Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 160
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- 160 - Capítulo 3: El deber de los que luchan
La mañana es fría y por cada metro que avanza Luciana por los extensos túneles debajo de matadero, observando los rostros de los refugiados, su corazón se encoge de angustia. Es comprensible ya que a sus apenas quince años Luciana no sabe cómo poder ayudar a esas personas.
Tantos camaradas caídos y teme que sigan cayendo sobre todo Bautista y Carlos.
Como es de costumbre va y viene desde donde duerme hasta la salida que da al centro del matadero. Recorre los oscuros y húmedos pasillos, saludo a cada persona que hay en el camino y pasando tiempo con los pocos niños que hay. Sabe que cada palabra de aliento cuenta, aunque todo marche muy mal para ellos.
Los adultos parecen verse preocupados por la poca comida que queda y el agua, apenas subsisten con las gotas de lluvia que pudieron reunir hace unos días. Esa es la terrible situación que tienen frente a ellos.
Detrás de ella se encuentra Carlos, una de las personas de mayor confianza para ella junto con Bautista y alguien que es visto como la voz de la experiencia y figura paterna. Este la sigue, siempre cuidando de su bienestar y que descanse un poco ya que cuando Luciana empieza algo, no se detiene hasta que colapsa es por eso que Carlos siempre le insiste en que tiene que ser prudente y cuidar de su salud ya que es necesario para no caer enferma. Como cazadora, Luciana tiene que estar sana.
El viejo se le adelanta y consiga sentarse frente a la puerta de metal y previa a esta hay escaleras de roca que suben hasta la salida. Se sienta sobre una caja con las piernas y brazos cruzados mirando fijamente la puerta. Luciana se le queda viendo y luego se sienta a su lado sobre la enorme caja que apenas permite el paso:
—¿Dormiste algo? —pregunta Carlos.
—Un poco. —responde ella.
—Haaa…niña, deberías cuidarte. Enserio lo digo. —insiste el hombre.
—Estoy bien, enserio.
—De acuerdo.
—Carlos ¿no te sientes nervioso o angustiado?
—¿A que viene esa pregunta tan repentina?
—Solo pensaba que quizás estoy así.
Carlos observa con detenimiento a Luciana y nota que tiembla y sus ojeras son muy pronunciadas. El cabello de la joven tiene muestras de no haberse duchado producto de cederle su porción de agua a los niños. No está demacrada pero tampoco tiene buena cara. El viejo vuelve a insistirle que tiene que cuidarse. Detrás de esas palabras de preocupación y una lógica paternal se encuentran las intenciones de cuidar a quien rebosa de liderazgo en el refugio. Los niños la aman, los civiles confían en ella y los pocos cazadores que hay la siguen para que los lideren.
Sin embargo, Luciana tiene la creencia de que Carlos es una figura que puede llegar a ser mejor líder que ella pero que algo lo detiene en ello y que prefiere quedarse a un costado, desde la sombra como Bautista, protegiendo a los demás sin necesitar reconocimiento:
—Descansa unos días. Todavía hay comida y agua. Nos preocuparemos de los detalles cuando llegue Bautista. Se que te preocupas por él así que cuando estemos todos lo charlaremos.
—¿De qué hablas?
—Vamos Lu, se que estas estresada por todo lo que ocurre. El descenso en la población de cazadores. Falta de suministros y agua. Hace unas semanas hubo un brote de fiebre mágica entre los civiles en el refugio mas cercano aquí. Estás lidiando con muchas cosas de manera innecesaria.
—Es mi deber. No puedo dejas a estas personas.
—No digo que las dejes, pero piensa un poco en ti misma. Si te enfermas ¿Qué harán ellos?
—No es tan fácil, Carlos. —se acurruca contra pared.
—Haaa…como adulto responsable estoy en la obligación moral de ayudarlos a ambos, pero… ¿Qué se supone que haga? Bautista está afuera solo y Luciana tiene que cargar con el peso de liderar el refugio. Estoy fracasando como hombre de familia…—piensa con culpa.
—Carlos ¿Qué sentías en el octágono? —apoya el rostro en las rodillas levantadas y abrazándolas.
—Wao ¿Por qué esa pregunta? —sonríe por el repentino interés.
—Solo es curiosidad. Hace cuatro años que nos conocemos y siendo honesta, es la mejor anécdota que tienes, lo demás son cuidados hacia nosotros, je. —bromea Luciana.
—¡Jajaja, eres un caradura! Pero por eso me agradas. ¿Qué sentía en el octágono? Había muchos sentimientos y sensaciones. Uno de ellos era miedo porque mi primer combate fue tan desastroso que apenas y pude vencer a mi contrincante, pero aun así me dejo una lesión grave en mi ojo. El médico me dijo que por centímetros casi pierdo la córnea.
