Lord Diablo y las armas de la guerra - 8
Un nuevo día se presentaba en el continente de Bellun, remarcando así un conjunto de actividades nuevos para lo millares que lo habitaban.
Un hombre adulto corría en un pasillo en el castillo de la familia Bethmann-Hollweg, en su mano sostenía una carta de aspecto formal. Por el rostro de aquel hombre y por la forma tan apresurada en la que corría, parecía bastante preocupado, seguramente tras haber leído el contenido de la carta.
Su destino era la sala de juntas, mismo lugar donde las personas más importantes dentro de la política se reunían para discutir asuntos importantes que tenían que ver siempre con la estabilidad de la nación. Justo ahora, el rey estaba en compañía de su gabinete gubernamental, discutiendo las cuestiones más recientes.
—¿Y cómo están los suministros en la parte sur, general Solf? —preguntó el Rey Maximilian. Él al igual que varias personas más, estaban sentadas en la mesa redonda para discutir los temas más relevantes de la ocasión.
—En el sur estamos bien —respondió el Secretario de la Seguridad y Defensa Nacional, el general Paul Solf—. No hemos tenido ataques por esa área, por el momento no hay de qué preocuparse.
—¿Entonces solo estamos dañados por la parte del oeste?
—Sí, los Águilas Cazadores nos dejaron muy mermados. Tomará tiempo volver a reabastecer esa zona, por lo que si nos llega un segundo ataque nos dejará bastante debilitados.
—Es cuestión de tiempo antes de que alguien se entere. ¿Los Kissinger aún no saben que los mercenarios a los que contrataron fueron aniquilados, embajador Zimmermann?
—No hay manera de saberlo, pero con el hecho de que nadie sobrevivió más que un solo prisionero que está bajo nuestro custodia, yo diría que nadie en el exterior sabe sobre la derrota de los mercenarios —respondió el Secretario de Relaciones Exteriores, el embajador Elias Zimmermann—. No, espere… ¡El poblado de Him! Si el prófugo huyó al bosque de Mononok para después permanecer en Him, cabe la posibilidad de que haya interactuado con mínimo una sola persona.
Todos voltearon a ver al general Solf.
—Sí, eso fue correcto, así me lo informaron los soldados que fueron mandados a su búsqueda —respondió ante las miradas de los presentes—. Me informaron que el prófugo estuvo escondido en una habitación de una posada, la misma que fue alquilada por un caballero de Barbaroux. El sargento que lideró la búsqueda lo reconoció, pero no defendió al prófugo así que no hay problemas.
Después de responder, las miradas tornaron hacia el embajador Zimmermann.
—Me encargaré de eso. Actualmente Barbaroux es de las pocas naciones que están en términos neutrales con nosotros, no recuerdo cuando fue la última vez que nuestras naciones se enfrentaron. ¿Podría iluminarnos con un poco de historia, secretario Stengel?
—Ah… —El Secretario de Educación, Simon von Stengel, se quedó sin palabras por unos momentos. Esta era su primera reunión, además de que era el más joven contando con solo treinta y cinco años (la misma edad que el rey), en comparación con el resto de los secretarios quienes superaban los sesenta—. Claro que sí… La última vez que el Reino de Barbaroux y el Gran Reino de Tyrannt se enfrentaron fue hace ciento cincuenta años, a causa de que no hubo acuerdo entre la repartición de bienes después de que ambas naciones descubrieran una mina de oro. La guerra duró cincuenta años, una de las más cruentas para nuestra nación.
—Excelente, secretario Stengel —El embajador Zimmermann aplaudió, con un dejo de sarcasmo—. Para ser muy joven veo que la educación del reino está en buenas manos. El futuro depende mucho de los jóvenes, después de todo ellos representan el mañana.
—Embajador Zimmermann, ¿cómo es que no pudo recordar algo de historia básica? Es crucial para establecer una buena relación con otras naciones, de otra forma solo generaremos enemigos como lo estamos haciendo justo ahora.
—Son dos partes las involucradas, ten eso muy en cuenta. ¿Crees que no quisiera que no tuviéramos enemigos que quisieran atacarnos a todo momento? Trato de hacer lo que puedo pero si la otra parte no está de acuerdo entonces no hay nada por hacer.
