Lord Diablo y las armas de la guerra - 4
Tras la exitosa captura al último sobreviviente de los que participaron en el asedio, las tropas de Tyrannt emprendieron marcha de regreso al susodicho reino.
Para capturar a un solo individuo la verdad es que necesitaron de una cantidad de soldados un tanto numerosa. Si bien, ellos no supieron por qué le habían dado tanta importancia a un simple prófugo, órdenes eran órdenes, tenían que acatarlas sí o sí. La frustración que tenían estos individuos era tanta, que el trato que le dieron a Sabbath no era ni por lo menos decente.
Para empezar, el pobre chico tuvo que caminar a pie, descalzo, cosa que se le dificultó debido a que estaba esposado de manos y pies, provocando que sus pasos fueran limitados, torpes e incómodos. A menudo, los soldados lo tomaban como objeto de burla cada vez que se caía o cada vez que iba más lento que los carruajes.
—¡Vamos, estúpido! ¡Camina más rápido! —Se burló uno, causando que los demás carcajearan. Para el desagrado de ellos, Sabbath jamás pareció rendirse, pues siempre logró levantarse y seguir esforzándose.
—Te crees muy duro, ¿no, imbécil? —espetó otro—. Vamos a ver si aguantas todo el camino hasta el reino.
—Ya sé, ¿por qué no le aventamos piedras? —sugirió uno.
—¡Sí, así aprenderá a que no es tan rudo como se ve!
Y así, entre varios, Sabbath fue el objetivo de varias piedras pequeñas que los soldados iban recogiendo durante el camino. El mercenario quiso evadirlas, pero no fue posible con la mayoría.
Entre el Reino de Tyrannt y el poblado de Him había una distancia de unos dieciocho kilómetros, por lo que no llegarían a su destino sino hasta casi la media noche.
Una vez allá, fueron recibidos por un puñado de soldados en la entrada, quienes componían varias filas, formados uno al lado de otro con rostros serios. Sabbath fue incapaz de caminar a mitad de camino por cuenta propia, por lo que no tuvieron de otra más que subirlo a uno de los carruajes. Al final del recorrido, llegando hasta la entrada del castillo estaban dos singulares personas esperándolos, figuras muy importantes de la nación.
Uno de ellos se trataba de señor de edad avanzada, vestía una túnica negra, así como un gorro del mismo color. Se trataba del canciller Rudolf von Beneckendorff und von Hindenburg. A su lado derecho, se encontraba ni más ni menos que la Princesa Eleonora von Bethmann-Hollweg, la hermana menor del rey regente, Maximilian.
La Princesa Eleonora era, en pocas palabras, una belleza que dejaba encantados a propios y a extraños. Si alguna vez se tuviera que definir gráficamente la palabra «hermosura», o cualquier sinónimo, la respuesta sería ella. Su piel resaltaba por ese tono blanco y pulcro, blanca como la nieve y libre de imperfecciones; su hermoso cabello igual de níveo era largo, semi ondulado y simplemente atractivo, mientras que sus ojos eran azules cual basto cielo despejado. Su cuerpo era esbelto, de ensueño y la razón por la cual muchos solían tener fantasías que nunca en la vida se volverían realidad. Muchos la definían como una diosa en carne y hueso.
Ante la presencia de estos dos personajes, los carruajes se detuvieron. El sargento y todos los soldados descendieron, bajando a la fuerza al prisionero, tirándolo al suelo cual costal de basura.
—¡Soldados, saluden! —exclamó el sargento Francois. Tanto él como sus subordinados hicieron el típico saludo militar, con su brazo izquierdo pegado al lateral y los talones juntos.
—Sargento, veo que ha hecho un gran trabajo —dijo el canciller, viendo al prisionero en el suelo.
—Gracias, señor. Es un honor recibir palabras de aliento por parte de usted.
—Ya es muy tarde. Llévenlo a una celda, mañana por la mañana el rey emitirá un juicio que dictaminará el destino de este prisionero. Tienen merecido un buen descanso, soldados.
—Esperen —intervino la princesa, con un tono serio. Contrario a muchas, la Princesa Eleonora era alguien que disfrutaba del arte de la espada y los combates. Siempre cargaba con su fiel espada plateada en su cadera por el lado izquierdo, Gewehr. Era una chica que solía ser temida por varios.
