Mirada de dragón - 1
Perspectiva de Cielo:
Desde que recuerdo he jugado en las terrazas donde se cultiva café y demás, aunque sé que tendré problemas molestarla se me es inevitable. Muchas tardes se duerme entre estas plantas y como no es raro salto yo sobre ella, ambos somos albinos, como todo dragón, aunque ahora en nosotros lo mínimamente amenazante son nuestras pupilas rayadas, en sus ojos verdes y mis ojos rojos, lo normal. Ahora que se le pasa el sustos se ve molesta, pero sé cómo alegrarla, mi forma dragonea hecha de mi energía que es blanca al rodear mi cuerpo, de edad infante, con una lisa superficie logro que mida tres metros de largo, y esa también es la envergadura de mis alas. Al volar sobre mi lomo disfruta de la vista y la rabia se le pasa.
Han estado pasando muchas cosas en todos lados, aunque ahora solo veo cómo se va la noche y llega el día. La vista aérea de Monte Alto parece salida de una pintura. Los diversos niveles de las mismas producto de la gran altura de la montaña donde está, según mis padres fue elegida por la fuente de agua manantial de la cima.
Ahora estoy quedándome en una choza de piedra y techo de paja, porque quiero, cerca de los cultivos. Por la mañana me gusta ir a los graneros a buscar granos de café y molerlo yo mismo, este lindo molinillo de madera castaño oscuro me lo regalaron mis abuelos… me gusta el café caliente desde que recuerdo, así como estar silbando. Cualquiera viéndome con este cuerpo pequeño y delgado debe pensar que no debería tomarlo negro.
–El cielo está despejado, y sopla fuerte la brisa. Es agradable el viento que mueve el cabello –lo dije con un tono somnoliento mientras agregaba lo molido al agua.
No esperaba respuesta, solo necesitaba abrir la boca. Mientras se calienta me peino el cabello en una trenza, tengo un lindo peine hecho de una concha de mar, si un regalo. Je, je, je. Tanta calma ya me aburre aunque debería agradecerla tras todo lo pasado.
En eso la escucho bostezar, trae las tazas blancas para el café, también tengo unas grises. Tiene todo su cabello suelto, y ha estado usando para dormir una camisa roja, le queda larga y holgada, nadie pensaría que es de ella. El café ya está así que mientras se sienta a un lado le sirvo su taza. Es una rutina que hemos tenido las últimas semanas.
–Buen día mi hibisco –le digo sonriéndole con ternura
–Buen día cielo. Es una linda mañana –ella me responde de forma serena y toma un sorbo de su café
–Así es –le respondo con el mismo tono, bebiendo café. –No tenemos mucho que hacer hoy. ¿Algún plan? –le pregunto calmado sin mirarla.
-Me hare cargo de los demás si vienen, y tenemos que limpiar el cuarto ¿Vas por algo más para desayunar? –enseguida ella me dice sin que su tono de voz cambie.
-Si -le respondo sin vacilar.
Últimamente unos amigos han estado viniendo a desayunar o almorzar, aunque es más frecuente en la cena; no los culpo cocinan horrible. Aunque es lo más inteligente que pueden hacer.
Me termino mi taza y voy caminando por las calles, las baldosas rojas son para los peatones, las grises para los vehículos aunque hoy no se verá ninguno. En todo el camino solo vi a una persona a lo lejos. Tener que bajar tantas escaleras siendo tan pequeño es cansado, no lo había notado antes. Llegar al parque toma siempre un rato, ahora esta infestado de conejos negros o castaños, atrapar uno es algo para lo que no debo esforzarme, con las manos lo tomo y con las mismas lo mato destrozándole el cuello. Esto no me altera en lo mínimo.
–Serás un buen desayuno para mi hibisco, infestación –lo dije mirando hacia lo lejos.
De pronto a un lado algo lejos hay una explosión, la cual al parecer era una trampa que los conejos activaron y la cual mato a varios e hirió a otros de estos animales. Volteo a mirar impávido, se ha vuelto algo normal.
–No se cansan de ponerlas ni tampoco se atreven a subir a lo alto de la ciudad –lo menciono con tenue decepción
Me acerco al lugar para toma dos de los cadáveres, y me voy subiendo las escaleras; devuelta en la casa yo mismo preparo y cocina los conejo sobre el fuego de la pequeña hoguera donde había calentado antes el café. Mientras el viento lleva lejos el olor llega solo uno de mis amigos, un muchacho quien suele verse serio, de contextura delgada, tiene el cabello corto azul; algo de barba no muy arreglada en el mentón; cubre con un parche negro; mal hecho y mal puesto, su ojo derecho… el izquierdo es azul oscuro. Se sienta en el suelo junto a mi hibisco a esperar la carne. Ella se ha cambiado, colocándose un vestido negro de mangas largas con un cinturón de tela blanco. Les sirvo la carne en unos platos llanos blancos y se los entrego antes de sentarme al otro lado de ella.