—Orden, por favor —pidió el canciller Hidenburg—. Entonces, embajador Zimmermann, ¿dice que se encargará del asunto con Barbaroux?
—En efecto, canciller, de eso me encargaré más tarde. Aún no ha llegado mi vicesecretario, pero escribiré una carta a la Casa Peugot y la mandaré para evitar cualquier asunto que podamos lamentar después. No creo que quieran iniciar un conflicto ahora mismo con nosotros, no hay razón por la que quieran hacerlo. ¿O sí, general?
—No —contestó el general Solf—. De igual forma, corroboraré que no haya pasado nada mientras el prófugo tuvo su breve estancia en el poblado, pero no creo que tengamos complicaciones con el Reino de Barbaroux.
—¿Alguien tiene algo más por agregar? —preguntó el rey, a lo que el resto respondió con un no—. En ese caso daré por concluida esta reunión.
Justo cuando todos apenas se levantaban de sus asientos, la puerta de la sala fue golpeada con violencia, proseguido por el grito desesperado de un hombre.
—¡Su majestad, su majestad! ¡Embajador Zimmermann! ¡Noticias urgentes!
—Es… ¡mi vicesecretario Helffrich! —exclamó el embajador.
—¡Adelante, pasa! —cedió el rey, sumamente intranquilo al reconocer que aquel tono no le daba un buen presentimiento.
El vicesecretario de Relaciones Exteriores, Josef Helffrich, entró a la sala, tomando grandes bocanadas de aire luego de tanto correr. Flexionó sus rodillas y aguantó el dolor.
—Vicesecretario, ¿qué sucede? —preguntó el canciller Hidenburg, consternado. Poco tardó para darse cuenta de la carta en su mano.
—¿Cuáles son las noticias? ¡Dinos! —exigió el embajador.
—Te… Tengo una carta —El vicesecretario Helffrich extendió su brazo, haciéndole de entrega el manuscrito a su superior directo—. Es… Es un asunto grave…
Zimmermann retiró el listón rojo y desenrolló la carta con suma lentitud, sabiendo que nada bueno podía salir del contenido de esta. Lo primero que vio fue el remitente: el Conde Kilian Berchtold, Ministro Extranjero del Reino de las Islas de Wetzlar.
En voz alta, el embajador Zimmermann citó el contenido de la carta:
—»A través de un corresponsal por parte del Reino de Barbaroux, se nos ha llegado la información de que un miembro de nuestras casas nobles fue partícipe en la batalla del valle Wulle, territorios pertenecientes al Gran Reino de Tyrannt, gobernados por la Casa Bethmann-Hollweg. Así mismo, también se nos informó que dicho representante, Artur von Weissmann, pereció en combate a causa de la batalla contra el ejército de Tyrannt. Lo que la Casa Weissmann habría hecho para mandar a uno de los suyos para auspiciar a la banda de mercenarios los Águilas Cazadores fue una decisión no certificada por el consejo de Su Majestad, el Rey Benedikt von Habsburg. Sin embargo, dado el hecho de que fue ejecutado por el dragón que permanece bajo la posesión de la familia, significa que se ha roto el código de intercambio de prisioneros que aún permanecía en vigente validación para la solventación de cualquier conflicto que nuestros otroras gobernantes tuvieron alguna vez. Este asunto da de qué hablar con respecto al uso de la fuerza por el mandato de las Fuerzas Armadas del Gran Reino de Tyrannt, prefiriéndolo a dialogar para una correcta y sana relación entre ambas naciones. Es por ello que tras una carta recibida por el Gobierno del Reino de Barbaroux así como una reciente reunión con el gabinete de Su Majestad, se ha llegado al acuerdo de que el Reino de las Islas de Wetzlar le declara la guerra al Gran Reino de Tyrannt, esto con el objetivo de evitar cualquier acción desmedida por parte de la familia Bethmann-Hollweg y sus sociopolíticos que pongan en riesgo a la población de este continente. Sobre aviso no hay engaño, los verdaderos combatientes luchan de frente.»