—¡Ordene, mi señora! —contestó Francois, mostrando fidelidad como de costumbre.
—¿Por qué tratan así a nuestro…? —Eleonora se detuvo, pues no le gustaba usar la palabra «prisionero» ni mucho menos «esclavo»—. ¿…a nuestro personal en correctivo?
—¡Pero mi señora, este tipo es uno de los que participó en el asedio! ¡Es un enemigo! —argumentó Francois—. ¡No deberíamos de tratarlo con respeto, le estamos dando lo que se merece! ¡Es una escoria!
—Aunque sea nuestro enemigo no significa que debamos de tratarlo de manera tan cruel. Hay que imponer orden.
—Su alteza, ¿esa es la razón por la que quiso venir? ¿Para ver personalmente el estado de nuestro prisionero? —preguntó el canciller Hidenburg.
—Sí, ya que me temía que esto iba a suceder. Digamos que… tengo ciertos planes con este chico y no me gustaría que nos agarre odio.
—Por la forma en la que ya lo trataron, creo que es un poco tarde para eso…
Más tarde, varios guardias se llevaron a Sabbath hasta el calabozo, donde se hallaban varios prisioneros más, muchos de ellos con muy malas pintas. Afortunadamente para el mercenario y gracias a una decisión dada por la mismísima princesa, fue metido a una celda exclusiva donde nadie podía molestarlo.
—¡Miren, llegó uno nuevo! —exclamó uno de los tantos prisioneros.
—¡Ja, ja, ja, es un maldito débil! ¡No va a aguantar aquí ni dos días! —dijo otro.
Pronto, las risas y burlas se multiplicaron, cada prisionero profirió su propio insulto al no poder contener las ganas de burlarse de la situación en la que estaba el chico, quien se encontraba en posición fetal, mustio, sufriendo de hambre y sed, con un dolor indescriptible en sus pies y en sus piernas tras haber caminado kilómetros esposado, más los golpes de las pequeñas pero dolorosas piedras. A pesar de haber estado situaciones similares o incluso peores, las burlas y risas fueron la cereza sobre el pastel.
La cosa se mantuvo así, al menos durante dos minutos, pues la presencia de un soldado de considerable importancia calló a todos en un instante. Hubo cientos de cuchicheos, pues aquel tipo estaba lo en una posición lo suficientemente importante como para no necesitar tomarse la molestia de hacer presencia en un lugar como este.
—Mírate, estás moribundo —Se trataba del sargento Francois, quien se sentó en un banquillo enfrente de la celda del mercenario. En sus manos portaba una bandeja con comida y agua.
—¿Te comerás eso mientras disfrutas verme sufrir, o acaso es para mí pero la tirarás porque eres alguien demasiado «cruel» y «desalmado»? —preguntó Sabbath, estando de espaldas.
—¡Hey, no es justo! ¿Por qué a ese bastardo le traen comida de verdad? —gritó uno de los tantos recluidos.
—¡Ese tipo no tiene ni tres minutos aquí! ¡¿Por qué el puto favoritismo?! —rugió otro, tratando de arrancar los barrotes.
—¡Qué mierda, si a él le dan eso yo también quiero! ¡Llevo ocho años en este agujero!
—¡Sí, yo también me lo merezco, maldita sea!
Así como las burlas fueron expulsadas por todos los reclusos presentes hacía poco, los insultos por el repentino y extraño trato a Sabbath llenaron todo el lugar. De hecho, fueron mucho más ruidosos, por lo que varios guardias arrojaron agua fría para calmarlos a todos. Seguido, el sargento se levantó y habló con voz firme:
—¡¡Cállense, malditos inmundos de mierda!! ¡¡Vuelvan a hacer ruido una vez más y me encargo de que les ejecuten a todos!!
Tras relajarse un poco y que la situación se calmara, se sentó una vez más en el banquillo. Sabbath extendió el brazo tratando de alcanzar la bandeja.
—Maldita sea, normalmente no se le da un trato tan especial a ninguno en este hoyo —gruñó Francois—. Todos los que están tras estas rejas son escorias, incluyéndote, pero no sé qué es lo que la estúpida de Eleonora ve diferente en ti.
—Quizás sea por el hecho de que sobreviví al aliento del dragón.
—Ja, patrañas, tú no debiste de haber sobrevivido ni mierda. Es imposible que eso haya pasado, de seguro ni estuviste en el fuerte.
