Nisenai Fantasy - 14
Capítulo 14
[ 1650, Junio, 5 ]
Se puede ver a una mujer corriendo a través de una gran cantidad de plantas de larga altura en el suelo. Pareciese haber estado recogiendo verduras y frutas, ya que lleva una canasta llena de ellas. Su vestimenta no es particularmente diferente de la mayoría de las mujeres en la zona; un kimono y un abrigo floreado por encima.
La razón por la que corre, es que unos hombres la están siguiendo. Con una expresión seria, aquellos que notablemente no son del lugar, sin descanso intentan atraparla. La joven se pierde de la vista de todos, y al pasar unos minutos, los señores bajan los brazos. Se los escucha suspirar y mencionar «otra vez lo mismo».
El viento sopla suave y la luz brilla en el pueblo, aún no llega a ser mediodía. El paisaje consta de una gran zona de cultivos y entre ellos varios senderos, hay flores hacia la derecha, y también detrás de las edificaciones de madera y papel. A la vez, un poco más lejos hacia atrás, enfocándose en una casa, se divisa tres sombras a través de lo blanco del papel.
—Kaguya, ya te advertimos que no vayas por la comida. Podemos ir nosotras. —una mujer alta y de cabellos marrones largos, ojos negros que viste una ropa similar a las otras dos chicas; se muestra seria y firme, regañándola.
—Pero sabes que yo nunca traigo nada podrido nunca. —arquea las cejas, la misma que estuvo huyendo anteriormente. Juega nerviosa con un collar de cruz que cuelga del cuello propio. Luego pasa a jugar con el cabello, rearmándose la trenza. Sus ojos resaltan en violeta.
—Yo tampoco, pero me da flojera. —dice la menor y de mas baja estatura, mientras hace unos dibujos en tinta china. Posee el cabello marrón y ojos negros al igual que su hermana.
Se escuchan pasos de una cuarta persona en la casa, quien ingresa a la sala en donde se encuentran las demás, a través de una puerta de papel: un hombre con kimono gris obscuro, cabello negro largo y atado por una cinta, ojos marrones. Posee una expresión seria pero tranquila natural, y la tez más clara entre todos. Se sienta en el tatami, frente al kotatsu.
—Ya pasó, tranquilas. También te diría lo mismo Kaguya, pero no lo creo necesario. —le menciona en tono amable, y coge una taza de té. Su voz es algo grave. Desde el perfil se notan sus pestañas largas, pero curiosamente el resto del rostro libre de vello.
—Lo siento, mi señor. —hace una reverencia la joven de ojos violetas.
—Bueno, si lo entiendes, puedes pasear por otros lugares, ¿Sí? —sonríe de ojos cerrados y posa una mano en las maderas—. Fuera de esto, ¿Ya comenzaron a cocinar algo? Yo recién puedo volver de vender.
—Sí. —responden las tres a la vez.
—Estábamos haciendo sopa de hortalizas. —le menciona la más bajita—. Sólo que apenas estábamos terminando de dejarlas reposar antes de cocinar, dentro de un ratito estará.
—Muchas gracias. —sonríe amplio y continúa bebiendo de la taza.
Cerca de mediodía, el pueblo se impregna de un delicioso aroma a comida. A esa hora, la mayoría almuerzan. Gracias al lugar en el que viven precisamente, tienen la oportunidad de usar siempre ingredientes frescos, recién cortados o, en el caso de ser del río, recién pescados.
Todos los días los pobladores tienen ciertas rutinas de acuerdo a su «especialización» de trabajo, sin embargo los únicos que viajan a la ciudad o pueblos vecinos son los hombres. Las mujeres, por su lado, se encargan de las labores del hogar.
Siempre, lejos de los grandes edificios importantes, los «campos» son los lugares más seguros donde viven muchos de los quienes no profesan la religión budista o sintoísta. A la vez, también suelen servir de refugio para algunos ángeles y hechiceros, pero principalmente cerca de los bosques, para los demonios.
Al ser tan apartadas estas últimas zonas, la gente en general está acostumbrada a convivir tranquila, entre todo tipo de seres y religiones.
De igual manera, de vez en cuando la gente de alto cargo revisa por las carreteras e inicios de cada pueblo, buscando por cristianos. Teóricamente ya no deberían existir, pero aún en 1650 todavía los hay. Dependiendo de si no aceptan cambiar sus creencias, los eliminan, así como «al revés» en otras partes del mundo. En el Shogunato Tokugawa no se permite libertad de expresión, manteniendo el «respeto» a través del miedo.
En el pueblo mencionado, siempre que el sol comienza a ponerse, algunos hombres practican el arte de la espada, en el lugar más cercano al bosque para no llamar la atención. Quien está a cargo de enseñar, es actualmente y desde hace 5 años, el marido de las tres chicas: Hatori Takeda.
A la misma hora exactamente, dos demonios tocan música para «ambientar» los entrenamientos. Para esos momentos del día, el shogun ya no suele enviar más vigilantes, pero de todos modos, el tema de los «samurái» ya no es algo bien visto. Gracias a la música tradicional típica, inclusive si hubiesen enviado a alguien, al escuchar aquello lo menos que va a imaginar es que hayan cristianos por ahí.
