Lord Diablo y las armas de la guerra - 7
El sol salía del horizonte para iluminar la vida de millares en el continente de Bellun. Ya había pasado un día desde que se decretó que Sabbath permanecería estos días como el esclavo personal de la Princesa Eleonora. Hasta el momento, todo parecía marchar sin complicación alguna, pero nada aseguraba que así se mantendría por lo que restaba de tiempo, antes de tener que probar su aparente inmunidad.
—¡Sr. Sabbath! ¡Desayuno! —Era Cassita, activa como ya era usual.
—Pasa.
La mucama entró con el mismo carrito del día de ayer para transportar comida.
—Buenos días, Sr. Sabbath.
—Buenos días, Cassita.
—Hoy parece ser un buen día.
—Espero que así sea.
—Para que tenga buen ánimo le he traído un delicioso desayuno. ¿Qué le parece huevos estrellados, tocino, jugo de naranja natural y pan con mantequilla? Apetitoso, ¿no?
—Sí, no lo voy a negar.
—Usted tiene demasiada suerte, a los demás soldados no se les da esto, tienen que conformarse con algo más básico.
—Eso quiere decir que tienen trabajo extra cuando se trata de mí.
—Solo un poco, no se preocupe por eso. Nuestro deber es siempre obedecer a los de arriba —Cassita se encogió de hombros.
—En ese caso intentaré decirle a Eleonora que dejen de darme comida especial para no darles trabajo extra, a no ser que les paguen como es apropiado.
—Bueno…
—Sé honesta, Cassita.
—La paga sigue siendo igual.
—Entonces está decidido, se lo diré a la princesa.
—Preferiría que no, ya que puede traernos problemas. ¿Qué tal si lo interpreta de forma errónea? Podrá pensar que nosotras nos quejamos y podría castigarnos —Cassita parecía tener miedo.
—Hablaré bien con ella para que no salgan malentendidos.
—No, por favor no lo haga, Sr. Sabbath. Se lo suplico, será mejor que así se quede. ¿Acaso no le gusta la comida? ¿Acaso le di un mal servicio? Si es así solo dígamelo y verá que mejoraré, pero por favor no le diga nada a Su Alteza…
—Qué persistente —suspiró el mercenario—. Si tanto quieres que no le diga entonces está bien. No diré nada porque veo que tienes mucho miedo.
—Muchas gracias por comprender. En lo personal no he recibido ningún castigo, pero he escuchado no rumores sino testimonios de gente que ha desobedecido.
—¿Qué es lo que dicen?
—Fueron torturados. No solo ellos, sino que su familia es afectada, pierden su empleo y tienen pocas probabilidades de buscar un lugar donde volver a trabajar.
—Creo que entiendo —El joven miró hacia la ventana—. Eleonora tampoco me inspira mucha confianza así que supongo que lo mejor es quedarme callado y disfrutar del servicio de lujo.
—Así es —Cassita asintió—. Tal vez trabajemos extra y no recibamos un pago adicional por ello, pero tampoco es para tanto. De hecho, creo que hasta estoy disfrutando venir a su cuarto.
—Como dicen, de algo malo puede salir algo bueno.
—¡Ah, por cierto! ¿Se acuerda del pajarito que traje anoche?
—Claro que sí, ¿qué hay con él?
—Resulta que una de las cocineras tiene experiencia cuidando animales, a ella le encanta tener muchos en su casa. Supo atender muy bien al pajarito, dice que en unos días ya podrá volver a volar.
—Eso es agradable de escuchar. Aunque si no hubiera sido por ti ese pobre animal estaría ahora mismo moribundo. Es bueno que hayas tenido consideración por una criatura indefensa, me da mucho de qué hablar de ti.
—Gracias, no es nada… —Cassita desvió la mirada, algo sonrojada.
Solo unos cuantos segundos después se escucharon los pasos de alguien más aproximarse. Luego de eso, llamaron a la puerta.
—¿Sabbath? —Era una voz masculina muy gruesa.
—Esa voz… —La mucama logró identificar aquel particular tono.
—Adelante —respondió el mercenario.
La puerta fue abierta, revelando a un señor maduro de bigote y cabello castaño. Su rostro lucía familiar por alguna razón.
—Me dijeron que… —El señor se detuvo en ese instante al ver a la mucama presente en el cuarto del joven—. ¡¿Cassita?!
—¡Papá!
La señorita fue a abrazar al hombre, quien lucía desconcertado.
—¿Qué están haciendo los dos aquí? —exigió el hombre.
