Reina de Lobos - 14
‘‘Respira profundo… concéntrate en el flujo… la energía corriendo por tus venas… y…’’
‘‘AHHHG-’’
Con un inmenso dolor, Athea cayó de la roca de donde estaba sentada revolcándose en el suelo, una pesada y grumosa sensación le recorría las venas, su pelaje se inflaba en horrendas protuberancias que se abrían paso cortando la piel y formando puntiagudas estacas negras al salir. Por semanas se ha repetido el mismo patrón, seguido de las mismas palabras de siempre
Athea; ‘‘¡Esto es una mierda!’’
Gritó furiosa en cuanto los dolorosos bultos dejaron de cortar y estirar su piel como si su propia magia quisiera arrancarle la carne de los huesos, en sus venas sentía como la energía oscura; grumosa y pesada; se relajaba luego de su pequeño berrinche. En frustración caminó tambaleante hasta el río que por días fue su fuente de agua y sintiéndose agotada se echó junto a la corriente, dejando que el flujo meciera su cola perezosamente mientras pensaba.
Estaba frustrada, ¿Cómo era posible que no fuera capaz de controlar magia tan simple como la negra? Podía recordar a la perfección lo sencillo que era contenerla y lo fácil que era utilizar magia blanca ¿Por qué ahora le era tan imposible siquiera evitar ser atacada cada dos días? Claro que entendía que a diferentes mundos, diferente se comportaba la magia, pero también entendía que Róngqì; o mejor dicho, el nuevo Yangko; era un hombre demasiado simple como para llegar a comprender el poder que representaba su sola existencia, él jamás podría crear magia que fuera mínimamente compleja como para terminar provocando meses de problemas en aprenderla, al grado de provocarle pesadillas constantes sobre la magia tomando control de su cuerpo para obligarla a perseguir a personas por el bosque con tal de devorarlas.
Que hablando de devorar, ya llevaba mínimo una semana sin probar bocado y ya empezaba a sentir hambre otra vez. Tampoco es como si fuera su culpa, era un cachorro después de todo y no estaba equipada para realmente cazar alguno de los ciervos que había alrededor. Incluso había llegado al punto en que los ciervos más jóvenes se burlaban de la cachorra dejando se les acercara para luego salir corriendo y perderle el rastro en cuestión de segundos. Era una molestia, pero más que nada una lástima el tener que resignarse a tener que comer animales pequeños y frutas que encontraba en arbustos diminutos que había alrededor del río. No era la dieta perfecta, pero al menos la mantenía con vida y era lo que había así que no podía quejarse, simplemente no podía, no había motivos para hacerlo, pero igualmente se quejaba, se quejaba de la comida, se quejaba de no tener un lugar cálido para dormir, se quejaba de las incesantes lluvias que volvían la noche fría e insoportable, se quejaba de no tener un lugar cálido para calentarse.
Y lo más importante, se quejaba de su magia; o bueno, la falta de esta. ‘¿Cómo podía ser posible que luego de meses de práctica siguiera en el mismo punto del inicio?’ espetaba constantemente contra el sistema, que poco o nada le ayudaba ¿Quién podría ayudarle ahora? ¿Cómo podría siquiera pensar en participar en una competencia de habilidad si apenas y podía conseguir comida?
Hablando de comida, que curioso es el olor de la sangre, un olor a hierro más bien metálico que se inserta en tu cerebro y lentamente despertando el apetito de animales deseosos de carne, en especial aquellos con una semana de no haber probado bocado. Curiosa por saber de donde provenía el olor, la cachorra abrió los ojos para descubrir a uno de los ciervos acercándose a ella tambaleante.
Los ojos negros del ciervo se toparon con los ojos café claro del predador y se detuvo en su andar. Athea lo observó, olía a sangre, pero más que eso, había una flecha clavada desde su costilla hasta su pecho. Ella estaba confundida se suponía que no había humanos en esa área, no al menos que ella hubiera visto. Antes de que pudiera moverse, el ciervo comenzó a caminar en su dirección. Sus finas y delgadas patas tambaleaban del cansancio, el pelaje verde esmeralda del ciervo que se confundía con la maleza se veía manchoneado de carmesí y más cuando se dejó caer junto a la cachorra creando una gran piscina de sangre que caía resbaladizamente en el agua; respiraba con dificultad y pesadumbre, como si sus pulmones se llenaran poco a poco de sangre. Era una cierva, era fácil notarlo, el intrincado y enredado diseño de las astas era demasiado delicado y elegante como para que cualquier macho territorial y protector de su manada quiera portar alguna vez.
