Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 195
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- 195 - Capítulo 38: La zona maná de todos: ¡Limit Breaker!
La diosa, cuyo nombre real es Ankara, barre las nubes con sus alas, completamente liberada de su propia dimensión, pero no como ella hubiera deseado. Siente el viento rozar su piel y la vista es algo que ella sin duda habría deseado ver. Martín la sigue muy detrás. Sostiene en su mano derecha la daga blanca y todo su cuerpo cubierto por líneas doradas que adornan la piel.
La daga alcanza a rozar la planta del pie de Ankara y como si fuera un acto de oxidación, la piel corrompida de ella se corroe. El poder de aquella arma apenas la toca y es al instante que la daña.
Como acto de reflejo, la diosa gira y mira a Martín con un odio intenso. Le extiende la mano y de su palma dispara una ráfaga de energía oscura. El éter que han dominado y corrompido sale disparado de su mano. Todos los disparos dan de lleno pero repelidos sin problemas cuando el cazador mueve su mano frente a esa oscuridad. Aun así, no se sacan diferencias mientras siguen ascendiendo por los cielos. A esa altura ya no hay ser vivo que los alcance y ante ellos está la vista de las estrellas y la inmensidad oscura del espacio.
Para fortuna de Martín, el éter que lo cubre protege su organismo de sufrir la presión y la falta de occidente. Y aun así, se queda perplejo ante la vista impactante.
Ankara se detiene y observa con una sonrisa. Le hace recordar cuan inmenso es el universo, pero también lo gigantesca que es ella como entidad sacada de un mundo siniestro. Le da la fuerza para atacar al joven humano:
—¿Alguna vez imaginaste con tener enfrente tuyo un paisaje así? —pregunta Ankara.
—Se acabó. —exclama tajante el argentino.
—Ningún ser humano habría soñado con presenciar la inmensidad del universo o la claridad de las estrellas sin protegerse. Eres muy afortunado ¿te sientes así? —insiste ella.
—Ningún ser humano merecía lo que le hiciste a mi mundo. —agita la daga y aprieta el mango con fuerza contenida. —¡No creas que te lo perdonaré! —ruge de la impotencia por todas las vidas acabadas de manera indirecta por ella.
—¿Crees que deseo tu perdón? Que mal estás, mocoso. Todo lo que he hecho, no es más que la búsqueda de mi propio placer. Tu solo eres una criatura inferior que merece ser aplastada.
—¿Y porque estás temblando?
—¿Huh? —Ankara mira su mano como da pequeños espasmos.
—Eres un ser más allá de mi imaginación, pero solo en la superficie.
—Cállate.
—Porque a mi parecer, tienes más cosas en común que nosotros, los humanos.
—Cállate.
—Ahora dime…diosa oscura… ¿Quién es la criatura inferior aquí?
—¡Cállate, cállate, cállate! —levanta sus dos manos, enfurecida por esas palabras de Martín y sacude toda la atmosfera del mundo con torbellinos oscuros saliendo de los brazos. Es tanta la cantidad de éter negro que sale que sacude todo el planeta crujiendo la tierra, arrastrando el cielo y haciendo temblar todos los océanos, mares y ríos.
Martín mira hacia atrás, su nación, y luego al torbellino. Si esa cantidad descomunal de poder choca contra la tierra podría arrasar todo a su paso causando la extinción de la humanidad y todas las criaturas que existen.
Entonces, Martín sostiene con fuerza la daga mientras que con la otra mano aprieta la herida que aún sangra. Ni con el éter cubriéndole el cuerpo queda ajeno del dolor y un lento sufrimiento así que, sin mediar palabras, se interpone con velocidad entre ese torbellino oscuro y la tierra. De un corte vertical separa al feroz ataque. Ankara recibe la embestida de la ráfaga que emite el corte y junto a ella el torbellino es empujado agresivamente.
El torbellino desaparece mientras que le diosa oscura se mueve hasta el espacio exterior donde Martín no puede seguirla.
Sin embargo, el cazador no se deja intimidar así que la sigue hasta el oscuro y frio espacio. Ella sonríe. Sus artimañas buscan reducir la voluntad de él y ante la mas mínima duda, todo se acabará antes de poder darse cuenta:
—¿Sigues confiando en tus habilidades? —pregunta ella.
—No. Jamás la tuve. —responde Martín.
—Entonces deja de aparentar. Antes de que yo caiga tu vas a morir aquí.
—¿Y eso que?
—¿Y eso que? No tienes posibilidades de ganarme. Deja de oponerte y asume tu destino.