—¡Papá, no estábamos haciendo nada! ¡Solo le vine a traer el servicio al Sr. Sabbath!
El padre de Cassita notó la mesita y el desayuno, dándose cuenta de que interpretó la presencia de su hija en el cuarto del mercenario de otra forma.
—Menos mal, no tenía nada de ganas matar a alguien el día de hoy —suspiró el señor.
—Qué exagerado, papá. Sabes muy bien que no planeo hacer nada hasta casarme.
—¡Ya la oíste, muchacho, mi hija es una jovencita pura que esperará hasta el matrimonio! ¡Si le haces algo no te lo perdonaré!
—¡Papá, tampoco lo grites!
—¿Huh? ¿Dijeron algo? Disculpen, no los escuché —dijo Sabbath, mientras desayunaba lo que le había traído Cassita.
—¡Dije que…!
—¡Papá! —interrumpió la mucama, haciendo una mueca de enfado que en realidad la hacía ver adorable.
—Lo siento, panquecito —Su padre le jaló levemente una mejilla. Al instante adquirió un rostro más serio—. Estimado Sabbath, me presento. Yo soy el sargento Harlad, soy el padre de Cassita. De ahora en adelante estaré por estos rumbos para serte de apoyo cuando lo necesites, así que si ocurre algo puedes acudir conmigo con toda confianza.
—Es un gusto conocerlo —respondió Sabbath, sin mostrar mucho interés.
—También me informaron que la Princesa Eleonora quiere verte al medio día en el castillo, así que prepárate cuando se llegue la hora, yo mismo te escoltaré.
—Entendido, me alistaré entonces.
—Bueno, pues ya he cumplido mi deber por aquí. En unas horas vuelvo —El sargento Harlad hizo un breve saludo militar.
—Yo también he terminado. Te acompaño, papá.
Padre e hija se retiraron, dejando a Sabbath solo.
—De tal palo, tal astilla.
Pasaron las horas hasta que se llegó el ansiado medio día. Tal y como se lo indicó, el sargento Harald llevó personalmente a Sabbath hasta el castillo. Normalmente lo hacían varios individuos de los cuales no entablaban ningún tipo de conversación con el mercenario, solo se limitaban a hacer su trabajo. Pero ahora, con el padre de Cassita llevándolo, se sintió más cómodo que de costumbre por alguna razón, quizás tras verlo interactuar con su hija, pues no parecía ser un hombre demasiado serio.
—Dime, Sabbath, ¿qué tal estuvo tu primer día?
—Ah, nada mal. Después del juicio, del combate contra el comandante Khan y la cena con la princesa, ya no sé qué más esperar estando aquí.
—Muchas cosas pueden pasar, eso te lo aseguro. Nací y crecí en este reino, sé lo que te digo.
—No lo dudo. Aunque me sorprende que Tyrannt sea muy pequeño a comparación de otros reinos, fácilmente puedo decir que tiene el territorio suficiente para albergar… ¿Qué serán? ¿Tres millones de habitantes? Muy irónico para un lugar que se hace llamar el Gran Reino de Tyrannt.
—Sí, es bastante pequeño a día de hoy. Décadas atrás era mucho más grande, pero con el paso del tiempo hemos perdido muchos territorios, por ejemplo antes teníamos bajo nuestro control los Alpes Gélidos al norte, pero perdimos esas tierras tras una guerra. Después al sur varias ciudades se independizaron, formando diferentes ciudades estado que permanecen en alianza con otras naciones. Fácilmente podríamos atacarlos y recuperar esos territorios, pero si lo hacemos entonces las naciones con los que se aliaron nos declararán la guerra, por lo se convertiría en la peor decisión jamás hecha antes. Y ni me hagas empezar con la disputa que hay con el Reino de Wetzlar.
—No es necesario contármelo, yo ya estaba informado. Un joven noble nos asistió en el asedio, pero falleció en combate y presiento que eso será la causa de que pronto surja un conflicto peor con Wetzlar.
—¿Tienes miedo, Sabbath?
—¿De qué?
—De lo que pueda convertirse tu vida de ahora en adelante. Prácticamente aún sigues siendo nuestro enemigo, pero no es como si haya algo personal contigo, solo hacías tu trabajo y los caminos de la vida te trajeron hasta aquí.
—Yo ya no tengo control sobre mi vida. No, mejor dicha jamás la tuve. Desde que nací estuve envuelto en desgracias.
—No me digas… ¿Acaso eres de esos tipos que tienen complejidades tras complejidades?