Podrá ser un animal ahora, pero su alma humana la hizo preocuparse. Se acercó y acurrucó junto a la cierva, que poco a poco se fue calmando y en consecuencia, su corazón dio su último esfuerzo. Más pronto de lo que le gustaría admitir, el hambre y el seductor olor de la sangre se juntaron en perfecta armonía para coquetearle hasta que decidió que, efectivamente, iba a devorar a la recién fallecida cierva. Aunque no le parecía lo correcto, Athea mordisqueó la piel del cadáver hasta crear un agujero. Sangre no es lo único que brotó de la herida, pues en segundos, la piel del estómago se rasgó cuando un enorme globo de agua salió rodando.
Asustada y confundida la cachorra saltó hacia atrás, pero en el segundo que observó movimiento dentro del globo saltó sobre él para romperlo, porque ¿Cómo podría dejar morir a un pobre bebé que ni siquiera había nacido? Cuidadosamente sacó la cabeza de la cría de la placenta y la lamió instintivamente para ayudarle a respirar, era una criaturita pequeña y temblorosa, llena de baba y un discreto color marrón en su pelaje que rápidamente se puso de pie y a caminar. Y bueno, ¿Cómo podría una persona dejar al pobre cervatillo solo sin una madre? ¿Qué clase de persona sería? En definitiva no el tipo de persona que Athea era, así que luego de unas horas de rastrear por el bosque, finalmente encontraron la manada y una de las hembras tomó con dicha a la cría y en agradecimiento el macho protector de la manada se le acercó y le susurró al oído una advertencia que sin duda tomó en cuenta antes de salir corriendo.
Corrió hasta que el sol comenzó a esconderse a la lejanía y desde el alto de un pequeño monte en el bosque observó un lago que alimentaba los cultivos de un pueblito a las faldas del bosque, los edificios se veían apretujados alrededor del cuerpo de agua y pese a eso sus amplias calles le permitían a carretas y niños convivir tranquilamente sin accidentes de por medio. Las campanas de la iglesia repicaban anunciando la última consagración del día y la serena energía brotaba de cada campanada, llenando el bosque con una energía positiva calmante y vibrante, que por algún motivo le daba a Athea insoportables dolores de cabeza, que juntados con su decepción por no haber comido y su estrés de sentir su magia retorcerse en sus venas como si estuviera a punto de salir disparada de su interior nuevamente le estaban provocando un mal humor insoportable. Lo menos que quería ahora era ser molestada.
???; ‘‘Hola’’ dijo una repentina y chillona voz, ‘‘Me llamo Arlena’’
El sonido venia desde su espalda, por lo que la cachorra volteó solo para encontrar un pequeño conejo de pelaje blanco como la nieve, con patas marrón como la madera y orejas de un rosado que bajaba por las orejas hasta fusionarse para dibujar un corazón en la cabeza de la coneja y una pomposa cola de un rosa vibrante.
Arlena; ‘‘De seguro te has de preguntar ‘¿Cómo es posible que un conejo hable?’ pues-’’
Athea; ‘‘No, de hecho no’’ respondió interrumpiendo al conejito antes de intentar alejarse
Arlena; ‘‘¡Oye! ¡Te estoy hablando!’’ chilló persiguiendo al lobo hasta pararsele en frente, su chillona voz penetraba los oídos de la cachorra de una forma sumamente irritante, ‘‘¿¡Cómo puedes ignorarme así!? ¿¡Cómo es que no ves lo importante de esta situación!? ¡Necesitamos unirnos!’’ gritó agitada
Athea; ‘‘Dios, nunca he visto a una bola de pelos tan molesta como tú’’ gruñó con un fuerte dolor de cabeza que iba y venia de la nada, se sentía aturdida y su cuerpo se sentía ligero y de repente pesado de nuevo, y su mal humor actual no era algo que le ayudara mucho a soportar al chillón conejo
Arlena; ‘‘¿¡Bola de pelos!? ¿¡Tienes alguna idea de con quién estás hablando!?’’ chilló ofendida
Athea; ‘‘¿Con la comida más molesta de la historia?’’ Dijo mirando a la bola de pelos rosa desde arriba, antes de caminar hacia la orilla del monte, buscando la fresca brisa para lograr calmar su dolor de cabeza, ‘‘Deberías agradecer que no te estoy mordisqueando ahora mismo, déjame en paz.’’ gruñó
Arlena; ‘‘Tú no vas a comerme y tampoco deberías. ¿Sabes qué tampoco deberías hacer?’’
Athea; ‘‘¿Seguir esta conversación?’’
Arlena; ‘‘No, ésta falta de respeto y esa actitud que estás teniendo’’ chilló la coneja paseándose orgullosamente alrededor de la cachorra, ‘‘¿No sabes cómo comportarte frente a la Elegida de la Diosa del Amor y el Perdón?’’
