Lord Diablo y las armas de la guerra - 3
Después de darle una visita a la cría de zorros huérfanos y tras el incidente que pasó desapercibido por Marcellette, tanto ella como su abuelo se adentraron al pequeño poblado de nombre Him. Nada destacable podía decirse de este lugar, pues no dejaba de ser similar a otros, no obstante era un sitio con un pacifismo envidiable. El ambiente tranquilo y calmado era lo que incontables viajeros y guerreros buscaban luego de enfrentarse a las cruentas adversidades de la vida.
—¡Qué lindo lugar, jamás me canso de venir aquí! —expresó Marcellette a viva voz, mirando con encanto su alrededor—. ¿Y usted, abuelo?
—¡Claro que yo tampoco me cansaría! Este pueblo es especial para mí, aquí fue donde conocí a tu abuela.
—Esa es una de las razones por las que me gusta mucho, fácilmente puedo imaginármelos a ustedes dos de jóvenes teniendo sus aventuras románticas por aquí. Me pregunto si aquí conoceré al amor de mi vida… —La chica colocó su dedo en su labio inferior.
—¡Oye, aún estás muy pequeña para tener pareja, jovencita!
—L-Lo siento, abuelo…
—Ah… —Sir Tibère hizo cara de asombro, sumamente apenado por levantarle la voz a su querida nieta—. No, discúlpame, se me olvida que estás en crecimiento y ya empiezas a tener esos pensamientos…
—Está bien, en realidad solo fue una idea pasajera, tampoco tiene que ser tan sobreprotector, ja, ja. Ni mis padres son así… Ellos solo esperan a que me case y tenga un descendiente.
—Me imagino que no quieres eso, ¿verdad?
—No es tanto que no quiera, no me molestaría algún día casarme y tener un hijo, pero… me siento forzada. No les importa con quien me case, mientras sea un noble de una familia de gran renombre será suficiente para ellos.
—Bueno me aseguraré de tener una charla con tu padre cuando lo vea. A él no lo forzamos para que se casara, lo dejamos a su entera elección así que me parece justo que haga lo mismo contigo. Así que no te preocupes, qué creo que como todo hijo necesita un buen castigo.
—Je, je, je, gracias, abuelo, pero me temo que seré yo quien hable con ellos. Seguiré su consejo de tener más confianza conmigo misma y creo que hablar con mis padres será un buen inicio.
—Eso es excelente, pero de igual forma estaré a tu lado. Tus padres tampoco son bastante fáciles de convencer, ¿sabes?
—Se lo agradezco mucho, yo también considero que sería lo mejor.
No faltó mucho para que pudieran llegar a la posada donde se hospedaban, con planes de regresar a la mañana siguiente a su hogar hasta el Reino de Barbaroux, un recorrido tan largo que duraba días yendo en carruaje. Antes de entrar, lo que aquella dupla se esperó encontrar fue no otra cosa más que el cálido y dulce saludo por parte de la recepcionista Ladislava, pero una vez adentro, ambos vieron que había varios soldados provenientes del Gran Reino de Tyrannt, el cual estaba relativamente cerca.
—¡Diga la verdad! —espetó uno de los tres soldados a la recepcionista—. ¡Será ejecutada en nombre de la justicia!
—¿E-Ejecutada? Pero si no estoy mintiendo, estoy diciendo la verdad…
—¡La gente dice que lo ha visto por aquí! —gritó otro de los guardias.
—¡Última oportunidad, si no nos dice dónde está habrá severas consecuencias para todo el pueblo!
Ante la presión y las amenazas, la señorita Ladislava entró en desesperación y miedo.
—¡Por favor, les estoy diciendo la verdad! ¡No sé quién es esa persona, nunca la he visto en mi vida! ¡Les juro que si lo supiera ya se los hubiera dicho, pero no sé nada! ¡Por favor no me hagan daño! ¡Se los suplico! ¡Solo sé lo de los rumores, pero nada más!