—Pudiste dominar ese temor con los años imagino.
—Si hubiera sido lo opuesto no habría sido campeón mundial pesado y el primer campeón invicto. A veces extraño esas épocas. Luego pasó lo que pasó y mis poderes de cazador despertaron. No sabría decir si fue una bendición o algún castigo por…bueno, ya sabes. —al decir esto ultimo esboza una expresión triste y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Ya, ya, no era para hacerte sentir mal. —le palpa la espalda para animarlo. —Me alegro de tenerlos a ambos.
—¿Huh?
—A ti y a Bauti. A pesar de todo lo que pasó los considero mi familia.
—Lo se. También ustedes. —dice Carlos con la voz quebrada.
Por detrás, uno de los niños se acerca, extiende su mano hacia el abrigo de Luciana y lo tira con firmeza. Ella se voltea y nota que es uno de los niños huérfanos que hace algunos meses fueron rescatados por Bautista muy cerca del matadero. En los meses que siguieron se formó un vínculo estrecho entre ellos y la cazadora, siendo una persona que se preocupa y vela por su seguridad, los niños la ven como una hermana mayor.
Sin pronunciar una sola palabra, pero con mirada que lo dice todo, Carlos insinúa a la chica que vaya y pase tiempo con los niños que es lo que mas necesitan en estos momentos tan críticos. Los adultos tosen, murmuran desesperados mientras que los más jóvenes y niños, intentan pasar el rato corriendo, jugando y contando historias para no perder la inocencia ni la cordura, algo que los adultos comienzan a notar que muchos ya no tienen.
AVAVAVAVAV
Bautista revisa que no haya moros en la costa, mientras que Carla prepara a los niños con mochilas que encontraron junto a las heladeras. Las mochilas están llenas de latas con comida que aún no están en fechas de vencimiento.
Como el cazador prohibió que se acerquen al fondo del local, ninguno se percató que hay un cuerpo colgado de una persona que no soportó el caos y destrucción que ocurría durante el cataclismo, así que tomó la peor solución y a la vez la más sensata que fue acabar con su propia vida. Los niños no necesitan ver algo así, sino que su inocencia sea preservada cueste lo que cueste.
Mira a Carla y ella asienta con su cabeza. Bautista sale a la calle y como no ve ninguna amenaza, les indica con su mano para que se acerquen. El primero es Juan, luego Thiago y finalmente Carla. Los guía a los tres con silencio y sigilo a través de las destrozadas y abandonadas calles que alguna vez fue llamada como Avenida Directorio. Los niños imitan a Bautista para ser como él, ya que en el poco tiempo que tienen su compañía supieron valorarlo al punto de que es como una figura importante actualmente.
Están a poco más de un kilometro del refugio donde los espera Luciana.
Carla, quien avanza desde la retaguardia, ve a cada rincón llena de nervios creyendo que algún monstruo podría salir en cualquier momento. Bautista reconoce que también tiene miedo, pero eso es algo que, estando la vida de ella y los niños en juego, no debe hacerlo dudar:
—Carla. —dice en voz baja Bautista. —Tranquila, no falta mucho. Lo importante es que permanezcamos juntos en todo momento. Sigue mis pasos. Vamos a llegar sanos y salvos los cuatro. —exclama para darle calma.
—Si, muchas gracias. —responde de forma serena pero aun tiene ese temor. Mira a Juan y a Thiago y ruega que ellos lleguen a salvo. Para ella su seguridad es secundaria a comparación con la de los niños.
—Ella no está para nada bien. —piensa Bautista mientras retoma el avance por la ancha avenida directorio. —Tengo que apurar el paso.
Sobre el cielo carmesí se empiezan a ver cada vez más dragones gigantescos. Tan grandes como edificios de cuatro y cinco pisos con alas tan extensas que solo el aleteo podría hasta volcar una camioneta.
El tiempo parece ralentizarse cuando uno de los dragones dispara una llamarada roja desde su boca en dirección a la avenida directorio comenzando por un tramo a seiscientos metros de distancia del grupo.
Al ver esto, Bautista apura a todos para que corren sin importar que. Se sabe que las llamas de los dragones son tan poderosos y letales que en breves minutos y según si es de rango alto, menos de sesenta segundos, puede calcinar y hasta evaporar cualquier cuerpo orgánico. Tener que enfrentarlos es un suicidio sobre todo porque esos dragones son rango A, demasiado poderosos para un cazador ordinario y mucho más difícil es para los del refugio ya que ninguno supera el rango B.
