Lord Diablo y las armas de la guerra - 9
En un hermoso campo de flores amarillas, a los pocos metros había una niña, sentada en una roca sosteniendo un libro.
De piel increíblemente pálida, de cabello blanco, ojos azules, la niña no parecía superar los diez años.
Poco a poco, el experimentado guerrero se fue acercando hacia la retoña, quien recitaba un poema curioso.
«Valles desérticos manchados de jugo bélico
El sendero de un cascarón sin alma
Aun vacío cual hogar abandonado, caminaba entre los suyos
Sin principio y sin fin, condenado a vagar por la eternidad»
Era una niña adorable, inocente, sonreía mientras seguía leyendo.
«Su carne era alimento para el acero, para la polvora
Ignorante era de la derrota y de la rendición
¿Faltaba mucho? ¿Faltaba poco? Desconocía la respuesta
A lo alto, su único acompañante, era una perniciosa esfera abrasodora»
A una corta distancia, la jovencita notó la presencia del guerrero, levantando la mirada y sonriendo.
«Volviste»
Dijo, con una felicidad indescriptible.
No obstante, aquella sonrisa se esfumó de inmediato cuando el guerrero empezó a desvoronarse.
Miró sus manos, se convertía en polvo, llevado por el soplido del viento.
La niña gritó, empezó a llorar, su preciado guerrero se iba sin razón alguna, sin explicación.
Oscuridad, negrura, un gran vacío. Eso sí, voces, tres para ser precisos. Pudo dos en concreto, aun así, le tomó su tiempo poder identificarlas, le dolía tanto la cabeza que se le dificultaba pensar. Así mismo, trató de recordar lo último que le había pasado como para dejarlo en ese estado.
Poco a poco, Sabbath empezó a recobrar la conciencia, abriendo los ojos con lentitud. Se dio cuenta de que estaba en una habitación en la que nunca antes había estado, habiendo varias camillas, algunas vacías mientras que otras ocupadas por hombres. El mercenario sintió comodidad en su espalda, llegando así a la inmediata conclusión de que se encontraba en sala de urgencias como un paciente más. El dolor en su cabeza, más que nada en su mejilla izquierda, era otro gran indicio.
—¡Está despertando! —exclamó la Princesa Eleonora.
—Sí que se tomó sus horas —comentó Khan.
Cuando pudo ver con claridad, Sabbath reconoció a la princesa y al guardián de la misma. También pudo notar a un señor mayor, seguramente el doctor que lo atendió.
—¿Qué pasó? —Quiso saber el mercenario, con la cabeza aún dándole vueltas.
—Probaste mi puño, eso pasó —respondió el responsable de haberlo dejado en aquella condición—. Y debo decir que lo siento mucho, pero tenía que seguir órdenes.
—Sabbath… —Eleonora tomó la mano del muchacho, mostrando un rostro de preocupación.
—Ya recordé… hice enojar a Su Majestad… —suspiró el joven, sonriendo. Se palpó el área de daño y sintió vendas.
—Sabbath, yo quiero disculparme enormemente por lo sucedido —dijo Eleonora—. Por más que trate de hablar con mi hermano él nunca entra en razón, eso es algo que no tolero, quiero hacerle cambiar pero es… es…
—Está bien, ya pasó.
—Muchacho, trata de no enojar a alguien la próxima vez —aconsejó el doctor—. Pareces tan duro como un tronco pero incluso alguien como tú puede ser derrumbado con la suficiente fuerza. Sé más cuidadoso para que algo como esto no vuelva a suceder; uno nunca sabe, puede que termines lamentándolo el resto de tu vida.
—Trataré, pero lástima que no pueda prometer nada.
—Tú eres el único responsable, yo solo te lo propongo.
—Lo sé, pero gracias, doctor.
—Yo me tengo que retirar. Si me necesitan, pueden acudir a mí cuando gusten.
Dicho esto, el doctor salió de la habitación.
