Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 138
Un par de horas después en el hotel vigilado por cercad de 500 personas entre cazadores, militares, policías y guardias suizos:
Lorkamos: “¿Entonces lo haremos?”
Kargroot: “¿Tenemos de otra? Nos tienen rodeados”
Cromana: “¿Arakneida?”
Arakneida: “Todo lo que nos dijo Martín ya da por hecho que no les importa la seguridad del lugar sino retenernos aquí”
Kargroot y Cromana intercambian miradas y la vampiresa se deja caer en la cama y exclama resignada:
Cromana: “Quien diría que estamos en otra batalla”
Lorkamos: “Bienvenida a nuestro mundo”
Kargroot: “¿Lo haremos atacando a todos los cazadores y guardias en nuestro camino?”
Arakneida: “Prefiero evitar la menor cantidad de víctimas posible” —exclama mientras se cruza de brazos y luego guarda un silencio donde intenta pensar que hacer.
Lorkamos da un vistazo por la ventana y que, al verlo, varios guardias le apuntan con hacia el rostro. El joven monstruo cierra la ventana y mira sus compañeros a quienes le niega con la cabeza.
Cromana propone asesinarlos a todos desde dentro, gracias a su magia de sangre puede ser mortal como crear púas que sobresalgan de sus cuerpos, pero, Lorkamos Araknieda y Kargroot lanzan un “No” al unísono que deja atónita a la vampiresa.
Tras varias propuestas extremas que involucraban asesinatos, desmembramientos y toda clase de medidas surgidas por la intensa furia debido a que están siendo tratados de manera cruel y no saben nada sobre sus camaradas, Arakneida concluye que lo mejor es escapar sin confrontar a nadie. La propuesta final es ir a lo seguro con tal de no provocar alguna guerra o bajas innecesarias. Entonces, Arakneida invoca a una pequeña araña que se asoma desde el hombro, intercambia unas palabras en un idioma extraño a los oídos humanos y desaparece en el suelo para reunirse con las legiones arácnidas.
Lorkamos, por su parte, saca un pedazo de hielo seco del bolso en su espalda y se comunica con los elfos y trolls de hielo en la mazmorra que pudo crear para sus muchachos cuando ascendió de rango a uno inferior al de los emperadores más fuertes y candidatos.
Todos los preparativos están en proceso y tanto Cromana como Kargroot no quieren quedarse atrás para lo que sería una batalla sin cuartel. Dado todo lo sospechoso que está ocurriendo, se apresura una tormenta que nunca imaginaron ya se encontraba antes de su llegada a Italia. De los ojos de Cromana cae sangre y se queda mirando hacia donde están los francotiradores apuntando a ellos:
Kargroot: “¿Cromana?”
Cromana: “Quiero probar algo, una nueva habilidad que adquirí en las últimas semanas”
Mientras, los cazadores y guardias humanos que vigilan el hotel desde los techos de casas y otros edificios y las calles aledañas esperan órdenes para realizar un ataque preventivo para medir la fuerza del que para ellos es el enemigo. El comandante de los francotiradores con armas cuya munición es de maná observa movimientos extraños en la habitación pequeña donde están los cuatro monstruos, le pide prestado los binoculares a uno de sus subordinados para observar mejor que ocurre.
Las cortinas están cerradas y apenas vislumbra movimientos fugaces. Esto es suficiente como para tomarlo como intento de escape o cosas sospechosas, nadie los podría culpar porque ahí se encuentran entidades que podrían arrasar con la ciudad sin problemas y aunque estuvieran con el gremio argentino, siguen siendo criaturas hostiles para la raza humana. Todo depende de la perspectiva elegida, porque en aquella habitación se encuentran, quizás, los aliados más confiables de la humanidad.
Entonces, el comandante llama a todos los francotiradores que se encuentran descansando y les ordena que vuelvan a sus puestos sin excepción:
Antonio: “¡Vayan, rápido! ¡no quiero que quede nadie sin apuntar a esa ventana!”
Paolo: “¿Señor, que está ocurriendo? ¿Por qué nos pide que apuntemos todas nuestras armas a ese sitio?” —pregunta un oficial de bajo rango que apenas había terminado su cena y mira como el sol se está ocultando
Antonio: “Los enemigos que están en esa habitación van a dar su primer movimiento y no quiero siquiera que les permitamos eso ¿está claro?”
