Lord Diablo y las armas de la guerra - 2
En los pacíficos territorios del bosque Mononok cerca del poblado de Him, deambulaban distintas criaturas que formaban parte de este hermoso y curioso ecosistema. Numerosos eran los seres que servían como el escalón más bajo de la cadena alimenticia, siendo no otra cosa más que pacificas criaturas que se dedicaban a alimentarse a base de lo que la flora les proveía. Mientras que encima de ellos estaban aquellos quienes les daban caza, seres vigorosos y usualmente más grandes. Era el orden natural de la vida y nadie intervenía en ella.
Es por ello por lo que aquellos dos solo miraban con respeto y en calidad de espectadores. Se trataba de un hombre que a pesar de ser de avanzada edad (sesenta años para ser exactos), ciertamente aún conservaba un buen porte, tanto en los rasgos faciales como en su manera de hablar y actuar, capaz de atraer a muchas damas que, o no se daban cuenta de que era prácticamente un viejo, o que sinceramente eso era lo de menos y lo consideraban bastante apuesto. Después de todo también se trataba de un honorable y valeroso caballero que servía a la familia real Peugeot en el Reino de Barbaroux; con mucho orgullo casi siempre se le veía con su armadura dorada. Este señor correspondía al nombre de Sir Tibère de Clemenceau. Destacaba más que nada la gran espada que cargaba siempre a sus espaldas.
La otra persona que lo acompañaba era su querida y tierna nieta, una joven de trece años conocida como Lady Marcellette de Clemenceau, una doncella que sin dudas adoraba bastante a su abuelo, pues no solo le tenía sumo respeto y cariño, sino que aprendía mucho de él cada vez que los dos juntos salían a alguna que otra aventura. El mismo tenía un afecto recíproco por esta, casi que hasta la mimaba de más.
La joven cargaba en uno de sus brazos una canasta llena de alimentos, listos para ser entregados a un grupo de crías de zorro quienes perdieron a su madre a manos de un cazador.
—Abuelo, ¿de verdad no gusta algo? —preguntó la joven con una notoria sonrisa en su rostro—. Hice mucha comida, puedo ofrecerle lo que desee.
—Insisto, insisto, estoy bien —respondió el hombre, agitando sus manos—. Almorcé antes de que saliéramos, pero si iba a saber que la comida sería hecha con tus propias manos créeme que lo hubiera considerado. Así que… será para la siguiente ocasión. Lo siento.
—¡No se preocupe! ¡Yo lo comprendo! De hecho, en un principio no iba a hacer tanto, pero vino a mi mente el que podríamos necesitarlo por si acaso.
—Como dice el dicho: «es mejor prevenir que lamentar». Espero que podamos darle utilidad a esa comida extra, lo mejor no sería desperdiciarla.
—Tiene razón. ¿Cree que la próxima podamos venir todos juntos? Usted, la abuela, madre, padre y yo. Hace mucho que no hacemos una reunión familiar, por lo que me gustaría juntarnos y comer algún aperitivo hecho por mí misma, al disfrute de un lugar tan tranquilo como este bosque.
—Considéralo un hecho, solo falta organizarnos y ver que podamos cumplir con un día libre en común. No estaría nada mal hacer una reunión familiar de vez en cuando, creo que hace mucha falta con tantas obligaciones que tenemos.
—¡Espléndido, no puedo esperar a que llegue ese día! ¡Me aseguraré de preparar mucha comida!
Ambos siguieron profundizándose un poco más, esperando encontrarse a las crías que descubrieron el otro día al momento de llegar a Him. Si había algo que caracterizaba muy bien a Marcellette era su amabilidad, socorriendo a todo ser que necesitase ayuda, sin importar si tenía buenas pintas o no. Era tal la amabilidad de esta chica, que la había puesto en peligro en varias ocasiones. Una vez un hombre borracho estuvo a punto de golpearla, una vez un oso intentó defender a su cría pensando que la chica estaba haciéndole algo malo, una vez estuvo a punto de ahogarse por llevar a una pesada y lenta tortuga de vuelta al agua. Si en ninguna de esas ocasiones hubiera estado su abuelo presente, no hubiera salido viva para contarlo.
Ahora bien, ¿cómo es que se metía en situaciones de riesgo si tenía a un adulto que pudiera tomar autoridad para prohibirle de hacer tales cosas? Pues Sir Tibère consentía tanto a su nieta que le hacía falta tener un carácter seguro y decirle «no» cuando era necesario; esto era algo que ya se les había advertido a ambos, pero sus espíritus libertinos causaban que estuvieran siempre en situaciones como estas. Ciertamente irresponsable pero lo más probable era que terminaran aprendiendo la lección por las malas.
—Abuelo, ¿cree que los cachorritos sigan ahí?
—Apuesto a que sí. Ellos saben muy bien que los trataste con cuidado y delicadeza la otra vez. No tengo dudas de que confían en ti.
—¿De verdad?
—¡Claro! ¿Cómo temerle a una dulce niña como tú?