Antes de que cualquiera de los tres tipos dijera una palabra más, Sir Tibère decidió intervenir.
—¿Se podría saber que está pasando aquí? —intervino el adulto mayor, en voz alta y remarcando aquel tono barítono que solía dejar de lado cuando estaba calmado.
Se acercó donde estaba el alboroto, socorriendo a la jovencita quien vio luz en el hombre.
—Estamos buscando a alguien, ¿lo has visto? —El guardia de en medio tenía un retrato hablado de alguien que parecía ser un sujeto, un adulto muy joven.
—Dinos la verdad, anciano —gruñó otro.
El dibujo no era de lo mejor y con dificultad se podría saber quién era la persona que estaban buscando. Aun así, Sir Tibère creyó de inmediato que la persona que estos tipos estaban buscando podía tratarse de la misma que se topó en el bosque. Claro que el caballero hizo lo correcto.
—No, no lo he visto —respondió, serio. Después de todo era la verdad, pues nunca le vio la cara.
Los guardias quisieron ponerse rudo, pero con un sujeto aparentemente más fuerte que ellos nunca se meterían, solo se metían con los más débiles como los cobardes que eran, así que se marcharon del lugar tan pronto el caballero adoptó una mirada y postura de emanaba gallardía. Marcellette estaba abrazada del brazo de su abuelo en todo momento, temerosa de aquellos hombres.
—Abuelo, usted es genial —suspiró la chica, admirada por la valentía del hombre.
—Ja, ja, no fue nada —contestó, volviendo a su lado blando. Entonces miró a la señorita, quien no sabía muy bien como expresar sus gratitudes luego de tal episodio—. ¿Está bien, señorita Ladislava?
—Sí, muchas gracias —respondió, desviando los ojos y con un tono inseguro.
—Odio a los tipos como esos, siempre tratando de aprovecharse de los demás infundiendo terror, pero me alegro de que no haya pasado algo más grave. Si vuelve a tener problemas, con toda confianza puede acudir a mí, señorita.
—Sí, gracias, Sir Tibère. Ahmmm… ¿cómo le puedo pagar?
—No es necesario pagarme, solo traté de hacer lo correcto, es todo. Aun así, sí quisiera saber que se traen esos tipos.
—Están buscando a un prófugo, quieren capturarlo. No sé mucho más la verdad…
—Con eso es suficiente, gracias.
—Abuelo, ¿podemos ir a dormirnos ya? Me siento cansada —bostezó Marcellette.
—Sí, vamos a nuestro cuarto.
—Buenas noches —dijo Ladislava, despidiéndose con la mano y esbozando una enorme sonrisa.
—Buenas noches —correspondieron abuelo y nieta.
Mientras tanto, en otra parte del pueblo.
—¿Qué pasa? ¿Ya lo encontraron? —preguntó un señor mayor con arrugas y un bigote.
—No, sargento Francois —respondió uno de los tantos soldados que buscaban al prófugo.
—¿Todavía no? —El sargento Francois levantó la voz—. Maldición, los dividí en cuatro grupos de tres, ¿cómo es posible que todavía no lo hallen?
—Señor, la gente no parece reconocer muy bien el retrato hablado que hicieron —contestó otro.
—¡Déjame ver! —El sargento arrebató uno de los carteles a uno de sus hombres, viendo el dibujo de la persona que buscaban—. ¿Quién carajo hizo este dibujo?
—Yo, señor —respondió uno, levantando la mano con miedo.
—¡Carajo, es difícil identificar a alguien así! —espetó el sargento.
—Señor, pasa que la gente se contradijo a la hora de describírnoslo —dijo uno—. Se confundieron, tal parece que ni ellos saben a quién estamos buscando, o puede que en un acto por protegerlo nos mencionaron atributos que tal vez no correspondan con el sujeto en cuestión.
