Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 164
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- 164 - Capítulo 7: Recuerdos que duelen en el alma
El cuerpo de Carla apenas se mueve, situado entre sabanas que a pesar de ser viejas y estar deshilachadas otorgan una calidez que hace tiempo no sentía. Afuera, las criaturas con forma de dragón patrullan por orden de los destructivos cinco que ahora saben dónde se ubican los refugiados y el supuesto traidor. Sin embargo, la búsqueda por encontrar a Martín suspendió la batalla por eliminar a Steindra.
Por el agotamiento y a pesar de llevar un par de días en el refugio, Carla cierra sus ojos regresando a aquel sitio y momento poco deseado. Sitio en el que al principio resultaba acogedor para aquellas personas que tuvieron la suerte de sobrevivir. Ese lugar era el refugio ubicado en un parque conocido como “Parque Rivadavia” y que albergaba a poco más de cien personas. Muy pocas sin dudas para un espacio tan grande pero fácilmente defendible debido a que se logró rodear con murallas a tiempo.
Sin embargo, el problema resultó ser las personas que lo habitaron.
Carla, hacía cuatro años cuando los refugios eran la única línea de defensa para evitar masacres de seres humanos por parte de los monstruos, vivía en aquel lugar con sus padres, Mario y Marcela, así como sus dos hermanos, Claudio y Gonzalo. Ellos eran de las familias más importantes de la zona, tanto por poder económico como influencia política. Mario era un intendente y profesor de ciencias económicas mientras que Marcela era doctora y en el refugio era vital para los supervivientes liderando al sector médico.
Durante los meses y primer año del refugio, la familia Albornoz fue vital para la supervivencia de los humanos en el parque Rivadavia, organizando y ejecutando las defensas correspondientes.
Todo iba muy bien, los recursos superaban por mucho la cantidad necesaria para cada persona lo cual era magnifico. Los cazadores ejercían muy bien su labor en la seguridad y defensa del refugio. Los Albornoz administraban muy bien el lugar. Nada parecía indicar que todo eso era un simple espejismo en un enorme mar de desierto y dunas hasta que el día maldito llegó.
Un enorme grupo de refugiados llega a las murallas improvisadas con autos, camionetas, camiones, cajas enormes, contenedores de basura, escombros, etc, a pedir que se les permita entrar. La cantidad eran de cincuenta personas, la mitad de la que vivían en el refugio, pero tal número podría derrumbar la estabilidad interna. A los supervivientes los persiguen dragones azules de cuerpos alargados y cuatro alas. Sus ojos celestes tienen fijados a los humanos mientras piden que por favor los dejen pasar.
Entre ellos hay varios niños de los cuales Juan y Thiago estaban ahí.
Carla observa, incrédula, como se manifiesta la deshumanización así que se apresura para abrir a pesar de los insultos y agravios de su propia familia, pero eso no le importó y gracias a la ayuda de varias personas y cazadores, logran abrir apenas un poco permitiendo que pasen rápido.
En el centro del parque y donde está ubicada la tienda de los Albornoz, Mario golpea varias veces a Carla mientras que Marcela la regaña y arroja al suelo vasos de vidrio. Sus hermanos solo se quedaban mirando. Apenas eran unos niños de cuatro y cinco años, pero eso les dejó un aprendizaje y es que el mundo es violento y la dulce Carla de once años aprendió que su familia requirió un cataclismo como para llegar a ese nivel de violencia. Anteriormente a todo lo que pasó con los monstruos, era una familia que ocupaba su tiempo y lugar en criar a Carla para superar a sus padres en influencia y poder político, en cambio, ella se amoldó a un mundo que necesitaba de la bondad más que la competencia despiadada.
Las dos manos que alcanza, de Thiago y Juan, entre los refugiados que llegaron fueron tan impactantes para su corazón que en ese instante decidió que sería el cambio necesario para un refugio que lentamente iba dejando de lado a cada persona por su bondad. Los Albornoz construyeron una sociedad basada en relaciones de favores para acrecentar el poder reducido o en cierta medida, perdido por la destrucción de la sociedad.