De cualquiera manera Bautista decide no confrontarlos sin tener la oportunidad además tiene que proteger a Carla, Thiago y Juan.
Doblan en una esquina que da al parque principal y ven a lo lejos unas edificaciones de la época colonial, muy antigua, aún intactas y con rastros de que fueron atacadas y todavía se mantienen en pie. Están a pocos cientos de metros de distancia del refugio:
—¡No falta mucho, solo un poco más! —les dice a los tres para animarlos a continuar sin mirar atrás y ahora el cazador corre a la par de ellos.
—Me…duele la panza de tanto…correr…—exclama Juan con voz agitada. Siente puntadas en la cabeza del estómago. Apenas puede recobrar el aliento, pero es mucha distancia para un niño que apenas ha comido y dormido en días.
—¡Vamos Juan, no falta mucho, no te rindas! —lo anima Thiago, aunque no es diferente su situación a la de Juan.
—¡Tan solo faltan quinientos metros y podremos disfrutar de un gran descanso chicos! —exclama Carla con una sonrisa cálida. Tiene un gran poder para darle paz a esos dos niños tan sufridos.
—¡Bien, apresuremos el paso! —enuncia Bautista. Ve a lo lejos el muro roto que da a metros de la entrada al refugio. Se siente aliviado de poder llegar bien a su hogar temporal.
A la distancia se ven relámpagos brotando desde el suelo y retorciéndose en ascenso hasta las nubes seguido por un poderoso rugido que hace temblar la tierra y pone punto final al acecho de los dragones en vuelo sobre sus cabezas. Algo así, tan monstruoso y temible para otros monstruos es tan absurdo como lógico en un mundo lleno de dragones y gobernado por el emperador dragón.
Bautista se voltea mientras corre y sospecha de quien se trata. Ya no hay que tomar la situación a la ligera. No están a salvo. Toda la calle se queda en silencio. El poco sonido de la calle, que emitían los invasores de las mazmorras, se corta con violencia y desde lo lejos se oye un fuerte aleteo. Luego un estruendo hace temblar la tierra y derriba unos edificios que se ven a lo lejos como caen.
El cazador entra en pánico y comienza a gritar:
—¡Vamos, vamos, vamos! —no aparta la vista detrás. —No, no, se acerca muy rápidamente. Si tan solo pudiera usar mi magia al menos podría potenciar mi cuerpo, tomar a los niños y a Carla y llegar. ¿Huh? —mira a un costado y nota cuerpos de draconianos, monstruos humanoides con apariencia de dragones sin alas, desparramados por el suelo y cortados en pedazos. Sería imprudente de su parte detenerse y analizar los restos de esos monstruos, pero por lo que alcanza a ver, la masacra ocurrió hace no mucho sembrando las dudas en él. También otro detalle que alcanza a ver es que esos restos fueron cercenados de manera tal que ni se ve que fueran de ningún arma cortante conocida, sino que el corte es limpio. Las dudas se acrecientan.
En un instante, el ambiente se torna pesado y la humedad se evapora a la vista. Una inmensa presión sacude los huesos del pequeño grupo que intenta sobrevivir. Bautista actúa rápido y con fuerza y precisión arroja a Carla, Thiago y Juan hacia Carlos, quien al sentir el estruendo y ráfagas tan frenéticas de energía mágica decidió salir del refugio para ver que sucede. Llega a capturar en el aire al trio y mira al frente a donde está Bautista y una silueta se hace presente detrás del chico:
—B..Ba…—intenta gritarle pero la voz no le sale. —¿Q-Que me está sucediendo? No puedo siquiera hablar. Me tiemblan las piernas y quiero escapar tan rápido como sea posible. —piensa con profundo temor de la criatura que acaba de llegar.
Bautista no es ajeno a ese sentimiento y teme darse vuelta para confrontar a esa bestia. Entonces una voz penetra en sus corazones como una apuñalada tan filosa como destructiva:
—Humano, eres demasiado escurridizo y mucho más si no usas tu energía mágica.
Sin responderle, Bautista se da media vuelta y ve a un dragón igual de grande que Carlos con sus casi dos metros de altura, pero curiosamente no es tan enorme como los demás monstruos que recorren los cielos. Parece más un draconiano, dragones humanoides de menor rango, pero ese monstruo despliega sus alas con un despliegue monumental y su cola golpea violentamente el suelo dejando un cráter tres veces más grande.
Los ojos de ese dragón apenas mas grande que Bautista desprenden un aura amenazante y toda su presencia indica máximo peligro para todos los seres vivos en los alrededores.