Chilló la coneja, Athea ya estaba comenzando a ignorarla cuando las palabras por fin golpearon, haciéndola levantarse de un salto por un pánico que se había incrustado en su pecho misteriosamente. Su mirada se clavó en la coneja, no perdiéndola de vista ni por un segundo, sintiendo como cada fibra de sí quería saltarle encima, pero aquello que la hizo de verdad querer cenar conejo, fue oírla reírse de forma altanera
Arlena; ‘‘Jajajaja. Oh por favor, entiendo que mi presencia es intimidante, pero no hay necesidad de temblar. Ahora, hablemos de negocios ¿Sí? Oh… bueno, considerando que no sabes quién soy, no debes ser muy inteligente ¿Cierto? No te preocupes, mejor para mí, verás, yo he sido elegida por la más piadosa de las diosas y me ha contado un pajarito que tú también has sido elegida, solo que por uno de los indeseables’’ dijo burlonamente mientras una abeja revoloteaba entre sus largas orejas.
Era una abeja anormalmente grande, a primera vista no había nada raro en ella, era una simple abejita, pero entre más la veía más extraña se veía, sus alas se movían con demasiada suavidad como para ser capaz de mantenerse en el aire y su cuerpo se veía como si estuviera hecho de cristal, dando la inquietante sensación de estar observando todo lo que pasaba de forma permanente, registrando todo lo que sucedía en su pequeña mentecita.
Arlena; ‘‘Pero dejemos eso de lado por ahora. Déjame decirte algo, ninguno de los indeseables tiene alguna posibilidad de ganar el jueguito en el que nos han puesto y jaja… seamos sinceras, tu y yo sabemos que mi posición es superior, ambas sabemos que el amor es el que al final siempre se antepone no importa qué. Estas condenada al fracaso.’’ dijo pavoneándose alrededor del risco
Se pavoneaba tan frívolamente que ignoraba la silueta de un hombre entre la lejanía del bosque, un hombre cuya figura le recordaba a alguien sin poder recordar quién. Pero aquello que la estremecía era ver unos labios blancos moverse repitiendo frase por frase todo lo que la coneja decía con una sonrisa espantosa
Arlena; ‘‘Ahora, puesto que de mí depende salvar a este mundo, primero te voy a salvar de la angustia de tener que luchar contra mi en el futuro, ¿Por qué no te tiras de este risco y acabamos con esto rápido?’’
La molesta coneja siguió hablando y hablando y entre más hablaba la cachorra se iba atontando cada vez más, su visión borrosa y su dolor de cabeza tampoco ayudaban. Sentía cómo un frío le recorría el cuerpo, ante la falta de respuesta la coneja comenzó a ser más agresiva e insultante, diciendo cosas que iban desde ser odiosa hasta insultos que calaban en ella bien dentro de su alma enfureciéndole. Su ira se acumuló en su magia, su magia se arremolinaba en su interior y de repente su cuerpo se entumeció antes de sentirse ligero, sumamente ligero, como si no pudiera sentir la gravedad para nada, se sentía como fuera de su cuerpo, como si no pudiera sentir nada, juraba que se podía ver a sí misma, con su cabello erizado, gruñendo agresivamente, en un parpadeo todo se puso en negro, no había nada, no podía oír nada. Todo lo que pudo hacer fue pararse ahí a la orilla del risco, respirando agitada, con sangre en el hocico y observando cómo al agua caía la coneja, dejando detrás una mancha de sangre en el lago.
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En la oscuridad de la noche dos jóvenes equipados con arcos y flechas discutían agotados por la exhaustiva y larga caminata a la que se sometieron en busca de los cervatillos esmeralda, aquellos elusivos animalillos de verde pelaje cuya carne era jugosa y cuyas astas permitían hacer una potente hechizo para ver el futuro. Era tarde y deberían haber empezado a volver a su pueblito junto al lago hacía horas, pero no podían regresar con las manos vacías, no sabiendo que habían logrado dispararle a una hembra
La discusión de los jóvenes se volvía cada vez más acalorada, cuando el sonido de huesos siendo triturados interrumpió la conversación. Cautelosamente se acercaron al cause del río, donde encontraron a la cierva tendida en el suelo, con su sangre esparcida en el suelo y una protuberancia negra que subía y bajaba de forma intermitente. Para desgracia de los jóvenes el sonido de sorpresa que hicieron alertó a la criatura, un lobo negro como una sombra y ojos café intenso se volteó a observarlos, sus blancos caninos deslumbraron en la oscuridad y el silencio de la noche fue llenada con los aterradores alaridos de un hombre luchando por su vida y fallando cuando su cuello se rompió ante los zarandeos de aquel lobo hambriento y profundamente aterrado
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