Paradójicamente, Carla ayudaba en todo lo que podía a las personas ya sea dar a luz a mujeres embarazadas, cuidar de ancianos y heridos o simplemente cocinar. Estas acciones de la muchacha ocasionaban roces con Mario y Marcela e indiferencia con sus hermanos. A medida que la relación con Thiago y Juan iba creciendo, con Claudio y Gonzalo mermaba.
Las cosas empeoraron cuando los ataques llegaron y las murallas apenas aguataron. Una brecha se abrió y los draconianos humanoides se abalanzaron a atacar. Carla reunió a todos los niños y los llevó al otro extremo del enorme parque para ponerlos a salvo mientras que los cazadores luchaban por defender al refugio.
Uno de los dragones armado con un hacha y expresión extasiada por la matanza que los suyos efectuaban, alcanza a desviarse y llega hasta donde estaban ubicados los más jóvenes.
Carla lo ve y decide defenderlos como puede tomando una escoba y poniéndose al frente. Sus manos tiemblan y se nota en su cara. Es tan fuerte el terror que teme morir, pero luego ve a los niños y se arma de valor para atacar al monstruo. Tan solo el agite de su arma es suficiente para romper el objeto de madera y luego recibe un golpe muy duro de su cola que la lleva a golpearse el cuerpo contra un árbol.
Los siete niños miran como las fauces del monstruo calculan el tamaño de ellos para devorarlos. De repente, Thiago se pone de pie y extiende su mano. Instintivamente su cuerpo se mueve para interponerse y de la palma de su mano sale un destello eléctrico que impacta de lleno en el pecho del draconiano.
Luego, un pequeño torbellino que envuelve al monstruo produce cortes que lo deja malherido. Carla aprovecha y atraviesa a la criatura por el pecho y lo tira al suelo, toma una gran roca y le da varias veces sobre la cabeza hasta matarlo. Con cada golpe que ella ejercía con frustración y odio, algo dentro también se rompía, pero todo sea para proteger a los más débiles. Ella ve a Thiago y Juan de pie y se da cuenta de que ellos fueron quienes defendieron a los demás y que son despertados pero muy jóvenes.
Para cuidarlos de lo que podría pasar si los adultos se enteraban de la condición de ambos niños como despertados, ella les hizo prometerle que nunca más manifestasen sus habilidades y, a cambio, tendrían una gran infancia. Una infancia que ella no pudo tener. Pero desde lo lejos, sus hermanos se quedan perplejos al ver la situación así que deciden ir a contarles a sus padres.
El tiempo pasa, los días se hacen semanas y las semanas en meses. Los monstruos dejaron de atacar y todo parecía ir de maravilla hasta que Marcela, en el tercer año en el refugio, cae enferma y al mismo tiempo de eso, Mario cae en una profunda depresión y constante inestabilidad emocional y violenta. Golpeaba a sus hijos y cada vez más seguido a Carla, pero ella sentía que todo ese dolor físico y psicológico se desvanecía cuando iba a visitar a los niños y jugar con ellos.
Unos meses luego de haberse enfermado, Marcela muere mientras dormía. Al día siguiente de eso, Mario obliga a los cazadores a protegerlo a él y a sus hijos. La crisis de alimento, hacinamiento y agua no esperó y provocó descontento entre los refugiados. Más y más personas iban llegando hasta que desesperadas rompieron el muro. Como última opción Mario ordena a los cazadores a matar a los que se encuentren afuera incluyendo seres humanos.
Carla no podía dejar que ocurra tal terrible acontecimiento por lo que se interpuso entre los cazadores y el muro. Ninguno quería mover un solo paso ya que la joven era respetada y admirada y aunque obedecían las ordenes de Mario, no estaban dispuestos a lastimarla. El hombre, iracundo, se acerca a ella y la abofetea varias veces hasta que cae al suelo y la toma del cabello llevándola arrastras hacia la tienda mientras que presencia como los civiles eran asesinados. Carla llora y grita mientras patalea. Todos la observan, pero el temor hace que callen.
En la tienda, Mario saca de un baúl un cinturón y tira del medio mientras mira a la chica:
—¿Sabes que es el orden y el caos? —pregunta con mirada penetrante el hombre.
Carla no responde debido al miedo que su padre la infunde:
—Te hice una pregunta, mocosa. —exclama Mario.