—Hay testigos.
—Lo que sea, tampoco voy a debatir con una escoria como tú —El sargento empujó la bandeja con el pie, pasando esta por debajo de las barras—. Espero que lo disfrutes, porque es un regalo de la mismísima princesa.
Después de eso, Francois la Zarigüeya se puso de pie y se retiró de aquel lugar, rezando para que nunca más volviera a tener que regresar y tener que soportar tan pútrido olor que emanaban las paredes, así como de la basura humana que se podría tras las rejas.
Sabbath tardó un poco en comer los alimentos que le trajo el viejo, pues se llegó a pensar de que pudiera tener veneno o alguna sustancia que lo matase; a simple vista no parecía ser mala comida, se trataba de una milanesa de pollo envuelta en tocino y rellena de queso, mientras que de tomar era agua mineral. Una cena en verdad costosa como para derrocharla en alguien como él. El joven levantó la mirada, sintiendo la mirada de odio y reproche por parte de los demás encarcelados. Ciertamente entendió que no debería de ser agradable que alguien como ellos, que llevaban años en este lugar, no recibieran ni una décima parte de calidad de lo que él estaba a punto de cenar. Pero no le pudo importar menos, pues empezó a devorarse todo.
Al día siguiente, el juicio para determinar de manera oficial y legal el destino de Sabbath dio comienzo. Como juez, el mismísimo Rey Maximilian von Bethmann-Hollweg sería quien determinaría la última palabra. El condenado no tenía defensa, ni tampoco había un demandante. Estaban presentes también varias personas importantes más, como el canciller y la princesa.
—¿Tan jodido está el sistema judicial de este país que tiene que ser el propio mandatario el juez? —comentó Sabbath en voz baja, en tono burlón.
Sabbath alzó la mirada, encontrándose con la mirada fría, despiadada y autoritaria del Rey Maximilian. De él se podían destacar muchas cosas, principalmente el hecho de que parecía ser bastante joven como para ser un rey. Tenía una similitud física muy cercana a la de su hermana menor, aun así, en su rostro parecía no haber compasión alguna. Eleonora parecía ser del tipo de personas que sonreían mucho, pero no en el caso de Maximilian.
—Doy comienzo —dijo el rey en voz alta—. Se le condena al presente por haber participado en el asedio al castillo, siendo miembro de la banda de mercenarios los Águilas Cazadores, un grupo que, a pesar de no haber tenido intenciones personales contra nosotros, fueron contratados por la familia de los Kissinger, volviéndose automáticamente nuestros enemigos al momento de atacarnos.
Hizo una pausa.
—Di tu nombre completo —ordenó.
—Sabbath —contestó, con reproche y sin quitarle los ojos a su juez.
—Di tu edad.
—Veinte.
—Di tu lugar de nacimiento.
El mercenario no contestó, bajando la mirada.
—Di tu lugar de nacimiento —repitió, sin despegar los dientes.
—Nunca supe —Sabbath sonrió—. Nací y crecí en una granja, en medio de la nada. Nunca supe como se llamaba ese lugar, no es como si me hubiese importado.
—»Desconocido», será —dijo Maximilian, mientras el taquígrafo de tribunal escribía lo más rápido posible—. Di tu lugar de residencia.
—No residía en un sitio en particular. Éramos nómadas.
—»No aplica», será. Di tu oficio.
—Mercenario.
El Rey Maximilian hizo otra pausa, aunque más larga que la pasada. Parecía ya estar decidido.
—Sabbath, se te condena a pena de muerte por atacar al Reino de Tyrannt. Serás ejecutado esta misma tarde en la plaza pública. Caso cerrado.
Lo supo, Sabbath supo que una situación como esta se veía venir, pero aun con ello se sorprendió al escucharlo en voz alta. Desde el primer momento en el que vio el rostro inexpresivo y de mal carácter de Maximilian supo que no saldría algo bueno. Sabbath estaba condenado desde el día que nació, pero esto era decir mucho. En muchas ocasiones se deseó la muerte a sí mismo, quiso morirse e intentó quitarse la vida, pero la sola razón de que vería un futuro más prometedor lo obstinaban a seguir viviendo. Fue este momento en el que se arrepintió de no haberlo hecho antes.