—Sabbath, intenté hablar con mi hermano después de lo sucedido, para que no te mandara a la batalla. Tal parece… ¡Tal parece que accedió!
—¿O sea que… ya no tendré que ir? ¿Pero cómo qué «tal parece»?
—Incluso él aceptó que se pasó con lo que te hizo, con lo herido que estás me dijo de que consideraría el no mandarte y que reposes aquí, pero fue de una forma tan ambigua que no puedo asegurar nada.
—Hmmm…
Sabbath se acomodó para sentarse en la camilla. Bajó la mirada, con un rostro desilusionado.
—Espero que desista el mandarte a combatir, así podrás estar mejor preparado para el día de la prueba, recuerda que es mañana.
—Yo quería ir…
—¿Eh?
—Yo quería ir al campo de batalla.
Confesar aquello dejó sorprendidos tanto a Eleonora como a Khan.
—Sabbath…
—Quería blandir mi espada una vez más, combatir, sentir la adrenalina de una batalla. No soy alguien que tenga el gusto de impresionar a otros, pero en esta ocasión buscaba mostrar quien soy. He combatido batalla tras batalla, cada una me ha construido y me ha formado hasta ser la persona que soy ahora. No soy alguien que «romantiza» la guerra, por supuesto que jamás estaría contento con algo que toma la vida de miles de personas, no solo de soldados sino también de inocentes, pero no puedo negar que el luchar y poner en riesgo mi propia vida es la única forma de sentirme vivo. Es la forma en la que he vivido durante muchos años, si no combato significa la muerte para mí.
—Sabbath, no, no puedes hacer eso. Tienes un compromiso qué cumplir, tienes que demostrar que posees inmunidad a los dragones, también acordamos que combatiríamos algún día. ¿Qué pasará si te matan en combate? No sé que tantas batallas has participado, tengo el gran presentimiento de que eres todo un guerrero que se ha desenvuelto de forma casi impecable, pero también debes de reconocer que no eres eterno y tampoco hay garantía alguna de que sobrevivas.
—Lo sé, créame que lo sé, princesa. He sido una persona que ha burlado la muerte incontables ocasiones, no por ello puede que perdure, pero por algo he sobrevivido por tanto tiempo. Tal vez ha sido mi habilidad con la espada, tal vez mi instinto me pida que sobreviva como animal en cautiverio, tal vez se trate de una ayuda divina que fijó sus ojos en mí y me guía siempre hacia el camino en donde no veré el final. Sea lo que sea, le pido que confíe en mí, porque sé que esta batalla que se avecina no será la última de todas. Cumpliré lo que deba de saldar, pero primero necesito asistir y consumar los deseos de combatir.
—¿Acaso te gusta matar? ¿Acaso eres tan sanguinario que solo quieres participar para matar y llenar los campos de sangres y cadáveres?
—No, podría decir que matar me da igual. Nunca he sentido placer o disgusto por matar a alguien cuando se trate de una batalla, sobre todo cuando se trata de sobrevivir, así que le puedo decir con seguridad que no es mi meta el hacerme de la mayor cantidad de muertos.
—Entonces… ¿acaso quieres un puesto en el ejército? ¿Acaso sueñas con ascender? Si es eso, podría hacer lo posible para cumplirlo, puedo darte lo que…
—Princesa, ser un mercenario o ser un soldado formal me da igual también. Lo único que busco, es blandir la espada, de paso mostrar que tampoco soy cualquiera. No hay nada más fuera de eso, es todo para mí.
Eleonora bajó la mirada, sin agregar nada más. Ella en definitiva no quería dejar ir lo que le pertenecía, que corriera peligro aun cuando confiaba en el hecho de que iba a ser difícil vencer a alguien como él. Sabbath era una persona que había sobrevivido no solo varias batallas, sino también al aliento de dos dragones, pero cualquier momento podía representar su final y eso le aterraba a Eleonora. Quería que el chico estuviese lo más seguro posible pero tal parece que debía de cumplir el capricho del mercenario para que este estuviese contento y, de esa manera, tal vez estaría mejor «amaestrado».