—Maldita sea, no entiendo cómo es que uno solo de esos bastardos mercenarios pudo salir con vida. Nadie debió sobrevivir después del ataque del dragón, todos fueron calcinados, no quedaron más que cenizas de los cuerpos.
—¿De verdad no fue uno de los que lanzaron la catapulta? —preguntó uno.
—Ya les dije que no, los que utilizaron la catapulta solo fueron cuatro, esos ya están muertos; se envió un escuadrón a tiempo para contrrestarlos justo después de que la accionaran. El prófugo fue avistado en el fuerte.
—Eso no puede ser posible, usted mismo dijo que todos fueron calcinados, nadie sobrevivió —dijo otro, incrédulo.
—Lo sé, yo también respondí lo mismo cuando me comunicaron eso, no podemos hacer mucho, ninguno de aquí quisiéramos sufrir las consecuencias en caso de fallar nuestra misión así que hay que empeñarnos mejor. ¡Soldados, hay que seguir buscando! ¡Busquen por todas partes!
—¡Sí, señor!
Volviendo a la posada.
—Vaya día, abuelo —dijo Marcellette, acostada en su cama, con la sabana hasta el cuello.
—Y qué lo digas —respondió Sir Tibère, sentado al borde de su cama, quitándose las botas—. Lástima que ya se acaban las vacaciones, habrá que volver a casa mañana.
—Sí, pero me la pasé muy bien, pude salir de aquella jaula llamada habitación, lejos de mis deberes como noble. Además, siempre es agradable estar con usted.
—Me alegra mucho escuchar eso —Entonces Sir Tibère se recostó en su cama, apagando la vela—. Buenas noches, pequeña.
—Buenas noches, abuelo.
Y, tan solo unos tres segundos después, claramente se pudo escuchar un grito demasiado agudo, de al parecer una mujer, el cual provino desde otra habitación.
—¡¿Qué fue eso?! —preguntó Marcellette, alarmada.
—No lo sé, tal vez alguien está en peligro. Iré a averiguar —respondió Sir Tibère, saliendo de la cama.
—¡No, abuelo, por favor no vaya! ¡No me deje sola!
—Tranquila, todo estará bien, solo saldré por un momento. No le abras a nadie, cuando regresé te tocaré y reconocerás mi voz.
—Cuídese…
Sir Tibère tomó su espada y se dispuso a salir. Después de ver a su abuelo salir y cerrar la puerta, Marcellette sintió un trance de preocupación y miedo.
Luego de aquello, pasó un largo rato sin saber nada en lo absoluto acerca de la situación, sin saber tampoco qué era lo que estaba ocurriendo con su abuelo. No se oía nada, así que conforme pasaba el tiempo, la joven sintió cada vez más preocupación. Después de unos seis minutos de haber salido, la chica escuchó la puerta ser tocada, seguida de una voz que la tranquilizó.
—¡Marcellette! ¡Soy yo, ya regresé! ¡Abre rápido!
—¡Abuelo! ¡Qué bueno, estaba muy preocupada!
Cuando la chica abrió la puerta, efectivamente era su abuelo en una sola pieza y sin presentar ni siquiera el más mínimo rasguño; no le sorprendió del todo porque sabía que su abuelo era un tipo muy difícil de vencer.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó la joven, pero no recibió respuesta.
Sir Tibère vio a una misteriosa persona encapuchada por detrás de la joven.
—¡¡Marcellette, a un lado!! —El hombre empujó a su nieta sin medir fuerza o precauciones, pues el pánico hizo que actuara lo más pronto posible.
—¡Aaah! —La chica cayó de espaldas en la cama de su abuelo, afortunadamente sin llevarse un golpe.
Pudo notar al extraño individuo que estuvo a casi nada de acecharla. Por la capucha que vestía era imposible identificarle rasgos como gran parte de la cara o el cabello. Tanto aquel extraño sujeto como el abuelo de la joven se dispusieron a atacar el uno al otro, cada uno usando sus respectivas espadas.
