Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 194
En los largos pasillos subterráneos, que conecta al campo de juego del estadio con la pequeña habitación donde Martín está luchando contra la diosa, Dramonzuk intenta abrirse paso, pero se encuentra con una dura resistencia que poco a poco lo va alejando.
Estela lo empuja usando todo su poder de magia de viento con poderosas ventiscas que impactan en el pecho y lo envían fuera de allí. El monstruo sale despedido e impacta contra una de las tribunas de enfrente.
Julio es el primero en seguirlo, impulsándose con llamaradas que salen de la palma de sus manos y al ascender varias decenas de metros sobre Dramonzuk, le apunta con los puños cerrados e intensas llamas color azul le dan de lleno y destruyen gran parte de la tribuna. La explosión es tan grande que se forman ondas expansivas y varios cazadores y monstruos aliados de los alrededores tienen que despejar el área para que Julio pueda pelear sin problemas. A él se suman Macarena y también, de manera inesperada, Ichika y Kyubo:
—Disculpen si nos unimos, pero entiendo un poco la situación. —exclama Ichika.
—No te disculpes. Cuanta más ayuda tengamos mejor. —dice Estela.
Julio retrocede hacia sus compañeros. Nota un par de fragmentos de Dramonzuk flotando como si fueran cenizas. Allí se percata de que el emperador dragón está pereciendo muy rápido:
—Estela ¿Qué crees? —le indica Julio los fragmentos.
—Si es cierto lo que ocurrió antes, puede que tengamos una oportunidad, pero…
—Pero ¿qué? —pregunta Macarena.
—Nada. Solo derrotémoslo. No se cuanto más pueda aguantar Martín desde su lado o nuestras fuerzas en el frente.
—Es por eso que no hay que pensarlo demás. —dice Arakneida. —Si tenemos la más mínima oportunidad, aprovechémosla. Él…sabe que es el final de todo así que no hay porque temer o dudar. —añade y al final de eso extiende sus manos. —Magia espacial: Gran colonia arácnida. —se forman decenas de portales de las que salen muchas arañas de todo tipo y rango.
Cuando el grupo se está por preparar y desencadenar todo el poder que les queda, se oyen pequeñas carcajadas proveniente del polvo y llamas de la tribuna:
—Kukuku ¿enserio creen que eso va a servirles? Este cuerpo va a perecer, pero yo seguiré torturando lentamente a Martín. ¿Acaso…acaso? —su boca se tuerce adquiriendo una expresión más angustiada. —¡tsk! ¡maldición, este ser inferior aún se resiste! —piensa. —¡No te creas que vas a hacer lo que quieres con mi cuerpo! ¡yo no dejaré que me manejes, asquerosa rata inmunda! —grita con firmeza e ira. Se debate Dramonzuk en una lucha por su propio cuerpo contra la diosa oscura.
Por un momento se olvidan de los cazadores y monstruos y luchan por el control.
Arakneida se da cuenta de lo que sucede y da indicaciones en silencio a los demás para que se preparen con todo lo que tienen. Sin embargo, la mirada de Dramonzuk se mueve hacia ellos y contra lo que pensaron antes, sonríe y abre sus ojos en dirección a los cazadores.
De sus fauces empieza a emitirse una luz reuniéndose en su interior con un calor tan intenso como voraz:
—¡Ay mierda! —exclama Estela. —¡Todos a cubierto, cuidado!
Una explosiva cantidad de energía llameante sale despedida de su boca como si fuera una columna salvaje color carmesí. Es tan violento que su cabeza baja, disparando contra el suelo y apenas pudiendo enderezar el ataque hacia las estructuras y los enemigos. Su control es leve a comparación con momentos antes.
Uno de los edificios dentro del estadio, usado como cabinas de transmisión y donde los hinchas más acaudalados se reunían a ver los partidos, es reducido a fuego y cenizas en cuestión de segundos.
Su poder no ha disminuido e incluso las explosiones son tremendamente potentes más que antes. Los obliga a todos a apartarse del camino y aquellos que no lo logran terminan calcinados hasta los huesos frente a sus propios aliados. Ni los subordinados de Dramonzuk se salvan del ataque de su señor:
—¡Si, no tengo duda de que esta ha sido una gran idea! —piensa la diosa. —¡Este cuerpo ha alcanzado un nivel que es insuperable para cualquier ser inferior! ¡ya es momento de desaparecer a Martín en su forma física y…! —su dedo meñique se mueve de manera involuntaria y las llamas de su boca se apagan de repente. —¿huh? ¿Qué…acaba de pasar? —se pregunta.
Estela levanta la vista para encontrarse con las dudas del monstruo. El ataque dejó de manifestarse y aunque dejó rastros de destrucción en todas partes, no dañó donde se ubica el lugar de Martín. Se siente aliviada, pero rápidamente arenga a los demás para contraatacar:
—¿Huh? ¿Qué le está pasando a este cuerpo? Se supone que no debería fallar mi posesión ¿Qué carajos significa esto? —piensa y de los costados de la boca se agrieta levemente. Al mismo tiempo se asoman varios ataques mágicos elementales.