—¡Ha!
Las voces de los hombres y adolescentes resuenan en su entrenamiento. Durante ello, las mujeres varían entre quedarse mirando, conversar entre ellas o adelantar alguna tarea.
—Hatori se ve tan sexy~ —Minori lo ve embobada, sentada en unas rocas literalmente acomodadas para esperarlos.
—Qué vulgar. —le comenta su hermana Manami, cubriéndose la boca y nariz con un abanico, a modo de expresión.
—¿Qué dices? Si hasta hace unos años éramos prostitutas. —ríe animada, apoyando las manos en las rocas lisas.
—El señor es muy amable, nos salvó a todas. —Kaguya también lo mira enamorada, sosteniéndose la cabeza con las manos, apoyando los brazos en las rodillas—. Y también muy sexy. —sonríe divertida.
Ella y la menor se ríen, mientras que la de cabellos marrones largos les pega suavemente con el abanico. Entre eso, el abanico «se mueve solo», saliendo de las manos ajenas; en realidad es obra de Kaguya, quien es una hechicera celeste.
—Eso es trampa. —toma el objeto del aire por el mango nuevamente y vuelve a utilizarlo para asestarle un golpecito—. Trata de no usar los poderes fuera de casa, van a curiosear los demonios. —le susurra, a modo de sugerencia, o quizás para que esté segura.
—Sí, sí. —baja la cabeza y deja caer las manos sobre las rodillas propias. A los segundos regresa la mirada a su esposo.
En el arte de la espada, Hatori es el más hábil de su pueblo. No sólo por conocer las técnicas, sino también por la experiencia.
Dentro de la historia hasta el año 1650, hubo varias peleas entre los humanos y los demonios, no sólo de los humanos entre sí. Para luchar contra aquellos seres poderosos, se necesitan armas creadas de materiales diferentes a lo usual: aleaciones entre cristales poco conocidos, de dureza casi igualable al diamante. Para siquiera el hecho de alzar una espada, lanza, maza de ello; se tiene que tener además de técnicas, fuerza, y bastante. Son varios tipos de rutinas a tener vigentes.
En su caso, el chico de cabellos largos, tiene la costumbre de pescar en cantidad prácticamente todos los días; así que es una buena forma de mantener su físico.
Pasan las horas, y el cielo se obscurece. Una noche sin estrellas, llena de nubes, y el aroma de la humedad se hace presente. Sin embargo, respecto al volumen de dichas nubes, no parece venir una fuerte tormenta, sino simplemente quizás «un chaparrón».
Dentro de la casa de los Takeda, el hombre se encuentra dándose un baño después del entrenamiento. Sus mujeres lo esperan preparando una cena temprana, no muy diferente del almuerzo porque había quedado una buena cantidad del mediodía. No hay mucho tiempo de diferencia entre que él se alista y ya están los platos servidos en la mesa. El joven reparte un corto beso en los labios para cada una, y comienza a comer.
—¿Está rico? —las tres lo ven curiosas y fijamente.
—Sí, muchas gracias. —ríe bajo y come animado, se nota que estaba hambriento.
Durante las noches, siempre se turnan las chicas de a quién le toca dormir con su esposo, mientras que las otras dos están en unas frazadas igual de cómodas y calentitas. Dentro de la cultura cristiana desde épocas más antiguas, la poligamia resulta algo común, pese a que la homosexualidad es condenada, así como también suele ser normal la infidelidad por parte de los hombres con prostitutas.
En el caso de Hatori, él les es fiel a las 3, y se los ve generalmente felices, son pocas las discusiones ya que establecieron su reglamento de convivencia.
Durante las semanas anteriores así como la actual, es una gran época de prosperidad para aquél pueblo sin nombre; lo que causa la envidia de varios lugares cercanos. En realidad, hay un lindo río que atraviesa por todo ese bosque, así que el problema no es la fertilidad de la tierra, sino la poca eficacia de los trabajadores vecinos.
Además, otra diferencia podría ser que en donde vive Hatori no hay personas de la tercera edad, tampoco muchos niños; los menores tienen al menos catorce años, que ya es suficiente para trabajar cómodamente.
Otra curiosidad que se ve a simple vista cuando se camina por la zona, es que los demás pueblos poseen casas más grandes, por ende menos espacio para los cultivos; esto claramente es por decisión propia, ya que en el otro lugar pese a que hay mucha gente las casas son angostas.
Por otro lado, lo general es que los vecinos entre ellos intercambien unos alimentos por otros. Irónicamente en eso no los toman en cuenta, por no decir que no quieren saber nada del pueblo sin nombre. Siendo que allí podrían igualarse con respecto a los recursos, la envidia y celos son más fuertes que la razón.
[ 1650, Julio, 2 ]
El cielo y el aire están cubiertos por una gran cascada, son largas gotas que caen a mucha velocidad. El viento que corre es fuerte, más aún por la pesadez del agua, y helado por la misma.