El arma del encapuchado era una espada color negra, mientras que la de Sir Tibère era enorme, muy poco convencional a las que se veían normalmente. El filo de ambos sables chocaron, pero el encapuchado tomó de inmediato una postura defensiva, tratando de evitar cruzar espadas una segunda vez con el viejo. Su fuerza y el tamaño de su arma era sin lugar a dudas enorme.
—¿Qué pasa? ¿Le tienes miedo a mi espada? No te culpo, he partido a la mitad a muchos como tú —Sir Tibère sonrió confiado.
El sujeto no dijo nada en respuesta, solo emitió un leve gruñido. Marcellette aprovechó para dirigirse hacia Sir Tibère y refugiarse detrás de él, viendo con temor al encapuchado.
—Tú, el anciano del bosque —rezongó el encapuchado, sujetando con firmeza su espada negra—. ¡Lo sabía, me vas a entregar con los perros bastardos de Tyrannt!
—Abuelo, ¿l… lo conoce?
—No diría conocerlo, pero sí me lo topé cuando estábamos en el bosque, justo cuando alimentabas a los zorros.
—¿Cómo? Pero si no me di cuenta de su presencia…
—¡Debí haberte matado esa vez! ¡No debí haberme apiadado! —gritó el sujeto, histérico.
—¡Te recomiendo que permanezcas tranquilo, no voy a entregarte a nadie! ¡¡Pero mira que querer tomar a mi nieta por la espalda, eso jamás te lo perdonaría!!
El encapuchado no respondió, aumentando la tensión que hubo en el ambiente.
—Solo estaba buscando un escondite, no planeaba hacerle nada malo —alegó.
—No sé si confiar en ti… Por lo que acabas de decir y por lo que escuché, tal parece que eres un criminal. La gente como tú no tiene mi respeto.
—¿Criminal? —El encapuchado casi que se rio—. Yo no cometí ningún crimen, salvo el de nacer.
—¿Ah no? ¿Entonces por qué razón las tropas de un reino cercano estarían tras de ti?
El misterioso sujeto guardó silencio durante unos segundos. Bajó el arma, pero Sir Tibère permaneció con la guardia en alto.
—Soy un mercenario, participé en una batalla recientemente. Mi grupo y yo íbamos a asediar el castillo, pero un dragón apareció y masacró a todos. Por alguna extraña razón, yo fui el único que sobrevivió. Eso es todo, solo soy un enemigo que estos tipos quieren eliminar.
—¿Sobreviviste al ataque de un dragón? Si quisiste ser convincente primero empieza por ser realista.
—Lo fui…
Más segundos de completo silencio. Tal parecía que la incertidumbre no lograba cesar, dando la apariencia de que en cualquier momento se podía desatar un desenfrenado combate entre los dos espadachines. Sir Tibère temía más por su nieta que por él mismo, prefiriendo no empezar ningún conflicto si con ello significase que ella no estaría en peligro alguno.
—Señor —llamó Marcellette al encapuchdo, temerosa—, yo… yo lo perdono.
Los dos hombres mostraron sorpresa al escuchar las palabras de la joven.
—Marcellette, ¿qué estás diciendo? —dijo su abuelo, abismado.
—A pesar de que quiso tomarme por la espalda, percibo que no está pasando por buenos momentos —continuó la joven—. Sentí miedo, pero veo que el que siente verdadero miedo es usted. Nosotros no le vamos a hacer ningún daño, se lo prometemos, solo pedimos que usted tampoco nos haga daño, sobre todo a mi abuelo.
El encapuchado se mostró un poco confundido.
—Mi abuelo es una buena persona, él solo trata de defenderme, pero no por ello quiere decir que lo odie a usted. Así que, por favor, le pido que cese de sus actitudes hostiles hacia nuestra persona, no queremos que alguien salga innecesariamente herido. Nosotros solo estamos en son de paz.