—Está bien, si es lo que quieres hablaré con mi hermano —concedió Eleonora—. Prométeme que saldrás con vida para que puedas hacer la prueba, además para que tú y yo luchemos algún día.
—Lo prometo.
—Niño, como dijo Su Majestad, ni se te ocurra escapar o intentar traicionarnos —dijo Khan, apuntándolo con su índice—. Serás custodiado en todo momento por gente capaz, gente cientos de veces más competente que cualquier soldado de bajo rango que puedas pensar.
—Lo sé, y es lo mejor para todos —opinó Sabbath, cerrando durante unos instante sus ojos.
—Bueno, Sabbath, tenemos que irnos —dijo la princesa—. Hablaré con mi hermano sobre esto, para que te alisten con el equipo necesario. Necesitarás armadura y un caballo para que puedas salir.
—Hay un pequeño favor que quisiera pedir.
—¿Favor? Dime.
—Desearía… que se me dé la espada negra que me despojaron.
—Si fuera por mí yo te la regresaría, pero tendré que hablar para ver si se puede dártela de vuelta. Pero sí, déjamelo a mí.
—Niño, yo también tengo que retirarme. Necesito idear el plan para la próxima batalla. Cuando todo esté listo, mandaré al sargento Harald para que te lleve al establo y se te provee el equipo necesario. A partir de ahí, tendrás que hacer caso a las órdenes de los superiores, ¿quedó claro?
—Bastante.
—Perfecto.
—Te dejaremos solo, Sabbath —dijo Eleonora—. Normalmente le pediríamos a alguien que te eche un ojo, pero confiaremos en ti. Aprovecha estos momentos para que descanses, pues cuando salgas a combatir ya no habrá tiempo para reposar.
—Entendido.
Y así, Eleonora y Khan salieron del cuarto, dejando al mercenario en solitario con las pocas personas que reposaban ahí en las camillas. El silencio reinaba en demasía, pero con ello también lo hacía la tranquilidad y la paz. Como dijo la princesa, era normal que alguien estuviera vigilando de cerca a Sabbath, pues en su calidad de prisionero-esclavo no tenía permitido estar solo para evitar cualquier intento de fuga, pero la seguridad era demasiado alta como para que el muchacho pudiese hacer algo. El que lo estuvieran vigilando estaba de más, pero solo se trataba de un método para asegurarse de que todo estuviera en correcto orden.
Sin embargo, parecía ya haber la confianza necesaria como para que Sabbath no necesitase estar siendo vigilado todo el tiempo, estando en total calma. O al menos eso fue lo que creyó en un principio, pues una pequeña risita le había privado de su tranquilidad. Aquella diminuta carcajada, breve y hasta con cierto grado de malicia, parecía provenir de una niña que se ubicaba afuera.
No obstante, decidió no darle importancia, prefiriendo descansar. Al menos hasta que, unos cuantos minutos después, escuchó las voces de dos hombres que parecían estar preocupados.
—¿La encontraste?
—No, me dijeron que estuvo por aquí.
—¿Ahora a donde se fue?
—¡No lo sé!
—¡Maldita sea, este es mi primer día y si no la encontramos nos van a…! ¡Mierda! ¿Por qué está pasando esto?
—¡No te consternes aún, sigamos buscando! ¡Diles a los demás que busquen por el ala norte, tú busca por el ala este y yo iré por el oeste!
—¿Y… Y si no la encontramos?
—La encontraremos, así que permanece tranquilo y sigue buscando, novato.
—Eso espero…
¿Qué acaso una niña prisionera se fugó?, se preguntó Sabbath. En su rostro se hallaba una sonrisa, pues esperaba que no encontrasen a la persona que buscaban solo para que los despidiesen. No era lo correcto pero no podía negar que le causaba cierta gracia.
