La canción del cielo nocturno - 06
Parte 1: El maestro
—¡Aquí está la obra de prueba que me pidió, señor Zabell!
El dueño del museo se acerca y de un tirón la tela que cubre mi escultura cae, revelando unos ojos curiosos.
—Bien… La estructura del cuerpo es correcta, sin embargo, eso es lo único decente que puedo encontrar en tu obra. El pelo es irrealista, ojos sin vida y en especial la piel parece cartón arrugado.
—P-Pero.
—De entre todos los que postularon eres el peor escultor. Si quieres trabajar en el museo necesitas ser mejor que esto.
—¡Por favor, deme otra oportunidad!
—¿Dices que puedes crear algo mejor en menos de un mes? Porque eso es lo que queda de plazo.
—Un mes… Eso es muy poco, s-señor Zabell.
—Entonces serán dos y si esos no son suficientes te daré tres. Los que no tienen talento siempre ponen excusas. Si te decides esperaré con las puertas abiertas cuanto quieras, pero ahora será mejor que dejes que otro obtenga el puesto.
—No, con uno crearé una obra que pueda romper sus expectativas.
—Al parecer tenemos un acuerdo joven Leo, aunque tienes prohibido cambiar de modelo. Vuelve a replantearte el arte al esculpir y quizás lo logras a tiempo.
Terminamos de darnos la mano y me guía hasta la entrada del museo. Suelto un suspiro de alivio y camino hacia la casa de mi modelo; mi tía. Incluso con sus 35 años aún luce como si fuera de 20, sin embargo, no fui capaz de capturar su belleza. ¿Desde qué nueva perspectiva tengo que volver a esculpirla? Si la forma estaba buena, le pondré más atención a los detalles.
Llego por el tranvía hasta la puerta de una casa color pastel rosa, con frondosas flores de un hermoso jardín. Toco la puerta, pero nadie responde. Camino por el pasto hasta pasar por la ventana de la cocina. Mi tía… ¡Está tirada en el piso! En vez de correr como desquiciado a la cocina, un sentimiento de regocijo me inmoviliza. La luz de la ventana le da un toque angelical a su silueta, acompañada de una expresión facial armoniosa. Sus ojos abiertos hacia la nada tienen un brillo que nunca antes le vi en vida. Una faceta que solo pude descubrir en su muerte. A pesar de estar inmóvil, mi tía representa a la vida misma, condensada en un cuerpo sin alma.
Luego de su funeral, mi camino artístico ya estaba decidido. Con una parte de la herencia de mi tía y mis ahorros compre un mausoleo y lo modifique a mi gusto. Además, compré el silencio del sepulturero; él me proveería de los materiales que necesitaré. Ahora mi único límite será si soy capaz de crear una escultura que represente mi visión.
Solo faltan 2 semanas y mi material estrella acaba de llegar. En silencio y con la tenue luz de las velas, me dispongo a ver la mercancía. Destapo una tela blanca… La piel desnuda de una joven dama me vislumbra. Falleció de frío ayer. Al extender mi mano por su cuerpo me puedo percatar que el material es perfecto para trabajar, ni muy duro ni muy suave. Mi mirada se cierne en sus ojos risueños. Comenzaré por aquí. Extraigo con cuidado sus dos ojos, los limpio y los dejo en una bandeja metálica. Los expongo en la luz, tratando de capturar el momento de aquella vez. Intento diferentes ángulos y cantidades de velas, sin embargo, estos ojos no poseen vida.
Lo impensado se genera en mi cabeza. Tomo uno de sus ojos y lo lamo con mi lengua. Hago lo mismo con el otro; un sabor agrio permanece en mi boca, me la enjuago y prosigo. Las ordeno bien juntitas frente a las velas. Veo esa sensación que busco en su iris café y pupila. Un leve reflejo de alma se asoma, pero no es suficiente; necesito la perfección. Extraigo con éxito el iris y el cristalino de ambos ojos. Son una capa delgada, todavía con los líquidos del ojo goteando en sus puntas. Las limpio con cuidado y las dejo una sobre la otra. De una caja de artículos para manquéis, extraigo los toques finales. Procedo a colocar el iris y el cristalino entremedio de dos capas de finos cristales. Antes de sellarlo, vierto unas gotas de formol, asegurando la longevidad de la pieza.
Como un relojero, con pequeñas pinzas inserto el circulo curvo en la cavidad de un ojo de madera, cuya esclerótica resalta el realismo de su pintura blanquecina. Al insertarlos en la nueva escultura y ajustando la luz, obtengo el éxito… Mi éxito. Con solo este pequeño detalle, le di alma a mi arte, solo dios sabrá que tan lejos tendré que llegar para perfeccionarme.
Parte 2: El discípulo
Su mano arrugada inspecciona con cuidado mi escultura. Se pasea alrededor de ella a paso de tortuga; de vez en cuando se ajusta los anteojos. Da un par de pasos hacia atrás, se queda contemplando en silencio, indagando errores; típico de Don Zabell.
—Devin, a pesar de tu juventud, eres uno de los más talentosos escultores que vi. Sin embargo, tu visión artística es demasiado perfecta. Tus obras en general son excelentes y eso es espléndido. Lo que te falta es comprender los errores.
—¿De qué me habla? Soy uno de los mejores escultores de este país, discípulo del maestro Leo. Con toda sinceridad, no le entiendo en lo más mínimo.
—No te impacientes. ¿Sabes la diferencia entre tu trabajo y el de tu maestro?
—El mío está casi a la altura de mi maestro. Aprendí todo lo que me enseñó. Muchos me reconocen y elogian. Disculpe mi arrogancia, pero sigo sin entender.
