LA HIJA FAVORITA - 06
El pasado de la favorita…
Retrocediendo diez años atrás, Elizabeth se encuentra en los múltiples orfanatos del distrito de Brooklyn, quien a sus ocho años veía como los demás niños eran adoptados (donde ninguno de ellos duraba más de cinco meses en el orfanato), los encargados del orfanato nunca le asignaron una entrevista con alguno de los padres que llegaban al lugar casi a diario, simplemente la mantenían oculta y la razón por la que lo hacían, la preocupaba.
Nunca mantuvo una amistad estable, pues a lo mucho la sacaban de vez en cuando a dar una vuelta ya que siempre se encontraba encerrada en las recamaras donde dormían las monjas. Todo continuaba de esa manera hasta que un día, de la nada una de ellas le da la noticia a la niña que finalmente seria adoptada, no le dijeron quiénes serían sus nuevos padres, pero eso no le importaba pues finalmente Elizabeth tendría una familia.
Elizabeth, junto a varios niños más fueron sacados del orfanato “Ave María” para ser trasladados a otro lugar, la niña aun esperanzada de la palabra de aquellos hombres solo guardó silencio en aquella furgoneta. Cuando llegaron a su destino, los hombres bajaron a los niños y con rapidez los metieron en uno de los tantos edificios a las costas de Manhattan.
La niña fue separada de los demás niños que venían con ella, y tras ello, varias mujeres la bañaron, le cambiaron de ropa y le dieron algo de comer. Después, otros sujetos se la llevaron, pero esta vez, le cubrían la cabeza y la ataron de manos.
Con miedo, ella trataba de liberarse, pero no podía, ellos eran demasiado fuertes para la niña. Varias horas transcurrieron, hasta que finalmente llegó el turno de Elizabeth, sin delicadeza la empujaban y una vez dentro de una habitación en forma circular, solo una brillante luz la exhibía, ante varios hombres, que no paraban de mirarla.
Elizabeth no entendía nada lo que estaba sucediendo, y con vergüenza, veía como esos hombres apostaban miles de dólares, aquellos que se reflejaban en la parte superior de las cabinas en las cuales se encontraban sentados. Los números no dejaban de subir, hasta que, en una de las cabinas, llegó el precio limite al que todos estaban dispuestos a pagar.
900.000 dólares americanos, fue lo que costaba la niña, y el hombre que se encontraba alado de Elizabeth, con entusiasmo, solo dijo: — ¡Vendida, a la cabina cinco!
La niña, entre llanto y berrinches, les suplicaba que no la llevaran de nuevo, y aquel hombre encargado de eso, solo supo manifestarle a la niña que tiene que ser muy buena con su nuevo amo.
— ¿Amo? —se lo preguntaba, pero no recibió mas respuesta hasta que nuevamente la encapucharon, aunque, ahora ya estaba en manos de Anthony Vexlam.
Elizabeth se preparaba para lo peor, ya que, a la par con su inocencia, esta se desvaneció abriendo camino al monstruo que Anthony estaba por forjar. Los días que ella pasó con el siempre fueron grises, donde aprendió como son las cosas en realidad, observando lo podrido que se encontraba el mundo.
Anthony acostumbraba a comprar varios “juguetes” para su colección, la cual daba por hecho que ella no era la única en ese juego; por lo general los niños no duraban mas de seis meses en manos de los Vexlam, donde este, los cambiaba enseguida, desechando a los viejos por los nuevos.
Y Elizabeth solo fue un número más…
Cuando llegó, lo primero fue un baño junto a un cambio de ropa, luego un corte de cabello, tan corto como les fuese posible, algo que hizo llorar a la pequeña, y no solo ha ella, cuando la llevaron a los privados podía escuchar más llantos, desesperanza, lamentos.
—¿Qué es lo que pasa? ¿A dónde me llevan? — lo pregunta Elizabeth, sin recibir respuesta alguna, por ello, comienza a retroceder y mientras la obligaban a seguir comienza por patearles, tratando de escapar. Hasta que una de las mujeres cansada por ese comportamiento, golpea a la niña al darle una cachetada en el rostro.
— ¿A dónde? ¿Me… llevan? — con fuerza las mujeres encierran a la niña en un cuarto blanco, tirándola hacia dentro cerrando de un fuerte golpe la puerta, ella trata de abrirlo, pero se le es imposible.
Del cansancio, la niña duerme, y como si su descanso fuera un abrir y cerrar de ojos, la vuelven a sacar. Esta vez, Elizabeth no pone resistencia, está muy cansada para hacer eso.
— Tengo hambre… — al decirlo, las señoras quienes visten de blanco, solo la siguen ignorando, y aceleran el paso.
Mientras suben, el estilo de los pasillos cambia, a uno más elegante y adinerado. —Es como… el museo al que fui una vez— La niña observa y sin percatarse tropieza con una de las mujeres que la escoltan, al pedirle disculpas, esta solo toca una gran puerta que esta delante de ellas.
Toc… toc… suena el pequeño golpe de la mujer. — Mi señor, por favor — lo dice esperando una respuesta del otro lado. Un señor con traje abre la puerta y les da accedo a que entren, tras hacerlo, Elizabeth mira como un hombre se encuentra sentado en una gran mesa con comida en la superficie.