El mercenario se inquietó un poco tras pensar en la situación un poco más, pues la única probabilidad de que una niña pudiese rondar dentro del castillo era de que se tratara de una ladrona o incluso de una asesina. A veces, las personas mayores tendían a usar niños para que se convirtieran en asesinos, capaces de hacer el trabajo sucio sin mancharse las manos de sangre, mientras que otros los mandaban a robar, siendo los ricos su mejor botín.
El descanso para Sabbath nunca llegó, pues no dejó de escuchar la movilización de los guardias de un lado para otro en el pasillo que estaba afuera. Parecían estar bastante preocupados de no encontrar a su objetivo. Por lo tanto, se bajó de su camilla y decidió salir de la habitación; al poner un pie afuera en el pasillo, giró su mirada hacia la derecha y vio a un grupo de soldados alejarse.
—¡Divídanse!
Ya llevaban un buen rato buscando. El castillo era un edifico enorme, por lo que el hecho de que ya habían recorrido este lugar varias veces indicaba que aún no había sido encontrada. Si era una niña ladrona pudiera tener sentido, pues por lo general ostentaban de tremenda agilidad y destreza para el sigilo, aparte de que por supuesto ayudaba el hecho de que el castillo era enorme.
Giró a su izquierda y vio algo que no pudo creer: una extraña figura color blanco. ¿Un fantasma?, se preguntó; no podía saber con seguridad, pues estaba muy al fondo del pasillo que era difícil distinguir. Giró su mirada de nueva cuenta hacia su derecha, dándose cuenta de que los soldados de hacía rato ya se habían dividido, buscando por otras partes. Volteó a su izquierda otra vez, notando que el «fantasma» ya no estaba.
El mercenario corrió lo más rápido que pudo para llegar hasta el fondo del pasillo, que se dividía en forma de «T». Al llegar al final, justo donde vio a la supuesta espectral figura, giró su mirada a ambos pasillos con los que conectaban, primero a la izquierda, después al lado contrario. Fue en este último que logró ver al mismo ente blanco. Se subía a unas escaleras, que daban destino al segundo piso del castillo. Sabbath lo siguió de inmediato, recorriendo el largo camino que el pasillo representaba, llegando hasta las mismas escaleras. El chico subió, pero no vio rastros del ente al que perseguía.
Fue entonces que escuchó leves pasitos que parecían subirse a otras escaleras, pero no solo eso, sino que también escuchó guardias acercándose, aunque ellos estaban más lejos en comparación de los pasitos. Por lo tanto, el mercenario decidió a doblar hacia su izquierda, notando otra serie de escaleras más con destino al tercer piso.
Al estar arriba, una vez más el sonido de pies descalzos fue su única pista para poder seguirle el rastro a quien sea que estuviese persiguiendo. Se escuchaba distante, por lo que más razón para apresurarse. Sabbath corrió tan rápido que nunca perdió el sonido de los pasos.
Fue finalmente que vio una vez más a la figura fantasmal, al final de un pasillo que ya no conectaba con otros más; Sabbath notó que el presunto fantasma entró a una habitación. El recorrido fue largo, así que el muchacho tardó un poco más de lo que pensó para estar justo enfrente de la misma puerta por la que aquella singular silueta ingresó.
Por fin, después de tanto perseguir a un ente misterioso cque daba la impresión de ser un espíritu chocarrero, estaba a nada de descubrir quién fue el responsable de hacerlo tomarse la molestia de echar carreras como si de un juego de infantes se tratase.
Respiró hondo, llenando su pecho y adoptó una faceta seria.
—¿Hola? —llamó el muchacho, en un hilo de voz suave, tocando con delicadeza la puerta.
—¿Sí? ¿Quién es?… —Se escuchó la dulce pero débil voz de una mujer.
