Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 159
Bautista lleva muchos años acostumbrado a lidiar con la muerte a pesar de ser un rango B de lo más capacitado con su magia de sonido y experiencia en la supervivencia, pero nada de eso importa cuando se encuentran los “destructivos cinco”, un grupo de monstruos que se encuentran en el límite del rango S casi SS.
Son tan peligrosos y poderosos que su única especialidad es darles muerte a los cazadores. Si se encuentran con alguno que llegue a superarlos entonces la orden es la de inmovilizarlo y llevarlo con Dramonzuk para interrogarlo y posteriormente servirlo de comida para los destructivos. Por esa razón es que la población de cazadores rango S+ y algunos de los SS+ bajo drásticamente. Estos últimos apenas quedan cuatro entre los que figura William, Lee Bao, Musume y Daniel. Aunque estos, al final, fueron vencidos por Dramonzuk y cada uno se encuentra perdido en quien sabe dónde.
Así que desde la cima de uno de los edificios destrozados se encuentra una bestia capaz de lidiar con un poderoso rango SS+. Su aura, expulsada a través de su incontenible poder mágico, es muy agresivo y extenso que lleva a Bautista a temer por su vida.
Inmediatamente se dirige a la puerta de salida mientras que los small wyverns se acercan por todas direcciones y rincones para entrar a la habitación. Muchas están frente a la ventana, pero como son criaturas ciegas, se mueven atraídas por energía mágica, la sangre y el miedo. Como si lo olieran.
El cazador gira la perilla y abre ligeramente la puerta para salir. Una vez en el pasillo observa a su alrededor, buscando alguna manera de salir sin ser detectado, aunque las pequeñas alimañas son la menor de sus preocupaciones:
—De entre todos los lugares justo tiene que aparecer este maldito desgraciado. Tengo que salir como sea. —ve al otro lado del pasillo una puerta abierta que antes no lo estaba. Al mismo tiempo escucha la ventana del departamento donde se había refugiado antes explotar en pedazo y el sonido de aleteos acercándose a la puerta. No se lo piensa más veces así que corre desesperado hacia el departamento de enfrente. Una vez dentro cierra la puerta y guarda silencio sentado y apoyado contra ella.
Las criaturas rompen la puerta e invaden todo el sitio inundando los pasillos y cada centímetro de escombros se ve sacudido por el enjambre. El peor panorama posible surge cuando mira a un costado y nota a dos pequeños niños abrazados a una chica, posiblemente de la misma edad que Luciana. Los tres están lastimados y sus ropajes rotos.
Bautista les hace un gesto para que no hagan ruido al colocar su dedo índice en la boca. Los tres asientan con la cabeza y se sientan a un lado sin apartarle la vista al cazador. Él responde con una sonrisa amable.
Su instinto de cazador y persona que vela por la seguridad de los más débiles lo impulsa a arrastrarse hacia ellos con la mejor cualidad que lo distingue, el silencio en sus movimientos:
—Hola. —susurra una vez está frente a ellos. —¿Cómo se llaman? —les pregunta a los dos niños que no tiene más de ocho años cada uno. La chica, por su parte, se siente aliviada por encontrarse a otra persona, aunque también el temor de que no sea alguien bueno está latente.
—Me llamo Juan. —responde con la voz baja uno de los niños.
—Yo soy Thiago. —le sigue el otro.
—Qué bueno. Oigan, Juan, Thiago, vamos a salir de esta ¿de acuerdo? —les dice Bautista con el fin de calmarlos. Los niños asientan. Luego dirige su atención hacia la joven. —Tu ¿Cómo te llamas?
—Carla, señor. —responde con voz temblorosa.
—Tranquila, los mantendré a salvo ¿sí?
—Si, muchas gracias.
—Dime, Carla, ¿de dónde vienen?
—Venimos de un refugio no muy lejos de aquí.
—¿Sí? ¿Qué refugio?
Justo antes de que la chica responda, se oye un rugido monstruoso seguido por una presión tan abrumadora que los niños rompen en llanto mientras cubren sus oídos. Bautista le pide que le tape la boca a Juan mientras que él lo hace con Thiago:
—Perdón niños, pero si no lo hacemos acabarán por escucharnos. —les dice a ambos niños mirándolos a los ojos. Se dice que al hacer eso, el cerebro entra en un estado de calma por más que haya una grave crisis.
El rugido causa estragos en toda la zona. Los vidrios se rompen en todo el edificio, incluyendo donde ahora se refugian ellos.