Sir Tibère miró con orgullo a su nieta, pero tranquilidad, temió que el encapuchado no se tomara bien aquellas palabras. No obstante, las cosas no salieron tan mal como pudo esperar.
Sin previo aviso, el sujeto empezó a retirar su capucha con lentitud y cuidado, revelando su identidad poco a poco. Sir Tibère y Marcellette quedaron sumamente asombrados al ver el rostro de aquel individuo, pues les fue difícil creer lo que vieron una vez la capucha estaba retirada por completo.
—Mi nombre es Sabbath —dijo, con una seriedad inusual.
Se trataba de un sujeto bastante joven, quien lucía en sus veinte, aunque no había mucho que pudiese destacar en él: su cabello era negro con un mechón blanco, las iris de sus ojos eran de color café oscuro y su piel era trigueña. No obstante, había una característica que sobresalía por sobre todo lo demás, la misma que produjo los rostros de impacto en los dos nobles: en el ojo derecho de Sabbath estaba una cicatriz con forma vertical, seguramente producto de una quemadura de segundo grado.
Sir Tibère y Marcellette tardaron un poco en reaccionar.
—Ah… Y-Yo soy Sir Tibère, ella es mi nieta Marcellette.
—Ho-Hola…
—Somos nobles, provenimos de la Casa Clemenceau en el Reino de Barbaroux.
—Nobles, ¿huh? Nunca me llevé bien con los de la alta sociedad, siempre los desprestigié —confesó el joven—. Uno lucha por comer y los nobles tragan como si no hubiera mañana.
—Esas palabras me traen ciertos recuerdos… Conozco a los de tu tipo, mercenario, tengo mucho años de experiencia estando a lado de plebeyos de toda índole. Ustedes tampoco son unos santos.
—Por supuesto que no lo somos. Nadie en este mundo lo es.
—¿Lord Sabbath? —llamó Marcellette, tímida.
—¿Hm?
—¿Se podría saber qué… es esa marca en su rostro?
—Oye, Marcellette, no puedes preguntarle sobre su físico a los demás así de la nada —dijo Sir Tibère, reprimiendo la acción de la joven.
—Lo siento, es que yo…
—Nos salió chismosa esta niña —murmuró Sabbath, sonriendo.
Entonces el joven desvió la mirada.
—Les contaría una larga historia, pero no tengo tiempo así que solo les diré que desde niño siempre me han rodeado la señorita pobreza, la señorita muerte y la señorita peste. Mi familia era de lo más pobre pero aun así yo fui el menor de siete hijos.
—¿Siete dijiste? —repitió Sir Tibère.
—Así es. He escuchado de familias con más hijos, pero aun así siete era un número grande considerando la pobreza en la que vivíamos. Parece que los que viven en bajos recursos nunca se cuidan y terminan trayendo más niños a este mundo solo para que su destino sea el sufrimiento; ese fue el caso que me tocó. Pasamos incontables días sufriendo de hambre y de otras escaseces, mientras que los ricos vivían en armonía y sin preocupaciones.
—Lord Sabbath, yo quisiera decirle que siento mucho por todo lo que pasó… —dijo Marcellette, afligida tras comprender la situación tan complicada del muchacho.
—Vaya, una noble sintiendo pesar por un plebeyo como yo. Dime, niña, ¿alguna vez has pasado hambre?
—A-Algunas veces…
—¿Alguna vez has tenido que ver el canibalismo por cuenta propia?
—N-No…
—¡¿Alguna vez has matado a alguien?!
—¡¡Ya basta!! —interrumpió el caballero—. ¡Qué sea la primera y última vez que perturbas a mi nieta! ¡A la próxima no dudaré en entregarte!
Sabbath sintió temor por un momento, pero se relajó al instante.
