Orum - 02
El extraño entró por la puerta principal, chapuceando en el barro mientras arrastraba a su yegua. Iba sucio y harapiento. Las botas sucias de barro hasta las rodillas. Un individuo así pasaba desapercibido por esos lares, pero la chaqueta negra sobre sus hombros lo delataba. Era un militar, posiblemente un desertor.
Más de uno se apartó de su camino y lo vieron dirigirse a la posada Roca Negra. Amaró a su yegua en la puerta y entró al establecimiento con paso despreocupado.
El posadero Jenni lo vio entrar y al instante supo que tendría problemas. El desconocido era joven, tez pálida, cabello negro. Llevaba la pinta de quienes recorrían largos caminos. A excepción de la chaqueta, todo parecía haber sido utilizado para limpiar un establo lleno de mierda. Enterrado en el cinturón llevaba escondido una daga de hoja larga. Pero Jenni lo vio porque estaba acostumbrado a fijarse en esas cosas.
“Mala cosa,” se dijo, “un buscapleitos.”
—¿Qué va a querer? —dijo mientras hacía ver que estaba ocupado limpiando la barra.
—Algo de beber.
—Sólo hay Néctar, si quieres algo más no lo encontrarás aquí.
—El Néctar está bien.
—¿Tienes con qué pagar? —Miró sin disimulo las botas sucias del joven—. Si no, ya puedes empezar a salir.
—Son dos de cobres, ¿cierto?
—Tres. Y pago por adelantado.
—Claro.
El desconocido dejó caer las monedas sobre la barra y ocupó asiento. Su olor era espantoso. Saltaba a la vista que no se había tomado un baño en mucho tiempo.
—Busco trabajo —dijo cuando Jenni le llenó una jarra.
—No hay.
—¿Ninguno?
—Ninguno. No a menos que sepas tejer o hacer de puta. Dudo que sepas hacer ambas cosas.
—¿Tan mal están las cosas por aquí?
—Es un lugar tranquilo, este… ¿cómo dices que es tu nombre?
—Vibram está bien.
—Como te decía, Vibram, este pueblo es tranquilo. Los campesinos pastean sus vacas y cuidan sus tierras, sus señoras hilvanan sus lanas y hacen de puta en las noches. Los mercaderes son igual de ladrones como en todas partes. El corregidor es un corrupto, pero hace su trabajo. Por mi parte manejo mi negocio honestamente. No hay ese tipo de trabajo que esperas.
—¿A qué te refieres?
El posadero se sonrió, divertido. Se frotó la panza con gesto relajado.
—Usted a mí no me engaña. Sé reconocer a un mercenario apenas lo veo. Continuamente veo sujetos como tu haciendo su camino a Velaron, bailan con sus espadas y rajan los cuellos de los lugareños. Se cogen a nuestras mujeres y no pagan una moneda. Comprenderá que no es bienvenido aquí.
Vibram le sonrió de vuelta.
—Usted parecer saber mucho.
El posadero se tomó el comentario de buena manera y asintió. El desconocido tenía un acento del este, posiblemente de las tierras inhóspitas. La mayoría de los hombres de mal vivir procedían de ese lugar maldito.
—Me quedaré por aquí algunos días.
El posadero no disimuló su malestar.
—Lamentablemente no tengo ninguna habitación que darte, encontrará una posada en el próximo pueblo. Y si hablamos de negocios, también los encontrará ahí. La gente se mata en las grandes ciudades. Estarás como pez en el agua.
—Esta es una posada. Habrá una habitación por ahí, el cobertizo, por ejemplo.
El posadero lo miró con franqueza y se frotó las manos.
—Seamos sinceros, mercenario. Usted no me agrada, no agrada a nadie. Nada más entrar jodió el día de todos en este lugar. Los corregidores se enterrarán de que tengo a un mercenario y ya puedes imaginarte el jaleo que se armará.
—Entiendo.
