. Al final, tiene razón, solo soy un estudiante en un departamento arrendado. Por lo general, una persona normal terminaría, lo dejaría hasta aquí. Es muy corto tiempo, no es mi esposa, madre o hermana. No, solo son excusas, excusas baratas. Mi amor va enserio, un futuro sin ella es lo mismo que vivir una mentira en la que preferiría morir. Te salvaré, con mis propias manos.
La abrazo con fuerza, acaricio su cabeza que está contra mi pecho. Sus sollozos no paran y mi camisa se humedece un poco. Nos quedamos así por un rato. Su llanto se tranquiliza poco a poco y el silencio se pega al ambiente. Suena el reloj de la pared marcando las cero horas del nuevo día. Rompiendo el momento de dolor agonía y esperanza que tengo en mi corazón.
—Feliz mes de relación, voy a lograr, que sean muchos más. Por cierto, voy a darte tu regalo de aniversario por adelantado.
Nuestra cita debería estar cancelada, después de esta noticia, ya no hay ánimos para eso. Por lo menos quiero arreglarle la noche y convertirla en una agridulce. La llevo de la mano por el pasillo hasta mi habitación. La siento en la cama, abro el cajón de mi cómoda y en su mano le entrego una diminuta cajita. Ella la abre, revelando un hermoso collar plateado y con una bonita gema roja, como la atracción principal. Sus ojos se encandilan al verlo, lo tomo y lo encajo en su delicado cuello. Si le dijera que la joyería es uno de mis pasatiempos, me moriría de la vergüenza, quizás más adelante se lo cuente.
—Gracias, es un bonito detalle.
—Ese collar es para que te lo quedes, este segundo regalo, es para salvarte.
La guio de la mano hasta mi armario. Me agacho y abro un compartimiento secreto del ropero. Saco uno por uno cuadros de artistas más o menos famosos, heredados de mi abuelo. Mis padres nunca se reconciliaron con él, cuando murió, toda su colección fue repartida en partes equitativas entre la familia. Las que les correspondían a mis padres llegaron a mí, porque mi abuelo me tenía cariño. Los he guardado con recelo desde que empecé a estudiar.
—Si vendo estos cuadros, creo que tendré suficiente dinero para cualquier cosa que necesites… Te amo y quiero que estés siempre conmigo.
Una gran sonrisa aparece en su rostro. Me abraza con toda la fuerza que puede existir en un cuerpo tan pequeñito. Ya no aguanto más y lloro, pero de felicidad.
—¿Cuándo tienes tu próxima revisión con el doctor?
—El medico dijo que en una semana más, ya que, no me quiso dar los detalles de mi cáncer hasta estar seguro de una cosa enredada que no recuerdo bien.
—En una semana, tendré el dinero e iré contigo a la revisión médica.
—Gracias, te amo.
Luego, ella se fue de mi departamento. Dijo algo sobre que no les había dicho sobre su diagnóstico a sus padres, porque quería contarme primero a mí. Durante la semana, contacté a viejos conocidos de mi abuelo. Y al termino de nuestro plazo, vendí toda la colección.
Nos juntamos Camila y yo, llegamos a una pequeña clínica privada, que más bien parece una casa común y corriente sino fuera por el cartel de la entrada. Debe ser para que vaya con la urbanización del sector. Caminamos por los pasillos hasta la habitación del doctor, en la entrada se lee: “Dr. Baco”. Golpeamos y una suave voz masculina nos da permiso para entrar. La habitación está repleta de artilugios médicos: una camilla, un esqueleto humano, una repisa llena de libros, una pared repleta de títulos y credenciales que no puedo leer por la diminuta letra. Tomamos asiento, a la espera de un buen pronóstico.
—Bien, ya tengo los resultados de los exámenes. Comprobé que tienes cáncer en etapa dos, y por la otra, es posible removerla con una cirugía y estarías curada. No quería darte falsas esperanzas hasta saber si se podía operar o no. Lamento haberte dicho solo una parte del diagnóstico.
—No se preocupe, lo entiendo —dijo Camila.
—¿Y cómo cuánto costaría la cirugía? —le pregunté.
—No será barata.
Saco de mi chaqueta mi cuenta de ahorro y le muestro el saldo. El doctor le pide a Camila que nos deje a solas un momento.
—¿Eres el novio de Camila?
—Sí, ¿es suficiente con esa cifra? Creo que es una buena cantidad.
—Me temo, que no va a ser suficiente, con eso le pagarías la cirugía, para el tratamiento que viene después no alcanzaría. Es necesario suministrarle los medicamentos necesarios para asegurarnos que erradicamos por completo el cáncer. La cirugía sería en vano sin él.
Sus palabras, unas tras otra, son balas de desesperación. La salada ansiedad la saboreo en la boca.
—No tengo más dinero, incluso, vendí todo lo de valor que podría tener. Mi ropa, mis muebles, mi tele; ya no tengo nada más.
—¿Sientes un amor verdadero por ella?
—Sí.
—¿Qué tan lejos irías para salvarla?
—¿A qué viene tanta pregunta?
—¿Has escuchado sobre el tráfico de órganos? Si vendes algunas partes de tu cuerpo, sería suficiente para pagar lo que falta. ¿Qué dices?
Siento un alivio como una lluvia que limpia turbiedades en mi cabeza. Si solo tengo que mutilarme, entonces, no me importaría venderle mi cuerpo al diablo.
—¡Hagámoslo!
—¡Perfecto! Lo realizaremos de la siguiente manera. Primero, necesito que deposites el dinero que tienes ahora para preparar su cirugía. Lo segundo, te operarán el mismo día que a ella, diremos que tuviste un accidente de tránsito o una enfermedad, del papeleo me encargo yo. Y, por último, no suelo traficar órganos, solo lo hago por ustedes dos. Me recuerdan a Romeo y Julieta; es mi historia favorita.
Las cirugías se efectuaron, sin embargo, Camila no lo soportó y murió en el pabellón. A su funeral solo asistieron sus padres y yo. En su cuello, el colgante que le regalé brillaba con su intenso rojo carmesí, decidí que su familia se lo quede. Un riñón, un ojo y un brazo… Ese fue el precio a pagar y al final, solo obtuve un puñado de cenizas, que arrojé al eterno mar, tan eterno como nuestro amor.
La tina ya está lista con el agua, solo me falta traer el secador. Aunque, advierto un sabor a sal en mi boca, una acidez que me ahoga. Cuando la vea otra vez, no quiero besarla con tan mal sabor. Recuerdo memorias de mi niñez, de ese dulce que me gustaba tanto, tengo ganas de comerlo. Me visto con ropa vieja y maltratada, esa que no pude vender. Mi pelo alborotado y largo me da la apariencia de un vagabundo. Zapatillas ni tengo, solo un par de monedas, lo suficientes para comprarme un dulce, antes del viaje.
Cruzo la calle devuelta a embarcarme en mi bote. Intento abrir el envoltorio y un auto toca la bocina. Casi me atropellan. Veo al conductor, un hombre joven de ropas oscuras, en un auto que grita riqueza. Es ahí, cuando mi mirada se queda fija en la del copiloto. Una mujer idéntica de cara a Camila, aunque de pelo largo y vestida con ropa gótica. Pero lo que me llama más la atención, es su collar, es el que le regalé a mi difunta novia. Me aparto del calzado y dejo pasar al auto. Memorizo su patente. Ahora, creo que tengo hambre, de una agridulce venganza.
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