El embajador cerró la carta, prefiriendo no mirar a nadie, mucho menos a su rey.
—¿Cómo?… —Maximilian se abrazó a sí mismo, arrugando sus ropas. Su rostro mostraba impacto y confusión—. ¿Cómo pudieron darse cuenta tan rápido? No entiendo. ¿Cómo?…
—Es imposible que la información haya llegado tan rápido, ¿o no? —El canciller Hidenburg bajó la mirada y empezó a formular una respuesta lógica—. Desde Him hasta Barbaroux hay una distancia más o menos de mil doscientos kilómetros. Viajar a carruaje tomaría como mínimo cinco días; si tomamos en cuenta de que tal vez hicieron paradas en su trayecto, debieron tardar más en llegar. Hace apenas tres días que sucedió el asedio y hace tan solo dos días que se hizo el juicio. El corresponsal de Barbaroux, sea quien sea, es muy probable que ni siquiera haya arribado a su destino aún, por lo que no hay forma de que pudiera haber comunicado lo sucedido durante la batalla al menos dentro de dos días más.
—¿Pero qué tal si escribió y envió la carta incluso antes de partir? —insinuó Zimmermann—. Se data que las palomas mensajeras vuelan un promedio de ochenta kilómetros por hora, su trayecto es directo y no se les presentan muchos obstáculos en comparación a un camino en tierra. Si tomamos la distancia que acaba de mencionar, canciller, una paloma habría tardado tan solo quince horas desde el punto «A» hasta el punto «B». Imaginemos que el corresponsal envió la carta hace dos días, el día del juicio, por lo que probablemente debió de llegar ese mismo día.
—Impresionante, embajador —expresó el general Rolf, asombrado.
—Tengo que saber estas cosas para cumplir el rol que tengo.
—Eso tiene sentido, pero sigo sin comprender el querer declararnos la guerra así de la nada —prensó en voz alta el canciller—. Ellos mismo lo dijeron en esa carta, la Casa Weissmann actuó sin la consideración de su propio rey, pero ahora de la nada quieren la guerra porque el dragón intervino y mató a su «representante», incluso hablaron de un posible intercambio de prisioneros. Esto… Esto no debería de estar pasando, no debimos de utilizar al dragón. Su majestad, temo repetírselo pero usar al dragón fue un completo error…
—¡¡Silencio, canciller!! ¡¡¿Cómo carajos iba a saber que los mercenarios tendrían de su lado a un noble de Wetzlar?!! ¡¡Pero aun así no me arrepiento de haber dado la orden!! ¡¡Si esos mercenarios hubieran llegado hasta el castillo todos nosotros no seguiríamos con vida!! ¡¡Estaríamos muertos!! Si di la orden de usar al dragón no fue para demostrar superioridad, fue para que saliéramos con vida…
Hubo silencio. Aunque lo quisieran admitir, era verdad. El dragón no era un arma que podían utilizar con libertad, tenían sus consecuencias justo como lo estaban enfrentando ahora.
—General Solf… —llamó Maximilian—. Convoque a nuestras tropas, dígales que una batalla se acerca. Diríjalas hacia el área noreste, en dirección hacia Wetzlar. Dígales que estén preparados para combatir al enemigo.
—A la orden, su majestad.
Una batalla se aproximaba. ¿La fecha y lugar exactos? Desconocido, pero habría que estar listos para no ser sorprendidos con la guardia baja.
Por otra parte, Sabbath estaba haciendo ejercicio en su cuarto. Sin la playera puesta dejando al descubierto su remarcado torso y sus brazos ejercitados, el muchacho realizaba diversas actividades como abdominales, sentadillas o lagartijas. Justo ahora, era esto último lo que estaba realizando.
—Veinte… Veintiuno… Veintidós… Veintitrés… Veinticuatro…
—¡Sr. Sabbath! ¡Almuerzo!
Cassita entró al cuarto del mercenario sin siquiera tocar, simplemente abrió la puerta. Venía con su carrito típico que contenía la bandeja que llevaba la comida.
—Sr. Sabbath, traje… ¿Huh? —La mucama vio al joven haciendo las lagartijas, sorprendiéndose por lo fornido que estaba el joven.