—Ah… Yo… Este…
Sabbath se quedó sin palabras qué decir. Cuando en un principio creyó el hecho de que estaba persiguiendo el espíritu de un legítimo fantasma, de alguna alma en pena o etcétera, no se esperó que en realidad se tratara de una mujer. Quería averiguar más, pero los nervios lo invadieron dejándolo callado y en trance, por lo que decidió que lo mejor era abortar.
—Disculpe, me equivoqué de habitación —repuso Sabbath, decidiendo alejarse y olvidarse de la situación.
—Puedes pasar… —dijo con rapidez la mujer.
El muchacho se detuvo en secó. Apenas había dado la media vuelta cuando escuchó aquella insólita aquiescencia. Como si fuera un mecanismo oxidado, Sabbath giró de nueva cuenta hasta quedar frente a la puerta. Se puso un poco nervioso, con la boca abierta producto de no saber qué pensar. No quiso ser grosero ni tampoco se quería quedar con las ganas de conocer al supuesto «fantasma». Colocó su mano en el picaporte, abriendo con cuidado y lentitud. Antes de entrar, asomó la cabeza, notando que la persona a la que persiguió estaba sentada sobre su cama cual niña pequeña.
La mujer se veía joven, casi como si estuviera en sus treintas, pero eso era imposible. La apariencia física abismó en demasía al joven mercenario: cabello blanco, ojos azules, piel pálida… ¡Era la madre de Eleonora y Maximilian! Casi parecía una versión adulta de su hija; no cabía dudas de que la belleza provenía de la familia. Pero si había algo que no compartía con ninguno de sus dos hijos, era la personalidad. Eleonora era vivaz, enérgica y extrovertida, mientras que su hermano era frío, duro e introvertido. En cambio, la madre de ambos tenía una mirada perdida, llena de confusión, casi como si se tratara de una niña perdida en el cuerpo de una mujer adulta. Ella veía con curiosidad a Sabbath, quien se sentía extrañado por aquel rostro desconcertado.
El mercenario recordó las palabras que Eleonora dijo durante la cena hace dos días:
«Nuestra madre sigue viva, solo que está un poco delicada de salud y no se le permite salir mucho tiempo de su cuarto; se la vive reposada casi todo el tiempo…»
Cuando dijo «delicada de salud», Sabbath no se imaginó que sería la salud mental.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer, ladeando la cabeza y sin quitarle la mirada al chico.
—Ah… Yo soy Sabbath, el… esclavo de su hija.
—¿Esclavo? —La mujer se tocó el labio inferior—. ¿Eres amigo de Ele?
—Eeeh… Sí, se puede decir que sí.
La mujer tardó un poco para comprender incluso algo así. Sabbath sintió algo de incomodidad, pues ver a una mujer adulta actuar así, madre de dos hijos ya adultos también, no era algo que se veía todos los días.
—¿Entonces también eres amigo de Maxi?
—No sabría decir…
—¿Y te gustaría ser mi amigo?
—No me sé tu nombre.
—¡Yo soy Elizabeth! ¡Pero puedes llamarme Lisa!
—Es un gusto conocerte… Lisa.
—Lo mismo digo, Sabb… Sabbthbth… Sabbu… Ahmm, ¿puedo llamarte Sabby?
—Si se te hace más fácil está bien.
—¡Qué bien! ¡Entonces desde ahora somos amigos!
Si la situación ya era incómoda y complicada de sobre llevar, lo que pasó a continuación lo hizo aún peor. Sin aviso alguno, la mujer le dio la espalda y se retiró parte de su vestido, quedando gran parte de su espalda al descubierto.
—Sabby, ¿puedo pedirte un favor?
—¿Un favor?
Como el esclavo que era, Sabbath no estaba en condiciones de hacer favores sino de obedecer órdenes. Si una cuerda Reina Elizabeth se lo hubiera pedido de la misma forma lo más probable fuese que el mercenario lo hubiese tomado casi como una burla. Pero no podía pensar lo mismo si ella se encontraba en un estado como aquel. Era prácticamente una niña de mente así que insultarla o negarse podía salir mal, no quería repercutir a la débil mentalidad de alguien necesitado así que no tuvo de otra más que aceptar.