La niña no puede disimular el hambre que tiene, sus ojitos brillan por la comida que se encuentra delante de ella, la cual evita que entienda en el peligro en el que se encuentra.
El hombre, voltea a mirarla y con ello le pregunta si quiere comer algo, ella asiente con un poco de vergüenza, pero sin darse cuenta se acerca demasiado hacia aquel hombre y mientras come un pequeño postre, el hombre toma la cara de la niña con sus manos, acercándolo lentamente hacia su rostro. Donde mira detenidamente al nuevo juguete que adquirió, el cual completa nuevamente su colección.
En las mañanas de los lunes, varios niños hacen fila, tomando distancia alzando sus brazos y entre esos niños esta Elizabeth, quien demuestra una carita de cansancio, junto a varios golpes en sus extremidades superiores.
Una vez que el doctor llega junto a varias enfermeras y enfermeros, distribuyen a los niños para sus análisis médicos que se los realiza una vez por semana, Elizabeth mira a su alrededor, realmente son muchos niños, hasta que finalmente es su turno.
El doctor la recuesta, en una camilla para examinarla, ve los golpes externos y tras preguntarle lo que le pasó, la niña le responde que fue Anthony. El doctor mira con detenimiento los ojos de la niña, le llama la atención el color de sus pupilas, un detalle único.
Con ello, y el pasar de los días, Elizabeth era llamada hacia Anthony constantemente. Y con a los maltratos y los golpes en los que era expuesta, comienza a pasar factura para la niña.
En uno de los varios accidentes que sufría la niña, el doctor es llamado de emergencia para que trate a la niña.
— Doctor, tuvo una contusión severa —lo dice la enfermera que se encuentra de guardia esa noche.
— ¿Acaso se cayó? —pregunta el doctor y mientras se preparaba, la enfermera con algo de torpeza le dirige a la habitación donde se encuentra Elizabeth.
— Mmm… Doctor, tengo que decirle algo.
— ¿Qué sucede?
— Lo que pasa es que revisé a la niña y es un golpe muy serio—lo manifiesta la doctora con su tono de voz baja— Y no solo eso… Ella tiene signos de haber sido… ah…
El doctor la mira y le pregunta el nombre a la enfermera y ella con prisa le dice, Ana.
—Bien Ana, ¿es nueva verdad? —lo pregunta el doctor y ella simplemente se limita a asentar con su cabeza— Le daré un consejo, limítese hacer su trabajo… No pregunte, no intuya, no piense en nada mas que cumplir con sus actividades… Lo digo por su bien, ¿sí?
— Si doctor…
El doctor finalmente llega con la niña y mientras se sienta alado de ella, no hay mas que silencio a su alrededor, prende una luz y revisa detenidamente la cabeza de la niña, en definitiva, ella ha sido golpeada.
— Máteme —lo dice Elizabeth mientras mira fijamente al doctor.
— De que hablas, te golpeaste la cabeza y …
— Máteme —lo vuelve a decir, pero esta vez derrama varias lágrimas que fluyen deliberadamente por su pequeño rostro.
—No puedo hacer eso, mi trabajo es mantenerte con vida. Por eso es por lo que estoy aquí.
— Solo deme una dosis alta de alguna de las drogas que siempre nos da para dormir, solo déjeme morir.
— Escucha, se que no es fácil para ti, pero es necesario que dejes de pensar de esa forma, te curare y cuando estés sana volverás a jugar y hacer las cosas que haces.
— Usted sabe lo que él me hace ¿verdad? Me duele mucho cada vez que lo hace, siempre termino pensando que me terminara rompiendo en dos.
— …
— Ya no puedo más doc…
El doctor solo mira a la niña con tristeza mientras cose la herida que se encuentra en la cabeza de Elizabeth.
Esa misma noche, el doctor tiene una pequeña charla con Anthony y mientras le informa sobre el estado de la niña, su duda gana la partida, provocando que finalmente pregunte directamente lo que ocurrió con Elizabeth.
— Ella se lanzó del balcón doctor.
— Pero Anthony eso es como 7 metros.
— Lo sé, ¿no te parece sorprendente? Jajaja… Yo ya le di por muerta.
El doctor no puede creer la tranquilidad de sus palabras, como si fuese un juego para él.
— Anthony, la niña se encuentra estable pero delicada, no solo tiene el golpe de la cabeza, sino que un brazo fracturado.
— Así que el brazo también.
— ¡Si, la caída fue severa! Necesito que descanse hasta que se recupere por completo. Así que, por favor, limítate a ya no jugar con ella.
Anthony sonríe tras escuchar al doctor y mientras fuma uno de sus puros, se acerca hacia la entrada de la habitación.
— Ja, está bien doc. Igual tengo muchos más para entretenerme.
El doctor queda atónito y su pensar completamente en blanco.
Tras varias semanas de lenta recuperación, finalmente, Elizabeth puede salir nuevamente y con ello Lesly, una de sus maestras encargadas en la educación de los niños de Anthony, la espera en la sala de danza para seguir con las prácticas de ballet.
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