—¡¡Hermano, espera!! —exclamó Eleonora, acercándose de inmediato a su hermano.
—¿Qué quieres? —Quiso saber Maximilian, molesto. Él apenas se levantaba de su asiento.
—¡¿Qué acaso no lo hablamos anoche?! —espetó la princesa—. ¡Hablamos de lo útil que puede servirnos este chico!
—Ya te dije que no creyeras en tonterias.
—¡Hermano, este chico sobrevivió al ataque del dragón! ¡¿Entiendes lo que eso significa?! ¡Podemos usarlo para nuestro favor! ¡Las posibilidades son muchas!
—¡Eres una completa estúpida! —Maximilian respondió con una bofetada, enfrente de todos—. ¡¿De verdad crees que un pelele, un monigote, un maldito mercenario cualquiera pudo haber «sobrevivido» al dragón?! ¡¿De verdad crees eso?! ¡¡El dragón es invencible, nadie pudo haber escapado de su aliento!! ¡¿Entiendes lo que significa el poder de un ser magistral y milenario?! ¡¡Ningún mortal puede oponérsele!!
—No lo entiendes, Maximilian…
—La que no entiende eres tú, el dragón ha estado bajo el poder de esta familia por dos siglos. Durante todo ese tiempo siempre ha acabado por completo a todos los que osaron derrotarnos, pero no vieron más que la incandescente potencia de nuestra arma secreta. ¿Sabes cuantas veces se ha hablado de un sobreviviente? Cero.
—Puede que esta sea la primera.
—Deja de insistir, no te llevará a nada intentar defender a un pobre iluso.
—¡Maximilian, entiende! ¡No lo estoy defendiendo! ¡Poco me puede importar, pero explícame como pudo haber sobrevivido!
—¡Razones hay muchas! ¡Pudo haber estado en las alcantarillas mientras todo sucedía! ¡Pudo haber estado sumergido en el río! ¡No hay necesidad de explicar algo tan simple como eso!
—¿Por qué no consideras llamar a los testigos?
—Lo que estoy considerando es mandarte al calabozo a ti, Eleonora.
—¿Qué?… ¿Me mandarías a mí, tu propia y única hermana, al calabozo?…
—Así es. Todo por creer estupideces, por lo que lo mejor será que empieces a quedarte callada y no quedar en vergüenza enfrente de todo mundo.
—¿Terminaron? —preguntó el canciller, de brazos cruzados.
—Sí, ya terminamos —contestó Maximilian—. El resultado del juicio se mantiene.
—¡No! —espetó Eleonora, arraigándose a su creencia—. Canciller, usted debe tener una opinión al respecto. Es alguien de mucha experiencia y sabiduría, lo mejor sería que diga lo que piensa acerca del tema.
—Hmmm… —El hombre de negro empezó a recordar, mirando hacia el techo—. Ciertamente es inusual e insólito que parece mentira o sacado de una leyenda. Siendo sincero, tengo que decir que yo también estoy interesado, puede que podamos mantener con vida al prófugo.
Maximilian sintió como si le hubiesen dado un golpe bajo, mientras que Eleonora sintió por fin que la alabanza estaba a su favor.
—Canciller, por favor, le pido que no le haga caso a las palabras de mi hermana. ¿Por qué creer en tales tonterías como las que dice? ¿De verdad cree que el condenado pudo haber sobrevivido el aliento del dragón sin razón aparente?
—Muchacho, ¿puedo hacerte algunas preguntas? —El canciller giró su mirada hacia Sabbath, ignorando al rey.
—Ah… sí… —respondió el mercenario, perplejo.
—¿Cuál fue tu experiencia antes, durante y después de que el dragón atacara?
—Antes de que pasara, yo solo combatía como todos mis compañeros. Iba montado en mi caballo, tratando de abrirme paso para llegar al fuerte al igual que todos. Durante la marcha y justo antes de salir del fuerte, vimos que algo en el cielo se aproximaba a gran velocidad, quisimos idear un plan para no ver nuestro plan perjudicado, pero no pudimos hacer nada, el dragón era inmenso, como no nos habíamos enfrentado a ningún otro. Pocos trataron de hacerle cara, mientras que los demás escapamos. Pero no importaba que tan rápido fuesen nuestros caballos, todos fuimos envueltos en el fuego sin distinción alguna. Perdí la conciencia de inmediato, había muerto, o eso creí cuando desperté. No sabría decir cuanto tiempo fue, pero tal vez pasaron unos minutos.
