Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 179
La presencia de Dramonzuk inspira terror en sus subordinados y enemigos. La masiva cantidad de energía mágica que expulsa provoca temblores a su alrededor y corroe el suelo dejando un camino de llamas y textura oscura con olor a quemado.
Musume mantiene su postura, pero teme por los heridos e inconscientes. Observa sus alrededores en la búsqueda de un camino seguro para que puedan escapar los que puedan y se lleven a los heridos. Una gota de sudor cae por su rostro mientras sostiene la espada. Ichika permanece a su lado junto con Kyubo.
Quien está verdaderamente iracundo y triste es Oscar, que al ver como el cuerpo de Arakneida se desintegra, mira a los destructivos con sed de venganza y muerte. Le da igual morir, solo quiere ser el que entierre su espada en el pecho de la criatura que masacró a su amada:
—Oscar. Tranquilízate. No es buen momento para dejarse llevar por la ira. —exclama Leza con calma.
—¿Acaso no estás viendo lo que ocurre? —pregunta, molesto.
—Puedo entenderte, pero es posible que no salgamos de aquí con vida o al menos enteros.
Oscar vuelve a mirar está vez a Dramonzuk y de inmediato sabe que están frente a lo que se considera como el “jefe final” del mundo. Una maquina de matar y destruir todo un mundo. El antiguo presidente de la A.C.C se aferra al cuerpo a mitad desintegrado de Arakneida. Ya no respira ella y su calor ha desaparecido. Sus brazos y piernas casi se han ido y el cabello entra en el espiral de desintegración.
La adrenalina con la que Leza buscó masacrar en batalla se esfuma cuando Dramonzuk se detiene frente a ellos. La sola mirada de él es lo suficientemente intimidante como para obligar a los cazadores a ponerse en guardia o que cunda el pánico. La mayoría quiere rendirse, pero Musume se los impide con palabras de aliento y un golpe de realidad de que los dragones no aceptaran prisioneros sino como alimento.
Dramonzuk, sin siquiera elevar suficiente, expulsa su poder mágico para envolver en un temor sin igual a los mortales. Para él son apenas microbios sin valor que no merecen ser eliminados por nadie de su raza.
Levanta su mano y señala con el dedo a Leza. La observa con un ápice de lástima ya que aún recuerda que antes de todo le tenía respeto y devoción por su fuerza y poder. Ahora verla con los humanos, defendiendo al usuario imperial, simplemente le duele en el orgullo:
—Dime…donde está el humano. —exige Dramonzuk.
—Olvídalo.
—No quiero matarte. Solo quiero que me digas donde se ubique. Si me lo dices puede que te perdone esta falta de respeto.
—¿Crees que falte a mi palabra con Martín? Le juré ser su aliada y por toda mi gente caída yo no fallo a mis promesas.
Dramonzuk mira a Musume cambiando de estrategia donde ahora sí busca intimidarla. Sin embargo, le sorprende que ni se haya arrodillado a pesar de verla nerviosa y apenas sostenida por sus piernas. El emperador de los dragones suelta una onda expansiva de puro poder mágico que hace estremecer la tierra y los corazones humanos. Ichika se tambalea, pero es sostenida por Kyubo y Musume sonríe para elevar la moral de los demás. Verla en ese estado donde a pesar de todo se la ve confiada es una inyección anímica que quizás contagia a las personas:
—Ichika ¿estás bien? —pregunta Musume.
—S-Si, pero ¿Cómo podremos salir de esta?
—Dudo que lo hagamos. —exclama la antigua top mundial, alejándose a la idea de que sobrevivan.
—¡Maldito seas Dramonzuk! —grita Oscar.
—¿Huh? —lo mira al hombre.
—¡Tu destruiste todo lo que amábamos! ¡¿y ahora quieres destruir más?! ¡vete a la mierda, maldito!
—Humano, eres demasiado molesto. Guarda silencio.
Con solo abrir un poco más sus ojos, una ola de llamadas se aproxima contra él. Apenas el contacto con cualquier superficie es suficiente como para incinerarlo en cuestión de segundos.
Leza se pone en el medio y extendiendo sus brazos recibe todo el poder del fuego de frente. Oscar se aferra a Arakneida anteponiendo su propio cuerpo al de su amada. Mientras, Musume ve como Leza es calcinada y si no fuera por su elevado poder mágico, habría desaparecido muy fácilmente.