—Tu trabajo carece de lo humano. No presenta ningún error. El cuerpo no es algo para representar la perfección, sino la humanidad. Por eso te digo que tienes que cometer errores que humanicen tus esculturas.
—El maestro nunca me enseño eso.
—Entonces, será mejor que le preguntes porque sus esculturas siempre tienen humanidad. Él es mi más grande descubrimiento y también un orgullo nacional.
—Lo sé. No tiene que repetírmelo. Llenaré esos zapatos a mi manera. ¡Con permiso!
A pasos fugaces salgo del museo. Paro a un taxi y me encamino a casa. Sigo sin creer lo que me dijo. ¡A mí! El único discípulo de un artista reconocido a nivel internacional. Tanto esfuerzo para ser insultado. Queda poco para la exposición mundial de esculturas de cera y me sale con esto. ¡Con que cara veré a los jueces ahora cuando vean mis obras! Les diré: “Sí, son buenas, pero no tan buenas como las de mi maestro porque yo no cometo errores”.
Al abrir la puerta de mi casa, una carta amarilla llama mi atención. La recojo del suelo y la abro; solo una frase está escrita: mausoleo 350 03:40 p.m. 18/06. ¿Pasado mañana?
A pocas personas se le permitió la asistencia a su funeral. Un ataúd de metal, sellado y sin siquiera una ventanilla es lo único que pueden apreciar. ¿Tan frágil es la vida en la vejez? Los enterradores cargan el féretro de Leo hasta su mausoleo, aunque en su interior solo queden cenizas. El funeral termina y todos se van, sin embargo, aún quedan dos horas para el encuentro pactado.
Voy hasta el mausoleo y espero sentado. El tiempo se esfuma rápido cuando te quedas mirando una pared con la mente en blanco. Sin darme cuenta, el sepulturero se me acerca.
—Buenas, joven. ¿Tú debes ser Devin?
—Sí, lo soy.
—Leo y yo fuimos colaboradores. Me pidió que te pasara esta carta.
Le recibo el mensaje y al igual como llegó, el hombre desaparece sin dejar rastro. Abro con esmero la carta, el mensaje final de mi maestro. Una imagen criptica confunde mi razonar. Una cuadricula, rombos y triángulos. Una palma unida a una flechita apunta hacia el rombo rojo y un pie al triangulo verde.
Como si fuera un mago que descubre el truco de su competencia, una visión resuelve el misterio. ¡La imagen es la misma que la pared del mausoleo! Me acerco para inspeccionar las diferentes formas hasta encontrar las figuras de la imagen. Pongo mi mano sobre el rombo rojo y ejerzo presión; un sonido de cerrojo abierto resuena en las paredes. ¡Es abajo! Encuentro el triángulo verde, le doy una patadita y una baldosa de madera pesada cae… descubriendo un pasadizo secreto. Me escabullo por el pequeño cuadrado, pasando por unas escalinatas pequeñas que se van agrandando a medida que avanzo por el túnel, hasta llegar a su final.
—Te estaba esperando, mi querido discípulo.
—¿Maestro?
Confundido, una luz de ampolleta me enceguece. A mi alrededor veo la locura misma. Enormes estantes con largas filas de frascos de formol y que en su interior contienen diferentes partes humanas. Una camilla de operaciones quirúrgicas en excelentes condiciones. Bocetos del cuerpo humano a escala, comparados con las proporciones de esculturas.
—¡Qué mierda es todo esto!
—Cálmate, que no maté a nadie, solo son partes de cadáveres. Te cité a este lugar por un solo motivo.
—¡Qué me calme! ¡Cómo quieres que me calme! Me das asco.
—¿Quieres saber el secreto detrás de mi éxito? Hoy te daré el inicio de las lecciones que te faltan aprender. Todas las anteriores fueron para prepararte para este día.
—¿Y el funeral? ¿Para qué tanta parafernalia?
—La verdad. Pensaba enseñarte esto más adelante. Sin embargo, para mi desgracia no me queda mucho tiempo de vida.
Se acerca hasta un estante y saca un libro grande de cuero, sellado con una correa.
—Aquí está el resultado de años de experimentación. Un nuevo tipo de arte. Lo llamo humanización. Convertir lo muerto del cuerpo en un arte vivo. ¡No hay tiempo que perder! Tráeme ese bulto café.
Al voltearme, encuentro una sábana, la tiro y se revela un cadáver masculino; alto, pálido y con su mirada puesta en mí. El pánico se apodera de mi cuerpo y corro hasta las escaleras.
—¡Espera! Tienes que continuar mi legado.
—¡No me sigas!
Escalando a duras penas por el estrecho túnel, él me agarra de las piernas. Me empuja con fuerza, pero de una patada me zafo. Salgo del pasadizo y agarro la baldosa; sin pensarlo dos veces, la aviento contra la cabeza que emergía por el agujero. Escucho que rueda por las escalinatas hasta el fondo.
—¡Leo!
Un frío recorre mi espalda; creo que acabo de matarlo. Me apresuro por el pasadizo, llego al fondo y lo que encuentro me impresiona. Mi maestro está sobre el cadáver. Con los brazos estirados y el cadáver igual que él; juntos crean la misma composición del súper hombre de Da Vinci. Cautivado por esa imagen, me quedo en la escalinata embobado. Contemplando, en silencio. Después de un rato, me acerco hasta el estante y abro el libro de cuero. Lo hojeo un rato. Me doy cuenta que tanto su destino como el mío, yacen sellados en lo eterno, en este arte de ultratumba. Tus lecciones serán aprendidas, querido maestro.
Parte 3: Arte
—¡Vaya! ¡A esto sí se le puede llamar una escultura digna de un sucesor! —dijo Zabell—. Aunque, en los años que conocí a Leo, nunca lo vi con esa expresión.
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