—Hagamos una cosa. Con una moneda de plata le lleno a esa yegua que traes con carne, pan y vino del barato, y usted se va. Sin remordimientos y peleas. Ya ve que soy un hombre práctico.
—Parece una buena idea.
—Entonces es un trato.
Vibram se acomodó en su asiento y comenzó a dar cuenta de su jarra. El posadero se adentró a la cocina y lo dejó solo, pero tuvo la prudencia de lanzar una mirada significativa a los lugareños que disfrutaban una jarra en el local. Campesinos más que todo, un par de herreros y un mendigo sentado en el suelo del rincón.
De entre ellos estaba Fersi, al que todos en el pueblo llamaban Telas y al que recurrían cuando necesitaban una herradura para sus caballos. Era un ebrio sin remedio, pero era bueno en su trabajo. Fue el único que había visto la llegada del desconocido de buena gana.
Se acercó al desconocido y le dio una palmada amistosa en el hombro con sus grandes manos.
—No hagas caso al viejo Jenni —dijo—. Es más desconfiado que una mujer y sabe menos de la mitad de lo que dice.
—Eso pude notarlo.
Fersi se sentó al lado. Ya estaba borracho. Suspiró de alivio al haberse sentado. Se acarició la barba dándose aires de entendido.
—Hablan de un militar desertor, de un mercenario, de un muerto de hambre, pero realmente no ven lo que realmente eres.
Vivram alzó una ceja.
—¿Sabes que soy?
El herrero se carcajeó.
—Perfectamente. A diferencia de estos ignorantes, no soy de este pueblo. Antes fui marinero, crucé el mar, recorrí las tierras inhóspitas hasta el otro extremo. Vi donde comienza el cielo rojo. Vi a muchos cómo tú. Es imposible olvidar esos ojos negros que fosforecen de rojo cuando la oscuridad les toca. Ah, estás sorprendido. Es de entender, no estás acostumbrado a que te reconozcan por este lado del mundo.
—Entonces sabes por qué estoy aquí.
El herrero se petrificó un momento y a su rostro volvió la lucidez, se inclinó sobre su copa y habló en susurros, su voz era tensa.
—Creen que es un lobo, un perro salvaje. Pobres ilusos. Ningún lobo puede comerse una pierna de vaca de un solo mordisco, ninguna jauría de perro es tan hambrienta. Qué animal escogería a muchachas vírgenes para comérselas.
—¿Desde cuándo?
—Hará diez días comenzó todo, pero las aguas se calmaron dos días después. Creí que duraría más tiempo, pero un día dejó de aparecer cadáveres. Se dirigió a Velaron lo más seguro, te digo.
—¿Por qué crees eso?
El herrero se carcajeó y bebió de su jarra hasta vaciarlo.
—Eso, Botas, es un asunto más complicado de lo que parece —redujo su voz a un susurro—. No eres el único que lo busca. Un día después de que todo comenzara, apareció una mujer que preguntó lo que tu tuviste precaución de no preguntar. Buscaba el rastro de tu criatura. Ya veo que te sorprende, una mujer nada menos. Era una bruja dijeron, yo no estaba tan seguro de ello, pero lo que si era seguro era que parecía salida de un jodido castillo. Ya me entiendes. Bonitos trajes, hermoso caballo, mucho dinero. Mucho dinero, Botas. Pagó con oro en la posada Pluma Blanca y salió al campo cuando el sol se enterró en las montañas. Esa noche se escuchó aullidos, Botas, aullidos como jamás he escuchado en mi vida. A la mañana siguiente volvió a su posada y partió a Velaron. Del rastro de la criatura, no encontré nada.
—¿Lo ha matado?
—¿Matarlo? ¿Una mujer? Te creí inteligente, Botas. Una mujer no es capaz de tanto. Lo que creo es que esa mujer jodió a la criatura y ahora él lo busca para vengarse, posiblemente ya lo ha alcanzado en Bahía Blanco y le ha rajado ese bonito cuello que tenía.