La cazadora japonesa la socorre cuando aún está de pie, pero su piel se encuentra chamuscada. La intenta curar como puede con su magia de agua. No tiene éxito. Leza cae desmayada con intenso dolor en el cuerpo. La arremetida de Dramonzuk no termina ahí pues levanta su dedo índice hacia el cielo y las nubes carmesí se abren dejando pasar a una esfera deforme de fuego del tamaño de una enorme montaña de casi un kilómetro de alto y varios cientos de anchos rumbo al desierto de Gobi.
Impotentes, solo pueden ver y esperar al fin de todo. Kyubo se transforma en su forma de kitsune bestial y envuelve a Ichika con el cuerpo. Ella lo regaña y exige que no lo haga, pero el monstruo persiste y hace caso omiso:
—Si no van a decirme donde está ese humano, entonces no vale la pena mantenerlos con vida. —exclama el emperador.
—Esa cosa es gigantesca. No creo poder destruirla. ¿Qué hago? ¿Qué hago? —piensa Musume. Mientras, detrás de ella se levanta Leza con todo el dolor posible. Manifiesta un hacha enorme de hielo. Se pone en posición donde sus músculos aumentan de tamaño y lanza el arma donde se libera toda la presión posible para arrojarlo violentamente contra la esfera de fuego.
El hacha golpea a la esfera y esta sucumbe ante la excesiva violenta del impacto. Estalla en millones de pedazos color marrón y rojo. Caen como una lluvia carmesí. Dramonzuk no está contento, pero tampoco subestima a la herida de muerte Leza:
—Tenía esperanzas de que esto fuera distinto, pero ¿vas a oponerte a mí de esta forma? —pregunta Dramonzuk. Se lo vi ahora frio e indiferente respecto a la respuesta posible de la antigua emperatriz salvaje.
—¿C-Cuantas veces…tengo…que responderte?
—Tienes razón. No tengo más motivos para saberlo. Al final solo eres una basura inferior. Mi respeto por ti ahora es como las arenas de este lugar, efímero. ¿Quieres servirles a estos humanos? Bien, te concederé el mismo destino.
—Estoy…más…q-que entusiasmada…por…ello…
De repente, una sensación lo hace replantearse atacarla. Su atención se desvías hacia la cueva discretamente entre roca y arena y tierra. Siente que por fin ha encontrado a Martín y así avanza a paso lento mientras sus brazos se envuelven en llamas.
Sin embargo, no cuenta con que Musume y Oscar lo atacan para evitar la mayor tragedia de la humanidad. La japonesa impacta con su espada al cuello. La hoja se parte en dos y el emperador le da un puñetazo tan fuerte en el cuerpo que la manda a volar por los aires. Internamente sufre la rotura de varias costillas y una de ellas perforando un pulmón.
Mientras tanto, Oscar le propina varios puñetazos en todas partes del cuerpo imbuido en energía mágica de elemento tierra. Sus años fuera del trabajo de cazador no se notan, pues se lo ve ágil, veloz y fuerte pero frente a un ser calamitoso de ese nivel es solo una insignificante mosca. Dramonzuk bloquea el puño con la mano y lo somete rompiéndole el brazo. Aún así no grita de dolor, sino que girando sobre su propio eje y empeorando su lesión, le da una patada al costado del rostro. No lo mueve ni siquiera un milímetro:
—Que persistente. —dice el emperador. —Todos ustedes lo son. Tendrían que aceptar que todo esto es culpa del humano que lleva la marca imperial. Si no fuera por su existencia, ustedes tendrían sus vidas tal y como las recuerdan antes de esto. Vengo para darles la solución definitiva.
—¿Solución definitiva? —pregunta Oscar. —No me hagas reír. Para ti nuestras vidas no deben significar nada, pero nosotros estamos mas que felices de haber conocido a Martín y sus logros. ¿Vienes hablar de que traes una solución? ¡al carajo! ¡defenderemos nuestro hogar, aunque tengamos que morir en el intento! —exclama desafiante con lágrimas en sus ojos. Los recuerdos de Arakneida en su paso por la vida de Oscar y ahora que ya no ocurra le causa gran dolor
—Ya veo. Erezzia, Doromak, arrasen con todos ellos, menos con este. Tiene valor y ciertamente no me contengo con esta clase de insectos. —ordena Dramonzuk.
—Entendido mi señor. —dice Doromak con solemnidad.
Vuelve su mirada hacia Oscar y sin perder un minuto más, envuelve de energía carmesí el puño y lo agita en dirección al vulnerable humano que solo ve como avanza hacia su semblante. Lo único que transita por su mente son las veladas con Arakneida y caminatas por el parque. El haberla conocido fue su mayor bendición. Ahora cierra los ojos esperando por el golpe final:
—Adiós, humano. —dice el dragón supremo.