—No, señor. No lo se. —responde con voz temblorosa.
—El orden es lo que gente como nosotros impone para que estos monstruos no nos acaben exterminando. El caos es lo que esos muertos de hambre de afuera quieren traer aquí…a nuestro refugio ¡el refugio que construimos nosotros nuestra familia! No son tan distintos a los monstruos que quieren matarnos desde hace casi tres años y medio. Parece que tengo que corregir algunas cosas tuyas. —agita el cinturón y avienta la punta filosa contra la espalda frágil de Carla. Sus gemidos de dolor se oyen incluso fuera de la tienda. Se priva de gritar para que los niños no la puedan escuchar, pero cada impacto es tan doloroso que casi la desmaya.
Durante varios minutos el hombre descarga su furia contra la niña, quien impotente solo puede soportar el dolor ejercido. Ni sus propios hermanos se meten para defenderla. Está a la deriva.
Luego de eso, su padre se le acerca al oído y advierte con una perversidad que la deja petrificada del miedo:
—Empieza a comportarte como una Albornoz o esos mocosos acabarán en la línea de defensa. ¿Creíste que no sabría que son despertados? Eres una mocosa ¿Qué sabrías tú de supervivencia?
Y así, el infierno en su vida dio inicio y con ello la caída del refugio.
Los meses que siguieron fueron de mal en peor, no solo para Carla sino también para todos los refugiados. Los hombres eran obligados a entrenarse y salir al exterior a buscar suministros, los cuales se fueron agotando más rápido por la cantidad de personas que llegaban. No podían decir nada de lo que vean afuera sino se los expulsaba junto con toda la familia. Muchos ni siquiera llegaban con vida o quedaban atrás. Sus familias quedaban con la duda de que ocurrió ya que ni siquiera se les informaba.
Los niños eran apartados para aprender oficios e inclusive sin que los padres supieran, eran apaleados si se negaban, lloraban o lo hacían mal.
Las mujeres, ellas simplemente aceptaban tener que hacer oficios como cocinar, tejer y hasta dar mantenimiento del refugio junto con los hombres. Algunas de ellas, las mas jóvenes, eran obligadas a prostituirse para calmar las ansias y nerviosismo de los cazadores y los solteros que defendían el muro precario.
Todos sabían que ocurría dentro de las murallas, pero callaban por temor a represalias. Carla era la única que hacía algo para ayudar a los civiles, aunque eso conlleve a sufrir palizas de su padre.
Como castigo a su impetuosa actitud, a ojos de Mario, el hombre enviaba a los niños al muro a defenderlo. Se los arrastraba si era necesario o amenaza con matar a Carla o hasta violarla frente a ellos. Un pandemónium en el refugio.
Los niños obedecían sin dudarlos. Apenas unos niños inocentes que solo querían reír, divertirse, pasarla bien, aunque el mundo estuviera hecho un caos. Hasta que un día, un terrible día en el que Mario cedió frente a la locura y frenesí por querer imponerse ante cualquiera que envió a todos los cazadores, incluyendo a Thiago y Juan, a retomar el barrio y establecer una comunidad cuyo territorio sea muy amplio. Esto sucedió en la primavera previo a que el refugio de los Albornoz cayera finalmente.
La masacre contra los cazadores, por parte de los monstruosos dragones y uno de los destructivos cinco, fue tal que apenas regresaron cinco cazadores entre ellos los dos niños cubiertos por sangre y vísceras. Apenas llegan al muro, ruegan por que se abre la puerta, pero la negativa de Mario hace que queden acorralados.
Desesperada al ver esa situación, Carla intenta socorrer a los cazadores y sobre todo a los dos chicos. Mario la detiene tomándola muy fuerte del brazo y la tira hacia atrás. Mientras tanto, el hombre balbucea y sigue presionando el brazo de la chica quien ruega que la suelte. Claudio y Gonzalo hacen lo que su padre les ordena, pues ya no tienen voluntad en una tierra que te hace perder tu humanidad. Entonces, Carla logra zafarse golpeando la cabeza de su padre con una roca que toma del suelo y luego agarra una pistola de la cintura del hombre.