El Botas se terminó la jarra y se puso de pie, no dio tiempo al hombre de apartarse y lo derrumbó sin quererlo, salió de la posada. Sus botas se hundieron en el barro y así avanzó hasta su yegua.
—¿Por qué, botas? ¿Por qué está esa criatura por estos lares? ¡Botas!
Vibram no respondió y montó a su yegua.
Avanzó los veinte días siguientes apenas deteniéndose en los pueblos, escuchando de soslayo, tratando de pasar desapercibido. Los rumores concordaban con lo que había dicho aquel hombre en la posada.
Algo se comía a los animales, alguien secuestraba a las muchachas y las desaparecía. Pero tan pronto como iniciaban los incomprensibles sucesos, igual terminaban: con una rapidez que no alertaba a los lugareños.
Así era el actuar de un Filo y este en especial era cuidadoso. No eran sedentarios. Su apetito era voraz.
Aquellos rumores iban acompañados de otro. La existencia de una mujer que llegaba para irse. Algunos la describían como una princesa, otros como la puta de algún noble, otros como una adepta del culto a la diosa Seris. Otros susurraban una posibilidad no tan improbable: que era una bruja. Vibram no podría decir si aquello era cierto, pero no era tan descabellado que las brujas fueran detrás de un Filo. Después de todo, cualquier criatura cercana a la muerte era material para una buena pócima. Pero eran pocas las brujas que conocía que se atrevieran a ir detrás de un Filo tan especial.
Cuando llegó a Velaron ya era de noche y las puertas ya estaban cerradas. Los dos soldados que lo custodiaban lo vieron llegar y se encogieron de hombros. Uno de ellos le hizo una seña para que se diera la vuelta. Vibram no hizo caso y siguió adelante.
—No. No. No —dijo el guardia—. Detente ahí, no des un paso más o te enterraré esta espada en la panza. ¿Qué quieres?
Vibram se encogió de hombros.
—Entrar.
—Ja! Qué gracioso, ¿escuchaste a este paleto?, Bernal. Entrar quiere, dice.
—Déjalo, Drac.
—Por sujetos como estos la ciudad apesta a meado de caballo. Desde la proclama del rey, esta ciudad se ha ido bien a la mierda. Anda, muchacho, alza los brazos. Así, bien altos. ¿Qué traes ahí? Ajá!, no me sorprende, una daga. ¿Qué piensas hacer con eso?
—Nada, la utilizo para cazar.
—¡Quieto ahí! No bajes la mano. Bernal, quítale la daga. Venga.
—Déjalo, Drac. Con los tiempos que corren es más que sensato que ande con una daga. Además, estoy cansado de este juego, dejémosle pasar y vayamos al Torro Livio a por unas copas.
Drac hizo un gesto de desdén y miró al muchacho. Un muerto de hambre como muchos que pululaban la ciudad. Desde que el rey había escrito esa bendita proclama de Igualdad, todos estos tipos entraban a la ciudad y no había quien los echara.
Pero Drac se encargaría de que en su turno de guardia no entrara ningún culo sucio a ensuciar su ciudad.
—Largo —dijo—. No hay nada aquí para ti. Sigue por ese camino y encontrarás un pueblo. Tómate ahí un baño y sigue tu camino.
—Vamos. El chico sólo quiere entrar.
—Calla, Bernal, o te parto a ti la crisma.
El soldado alzó las manos, rindiéndose y miró al chico con lastima.
—Sólo date la vuelta, chico y vuelve cuando amanezca.
—Sólo quiero algo que comer y un lugar donde dormir, nada más.
—Eso puedes hacerlo afuera.
—No tengo nada en las alforjas.
—Eso puedo verlo. A medio hora a caballo de aquí hay una casa, toca y di que vienes de parte de mí. Bernal. Por dos monedas de cobre la señora te dará algo de comer y un lugar donde dormir.
—Creí que el paso a la ciudad era libre.