Luiggi: “Comandante ¿ya recibimos la orden del papa?” —pregunta el subcomandante
Antonio: “No, pero tenemos que estar listos por si acaso”
Luiggi: “Si esto sale mal podría acabar…”
Antonio: “Si, eso seguro, pero estamos al límite”
La inseguridad de los guardias y cazadores crece, así como la impaciencia. Antonio tose, absorbido por su larga enfermedad que desde muy joven lo acoge, pero su decisión de continuar apoyando a sus muchachos es más fuerte de lo que podría imaginarse uno.
Paolo apoya su arma cargada con balas de maná, pero sus manos tiemblan al igual que la mira. Antonio se da cuenta de ello y no es el único que está bajo los efectos del temor y agotamiento. Mas bien, toda la fila que apunta a la ventana está bajo un extraño estado de miedo que luego se traduce a una torpeza a la hora de usar el arma que, irónicamente, saben usar y para la que han entrenado por un largo tiempo dentro de las fuerzas de élite.
Antonio mira a su subalterno de mayor confianza y pregunta:
Antonio: “Luiggi ¿notas algo extraño en ellos?”
Luiggi: “¿Señor?”
Antonio: “Sostiene profesionalmente sus armas y están entrenados para el uso de estas. Sin embargo, los veo dudosos y tiemblan”
Luiggi: “Ahora que los veo es cierto. ¡¿Qué está sucediendo con ustedes?! ¡¿acaso no ven que hay que ser profesionales y en cambio parecen reclutas que acaban de llegar?!”
Paolo: “S-Señor…”
Antonio: “¿huh?”
Paolo: “P-Por alguna razón…tengo mucho miedo. De solo ver ese edificio, mi corazón se encoje y…quiero irme a mi casa…por favor…háganos regresar a nuestros hogares…podríamos morir aquí” —ruega con lágrimas en los ojos
Luiggi mira al suelo del techo y ve que Paolo se está orinando encima, algo realmente inusual para un entrenado para batallas de este estilo, dispuesto para dar la vida por el papa y la santa iglesia católica.
Los miembros de la guardia suiza que vigilan con sus armas, están petrificados de terror con solo asomar el ojo por la mira telescópica de los rifles. Luiggi aparta a Paolo y asoma su ojo para ver que sucede y en el instante que observa la ventana, una fuerte presión agresiva como si algo estuviera mirándolo casi como una criatura de terror cósmico estuviera posando la mirada desde arriba y ante la inconmensurabilidad no puede mover su cuerpo, solo siente como la sangre se le vuelve fría. Sus manos tiemblan sin control propio, su mente se pone blanca y todo lo anteriormente conocido que era el miedo y la definición de lo que es malvado ahora sufre una modificación.
Claro está que los guardias no son cazadores por lo que estos últimos poseen una resistencia mayor a tales cosas. Inmediatamente Antonio saca a Luiggi y a gritos ordena que abandonen sus puestos porque el enemigo está iniciando un ataque. Sus años de servicio le han ayudado a darse cuenta de cosas en el instante que ocurren. Lo cierto es que se siente impotente por no poseer magia como los cazadores, sino seria cuestión de tiempo. No necesitarían esperar a que el papa ordene un ataque o depender de los cazadores.
Antonio escucha el aparato por el que se comunicaría el papa con ellos. Lo toma y mira el símbolo del pescador, presiona el botón debajo de la pequeña pantalla. Cuando presiona dicho botón asoma su oído y escucha la voz de Theodosius decir:
Theodosius: “Daremos inicio a la operación ‘La Ultima Cena’. Los cazadores ya fueron informados al igual que los miembros del ejército y la policía”
Antonio: “Entendido su santidad”
Theodosius: “Que la paz sea contigo”
Antonio: “Amén”
***PARTE II***
Al mismo tiempo en la prisión de la jefatura de policía, los más jóvenes esperan a que alguien los vaya a sacar de allí o al menos que se solucione el malentendido.
Frente a la celda están varios policías y cazadores, comiendo frituras y bebiendo gaseosas con la mayor despreocupación. Pasaron un par de horas desde que fueron detenidos y ni ofrecieron para comer ni beber, tampoco leyeron sus derechos o llamaron a algún abogado. Lucas, quien posee ciertos conocimientos jurídicos debido a que estudió en Suiza y luego Francia, insiste con que es un error y deben ser liberados, pero sus palabras no son escuchadas y hasta se burlan de él.
Uno de los policías lanza una frase desafortunada para el joven, “espera sentado marica”, demostrando que aún ese pensamiento arcaico persiste en las naciones que deberían ser pioneras en el mundo donde la magia es la fuente de riqueza, poder y paz, en cambio existe para imponer la voluntad. Claro está que el Vaticano sabe que enfrentar a Martín y su gente es imposible por lo que se escudan en los tratados internacionales y a pesar de que las detenciones y vigilancias van contra ese pacto, les da igual con tal de mantenerlos separados.
