Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 183
En algún lugar de las frías estepas siberianas, donde aún las temperaturas persisten a pesar de los efectos del poder mágico e influencia del emperador dragón, Dramonzuk lanza gritos sin parar. Eso lleva haciendo desde hace varios días.
Ni Doromak, ni Erezzia saben de qué manera actuar pues si quieren hacer que se calme, pueden sufrir heridas por parte de los rayos y llamaradas que expulsa el cuerpo. Tan solo ven como se retuerce de dolor con las manos sobre la cabeza y sus ojos se tornan en color blanquecino.
La voz en forma de un feroz y penetrante zumbido en su mente destruyen con lentitud la cordura de él.
Una y otra vez es expulsado de la dimensión oscura, siendo una especie de amenaza que, a diferencia de Martín, intenta escapar para luego ser succionado como si fuera una especie de agujero negro. Se resiste como puede y con todo su poder hasta que cae en un espacio infinito oscuro, pero no es como él lo conocía, más bien es un lugar partido en varios pedazos como si fuera un vidrio resquebrajado y a un costado, muy cerca, hay una figura negra tambaleante.
Se la oye murmurar en un tono peligrosamente macabro:
—Jamás imaginé volver a verte pedazo de basura. —exclama Dramonzuk sin temerle.
—¿Cuánto tiempo pasó? ¿varios cientos de miles o millones de años humanos? —pregunta la figura de la diosa de la que solo se ve la silueta.
—¿Por qué no te dejas ver? Ya se cual es tu verdadera apariencia. No me das miedo.
—Temer ¿temer? Nunca he pensado en que me tengas miedo. Solo eras una marioneta a la que yo manipulaba.
—Tienes agallas de decir esas palabras frente a mí.
—Haaa, el orgullo es algo muy humano.
—¡No soy humano imbécil!
—Oh, pero si lo eres, cariño. Tan solo te reúsas a aceptarlo, pero tus recuerdos nunca estuvieron comprometidos. Por más poderoso que seas, emperador, no eres más que un producto de lo que yo desee que fueras.
Tiene el impulso de responderle, si no fuera porque todo lo que ha dicho es cierto. Sus recuerdos dolorosos que sin descanso intentan de recordarle su vida pasado y que la mera existencia de su figura es gracias a el poder de seres fuera de toda lógica mágica o humana.
Es parte de los experimentos de los dioses oscuros y no cambiará en lo absoluto. Tampoco tiene la intención de querer escucharle a lo que tenga para decirle. Toda propuesta y recompensa son insultos para el emperador dragón. No cambiaría nada por su dignidad y orgullo. Quizás hay algo que logren atraer su interés en casi la totalidad:
—Escuchar. Quiero que hablemos un poco.
—¿Qué mierda quieres?
—Te tengo una cierta propuesta.
—¡Ja! ¡me cago en todo lo que tengas para decirme!
—Créeme que es algo que incluso tu no podrías rehusarte.
—¿Huh?
—Pues recuperar tu mundo siempre y cuando aceptes mi propuesta.
Aprieta el puño y de su boca intenta lanzar una llamarada que apenas sale y a mitad de camino desaparece por mera acción de la diosa. Aun así, Dramonzuk persiste con su actitud feroz. La mira con desprecio. Su dignidad, la única fuente de humanidad que conserva, está siendo herida aún respirando el mismo aire pútrido que esa criatura tan despreciable.
El rostro de la diosa no se inmuta ni ante la falta de respeto por parte de la criatura. Tan solo es un apestoso insecto pero que aún puede servir a una causa determinada.
Desde ese encuentro con Martín y la manifestación de la única arma capaz de hacer daño y hasta incluso matar a los dioses, ella tiene una misión concreta y es eliminar todo rastro del joven y su mundo. Declara con su cuerpo que no existe nada ni nadie capaz de detenerla con el tiempo alzamiento de ambas manos y de la piel brotando liquido negro mientras sonríe.