Ese tipo de clima es algo que ya estaba previsto, por lo que con ayuda de los demonios, prepararon rápidamente el día anterior cómo cubrir los cultivos: una mezcla de rocas y barro que luego con cierto fuego se solidifica, dispuesto de una forma que sirva como techo para todo. Es probable que durante la noche misma o un rato después de mediodía la lluvia se detenga.
Se escuchan puertas que se abren y cierran repentinamente con el viento, es necesario mantenerse lejos de donde esté aquella entrada, o cerca si uno prefiere tratar de mantenerla cerrada.
En el caso de la familia Takeda, la puerta que conduce a la parte trasera del pueblo es la que está más floja. Las mujeres del joven deciden turnarse en atender aquella sala, para que él esté bien descansado por la mañana.
Durante las tormentas en esa zona, el agua del río crece y hay ciertos peces que sólo aparecen en esas condiciones, por lo que la pesca es sumamente importante durante las primeras horas del día.
Llegando a las 3 de la mañana, es el turno de Minori de estar cuidando que no pase mucha agua. Cabeceando del sueño, se abriga con una manta y toma asiento en unos almohadones frente al kotatsu de allí, especialmente acomodados y preparados para el frío.
Se escuchan claramente cómo chocan las gotas con el refuerzo de madera en las puertas justamente por ser momento lluvioso. Entre esos ruidos, se entremezclan unos pasos en charcos, que son cada vez más nítidos a la cercanía. Naturalmente sólo podría oírlo quien esté pegado a alguna puerta, con todo lo demás, quizás ni así algunos.
—¿Serán espíritus de la noche? No es común que hagan tanto ruido. —ladea la cabeza, luego procede acostar medio cuerpo al kotatsu, bostezando.
Sin que tenga tiempo de reaccionar, la puerta se desliza, abriéndose y cerrándose en cuestión de segundos, dejándola a ella fuera. Una persona con la cara cubierta con telas le tapa la boca para que no grite. Lo común sería morder la mano para que la suelte, pero esa piel es tan dura que al intentar zafarse le duelen los dientes, tampoco parece afectarle al contrario.
Son varios quienes son llevados de esa manera, sin poder hacer mucho. En realidad, casi todas las mujeres. Sólo un par de chicos adolescentes, quienes siguen forcejeando. Éstos últimos, uno está «causando problemas», ya que posee más fuerza de lo normal.
—Nada que no se pueda solucionar. —susurra una persona «encapuchada» de piel de animal. Coge una daga del bolsillo, y con un filo atormentador, la cabeza del menor está rodando por el suelo tras un momento, manchando de sangre también a algunas chicas que están más cerca—. Lo mismo te va a pasar a ti si sigues molestando, mujer. —dirige la vista a Minori. Aún con ese cuero sobre el rostro, se puede sentir una mirada petrificante de su parte.
El cuerpo del pobre chico decapitado, es dejado a merced de la naturaleza, a mitad de camino a otro pueblo.
Sólo transcurren diez minutos, y por fortuna no más, hasta que en el pueblo sin nombre se escuchan gritos. En una casa, un hombre se percata de que su esposa no está. En otra, falta una hermana, un hijo… La gente sale de a poco, en un bullicio poco definido porque se pierde en el agua.
No puede tratarse del gobierno, nadie secuestrado tenía una cualidad ilegal para el Shogunato. Con el clima difícilmente se trataría de alguien que viva lejos. El pueblo más cercano sería la primera opción en mente. Buscan sus armas y nuevamente salen, en camino al primer lugar pensado.
—Traten de no cegarse, no sabemos si hay enemigos cerca, atentos. —Hatori, acostumbrado a liderar los entrenamientos, guía la operación.
—Sí. —responden a la vez, de manera firme.
Con la orden establecida, algunos demonios toman un «camino alterno», entre los árboles para obtener un mayor campo de visión. De igual manera, la tormenta complicándolo un poco; pero al mismo tiempo los relámpagos otorgan un poco de «suerte extra».
Manteniendo una velocidad constante, no tardan tanto en llegar al lugar. Aunque a diferencia de lo esperado, a simple vista parece desolado. Si no fuese por las huellas en el barro, el silencio podría confundirles.
«¿Sería lo correcto abrir las puertas sin preguntar?» Un cuestionamiento absurdo en una situación de emergencia, pero hay posibilidades de que no sea el lugar correcto. No quedan opciones. Sigilosamente, se dividen en grupos pequeños, con cada uno al menos un individuo con fuerza por encima de lo estándar. Nuevamente la lluvia no les permitiría camuflarse del todo, ya que por algo las gotas no caen directamente al suelo.
—¿Por qué se llevaron a Minori…? —susurra frustrada Kaguya, quien al igual que los miembros restantes de su familia no se había dado cuenta del secuestro.
—Presta atención. —Manami le da un golpe despacio con otro abanico diferente al que estaba usando cuando estaban sentadas en las rocas.
Las dos chicas, deslizan suavemente la puerta y, en pasos cortos, ingresan a la primera sala. No hay velas encendidas, tampoco hay aberturas para que los relámpagos iluminen. ¿Cómo podrían acostumbrar la vista para revisar? No hay manera si lo analizan.