—Vete a la mierda. —exclama. Cada palabra que sale de su boca lo agitan más y más.
—¿Lo ves? Te cuesta hablar. Cada palabra es una apuñalada a tu cuerpo.
—Ja, no podrías estar más equivocada. —sonríe desafiante. —A pesar de eso, tiene razón. Me cuesta respirar. Me pincha los órganos heridos y siento como estuviera a punto de desmayarme del dolor y este lugar. Como aún no domino el éter me afecta el efecto de la falta de oxígeno. —piensa.
De la nariz de Martín sale sangre a montones y sus ojos se tornan rojos. La presión del espacio y el hecho de no haber dominado por completo el éter ejerce un daño incalculable al cuerpo mortal del argentino.
Por su parte, Ankara siente su cuerpo ligero y débil. Entiende que no puede continuar una batalla de ese calibre lo suficiente. Sin embargo, ataca con sus tentáculos oscuros contra el cazador que los esquiva usando la capacidad del éter para manipular el tiempo lo cual permite ver y prever los ataques.
Un tentáculo rezagado de esa ráfaga de ataques indiscriminados da en el costado del cuerpo de Martín aprovechando el punto ciego. Lo atraviesa de lado a lado. Su riñón es perforado y desde el agujero empieza a brotar sangre. Cuando retira el tentáculo, Martín lanza un alarido de agónico dolor. Con ambas manos se cubre la herida sangrante:
—¿Lo ves? Sigues siendo un mero mortal. —exclama Ankara, pero no con esa sonrisa tétrica sino una más seria.
—Tiene razón. Ese ataque me destruyó uno de mis órganos internos. —piensa Martín. El dolor es punzante y cada respiro le ocasiona ganas de arrancarse todo su interior con las propias manos. —A este paso no creo poder continuar enfrentándola. Maldición.
—¿Qué pasa? ¿te duele? ¿es algo que jamás sentiste? ¡jajaja, vaya problema humano! —dice en tono de burla. Aunque ella no se lo puede permitir, se siente incómoda por una pequeña grieta que le salió debajo del brazo y trata de ocultar.
Los ojos del argentino se iluminan color dorado y liberan una estela como si fuera el aura de maná, pero mucho más opaca y dejan entrever que algo sobrenatural ocurre.
Ankara no quiere perder el tiempo y por ello saca su carta debajo de la manga. Una estrategia desesperada que lleva un tiempo apostada y lista para salir a la luz:
—¡Jajaja! —rompe en carcajadas la diosa.
—¿De qué te ríes? —pregunta el muchacho.
—Es intrigante que, a pesar de tener todo el poder primordial, acabaste de ignorar algo crucial. No puede ir contra la brillantez de incalculable tiempo de una deidad como yo.
—¿De qué estás hablando?
—De esto. —señala un punto desde el espacio, Buenos Aires.
Martín se gira y ve un pequeño punto negro y carmesí danzando. Dramonzuk pierde la razón y cae completamente en un estado donde es puro poder explosivo y nada de control de sí mismo y todo eso frente a los aliados del cazador:
—¿Que acabas de hacer? — pregunta, atónito.
—Deberías conocer tu lugar humano. ¿Creíste que tal poder es gratis? Tendrás que vivir con la consciencia de que no podrás salvarlos incluso si vas a toda marcha. Mi marioneta va hacer algo que tendría que haber hecho.
Mientras tanto en Buenos Aires, el caos se funde con la desesperación cuando Dramonzuk ataca con llamaradas negras de su boca. Aliados o enemigos, da igual, destroza todo a su paso. Apenas tiene un atisbo de que la diosa acaba de hacerle algo que desconoce. Sin embargo, es muy tarde para él:
—¡¿Que le está pasando a ese monstruo?!—pregunta Macarena.
—¡No lo sé, pero mantenga la distancia! ¡esas llamaradas pueden quemar hasta los huesos! —advierte Arakneida.
—Martín. — piensa Estela en él y levanta la mirada con preocupación.
—¡Estela no te distraigas! —le dice Julio.
—¡Si, lo siento! ¡¿qué creen que le esté pasando a Dramonzuk?!—pregunta Estela.
—¡Como sea, hay que pararlo o destruirá el estadio y el refugio! —advierte William cuando llega con los demás gracias a un portal que se abrió por el camino.
—William. ¿Están todos bien? —pregunta Estela.
—Si, pero parece que nos perdimos de mucho. —responde con una ligera sonrisa.
