No Man's Land - 00
– El equilibrio entre la luz y la oscuridad vuelve a estar en juego.
Es un cuento que ha ocurrido muchísimas veces en el pasado, épicas leyendas de héroes que luchan contra el mal y que esté al final siempre es vencido.
Para los dioses, ya es una historia que parece jamás aburrirles, con tal que tengan ellos el control, todo irá a pedir de boca de ellos. Pero esta vez ha sido muy diferente… O igual que todos los días.
Otra guerra espiritual se daba en frente de las narices de los mortales, viendo como espectadores los grandes destrozos que ambas fuerzas divinas podían hacer al luchar en serio. No faltaba aquellos que en sus iglesias rezando y dando apoyo a sus dioses; mientras que en el otro lado pasaba lo mismo para los sectarios a sus demonios.
Pero, desde el otro lado, una entidad no veía con buenos ojos todo lo que ocurría. Sus sospechas de que la guerra podía escalar mucho más era lo más probable. Esta entidad se le conocía como el juez de las almas que llegaban al Limbo para ser llevadas al cielo o infierno, Muerte.
Muerte no estaba de lado de ninguno de los bandos, tan solo era una especie de intermediario por si las cosas se salían de control de verdad. No fueron pocas las veces que ambos bandos le pidieron que se uniera a la batalla, pero este rechazaba toda esas peticiones. Después de todo, él no podía confiar en la gente que no explican sus objetivos en la guerra.
Y eso era. Ambos bandos, sin importar cuánto Muerte le preguntase, ninguno de los bandos le respondía su más simple pregunta.
—¿Por qué están luchando?
—Perdona, amigo mío, pero es información demasiado delicada para que tú estés sabiendo. Aún así, ¿quieres unirte a nosotros? —el rey de los demonios Kakonia, alzaba por milésima vez su mano al frente para estrechar su mano con la huesuda mano de Muerte.
El gigante esquelético que era Muerte estaba en un balcón amplio dónde estaba Kakonia sentado en una mesa para tomar té, teniendo una taza en su mano izquierda lleno de sangre aún hirviendo.
—Estoy perdiendo mi tiempo aquí, no dejé a ninguno de mis siervos a supervisar en Limbo —este da la media vuelta para marcharse, con levantar un poco la mano, una especie de niebla tomando una forma ovoide se aparecía delante de él, un portal—. No pienso en apoyar en ninguno de los dos bandos, no lo volveré a repetir.
El rey demonio se toma de una su taza de sangre, solo para levantarse rápidamente y detener a Muerte.
—Sabes que puedo hacerte la existencia imposible, ¿Verdad? —amenazó, junto con un cambio en su tono de voz que lo hacía más imponente.
Muerte solo dejó escapar un suspiro imaginario, volviendo su mirada al rey demonio, las cuencas de gran esqueleto empezaban a salir llamar verdes de él, estando realmente harto de la hora de palabrería que tuvo que soportar antes, Muerte puso su mano en el hombro del rey.
Una cosa en aclarar es que, Muerte casi le dobla en altura al rey, haciendo que el intimidado sea el rey, más que la mano de Muerte empezaba a ser envuelta del mismo fuego que salía de sus cuencas. Kakonia se le veía sudar, mirando con nervios las llamas verdes de Muerte.
—Sabes bien, oh rey, que puedo volver tu infernal hogar en mi propio infierno… Pero —quita su mano del hombro y todas las llamas las apaga—, no soy alguien que le guste intimidar. No voy a participar, pero no significa que de alguna forma apoyaré a ambos bandos por igual, esta es mi conclusión.
Reanudando su camino hacia el portal, Muerte solo podía agitar su brazo en forma de despedida, deseándolo suerte en una batalla que se sabe que va a perder.
—Pierde con estilo, y suerte en no perder más almas de los que puedas obtener o yo dar.
Había pasado vários años desde aquella breve conversación, los recuerdos de Muerte rebotaban como una pelota de goma. Es de mucha sorpresa para él que las cosas realmente hayan sobrepasado los límites.
Limbo, su hogar y el de muchas almas en lista para juzgar, antes rebosante de miles de almas vagando sin rumbo y sin entender nada de lo que ocurría a su alrededor, pero ahora mismo solo quedaba un enorme valle gris que se extendía hasta el infinito. Lo único que decoraba el lugar era los árboles muerto y la nevada de ceniza.
Muerte, ahora apoyándose de su imponente guadaña, vagaba en busca de alguna alma que pudiese haber sobrevivido en el arrebato de almas.
Los dientes del esqueleto crujían de rabia con recordar aquellos días, los dioses y los demonios se habían comportado como niños malcriados, arrasando con casi todo de lo que había en Limbo, dejando sin alimento a Muerte.
Sus siervos fueron para defender, pero ninguno de ellos pudo detener las manos espirituales invadía Limbo. Muchos de sus siervos murieron en Limbo así como en el plano terrenal. Su poder tan débil hacía que no pudiera contactarse con cualquier superviviente, aunque para él, puede que ya no haya nadie haya afuera.
Perdido en su tren de pensamientos, un par de almas se asomaron detrás de uno de los árboles marchitos, temerosos de la presencia de Muerte.
Este, apenas vio a ese par, se le iluminó sus cuencas vacías y abrió su mandíbula, revelando que detrás de este había una especie de vórtice oscuro. Las almas, ya en pánico, quisieron huir de ahí para no ser devorados, pero en vano y para fortuna de Muerte.
Los cuerpos sin rasgo de las almas eran convertidas en polvo y eras llevados a las fauces de Muerte, recuperando parte de su energía. Ya podía caminar sin estar apoyado de algo, pero no por mucho claro está.