Daniel ve como los barrotes se congelan por el contacto de las manos de Lucas y la impotencia y enojo que produce en él esos dichos tan horribles acerca de su sexualidad. Entonces, el brasilero lo toma de la parte trasera de su chaqueta y regresa hasta él para que se asiente y calme un poco.
Octavio y Claustro se mantienen cerca de Macarena para que no pierda la calma y se sienta contenida.
Desafortunadamente hay un cazador que ya posó sus ojos en ella y le habla e intenta tocarle la mano o la pierna. Octavio se abalanza contra los barrotes y advierte que deje esas actitudes poco cordiales, pero no sirve de nada ante alguien que se siente poderoso frente a aquellos que están en las rejas. Lo que parece extraño es que, siendo una micronación con sus propios estatus, leyes, constitución y forma de vivir basado en la religión católica, sus habitantes sean tan bastardos.
Daniel se cansa de ver como son hostigados así que se pone de pie y mira al cazador pervertido que acosa a Macarena y lo empuja con su magia de gravedad contra el suelo ante la vista de todos. Los policías apuntan con sus armas y los cazadores desenvainan sus armas mientras llaman la atención del cazador ex rango mundial:
Daniel: “Desde hace varias horas ella es acosada. Quiero que dejen de hacerlo ¿está claro?” —exige enojado
Leonardo: “Detengan sus armas. Podría terminar en un enfrentamiento” —ordena el cazador a cargo— “ya no será molestada. Ahora…por favor…”—señala al pobre cazador que está en el cráter que deja la magia de gravedad sobre el suelo
Daniel: “La próxima vez lo enviaré 500 metros debajo de la tierra”
Daniel levanta el poder de gravedad y Leonardo ordena que se lleven a rastras al inconsciente cazador. Leonardo se queda mirando fijamente a Daniel y luego regresa con los demás, no sin antes advertirles:
Leonardo: “Una pequeña victoria…es solo una y la última…”
Lucas: “¿Huh? ¿Qué se supone significa eso?”
Daniel: “No lo sé”
Macarena: “Es extraño como se han estado comportando todos desde que llegamos aquí”
Octavio: “No quiero pensarlo, pero ¿y si todo esto es una trampa? Es decir…Arakneida y los demás están en un hotel sin poder salir, nosotros aquí. Nada de esto tiene sentido”
Macarena: “Lorkamos…”—murmura con nostalgia y es que extraña mucho a su gran amigo
Claustro: “Si no fuera porque estamos aquí…no deberíamos estar aquí… ¡maldita sea!”
Lucas: “Octavio, eres el más inteligente de aquí ¿tienes algún plan?”
Octavio: “Puede que haya algo que podamos hacer para salir de aquí, pero…temo porque acabe mal para las relaciones con el vaticano”
Daniel: “¿Te refieres a escapar?”
Octavio: “Si y no será silenciosamente. Ustedes decidan que hacer”
Lucas: “No hay de otra”
Octavio: “Bien, entonces tápense los oídos y apártense”
Octavio dice eso, pero ya había decidido que hacer, solo que necesita de la aprobación de quien para él es indudable el líder del pequeño grupo, aunque cuenten con la presencia de Daniel, alguien más poderoso pero que en cierta forma no busca ser un líder.
Lucas mueve a los demás lo más lejos posible de las rejas frontales lo mismo para Macarena quien retrocede. Los que están presos, al ver esto, imitan el accionar de los cazadores argentinos y Lucas los incentiva hacerlo pero que guarden silencio.
Entonces, Octavio pone sus manos en el suelo y al instante sucede un breve terremoto que amenaza con la estructura de la jefatura de policía. El cazador, Leonardo, se voltea y se percata de que el culpable es el joven argentino, entonces alarma a los guardias y demás cazadores para que actúen con extrema violencia porque el lugar está por colapsar.
Octavio alza la mira hasta los italianos y con una sonrisa exclama:
Octavio: “Magia de Tierra…”
Leonardo: “Figlio di puttana” —deja escapar en su idioma natal
Octavio: “Fosa de escape”
Debajo de sus pies se abre un cráter y estos escapan a través de un túnel creado por Octavio.
Durante casi 10 minutos se deslizan por el subsuelo sin saber a donde podrían acabar:
Lucas: “¡Octavio, maldita sea, hubieras avisado que clase de técnica ibas a usar!”
Octavio: “¡Era la única manera de salir de ahí sin iniciar una pelea con ellos!”
Claustro: “¡¿Ahora a dónde vamos?!”
