Limit Breaker: Conquistando Mazmorras - 196
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- 196 - Capítulo 39: La niña que llora en la soledad infinita
La zona maná, muchas veces vinculada con demostración del potencial en un cazador o monstruo cuyo rango es extremadamente alto, pero su significado va más allá de lo que se cree. Cuando el usuario está listo y lleva tiempo entrenándose para saber controlarlo, adopta características que son propias. Zonas maná que destrozan al enemigo. Zonas maná que crean estructuras que manifiestan la fortaleza interna del usuario. Muchas son las variantes, pero indudablemente es inexistente la que aboga por los demás. Hasta ahora.
Sobre el planeta se dibuja con líneas cálidas color carmesí un gigantesco circuito mágico y dentro de la esfera celeste, un sin fin de pequeños puntos aparecen en todo el mapa global.
La zona maná, Limit Breaker, potencia a niveles extremos el poder de los cazadores y en muchos casos se suceden dobles despertares. Cazadores de rango C o B, ascienden a S y aquellos ya posicionados como SS entonces logran igual a los poderosos antiguos emperadores.
Martín se ha guardado esa gran carta secreta para que cuando llegado el momento igualar las condiciones en todo el mundo.
A pesar de su masivo gasto de maná, el poco que le queda en el cuerpo y es rechazado por el éter, Martín se mantiene de pie gracias a que la moribunda Leza le entregó todo lo que su cuerpo aún tenía de energía mágica. Él sabe de aquel sacrificio y no dudará en vencer. Pero la diosa se da cuenta del esfuerzo del muchacho y lo ataca con numerosos picos oscuro que lo obligan a esquivar y forzando su cuerpo a actuar rápidamente, logra sortear los peligrosos ataques.
Mientras tanto en la tierra, Estela siente que su cuerpo entra en un estado de paz y sus heridas desaparecen. Tanto ella como sus amigos y aliados se sienten de la misma forma. Casi como si algo los poseyera.
Arakneida y Julio, con lo perceptivos que son, se percatan de primera mano eso:
—Esta sensación es muy cálida. —piensa Julio y observa con detalle como de la palma de sus manos salen pequeñas estelas rojas.
Arakneida vela por los últimos momentos de Leza, junto con Estela, Macarena y otros tantos más que han sabido compartir con la emperatriz salvaje los últimos cinco años de lucha. También los subordinados de Leza la acompañan mientras sufren los efectos de la desintegración.
—Dramonzuk, se acabó…no…diosa perversa. Deja al emperador dragón y enfréntanos con tu propia fuerza. —desafía Arakneida con una voluntad que se nota en la voz.
—¡Ja! ¡¿crees que soy ignorante o con inexperiencia para no darme cuenta de cuando una batalla no se puede ganar?!
—Que yo sepa…te encuentras obligada a permanecer con una forma no física.
Los ojos de Dramonzuk se abren, demostrando que detrás, Andará esta inquieta. Arakneida presiente con mayor fuerza las emociones y lo que vive Martin ahora con el poder que la ata a él gracias al éter.
—¡Mierda! ¡¿cómo es posible que se haya dado cuenta?! ¡subestimé excesivamente a estos malditos monstruos y su conexión con el humano! No me había dado cuenta de que este mocoso fuera tan importante para ellos como para enfrentarme. Y lo que es peor…me estoy debilitando cada vez más por permanecer en un mundo que me rechaza. —piensa Ankara.
El cuerpo de Leza termina por desintegrarse sin dejar rastro, pero con una sonrisa feliz. Sus subordinados se van con ella hincados de rodilla mostrando el máximo respeto. Incluso entre los camaradas del gremio humano y compañeros monstruos hay tristeza profunda.
Estela, quien sostenía su mano hasta el final, se pone de pie cabizbaja y con su espada empuñando con fuerza. Arakneida se da media vuelta y ve que al poder proveniente de la zona mana de Martin se suma el aura del elemento que domina ella:
—Estela, comprendo tu dolor ante la pérdida. Incluso yo…—la consuela hasta que Estela interrumpe amablemente.
—Descuida. No dejaré que me desmotive. No en esta batalla tan crucial.
Estela agita su espada hacia un lado. Avanza unos pasos hasta ponerse a la par de Arakneida:
—¿Una última vez? —pregunta Arakneida, sonriendo.