Optan por abrir una de las ventanas de madera, aún si eso hace más obvia su presencia. Gracias a los momentos de luz, es posible divisar que al final del pasillo hay una puerta entreabierta, una pequeña abertura. Caminan paralelamente una de la otra, y la abren lo suficiente como para pasar. Una sorpresa se llevan al ver que no hay nadie dentro, pero es demasiado extraño que la cama esté deshecha… y haya un aroma a sangre que va sintiéndose cada vez más fuerte.
—¿Qué? ¿Quién…? —no sabe ni qué pregunta hacer, pero sus ojos brillan repentinamente, y se apagan repetidas veces—. De a momentos veo un poco claro… Qué extraño, nunca me había sucedido. —aprovecha que su vista es notablemente mejor para buscar en la sala, que se nota más para ella que se trata de una habitación—. Hay una puerta más aquí. —la abre como a la anterior, lentamente.
En el suelo, una de las mujeres de su comunidad, con la boca tapada por anchas telas. Tiene el abdomen cortado, y ha perdido una considerable cantidad de sangre; sería bastante difícil que siga con vida. Kaguya y Manami se cubren la boca, aterrorizadas por la escena. Para no quedarse con la duda, la joven de cabellos marrones revisa el pulso ajeno con unos dedos sobre su cuello.
—Está viva. —le habla en voz baja con los ojos bien abiertos—. Por favor, cárgala en una posición que no la lastime más.
—Sí. —con la mano izquierda, apenas moviendo el resto del brazo, guía a la mujer en el aire.
Las gotas de sangre se escuchan caer, así como el agua de sus cuerpos empapados. A unos centímetros literalmente, se escucha el sonido de que algo es clavado: una daga atraviesa la parte superior del brazo de la hechicera, apenas debajo del hombro. Un quejido de mucho dolor de la chica alerta a la otra de la situación.
—¡Kaguya! ¡¿Quién más está aquí?!
Frunce el ceño y mira hacia todos lados, hasta que un rayo ilumina lo suficiente el cielo como para tener una pequeña idea de qué sucede en la habitación.
Manami saca dos abanicos que tenía acomodados en su cinta, y los usa para golpear al desconocido, escuchándose su caída en el tatami. Coge a la chica de ojos violetas por la mano derecha para llevarla afuera, mientras esta hace su mejor esfuerzo para mantener en el aire a la más herida. En menos de un minuto, están de vuelta bajo la lluvia.
—¿Somos las primeras en encontrar…? ¿En rescatar…? —respira agitada, mientras trata de quitarse la daga con sus poderes.
—¡Kaguya! —una hechicera de especialidad blanca de su pueblo se acerca rápidamente—. Oh… no… la señora Kuro está muy mal. —arquea las cejas y usa una mano para tratar de curar a cada una—. Los ángeles también están adentro, ya vienen, yo no puedo curar del todo a la señora… pero lo tuyo es menos profundo, así que eso sí puedo…
Tanto a la hechicera blanca como a la chica de cabellos marrones largos se las ve preocupadas por la situación, pero no hace más que ponerse más tenso cada minuto.
Se escucha cómo se abren algunas otras puertas, que se hacen visibles muchos heridos; las rescatadas y los buscadores, incluso y evidentemente los secuestradores. Comienzan a escucharse gritos, de quienes parece que están conscientes después de quitarse las cintas de tela de la boca.
Los hombres del pueblo marginado alzan sus espadas. La mayoría de los demonios pelean a puño limpio, porque claro, en general son más fuertes.
Los ángeles de su parte, que son sólo dos allí, están confundidos, porque no les gusta participar de las guerras; tratan de mantener a la gente viva, incluso a quienes están en su contra. Esto último realmente causa ciertos problemas, porque sólo alargan la batalla: incluso con apenas fuerza para respirar, los contrarios se incorporan nuevamente.
Un par de hombres enemigos pelean con cadenas, son bastante prácticas al usarlas bien, pero apenas al contacto con ciertos demonios resultan hechas cenizas. Las más útiles, con respecto a armas, serían las de material especial, algunas específicas aleaciones de minerales.
—¡¿Por qué secuestraron a nuestra gente?!
Hatori, serio y furioso, esquiva los golpes y espadas con mucha concentración ya que lo enfrentan 3 a la vez.
—¿Por qué ustedes se llevan siempre toda la gloria, si son el pueblo más pequeño? —el enemigo, más alto que él, lo mira firmemente a los ojos, como si estuviese frustrado.
—¿Qué tiene que ver la prosperidad del pueblo con nuestras mujeres? —asesta un golpe a mano limpia contra quien habla, y deja herido de gravedad a uno de quienes lo enfrentan gracias a su katana.
—Quizás si tenemos hijos con ellas, nuestra gente será más útil. —sonríe lascivo, mientras se lo ve sacar una pequeña daga del calzado.
—¡¿Qué dijiste?! —sin dudarlo, le atraviesa el abdomen con el filo—. ¡Más te vale que nadie les haya puesto un dedo!
La rabia acumulada se le nota no sólo en el rostro. Toma por el mango su arma, y con movimientos precisos, mientras da una vuelta, les corta la cabeza a los 3. No hay manera de remediar aquello, pero no parece sentir culpa. Se dirige a buscar otros oponentes, tirando tajos al azar hacia las piernas. No se requieren obligatoriamente muertes, pero sí buscan hacerlos sufrir.