Octavio: “¡Supongo que es ir rápido con Martín e informarle!”
Macarena: “¡Pero…no sabemos a dónde estamos yendo!”
Octavio: “¡Si, no lo había pensado!”
Daniel: “¡Es raro en ti, eres el más inteligente de nosotros!”
En la jefatura, Leonardo golpea las rejas frontales de la celda y maldice a los prisioneros que acaban de escapar. El oficial a cargo de los demás policías llama cada puesto en los alrededores para que vigilen y busquen a los argentinos, pero ante la incertidumbre de no saber dónde podrían estar en ese momento, Leonardo presiona al botón para cancelar la llamada:
Augusto: “¿Señor Leonardo?”
Leonardo: “Es en vano. Podrían estar en Roma, en Lazio o cualquier otro sitio de los alrededores”
Augusto: “Entonces ¿vamos a dejarlos escapar?”
Leonardo: “¡Ja!” —sonríe— “Nada de eso, pero usaremos otro enfoque” —saca de su bolsillo uno de los cristales para comunicación y habla con Victoria, maestra del gremio italiano a quien le comunica lo que acaba de ocurrir
Victoria: “Te enviaré a varios cazadores para que patrullen la zona”
Leonardo: “Muchas gracias jefa”
Victoria: “Leonardo”
Leonardo: “¿Sí?”
Victoria: “Procura capturarlos, no los dañes”
Leonardo: “Siempre tan noble la jefa. Está bien”
Leonardo sale del edificio junto con sus cazadores para fumar un poco. El hombre de unos cuarenta largos años se siente cansado de tanta actividad y sin duda que la experiencia de ello ha mermado en la paciencia que le quedaba. Pero siente que no tiene más tiempo que perder en lo que respecta a la protección de su querida nación. No podría soportar que algo pasase en Roma. No por algo siente poco respeto por Victoria, a quien ve como débil y con falta de fe a diferencia de Marchello, un devoto sin igual por el que lucharía sin basilar.
Después de varias pitadas al cigarro, lo arroja a las aguas que pasan por las cloacas y ordena a sus subalternos cazadores que lo sigan porque la cacería recién empieza y no pretende dejar a nadie vivo de esos invirtuosos blasfemos.
***PARTE III***
Julio y María esperan en los calabozos del Vaticano, allí muy cerca de la zona de las catacumbas. Apenas tres guardias y cinco cazadores cuidan la celda, quienes ignoran el rango real de Julio y lo devastadora que puede llegar a ser su esposa.
El sitio, oscuro y lleno de humedad y olor a encierro, ofrece un nivel de escape relativamente sencillo si se es un rango alto. Los cazadores se encuentran entre rango D y B por lo que la sensación de seguridad es alta.
Julio busca disimuladamente alguna grieta entre las paredes del sector derecho y también en el suelo y los bancos mientras que María aprovecha los momentos de ruido y las rondas de patrullaje para buscar un lugar con tierra y así poder tener una base para su magia de planta. Es necesario al menos un lugar con tierra para manifestar su poder, no surge tal organismo ni biología de la nada, se necesita de un catalizador a diferencia de los elementales como el fuego, donde no hace falta nada, simplemente el maná en llamas en caso de Julio.
En ciertos momentos, la celda le recuerda a Julio sus momentos en la prisión cuando fue inculpado por el crimen que Fabio provocó, el trauma persiste, aunque ahora la situación sea otra.
María lo toma de la mano para darle fuerzas mientras le susurra que ahora ella está con él y que no permitirá que estén mucho tiempo más en ese sitio tan desolador. Ella es la suficiente fuerza para darle la calma necesaria a su corazón tan agitado.
Como dice el dicho popular, detrás de un gran hombre hay una gran mujer que lo apoya y evita que caiga al abismo de la desesperación.
Después de intentar buscar alguna posibilidad de tener ventaja en el terreno, María se sienta sobre el banco de piedra para poder descansar. Mientras que Julio sigue tocando con sus manos desnudas las húmedas rocas y el moho que se forma en las construcciones. Entonces, los guardias y cazadores se marchan para el cambio de turno que sucede cada hora:
María: “Cielo”
Julio: “Si, van hacer de nuevo el cambio de turno”
María: “¿10 minutos?”
Julio: “Yo diría que 5 pero es el suficiente tiempo como para poder salir de aquí sin problemas”
María: “¿Encontraste algo?”
Julio: “No quería sonar tan evidente así que disimulé mientras recalentaba las rocas” —la palma de su mano se encuentra agarrada de la roca y mantiene elevada la temperatura para poder crear un efecto de deterioro y en contraposición a la humedad puede incluso resultar en una explosión de escombros. En la lógica es más complejo, pero tratándose de una habilidad mágica ahí es cuando las reglas cambian para lo natural.