—Veintiocho… Veintinueve… Treinta…
Cassita se le quedó viendo por un buen rato, casi sin darse cuenta de que el tiempo seguía y ella tenía que dejar el almuerzo a los demás soldados. Sus ojos iban de arriba a abajo, siguiendo los movimientos del cuerpo del mercenario.
—Cincuenta —Cuando terminó, Sabbath se puso de pie, apenas dándose cuenta de la presencia de la mucama—. Cassita, ¿desde cuando estás aquí?
—Ah… Eh… Sí.
—¿Sí qué?
—Eh… S… S… S…
—Ya, no importa. Justamente estaba esperando a que llegaras, necesito carbohidratos para el día de hoy.
—¿Hará algo?
—Combatiré en un duelo con la princesa. Mañana se hará la prueba para saber si poseo mi presunta inmunidad contra los dragones, así que la princesa quiso que nuestro duelo fuese hoy. Ayer no actuaba bien porque tenía unos malestares, así que combatir en un duelo contra mí es un modo de volver a ser «ella misma».
—Entiendo. He escuchado que Su Alteza es muy fuerte en combate, casi nadie le ha ganado, con excepción del comandante Khan. Veo que usted parece ser muy fuerte también, así que no tengo dudas de que podrá darle un buen combate.
—Gracias, pero la comida de las cocineras también serán clave. Me dan la energía suficiente que necesito para hacer mis actividades.
—Je, je, je, supongo que sí. ¡Ah! ¡Me tengo que ir! ¡Hasta luego!
—Adiós, Cassita.
Poco más tarde, llegó el sargento Harald al cuarto, informándole que tenían que ir a ver a la princesa.
—Sabbath, ¿qué tal? Espero estés teniendo un buen día.
—Sargento Harald… Sí, todo bien. ¿Ya nos vamos?
—Así es —El rostro del sargento Harald se veía diferente al de ayer, no parecía ser el mismo señor sonriente. ¿Qué acaso él también tiene cólicos? Se preguntó el mercenario.
—¿Está bien?
—Eeeh… —El hombre desvió la mirada—. Eso luego lo sabrás.
—Entendido…
A Sabbath le hubiera gustado ayudar al sargento, pero temió que nada podía hacer al respecto.
—Ya estoy listo, sargento.
—Perfecto. Es hora de irnos, cuanto antes mejor.
Los dos juntos recrearon el proceso de ayer, yendo ambos hasta el castillo, solo que no hubo ninguna charla en esta ocasión. Cuando arribaron al aposento, Khan los estaba esperando, quien relevó al sargento el deber de escoltar al mercenario.
Khan y Sabbath llegaron a una sala de estancia, donde se podían escuchar los gritos de la princesa.
—¡No es justo! —espetó Eleonora—. ¡Se supone que sea yo quien tiene la total responsabilidad! ¡¿Cómo es que lo vas a «tomar prestado?!
—Eleonora, ¿de verdad osas levantarle la voz a Tu Majestad? —Maximilian se cruzó de brazos—. Antes de ser tu hermano, soy tu rey, por lo que todo lo que yo diga debe de obedecerse. Ya te cumplí el capricho de mantener al maldito y mugroso mercenario con vida por tus estúpidas creencias, ahora solo lo tomaré prestado.
—¡Pero… Pero…!
—Pero nada. Lo mandaré al frente de batalla, esa será mi orden.
—Hermano… no puedes hacer esto, se supone que mañana sería el día de la prueba, ¡¿ahora piensas arriesgarlo para nada?!
—Es un mercenario, conoce la guerra muy bien. La ha vivido, la ha visto, la ha experimentado y hasta apuesto que la romantiza como el desgraciado que es.
—¡Su majestad, mi señora! ¡He traído al prisionero! —Khan se arrodilló ante las dos figuras más importantes de la nación, mostrando respeto y lealtad como siempre.
—Bien hecho, comandante. De pie.
—¡Sí, señor!
Sabbath intercambió miradas con Maximilian, después lo hizo con Eleonora, quien cortó el contacto de inmediato. Ella se veía bastante afligida.