¿Cómo podría ocurrírseles comenzar una pelea por eso? ¿Qué soluciona realmente echarle la culpa a alguien de tu desgracia? No hacía falta preguntar «qué tipo de gloria» se refería el ya exterminado, era obvio: siendo que tienen «menos» personal, cultivan mejor, cazan mejor, pescan mejor y demás, donde literalmente la mayor diferencia es que los hombres son más fuertes y algo más jóvenes. ¿Y eso sería motivo de guerra? Cuando es tan fácil pedir ayuda, aunque quizás el problema sea el orgullo. El orgullo arruina a las personas, como si este valiese más que la vida del poseedor.
El llanto del cielo se mezcla con el rojo carmesí, cubriendo el suelo y a algunos cadáveres. Pareciese ser que siempre para la vida todo se soluciona con la muerte.
También se pueden ver algunas armas partidas, que naturalmente están desparramadas. Los «guerreros» lucen cansados, incluso los más hábiles también heridos. Pero las cosas no terminan tan fácil.
Una nueva tropa es enviada al mismo lugar. Son exclusivamente demonios y del mismo lugar donde transcurre la batalla, sólo que estaban esperando el momento de entrada. Sin miedo, se abalanzan. Los demonios, apenas encuentran el foco, corren hacia el centro de la pelea y unos segundos luego, se dividen para atacar.
—Agh… cuando lleguen las demás hechiceras los vamos a igualar, ¿Cierto? —pregunta preocupada la mujer de ojos violetas a su amiga Manami, mientras responde a los ataques lanzando lo que haya cerca, o usando para clavar alguna «estaca» sobrante.
—Supuestamente deberían haber venido con nosotros, pero sabíamos que algo como esto pasaría.
Con sus abanicos, afilados en ciertos lugares, atina varios golpes, aunque a la vez recibe otros. Por fortuna se pasean seguido por allí los ángeles y la hechicera blanca.
—Tienen energía limitada, se cansan rápido pero son muy fuertes mientras duren. —le dice Manami, mirándola seria.
Efectivamente, las esperan. No hay ninguna forma de enviarles una señal, más que alguno pudiese ir a pedir algo de ayuda.
Las heridas son cada vez más profundas, ya que todos tratan de terminar rápido. Y a un lado, alejadas de la pelea y custodiadas por demonios y un ángel, las mujeres que habían sido llevadas en contra de su voluntad, están preocupadas por sus hombres.
Son más los humanos que están en batalla por el lado de su pueblo, porque es más seguro dejar a cargo a los más fuertes de ellas. De los demonios en la arena, uno tiene la habilidad de súper regeneración y fuerza bruta, el otro cambia de forma y ataca «escondido», ya que los enemigos nunca saben si es el verdadero o el falso; podría decirse que al menos tienen un sentido de pertenencia a su lugar y lealtad a sus compañeros.
Es posible que las personas que están peleando de a momentos olviden el porqué. El agua helada sigue fluyendo, así como el viento que lo complementa. Sus cuerpos, que antes ardían en ira, en algunos casos ya se encuentran con una presión alta forzosa. Quienes se desmayan, son recogidos para estar al cuidado de los que están alejados. En cantidad, están en una posición desfavorable. Pero la voluntad es más fuerte, los pocos resisten, usando sus katana como defensa y ataque, valiéndose de sus brazos bien entrenados para una ocasión de este tipo.
Hatori, respira agitado, pero mantiene su semblante. Cada vez son más a quienes enfrenta él solo, actualmente unos 6.
—¿Cómo puedes seguir de pie?
Pregunta uno, que al tratar de herirlo le es cortada una mano.
—¡Agh! —grita el que preguntó.
—Porque no quiero que ninguno de ustedes lastime a nuestros habitantes, ni a otros, inocentes, ¡Están enfermos!
Clava en el estómago a alguien la daga con que lo iban a apuñalar, dejándolo fuera de combate.
A unos pocos minutos de eso, en otro de los pueblos, se encuentran dos señores conversando.
—¿No vamos a enviar refuerzos al señor Hinata? Su pueblo planeaba hacer la invasión por estas horas. —dice en calma, sentado en el tatami mientras fuma una pipa.
—¿Estás loco? Debemos mantenernos neutrales. A cualquiera que le demos una mano nos traería problemas, incluso guerras. Además sabes bien que el pueblo de Hatori es muy fuerte, no hay que subestimarlos por ser pocos. —le ve al otro con el ceño fruncido, mientras bebe té.
Ambos hombres están sentados en una parte de fuera de una casa, pero aún así con techo. Comparten el frío de los luchadores de alguna manera, pero ninguno se «pone en sus lugares». Al parecer, más de una persona está enterada acerca del supuesto plan de invasión. En estos casos, si alguno fuese de corazón noble, más que ponerse del lado de alguno, detendría la pelea. Tristemente, la solución se ve lejana de ser pacífica.
Por otro lado, a un par de casas de la de Hatori, se escucha en una habitación a unas chicas susurrando. Están de pie, frente a dos espejos mientras se acomodan su ropa.