Sabbath hizo una pausa.
—Desperté intacto, sin ninguna herida, sin dolor. Había fuego a mi alrededor, mis compañeros, los caballos y demás estaba enardeciendo, pero yo no. El dragón, por otra parte, ya no estaba presente. Pude ver que varios soldados venían a inspeccionar la zona, por lo que emprendí marcha hacia el bosque.
—Esa marca en tu rostro, ¿qué me dices de ella? ¿Acaso es una cicatriz de quemadura? ¿Te la hizo el dragon?
—Sí, es una cicatriz de quemadura, pero fue producto de otro dragón, de una batalla que tuve hace años. Muchos sufrieron su poder ígneo, incluyéndome, pero esta marca fue todo lo que obtuve.
—Gracias por contárnoslo —El canciller giró su mirada hacia Maximilian—. Su majestad, ¿tenemos a los testigos de quienes vieron al condenado en el fuerte?
El rey no respondió de inmediato.
—Conteste, su majestad.
—Ah, ¡s-sí! —Maximilian hizo llamar a los testigos.
Tres soldados entraron a la corte.
—¿Solo ustedes? —preguntó el canciller.
—¡Así es, señor! —respondió uno de ellos—. ¡Solo a nosotros tres se nos dio la orden de revisar el fuerte luego de la batalla! Supongo que fueron de seis a ocho minutos después de que el dragón actuara. Nosotros recorríamos el lugar en busca de heridos, ya fuese de nuestro bando o del contrario. Ningún cuerpo sobrevivió, todos fueron calcinados. Pero pudimos ver al condenado tratando de huir; tratamos de corretearlo, pero ya se había alejado demasiado, así que decidimos informarlo a nuestros superiores para que mandaran un pelotón para que fueran tras él.
—Muy bien, gracias, pueden sentarse si gustan —El canciller hizo un ademán—. Su majestad, hay una pregunta que me gustaría hacerle a usted.
—Adelante.
—¿Por qué decidió ejecutar al condenado directamente? Es decir, claro que tiene el poder de decidirlo, es un enemigo que nos atacó después de todo, ¿pero por qué ejecución? ¿Acaso no pensó en sacarle información de los Kissinger aunque fuera?
—Usted lo acaba de decir: porque es un enemigo, es suficiente para mí. No hay ninguna información que sacarle, ni siquiera de los Kissinger, ellos serán historia pasada dentro de poco. Y sobre lo de la ejecución, lo decidí directamente para no perder tiempo valioso. Matarlo de una vez nos ahorrará muchas cosas, solamente hay que preparar lo esencial para que quede listo esta tarde.
—Entiendo —dijo el canciller, sin agregar nada más—. No tengo nada más por agregar.
—Hermano, de verdad que estás desaprovechando una oportunidad esencial —dijo Eleonora, aún inconforme por la decisión hecha—. No dejaría de ser nuestro… prisionero, pero podemos utilizarlo a nuestro favor. Al menos podemos probar, puede que me esté equivocando, pero no sabremos nada hasta que lo comprobemos. Ya en caso de que no nos resulte útil puedes hacer lo que quieras con él, ¡pero por el momento mantengámoslo! ¡Es nuestra oportunidad de volvernos aún más poderosos! ¡¿Te imaginas lo que significa a un elemento de nuestras Fuerzas Armadas con inmunidad al aliento de dragón?! ¡¡Se volvería nuestra arma de matar!!
—No es propio de ti decir esas cosas, Eleonora.
—¡Pues entonces quiero que entiendas lo importante que es la situación para mí! ¡Por favor! ¡Ya perdimos a nuestro padre a manos del enemigo! ¡No quiero que te pase lo mismo a ti! ¡No quiero perderte a ti, hermano! ¡No podemos confiarnos, debemos de usar todo a nuestro favor! ¡Todo!
—Así que solo te preocupabas por mí, eh.