—Mercenario, si recuerdas la condena que se te dio sabrás que eres el esclavo de mi hermana, pero aun así estás en la obligación de obedecer a todas las figuras de autoridad cuando te pidan tus servicios. No, no es una obligación, deberías tomarlo incluso como un perdón por no haberte matado.
—Lo sé…
—Es por ello que he tomado la decisión de «tomarte prestado», aunque en realidad le perteneces tanto a mi hermana como a mí. Puedo usar tu vida como me plazca y eso es lo que voy a hacer. Hace unas horas recibimos una carta donde la nación de Wetzlar nos declaró la guerra, por lo que prevemos que muy pronto mandarán a su ejército para atacarnos, en respuesta mandaremos al nuestro para que la batalla sea en territorio neutral. Al parecer conversaste con un corresponsal durante tu breve estadía en Him, alguien de Barbaroux que terminó informando acerca de la muerte de Artur von Weissmann. Por lo tanto, tú tienes gran parte de la culpa de que esto suceda.
El rey hizo una pausa.
—Es por ello —continuó—, que te mandaré al frente de batalla en el próximo enfrentamiento con las tropas de Wetzlar.
Poco a poco, Sabbath frunció el ceño. La guerra lo estaba llamando, una vez más saldría al campo a combatir tal y como lo hizo en sus años como mercenario. Estaba listo pero a la vez no lo estaba, pues a pesar de su experiencia, pelearía al lado de quienes antes eran sus enemigos. Sería una sensación cuanto menos extraña, pero no quedaba otra opción más que obedecer.
El Rey Maximilian colocó sus manos en los hombros del chico y acercó su rostro con la de él, quedando a escasos centímetros uno del otro.
—Y ni pienses en escapar o en traicionarnos, porque créeme que no estarás solo en ningún momento. Créeme que si intentas hacer algo sospechoso, no habrá nadie que te llegue a salvar cuando te capturemos, ni siquiera mi hermana. Te juro por quien quieras que así será.
—No se preocupe, su majestad, no intentaré nada…
—No me confío de tus palabras. Estarás siendo vigilado en todo momento por gente sumamente competente, ellos se asegurarán que no cometas nada. Ahora, si te preguntas el por qué de esta decisión de mandarte a pelear, más allá de que compartas algo de la culpa o incluso más allá de que aproveche tu experiencia como mercenario, la verdad es que solo quiero deshacerme de ti.
Eso había sido un golpe bastante bajo, pero irónicamente le dolió más a Eleonora que al propio Sabbath.
—Así es, esa es la verdad. No me interesas ni en lo más mínimo, mercenario. No me interesa que tengas inmunidad al aliento de dragón, aun cuando pueda resultar verdad. No me agradas, te quiero ver muerto y esa es la única razón por la que irás.
—Hermano, basta…
—Ojalá no hubiera sucumbido a las palabras de mi hermana, de esa manera no estarías vivo. Ojalá que te maten en el campo de batalla, de esa forma todos verán que no eres más que un patético mercenario que no sirve para nada. Eres desechable, eres un peón, una pieza fácilmente reemplazable. No sé porque mi hermana te llora tanto, para mí no dejas de ser un donnadie.
—¡Hermano, ya basta!
—Ja, ja, ja…
Sin embargo, en lugar de acobardarse o de sentir miedo como el Rey Maximilian esperaba, Sabbath produjo una sonrisa bastante grande y mostró confianza. Aquella pequeña risita claramente sonaba a como si no estuviera inmutado ni un poco; sonaba arrogante, demasiado para el gusto del rey, quien lucía molesto pues el efecto de sus palabras provocó lo contrario a lo que él esperaba. Eleonora y Khan estaban sorprendidos, pues de igual forma esperaba una reacción distinta.
—Llevo cinco años siendo mercenario. Cada batalla, cada lucha, cada pelea, todo fue siempre lo mismo para mí. Mi vida nunca se rugió por una causa, a mí no me importa salir y blandir mi espada para mis captores, yo nunca le tuve lealtad o rencor a nadie sino que siempre peleé cuando se me pedía hacerlo. Todo es lo mismo para mí. Sus palabras no me afectan, su majestad, porque todo lo que dijo es justo lo que he pensado de mí mismo desde hace mucho tiempo, incluso desde que era un niño.