—¿Segura que ahora es el momento? —una chica como de 12 años, cabello rosa largo y ojos literalmente blancos. Es la única que se acomoda sin mirar, naturalmente.
—Aún no llega la señal, deberíamos esperar. —dice otra chica con cabellos rubios largos y ojos violetas, mientras se ata las coletas.
—Ya es hora, la señal quizás no llegue si Kaguya se cansa. —una mujer que se ve seria, les da la orden de avance—. Yo sé exactamente en dónde están, así que las conduciré hasta allá. —usa el cabello corto anaranjado, y es más alta que las demás.
—Vamos. —otra chica de cabello trenzado negro y recogido en rodete, es la que les abre la puerta para salir.
A un paso apurado y preciso, las hechiceras se dirigen camino a la batalla. El barro es cada vez más profundo, así que junto al agua es lo único que les retrasa. En general, llevan expresión de concentración, a la vez de preocupación.
En el pueblo donde transcurre la pelea, el olor de la sangre es abrumador. Prácticamente todos heridos, varios muertos, los combatientes cansados. Los humanos, principalmente, están llegando a su límite. La nueva horda de demonios es exagerada para ellos.
A ese paso, ya es más que obvio que sin importar el resultado de la pelea, las pérdidas son significativas para ambos bandos. Llegado el punto de la desesperación por el cansancio, la pelea ya parece más de «quién sobrevive» que quién vence. Quienes empuñan armas, ya tienen ampollas y sangre en las manos por la fricción, además de los cortes provocados por los contrarios.
—¿Y la señal? ¿Pudiste enviarla? —Manami es una de las personas que tiene las manos más lastimadas porque específicamente sus abanicos son extremadamente peligrosos. Si hay algo positivo es que al menos no se hizo cortes muy profundos.
—La envié, pero no sé si la lluvia la dejó llegar. Agh. —pelea usando cadáveres sólo como peso, a ese punto manejar un arma con la mente sería de doble filo.
Como un milagro para el pueblo sin nombre, y una pesadilla para los secuestradores, aparece un grupo de chicas, iluminadas por los relámpagos y rayos del cielo. Incluso un estruendo proveniente del mismo adorna su llegada. Mientras más se acercan, todo lo que las rodea se vuelve borroso. A los ojos de todos los presentes, el ambiente pierde el color, y los objetos desaparecen. Pero nada se ha ido realmente, están siendo consumidos por una amplia obscuridad. Mirándolos desde afuera, un campo de energía negra los rodea.
—¿Una hechicera amarilla? Pero esta trampa es gigantesca, ellas no pueden hacer algo así… ni de este color… —dice un hombre que pelea contra el dúo de mujeres de Hatori, mirando con miedo.
Los demonios, así como los hombres enemigos que aún están de pie, se detienen al sentir el frío de las sombras. Mientras pasan unos segundos más, también aumenta la gravedad, los cuerpos se sienten más pesados. En el aire se alza una figura, con ojos violetas brillantes, así como las manos encendidas que resaltan en la obscuridad.
—¡Violeta! —todos los enemigos se espantan.
—Sí, nuestra carta del triunfo. —dice orgulloso Hatori, quien estuvo todo el tiempo dando lo mejor de sí para aguantar cierta llegada.
Un sonido abrumador, en una frecuencia extraña y grave, aturde los oídos de los atrapados, incluyendo a los aliados. Estos últimos no parecen asustados, sólo se hacen a un lado rápidamente, como si la formación ya estuviese arreglada. Al mismo tiempo, los demonios tratan de escapar, sin resultados positivos. Seguidamente, el suelo brilla en amarillo: varias jaulas de energía encierran a aquellos enemigos que se encuentran en lo que debería ser el barro; desde la parte alta de esa obscuridad unas «gotas» del mismo color encierran a los demonios que pueden volar.
—¡¿Qué mierda?! —los que se encuentran a alturas son los que más se molestan, así como sorprendidos.
El sonido más peligroso se escucha al momento: un agudo. Unas luces de color rosa se mezclan con el amarillo, atravesándoles ciertas partes no vitales, pero con un dolor indescriptible. Más extraño aún es que no deje ninguna clase de agujero.
—¡¿Se arrepienten de sus actos?! —la hechicera violeta resuena hasta con eco dentro de su campo. Su voz se escucha bastante molesta, aunque uno puede asegurarlo si mira hacia su dirección.
—¡Pero si la culpa es de ustedes! ¡Ustedes siempre ganan todo! ¡¿Qué más podríamos hacer?! —un humano, frustrado de su incapacidad, les echa «la culpa» por ser teórica y prácticamente más hábiles.
—¡¿Qué tiene que ver eso con secuestrar a inocentes, matar a quienes no pusieran un dedo encima?!
Además de la visible jaula, ahora se mezcla el violeta. Éste sí deja marcas. No produce ni de cerca el dolor anterior, pero es notoriamente más letal. Tras aquél ataque, prácticamente no hay enemigo que quede con vida, excepción de uno.