—¡Así es! ¡Yo no quiero perderte! ¡Por nada del mundo! —Eleonora abrazó el brazo de su hermano mayor, quien no lucía desconcertado ni en lo más mínimo—. El dragón puede que sea invencible y puede que nunca haya ocurrido un caso tan inaudito como este, pero no hará nada de daño que lo usemos a nuestro favor. Sueno como una loca, pero creo que este chico tiene algo escondido de lo que ni él se ha dado cuenta. Tan solo intentémoslo y veamos qué pasa. ¿Qué dices? ¿No te gustaría ser aún más fuertes? Estamos en condiciones de utilizar lo que sea a nuestro favor para ganar cualquier batalla, no hay desaprovechar ninguna oportunidad.
—Aaaah… —suspiró Maximilian—. Sí que eres una hermanita muy problemática, Eleonora. Siempre has sido así y yo he tratado de ser el mejor hermano. Desde que tomé el mando tras la muerte de padre me he distanciado mucho de ti…
—Me imagino que ha sido muy duro para ti… Si tan solo me hubiera dado cuenta antes te hubiera ayudado.
—No te preocupes, mientras te tenga a mi lado todo estará bien. Bien, entonces quiero que tomes total responsabilidad de esto, ¿quedó claro?
—¿Hermano?
Y en eso, Maximilian miró a Sabbath, pero manteniendo la misma faz seria y fría de siempre.
—Sabbath, nómada mercenario, antiguo integrante de la ahora extinta banda mercenaria los Águilas Cazadores, se te condena a ser el esclavo personal de la Princesa Eleonora.
Tras escuchar semejante condena, los rostros de los presentes empezaron a mostrabar notorias impresiones. Nadie pudo creer lo que acabaron de escuchar: los soldados se quedaron por de más de impactados, el canciller levantó lo más que pudo sus cejas, Eleonora abrió la boca por sorpresa formando una «O», mientras que Sabbath lucía como si lo hubieran transportado a otro mundo sin previo aviso. Su mente viajó a otra parte, pero su cuerpo se había quedado presente en la corte del rey.
Maximilian continuó:
—Vivirás, servirás, lucharás y morirás por ella. Si algo le llegase a suceder toda culpa recaerá en ti, sin importar si hayas sido o no el verdadero culpable. Aun así, dentro de tres días serás puesto a prueba para revelar si posees inmunidad contra los dragones; si el resultado es negativo pero logras sobrevivir, se te condenará a pena de muerte y esa será una decisión irreversible e irrevocable. Y ahora espero no ser interrumpido por nadie… ¡Caso cerrado!
Maximilian dio el martillazo que definió el destino de Sabbath a partir de ahora. Ciertamente un camino que había sido difícil de prevenir, pero si algo era seguro era que no todo podía ser tragedias. De vez en cuando la suerte parecía darle por lo menos una palmada en la espalda. Además, Eleonora no se veía como una chica cruel y terrible a comparación de su hermano, ¿o sí?
Después de concluir con el juicio, el Rey Maximilian se retiró de inmediato. Otros miembros también se fueron, mientras que algunos más decidieron quedarse, como el canciller. Sabbath permanecía inmóvil, estando aún encadenado de manos. Todavía se preguntaba si aquella condena se trataba de una buena o mala, pero para ello todavía faltaba para descubrirlo. Eleonora se acercó a Sabbath, colocó sus suaves manos en las mejillas de este y le levantó la mirada.
La mirada perdida y confundida de Sabbath estuvo abstraída por el enigmático y dulce rostro de la princesa. Esos ojos azules lo llamaban cual mar llamaba a un marinero. Esos labios finos, rosados y suaves producían esa sonrisa que inspiraba tranquilidad y sosiego. Fue como un hechizo.
—Desde ahora me perteneces —dijo la Princesa Eleonora, con aquella sonrisa enigmática.
Comments for chapter "4"
QUE TE PARECIÓ?
Buen captiulo. Tuvo buen ritmo y el juicio duro lo que tenia que durar para que fuera entretenido y a la vez informativo. El personaje de la princesa me resultó interesante sobre todo en la parte final cuando sus actitudes varian y se puede ver parte de sus intenciones. Sospecho que oculta varias cosas, pero eso se ira revelando con el tiempo (supongo yo jaja) Esperaré la siguiente actualización! 😀
Gracias Lalimoon san, sus comentarios son los mejores <3
La princesa puede ser dulce y benevolente por fuera, pero tiene razón, no hay que juzgar un libro por su portada puede que sea la persona más malvada quizás le gusta patear perritos 😲
Bueno, a mí me encantan las albinas así que yo me dejaría pegar jaja