—Esos cachorritos eran muy pequeños, no tienen a nadie así que supongo que deben de tenerle pavor a todo.
—No te preocupes, yo sigo creyendo que no les causarás ningún temor. Solo tenles cuidado y amor, y verás que te querrán mucho.
—Sí, eso espero. ¡Gracias, abuelo!
—De nada, mi niña.
Y minutos después, los dos pudieron encontrar lo que tanto buscaban. En el mismo lugar que la anterior vez, pudieron hallar a los cachorros de zorro en buen estado, estando los seis en una pequeña cueva, rodeados de una manta que Marcellette les regaló. La joven se adentró al lugar, se hincó y abrió la canasta, ofreciéndoles porciones de comida acordes a su edad, así como un poco de leche. Ciertamente Sir Tibère, quien estaba viendo la escena con los brazos cruzados y con una sonrisa de satisfacción, estuvo en lo correcto con lo que dijo momentos atrás: la cordialidad y amabilidad de Marcellette le valieron para que los cachorros no le tuvieran miedo.
Pero no todo marchó con felicidad. Sin que Marcellette se diera cuenta mientras seguía haciendo lo suyo, un extraño sujeto se acercó a las espaldas de Sir Tibère, colocando una daga peligrosamente cerca de su cuello. El veterano se espantó durante un instante, pero supo mantener la calma y la tranquilidad, aunque temiendo que la cosa pudiera complicarse.
—No te muevas, no hagas ruido —susurró el sujeto ubicado detrás de Sir Tibère, en un volumen inaudible para que la conversación se quedara solo entre ambos y no llegase a los oídos de Marcellette.
—Muy bien, di lo que tengas que decir… —Sir Tibère le siguió la corriente, tratando de permanecer serio y con sus ojos enfocados en su nieta.
—¿Sabes quién soy? Sé honesto.
—No, no tengo la menor idea de quien seas. No reconozco tu voz y, aunque voltease y mirase tu rostro, apuesto a que no te reconocería.
—Y más te vale que así sea.
—Suenas a que tienes enemigos.
—¿Qué sabes de ello? —El sujeto levantó un poco la voz.
—Oh, ¿entonces le atiné? Vaya, los juegos de azar me persiguen a donde quiera que vaya…
—Una broma más y te rebano la garganta.
—No eres capaz, no estás aquí para matar cual espía tratando de pasar desapercibido. No, tal parece que te persiguen. Tuviste la oportunidad de matarme, pero no lo hiciste y en su lugar me interrogas con más cortesía de lo que deberías.
—¿Sabes por qué?
—No, pero supongo a que se debe a dos razones. Uno: ves que solo soy un abuelo con su joven nieta, quien está intentando alimentar a unos pobres animales indefensos, sabes que no representamos peligro alguno para ti, sea la razón por la que sea. Dos: sabes que no tienes la posibilidad de ganar contra mí aun atacándome por la espalda. Viste mi espada y mi armadura, no es posible que sea cualquier tipo. ¿O sí? ¿Quieres averiguar?
—No te maté porque tu armadura es diferente a los que me persiguen. Ninguno tiene ese aspecto, emblemas o colores, ni siquiera los de más alto rango. Aunque los que me buscan solo son estúpidos de bajo rango.
—¿Quién va tras de ti?
—No te lo diré, no vaya a ser que chantajees sobre mí. Si no quieres una tragedia es mejor así.
—Supongo que tienes razón. Bueno, entonces si no soy tu enemigo, ¿qué es lo que buscas de mí?
—Solo quería cerciorarme de que no estuvieras aliados con ellos. No sabría decir con seguridad, pero daré mi voto de confianza que todo está en orden.
—No eres tan desalmado. Bien pudieras asesinarme y sería mejor para ti, ¿no? Pero tal parece que tienes bondad en tu interior.
—No me conoces como para estar tan seguro de eso. Acabo de convertirme en el último sobreviviente de una batalla hace muy poco, nadie quedó con vida excepto yo, espero que eso te diga algo.
—Me dice que nos has pasado por muy buenos ratos…
—¡Abuelo, concluí! —exclamó Marcellette saliendo de la cueva.
—Oh, ¿ya? —preguntó Sir Tibère, algo nervioso. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que ya no había nadie detrás suyo.
—En efecto, concluí —contestó la joven, sacudiendo su vestido de la suciedad. Alzó la mirada para encontrarse con la de su abuelo, quien lucía un poco preocupado—. ¿Sucede algo? ¿Me tardé?
—No, todo bien. Y no, no te tardaste, sabes que yo siempre seré paciente cuando se trate de ti.
—Fiu, creí que se había aburrido.
—Para nada. Por otra parte, mírate, acabas ensuciar el vestido más hermoso que tenías —Sir Tibère hizo una mueca de decepción—. Tu abuela se va a enojar mucho.
—Lo podemos lavar después, solamente guardemos el secreto entre usted y yo, ¿le parece? —La joven guiñó un ojo, sonrió e hizo el ademán de guardar silencio.