Ese aspecto tano grotesco que empeora cada segundo no es más que el principio de la emoción primordial humana y de toda existencia mortal, el miedo.
Dramonzuk no se deja amedrentar. El orgullo aún lo mantiene con vida y cuerdo ante un universo distinto. No obstante, la situación cambia cuando se le aparecen figuras que rompen con su imponente temperamento y porta mental. La figura de varias personas con ropajes pobres y rostros felices. Sin embargo, una persona destaca del resto haciendo que el gran emperador se quiebre en pedazos. La dimensión se abre dejando entrar una luz solar y allí se ve un mundo con bosques, montañas, ríos, lagos, nubes blancas y cielos celestes.
Cada imagen lo golpea al gran dragón con gran emoción:
—¿Ahora quieres escuchar mi propuesta y por supuesto tu recompensa? —pregunta la diosa con sonrisa perversa llena de liquido oscuro brotan de la boca.
—¿Q-Que es esto? —se queda perplejo del emperador dragón.
—Tan solo es un vistazo a lo que podrías lograr si tan solo aceptases mi propuesta. Ahora bien, te preguntaré de nuevo. ¿Quieres saber que quiero de ti y lo que vas a ganar?
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Así me gusta. Tan solo quiero tu lealtad en mi encrucijada contra Martín.
—Quieres que lo elimine porque te representa una amenaza potencial. No, ya lo es. El simple hecho de que estés tan desesperada por eliminarlo me hace pensar que porta algo con lo que puede traerte problemas o…mucho peor.
—Tu poder deductivo es temible. Por eso es que deseo que te conviertas en mi espada y escudo en el mundo humano.
—¿Cuál sería esa recompensa?
Ella empieza a levitar sobre las cabezas de las personas que han aparecido y se mantienen en silencio con la mirada puesta sobre Dramonzuk. Extiende ambas manos y anuncia:
—Si me ayudas a eliminar la variable…el error que representa el humano llamado Martín, entonces haré que tu gente y tu mundo vuelvan desde el olvido.
—¿E-Eso es posible?
—Ayúdame y dalo por hecho.
Mientras tanto en el mundo físico de la tierra, Doromak y Erezzia ven el silencio que se produce cuando Dramonzuk deja de gritar de manera agonizante.
En un instante, el ambiente se siente muy hostil y con una presión agobiante. El cuerpo de Dramonzuk intenta luchar por mero instinto de supervivencia contra una masa oscura y viscosa como una amalgama viva de sombra líquida que lo van consumiendo y destellos eléctricos negros que chispean y desgarran su propia piel.
Los destellos se enredan en esa masa, serpenteando en cada rincón de esa oscuridad como si se intentara contener algo que se agita y retuerce en el interior. Algo imparable. El emperador deja de gritar. No se mueve. Solo agita y tiembla.
Entonces, ocurre lo macabro.
La masa se empieza a deformar, metiéndose en cada poro de la piel del emperador. La masa desaparece y lentamente se va revelando una forma humanoide cuya piel brilla con un color carmesí y vapores que libera su cuerpo a altísimas temperaturas.
La nueva forma del emperador Dramonzuk que deja estupefacto a sus subordinados. Los ojos se abren en medio de los vapores. De su espalda sobresalen cuatro protuberancias en forma de alas negras. No se ve un enorme desarrollo de musculatura, pero la apariencia es idéntica a un humano de poco más de dos metros con rostro cubierto de escamas, dos cuernos y varias púas que salen de su columna. Las escamas son de color negro y carmesí.
El ultimo rastro de masa oscura se evapora en un chasquido eléctrico, y así, el monstruo da un paso hacia adelante, dejando una grieta ardiente en el suelo. Su nueva forma, irradia poder en estado incontrolable. La frialdad de su mirada y el hecho de que vea tanto a Doromak como Erezzia como insectos resulta aterrador para ellos.