María: “Por lo visto no hay tierra, solo roca”
Julio: “¿Probaste el moho?”
María: “El moho… ¡claro! No lo había pensado. Sigue siendo vegetación” —concentra su energía mágica sobre el moho y de este pedazo de vegetación sale una pequeña flor con pétalos rojos y el centro negro. Puede parecer inofensiva, pero es una de las más peligrosas en el arsenal de la mujer.
Después de casi quince minutos recalentando la pared de piedra, Julio se detiene a descansar treinta segundos. El tiempo apremia y no hay que perder. Del pasillo que conecta con los calabozos se escuchan varios pasos que superan con creces a los que se encontraban vigilándolos:
María: “¿Los escuchas?”
Julio: “Si, es tiempo de irnos”
Cuando el grupo de guardias y cazadores llegan a la celda, se encuentran con una parte de la pared destrozada y debajo de ellos hay una extraña planta que no debería de crecer allí. Uno de ellos advierte que no toquen ni se acerquen a esa flora rara y el más joven hace caso omiso y su inexperiencia lo hace acercar el rostro donde recibe de lleno el gas venenoso. Acto seguido explota, expulsando todo ese gas hacia los rincones posibles.
Julio y María aprovechan para escapar mientras cubren sus narices con el tapado que regularmente usa el sofisticado hombre.
No buscan el camino que los lleve a la superficie, sino alguna escalera que los haga ir hasta las catacumbas.
A medida que avanzan se multiplican las antorchas que delimitan el camino y también la tecnología que sospechosamente se muestra con cables en los rincones más altos y extraños destellos eléctricos de los cristales de maná que proveen de energía casi ilimitada.
De repente, algo surge, una extraña sensación que proviene de las catacumbas como si alguien estuviera sufriendo más de la cuenta y no es humano. Mientras siguen caminando, esa sensación se traduce a gritos de agonía y duras palabras de una voz femenina. Si hay algo que no tolera Julio es escuchar a una mujer siendo torturada, María siempre acompañó esa actitud de su esposo ya que lo considera como un hombre con valores y moral muy alta:
María: “¿Qué crees que sea?”
Julio: “No lo sé, pero estamos en el lugar correcto”
Se ocultan detrás de una pared que da a un enorme sector con columnas y una estatua de Jesús crucificado hecho con piedra. Julio asoma su cabeza y ve un pabellón con varias personas que parecen ser cazadores y científicos de la iglesia.
El fénix, apodo con el que se lo conoce al cazador argentino, retrocede y mira a su esposa a los ojos con cierta expresión de incertidumbre:
María: “¿Amor? ¿Qué fue lo que viste?”
Julio: “No se puede ver nada porque hay un pabellón armado, pero…hay gritos y siento como el maná de esa persona va mermándose a pesar de ser masivo casi como el de Arakneida o Kargroot”
María: “¿Es un monstruo? ¿Cómo es eso posible?”
Julio: “Tampoco lo entiendo, pero tenemos que ir con Martín y explicarle todo. Siempre fue una trampa, desde el momento que recibimos esa invitación”
La conversación entre ellos es interrumpida por los pasos de alguien con bastón y las condescendientes palabras de alguien que pretende ser sabio y contundente a la vez:
Theodosius: “Es desafortunado que nuestros esfuerzos por ofrecerles nuestra hospitalidad sean malinterpretados de esa forma”
Julio: “Theodosius”
Theodosius: “Preferiría que me llamen su santidad, pero se los perdonaré por ser una nación joven y que necesita ser…corregida”
María: “¿Qué es lo que están haciendo aquí? ¿están experimentando con monstruos? Ustedes dicen estar en contra de los monstruos, pero parece que…”
Theodosius: “No, no, no, me malinterpretas pequeña. Lo que hacemos aquí es buscar hacer buen uso de las habilidades que dios nos ha dado y vemos que los monstruos son energía pura que nos hará más fuertes. Esa es la verdadera razón de todo. El poder y la fe son grandes joyas que necesitamos pulir a base de aquello que odiamos”
Julio: “Si, es toda una revelación que una institución como la iglesia se contradiga” —exclama irónicamente
Theodosius: “Me temo que es tan solo una mirada muy limitada la que tienen. Pero eso se acaba aquí y ahora…no volverán a ver la luz del sol…nunca más…”—amenaza mientras una estela de luz sale de sus dos ojos y manifiesta una lanza con hoja plateada
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