La canción del cielo nocturno - 09
¡Bien! Al fin tengo el Pro Race Evolution. Y lo único que me costó fueron darle un par de golpes en el hocico al Gabriel. Me voy a viciar toda la tarde… ¡Ah! El trabajo de matemáticas, puede que, mi buen amigo Alexis me ayude. Con mi técnica de persuasión todo es posible.
Guardo el juego en la bolsa. Salgo de la tienda camino al paradero. Al dar la vuelta a la esquina una melodía llama mi atención. Escucho el sonido atroz de una flauta. Todas sus notas no son armónicas, carece de un ritmo claro y asusta bastante. Al acercarme más y más a la fuente del sonido, me topo de frente con el flautista: un hombre como de un metro setenta, vestido con trapos sucios de color gris. Su rostro está tapado por una túnica con dos agujeros negros que no permiten ver sus ojos. Sus manos abrigadas con unos guantes de lana tocan una flauta dulce, de esas baratas que usan los niños de básica.
Me quedo un rato viéndolo y sigo mi camino. Qué sujeto más extraño. Si no fuera porque estoy rodeado de gente, le rompería su caga de flauta; pretensioso de mierda. Al dar unos pasos, mi caminar se vuelve errático, como al recibir un golpe en el mentón. La melodía del flautista suena más fuerte, pero no puedo voltearme. Cada vez se acerca más… Hasta que caigo al piso.
Siento las pelusas de un tapete de terciopelo en mi cara. Medio mareado, me levanto del piso. No puedo ver nada. Busco alguna fuente de luz; encuentro una debajo de mis pies. Me acerco a la manilla de una puerta y la abro. Un pasillo blanco y angosto, con cuadros de rayas locas colgados en las paredes. Las ampolletas son de un color anaranjado suave. Recorro con recelo la extraña casa, veo una escalera para bajar al primer piso y acelero el paso.
—¡Gabriel! ¡Dónde estás! ¡Espero que no te hayas escapado!
De mi único camino para salir de aquí, aparece una mujer alta, con un vestido rojo de una pieza. Centra su mirada enfurecida en mí. Intento correr, sin embargo, mis pies no se mueven; paralizado, la mujer se acerca. Toma con fuerza mi cabellera y me arrastra por el tapete. Intento gritar con todas mis fuerzas, pero de mi boca no se escucha ninguna silaba. Me tira devuelta a la habitación de la que desperté.
—¡Quién te dio permiso de salir! ¡Tú castigo todavía no termina! Por malcriado tendré que volver a enderezarte.
Ella prende la luz. Me veo de frente en un espejo, pero no soy yo; soy Gabriel… Mi compañero de curso. Me sube y amarra a un banco de esos para levantar pesas. Se saca uno de sus tacones y me mira directo a mis ojos.
—¡Hasta cuándo vas a seguir desobedeciéndome! ¡Entrena como te lo ordené!
Eleva su mano lo más alto que puede y azota todo el tacón contra mi ombligo. La agonía es tan grande que las ataduras queman mis muñecas al retorcerme de dolor.
—¡Tienes que ser fuerte! ¡Más valiente que el cobarde de tu padre!
La mujer tira una ráfaga de taconazos en mis piernas y brazos.
—¡Si es que le hubieras ganado la pelea a ese niño no tendría que castigarte! ¿Tan débil eres? ¡Así nunca me protegerás!
Mis ojos entreabiertos ven la silueta del taco acercarse a mi cabeza; un golpe en la frente y duermo. Siento que floto en la nada. Luego de un rato, alguien me abre los ojos. ¿Dónde estoy?
—Alexis, despierta.
La voz amable de una mujer me tranquiliza los sentidos. De contextura normal y una risueña sonrisa; me acaricia las mejillas.
—No te quedes tan tarde terminando las tareas… ¿Y este moretón?
—M-Me caí —dije sin controlar mi boca.
—¿Y de quién es este cuaderno?
—¡Es de un amigo! Le estoy escribiendo unas notas porque no entiende lo que hay que hacer.
—¿No me estarás ocultando algo?
—¡No! Enserio… Es que a él siempre lo dejan solo y me da pena.
—Bueno, ten más cuidado la próxima vez y si quieres decirme algo soy todo oídos, ¿te traigo un tecito?
—Más rato.
La mujer se retira y me quedo a solas en la habitación. Sin poder moverme de mi asiento, mis manos y todo mi cuerpo se mueven por su cuenta. El tiempo se vuelve eterno entre páginas y páginas de problemas matemáticos; de tanto sueño, me desplomo en la mesa.
Suspendido en una masa de aire densa intento mover mi cuerpo. Poco a poco aterrizo en una superficie. Camino despacio por el extraño y nebuloso lugar. Escucho una melodía. ¡Es la del maldito flautista! Tan horrorosa como siempre. Intento seguirla, pero no logro distinguir en qué dirección viene.
Cuatro meses… Siete meses aquí. Escuchando su melodía. Sin salida. Atrapado. Aquí… ¡Quiero salir! ¡Quiero volver a ver la luz del Sol! ¡Quiero volver a conversar con alguien! ¡Quiero pedirle disculpas al Gabriel por pegarle y robarle su plata! ¡Quiero que Alexis me enseñe matemáticas en su casa! ¡No quiero estar solo! ¡Solo ya…! ¡No!
Una hermosa melodía entra por mis oídos. ¡Y no solo eso! Escucho las voces de Alexis y Gabriel. ¡Me están llamando! Corro lo más fuerte que puedo en la dirección de los sonidos. A la distancia veo al flautista: de pelo corto, vestida con un traje elegante y con una flauta que se ve costosa.
Antes de que pueda acercarme a ella, me tropiezo. Al pararme lo más rápido que puedo, las voces, ruidos de bocinas y luces de los letreros de locales extienden sus estímulos a mi pecho; palpitándolo sin cesar. ¡Estoy de vuelta! Troto hasta el lugar donde vi por última vez al flautista, sin embargo, no está; desapareció.
—¡Gracias por mostrarme el camino!
Tengo tantas cosas por realizar. Ayudar a mis compañeros… Pero quizás, primero debo pedir una devolución.
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