—Enseguida estaré contigo…amor…—piensa Oscar mientras aprieta los dientes.
El mundo se detiene. Dramonzuk es el único que se da cuenta de ello porque cuando está por impactar con el fin de reventarle todo el cuerpo a Oscar, una figura salta hacia ellos y de un puñetazo al rostro lo termina alejando.
Todos se quedan estupefactos incluyendo los subordinados del emperador dragón.
Oscar mira hacia arriba y ve a una figura muy familiar de espaldas. Él solo reacciona con una palabra y luego rompe en llanto:
—¿T-Tu?
Aquella persona no espera un momento más así que arremete corriendo velozmente hacia Dramonzuk y lanza una serie de combos con patadas y puñetazos con tal fuerza y determinación que hacen daño en el impacto, algo que no se esperaba.
Apenas logra reaccionar el dragón. Con un golpe que recibe aparece otro que le da de lleno en otro lado. No alcanza a bloquear. Solo le da un breve instante para pensar:
—¡¿Qué mierda está pasando?! ¡se supone que estaba incapacitado! ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo es posible que el usuario…este con vida?! —mira a Martín de frente. Lo ve a los ojos unos destellos color carmesí que evocan una voluntad que solo los humanos son capaces. Dramonzuk se siente abrumado por primera vez desde hace millones de años.
Dramonzuk junta sus brazos para evitar que le de en el pecho y logra evitar un daño mayor. Sin embargo, la fuerza y presión del puñetazo lo arrastra varias decenas de metros. Tanto Erezzia como Doromak están confundidos, nunca vieron a su señor en tal situación. Todo poderoso y sin rivales ahora lo ven acorralado como una pequeña criatura:
—E-Erezzia ¿Qué es lo que estamos viendo? —pregunta Doromak.
—Yo tampoco lo entiendo. ¿Es ese el humano con la marca imperial? Es ilógico que tenga ese nivel de fuerza bruta y velocidad. —exclama la dragona. —¿Qué deberíamos hacer?
—No lo sé.
Dramonzuk llena su boca de llamas y las expulsa como un cañón de plasma hacia Martín, quien la esquiva y sigue de largo estallando a cientos de kilómetros como si fuera una bomba nuclear que reduce el oxigeno a la nada. Pudo alejar a Martín tras un total de doce mil puñetazos a una velocidad que ni siquiera un cazador de rango SS+ o los monstruos que son la elite de Dramonzuk alcanzaron a ver:
—En cierta manera me sorprende que estes despierto. ¿Estuviste todo este tiempo con la diosa? ¿Cómo se supone que saliste de ahí sin su permiso? No, aún hay más preguntas ¿Cómo es que a pesar de tu apariencia tan delgada y demacrada puedes moverte y golpear de la forma en que lo hiciste?
—…
—No respondes ¿huh? Entonces tendré que hacerte hablar. —levanta su mano hacia los cazadores. De la palma de su mano se forma un circulo mágico de llamas negras y de está sale volando una fuerte explosión de fuego con la suficiente potencia para arrasar una ciudad entera.
Martín desaparece rápidamente y antes de que llegue a los cazadores, lo repele con su mano izquierda desnuda hacia arriba.
Luego de eso, intercambian miradas mientras el cielo se funde en llamas, destellos y ráfagas por el ataque de Dramonzuk. Los presentes se apartan porque saben que todo podría acabar muy mal.
De la cueva sale Estela y se apresura para tomar a Arakneida, Kyubo a Leza y Musume apoyándolas sobre su lomo en forma bestia, Ichika a Oscar y alejarse todo lo que puedan:
—¡Estela! ¿estás bien? —pregunta Musume con preocupación por el estado de salud de la cazadora argentina.
—Es una larga historia. Solo puedo decirte que en el instante en que Martín se despertó, me sentí revitalizada. No se si sea por la marca imperial, pero de algo estoy segura…
—¿De qué?
—La guerra…todo esto está por cambiar.
Mientras tanto, Martín y Dramonzuk no avanzan un solo centímetro como si un muro invisible quisiera separarlos. Entonces, el chico rompe ese silencio frio:
—Hablé con la diosa.
—Imagino que te pidió que me asesinaras con promesas de que dejará con vida a tu mundo.
—¿Qué sabes de eso?
—Lo sé todo humano, pero no te daré lo que pretendes.
—Haaa, bueno, supongo que no importa. —dice Martín. Mira a su alrededor como su mundo se ha marchitado a causa de lo acontecido desde aquel fatídico día en Roma. Luego lo voltea a mirar una vez más y de sus ojos se desprenden aura. Uno color blanco y otro negro. Al mismo se dibuja sobre su cabeza una corona mitad blanco y mitad negro. También de sus manos se desprende maná blanquecino y en sus manos marcas M azoláceo.