El único que sigue de pie, es irónicamente, un humano. Él camina hacia adelante, con unos enormes agujeros, y aún así la respiración calmada. ¿Se habrán perforado sus pulmones, o no hace el intento por respirar? Su pecho al moverse indica que todavía recibe aire si se lo ve de cerca. Probablemente, un ligero error de puntería de la hechicera violeta.
—Te diste cuenta, ¿Verdad? —el chico dice en voz baja, entrecortada.
—Efectivamente. No has tocado a ninguna, no has lastimado a nadie y lo mismo has sido herido. ¿Qué vas a hacer?
—Lo que Dios quiera de mí. —mira hacia arriba, sin ningún afán de contraatacar, ni muestra alguna mirada de pensar lo contrario.
La niebla negra se dispersa, apareciendo así el color de la luna que se asoma entre la tormenta. Se reflejan los cadáveres y los no muertos en el agua roja. Nadie hace ningún grito de victoria como normalmente podría suceder. Aquellos que volaban descienden, y vuelven a juntarse todos en la misma área. Los ángeles se acercan al joven, mientras Kaguya lo levanta con suavidad con sus poderes.
—Llévenlo a la casa más cercana para sanarlo. El resto, vamos a limpiar esto y enterrarlos. —Hatori, quién sabe porqué dice eso, pero no parece tener dudas al dar la orden.
—Sí. —responden tanto las mujeres como hombres.
Con lo que les queda de fuerza, ayudándose entre sí, cavan con sus armas y algunas palas de por allí. No resulta fácil, para nada, pero nadie nunca en el pueblo le dice que no al líder. El respeto que le tienen, porque sus decisiones importantes nunca fallan, es casi como si fuera la palabra de Dios.
—Lamento mucho la pérdida de su marido, señora Amiya. —el hombre de cabellos negros largos hace una corta reverencia, naturalmente a él también le duele la pérdida de sus amigos.
—Muchas gracias por tomarlo en cuenta. —la señora, tiene una expresión de melancolía y algunas lágrimas a la vista—. Estoy segura de que vivió sin arrepentimientos, espero que pueda descansar bien. Ya somos mayores. —mira hacia el cielo—. En unos años me iré con él.
Es una diferencia abismal la cantidad de pérdidas entre un pueblo y otro, no sólo porque el otro tenía más población, sino también por la fuerza y la forma de pelear. Es curioso cómo puede parecer que un grupo entero nunca existió; tantas cosas se pierden en las guerras.
—Un poco más, es lo último que haremos aquí, ya volveremos.
Trata de darles voluntad y energía, pues su ejército por más respeto y cariño que le tengan, se encuentra muy agotado.
—Voy a ayudar yo también. —sale de la casa en donde están curando al sobreviviente, uno de los ángeles lleva sus manos brillando en verde—. Voy a darles todo lo que tengo, progresivamente.
—Gracias. —responden todos, ya que en serio lo necesitan.
Con dedicación, trabajan en acomodar las tumbas hasta el amanecer. Incluso al llegar la mañana, todavía continúan cayendo gotas. Supone un día de descanso. No tiene caso desarmar aquello que cubre los cultivos si la lluvia no para. Al menos, ya no está tan frío como horas atrás.
[ 1650, Julio, 3 ]
El cielo está completamente blanco, lleno de nubes. Y hay bastante silencio, ya todos en sus casas. Los únicos que no están en su propio lugar, son la hechicera violeta y aquél humano en reposo.
—Vamos a exprimir a los ángeles. —bromea Hatori, tratando de que el ambiente no sea tan pesado.
Sus mujeres les están sirviendo té a los invitados, para luego sentarse junto a ellos en el tatami.
—Para eso existen~. —le sigue el juego la chica, mientras usa sus manos para continuar curando al joven que está con ella. Puesto que es una hechicera «diferente», la especialidad violeta, puede usar todas las habilidades de las demás especialidades, además de inventar las propias y forzar la aparición de quien no tenga ninguna.
—Disculpen… —el chico aún tose, porque no ha sanado del todo. Pero se lo nota bastante mejor a comparación del día anterior—. Señor Hatori, ¿Qué planea hacer con el terreno del pueblo?
—Teniendo en cuenta que fuimos invadidos, probablemente reclamar el lugar no sería una mala idea. —se pone la mano en el mentón, pensativo—. Si no lo tomáramos nosotros, habría una guerra entre los pueblos por el territorio. Y no me gustaría que se derrame más sangre. —suspira pesado y se rasca tras la cabeza—. En todo caso, aún llueve, así que dudo que alguien se acerque.
Las guerras son algo común sin importar la época en la que la humanidad esté. Sin importar la raza, ni el motivo, ni si tiene o no sentido, realmente al final suele de alguna manera dejar un sabor amargo.
—Yo creo que podríamos hacer un pueblo para los demonios. Hay varios que viven cerca de aquí, en lugares sin techo. ¿Podría ser? —le pregunta con verdadera curiosidad la hechicera violeta.