–Gracias por acompañarnos a desayunar… frio –le digo mirándolo con calma y reaccionado al viento que sopla.
–Yo encantado de no comer mi propia comida. Además la tuya es algo más que fenomenal, gran… Carlos –él, Brayan me habla y al parecer intenta sonreír casi apenado, pero no lo consigue. Él sabe que no me gusta ese apodo.
–Está muy silenciosa la ciudad –mi hibisco menciona con voz y mirada tranquila, pero actúa algo inquieta.
–Así pasa cuando estas lejos de la mayoría, Vanesa –Brayan le contesta en su seriedad, pero con su voz amable, casi no nos mira, pero cuando lo hace es con respeto.
–Con todo lo que ha pasado no es extraño –les menciono mientras como mi porción, sin mirarlos.
– ¿A qué se debe que vinieras solo? –pregunta Vanesa, mi hibisco algo extrañada mirando a Brayan fijamente.
–Mi encanto se sentía algo mal, se ha quedado a leer en la biblioteca –Brayan le respondió con ese mismo tono.
Los tres nos dedicamos a comer sin volver a hablar, al terminar limpie los platos en unos baldes que están detrás de la choza. La verdad es que no hallo con que mantenerme ocupado.
***
Perspectiva de Brayan:
Me lleve la carne que quedo y me fui a la biblioteca, una de las más completas de la ciudad en cuanto magia. En una mesa deje la comida y tome un plumero para limpiar el polvo, sin dejar de estornudar por un rato, al punto de tener constantemente un pañuelo en las manos. Debo verme ridículo realizando esta terea sencilla de manera tan penosa.
Pasado un lapso mi encanto me trae una escoba, la tome sin decir nada y me quito el plumero; ambos muy tranquilos seguimos limpiando. Me fije en la mesa y me di cuenta que ya había comido lo que le traje, así que todo estaba en orden. Pasamos unas horas en esa tarea nada entretenida, supongo que debí pedirle que cubriera su cabellera pelirroja para que el polvo no la ensuciara, pero eso nunca ha parecido importarle; tomamos un descanso para seguir nuestras lecturas, mi encanto comía una granadilla mientras.
–Botánica. No me malentiendas no tenga nada en contra de las plantas es solo que no creo que sea para mí –levemente frustrado le hablo, mi encanto me mira con sus hermosos ojos verdes sin darme una respuesta. – ¿Realmente tengo que aprender a cultivar flores? –le pregunto con mirada fija casi buscando compasión.
No he estudiado magia para terminar cuidando plantas, no soy jardinero, no sé bien que quiero que me diga, pero necesito hablar.
Mi encanto me acentúa con la cabeza, lo cual me irrita, en eso no puedo evitar voltear la vista a un cuadro de marcos de madera negra en una de las paredes; en la cual se ve a nuestro señor, un hombre joven de cabello castaño corto, usa dos pequeñas trenzas al lado derecho de su cabeza, tiene una tiara dorada con un diamante. Lo veo con sumo respeto y determinación como si estuviera presente y no en otra habitación.
–El príncipe espera mucho de nosotros y no quiero fallarle de ninguna manera. Él solo quiere soluciones y bueno… no quiero, pero si debo volverme florista debido a que desea más miel y fruta para solucionar nuestro problema de comida, lo haré –lo dije tranquilo y decidido algo mucho más propio de mí.
Mi encanto me aplaude mientras me mira con orgullo, sin duda es algo que necesito en este momento, decido volver a mi lectura, ahora más tranquilo. No necesito la validación de los demás para estar bien, pero sin duda aprecio la suya.
Pasadas unas horas los cuatro estábamos en la puerta de la choza comiendo más carne de conejo, con otra pareja de amigos. Y no, mi camisa y mi pantalón con rotos en las rodillas no es lo mejor para el frio de la tarde que llega, pero a mí no me molesta el clima. Claro que a mi encanto y a otros si, por algo sus ropas holgadas y algo gruesas.
–Los trabajos en los jardines están casi terminados, en pocos días será más sencillo todo –les explico seriamente a los demás.
–Ha costado un poco ordenar todo después de lo que paso –Carlos comenta algo cansado o quizá aburrido.
–Brayan no te ves muy cómodo con eso realmente –Vanesa me mira con gran intriga, lo cual me incómodo.
–La jardinería nunca ha sido de mi interés –le respondí con mi habitual tono serio, aunque seguro mi mirada demostraba algo de decepción.