El impacto de llamas, arena, viento, veneno y rayos reducen a escombros toda la tribuna. A duras penas esquiva esos ataques el emperador dragón. La diosa está muy sorprendida de que ese movimiento involuntario haya provocado que se detuviera. Entonces, otro movimiento le hace perder casi la totalidad del control sobre Dramonzuk. Mueve su cuello a un lado, tronándose.
La parte de la diosa que manipula al dragón oscuro es devuelta a la dimensión oscura. Al recuperar su cuerpo, Dramonzuk siente náuseas y cada parte de cuerpo le genera un punzante dolor en todas partes y acto seguido, vomita sangre sin parar hasta caer de rodillas. Entre jadeos y la mirada hacia ellos, él dice:
—Dejen de verme así humanos…—se molesta de ser visto con lástima y enojo. —No me queda mucho y ciertamente no me arrepiento de lo que hice aquí.
—Tampoco te perdonaremos esto. —dice Estela sin temor.
—¡Ja! Me da igual. Tan solo quiero romperle el cuello a esa bastarda de vestido negro y sonrisa asquerosa ¿algún problema? —sonríe Dramonzuk.
—¿Eres de fiar? —pregunta Julio.
—Me da lo mismo que piensen de mí. Quiero su cabeza. Nada más que eso y podré morir en paz.
—Eso está bien para mí. —exclama Estela con mucho enojo en su corazón por todo lo que ha provocado el emperador en el mundo humano.
—¡Silencio! —grita Arakneida. —A-Algo…está sucediendo…—se cubre un oído.
—¿Huh? ¿Qué pasa? —pregunta Estela.
—N-No lo sé, pero parece la voz de Martín. Él…parece como si…estuviera aquí mismo. No lo entiendo. —responde Arakneida.
—¡Mat…e…r…!
—¡¿Escucharon eso?! —pregunta Macarena.
—Si, también lo escuché. Suena a Martín. —enuncia Estela muy confundida.
—¿Enserio? ¿Cómo es posible? —pregunta Julio.
Dramonzuk sonríe con cierto desagrado, pero por dentro no evita reconocerle el mérito a un simple humano de haber conseguido tal grado de poder. Nadie se ha percatado de eso y es que el éter es también la manera en la que puede moldearse la realidad misma:
—Nada mal humano. ¿Quién hubiera creído que esa clase de poder esté al alcance de un ser mortal? Cuando esa voz tan molesta se comunicó conmigo y trató de convencerme de aprender esa clase de poder, nunca imaginé en que fuera eso. Haberlo rechazo me habría ahorrado muchos problemas. ¡Jajaja! —dice en voz baja y ríe en voz alta. Su brazo lo siente ligero así que lo levanta para observarlo. Ve que su codo está desapareciendo y varios dedos de la mano izquierda muestran desintegración avanzada.
Estela enfoca la atención en el refugio con mucha atención y expectativas:
—Arkaneida. —exclama ella.
—Si. —responde la soberana. —Aquí viene. —sonríe.
—Si. —desprende lágrimas de felicidad.
El suelo sobre donde Martín está apostado se resquebraja y estalla en pedazos. Dos figuras salen volando como un par de aviones de combate. Una de las figuras es color negro y gotea líquido que parece ácido y la otra desprende un color dorado tan brillante que impide saber de quien se trata. También hay un punto blanco que aquella figura sostiene en una mano:
—¡Bien, Victory, no duden! ¡esta es la ultima batalla! —alienta Estela. —¡Todos, apóyenlo!
—¡Si! —exclaman los demás al unísono como una arenga de valor y unión entre todos aquellos que luchan por un futuro.
—¡Dejen de ser tan ruidosos y con todo! —responde Dramonzuk a esa arenga con desagrado.
AVAVAVAVAV
Dentro de esa especie de útero oscuro donde la diosa retiene a Martín, el muchacho lucha para asimilar y aprender a usar el éter. No solo es una fuerza mayor a la del maná, sino que parece tener vida propia, resistiéndose y luchando contra el humano. Le provoca un daño feroz en todo el cuerpo con marcas de quemadura como si se tratase de venas que emiten luz dorada. Eso no es solo daño de quemadura sino también de que la asimilación es muy profunda y avanza sin detenerse.
Las indicaciones de aquella voz de antaño guían al cazador. Toma esas raíces invisibles, las tira con todas sus fuerzas a pesar de que es sofocado por la presión de la dimensión y el dolor que emite dicha fuerza primordial.
Mientras tanto, la diosa usa su poder para opacar cada zona agrietada por la que se filtra la luz dorada. Capas y capas de líquido negro rellenan los huecos, pero asi como se ocultan unos, surgen otros dejando escapar la presencia del éter y rastros de la resistencia del humano:
—Perdí la conexión con ese insecto y ahora esa luz no deja de fastidiar. ¿Qué está pasando dentro del útero oscuro? —se pregunta.
De repente, un zumbido retrae a la diosa y baja la mano. Su piel ya clara se torna aún más pálida cuando se agrieta más que antes el útero.