El sonido se detiene. Esperan unos minutos a que se disipe el peligro. Hay peligro afuera y también dentro con las asquerosas criaturas patrullando los pasillos del edificio. Una vez se retiran del lugar, regresando por donde vinieron como ventanas rotas, orificios y cualquier clase de entrada, Bautista mira por la cerradura encontrándose con los pasillos vacíos.
Larga un suspiro y luego ve a los dos pequeños asustados y a Carla nerviosa:
—Descuiden, los llevaré a un sitio seguro. —exclama sonriente. —Por cierto. —mira a Carla. —Hace unos momentos dijiste que vienen de un refugio ¿en qué zona está?
—El refugio…
En ese momento Carla, que había reprimido ciertos detalles del refugio en el que provienen, sufre un colapso mental cuando esos recuerdos golpean violentamente al punto de hacerla gritar. Se toca la cabeza y sus gritos atraen la atención de los small wyverns.
Bautista vuelve a mirar por la cerradura y ve como entran las alimañas guiadas por el sonido:
—No, no, espera por favor, deja de gritar. —le pide sin saber que hacer.
—S-Señor ¿Qué le pasa a nuestra hermana? —pregunta Juana.
—D-Descuiden…haaa…—se toma la cabeza y en un instante la duerme con un ligero toque en la nuca. Un golpe tan inofensivo como letal si no es dado adecuadamente. Por suerte, provoca que Carla se desmaye.
—¡S-Señor! ¡¿Por qué le hizo eso a nuestra hermana?! —grita Thiago entrando en pánico.
—Tranquilos, es para que no se siga sintiendo mal. Solo…
De nuevo, aquella explosión de energía mágica de esa monstruosa criatura vuelve a aparecer ahora con intensidad arrasadora seguido de otro rugido feroz. Bautista tiene que pensar rápido la forma de salir de esa situación.
Piensa, por un momento, en abandonarlos a los tres puesto que son la causa de que su intención de avanzar hacia el refugio del Pedro Bidegain se arruinó por ellos. Sin embargo, se da un puñetazo en el rostro recriminándose por pensar en tal cosa tan brutal:
—Los cazadores son los que deben proteger estas vidas inocentes ¿Cómo voy a pensar en abandonarlos? Debo ser fuerte y luchar por ellos. —piensa mientras mira a los dos chicos. Les acaricia la cabeza. —Los llevaré a un refugio muy cerca de aquí. Solo procuren no hacer ruido ¿está claro? —promete.
Los dos asientan con su cabeza.
Bautista mira una vez más por la cerradura. La presencia de small wyverns es mucho mayor que antes así que solo le queda escapar por la ventana que a pesar de estar en el lado opuesto y una gran ventaja ya que está en un punto ciego, no dejan de ser acosados por dragones en los cielos y la más mínima demostración de energía mágica podría atraer a esa bestia.
En cuclillas, busca por todo el departamento cinturones. Como la casa fue desvalijada no hay mucho peor por suerte encuentra cintas de cuero bastante gruesos. Se envuelve por la cintura y luego sube a su espalda a Carla para atarla junto a él. Los niños captan al instante lo que hace así que se le acercan y esperan a que les ordene que deben hacer:
—Chicos, escuchen, vamos a salir de aquí. Necesito que me ayuden a impulsarme ¿sí? — Los niños asientan con seriedad en sus rostros. Se agacha y toma a ambos entre sus brazos con Carla en la espalda. Agradece que sus capacidades físicas sean mayores a la media debido a su despertar como cazador. —Espero que funcione. —ruega en silencio.
Corre hacia la ventana sin vidrios y de un brinco al vacío espera llegar a la calle. El plan es simple, correr a toda prisa sin que las criaturas se den cuenta y mucho menos aquel que desprende esa aura tan bestial que haría rendirse a cualquier cazador experto.
Una vez aterriza con sutileza, Bautista mira hacia todas direcciones para no encontrarse con ningún peligro para los que carga. Detrás del edificio y a lo lejos se ve una serpenteante aura roja que hace palpitar de los nervios al cazador, pero no hay tiempo para procurarse porque tres vidas inocentes cuentan con él para sobrevivir.
En ese momento suena el cristal por el que se comunica con el refugio y emite una muy débil señal de maná. Mientras responde empieza a correr hacia una de las calles aledañas del frente para alejarse del edificio y del acoso de uno de los destructivos:
—Aquí Bautista.
—Qué bueno escucharte Bauti. Intentaba comunicarme, pero había demasiada interferencia. —exclama Luciana aliviada.