—Y lo es. Pero a la gente, no a animales que parecen estar más muertos que vivos —Se interpuso el otro guardia—. Mira esos ojos. Negros como el ojo del demonio. Seguro viene del este. Hereje lo más seguro.
—Calma. No chico, aquí el pase es libre, pero han sucedido cosas que nos obligó a ajustar el cinturón.
Vibran asintió, fingiendo entender.
—Entonces, ¿es cierto lo que se dice, que hay una criatura que está devorando a los animales?
—No sé lo que hayas escuchado, pero lo más probable es que sea cuento de viejas. Monstruos, Alicantes, Seres, toda clase de criaturas. Pero lo más probable es que sea un jodido lobo que ronda la ciudad. Pero la gente es temerosa y el Corregidor está cansado de que se le venga a reclamar que no hace nada por capturar a esa criatura. Si aceptas una recomendación, ten esa daga al alcance de la mano si no quieres tener el hocico de un lobo en el cuello.
Vibran asintió y giró su caballo. Drac le lanzó una mirada osca.
No se alejó mucho, rondó alrededor de la muralla y no tardó en encontrar un punto bajo. Su yegua, Bela, rezongó.
—Tranquila, no tardaré mucho.
Comenzó a trepar, agarrándose por los bordes de las filudas rocas que conformaban la pared. Alcanzó la cima con rapidez y se agachó para no ser visto. Bela volvió a rezongar.
—Tranquila, tranquila.
Descendió igual de rápido como había subido. Se limpió las solapas de la chaqueta y echó una mirada evaluativa alrededor. Estaba en una de las amplias calles que dirigían a los barrios bajos y no parecía que el sol llegara a esa parte de la ciudad nunca, los altos edificios se alzaban sobre otros más pequeños y dominaban la vista. Las luces alumbraban en las ventanas y en las puertas.
Vibran se cubrió con la capucha y comenzó a caminar protegido en la oscuridad.
A medida de los días había ido cortando la distancia entre la criatura y él. Su rastro era más notable a tal punto de que podía sentir su olor. Esta no era la excepción. El aire olía a carne muerta, a pelaje húmedo y, sobre todo, a un aroma a limón.
Recorrió los caminos sin adentrarse al centro de la ciudad que con toda seguridad estaría abarrotada incluso en aquella noche. En cambio, recorrió los caminos bajos, las calles angostas y oscuras. En todos ellos el olor a criatura era reciente. Eso hizo que fuera más cuidadoso en su inspección y en su andar.
En algún punto, alzó la cabeza y vio una sombra aún más oscura que la noche en el tejado de una casa. Se detuvo, retrocedió y se escondió detrás de una pared. Observó a la criatura.
Piel negra, sin pelo. Delgado y alargado, extremidades largas. Una cara que recordaba a la de un humano si no fuera por la enorme boca que rajaba su cara hasta casi el inicio del cuello. Se alzaba sobre sus dos patas y utilizaba las dos restantes para sostenerse de una saliente de la pared.
Un filo sin duda, pero un Filo normal no llevaba una espada en la cintura y no llevaba botas. Aquel era al que buscaba. La emoción llegó a los ojos del Botas y estos fosforecieron levemente.
Retrocedió algunos pasos y se adentró por un callejón. Rodeó el escondite del Filo. Trepó por la pared de una casa hasta el techo y caminó con cuidado sobre las tejas. Traía la daga en la mano, sosteniéndola firmemente. En ningún momento apartó los ojos de la criatura.
No tardaría en notarlo no importaba lo cuidadoso que fuera. Sus enormes orejas eran muy sensibles y podían escuchar cualquier cosa. El Botas se detuvo a la distancia justa para no ser escuchado e inspeccionó la situación.
Lo tenía a veinte pasos de distancia, de espaldas a él. Distraído, posiblemente buscando a alguna presa descuidada.
Era el momento justo.
Tensó los músculos de las piernas y estuvo a punto de correr hacia la criatura cuando una figura blanca asomó la cabeza desde la ventana de una posada.