—Je…
—Muy bien, Sabbath, ¿podrías contarnos cómo es que el conflicto con el Reino de Tyrannt inició? —cuestionó el caballero, con los brazos cruzados.
—Se resume en que una familia real nos pagó para representar su última esperanza en su disputa contra la familia Bethmann-Hollweg, sobre asuntos que se remontan desde hace muchos años atrás. Todo iba bien, el plan que ideó el comandante Mörd marchaba excelente y el gran Artur era una bestia imparable.
—¿Artur? ¿Te refieres a Artur von Weissmann? ¡¿El Elegido?!
—El mismo. Pero ahora no es más que cenizas tras haber sido incinerado por el dragón. Pobre imbécil, se creyó el mesías de este mundo y terminó muerto, ja, ja, ja.
—Vaya humor que tienes.
—Aaah, en realidad yo lo llamaría una risa nerviosa. Por supuesto que me siento terrible por una tragedia como esa, todos mis compañeros perdieron la vida, ellos eran como mi familia después de todo. Aunque bueno, Artur solo era un aliado temporal para esta batalla, tengo que decir que ese tipo no me caía muy bien, era un noble tipiquito.
—Pero aún sigo sin entender cómo es que sobreviviste al ataque del dragón.
Antes de contestar, Sabbath miró a Marcellette, quien sintió un frío recorrer su espalda.
—Hace rato me preguntaste sobre esta cicatriz, ¿no? —preguntó el chico, señalando su ojo.
—Sí…
—Pues este es el resultado de una batalla que los Águilas Cazadores y yo tuvimos años atrás, una batalla contra un dragón de tamaño más o menos mediano, en donde yo sufrí el poder de su aliento y me dejó esta marca en consecuencia. Muchos murieron calcinados, otros sufrieron heridas por todo su cuerpo que los dejó irreconocibles, pero yo… yo solo me llevé esta marca por más que mi cuerpo ardiera en mil grados. A pesar de que el dragón de la familia Bethmann-Hollweg es un gigante comparado con el que me dejó esta marca, de alguna forma que ni siquiera yo sé, logré sobrevivir. Perdí la conciencia cuando vi la llamarada aproximándose hacia nosotros. Cuando me desperté no lo pude creer: sobreviví y sin ninguna herida o siquiera sin sentir dolor alguno.
La mirada de Sabbath se notaba perdida, confundida y desorientada. Parecía ser cierto el hecho de que ni él sabía cómo pudo haber salido con vida tras tal suceso.
De repente, el silencio fue cortado por el rugir del estómago del chico.
—¿Tiene hambre? —preguntó Marcellette.
—Mentiría si dijera que no —respondió, con las manos en la barriga—. Solo pude desayunar un poco esta mañana.
La joven volteó con una gran sonrisa hacia su abuelo. Claramente el haber hecho comida de más sirvió de algo al final del día.
—¡Yo tengo mucha comida, se la puedo dar sin ningún problema! —La joven se apresuró a tomar la canasta y a entregársela al chico.
Los ojos del muchacho brillaron, pues podía percibir el delicioso olor que despedía la canasta; lástima que no pudo probar ni un solo bocado.
—¿Es aquí? —preguntó una voz masculina afuera en el pasillo.
—¡Sí, es aquí! ¡Quiso entrar por mi ventana y luego vi que el hombre de este cuarto salió a socorrerme! —respondió una voz femenina.
—¡¡Abran la puerta!! —La voz de un hombre resonó al mismo tiempo que golpeó con ferocidad la puerta—. ¡¡Abran la puerta!! ¡¡Ábranla!!
Los tres en la habitación sintieron preocupación de inmediato, pero era Sabbath quien empezó a sentir el mayor miedo de todos.
—Maldito anciano, todo esto fue una trampa —Se quejó el mercenario Sabbath—. Estabas buscando tiempo para que llegarán esos malditos.
