La canción del cielo nocturno - 08
Sentado en un trozo de madera, la abrumadora sensación de la desesperación se mete por las hendiduras de mi armadura. Si le sumo la depresión de un día nublado es un momento idóneo para echarse a morir. Paseo la mirada por mis soldados, un puñado del pueblo y la otra mitad de aventureros con mucha mala suerte. Me pongo de pie y camino por el fortín de madera construido a último momento. Veo las caras de preocupación e incertidumbre. Un ruido me llama la atención. Sentado en una banca está Strainderk, tirándole piedras a una cubeta con agua.
—Capitán Strainderk, ¿Los soldados y los preparativos están listos como ordené?
—Sí… Pero como puede apreciar la moral del grupo está demasiado baja. Así ninguna oportunidad tendremos.
—Cierto, considerando a lo que nos enfrentamos cualquiera tendría miedo.
—El mago kathréftis. Nadie sabe de dónde salió. Peleó contra los reinos del norte, se enfrentó a 10.000 guerreros y el mago también peleó con 10.000 y ganó. Cuentan que solo perdió unos 3.000. Luego se encaminó hacia los cerros de La Hermandad y volvió a ganar. Y, por si fuera poco, ahora nuestro pueblo está entre medio de su próximo objetivo; el reino de los Polos Apagados. Con tan solo 100 soldados, ¿qué podremos lograr?
—Lo único que nos queda es ganar tiempo para que la gente escape.
—Mientras a nosotros nos masacran con su basto ejército… Mi general Ishyros, necesita subir la moral de sus soldados antes de la batalla.
—No te preocupes, en la batalla hasta el alma más pura puede convertirse en una bestia con sed de sangre, y yo ya tengo las palabras para desatarlos.
De pronto, un fuerte golpe en el suelo retumba en la tierra, desparramando toda el agua del balde por el suelo. Si los gigantes existieran, espero no encontrarme con ellos ahora.
—Strainderk, pon a tu pelotón en formación y dile a Fatia que suba a lo alto del fortín conmigo.
—¡Sí, mi general…! Parece que podré volver a presenciar su dragón de fuego.
Me separo del capitán y doy un grito para que se enlisten los soldados; los arqueros forman una bonita fila en la parte superior del fortín. Subo y observo con cuidado. Hay unos 300 metros de terreno baldío hasta divisar un bosque apacible. Una leve neblina escapa entre las hojas de los árboles y el ambiente se pone tenso. De entre el humo aparecen nuestros enemigos. Visten una armadura plateada. De la cabeza a los pies llenos de metal laminado. Sin embargo, ¡son idénticas a las que usamos! A excepción de que las nuestras son de color negro.
Aparecen unos 40… No, 70… Son 100. ¡Tan solo son 100 adversarios! Tendré que usar eso desde el principio para comprobarlo. Suspiros de regocijo susurran mis oídos. Este es el momento.
—¡Soldados! Puede que esta sea nuestra última batalla. El ejército enemigo es bastante superior, esa es la cruel verdad. Sin embargo, nosotros 100 salvaremos la vida de muchas más personas con nuestro sacrificio. Les pido que luchen hasta que no les quede más sangre en sus cuerpos, hasta que su ira se agote y que al día siguiente solo queden nuestros cuerpos sin vida, pero llenos de honor. ¡Mueran, sufran y masacren al enemigo conmigo!
El grito de mis soldados se escucha por todas las paredes de madera, al igual que el marchar del ejército enemigo.
—General, ya llegué —dijo Fatia.
—Ponte en posición, usaras tu hechizo ahora. ¡Arqueros… Apunten… Disparen!
Un montón de colores traspasan las nubes y de la nada caen rocas del porte de un carruaje. Escucho la entonación de Fatia; dispara una flecha rojiza como la lava. Atraviesa las rocas como si fueran mantequilla y explotan en millones de trozos. La grava ardiente golpea de lleno a todo el pequeño batallón enemigo y destruye por completo toda la zona vegetal que estaba a su alrededor.
Unos segundos después, no hay más que silencio. Los soldados gritan de alegría por la fácil victoria. ¿Quizás ahora envíen unos 200 al saber de nuestro poder militar? Las batallas de mañana serán más difíciles. Un fuerte rechinar metálico llama mi atención. Al mirar de nuevo a la posición del enemigo y al desaparecer la estela de vapor; el terror destruye mis esperanzas.
El ejército de El mago Kathréftis sigue vivo. Se ponen de pie y se agrupan. Mis sospechas eran ciertas. Solo son un pequeño batallón de 100 y creo que casi no perdieron a ningún soldado.
—¡Arqueros, en posición!
Al dar mi orden miro a Fatia, de rodillas y agota por usar ese poderoso hechizo. Los arqueros que están disponibles disminuyeron a la mitad.
—¡Los que no puedan volver a usar sus hechizos usarán flechas normales!
Aunque, antes de dar la orden de disparar, el ejército enemigo corre hacia nosotros como si fueran caballos pura sangre. Uno de ellos agarra a su compañero y lo lanza a una increíble velocidad. La flecha humana le da una patada tan fuerte al portón que lo rompe.
—¡No permitan que sigan entrando!
Bajo deprisa por las escaleras mientras desenvaino mi espada. Por la pequeña escalinata escucho como se desatan peleas por todas partes. Al salir, me topo de frente con un enemigo. Levanto mi espada para entonar mi hechizo, pero no sucede nada. Mi enemigo levanta su espada y entona algo que no entiendo. Invoca un ser oscuro y retorcido a su alrededor. Con sus afilados colmillos, se lanza contra mí. Trato de esquivarlo; me arranca el brazo izquierdo.
—Mierda…
Miro al enemigo de frente, corro desesperado para asestarle un golpe. Vulnero su guardia y le vuelo su casco por los aires. Siento un frío recorrer mi cuerpo… Me dio una estocada por mi herido costado izquierdo, atravesando todo mi pecho. Al obsérvalo a la cara, veo mi propio rostro.
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