Por mero instinto, ambos se hincan de rodillas para hacer reverencia. La mezcla de terror y respeto se ve en sus rostros:
—¿Qué demonios le ha pasado al emperador? Esa apariencia…esta presencia…no, definitivamente es mucho mas poderoso y peligroso que antes. T-Tiene que ser bueno ¿verdad? —piensa con miedo. El solo hecho de sentirse en el mismo lugar que Dramonzuk le causa pavor y desgano ante la idea de decir o hacer algo fuera de lo que se espere. Voltea a mirar a su compañera. El terror en los ojos de Erezzia lo dice todo.
—Doromak. —Erezzia lo mira con preocupación. —¿Qué hacemos? No creo que este sujeto siga siendo el emperador. Es algo más y extremadamente peligroso.
En ese instante, Dramonzuk echa una mirada más cercana hacia ellos dos. Se acerca tan lento e implacable. Los vuelve a mirar, pero esta vez desde la altura que conlleva su presencia de pie y tanto Doromak como Erezzia hincados de rodilla.
La frialdad en sus ojos e inexpresividad contribuyen a que sientan miedo.
Cuando Doromak alza la mirada para decirle algo, Dramonzuk hace un movimiento con su mano y al instante su cabeza se desprende del cuello y rueda por el suelo nevado. La sangre de dragón sale como chorro sanguíneo dejando un amplio charco carmesí y convirtiendo en la nieve blanca y pura en la mancha de la guerra y la malicia.
Erezzia queda estupefacta. Entra en pánico con lo que acaba de presencia. Intenta no gritar, pues no sabe lo que se aproxima y no quiere saberlo. Sin embargo, Dramonzuk no parece importarle sus subordinados en lo más mínimo. Si antes, los destructivos cinco o cualquier otro dragón eran piezas para él, los cuales representan carne de cañón que salvaguardan el honor y orgullo de la raza, ahora son meros insectos que lo decepcionaron por haber fracasado en la búsqueda de matar al usuario imperial y someter o erradicar a los humanos:
—Erezzia. —dice Dramonzuk con la mirada fija en ella.
—¿S-Si, mi señor? —dice en voz temblorosa y sin alzar la vista.
—¿Me temes?
Erezzia se queda en silencio.
Mientras que los segundos pasan sin una respuesta, Dramonzuk extiende su mano a un costado y en el aire muy cerca de la palma se forma un circulo mágico de color negro con rayos carmesí. Del circulo mágico sale una llamarada que incinera cientos de kilómetros de tundra, así como muchos dragones que deambulan por la zona.
La expresión del emperador no cambia, pero su poder, es distinto, ya no es algo propio de la naturaleza de la magia sino algo nacido de la perversión y experimentación de seres oscuros. Ahora es una criatura antinatural:
—Te hice una pregunta. —insiste con voz calma.
—Yo…
—Quiero que me lo digas.
—Si, le temo mi señor.
—¿Qué opinas sobre lo que le hice a Doromak?
—Yo…
—¿Y bien?
—Yo…no se…no lo se.
—Déjame decirte que tienes que responderme.
El dragón, de mayor tamaño que ella, se hinca de rodillas y levanta del rostro a Erezzia. Chocan sus miradas. Ella lo encuentra vacío, como si su voluntad ya estuviera doblegada por algo mayor a su comprensión. Teme por su vida y demostrarlo frente a Dramonzuk significa el cruel destino, pues busca la fortaleza y ahora Erezzia no lo muestra.
Al verla tan temerosa, Dramonzuk echa una ligera sonrisa y luego suelta a la dragona. Se pone de pie y voltea a otro extremo. Da unos pasos, quemando la nieve debajo de sus pies, dejando marcas negras en el blanco y puro suelo.
Lleva su mano hacia el cabello y echa hacia atrás. Aún tiene esa aura madura que en ciertos aspectos ella encuentra atractivo, pero no quiere ver su silueta tan distinta. Entonces, Dramonzuk abre sus fauces y de dentro expulsa una columna furiosa de llamas negras la cual impacta contra el cielo causando severas tormentas con relámpagos y cenizas. Este fenómeno ocasiona que en cada parte del planeta los seres humanos y monstruos asomen su mirada hacia el cielo. Saben que se viene algo grande.