—No, te juro que yo no…
Interrumpiendo las palabras de Sir Tibère, la puerta fue derrumbada de una sola patada por una de las tropas de Tyrannt. Varios de ellos entraron a la habitación, apuntando cada uno con su lanza tanto a los dos inquilinos como al prófugo, haciendo énfasis en este último.
—Abuelo, tengo miedo… —murmuró la joven mientras temblaba, abrazando al hombre.
—Tranquila, yo te protegeré pase lo que pase.
Las tropas aguardaron hasta que entró el sargento Francois, reconociendo al caballero veterano de inmediato.
—Vaya, vaya, vaya… Pero qué sorpresa encontrarme con una cara conocida —dijo Francois, con las manos en la espalda.
—Zarigüeya, así que ahora trabajas para los Bethmann-Hollweg —comentó Sir Tibère al ver al sargento que comandaba a los soldados.
—En efecto, Tigre, me siento muy cómodo trabajando para ellos; por lo que entiendo, tú aún sigues con los Peugeot —El hombre tornó su fría mirada hacia la joven que reposaba escondida entre los brazos de su abuelo—. Oh, así que tú y Barbara tuvieron descendencia.
—¿Abuelo… quién es esta persona? ¿Es amigo suyo?
—No, más bien mi rival. Luchamos juntos, tanto como aliados como oponentes.
—Tigre, creo que ya te has dado cuenta de que estamos tras este joven —Señaló con gracia a Sabbath—. Bien sabes que ahora tú y yo no tenemos ningún conflicto, ni siquiera las familias a las que servimos lo están, no debemos de porque iniciar un enfrentamiento ni aquí ni ahora, ni mucho menos por un mercenario que no conoces. Sé que no pondrás defensa alguna cuando intente llevarme preso a este sujeto, ¿verdad, Tigre? ¿No podrás en riesgo a tu nieta, o sí?
—Hmm… —Sir Tibère bajó la mirada, pensativo.
—Abuelo… —Marcellette apretó con leve fuerza el brazo de su abuelo, mirando aquel rostro medio desconcertado.
Sabbath estaba asustado, creyó que su vida no podía ponerse peor de lo que ya estaba, pero tal parecía que se equivocó. Estar como prisionero de guerra no podía ser lo mejor, quizás se trataba de un destino peor que la muerte misma. Sus capacidades para hacer algo eran nulas, estaba rodeado de todos esos soldados quienes le apuntaban con sus lanzas. Tal parecía que su última esperanza recaía en el viejo caballero de la Casa Clemenceau. Parecía ser un tipo duro de roer a pesar de su avanzada edad, alguien que no era fácilmente vencido. Tenía el aspecto de ser fuerte, muy fuerte. Sabbath hizo contacto visual con los ojos claros de Sir Tibère, rasgo que compartía con la dulce Marcellette quien lucía al borde de las lágrimas, gritando mentalmente por su ayuda.
—Lo siento… —dijo el caballero, apenado, mirando hacia otra parte.
—Anciano…
—¡Aprésenlo! —ordenó Francois.
Los soldados rápidamente le cerraron el paso a Sabbath, quedándose sin muchas opciones de escapatoria. Pateó a uno de ellos en la cabeza, derribándolo, saltó sobre otro y se dirigió hacia la ventana. Pero un soldado consiguió tumbarlo contra el suelo en una embestida.
Sabbath intentó pelear, pero poco podía hacer, no podía quitarse al tipo que tenía encima y ya varios lo tenían rodeado en un espacio muy reducido. Lo esposaran tanto de pies como de manos y le colocaran un bozal para que no emitiera ruido alguno desde su boca.
Las tropas de Tyrannt se retiraron con el último sobreviviente del asedio al castillo. Pero antes, Sir Tibère y Marcellette intercambiaron una última mirada con el chico.
Comments for chapter "3"
QUE TE PARECIÓ?
Me gusto mucho el capítulo. Me pregunto que pasara con el prisionero, espero la siguiente actualización n.n