El Filo se agachó, escondiéndose aún más entre las sombras y en su rostro humanoide apareció una sonrisa intensa y de dientes para afuera. Un sonido gutural y silencioso se escuchó apenas de sus labios. Se reía.
La figura era una mujer, envuelta en un velo blanco que le cubría gran parte del cuerpo. Era el traje del culto a la diosa Seris.
La mujer miró hacia los lados, suspiró y se dio la vuelta. No cerró las ventanas.
Aquella pausa fue el desencadenante. Vibram tenía el cuerpo medio levantado y la rigidez de su postura desentonaba en aquella noche. El Filo volteó la cabeza, lo vio y se zambulló en la oscuridad. Escapándose.
El Botas maldijo.
Corrió por el tejado, saltó hacia donde había desaparecido la criatura y sus piernas chocaron contra el suelo empedrado diez metros más abajo. Olió el aire. El rastro de la criatura se dirigía hacia un callejón. Pero no era tonto, ya no. Se giró y tuvo a la criatura de frente.
La punta de una espada plateada destelló en la oscuridad y se incrustó en su vientre, atravesando la resistencia de su armadura de cuero, la tela y su propia carne. El Botas gimió y saltó hacia atrás. No se tambaleó, pero acusó el daño. La sangre empapó su chaqueta. Alzó la daga.
El Filo no escondió su sorpresa.
—Oh, por los dioses negros, eres tú. ¿Cómo es que estás en este lugar vivito y coleando? La última vez que te vi tenías enterrado en la barriga una espada.
—No creíste que moriría por algo así, ¿cierto?
—Los humanos son tan delicados.
Vibran dio un paso adelante y el Filo dio otro paso hacia atrás.
—Esos ojos dan miedo, Botas. Tanto odio, tanto rencor. ¿Aún te duele? Nunca pensé que los humanos estuvieran tan aferrados a los suyos.
—Cállate.
—Fíjate —dijo el engendro moviendo una de sus patas—. Son de mi talla. No resbalan, no sudan, son cómodas y flexibles. Casi parecen haber estado destinadas para que yo las tomara. ¿Qué culpa tengo yo de que pertenecieran a tus hermanos?
Rio y su risa sonó como la mezcla de un aullido y el gorgojeo de una rana.
Los ojos del Botas fosforecieron intensamente. Rojos.
—Que miedo, Botas.
Vibran atacó, puso por delante la daga. El Filo eludió, pero eso ya lo esperaba, giró y dio una patada a la cabeza de la criatura. No tocó nada. Eso también lo esperaba, agitó su daga en su punto ciego, dando contra la hoja de la espada que venía directamente a su cuello, deteniéndolo. Eso sorprendió a la criatura un momento. Vibran aprovechó y coló una patada entre los dos, lanzando a la criatura hacia atrás.
El Filo se puso de pie a una velocidad increíble y no dio tiempo al Botas de aprovechar la ventaja, agitó su espada y cortó el aire, alcanzando a cortar un pedazo de tela de la chaqueta del Botas. Saltó hacia atrás.
—Eres peligrosamente rápido, Botas —dijo—. Mucho mejor que tus hermanos.
—Hablas una vez más de ellos con ese tono y te rebanaré la boca.
—Que miedo, Botas.
—¿Por qué los mataste?
El Filo rio, pavoneándose en el lugar. Agitó su espada.
—¿Quieres saberlo realmente? Quizá la respuesta no te haga nada de gracia. ¡Que miedo, Botas! ¡Tanta ira te mandará a la mierda algún día!
—¡Responde, engendro!
El Filo perdió la sonrisa, miró al Botas con sus enormes ojos verdes.
—Porque estaban en el tiempo y lugar equivocado. Solos, perdidos, jóvenes. No hay quien se resista.
—Estás muerto.
—Qué gracioso, eso mismo dijeron ellos. Pero no me costó mucho cortarles el cuello. ¿Quieres saber la parte que más disfruté de ellos?