—Seguramente haya sido por el despliegue de energía mágica del destructivo. —dice el cazador.
—¡¿Qué?! ¡¿te encontraste con uno de los destructivos?! ¡¿estás bien?! —suena preocupada.
—Si, si, tranquila por favor. Escucha Lu, estoy regresando al refugio.
—¿Ya? ¿pudiste encontrar el refugio del Pedro Bidegain?
—No, pero me encontré con tres supervivientes de un refugio. Posiblemente ellos sepan algo, aunque no puedo garantizarlo.
—Ya veo. ¿En cuánto tiempo llegas?
—Dependiendo de cómo estén las calles puede que en unas tres horas o cinco. Me preocupa ese destructivo.
—¿Quieres que envíe a alguien? ¿Carlos?
—No, deja a Carlos descansar. Ya hizo demasiado al escoltar durante toda la semana a los grupos de búsqueda y exploración de suministros. Me las arreglaré.
—¿Seguro? Puedo ir yo.
—No. Quiero que te quedes en el refugio además no quiero que te expongas al peligro.
—Está bien. Por favor…mantenme al tanto y no pelees, solo huye y escóndete. Avísame cuando estés a cien metros.
—Si. Voy a cortar. —termina la comunicación y guarda su comunicador. —Haaa…Luciana siempre quiere ayudarme, pero…todo esto es demasiado peligroso y no soportaría que sufriera daño alguno.
AVAVAVAVAV
—¡Por favor, ya paren, son apenas unos niños! —se oyen gritos en la mente de Carla como si fueran los ruegos entre sueños.
Carla abre sus ojos tras haberse desmayado en el edificio. Siente su cuerpo agitarse. Mira a un lado y luego hacia el otro encontrándose con calles destruidas y abandonadas, así como trozos de ropa quemada, enormes contenedores de basura derretidos y vehículos dados vuelta. Hacia arriba el cielo es nocturno y al frente ve detrás de la cabeza de Bautista. Lleva casi dos horas corriendo sin parar ni mirar atrás cargando a la joven y a los dos niños:
—Qué bueno que ya estás despierta. ¿Cómo te encuentras? —pregunta Bautista con la voz exhausta de tanto correr.
—¿Yo? Si, estoy bien. ¿Cómo están ellos? —refiriéndose a los dos niños.
—Al principio sintieron nauseas por los movimientos bruscos, pero luego se acostumbraron y acabaron durmiéndose. Haaa…es un poco molesto, pero cuando te acostumbras a correr así ayuda a entrenar. —dice Bautista.
—Lamento las molestias y si los niños…
—No te preocupes. No me molesta esto, es más, es mi deber así que no hace falta pedir perdón.
Bautista baja la velocidad y corre hacia un local abandonado, que antes del cataclismo provocado por Dramonzuk era un almacén de barrio. Ingresan adentro para descansar, deja a los niños recostados sobre el suelo apoyándolos con sumo cuidado. Encuentran todo el local en un estado de abandono absoluto con las paredes olvidadas por el mantenimiento humano y pocas cosas como para el refugio. Intentan encender la luz, pero sin éxito, el generador murió hace tiempo. Se siente olor a humedad y ligera podredumbre en el fondo del lugar, ya se imagina lo que hay, pero no sirve de nada que los niños se enteren de ello.
Se quita el abrigo y acomoda para que quede como una almohada y apoya sus cabezas. Carla, por su parte, busca suministros, pero solo encuentra cosas con fecha de vencimiento sobrepasadas y algunas cosas enlatadas como puré de tomate, atún y arvejas:
—Busca arvejas. —recomienda Bautista.
—¿Por? —pregunta ella.
—Suelen durar mucho más además de que no contiene ningún líquido para que tenga mayor duración. Las arvejas, por lo general, suelen estar conservadas en el vacío o agua lo que es mejor. —añade el cazador.
—Ya veo. —responde y dirige su atención a las latas de arvejas.
—Por cierto, estuviste murmurando cosas muy extrañas. ¿Quieres conversarlo o prefieres guardártelo? No quiero ser entrometido y me disculpo por eso, pero tengo curiosidad.
—Perdón es que…
—Si, lo sé, no me conoces y está más que perfecto. —se acerca sigilosamente hacia la puerta para vigilar. —Duérmete un rato. Esperaremos hasta el amanecer.
—¿Seguro?
—Claro. Haré guardia. Descuida, yo los protegeré.