—Ha sido un viaje tremendo. De enemiga a una de mis mejores amigas. Lo que es la vida.
—No te me pongas así, querida. Vas hacerme llorar y en este momento no quiero. —tuerce sus manos formando hilos qué se desprenden de las yemas de los dedos.
—Ya lo discutiremos tomando café. —levanta la espada de filo verde.
—¡Jajaja! ¡¿siguen creyendo que pueden enfrentarme?! ¡lamentable! — exclama Dramonzuk, mofándose de las dos.
Detrás de ellas se acercan Julio, William, Lorkamos, Cromana, Steindra. Al otro lado Macarena, Kargroot, Bautista, Bao, hacen retroceder a las hordas qué antes parecían incontenibles.
Los números se reducen gracias a los aliados que no dejan de llegar. Ahora llega una coalición de Senegal, Ghana, Nigeria, Sudáfrica, Annobon y Argelia siendo liderados por una vieja conocida de William. Musume, Ichika y la coalición europea de Marcos arrasa a todos los monstruos dragones.
La expresión de Dramonzuk es de una extraña mezcla entre shock y satisfacción al ver como caen las hordas de monstruos una tras otra. El emperador sigue luchando contra Ankara para recuperar su cuerpo.
Al mismo tiempo, Martin sigue esquivando con mucho dolor los ataques de la diosa oscura. Ahora es una batalla, pero ver quien colapsa primero:
—Maldita sea, tendría que haberse desmayado del dolor o la pérdida de sangre. En cambio, sigue mis movimientos. No me explico cómo pudo haber aprendido el éter…
De repente, Ankara siente algo extraño en el cuerpo. Lo siente pesado. Los picos se retraen y buscan regresar a la figura perversa de su conjugador.
Ankara sufre de breves imágenes en su cabeza sobre una niña pequeña acurrucada a un costado dentro de una dimensión llena de luz llorando desconsolada. Ella tiene un vestido blanco y el cabello rubio. Luego de eso, regresa con muchas dudas y brutal agotamiento mental:
—Haaa…haaa… ¿qué mierda fue eso? —se pregunta mientras toca la mitad de su rostro y en un estado de shock tan profundo que la hace dudar por unos momentos.
—¿Porque se detuvo tan de repente? —se pregunta Martin.
—¡Martin, es tu oportunidad! — le avisa aquella esencia vengativa en la daga blanca.
—Si, es verdad.
Martin hace girar sobre su palma el arma y al instante alcanza a tomar del mango con la cuchilla hacia abajo. Se impulsa usando el éter para alterar la materia y usar el vacío como algo físicamente duro, como una pared para tomar fuerza y avanzar explosivamente.
Sin embargo, la diosa vuelve en sí y uno de los picos la protege atravesando el hombro de Martin de lado a lado:
—¡Agggghhhhhh! —grita, adolorido.
—Viví millones…miles de millones de años…no para que un maldito mocoso de mierda venga a matarme con esa baratija asquerosa. —su mirada iracunda se enfocar sobre Martin. Está llena de muerte y repulsión a toda vida mortal. Tiene deseo de destruir esa dimensión. Le vale muy poco reiniciar de nuevo. Se hartó de la pelea con Martin. —Te mataré millones de veces y te harre regresa a tu estado normal todas las veces que se me dé la gana. Te hare sufrir como mierdecilla qué eres.
Martin desafía a la diosa, no como un mortal que ella tanto minimiza sino como lo que representa un ser humano, valor, amor, bondad, deseos de mejorar día a día.
No responde a esas amenazas llenas de odio, sino que las abraza y busca convertir en motivación para recuperar el mundo que se ha destruido, su mundo.
Se impulsa de nuevo con el arma preparada para asestarle el golpe final. No obstante, los picos se vuelven miles y miles, cayéndole uno tras otro sin parar, sin detenerse, sin darle un solo segundo de respiro:
—Estela…siento tener que arriesgarme, pero es todo lo que puedo hacer…para protegerlos…para protegerte…—piensa antes de que uno de los picos le corte la pierna a la mitad y aun así no deja de buscar una apertura.
Su sangre sale despedida y flota en el espacio. Deja un camino por el que él se mueve atacando sin parar.