—Me temo que sí.
—Sí que debe ser bastante difícil, pero tranquilo, tú mismo me acabas de decir que tu primer día no estuvo nada mal. Creo que estás en buenas manos, no debes de preocuparte mucho.
—Eso espero. Pero contestando su pregunta… Sí, tengo miedo de lo que mi vida pueda convertirse. Hasta este punto me parece difícil de adivinar que es lo que sucederá dentro de los próximos segundos, minutos, horas, días, etcétera, etcétera. Ya ni siquiera controlo lo que yo como, otros deciden con qué y cuándo me alimento.
—Eres como un bebé.
—Esa es una buena analogía, pero creo que el término «mascota» me vendría mejor: si no soy un chico bueno, recibo un castigo; si hago los trucos que me piden, me premian.
—No eres tan diferente a nosotros los soldados entonces. Prácticamente nosotros también somos «esclavos», aunque la diferencia radica en que lo somos por iniciativa propia o por necesidad.
Cuando llegaron al castillo, el sargento Harald dejó a Sabbath al cuidado de otra persona, siendo esta nadie más que Khan el Overlord.
—Comandante Khan.
—Sargento Harald.
Ambos hombres se saludaron como militarmente se correspondía.
—Tal como me pidieron, he traído al mercenario.
—Buen trabajo, sargento. Puede usted retirarse.
—Gracias, comandante. ¡Y buena suerte, muchacho!
—Adiós…
Harald se fue, alejándose con un saludo. Sabbath movía su mano de un lado a otro, despidiéndose también del hombre.
—Acompáñame, niño —pidió Khan—. La princesa te quiere ver.
Sin decir nada, Sabbath siguió al guardián de su dueña. Llegaron hasta las puertas de una habitación, quedándose los dos en silencio un buen rato.
—¿Qué esperas? La princesa está adentro aguardando a que llegues —gruñó Khan, al ver que el mercenario no se movía.
—Entendido —murmuró Sabbath, pues de hecho estaba aguardando a que le dijeran cuando entrar.
Sabbath abrió la puerta, notando la enorme habitación de Eleonora. Como era de esperarse, era un cuarto de lujo, contando con variados muebles y decoraciones que gritaban cuan pudiente podían ser una familia real. La princesa se encontraba en su cama, la cual era tan grande y ancha que fácilmente tres adultos podían dormir en ella.
—Ya llegaste —dijo la princesa. Su rostro reflejaba un sentido del humor diferente al de ayer.
Vestía una pijama rosa, su cabello estaba suelto y totalmente despeinado.
—Sí, ya estoy aquí —Sabbath no se inmutó. Tuvo la sensación de que algo raro había con ella.
—Qué bueno, porque si te hubieras tardado un solo segundo te habría castigado.
—Hmmm…
Sabbath frunció ligeramente el ceño, sospechó que algo andaba mal, no lucía ni actuaba como la misma chica sonriente de ayer. Se veía algo molesta.
—Bien, ¿qué quiere que haga, Princesa Eleonora?
—Quiero que limpies todo mi cuarto. Después, lavarás mi ropa. Cuando acabes, también quiero que me traigas de comer. Me gustan los cortes de carne bien cocidos, las verduras hervidas y suaves, el vino en una copa y mi servilleta personal color rosa.
—Entendido…
—¡Apúrate! ¿Qué haces parado ahí? ¡Quiero que trabajes!
—¿Dónde puedo conseguir el material para comenzar con mi trabajo de limpieza?
—No lo sé, pregúntale a Khan… —El rostro de la princesa estaba rojo. Ella se llevó sus manos para cubrir su estomago, haciendo una mueca de dolor.
—¿Se encuentra bien?
—¡Sí! ¡Ahora apúrate!
—Comprendo.
Sabbath salió del cuarto, encontrándose con Khan. Al parecer no se había movido de lugar.
—¿Por qué la hiciste enojar… niño? —preguntó el guardián, tomando ese tono sobreprotector.
—Ella ya estaba de mal humor, yo no tuve nada que ver. Es más, me atrevería a decir que yo soy la víctima.
—Si la haces enojar te las verás conmigo.
—Sí, como sea… Ella me pidió limpiar su cuarto, ¿dónde están el material para…?
—No lo sé, pregúntale a Jakob.
—¿Quién?
—El líder de los mayordomos en el castillo. Ve, búscalo y dile lo que necesitas.
—¿Y dónde está?
—¿Me crees adivino? ¡Búscalo por tu cuenta!