Vibram saltó, aventó su daga en dirección de la cabeza del Filo, este esquivó y con una sonrisa satisfactoria agitó su espada. Vibram esquivó e hizo aparecer una espada en su mano derecha. La acción sorprendió al Filo. La espada silbó en el aire y cortó el moro de la criatura; sonrió cuando sintió que daba con el hueso.
El Filo gimió y se apartó.
—Siempre mato a mis murientes —dijo el Botas. Los ojos rojos.
—No lo dudo —La criatura se tocó el tajo en la espalda—. Debí haberlo sospechado, una hoja replegable. Será una bonita colección que combinará con las botas que traigo.
Vibram atacó, saltando, esquivando, retrocediendo, avanzando, blandiendo su espada. Pero lejos de cansarse, sus ataques fueron más certeros y más rápidos. Cortó piel, carne, hueso. Hizo retroceder a la criatura hacia la pared.
Saltaba a la vista que la criatura no estaba acostumbrado a utilizar una espada. Era bueno, rápido y su instinto era certero. Pero esas cualidades las poseía todos los Botas Negras, unos mejores que otros, pero en general, ninguno perdería contra un Filo.
Sin embargo, había comprobado meses antes que no era fácil matar a una criatura como aquel, fue confiado y permitió que el Filo lo sorprendiera, fue su orgullo. Hoy no cometería el mismo error.
Sorprendió al Filo con una finta y clavó la hoja plateada en su vientre. La hoja se deslizó con notable facilidad hasta el fondo, saliendo por el otro extremo. El olor a limón se multiplicó hasta resultar agobiante. El Filo aulló de dolor. Pero no se derrumbó. Por el contrario, agarró la hoja y la quebró. Vibram retrocedió e hizo aparecer otra hoja.
El Filo gimió.
—Duele, Botas. Sin duda no eres como tus hermanos.
El Filo comenzó a cambiar. El color rojo de su espalda se extendió, dominando la mayor parte de su cuerpo, dejando expuesto solo las articulaciones. La forma de sus músculos cambió, se endurecieron y comenzaron a formar costras. Aventó su espada, ya no la necesitaba.
—No eres como tus hermanos —dijo con una extraña voz susurrante.
—Tu tampoco lo eres.
—No soy como ninguno, Botas. Soy único. Creado a la imagen del Oscuro y a la vez diferente.
—Todos los Filos mueren iguales.
El Filo carcajeó, al momento siguiente perdió su forma, disolviéndose en el aire.
Vibram no se sorprendió, no cometería el mismo error. Se concentró, prestando atención al mínimo cambio en la consistencia del aire. Más allá un gato maullaba, el viento silbaba entre las casas, se podía escuchar el leve murmullo de las voces provenientes de los barrios altos. El aire en el callejón era tranquilo. El olor a limón era agobiante.
Algo rosó su oreja izquierda, un leve cambio en el aire, como si algo inesperado empujara el aire hacia él. Se agachó y por poco esquivó una garra negra. Pisó el suelo y puso distancia, interpuso la espada. El Filo ya se disolvía otra vez.
No le daría oportunidad para que lo sorprendiera, saltó hacia una zona donde la luz impactaba con más fuerza e hizo aparecer otra espada. Adoptó la posición de Una Mano. Era una posición arriesgada. Le daría una reacción de ataque inmediata y certera, pero si fallaba, lo dejaría completamente expuesto. Pero confiaba en sus habilidades.
Un cambio en el aire en la mejilla izquierda.
No perdió el tiempo volteando a ver, en cambio, dirigió su ataque con la mayor rapidez que pudo. Pisó fuerte y sus músculos impulsaron toda la fuerza que pudo reunir, batió la espada con un movimiento fluido. Dio con algo sólido. A pocos centímetros de los ojos vio el chispazo de la hoja al impactar contra la coraza del Filo. Vibram confió, estaba más que seguro, que su espada podría quebrar a aquella coraza. Sin embargo, el sonido que escuchó fue el de la espada rompiéndose.
