La canción del cielo nocturno - 10
He vuelto a casa, a mi casa. Ya debe cumplir sus setenta años desde que se construyó. Heredada desde mi abuelo. Y a mí me toca el palo corto porque la casa se cae a pedazos: tiene su pintura amarilla desgastada, las paredes de ladrillos tienen fisuras y el techo de asbesto le faltan tejas. Estaciono mi vieja bicicleta oxidada a un lado y entro al living. Dejo la chalupa en el suelo.
—Querido, llegaste ¿Cómo te fue…? ¿Por qué tienes esa cara de pena?, ¿qué paso? —Dijo Catalina, mi esposa.
—Nada…
—Cuando te pones así es porque pasa algo, sabes que puedes contar conmigo.
—Tengo una idea dando vueltas hace rato en la cabeza. Quiero emigrar a otro sector, es mejor ahora antes de que cierren los bordes con las ‘murallas’.
—¿Q-Qué dices?
—Sabes, estoy cansado, cansado de siempre estar de casa en casa arreglando cañerías. Es tiempo de algo mejor.
—No quiero recordarte que mi hermano lo intentó y que no lo volvimos a ver. Además, mira esto.
Se acerca al estante y me muestra unas hojas del colegio de Patricio.
—Mira los logros de tu hijo, es uno de los mejores de la clase, necesitamos seguir apoyándolo Daniel.
—Ve nuestra casa, qué futuro tendrá en un lugar así, ni siquiera podremos pagarle la universidad.
—Existen más caminos en la vida. Patricio es talentoso y de seguro encontrará algo en que pueda emprender.
—Sí, lo más seguro es que sea un plomero al igual que yo o barrendero como tu papá. Te recuerdo que tuve que vender la colección de libros de mi difunto padre para pagarle el funeral al tuyo. Siempre pienso en lo que es mejor para nosotros y lo doy todo para ustedes.
—Lo sé… Nos ayudamos mutuamente. Si crees que irnos a otro lugar es lo mejor, entonces, no me queda de otra más que apoyarte.
—No te preocupes, tengo un plan y un contacto.
Luego de un par de semanas y de vender nuestros objetos de más valor; conseguimos el dinero suficiente para emprender el viaje. Al llegar a una estación de trenes de la corporación, el ambiente frío de la noche me hiela las mejillas. Caminamos hasta un guardia, vestido con su uniforme gris.
—¡Alto ahí! —Dijo el guardia.
—¿Eres el coyote? —pregunté.
—¡Qué suerte! Justo necesitaba dinero.
Me dice su pago y se lo entrego, todavía nos queda suficiente para el trayecto.
—Bueno, el trato está hecho, pero antes de dejarlos pasar me gustaría estar un rato a solas con tu esposa.
Saco de mi bolsillo más dinero y se lo doy en su mano, apretándosela.
—¿Es esto suficiente?
—Por supuesto, captas rápido muchacho.
Le doy una señal a mi familia que está esperando un poco más atrás. En seguida de juntarnos, el guardia nos guía por la estación de trenes. Nos dirige hasta un tren plateado sin ruedas. Subimos al techo de este. El coyote nos dice que el viaje es de unas seis horas. Después de un rato, el tren acelera. Patricio duerme entre mis brazos. Lo sostengo con fuerza. La velocidad no es tan alta como esperaba, ahora solo nos queda aguantar. Perdiendo el sentido del tiempo transcurrido, miro a Catalina que está recostada a mi lado.
—¿Estás despierta? No te vayas a dormir… ¿Catalina?
Mi esposa cae de frente e intento agarrarla, sin embargo, estoy sosteniendo a Patricio y mantener el equilibrio en tan reducido espacio es difícil. Mi agarre no es suficiente y ella se desliza de mi mano. Catalina cae del vagón. Intento no llorar para no despertar a mi hijo. Lo aprieto con fuerza y me golpeo en la frente para mantenerme despierto.
El tren se detiene, arribamos en nuestro destino. De la nada un hombre se me acerca y me guía fuera de las instalaciones. Cansado, encuentro un hotel y me hospedo. Acuesto a Patricio, pero se despierta.
—Papá, ¿ya llegamos?, ¿dónde está mamá?
—Se nos adelantó, tiene que preparar unas cosas para cuando nos situemos.
Le acaricio la cabeza y lo arropo en las sabanas. Dormimos por un rato hasta que suena el despertador. Es hora de seguir. Encontramos al siguiente coyote, acostado en su barca. Le pregunto por el precio, pero no me alcanza. ¡Debería ser suficiente!… Aunque por el desliz de la otra vez perdí bastante. Derrotado, camino con mi hijo de la mano por la orilla del río. Vagamos por un buen rato. ¿Este es el desenlace de mi vida?
Le digo a Patricio que se aferre a mi cuello y que no se suelte. Me adentro poco a poco por las aguas del torrentoso río. Nado por un buen rato, sin embargo, las fuerzas me empiezan a fallar. Mis movimientos se vuelven torpes y cada vez avanzo más lento. Es el fin. A lo lejos veo una pequeña embarcación. ¡Un milagro! Solo un poco más. Retomo el ritmo y nado con velocidad. Antes de que me dé cuenta ya estoy debajo del bote. Un hombre vestido con un impermeable amarillo me da la mano para subir.
—No te preocupes, ya pasaste por lo peor —dijo el hombre—. Soy parte de una organización que rescata gente que intenta cruzar por esta parte del río.
—Gracias por salvarme a mí y a mi niño.
—¿Cuál niño?
Era demasiado tarde. ¡Cómo no me percaté! Se soltó… Al mirar la corriente del río no distingo nada, por culpa de mis saladas lágrimas.
Parte 2: La Entrevista
—Gracias por la entrevista, señor Daniel —Dijo el Periodista apagando la grabadora de voz.
Ya off the record quiero darle mis condolencias por la pérdida de su familia. Incluso después de leer su libro no me puedo imaginar por lo que debió sufrir. Y, por cierto, felicidades por los cien millones de copias vendidas.
—Gracias. Puedo decir que tanto como la vida arrebata, también otorga; ahora tengo unos lindos hijos.
—¿A qué se refiere? No sabía eso.
—Sí, tengo dos y se llaman Ferrari y Porsche.
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