—Ja, ja, mi pequeña salió una diablilla. Claro que guardaremos el secreto.
Y juntos reanudaron su marcha hacia el pueblo de Him.
—Por cierto, abuelo, usted tenía razón. Los cachorritos no me tuvieron miedo, me sentí como si yo hubiera sido su mamita.
—¿Ya ves? Te dije que no iban a sentir miedo si tú los ibas a cuidar, confiaron en ti.
—Supongo que la que no tiene mucha confianza en mí… soy yo misma.
—Deberías. Confiar en uno mismo es la base de la fuerza y voluntad de uno.
—¿Qué debería de hacer para poder tener más confianza?
—Pensar en cosas como «qué es lo que está bien y qué no», «qué es lo que me gusta y lo qué no», «qué cosas puedo hacer para poder sentirme mejor», cosas en las que puedas sentirse a gusto tanto contigo como con tu entorno. Eres muy joven, todavía tienes mucho que aprender, sobre todo el hecho de que no solo debes de velar por los demás sino por ti. Eres humana.
—Pero solo quiero hacer lo correcto, al igual que usted, abuelo. Yo solo quiero seguir sus pasos.
—Creo que ahí radica el problema. Me halaga y me pone muy contento que digas eso, de verdad que no me cabe la felicidad, pero también debo decirte que solo tómame como ejemplo, no como alguien a quien copiar. Tú debes de ser tú, aunque a otros no les guste, al fin y al cabo no le podemos caer bien a todo mundo.
—¿Incluyéndolo?
—¡Por supuesto! No estoy exento, he cometido errores que a algunos no les pareció y, bueno… Pero trata de ser más «Marcellete» que «Tibère», o cualquier otra persona. Como dije, en serio me pone contento que quieras seguir mis pasos pero el primer paso para tener seguridad en uno mismo es precisamente seguir el corazón. Sé que suena cliché y muy cursi, pero eso no le quita la verdad. De esa manera no tendrás miedo cuando quieras hacer lo que te plazca, aunque claro, tampoco te excedas, ja, ja.
—Es… Es fascinante, me ha dejado sin palabras como siempre… Creo que será difícil no seguir sus mismos pasos con tanta sabiduría que irradia… ¡pero trataré! ¡Daré lo mejor de mí misma! ¡Gracias, abuelo!
—Ja, ja, ja, es un placer.
En ese momento, Sir Tibère pudo escuchar distintos sonidos a la distancia. Sonaba como si se trataran de varias personas corriendo a un ritmo no rápido, pero por lo menos acelerado, además de que se escuchaba un particular sonido metálico por lo que daba la impresión de que eran personas vistiendo armaduras. El caballero volteó hacia su nieta, dándose cuenta de que ella no alcanzaba a oír, por lo que no hubo cambio en sus expresiones. No al menos hasta que giró para ver el rostro de su abuelo.
—¿Qué sucede, abuelo?
—Nada, este… Creo que lo mejor sería limpiarte el vestido, hay que lucir siempre impecables y pulcros, no es bueno que los demás te vean sucia —contestó el hombre, estando la mitad de concentrado en los sonidos y la otra mitad en su nieta.
—Sí, tiene razón, no es bueno que la gente del pueblo me vea así… —Marcellette estiró su vestido, viendo el mismo con un rostro de angustia.
—Ven, vamos al lago que está por aquí a lavártelo un poco. Luego lo lavaremos con jabón.
—Está bien.
Sir Tibère se encargó de que tanto su nieta como él estuvieran escondidos e imperceptibles de las personas que rondaban por el bosque. Fue cuando pudo escuchar las voces de dichos individuos con más claridad gracias a lo desarrollado de su oído.
—¿Lo encontraron?
—No, pero tal parece que está por aquí, dijeron que lo avistaron escapar en dirección hacia el bosque de Mononok.
—¿Está seguro de que no habrá sido uno de los de la catapulta? Es imposible que haya estado en el fuerte y sobrevivido al aliento del dragón.
—Los de la catapulta ya fueron interceptados por otro escuadrón, ellos ya están muertos. El que estamos buscando estuvo en el fuerte según varios de los guardias que revisaron el lugar luego del intento de asedio, por raro e insólito que suene. Así me lo informaron, yo no estoy en posición de confirmar ni denegar nada.
—¿Cree que haya escapado a Him?
—Lo más probable es que sí, quizás alquile servicio de transporte, pero si no tiene dinero tal vez intentará esconderse o robar dinero. Lo mejor será seguir buscando por Mononok y después iremos a Him, ¡despliéguense!
—¡Sí, señor!
Comments for chapter "2"
QUE TE PARECIÓ?
Buen cap! Tranquilo pero entretenido. Espero la proxima actualizacion 😉
Katon Fachero no Jutsu = ON
El anciano, bonita relación que demuestra con la niña y consejos sabios con los que trata de aportar a su nieta. (◍•ᴗ•◍)✧*。