—Tengo que eliminarlo cueste lo que cueste. Esa forma tan extraña no es casualidad que emita una cantidad insana de energía pero que un ser inferior no podría sentirla. Posiblemente haya dominado la marca en todo su potencial sin necesidad de… ¡no, es imposible! —abre sus ojos, impactado. —¡¿acaso le ha arrebatado la marca a la bastarda imperial?! ¿eso significa que? ¡no, no, me rehúso a aceptarlo!
—Oye, Dramonzuk.
—¿Huh?
—Tengo cosas que de verdad necesito hacer. Lo arreglaremos luego.
—¿Qué? ¡¿Qué mierda estás diciendo?!
Con solo un chasquido de sus dedos, Martín abre un portal debajo de los cazadores que ya se encuentran a kilómetros, llevándolos hasta el estadio de San Lorenzo de Almagro. Mientras, uno más pequeño se abre debajo de él y lentamente lo transporta al mismo lugar que los demás. Sin embargo y a propósito lo lleva más lento solo para pronunciar unas palabras:
—Entiendo todo el dolor que llevan ustedes y no podría estar más de acuerdo con destruir a la diosa. Créeme que estoy con ustedes en eso, pero también siento profundo odio hacia ti por arrasar con mi mundo, Dramonzuk.
—Me vale una mierda, Todo esto acabará cuando mueras y luego iré por ella.
—Ojalá fuera así de simple.
—¿Qué? ¡¿Qué fue lo que viste?! ¡¿Qué te dijo ella en esa dimensión?!
—Esto seguirá un ciclo sin fin. Solo yo puedo acabarlo de una vez y para siempre.
Finalmente, Martín se retira del desierto de Gobi y sembrando dudas en Dramonzuk. Muchas preguntas y un enorme sentimiento de derrota para el invencible emperador dragón.
AVAVAVAVAV
En Buenos Aires, los miembros de Victory que se encuentran en el refugio del estadio de San Lorenzo no pueden creer lo que ven, Martín está con vida y en plena consciencia. Macarena es la primera que se arroja a él llena de lágrimas. Luego Octavio, Julio, y sucesivamente cada uno de los que han conocido y luchado al joven y saben lo que ha pasado desde que recibió la marca imperial.
Tras cada uno de los presentes yendo a saludarlo muy felices, la mirada de él se detiene en una mujer de cabello semi largo plateado y ojos verdes. Se ven algunas leves cicatrices en brazos, manos y algunos sectores del rostro, pero la belleza que lo encandiló desde muy joven, persiste.
Martín da unos pasos frente a todos, dudosos pero firmes, y se detiene cara a cara con ella. Le cuesta sostenerle la mirada sin que sus ojos se tornen brillosos y empiecen a caer lágrimas. Entonces, ella le toca la mejilla con su suave mano y con una sonrisa le acaricia con calma:
—He vuelto. —sonríe Martín.
—Me alegro muchísimo. —responde sin ocultar su expresión de gran dicha.
Ambos se funden en un tierno y largo abrazo. Por mucho tiempo, Martín estuvo atrapado en una dimensión a la que ningún ser humano podría sobrevivir sin volverse demente y rogar muerte. Él es la muestra de tal logro humano.
Estela acerca su rostro al de Martín mientras lo toma con ambas manos. Besa con una ternura y pasión que sorprende al cazador. Él le responde con el mismo gesto, tomándola de la cintura y aferrándose a su figura. La extraño cada segundo en el que permaneció en ese mundo de horror. La añoró intentando sobrevivir a la oscuridad de la diosa.
Ella se aferró a cada posibilidad de que Martín regresara. Estela jamás se rindió y aunque sus fuerzas mermaran con el tiempo, siguió esperando sin descanso.
A lo lejos ve un tumulto preocupado y alguien sollozando en el suelo intentando socorrer a otra persona en igual condición sobre en la tierra. Es en ese momento en que Martín se da cuenta de quien se trata. Aparta dulcemente a Estela y corre hacia ese tumulto.
Encuentra a Oscar intentando darle su propio maná a Arakneida para evitar la desintegración. Resulta inútil debido a que es imposible y si alguien cede su propio maná es posible morir por inanición mágica. Cualquier cazador debe tener alguna pizca de maná o podría sufrir de esa enfermedad.