Lejos de enfurecerse, el dragón es directo con su nivel de elocuencia que lo separan de las bestias sin razón o lógica que parece liderar:
—Te dije algo, humano. ¿No vas a responderme?
—Su aura es demasiado poderosa. Apenas puedo sostenerme. —piensa y mira hacia Carlos. Le hace un gesto con la mano por la espalda para que escape al refugio. El hombre asienta y se retira a toda prisa. Al dragón no parece importarle ya que su atención está sobre Bautista.
—Entonces no sirve…—exclama decepcionado.
—¿Qué quieres que te responda? —pregunta Bautista con el miedo lógico que se le puede tener a una criatura tan poderosa.
—Oh, al fin dices algo. Hace semanas que te vengo vigilando y ciertamente pareces fuerte. ¿Por qué no peleas conmigo?
—¿Qué?
—Supongo que la lengua humana es difícil en ocasiones. Te lo explicaré mejor…
De las fauces del dragón se forma una esfera de energía mágica concentrada con apariencia de llamas carmesí que libera a un lado como si fuera un cañón. Ese ataque impacta contra unos edificios y causa tal explosión que evapora todo a su paso. Ni el suelo pudo salvarse de quedar intacto. Apenas es una porción del poder de ese monstruo.
Bautista queda estupefacto con solo ver el nivel de destrucción dejado:
—Me llamo Doromak, y soy uno de los destructivos cinco. ¿Sabes que es? ¿los destructivos cinco? —dice Doromak.
Bautista gira torpemente su rostro y trata de centrar la mirada hacia Doromak. Traga un poco de saliva. Las gotas de sudor se deslizan por el rostro y luego a través del cuello:
—Son la elite del emperador dragón. Son cinco porque…evocan algo que representa Dramonzuk.
—Oh, saben de nosotros. —se sorprende levemente.
—Como no saber de ustedes…—dice en voz baja y aprieta su puño. —¡Cuando ustedes fueron los que arrasaron con casi todos los cazadores de Latinoamérica! —grita, enfurecido al recordar a sus camaradas y amigos de otros países como Perú, Colombia, Republica Dominicana que decidieron venir a Buenos Aires para pelear por Argentina y murieron calcinados, descuartizados, destrozados por los destructivos cinco.
—Eso les pasó por débiles. No tienes porque mencionar algo tan tonto. Ahora a lo que nos compete. Vamos a pelear…tu…y yo. —señala a Bautista y luego a sí mismo.
—¿Pelear contra ti? ¿es acaso una broma? ¿creen que las vidas de las personas no valen nada? ¡mataron a millones de seres humanos! ¡¿acaso…?!
—No, me vale una mierda. Son seres inferiores y están vivos porque nosotros lo decretamos así.
—¡¿Qué?!
—Lo único que hacen con su pequeña mierda de resistencia y lucha constante es aplazar lo inminente. Cielos, ya me estás aburriendo. Humano…—su semblante cambia. Se vuelve muy hostil y expulsa una ventisca de energía mágica similar a llamaradas que, si no fuera por su fortaleza física, Bautista acabaría muerto en cuestión de segundos. Aun así, apenas soportar y cae de rodillas. —Patético. —lo mira con desprecio como si mirase a una cucaracha. —La única razón por la que permanecemos aquí es para encontrar al portador de la marca, Martín. Pero ciertamente me estás aburriendo. Te mataré.
Doromak se impulsa con el puño cargado de maná, las alas extendidas y la cola tensada.
El tiempo se congela cuando quedan cara a cara. La diferencia entre ambos es abismal. Uno intenta matar y el otro proteger al extender sus manos y recibir el ataque y evitar daños colaterales de la explosión mágica:
—Lo siento Carla, supongo que no podremos ver al final de esto. —sonríe, sorprendiendo a Doromak. No lo entiende y no le importa, pero llama su atención.
—¡Al final todos los humanos son igualmente de estúpidos creyendo que se salvaran del fin de su mundo!
Antes de que impacte el puñetazo, Bautista recuerda su niñes y el momento en que los dragones arrasaron con el refugio en el estadio Pedro Bidegain, su familia calcinada y apenas escapando con cuatro personas entre ellas Luciana cargándola en su espalda. El olor a quemado está tan cerca que ya no le importa ser carbonizado. Quiere que todo termine de una vez.
Entonces, un estruendo se produce a centímetros del chico. No siente dolor, ni físico ni por quemadura. Algo se siente raro así que abre lentamente los ojos y ve al dragón sin poder avanzar con su ataque y una figura a su lado que lo detiene al tomarlo del antebrazo con la mano desnuda:
—¿Estás bien, chico? —pregunta esa figura.
No es humano.
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