Estaba inerte, expuesto. Rompió la posición de Una Mano, pero ya era tarde. Sintió como algo impactaba contra su costado. Fue lanzado por los aires y cayó diez pasos más adelante. Maldijo y se puso de pie, tambaleándose.
El dolor llegó en oleadas de calor. Se cubrió la herida y descubrió que había perdido una porción de carne del tamaño de un puño.
—¿Qué pasa, Botas? Escuché que me matarías.
El Botas miró al Filo con ojos idos.
—¿Qué eres? —dijo.
—¿Por qué tomarse la molestia de decirlo a un hombre muerto?
Se tambaleó, pero no perdió la postura. Alzó la espada, haciendo caso omiso del horrible dolor del costado. Hizo aparecer otra espada.
—Es impresionante, tengo que admitirlo. Botas. Humanos exigidos al máximo para alcanzar un nivel que les permite ser los más diestros con la espada. Sin embargo, mortales.
—No soy el único que va a morir aquí, Filo. Ataca y lo comprobarás.
El filo se llevó los dedos ensangrentados a la boca.
—Sabroso.
Entonces un destello blanco impactó contra la criatura. Este aulló y saltó a un costado, trepó por la pared y desde ahí se disolvió. Un hilo de luz surcó el aire, moviéndose como una serpiente a increíble velocidad. Este cochó contra algo invisible y otro destelló surgió de la nada. La criatura aulló de dolor y cayó al suelo, completamente visible. Intentó ponerse de pie, pero una columna de luz cayó desde los cielos y lo envolvió como un manto. La criatura aulló.
—¡Maldita, perra! ¡Lamentarás esto!
El Filo saltó a la pared y desde ahí se impulsó en dirección a las murallas. Se alejó saltando entre los tejados, no sin dificultad.
Vibram hizo intención de seguirlo, pero algo le retuvo de las piernas. Cayó y perdió la espada. Maldijo cuando intentó ponerse de pie, había perdido la sensibilidad en las manos. Finalmente pudo incorporarse e hizo aparecer otra espada.
Una mujer apareció desde la boca del callejón.
—Vaya. Primero un Filo que habla y luego un Botas. ¿Que será lo siguiente? ¿Una rana que canta?
—¡No te entrometas!
—Qué rudo para alguien que te acaba de salvar la vida. ¿No sabes quién soy?
—¿Una bruja?
La mujer sonrió y agitó los dedos. El Botas vio la magia, intentó alejarse, pero la herida del costado le había quitado la fuerza de una pierna. Trastabilló y la magia lo dio de lleno. Se quedó petrificado.
—Debes saber que no permito que vivan aquellos que me insultan de tal manera, pero esta vez haré una excepción y simplemente te dejaré así. No me mires con esa cara. ¿Quién soy? Eso, Botas, es una información que no puedo dártelo.
—Déjame ir.
—Si lo hago irás detrás de él y lo ahuyentarás aún más.
—Eso no te importa a ti una mierda.
La mujer sonrió y agitó los dedos. Una oleada de calor recorrió el cuerpo del Botas, apretó los labios para no gritar de dolor. Fulminó a la mujer con la mirada.
—Claro, un Botas —dijo esta—. Ordénales que vayan a la izquierda e irán a la derecha, diles que canten y se quedarán mudos. Son obstinados además de orgullosos.
—Eso no quiero escucharlo de una bruja.
—¡Que no soy una bruja, Botas! Soy una hechicera.
Eso era aún peor, pero el Botas no lo dijo.
—Bien, hagamos esto. Yo me disculpo por confundirte con una bruja y tú me sueltas de este hechizo, y ambos nos dirigimos a los asuntos que nos conciernen.
—¿Ya dije que no quiero que vayas detrás del Filo?
—Es mío.
—No he visto que llevara tu nombre grabado en él.