—Hmmm…
Y de esa forma, el mercenario tuvo que preguntar por todos lados si sabían donde estaba el tal Jakob. Muchas de las mucamas y los mayordomos le dieron ubicaciones específicas de donde podría estar, pero en ninguna de ellas logró encontrar al hombre. Argumentaban que se movía mucho alrededor de todo el castillo, siempre trabajando a una gran velocidad que en cuestión de horas concluye el trabajo de lo que haría un tercio de todo el personal de servicio. Sonaba como algo exagerado pero muchos creían que era así de excelso en este trabajo.
—¿Sabes dónde podría estar Jakob? —preguntó Sabbath a un mayordomo. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces había hecho esa pregunta, así como las ganas y motivación.
—¿Para qué lo necesitas? Él es un hombre muy ocupado.
—Sí, de eso ya me di cuenta, pero lo necesito para algo muy importante. ¿Sabes o no?
—¡Por supuesto qué sé donde está: él es yo!
—Por fin… —suspiró Sabbath—. Necesitaba de tu ayuda.
—Ahorita mismo estoy ocupado.
—Tranquilo, solo necesito que me digas donde están las cosas para la limpieza. La Princesa Eleonora me pidió que limpiara su cuarto.
—Ya veo, si es solo eso acompáñame, el cuarto para los productos de limpieza no está muy lejos de aquí.
El mercenario siguió al mayordomo. Parecía ser un sujeto bastante agradable, al menos esa fue la primera impresión que Sabbath se llevó. Poco después llegaron hasta el cuarto indicado, donde se almacenaban los productos necesarios para una correcta limpieza.
—No sé si necesites algo más.
—No, era todo. Muchas gracias, Jakob.
—En ese caso nos vemos.
El legendario mayordomo se fue, dejando a Sabbath solo en el pequeño cuarto. El mercenario tomó lo que considero necesario, tomando una escoba, un recogedor, dos pañuelos, una toalla, guantes de goma y una botella con jabón. Cuando se aseguró de tener lo que necesitaba, regresó al cuarto de la princesa.
Afuera seguía Khan de brazos cruzados, custodiando la puerta.
—¿Por qué te tardaste, niño?
—No fue fácil de encontrar a ese tal Jakob.
—No hagas esperar a Su Alteza. Habrá terribles consecuencias si le haces algo.
—Lo sé, lo sé, ahora retírese, necesito entrar.
Cuando el mercenario ingresó a la habitación, descubrió que Eleonora estaba completamente dormida, algo que le agradó a Sabbath, se esperaba sermones por parte de ella apenas entrando.
El joven se puso un pañuelo para cubrir su nariz y boca, otro en la cabeza, los guantes y se dispuso a limpiar la enorme habitación. Primero empezó con barrer el suelo, abriendo la ventana para que circulase el aire. Con el recogedor acumuló la tierra y demás suciedad para después sacarla al exterior a través de la ventana. ¿A dónde iba a destinar esa suciedad? No le importaba ni quería saber, él solo se disponía a sacarla y ya.
Cuando se encargó de barrer todo el suelo, continuó con los muebles. Con el jabón que tomó empezó a colocarlo en todo lo que estuviera hecho de madera y de metal. Con la toalla se dedicó a restregar toda suciedad con la que se encontrara.
Tardó más o menos cuarenta minutos para poder acabar.
—Una tarea menos… —Giró hacia la princesa, quien seguía dormida—. Lo siguiente es… lavar la ropa.
Salió del cuarto.
—Necesito lavar la ropa…
—¡¿Qué?! —Khan tomó a Sabbath por la playera—. ¡Ni te atrevas, maldito pervertido!
—Fueron órdenes de la princesa, yo solo las cumplo.
—¡Voy a estar vigilándote! ¡Si veo un solo acto de perversión me encargaré de que te descuarticen! —Khan soltó al mercenario.
—Claro —Sabbath se sacudió su prenda—. Solo lléveme donde se lave la ropa, lo único que quiero es cumplir de una vez todo.
—Bien. Acompáñame.
Como siempre, Sabbath tuvo que seguir a la persona que lo escoltaba para llegar a su destino en cuestión. En esta ocasión, llegaron hasta el patio trasero del castillo, donde había lavabos y tendederos. Varias mucamas estaban realizando esta tarea.
—¿Ves esa ropa de allá? —Khan apuntó hacia una montaña de ropa femenina apiladas en un canasto—. Esa es la ropa de la princesa.
—¿Todo eso?