Martín lo toca en el hombro y Oscar se da media vuelta. Sus ojos se iluminan al verlo al chico de regreso:
—¡Martín, que bueno que estés de regreso! ¡d-dime! ¿puedes traerla de regreso? ¿verdad?
—Oscar…—no sabe que decirle Martín. Lo ve tan esperanzado y a la vez roto. Y ver a su querida familiar y amiga también le parte el corazón. Aprieta su puño lleno de impotencia y dolor en el corazón. Se pregunta que habrá pasado con las personas de todo el mundo en su ausencia. Entiende que hay cosas que él debe hacer y una de ellas y vencer a la muerte, oscuridad y fuego. —Julio.
—Si. —responde y toma a Oscar cargándolo en la espalda para que Estela lo atienda. —Si hay alguien que puede dar vuelta esta situación eres tú Martín, pero también creo que es demasiada responsabilidad. —piensa.
—Octavio. —dice Martín en tono serio.
—¿Sí?
—Trae a Leza y quiero también a Lorkamos, Kargroot y Cromana por favor. Diles que es tiempo de recuperar la plenitud de sus poderes.
—E-Entendido.
Una vez que Octavio se retira, Martín pone manos a la obra. No seguro de lo que debe hacer, extiende sus manos sobre la frente de Arakneida y la otra sobre el pecho. Cierra los ojos esperando encontrar la manera de evitar la muerte de ella. Mientras tanto, sigue desintegrándose dejando la mitad del torso, su cabeza completa y mitad de los brazos. El resto de su cuerpo ya no existe, ahora forma parte de polvo de maná.
Martín se esfuerza todo lo que puede y eso conlleva a que sangre gotee de su nariz.
Murmura en voz baja:
—Vamos, vamos, por favor, no te vayas Arakneida, por favor, te lo suplico. Te amamos porque nunca dejaste de pelear por nosotros. Eres parte de Victory y de mi familia. No estás sola.
Macarena observa desde una distancia corta. Llora por Arkaneida, alguien a quien consideraba como una hermana mayor. Ruega que pueda ser salvada. Cada uno de los miembros de Victory está al pendiente de que tal hazaña de revivirla pueda surgir como un milagro en un mundo de cazadores y mazmorras.
De manera misteriosa, la piel de Martín desprende energía carmesí al mismo tiempo que el cabello se eriza. Se dibujan las M en sus manos y de la palma de estas sale polvo mágico azoláceo que impide el ciclo de desintegración y lentamente regresa el cuerpo de Arakneida.
Los dedos de ella lanzan pequeños espasmos de movimiento. Mueve ligeramente su cabeza y destellos eléctricos purpuras salen del cuerpo.
En un destello increíblemente deslumbrante, el cuerpo de Arakneida se ve envuelto en energía pura de maná. Los ojos se abren y ve a todos con lagrimas en los ojos esperando a su recuperación, incluyendo a Martín quien apenas la ve despertar este se le abalanza rodeándola con sus brazos:
—¡Gracias a dios Arakneida, gracias a dios!
—¿Huh? ¿Qué acaba de pasar? —pregunta ella.
Desde el otro extremo Oscar la ve con vida y omitiendo las recomendaciones de una Estela igual de emocionada que los demás, corre hacia su encuentro. Ya no hay más palabras, pero queda una vida más que salvar, aunque su situación resultó mejor que la de la soberana de las arañas puedo recuperarse la antigua emperatriz salvaje.
La huida en Gobi puede considerarse una especie de derrota ya que las bajas casi se concretan, sin embargo, la mente de Dramonzuk fue totalmente perjudicada al haber sido humillado por Martín. Sin embargo, una sensación de sometimiento hace caer de rodillas a Dramonzuk y entrarlo en un trance que lo transporta más allá de su consciencia. Él intenta resistirse, pero cuando alza la mirada, ve a una mujer de negro, con apariencia monstruosa y mirada vacía, sin emociones, pero con una sonrisa negra que estrujaría el corazón de cualquier ser vivo. Por la espalda es envuelto por unas manos llenas de intenciones maliciosas. Luego, unas palabras simples pero convincentes y poderosas lo llevan a sonreír:
—La guerra no ha terminado…mi cielo. —se escucha en su oído con voz maternal. La diosa no ha sido vencida aún. —Incluso lo más fuertes sucumbirían ante el origen de todo vuelto carne y hueso. Incluso tu…con tu resistencia hacia mí…deberías temerme…
Dramonzuk sonríe mientras los costados de su cuerpo brillan en tonalidades negras y verdes oscuros.
Victoria o no, ahora la balanza está en total igualdad y se decidirá la lucha por la tierra muy pronto.
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