Ankara esta estupefacta con solo verlo moverse cubierto de heridas y una extremidad alejándose ellos:
—¡¿Que carajos…está pasando?! ¿Cómo puede moverse de esa manera y en tales condiciones? Ni siquiera está gritando de dolor. ¿Qué está pasando con este humano?
—¡Ankara!
—¡Aaaaaaaahhh, muérete maldito infeliz! ¡humano de mierda!
Los picos retráctiles se multiplican de a cientos. Todas y cada una de las extremidades apuntan al cuerpo mortal de Martín, pero este se mueve muy veloz. Supera con creces la capacidad ofensiva de Ankara, pero a costa del estrés físico del muchacho. Aun así no deja de atacar., buscando el momento adecuado:
—Vamos Martín, encuentra el momento, vamos, vamos, vamos. —se anima él mismo. —¿Eh? —encuentra una debilidad vinculada a una de las extremidades que está torcida y le cuesta moverse. —¡Ahí es! —piensa.
Después de eso, salta de un lado hacia el otro intentando imponer su propio ritmo a pesar de que su pierna haya sido cortada y cada parte de su cuerpo herido y llevado a niveles de agotamiento que ningún humano podría tolerar. Ni hablar de lo mental, Martín ha llevado a la humanidad a un nuevo nivel de superación que se tenía desconocido hasta ese momento.
Da un último salto hacia el frente mientras sostiene con ambas manos la daga blanca. Al mismo tiempo, piensa en Estela y en cada una de las personas que conoció y que le prestan su fuerza. Él ya no pelea solo. Lo hace por y para la humanidad:
—¡Martiiiiiiiiiiiiiiiin! —grita Ankara, iracunda, mientras rodea por todas partes a Martín con miles de picos. Arriba, abajo, en todos los ángulos posibles, los picos se acercan al chico formando una esfera al mismo tiempo que se acerca el cazador con el arma mata diosa.
—¡Ankaraaaaaaaaaaaa! —lanza un feroz grito de guerra. La daga expulsa una enorme cantidad de energía blanquecina que logra alejar brevemente los picos. Salvo un par que le atraviesan el cuerpo, pero aun así va con toda su determinación y voluntad.
En un instante todo se apaga y se escucha el crujir de algo como si se hubiera quebrado un hueso. Martín se encuentra en un sitio blanco, cálido, pero también siente una profunda tristeza. No se ve paisaje alguno.
Martín levanta sus manos y ve que sus palmas no tienen sangre y la daga no está junto a él. Tampoco siente la pesadez del combate que lleva lidiando desde hace muchísimas horas. Se pregunta donde está y observa a su alrededor. Ve una pequeña figura no muy a lo lejos. Al principio sospecha, pero por instinto va hacia ella hasta detenerse a medio camino cuando observa mejor a esa pequeña figura.
—¿Una niña? — se pregunta Martín mientras yace en el suelo. Como está en un sitio distinto, su cuerpo no muestra el daño que había recibido. Está sano físicamente y mental. Mira a la niña y avanza hacia ella. Mientras se acerca escucha los lamentos y sollozos de ella. —¿Por qué lloras? —le pregunta.
—¿Cómo puedes…?
—¿Huh?
—¿Cómo puedes ser tan distinto? Eres un humano y aun así…—se raspa los ojos y en el proceso se los irrita.
Martín se sorprende al ver que es una niña muy pequeña de cabello rubio apagado y vestido largo, muy simple y de color blanco algo sucio. La encuentra algo maltratada y con la voz rasposa. Siente su tristeza como si fuera la suya:
—Sigues subestimando a nosotros los mortales. —exclama él.
El cazador se sienta a su lado buscando acortar distancia y quizás poder conversar mejor sin necesidad de continuar la pelea en aquel sitio:
—An-kara ¿Esa es tu forma verdadera?
—¿Acaso importa?
—El crujido que sentí ¿acaso es…?
—Si te diste cuenta ¿Por qué me lo preguntas a mí? Sabes la respuesta.
—Oh, entiendo. Me gustaría preguntarte algo.
—¿Qué quieres ahora?
—¿Tanto nos odias?
—¿A quiénes?
—A los mortales. Se siente como si en verdad…bueno…fuera algo personal.