En ese momento mi encanto me acaricia la cabeza como intentando calmarme, lo cual fue así pasado un momento comencé a bostezar, logrando con esto que Carlos y Vanesa se rían a carcajadas como no lo hacían hace mucho.
Pasado un par de horas nuestros otros amigos se fueron, estos viven en otra de las chozas, los cuatro nos quedamos mirando al cielo. Junto al fuego que resalta la tez blanca, casi de porcelana de los dragones quienes proyectaban gran calma. Quizá debí compararla con la leche, la porcelana es una importación muy cotosa que pocos llegamos a ver. Algo aburrida dirían algunos que es su tez comparada a mi tez negra según mi encanto me da un aire de elegancia y atractivo, aunque la más llamativa es la tez cobriza de quien acabo de mencionar, cual también proyecta un aire de imponencia. No tienen idea de lo irresistible que se me hace.
–Ha sido un día sin problemas, esperemos lo mismo de la noche. Nadie me preocupa, pero no tengo ganas de que me molesten –lo menciono con algo de sueño levantándome. Solo quería interrumpir ese silencio.
–Lo dices como si creyeras que hay alguien lo bastante tonto para irritarte aquí cerca –Carlos casi en burla me dice.
A pesar de sus bajas estaturas, Carlos 1: 36 y Vanesa 1: 46 parecen negarse a alzar algo más que sus ojos al mirar nos, si bien mi 1: 62 no me hace alto, el 1: 74 de mi encanto solo suma a su apariencia, la de alguien a quien respetas solo al ver. Como dije para mí la cosa es diferente. Sobre los dos respetables dragones aún no se acostumbran a su situación y así sin mucho esfuerzo es que tienden a actuar hasta que es necesario algo más, claro.
Enseguida nos despedimos con señas y ellos entran a su hogar actual, espero temporal, y tras lo ocurrido nosotros dos vivimos en una calle más urbana, con casas de dos a tres pisos hechas de bloques de piedra y tejas de cerámica, ahora todas las lucen están apagadas, aun no es tan tarde como para encender las farolas. Hay algo de basura en el suelo, que pateamos para liberar algunas tenciones o evadimos, todo esto nos tiene ligeramente molestos.
–Es una bella tarde, y todo está en calma. Así será siempre –volviendo a intentar sonreír lo que no consigo pues parece rígido mi rostro, miro en todo momento a mi encanto mientras le hablo. Espero que este problema facial no me dure.
No parece prestarme atención, lo cual no me disgusta para nada, sé que me ha escuchado, solo no sabe que decir. La casa donde nos estamos quedando es de dos pisos de color castaño claro, un tanto impropia. Subimos a nuestro cuarto en el segundo piso, donde compartimos para descansar una gran hamaca violeta, y para lo que se usan primordialmente las hamacas. No dudo de que tengamos un sueño placido, pero me preocupa Carlos ha dormido mal desde hace seis semanas y no quiere hablar del motivo.
***
Perspectiva de Carlos:
Vanesa ya duerme plácidamente, en su hamaca azul, yo en una verde intento descansar. Pero cuando la luna está en su ceñid tiende a pasar, sus voces llegan a mis odios, no es lo que ellos hubieran querido, sé que no. De dónde vienen sus voces, eso da igual ahí están, mi padre fastidiado, mi madre molesta. Queriendo callar, aunque es mayor la necesidad de hablar.
–Es un fastidio ese niño, no termina de dañar unas chancletas cuando ya necesita nuevas –mi madre dijo intentando no gritar.
–No me gusta, pero hasta que cumpla los trece es asunto nuestro –a lo que mi padre respondió con el mismo tono.
–Quiero irme de este lugar y sus tontas reglas. No me importa que sea un dragón debe comportarse como los demás de su edad –no menos molesta insistió mi madre.
–Ya comenzaremos a enseñarle a hacer paletas y con eso se ocupara más rápido que con sus entrenamientos –algo más serio dijo mi padre.
–Es un fastidio. Odio madrugar y que me digan que debo hacerle a cada rato el desayuno es un tormento –mi madre algo más ansiosa comento.
–Tú te vuelves a acostar, yo tengo que seguir de largo. Te quejas de más –enseguida mi padre reprocho.
–No me importa lo que diga ese sabio dragón. Va para los trece y se comportara como tal. Parir a los catorce es de lo más normal por acá y será mejor que esté listo para asumir eso –a lo que mi madre exclamo.
–Lo hará sin importar lo que ese viejo diga. Su novia es muy linda; en unos meses le crecerá el vientre –mi padre le confirmo con sus palabras.
Ellos comienzan a susurrar mientras yo apenas logro contener mis lágrimas, tiemblo un poco. Sé que como dragón nunca quedare en la calle, pero la idea del abandono siempre es dolorosa a cualquier edad.
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