Dramonzuk enfoca su atención en el grupo y particularmente Estela. Sonríe y de un salto hacia el frente acorta distancia hasta llegar a Estema y en el momento en que toma con su mano derecha el rostro de ella, Julio, Arakneida, Macarena, Kargroot, Lorkamos, Steindra, y tantos otros y otras más, buscan intervenir con sus armas apuntando en el emperador dragón.
El primer pensamiento de ella es que quizás Martín se sienta muy triste si le pasase algo. Una silueta tan grande como Steindra transformado se interpone recibiendo en el estómago el brazo entero de Dramonzuk.
Estela ve como Leza es atravesada de lado a lado. Sabiendo que ya no puede ser más útil debido a que su brazo no puede regenerarse como ella quisiera ni, aunque pasase a su forma pequeña, decide interponerse para que Estela no sufriera daños. La cazadora observa, impotente la escena. La sangre es gris pero espesa como la humana y aún así, la antigua emperatriz salvaje sonríe como si se mofara de la violencia del monstruo y se autoglorifica el salvar a una humana:
—No, no, ¡Leza! —grita Estela.
—Que basura eres. —murmura el emperador. Retira el brazo y retrocede varios pasos.
—Ja…puaaaaagghhh…—exclama y vomita mucha sangre hacia el suelo, pero sin caerse de rodillas o desmayarse. Se mantiene en pie, desafiante, hermosa y completamente imponente. Su brazo restante empieza a desintegrarse y sus restos danzan en el aire hasta perderse. —¿Te encuentras bien?
—Tu… ¡¿Por qué lo hiciste?!
—Vaya…pregunta…
—No tenías por qué. Yo…
—Es mi…decisión… ¿sabes? Lo hice porque…eres…mi amiga…así que no te hagas la idea…aggghhh…de que no debí hacerlo.
—Que bastarda. Hace tiempo debiste haber muerto y te volviste muy terca. —se queja cabizbajo.
—Dices eso, pero ¿Por qué estás llorando? —pregunta Arakneida mientras se pone de frente a Estela y los demás protegiéndola.
Dramonzuk alza la vista y su rostro derramando lágrimas es tan visible que nadie queda ajeno a ello. El ambiente es crudo y triste puesto que cerca del final de su vida, el emperador dragón tengo un cierto arrepentimiento. Simplemente haber acelerado el final del único monstruo que se ha ganado el respeto e interés, Leza, es insoportable para él:
—Por favor, mátenme. —ruega una vez más.
—Arakneida. —exclama Julio.
—Lo sé. —da un paso más hasta ponerse al lado de Leza. —No pelees más. Ya lo diste todo. Te admiro mucho y mereces descansar.
—Sabes que me estoy…muriendo…si hay algo que puedo hacer…entonces lo haré. —levanta su mano hacia el cielo.
—¿Qué…que es lo que harás? —pregunta Estela.
—Todos ustedes…haaa…haaa…saben que Martín no ganará solo a pesar de haber adquirido este nuevo poder. Por más que haya cortado la conexión y ahora reestablecida por algo más fuerte, seguimos sintiendo lo que le pasa.
—No entiendo nada Leza. Por favor, explícate. —dice Macarena.
Leza sonríe y cierra sus ojos.
De la palma de su mano entera salen partículas color gris que vuelan a la velocidad del sonido. Esto que hace acelera su desintegración física. Las piernas son las primeras en perderse entre el aire. Antes de caer al suelo, Arakneida y William la sostienen.
Dramonzuk empieza a reírse a carcajadas y con la mano se acomoda hacia atrás el largo cabello. Su expresión es sádica y de satisfacción. Con su mano izquierda se hace un tajo a uno de los ojos con lágrimas hasta arrancárselo. Mientras sostiene el ojo en su mano cubierta de sangre color negro enuncia:
—He de controlar a la bestia. Tan solo ríndanse.
Cuando se dan cuenta, son rodeados por una marea de monstruos dragones de toda clase. Los aliados que batallan fuera del estadio o las tribunas o alrededores también son rodeados y superados en número:
—Se acabó. Acepten el final de todo.
Lo único que ahora le importa a la diosa es arrasar a todo lo que Martín conoce y destrozarlo emocionalmente si en lo físico es superior a ella. Señala a Estela con su mano libre:
—Si me entregan…
—Piensa bien al terminar esa frase tan cliché. No te vamos a entregar a nadie maldito imbécil. —desafía Macarena siendo la que se coloca delante de todos. La considera su hermana mayor y alguien a quien le depositaria hasta su propia vida. No piensa hacer lo que diga una entidad macabra.