Naciones enteras supervivientes y las que fueron destruidas pero que contienen humanos ven que ya es la hora. Por parte de los dragones, se van agrupando en territorio ruso.
Dramonzuk vuelve a dirigir su mirada hacia la dragona:
—¿Crees que el ceder tu cordura y voluntad a cambio de mucho poder y una promesa con escasa esperanza vale la pena?
—¿Qué?
—Responde.
—La voluntad y cordura…diría que…—no puede pensar como es debido y es algo que ella siempre tuvo como mejor cualidad, pero tener que responderle a Dramonzuk es casi imposible. —cuanto más deseemos poder bajo una promesa es cuanto hay que temer de ser corrompido.
—Corrupción ¿huh? Significa que he dejado de ser yo mismo. —mira su mano con escamas y agarras. Ahora es incapaz de tener una forma humana. Ahora es un híbrido. —Gracias por tu respuesta Erezzia.
—Gra…—Dramonzuk la interrumpe cortando la mitad de su cuerpo de un tajo con su otra mano.
Lo último que vio Dramonzuk de Erezzia fue su expresión de miedo entremezclado con tristeza y lagrimas cayendo de sus ojos.
Con solo el chasqueo de sus dedos, la sangre de ambos dragones de alto nivel caídos muertos se acercan entre sí y al entrar en contacto generan destellos eléctricos. La viscosa textura de la sangre combinada da lugar a una masa carmesí que lentamente distorsiona su forma y eleva, extrayendo también las partículas mágicas de los cuerpos que se fueron desintegrando.
Todos esos componentes provocan que se forme un huevo sangriento. Este se agrieta y explota en pedazos, revelando una majestuosa figura blanca y andrógina con pechos femeninos y rostro hermoso, pero sin las características genitales femeninas. Posee largos brazos con uñas extensas. Dos colas golpetean el suelo y un par de alas agitan produciendo ráfagas que empujan a los dragones de menor rango a S+.
Aquella criatura se acerca a Dramonzuk y de un coletazo contra el suelo, el emperador impone su distancia. La criatura blanca se detiene y arrodilla en señal de reconocimiento para con su amo:
—¿Qué eres? —pregunta el dragón.
—No soy ni Doromak. Tampoco soy Erezzia. —responde con solemnidad. —Mi existencia como dragón está destinada a lo que me órdenes.
—Entonces tu nombre…a partir de ahora…será…Andrusiel. —enuncia Dramonzuk sin siquiera voltearse, pero en un instante extiende las alas y las agita con tal violencia que el solo hecho de estar cerca significaría que la piel y venas acabarían desgarradas fuera del cuerpo. Andrusiel se mantiene inmóvil. Es todo lo que Dramonzuk necesita para entenderlo. Levanta su mano y señala con el dedo hacia una dirección. —Nuestro destino es ese lugar.
—¿Cuál es esa dirección? —pregunta el dragón andrógino.
—Buenos Aires. Que todos los dragones de este mundo se preparen y marchen hacia ese maldito lugar. Vamos a terminar con esto.
Mientras tanto en Buenos Aires, Martin se despierta de su cama con sudor en todo el cuerpo desnudo y agitado como si una pesadilla lo perturbase. Mira a su lado, Estela también se encuentra despierta preocupada, mirándolo:
—¿Tambien sentiste eso? —pregunta él.
—Ajá. —responde ella mientras se sienta sobre la cama con el cabello suelto y el cuerpo igual de desnudo que el de él.
—Llegó el momento. —exclama él.
Estela lo toma por el brazo y apoya su rostro contra el hombro:
—Lo afrontaremos todos juntos. No estarás solo. Nunca más. —lo anima ella.
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