La canción del cielo nocturno - 11
¡Maldición! Otra vez con las coordenadas erradas. ¿Qué ocurre en la base? No creo que la conexión a internet se haya ralentizado. Tendré que preguntarle a un peatón, aunque sea un poco fuera de protocolo; ya no me queda mucho tiempo. Le consulto a una señora de mirada amable dónde está el Museo Histórico Gabriel Gonzales Videla. Según sus indicaciones, tengo que caminar en línea recta, pasar por una plaza y de golpe encontrarme con el museo. Indicaciones claras y al grano, como me gustan.
Camino por la calle hasta el frontis del museo; me aseguro que no haya nadie a mi alrededor. La cerradura del museo está abierta tal cual lo indican las instrucciones. Al entrar me da la sensación de que no he estado en uno en años. Por un momento, pierdo la mirada en los objetos del salón, pero la familiaridad de mi querido silencio, me devuelve un poco a mis sentidos. Debo concentrarme en mi misión.
El artefacto debería de encontrarlo en el segundo piso. Me apresuro a subir por las escaleras, cuando subo por un escalón, se escucha un sonido rechinante. Al llegar a la habitación, la luz está prendida. Escucho que alguien sube por los escalones. Doy unos sigilosos pasos y me escondo en lo alto de un mueble; lo atacaré por sorpresa. Un tipo joven, esbelto y vestido con un traje negro; fumando un cigarro entra por la puerta. Puede que sea de la organización. Deben subestimarme al enviar solo a uno.
—¡Oye estúpido, sal de una vez para matarte!
Pendejo irrespetuoso, no caeré en sus provocaciones, fui de lo más cuidadoso en esconderme. Alzo un poco la mirada para ver en qué lugar está él ahora y lo que veo me da un escalofrío. Desde aquí veo mi claro error. Mis pisadas, en realidad, dejaron unas marcas bastante ruidosas en el maldito polvo del piso.
Una daga atraviesa el viento, impactando en mi hombro izquierdo. El golpe sorpresivo me desequilibra del gran estante donde estoy escondido; cayendo de espaldas contra el piso. A duras penas me pongo de pie. El joven camina despacio hacia mí. Sacando una cuchilla de su chaqueta, se detiene a medio camino.
—Viejo, nada personal, pero es tu hora de morir.
—Toda la razón, ya es la hora.
De pronto, las luces del salón se apagan; todo va de acuerdo al plan. Levanto mi pierna y doy una patada dónde creo que el joven debería de estar. Le pego en toda la cabeza y cae derrotado dando un pequeño suspiro de agonía.
—No sé si me escuchas, pero la próxima vez trata de no fumar. La luz del cigarro revela tu posición en lugares oscuros.
De mi abrigo saco una linterna caleidoscópica, capaz de disparar rayos de luz invisibles al ojo humano. Al iniciarlo, lo pongo boca arriba en el suelo. Desde una pequeña vitrina, se refleja un pequeño cristal. Rompo el ventanal de la vitrina y saco una escultura diaguita. Salgo deprisa por la entrada del museo; me está esperando un auto. Al menos mi escape sale bien.
En la base, me extraigo el cuchillo y me aplico los primeros auxilios. El arma no alcanzó nada importante, pero no podré moverme ágilmente o la herida se abrirá. Ya preparado, me dirijo a la sección científica. Le entrego la preciada escultura al profesor. La pone con cuidado en un receptáculo trasparente conectado a una súper computadora. Llego el momento. Camino hacia un gran cilindro metálico, compuesto por nanotubos y aleaciones que desconozco. Abro la cabina y entro a un espacio insolado. Ya no hay vuelta atrás.
—Por favor, ayuda a mi nieta —dijo el profesor por el intercomunicador.
—Salvaré, sin falta, a mi hija.
Un destello repentino inunda mi visión. Escucho el bullicio de una cuidad. Al abrir mis ojos me encuentro sentado en una banca, en medio de una rara plaza. Las instrucciones finales indican que, para regresar, necesito buscar otro cristal oculto en alguna obra diaguita. La medicina, que hace veinte años atrás no estaría lista a tiempo, debería tenerla el profesor de esta línea temporal. Solo queda cumplir la última parte de este trabajo. Me percato que estoy algo perdido. Para salir de dudas, tendré que usar la técnica fuera de protocolo.
—Disculpe, de casualidad sabe dónde queda un museo que debería de estar por aquí.
—Ese museo se quemó, y en su lugar construyeron un local de comida rápida —dijo la anciana.
Directa al grano, como no me gusta.
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