Sin embargo, de aquellas grietas salen luces acompañadas por raíces doradas y estas se pegan a las paredes. La diosa voltea la mirada y luego observa como múltiples raíces salen sin parar, apoderándose de las paredes de la dimensión.
Incrédula de eso, la diosa cruje los dientes y extiende la mano para controlar al intruso, pero cada tentáculo que se acerca a esas raíces, se desintegra antes de siquiera tocarlas. Es una situación inesperada para ella, pues creía haber controlado la situación. Su dimensión se ilumina sin control:
—¡Maldición! ¡¿Qué demonios está pasando?! ¡¿Cómo mierda es que está controlando ese poder tan asqueroso?! —se pregunta en voz alta. Ya no tiene templanza sino confusión, preocupación y ligera angustia. Esas emociones que jamás imaginó que volverían y podría estar en control de todo. Está equivocada.
El útero oscuro revienta expulsando todos los fragmentos en todas direcciones.
La diosa ve una figura cuyas venas desprenden un color dorado. El cabello es color dorado con pequeños mechones grises. Una tiara mitad blanco y mitad negro compuesto por energía mágica está sobre su cabeza y de sus ojos sale aura color carmesí.
Su mirada es serena y la complexión física es distinta. Ahora se lo ve atlético, seguro de si mismo e imponente.
En su cintura está ubicada la daga blanquecina que espera por ser usada y que genera tanto miedo como rechazo por parte de la diosa. Sumado a esto, el éter repele toda la energía oscura que la diosa creó en aquel lugar:
—Tiene que ser una maldita broma ¡¿Qué mierda fue lo que hiciste?! —se pone histérica la diosa.
—…—no responde, pero le mantiene la mirada a ella.
—Con que no respondes o quizás…te crees superior a pesar de ser un mero mortal.
—La oscuridad…—exclama Martín con total calma. Ya no le cuesta respirar en esa dimensión y los dolores corporales desaparecieron. Ve todo con una claridad mayor a antes.
—¿Huh?
—Puede consumirlo todo cuanto quiera, pero si hay, aunque sea un pequeño punto de luz, significa que habrá esperanza.
—¿Esperanza? ¿esperanza de que? Un punto sigue siendo un punto. Mientras capas y capas de oscuridad puedan eliminarlo…
—Es por eso que no ganarás.
—¿De qué hablas?
—Eliminas un punto de luz, pero habrá más surgiendo en ese momento y no podrás detenerlo. Como ahora. Algo similar a la voluntad humana. Cuanto más los acorrales, será cuando más tienes que temerle.
—Hablas como si ya no fueras humano. ¿Qué te hace pensar que eres más que un simple humano?
Martín no responde. Se siente igual de confundido que ella:
—Las dudas…si…sigues siendo un asqueroso humano. Solo que con una nueva comprensión de este vasto universo. Sin embargo, un mortal es un mortal y todos tienen el mismo destino. Morir afuera o morir aquí. Todos a quienes conociste y conoces también estarán en la misma situación.
—Puede ser, pero…no será hoy. —en ambas mejillas se dibujan unos símbolos rúnicos y el cabello se eriza.
De repente, la diosa se siente débil y pierde estabilidad de sus alas. Cae hasta el suelo y luego de rodillas. Se toma del cuello con dificultades para respirar. Presiente que su propia dimensión la considera como una intrusa como con Martín y tantos otros que estuvieron allí:
—Durante todo este tiempo aquí en que quisiste manipularme, destrozarme, corromperme, me di cuenta de algo. Eres peligrosa en este sitio. —dice Martín mientras que la diosa se readapta a las nuevas reglas de su propia dimensión. —Por esa razón yo…
Mira hacia arriba y con un tajo producido por su propia mano imbuida por puro éter, abre la dimensión como si fuera una corteza infinitamente dura:
—¡¿Q-Que mierda…estás haciendo?! —reacciona la diosa.
—Tan solo llevo la pelea…nuestra pelea hacia el mundo real, mi mundo.
—¡Maldito…!
El Martín de la dimensión oscura y el del mundo físico se vuelven a unir y para cuando la diosa llega a ese pequeño cuarto de metal y roca, él ya la espera con la daga en su mano desbordante de éter blanco listo para asestar el golpe final. Al verlo preparado, la diosa extiende sus alas y de un salto se eleva para escapar de allí:
—No puedo dejar que me toque con esa maldita arma o será mi fin. ¡Carajo! ¡¿Cómo es que pudo lograr traerme al mundo humano?! ¡no lo comprendo, solo necesitó de un poco de éter y su mano! ¡no tiene ningún sentido! —sale de la superficie y siente como su posesión sobre Dramonzuk desaparece. Mira hacia atrás y ve a Martín siguiéndola sin necesidad de alas o propulsión. Lo ve tranquilo, como si supiera que acaba de pasar. Allí se da cuenta de que un simple movimiento de sus dedos, chasqueándolos, fue suficiente para cortar la posesión. —Eres un bastardo desgraciado. —murmura en voz baja.
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