—Así es, todo eso. No quiero oír ninguna queja, haz lo que se te pidió.
—Bien, bien.
Sabbath arrastró el canasto hasta el lavabo más cercano. Le fue un poco difícil, era casi como si cargara dos espadas pesadas. Tal parecía que a la princesa le encantaba muchas las prendas como para tener todo un montículo enorme. A decir verdad, ella casi no llevaba vestidos, pues la prenda que llevaba el día de ayer casi que parecía un uniforme militar: chaqueta de manga larga, pantalones y botas.
La ropa que Sabbath tenía que lavar eran varias piezas del mismo uniforme, pero también había pijamas de diferentes colores, predominando el rosa y un poco el celeste; habían vestidos formales bastante hermosos, quizás para fiestas o reuniones importantes. También había ropa enfocadas para deportes, como la equitación o el tenis. Por último, también estaba aquello que Sabbath más temía tener que lavar: la ropa interior.
En sí no le preocupaba lavarla, a él solo le importaba acabar y ya, pero era una situación muy fácil de malinterpretar y lo que el mercenario menos quería tener era un problema.
Comenzó. Talló primero toda prenda que se encontrara en la cima, restregando con fuerza en el lavabo usando el jabón en barra que estaba disponible. Aunque eso sí, todo tipo de ropa fue prioridad excepto la interior, la cual fue dejada al último por el mercenario pues cada vez que tocaba ya sea una pantie o un ajustador, sentía la mirada frívola de Khan a sus espaldas. En realidad el guardián estaba a unos tres metros, pero Sabbath lo sentía más cerca. Aun así, continuó sin problemas.
Cuando tocó lavar lo último, Khan se acercó hasta quedar un solo metro de distancia para asegurarse de que nada indebido estuviese sucediendo. Sabbath no se inmutó, pero si se sintió presionado. De todas formas, el mercenario pudo concluir con su trabajo; después de tardar casi lo mismo en limpiar el cuarto de la princesa, Sabbath lavó, enjuagó y tendió cada una de las prendas sucias.
—Terminé… —suspiró, limpiándose la frente del sudor.
—Nada mal, niño, pero apuesto a que aún tienes cosas qué hacer.
—Sí, pero solo me queda una sola tarea.
—¿Qué más te pidió?
—Que le hiciera de comer.
—Entonces iremos a la cocina.
Dicho esto, fueron hasta susodicho lugar.
En la cocina real había varias personas, todas vestidas con el apropiado uniforme de chef. Ninguno de los presentes parecía ocupado, más bien era como si se encontraran descansando, algunos platicando y otros fumando una pipa.
—Chef Gastón —Khan se acercó a uno de los tantos que estaban ahí.
—Comandante —El chef Gastón apretó manos con Khan. Era un hombre cuya apariencia destacaba por su fleco y su bigote handlebar.
Khan bajó su cabeza, mirando a Sabbath.
—Es un placer conocerlo, chef Gastón. Yo soy Sabbath, no sé si habrá escuchado pero estoy al servicio de la Princesa Eleonora.
—Mucho gusto, Sabbath. Sí, estoy enterado de eso, aunque no le tomé mucha importancia.
—No pasa nada. Vengo aquí debido a que la Princesa Eleonora me pidió que le hiciera el almuerzo, quería saber si me dan el permiso de utilizar la cocina por un rato.
—Por supuesto, justo ahora no la estamos utilizando, eres libre de usarla.
—Bueno, se lo dejo a usted, chef Gastón —dijo Khan, retirándose.
—Entendido, comandante, no se preocupe.
Sabbath aguardó hasta que Khan se fuera para decir algo.
—Chef Gastón, no solo quería pedirle prestada la cocina, también quería preguntarle qué comida suele ingerir la princesa. No sabría qué darle y aunque lo supiera, apuesto que tampoco sabría cómo prepararlo.
—No te preocupes, yo te ayudo con eso. ¿Qué experiencia tienes cocinando?
—La única que tengo es la cocina rústica. Yo soy un mercenario, por lo que a veces tocaba cazar y tratar de sobrevivir estando en la intemperie. Fuera de eso no tengo otra experiencia.
—Oh, ya veo. ¿Su Alteza te pidió algo en específico?
—Solo recuerdo que me mencionó «carnes, verduras, vino y un pañuelo».
—Tal parece que amaneció con algo de hambre… Bueno, hay que ponernos manos a la obra. Tengo una receta en mente, de seguro a ella le gustará.