—Pero tendría que haber alguien de nuestra gente allá. Sino lo mismo habría problemas… —el joven de cabellos negros se muestra muy dubitativo al respecto. Toma unos tragos de té, y procede a opinar otra vez—. Se me ocurre que podríamos poner un sendero que comunique ambos pueblos de manera significativa, para decir que aquél lugar es una extensión del nuestro. Aunque será complicado mantener algo tan grande. —aclara la garganta—. Entre nuestras ventajas, si en algo ellos no se fijaron, es que es más fácil encargarse de un territorio pequeño que uno como el que ellos tenían. —se pone una mano en la mejilla y mira hacia arriba, luego da un vistazo general a quienes están a su alrededor—. Si el territorio fuese de los demonios y a la vez nuestro, ¿No tratarán de pelear ellos también? En estos momentos no estoy seguro como para tomar una decisión…
Unos minutos de silencio. Sólo se escucha el sorber de las bebidas, y la lluvia que intercala entre ser suave o pesada.
—Mi señor, creo que tomar una decisión ahora mismo, no es la mejor opción. No sabemos si quiera si quienes nos atacaron son los únicos que pensaron en una movida. —siendo la segunda mayor entre este grupo, Manami, también tiene su punto.
—Tienes toda la razón. —ya casi termina su taza de té, aún con una expresión seria—. Tú, niño, ¿Tienes algo de información?
—En este punto creo que hablar sería lo mejor de mi parte. —tiene los puños cerrados sobre las piernas propias, como si estuviese nervioso—. Bueno, he oído que los demás jefes pensaban en atacar ayer también. La pelea de anoche podría bien servir como advertencia, pero otros podrían tomarlo como una provocación.
—De modo que lo mejor que podemos hacer ahora es estar atentos, ¿No? —Hatori suspira nuevamente.
El pueblo de Hatori es respetado y temido, pero de igual forma envidiado. Ganarle a ellos sería reclamar un título como «los más fuertes en la zona», pero tratar de hacerlo es arriesgado. Más allá de sus capacidades, sería complicado lidiar con más de 5 pueblos juntos, contando todas las razas. Sobre todo porque unos del norte, la mitad de sus habitantes son ángeles. Eso complicaría demasiado las cosas, pese a que son un «arma de doble filo».
La conversación sigue en el hilo de qué hacer o qué no, porque siempre luego de una gran pelea, hay una gran responsabilidad por parte de los vencedores. Y pasada una hora, la hechicera violeta se retira junto con el sobreviviente.
La última guerra dejó realmente no sólo muertos, sino miedo. El objetivo de Hatori de proteger a sus mujeres se cumplió, pero, todos están exhaustos. Nada asegura que los próximos días sean de paz. ¿Qué sería lo siguiente, si no se tratase de robar? ¿Romper? ¿Atacar de manera directa las casas? ¿O los que tienen miedo serían los demás? El poder no sería suficiente para enfrentarse a todos si los agarran en estas condiciones.
—Mi señor, si nosotros estamos preocupados con esto, no puedo imaginarme los demás. Sobre todo las casas en donde hay sólo humanos. —Kaguya lo mira, arqueando las cejas, con una voz suave.
—Antes que pensar en cualquier plan, creo que tendríamos que calmarnos y hacer lo mismo con nuestra gente, para que cuando escojamos al menos podamos actuar firmemente. —les comenta a las tres, pero esta vez su tono de voz se siente más decidido—. Espérenme aquí, iré con Allya.
—Sí mi señor. —le responden las tres a la vez, aunque de diferente modo.
La misma hechicera que los visitó un rato antes, Allya, resulta siempre como alguien clave para todo lo referido a peleas. Desde discusiones entre el mismo pueblo, hasta con otros cercanos. No es la primera vez que Hatori va a pedirle ayuda con la comunicación.
En este caso, se trata de transmitir un mensaje a toda su gente, evitando que salgan otra vez por la lluvia.
Los golpes en la puerta de Allya son escuchados por las hechiceras que allí viven, junto con el sobreviviente. Sin problema alguno, dejan pasar al señor de cabellos largos. Y tras oír su propuesta, la hechicera violeta le concede la mano para que él pueda hablar.
«Lo peor ya ha sucedido, y no nos tomarán por sorpresa otra vez. Estamos todos juntos, y nadie podrá con nosotros.»
Una frase para levantar la moral y la confianza. Y no resulta en vano, las energías positivas se sienten a los pocos minutos. De igual manera, Hatori no tarda en regresar a su casa, con una expresión mucho más relajada.
—Sé que es algo opuesto a lo que estuvimos hablando, pero ya se nos ocurrirá qué hacer. No es como si fuese la primera vez que tenemos que pelear, pero sí que me chocó que secuestraran gente… —camina hacia Minori y le besa la frente—. No dejaré que te roben otra vez.
—Muchas gracias, confío en usted. —la pequeña de cabellos cortos le responde en una voz tierna, con las mejillas algo rojas.
—También trataré de protegerlas a ustedes, aunque siento que muchas veces resulta al revés. —el chico de ojos marrones ríe mientras ve a las otras dos.
—Siempre a su servicio~ —sonríe divertida Kaguya ante el comentario del joven.
Una escena más alegre y tranquila se nota ya en todas las casas del pueblo sin nombre. De algún modo, el líder Hatori siempre consigue que las cosas salgan como él espera, así que con eso en mente, verdaderamente sí se sembró calma.
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