—Bien. —levanta el brazo y cierra el puño para dar la orden de que aquellas hordas de dragones arrasen con todo incluso el refugio subterráneo.
El emperador dragón se inclina hacia el frente con la intención de cargar fuertemente.
De repente, el cuerpo de Dramonzuk cede por unos instantes. La diosa no sabe que ocurre porque ese cuerpo reboza de poder y sucumbir por algún factor externo o interno es casi imposible.
Quiere avanzar al menos un paso, pero se tambalea. Un poco de sangre se escapa de su boca y leves dolores de cabeza aparecen impidiéndole poder pensar.
En el espacio, Martín se debilita cada vez más por su cuerpo. La diosa no escapa a ello, pues alguien inmortal como ella se resiente al entrar al mundo de los mortales y por eso la necesidad del uso del cuerpo de Dramonzuk.
A pesar de todo, Ankara presume estar mucho mejor que Martín así que arremete con sus extensiones con puntas filosas. Apenas las evade, pero cada vez que se mueve la herida se abre más y la sangre se escabulle fácilmente. El dolor es agonizante:
—¡¿Qué pasa cariño?! ¡no me digas que está a punto de desmayarte! ¡jajajajaja! —se mofa ella.
—Me duele. Me duele el cuerpo. No puedo sentir la yema de mis dedos y la cabeza me da vueltas. Sin contar que mis entrañas me arden. —piensa. —Además…siento que algo ocurrió allí abajo. ¿Por qué la presencia de Leza la siento tan débil? —añade él cuando una de las extensiones roza el hombro de él.
—Tengo que debilitarlo más, pero…el éter lo protege cada vez más. Si esto se alarga más estaré en problemas. Maldita sea. —piensa Ankara, aún esbozando una expresión de satisfacción pero que la usa para ocultar la frustración y nerviosismo. Entonces, ve como desde abajo asciende una estela de color gris y al momento en que llega a Martín, las heridas de este se cierran. —¿Qué es eso?
La rigidez en el cuerpo de Martín desaparece. Se siente aliviado y sin dolores. Mira sus manos en búsqueda de respuestas y antes de que pudiera darse cuenta, las extensiones de Ankara lo buscan atravesar. Sin embargo, esquiva una tras otra dejándolas a su paso y así acortar el paso a la diosa.
Da un leve vistazo y nota una estela de maná que entra en su cuerpo. El éter es conocido por ser la energía primordial que antecede a la magia, y como tal es mucho más poderosa, pero también celosa y rechaza así a los intrusos. Pero el que el cuerpo de Martín permita su ingreso, lo cual es físicamente imposible debido a las consecuencias graduales, es imposible hasta para la diosa que ve el fenómeno:
—Que un maldito humano…un cerdo mortal domine el éter puede ser una escasa oportunidad de entre miles de millones, pero ¿esto? ¡es imposible! —se indigna la diosa. —¡Deberías pudrirte y desaparecer al instante!
El cazador cierra sus ojos, concentrándose en aquellas personas que ama y ha curtido una verdadera relación de respeto y admiración, y luego los abre tras un breve trance:
—Que haya una pasibilidad de una cosa, permitirá la existencia o surgimiento de otra. Mientras esa posibilidad, aunque sea mínima.
—¿Qué?
—Es posible que esta sea mi ultima batalla como cazador. Daré todo de mí para vencerte y alejarte para siempre de mi mundo y todos los demás.
—Lo dices con mucha seguridad aún sabiendo que todos tus seres amados están por morir.
—¿Morir? ¿ellos? Se te ha demostrado que podemos salir victoriosos. Brasil, China, Estados Unidos, Antártida, inclusive dentro de Argentina aún con la desventaja de haber sido el país más débil. Hemos conseguido alzar el puño con la victoria.
Choca las dos manos abiertas. El sonido es leve pero lo suficientemente alto como para que la diosa se de cuenta de que va enserio. Ella retrocede llena de un sentimiento que pensó haber erradicado antes:
—¡Aléjate de mí!
Se dibuja un gigantesco círculo mágico azul tan intenso debajo de sus pies que acaba siendo mayor al tamaño del planeta. Martín sonríe:
—Esta es la verdadera fuerza de la humanidad…diosa oscura….
—No, no…imposible… ¡no deberías poder hacerlo!
—¡Zona maná! —exclama Martín como una feroz declaración de guerra. —¡Limit Breaker!
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