—Se sienten demasiado especiales ¿verdad? Siento que quieres que me arrepienta. Estas muy equivocado. No está ni estará nunca en mi naturaleza el arrepentimiento. Tendrías que haberte dado cuenta en todo este tiempo que luchamos. Soy una entidad absoluta que ve a tu raza como seres inferiores y…
—Entonces dime algo. —interrumpe el argentino, levantándole el flequillo a la niña. —¿porque estas llorando?
—¿Eh?
Acerca el dedo para quitar las lágrimas del rostro. Luego de eso acaricia su cabeza, pero no como muestra de afecto sino compasión.
Ankara, en esa forma infantil que representa la inocencia entre tanta corrupción, solo observa. La confusión inunda su corazón, pero no hace nada para quitarle la mano al humano. Parece que lo disfruta y hasta se permite sonreír un poco:
—¿Porque haces esto? Soy tu enemiga y he causado tanto daño a ti, a tu mundo y a tu gente.
—Es cierto, y desearían haberte conocido jamás.
——Hazlo entonces. Ódiame.
—Sin embargo.
—¿Que?
—Si no hubiera sido por ti…nunca habría conocido a mis amigos y compañeros. Jamás habría conocido a Estela.
—Habría sido más fácil culparme y eliminarme aquí también.
—Lo se.
—Ahora que harás.
—Quisiera quedarme un momento aquí.
—Este lugar va a colapsar en cualquier momento. No veo el sentido de que te quedes aquí.
—Me gustaría conocerte, Ankara, antes de que ocurra lo que deba ocurrir en el mundo externo.
—Leirana.
—¿Como?
—Mi nombre es Leirana. Así me llamaba antes.
—Leirana, que bonito nombre.
Leirana agacha un momento la mirada al escuchar ese dulce halago. Muestra emociones tan humanas que Martin se permite dudar de que esa diosa tan siniestra y esa niña sean la misma persona:
—Leirana ¿puedo saber tu historia antes de convertirte en Ankara?
—Podría mentirte al contarte.
—Puede que sí, pero me gustaría recordarte como lo que fuiste y no lo que eres. ¿A ti no?
—Me sigues pareciendo muy raro Martin.
—Jajaja, seguramente lo sea. ¿Qué me dices?
—No tengo otra opción.
—Siempre hay opciones.
—Mi historia es muy idéntica a la de cualquiera. Simplemente nací en un plano distinto con otro tipo de espíritu e intenciones buenas.
—¿Cómo ocurrió entonces…?
—Mi corrupción, cuando pasas demasiado tiempo observando como los seres inferiores se matan entre ellos sin poder hacer nada para ayudar llegas a sentir rabia. Cada ser divino tiene una única regla y yo soy parte de un grupo que la quebró. Si, no soy la única, pero supongo que ya lo sabías.
—¿La corrupción es por los que llaman seres inferiores?
—Aunque al final no fuimos tan distintos.
—Lo que no comprendo aún es el porque te sucedió eso. Es decir, el detonante fue observar demasiado, pero ¿Qué sobrevino con eso?
—Los dioses de otras dimensiones teníamos una regla muy clara. Nunca observar porque de tanto desear intervenir y ayudar en la vida mortal, nuestra naturaleza se vería comprometida. Irónicamente es lo que determinó que nos convirtamos en formas corrompidas y sádicas. El resto ya lo sabes.
Martín se pone de pie y palpa sus piernas. Leirana levanta la vista y mira al humano con curiosidad:
—¿Algo más? —pregunta la niña mientras sus pies empieza a desintegrarse al igual que la punta de sus dedos.
—Quiero saber más de ti. —le repite lo mismo que había dicho momentos antes.
—¿Es enserio? ¿no te aburres con esa frase?
—Habrá sido duro vivir aquí sola tanto tiempo mientras esa corrupción te hacía llorar ¿verdad?
—Supongo, pero es tarde.
—No lo es. Al menos no para una caminata.
—¿Eh? ¡E-Espera, oye!
Martín levanta en brazo a Leirana y camina a lo largo de la dimensión blanquecina. Los alrededores explotan en pétalos de distintas clases de flores mientras se forma un campo bello con un sol en el horizonte que marca el tiempo en que se oculta con lo que le queda por desaparecer del todo.
Ambos se alejan rumbo a donde está el sol y se oye como ríen a carcajadas. Finalmente, la diosa oscura siente como esa corrupción sale de su cuerpo consumido por el deseo y voluntad que se creyó había perdido.