—¡¡¡Maldito insolente!!!
En una furia incontrolable, Maximilian golpeó a Sabbath en la mejilla. El mercenario resistió sin problemas el golpe, formándose un leve marca roja, mientras que el que salió lastimado fue el rey; no estaba acostumbrado a utilizar su físico para casos violentos.
—¡Hermano!
—¡Mi señor!
Eleonora y Khan se acercaron a Maximilian, quien estaba adolorido del golpe que él mismo hizo. Su rostro reflejaba frustración.
—Khan… golpéalo —ordenó Maximilian, enojado.
—¿Mi señor? —Incluso alguien como el guardián se sintió confundido al escuchar aquello.
—Te ordeno que golpees a este mercenario. Y tú, Sabbath, ni intente poner resistencia alguna.
—Khan… —Eleonora tomó el brazo del enorme soldado, pues no deseaba ver que golpeara a Sabbath sin mucha razón más que el odio de su hermano.
—Lo siento, mi señora, pero debo obedecer.
Khan miró al mercenario y viceversa. Una vez más, era difícil saber como eran las expresiones faciales del guardián debido a su casco, pero se podía sentir un arrepentimiento por la próxima acción. Sabbath miró con determinación y seriedad al gran sujeto, casi diciéndole que estaba listo y que no importaría nada.
Fue entonces que Khan le dio un contundente golpe al rostro del mercenario, en el mismo lugar que antes lo golpeó el rey. A diferencia del puñetazo de Maximilian, Khan provocó un severo daño en la mejilla de Sabbath, aun incluso cuando se contuvo. Sabbath cayó al suelo, pero se levantó. Una enorme y pronunciada marca se hallaba en el área de impacto, notándose por una mueca que el mercenario estaba adolorido. Sin embargo, a pesar de todo, Sabbath sonrió con orgullo.
—Maldito… ¿Quién te crees qué eres, maldito mugriento? —Maximilian estaba tan enojado que sus ojos parecían enardecer.
—No me creo nadie… —respondió el mercenario—. Yo tan solo soy Sabbath el Cuervo.
—Para mí eres nadie. Khan, te ordeno que…
—¡Hermano! ¡Ya basta! —intervino Eleonora, tomando el brazo de Maximilian con algo de fuerza—. ¡Por favor, detente!
—¡Khan, golpéalo!
El guardián obedeció, proveyéndole otro puñetazo al rostro del mercenario. Este se levantó, aunque requiriendo más esfuerzo que la pasada ocasión. Tenía la cara hinchada, pero intentó sonreír. Sabía que hacer eso solo provocaría más enojo en el rey, pero ese era justo su objetivo. Maximilian nunca estuvo más enojado, parecía que había llegado a su límite.
—¡¡Khan, golpéalo más fuerte!! ¡¡Haz que no se vuelva a levantar por horas!!
—Mi señor…
—¡¡¡Te lo ordeno!!!
Khan tardó un poco en acatar aquella orden, pero terminó haciendo lo que se le pidió, por supuesto que no iba a desobedecer a la máxima autoridad de la nación. Esta vez, Khan intentó darle un poco más fuerte al mercenario, pero todavía conteniendo toda su fuerza. El golpe dado provocó que Sabbath quedara inconsciente, cayendo de espaldas al piso con un gran moretón y mucha sangre saliéndole por la nariz.
—¡Sabbath! ¡Sabbath! —La princesa acudió en un instante. Estaba de más decir que su rostro expresaba mucha preocupación por el joven—. ¡Khan, por favor, llévalo a la enfermería!
Antes de hacer caso, el guardián tuvo que girar su cabeza hacia Maximilian, casi como pidiendo permiso luego del episodio. El rey se cruzó de brazos y cerró los ojos; a decir verdad no estaba contento, de hecho era como si su expresión oscilase entre la relajación y la seriedad.
—Hazlo —dijo.
El guardián tomó el cuerpo de Sabbath y lo llevó a enfermería.
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