—Es mi muriente. Desde que he puesto los ojos en él ya me pertenece. Eso lo saben las brujas y estoy seguro que también las hechiceras. ¿Debo recitar los artículos del Libro Único?
—Sé exactamente lo que dice el Libro Único.
—Perfecto. Entonces suéltame. Debo ir detrás de ese Filo.
—No, Botas. Parece que eres corto de entendimiento. No quiero que vayas detrás de ese Filo y no quiero que pretendas matarlo. Así de simple.
—El Bonica…
—Me importa una mierda lo que diga el Libro Único —cortó ella. Sonrió—. No lo tomes a mal. No siempre las hechiceras rompemos las normas, pero si la situación lo amerita, es posible hacer ciertas excepciones. Esta lo es. El Filo es mío y punto.
Vibram miró a la hechicera con extremo cuidado. Sus ojos pálidos no rehuyeron los suyos.
—No renunciaré —dijo él. No eran simples palabras lanzadas al aire. Lo decía con convicción y la absoluta certeza de que cumpliría cada una de las palabras que dijera.
—Eso veo —dijo ella—. Lastima. Siempre es lamentable deshacerse de un Botas. Pero la situación lo amerita.
—Las brujas no me dan miedo.
—Ah. Lo haces a propósito. Una lástima, ahora siento menos remordimientos. Adiós, Botas.
Ella tamborileó los dedos en el aire. Un hechizo de pulverización. Vibram no se lo permitiría. Sacó la daga y cortó el hechizo que lo retenía, se abalanzó sobre la hechicera. Eso hizo que la mujer cambiara de hechizo y creara otro hechizo simple y efectivo. El aire explotó delante de él, lanzándolo hacia atrás. Le fue imposible romper aquel hechizo porque este estaba dirigido sobre el aire y no sobre él. Fue empujado contra la pared. Perdió el aliento y golpeó la cabeza contra el suelo empedrado. La daga escapó de sus manos. Una hilera de sangre recorría el camino desde el punto donde estuvo de pie hasta donde fue lanzado. La herida del costado ahora era fuego puro. Apretó los dientes, ignorando el dolor.
—No es contigo, Botas. Ese Filo debe vivir por ahora y no permitiré que nadie o nada cambie ese hecho. Lo siento, mi misión es más grande que cualquiera que exista. Si en algo debes alegrarte, es que ese Filo morirá en algún momento.
Vibram murmuró palabras ininteligibles.
—Adiós entonces —dijo ella con un leve pesar en la voz.
La mujer hizo el hechizo. Movió las manos. Hechizo de pulverización. Lento, muy lento. Ella lo suficientemente cerca.
El Botas saltó de su lugar, impulsándose sobre una pierna, hizo aparecer una espada al momento que lo blandía hacia ella. La hoja nunca tocó su destino, pero hizo que la mujer rompiera su hechizo y perdiera el equilibrio, sorprendida. La cogió del cabello y hundió la hoja en su pecho, esta se deslizó suavemente sin ningún esfuerzo.
La mujer crispó el rostro y en sus ojos apareció una genuina expresión de sorpresa. Tosió sangre e intentó apartarse.
—Un espadachín nunca debe acercarse a un Botas a dos pasos de distancia. Una bruja nunca a tres pasos de distancia. Una hechicera nunca a cuatro pasos. Lo dice el Libro Único.
—Botas…
La mujer parpadeó, perdiendo gradualmente la fuerza. La vida se esfumó de sus ojos. Sin embargo, no se derrumbó, en cambio procedió a desmaterializarse, convertirse en polvo.
En algún punto lejano se escuchó un grito agudo y prolongado. Una maldición.
El Botas se apartó del lugar, recogió su daga y huyó. La hechicera vendría por su reflejo y él no estaba en condiciones de pelear de igual a igual. La oportunidad de perseguir al Filo también estaba fuera de su alcance. Se tocó la herida del costado y maldijo su mala fortuna. Trepó la muralla y se dejó caer al vacío.
Comments for chapter "02"
QUE TE PARECIÓ?