En el mundo exterior, Martín abre los ojos y ve la imagen más pura de Ankara, quien ha regresado a ser Leirana pero en su versión adulta, la cual sonríe con una amabilidad tan honesta que por primera vez Martín devuelve con el mismo gesto.
La daga, que yace incrustada en el pecho de Leirana, se evapora y aquella voz del antecesor de Martín solo dice con satisfacción antes de llamarse a silencio, pero por fin sintiendo el descanso eterno:
—Haz que cada instante en tu mundo valga la pena, Martín.
Leirana, ya liberada de la corrupción, manifiesta alas en su espalda, las que nunca debió haber perdido sino hubiera sido por su caída al abismo. Martín aprecia la vista de una verdadera deidad, la que ella debió ser en una primera instancia. Sin embargo y al igual que en su forma de la más pura inocencia, está en camino a desaparecer de la existencia. Ella aletea con dificultad, ya que no sabe manejar esa clase de alas, pero se siente conforme por haber logrado recuperar su verdadera forma. La forma que nunca debió abandonar:
—Leirana.
—¿Si, cariño?
—Tu dijiste en un momento que tu verdadera forma es la oscura.
—Solo puedo decirte que, para aquellos reacios a volver hacia atrás, ignorar cosas como el de donde provenimos o las cosas que hemos hecho, son muy comunes.
—Mentiste.
—Hay algo que jamás he mentido y en cierta forma quise quitarlo de mi ser.
—¿Qué cosa?
—El aprecio por ti. Aprendí mucho sobre los humanos y empecé a sentir cariño materno. Supongo que es la parte de mi lado verdadero que nunca quiso abandonarme. —levanta sus brazos y da cuenta de que casi desaparecieron. Mira a Martín y se acerca lo suficiente como para abrazarlo o al menos intentarlo. El cazador la abraza por la cintura.
—Te agradezco esas palabras.
—¿Puedo pedirte algo? Se que no debería hacerlo, pero es importante.
—Claro.
—No olvides este momento, pero tampoco dejes de odiarme. Hice cosas imperdonables y lo merezco, pero, me reconfortará saber que me guardas en tu corazón por este momento, aunque sea escaso.
—Lo haré. Descuida.
—Gracias. Por cierto, allí abajo, Dramonzuk ya no está bajo mi control y parece que ha abandonado el planeta para morir a su manera.
—Lo se.
Antes de que su torso y cabeza acaban esfumándose, la diosa dice una última cosa para despedirse de Martín:
—Me alegra ver el hombre en que te has convertido. Que seas muy feliz con Estela.
—Eso haré…
Finalmente, la diosa oscura, Ankara o como en un principio de los tiempos, Leirana, desaparece para siempre dejando todos los planos existentes con una sonrisa de alivio. Luego de eso, Martín contempla la inmensidad del espacio y observa que a lo lejos se aleja Dramonzuk cubierto por llamas carmesí que iluminan a la distancia.
El dragó emperador, ya librado de la influencia oscura de Leirana, se aleja como puede de la dimensión. Ya con poca energía mágica que lo mantenga con vida hace un último esfuerzo de bien, lleno de arrepentimiento tras el dolor causado a otro mundo inocente gracias a la diosa oscura.
No se gira a mirar a Martín, pero sabe que está observándolo:
—No me veas así maldito mocoso. Se que aún me odias y sin embargo…no podría morir sabiendo que en parte que tu mundo haya acabado así fuera mi culpa. Te estoy agradecido por haber acabado con esa diosa oscura. Y sin duda descansaré en paz sabiendo que mi resto de maná ayudará a recuperar tu mundo a su imagen previa. Buena suerte.
La figura de Dramonzuk desaparece en un instante y una llamarada de puro maná choca con la Tierra. Los espacios naturales destruidos, las ciudades, todo se va recuperando, así como el color del cielo y los océanos. Sus restos son suficientes como para sanar los daños de la guerra como una última voluntad del antiguo emperador dragón y en su memoria yace el recuerdo de la espalda vista desde atrás de la diosa salvaje, Leza. Siempre tuvo gran admiración por ella y la consideró su igual. Sonríe y el recuerdo se lo lleva a la eternidad.
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