—¿Y si se entera que no lo hice solo? Me imagino que ella debe de estar acostumbrada a su estilo de cocina.
—Es por eso que yo solo te daré las indicaciones, tú harás todo.
—Oh…
Con la ayuda del chef Gastón, Sabbath prácticamente realizó todo. Tuvo que preparar un platillo con filete mignon bañado en salsa de champiñones como plato principal, zanahoria y brócoli hervidos como acompañamientos, vino tinto y, por último, el pañuelo rosa. Tardó una hora y media poder completar el platillo completo.
—Bien, está listo —dijo el chef Gastón, colocando la salsa de champiñones sobre la carne—. Listo, Sabbath, solo toca que se lo lleves a Su Alteza.
—Se lo agradezco mucho, chef Gastón. Sin su ayuda nunca hubiera completado esta tarea.
—De nada, muchacho. Mucha suerte.
—Nos vemos.
—Adiós.
Cuando Sabbath regresó a la habitación de la princesa, se llevó la sorpresa de que Khan ya no estaba afuera, vigilando como lo estuvo haciendo las últimas horas. Pensó que tal vez pudiera estar adentro, con la princesa, pero cuando ingresó, solo estaba ella.
Eleonora estaba despierta, pero sentada en su cama, como si apenas se acabara de levantar.
—Te tardaste mucho.
—Disculpe, princesa, estaba muy ocupado.
—Ya no importa. Veo que trajiste la comida.
—Así es, la preparé yo mismo, aunque con la ayuda del chef Gastón.
—Mi paladar reconoce muy bien la comida del chef Gastón. Si la pruebo y me doy cuenta de que sabe idéntica a la de él tendrás severas consecuencias, Sabbath.
—Pues adelante, pruebe mi comida…
El mercenario le acercó la pequeña mesa especializada para comer en la cama. Con un tenedor y un cuchillo, Eleonora cortó un pedazo pequeño del filete. Ella no lo podía negar, se veía deliciosa la carne, pero esperaba probar para corroborar que no la hiciera el gran chef sino su esclavo.
La princesa se llevó el pedazo a su boca, masticándola con lentitud y aprecio hasta finalmente beber un poco de vino para pasarse el bocado. Sabbath estuvo sumamente atento a cualquier expresión por parte de la princesa, pues ni él mismo había probado la comida y capaz de que tenía el mismo sabor que el chef Gastón. La tensión por dar una respuesta provocó que el mercenario sintiera legítimos nervios.
—Ajem —carraspeó Eleonora—. Nada mal, pero le falta sabor. Por lo que sí, reconoceré que fue hecha por ti y no por el chef Gastón.
—No soy bueno cocinando, así que siento mucho sino cumplí ninguna expectativa.
—Todo lo contrario, cumpliste mis expectativas.
—¿Se refiere a que esperaba una comida poco placentera?
—Así es.
—Pues no la culpo, yo tampoco me tengo esperanza.
—Pero de todas formas… —antes de completar con lo que tenía que decir, Eleonora sonrió—. Gracias por hacer lo que te pedí.
—No es necesario agradecerlo, tengo que obedecer sí o sí.
—Lo sé, pero de verdad te lo agradezco. Te doy el día libre, puedes hacer lo que gustes.
—Gracias, aunque ese «lo que gustes» no creo que sea válido para mí.
—Je, je, je… —La sonrisa en el rostro de Eleonora fue intercambiado de un momento a otro por una que reflejaba malestar.
—Princesa, ¿está bien? Desde la mañana no la siento igual que ayer.
—Estoy bien…
—Sea honesta.
Eleonora articuló una pequeña sonrisa.
—No, la verdad es que no me he sentido bien. Tengo algo de cólicos…
—Me lo imaginaba. ¿Hay algo que pueda hacer?
—Ya has hecho suficiente, yo me encargaré de esto. De hecho, creo que te hice trabajar de más, en serio lo siento.
—No hay problema. En ese caso me retiro, pero si desea ayuda solo llámeme.
—Adiós, Sabbath…
De esa manera, concluyó el segundo día para Sabbath como el esclavo de la princesa. Faltaban dos días para realizar la prueba de su inmunidad.
—¡Espera! —exclamó la princesa, justo antes de que Sabbath saliera de la habitación.
—¿Sí?
—Sé que te acabo de decir que te doy el día libre, pero… ¡ahora quiero que laves los trastes sucios!
El mercenario fingió una sonrisa.
—Sus deseos son órdenes, princesa.
Comments for chapter "7"
QUE TE PARECIÓ?