—¿De qué se trata? —preguntó el joven.
—Me duele la espalda, ¿podrías… hacerme un masaje, por favor?
El mercenario lo pensó un segundo extra, decantándose de una vez que lo haría solo para no ser malo.
—Está bien —contestó, un poco inseguro, acercándose hacia donde estaba la mujer.
Nervioso, empezó a dirigir sus manos hacia los hombros de la reina, que a simple vista parecían delicados y frágiles. Una vez colocó las palmas en la piel de la mujer, una sensación de calidez y suavidad lo invadió de cuerpo completo, sintiendo casi como una pequeña corriente eléctrica recorrer su espalda; tal y como se lo imaginó, tocar la piel de una persona noble era casi como tocar a una especie de ente extravagante. Sabbath podía percibir una sensación de tranquilidad y relajación al masajear con cuidado y sutileza la espalda de la Reina Elizabeth.
—¿No te hago daño? —preguntó el joven, casi esperando una respuesta negativa.
—No, se siente muy bien… —respondió la mujer, sintiendo como el dolor era reemplazado por una sensación de placer.
La cosa quizás pudo haber ascendido a algo más de no ser por un sonido que aterrorizó a Sabbath. Claramente se empezaron a escuchar los pasos grandes y pesados de alguien quien venía corriendo en dirección hacia el cuarto de la reina.
—¿Eh? ¿Por qué te detienes, Sabby? Lo estabas haciendo muy bien…
—Alguien viene —respondió un despavorido Sabbath—. Alguien viene hacia acá…
El chico buscó un escondite, un lugar donde poder escabullirse o lo que fuera que le permitiera escaparse de situación tan crítica.
—¡¡¡Madre!!! ¡¡¡Madre!!! —Era la voz de Maximilian, quien cabe destacar, sonaba con una furia incontrolable.
Fue demasiado tarde para que el mercenario pudiera hacer algo. La puerta del cuarto fue abierta con extrema violencia, revelando a un Maximilian enfadado.
—Maldito… ¡¡¿Qué le haces a mi madre?!!
—¡Espere! ¡Espere, yo no le hice nada malo! ¡Lo juro, no le hice nada! —Sabbath adoptó una posición defensiva por puro instinto.
Maximilian tomó de inmediato una espada que colgaba en la pared como decoración, usándola para atacar sin piedad al mercenario. Su manejo con el arma era torpe y descuidado, pero la descomunal ira que poseía provocaba que sus ataques fuesen demasiado violentos y raudos, haciendo que Sabbath fuese en extremo cuidadoso para esquivar los espadazos y salir ileso. Maximilian hubiera terminado matando él mismo al mercenario de no ser por la interrupción de la propia Elizabeth. Ella corrió hasta abrazar a su hijo por la espalda, en un intento para calmarlo y evitar cualquier tragedia.
—¡No, Maxi, no! —dijo, haciendo un enorme esfuerzo por detener la ira de su hijo—. ¡Sabby no me hizo nada, yo estoy bien!
—¡Suélteme, madre, voy a matar a este maldito mugriento mercenario!
—¡Por favor, tranquilízate! ¡Por favor! ¡Te lo ruego, detente!
La mujer empezó a lloriquear justo como lo haría una dulce e inocente pequeña. Aunque aún molesto y enfadado como nunca se sintió, el Rey Maximilian decidió acceder a las peticiones de su querida y pobre madre. El tipo tenía la cara roja del enfado, mostrando sus dientes como un depredador mirando a su presa. Por otra parte, Sabbath tenía el corazón palpitándole demasiado rápido por la adrenalina. Bajó el arma y abrazó a su madre.
—Sabbath…
El mencionado levantó la mirada.
—Vete —dijo el rey, sin mirar al chico—. Ya es hora.
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