Levanta su mano con el arma y apunta a todos los que han sido seguidores de Mario y buscan evitar que ella abra el muro:
—¿Qué mierda acabas de hacer maldita mocosa? —pregunta Mario con expresión ya inhumana.
—Fue suficiente papá…por favor…detén esto. —ruega a su padre.
—No entiendes… ¡¿no entiendes?!
—¡Tu eres el que no entiende! ¡terminamos por arruinar un lugar que se consideraba familiar! Aunque…tu ya lo habías planeado o no lo se. A estas alturas ya nada importa. Puedo soportar que me golpees o nos tengas en tales condiciones con tal de perpetuar el apellido en el poder, pero… ¡jamás toleraré que tengas a unos niños como esclavos! ¡son apenas unos niños!
—¡Ellos son parte de nuestras defensas y su deber es priorizar nuestras vidas! ¡comprende maldita basura! —grita Claudio, rompiendo así un silencio que hace tiempo llevaba junto con su hermano.
—¡Maldita seas tendrías que haberte muerto hace tiempo! —añade Gonzalo.
—Tu solo eres un pedazo de carne que tenía que haberse callado y no seguir con ese papel de buena. Maldición. Eres la vergüenza de nuestra familia y tu santa madre murió pensando que fuiste un terrible error.
Esas palabras fueron como las puertas de una jaula abriéndose y permitiendo a un pequeño canario entusiasta escapar de esa prisión. Se da un momento para respirar hondo. Sabe que la decisión que tome ahora es por el bien de Juan y Thiago y suya también. Mario arremete con unas palabras más:
—Ahora ven y dame el arma. Ellos son carne de cañón, no vale la pena hacer tanto escándalo. Tienes un papel que cumplir.
Carla apunta a su padre con mayor firmeza. Aquellas dudas que le impidieron sostener el arma desaparecen:
—Papel que te puedes meter en el trasero…—aprieta del gatillo y del cañón del arma sale una bala que en un instante atraviesa en seco la cabeza de Mario. Luego apunta a su hermano Claudio y esta vez dispara al pecho y lo mismo a Gonzalo.
Luego de esto se apresura a guardar la pistola en su bolsilla y sale del muro. Los pocos cazadores la empujan solo para meterse en el refugio, pero solo Juan y Thiago se le acercan para ayudarle a reincorporarse:
—Vengan chicos. Nos vamos de aquí. —dice Carla tomando a ambos de la mano.
—¿No entraremos al refugio? —pregunta Juan.
—Ese ruido ¿fue un arma? —pregunta Thiago.
Ella sonríe y responde:
—Iremos a un lugar mejor. Con mejores personas y calidez humana. Prometo cuidarlos con mi vida.
A medida que se alejan del refugio se oyen gritos desesperados y explosiones que provienen de Parque Rivadavia. Los monstruos causan una feroz masacre, pero el trio se aleja sin mirar hacia atrás.
En el presente, su cuerpo se revuelve entre las mantas del refugio actual, empapada en sudor. Abre los ojos de golpe, como si saliera de un pozo profundo. Se lleva una mano al pecho, respirando entrecortadamente.
Ella es atraída por ruidos sutiles, casi imperceptibles, que la despiertan y llevan a levantarse de su sitio hasta la puerta. Ve a Juan y Thiago agachado y concentrados jugando a las canicas. Las bolitas de vidrio relucen a pesar de que la luz es escasa, pero lo hacen mas la mirada de ambos niños con una inocencia tan conmovedora que Carla derrama un poco de lágrimas.
Bautista y Luciana están con ellos, observando en silencio, pero explicándoles como se juega. Carlos, vigila la puerta con una taza de metal humeante pero cada tanto observa como se desarrolla el juego. Más y más niños se acercan, curiosos, a jugar con las canicas.
Por primera vez en mucho tiempo, no hay gritos, ni insultos, ni malas intenciones. No hay ordenes ni castigos. Solo niños jugando, sus risas, y adultos que a pesar de la mala situación que se vive hay lugar para sentir que vale la pena luchar por algo y sobrevivir.
Carla se queda quieta, viendo que los pecados que siente cargar abandonan su mente y corazón, añorando que esa escena dure para siempre.
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