Carla tiene sus dudas ya que hay verdaderos monstruos imparables afuera y eso le pone los nervios de punta, pero para no fallar a la confianza que se tiene Bautista, acepta dormir. Se recuesta al lado de los niños y cierra un ojo y entrecierra el otro siempre con la guardia en alto y aferrándose a algo en el bolsillo de su chaqueta.
Bautista observa la desierta calle y los estragos de la irrupción por parte de los dragones en el mundo humano. Le recuerda cuando todo comenzó y no deja de pensar en cuantas vidas se perdieron por culpa del emperador de los dragones. Se pregunta si es conveniente aprovechar e ir al refugio en búsqueda de su familia, pero cae en la cuenta de que tiene algo más importante que hacer ahora y no debe, bajo ningún tipo de circunstancia, desviarse que es proteger a ellos tres. Mira a Carla y luego a los niños, durmiendo plácidamente.
Sonríe con la convicción revitalizada con solo ver la inocencia de aquellos dos.
Rasca su cabeza y se cruza de brazos, apoya la cabeza contra la venta sin despegar la mirada en el exterior. Apenas tiene visión debido a que las ventanas fueron tapiadas con madera apenas dejando un espacio como para ver. Afortunadamente para él, dejaron un espacio a la altura del suelo como para no quedarse horas de pie sino vigilar desde una posición más cómoda:
—Supongo que Luciana querrá saber que nos encontramos bien. —piensa y saca de su bolsillo un cristal de maná para comunicarse. Apenas al entrar en contacto con un cazador automáticamente tiene la suficiente capacidad para permitir comunicaciones como un teléfono celular, pero al ser pequeño su radio es más limitado. —¿Hola, hola? —habla en voz baja al cristal.
—Aquí Luciana. ¿Cómo estás? ¿Cómo están esas personas? —pregunta en un tono que Bautista se percata, es de preocupación.
—Nos estamos ocultando en un almacén de Floresta. Seguramente lleguemos al amanecer. Todo va a depender de como esté la ciudad para ese momento.
—¿Quieres que envíe a Carlos?
—No, tiene que quedarse en el refugio. Ademes ya sabes cómo se pone cuando hay niños de por medio. No va a controlarse y querrá venir a rescatarlos sin medir su energía mágica.
—Si, es verdad. —exclama ella. —Bauti.
—¿Sí?
—Por favor regresa a salvo.
—¿Por qué siempre que nos comunicamos terminas diciendo eso? Pero…es muy reconfortante saber que en este mundo tan caótico y desastroso hay lugar para los buenos corazones.
—Es que por algo somos mejores amigos y quiero que regreses sano y salvo. Ya perdimos a mucha gente querida. No quiero volver a pasar por eso.
—Lo sé y haré todo lo que esté en mi poder para que jamás sucede.
—Digo lo mismo.
Al decir eso, ambos se sienten muy cerca casi al punto de tocar sus manos con una sonrisa y la certeza de que podrán superar la crisis que existe en todo el mundo. Luciana corta la comunicación. Bautista guarda el cristal y regresa a su vigía sin ver cambios en la calle.
Carla se levanta y camina hacia Bautista. Se sienta a su lado con las manos frías las cuales frota entre sí para darse calos. Los estragos del cambio constante de temperatura que Dramonzuk provocó en el mundo hacen que un día pueda parecer de un verano arrollador con más de 40° y al siguiente de crudos inviernos con -20°, todo un desastre ambiental:
—¿Estás bien? —pregunta Bautista.
—Si. ¿Era tu novia? —pregunta curiosa.
Bautista sonríe:
—No, es mi hermana pequeña. Bueno, no es mi hermana de sangre, pero somos muy unidos. —responde.
—Oh, entiendo. Es bonito cuando tienes a alguien que te espera. —exclama. En sus palabras hay nostalgia mezclada con dolor. Los ojos están inexpresivos como si algo hubiera borrado la brillante mirada.
Bautista le ofrece su silencio y una caricia en la cabeza. La demostración de confianza y contención hace que Carla rompa en llanto con la cabeza baja y lágrimas cayendo sobre su pantalón y luego se aparta con desconfianza y rechazo a tal muestra de empatía.
El cataclismo no perdonó a nadie, ni a ancianos ni niños. Bautista se promete a si mismo llevar sanos y salvo a los tres con una expresión tan seria y decidida que si lo viera Luciana se sentiría conmovida.
Al mismo tiempo, se escuchan alaridos que no son humanos, más bien monstruos despedazados. Algo ocurre, pero no hay tiempo para preocuparse por esas cosas. Hay que sobrevivir.
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