Sin esperanzas, este se deja caer de espaldas para sentarse, haciendo que al impactar su coxis, todo el lugar temblase. En ello, del mismo árbol que había salido el par de almas, hubo uno que estaba oculto dentro de un montón de ceniza acumulada. El temblor hizo que aquella alma cayera de cabeza al suelo, aunque sin sufrir ningún daño, ya estaba muerto de todos modos.
Muerte, sonriendo en sus adentros, miró aquella alma que lo veía con pavor, este lloraba y suplicaba pero no había voz el cual escuchar, los muertos no hablan dicen los humanos.
El gran esqueleto, ya con todo perdido, no tenía de otra que sacar una chance más de voltear la situación, aún sin saber mucho de la situación de la guerra, no perdería nada en perder. Después de todo, él ya desde hace mucho aceptó de que si llega el tiempo de dejar de existir, lo aceptaría sin problemas.
Sin embargo, había un pero.
—Ya más quisiera yo descansar por una buena eternidad, pero… No pienso dejar a la suerte a estos seres estúpidos —alzó su mano hacia el alma, atraiéndolo a él—. Mis altos dioses… Aún muertos y sin señales de reencarnar, mantendré el equilibrio que ustedes crearon, ese es el propósito de todos nosotros, dioses y demonios por igual.
Ya teniendo el alma a su mano, lo examinó con una rápida mirada, Muerte quedó sorprendido un poco al ver el alma que tenía en manos, había olvidado de su mera existencia. En el pecho del alma, había una mancha tan oscura que el espacio mismo, Muerte sabía exactamente lo que este era antes de morir, pero…
—Ya has olvidado tu pasado, no serás una amenaza… Sé la esperanza para los humanos que sufren en la guerra.
Este envuelve al alma en sus manos, y de su fauces salía una especie de niebla negra que envolvía las manos de Muerte. La niebla penetra en el alma, transformándolo.
Su antes cuerpo sin rasgo como si fuera un molde iba obteniendo detalles, aquel cuerpo ganó unos cuantos centímetros de altura, piel canela y ojos completamente negros, una cabellera azabache sin peinar y de aspecto casi espinoso.
Una tela negra lo envolvió, vistiendo al nuevo siervo de Muerte, la tela se iba adaptando al nuevo cuerpo del alma, el cual poco a poco iba obteniendo más conciencia y más inteligencia general.
Aunque de un aspecto raído, sus vestimentas de siervo era el mismo para todos los siervos de Muerte (Algunos con sus excepciones, claro).
Una chaqueta pertrechada de cuero negro, unos pantalones tejidos con un hilo mágico que simulaba la dureza y resistencia de una armadura, un cinturón de cuero para colocar funda para armas. Y por último, una caperuza con capa sujetada por un broche en el cuello, que llegaba casi a las rodillas y una capucha que al ponérsela solo se podía ver una sombra que un rostro en ocasiones.
Terminado todo el proceso de transformación, Muerte veía con poca esperanza ante su posible última creación, su última chance para mantener el equilibrio.
Frente al alma, se materializaba un pergamino que se cerraba y se amarraba con un listón gris, se veía totalmente nuevo y limpio. De forma casi automática, el alma pone su mano en el pergamino y levanta el otro hacia Muerte.
—He aquí el pacto de lealtad y fidelidad ante tu creador, Muerte, te encomiendo la misión de acabar con la guerra que azota la tierra.
—Yo… —el alma se quedó un segundo en silencio, impresionado que ya tenía una voz—. Prometo a mi señor Muerte que lo serviré hasta el fin de mi existencia.
—Tendrás este pergamino como símbolo tangible de tu pacto, el día que lo rompas, ya no te reconoceré como mi siervo y todas mis creaciones irán a por ti…
—Prometo ser fiel y leal, y jamás romperé el pergamino, mi oh mi señor Muerte.
Aunque dijera esa palabras, algunos más antes de él, hace mucho tiempo, habían roto el pergamino del pacto, la posibilidad de desobedecer estaba ahí y la fidelidad y lealtad del pacto no era para nada absoluta. El alma no podía ser la excepción a la regla.
No poder contactar reiterada veces a su siervo puede que se desvíe de su misión, ya todo pendía de la suerte de Muerte de que no eso no ocurriese.
De las cuencas del huesudo, envueltas de un aura siniestra que haría temblar al más valiente de los guerreros que podían seguir en pie, un par de robustas dagas de una hoja semicurva estilizada, con un peculiar color verdoso en el filo. De la nada misma se creaban una funda para cada una, mismas fundas de un momento a otro se colocaban en el cinturón.
—Tan solo espero… Que le des una paliza a esos malditos, mátalos y obtén sus almas, no me importa si te la comes, solo obtén sus almas para completar la misión. —contuvo su enojo desmedido.
—Cumpliré tu voluntad, mi señor Muerte.
El cielo vacío de Limbo se iluminaba, una luz se hacía presente que iluminaba a alma como si estuviera en un teatro. Las puertas al plano terrenal se abrían, ya era lo último que podía hacer Muerte.
Un par de grandes y hermosas alas negras salían de la espalda del siervo, batiendo duelo a voluntad propia hacia luz, el siervo se asustó un poco por el jalón repentino de sus alas. Cruzando sus miradas, el siervo y Muerte se despidieron en silencio.
—Ve y cumple mi misión… —su siervo se va de Limbo, apagando aquel resplandor encima de ellos, y de nuevo, no podría caminar sin sostenerse—. Espero algo de ti, mi siervo, Adler.
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