Segadores Saga Primera - 11
La tarde era cálida y fresca, el cielo, de un bello color anaranjado, era surcado por algunas cuantas nubes que se perdían de la vista al pasar los minutos. Bajo ese brillante y hermoso firmamento, un grupo de niños jugaban en un parque local. Exactamente eran once niños y una niña. Desde esa mañana se habían puesto de acuerdo para reunirse y jugar a todo tipo de actividades, la última de ellas, antes de que oscureciera, era jugar a las escondidas.
El sol estaba a punto de desaparecer a lo lejos y ya solo quedaban tres niños escondidos, los demás yacían fuera, atrapados por el «buscador». Cuando la única niña creía que estaba a punto de ganar, una voz infantil, perteneciente a un niño, exclama con orgullo:
— ¡Encontré a Jessenia! —les grito a los demás niños.
De mala gana, la única chica salió de su escondite, el cual consistía en estar recostada muy callada dentro de un arbusto muy cerca del lugar donde el «buscador» empezaría a contar. La estrategia que a la chica se le ocurrió es que por estar demasiado cerca del niño que debía encontrarlos, él jamás pensaría en buscar en un lugar tan obvio y comenzaría por los lugares más obvios para ocultarse, como por ejemplo, arriba de un árbol, bajo arbustos lejanos, detrás de algunas viviendas, etc. No obstante, cuando creía que estaba cerca de la victoria, Tom, el niño de pelo corto y negro, un poco alto y flaco como una rama, la había localizado.
El tiempo del juego termino, los últimos dos niños salieron de sus escondites, uno de ellos estaba oculto en la rama más alta de un árbol, cobijado por la sombra que este provocaba y en cuanto al último, nadie supo donde se escondía. Cuando el juego termino, él último niño simplemente salió de alguna parte. El grupo de amigos se despidió pero prometiéndose volver a verse mañana por la mañana para volver a jugar. Luego, como era de esperarse, se dividieron y cada quien se fue para su casa.
La mayoría de los niños vivían en las mismas direcciones, por la que ellos aun podían irse juntos y platicar por el trayecto del camino, Jessenia, la única niña del grupo, era la que vivía en dirección contraria a los demás y por eso, siempre caminaba sola. No obstante, esto no le molestaba ni un poco, ya que a ella le gustaba pensar y caminar y, mientras hacía eso, disfrutaba de poder levantar la mirada y ver el color del atardecer antes de que anocheciera.
Por alguna razón, a Jessenia siempre se le facilito más interactuar con niños que con niñas, no sabía porque, ella creía que los chicos eran más simples de tratar, más directos y que iban al punto cuando querían algo, mientras que las niñas eran más difíciles de desentrañar y más difíciles de acercárseles, aun cuando ella misma era una chica, a Jessenia siempre se le veía rodeada de niños de su edad: siete años.
Esa tarde que estaba a punto de convertirse en anochecer, Jessenia recordó que su mama haría su platillo favorito para cenar y que su papa regresaría temprano de trabajar. Él era un agricultor, su trabajo consistía en cultivar cosas y cuidar de la tierra, un trabajo humilde que dejaba suficiente dinero para vivir, mientras que ella, la madre de Jessenia era una simple ama de casa, tranquila y hogareña, quien siempre le leía un cuento a su única hija antes de irse a dormir y que a veces, la dejaban dormir junto a sus padres. Si. Allí, en el Reino de Fior, Jessenia era sumamente feliz. Padres que la amaban, amigos con los cuales se divertía, un lugar cálido que la esperaba. Jessenia tenía todo lo que cualquiera pudiera desear y sentía, desde el fondo de su corazón, que nunca antes había conocido el dolor ni el sufrimiento.
Ante la irresistible expectativa de la cena, Jessenia ya no podía aguantar el hambre que sentía, comenzó a correr rumbo a su casa. La vivienda, de un solo piso, pero grande y larga por dentro, se estaba acercando. La niña paso volando frente a muchas otras casas de igual diseño, simples y hogareñas, sin ningún tipo de cosa que llamara la atención.
Cuando ya estaba a tan solo tres casas de la suya, la joven echa un rápido vistazo al patio delantero de las viviendas, verde, lleno de vida, con un camino de piedra justo por en medio que conducía directo a la puerta principal.
Con una gran sonrisa en el rostro y esperando recibir una de parte de sus progenitores del otro lado, Jessenia abre la puerta para encontrase con lo que sería el inicio de futuros sufrimientos y desgracias y, al mismo tiempo, con un sinfín de aventuras sacadas de algún loco cuento de fantasía.
No existía ningún ser humano que estuviera preparado para lo que había detrás de esa puerta de madera. Jessenia, aun con la sonrisa en el rostro y petrificada bajo el arco de entrada, trataba por todos los medios posibles hallarle una explicación racional a lo que sus orbes veían. ¿Un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Una broma de pésimo gusto? ¿Alguna alucinación provocada por algún tipo de enfermedad mental? Cualquier cosa, lo que sea, menos la realidad.
Aquello no podía ser real. Simple y sencillamente, no podía. Debía de ser una broma, ¡una enfermiza, morbosa y cruel broma! ¡No! Mejor aún. ¡Una pesadilla! ¡Si, eso debía de ser, una pesadilla! ¡Por supuesto! Eso no podía ser real, no podía. Un mal sueño era la única explicación lógica para la escena que Jessenia encontró del otro lado de la puerta. De no ser así, ¿Cómo podría explicar lo que veía?
Sus padres, ambos, muertos, con sangre derramada por doquier. En las paredes, manchando el suelo y el techo, tiñendo lo que antes era una cálida Sala de estar, del tétrico y morboso color rojo de la vida. Su padre, el hombre que le dio la vida, tirado bajo la mesa sobre un gran charco de sangre y lo más espeluznante y lo que la niña no podía dejar de ver con los ojos bien abiertos y sin poder creerlo aún, pese a tener a la cruel realidad ante ella, era la cabeza cercenada de su progenitor sobre la mesa de madera, viéndola directamente a ella, como esperando a que llegara a casa para darle una sorpresa. Los ojos del hombre yacían abiertos en una expresión horrible de dolor y mirando sin ver al techo.
Más al fondo, Jessenia creyó reconocer un cuerpo que yacía clavado en la cocina. Le pertenecía a una mujer adulta, el cadáver yacía suspendido a unos centímetros del suelo goteando sangre. Por más que intento enfocar la mirada, la niña no alcanzaba a reconocer el rostro de la mujer, ya sea por la distancia, por la oscuridad de la cocina o porque un enorme tubo de acero negro yacía clavado justo en mitad del rostro de la mujer, empalándola contra el muro.
La pequeña niña, con ojos bien abiertos y temblorosos, cae sobre sus rodillas, pone ambas manos sobre el suelo y de sus ojos, una cascada de lágrimas comenzaba a descender, pero sin quitar la mirada de sorpresa de su rostro. Jessenia no entendía lo que estaba pasando. Tenía la realidad frente a sus orbes, pero la niña se negaba a creerla. No podía ser real. Todo era una pesadilla, una alucinación, una cruel y morbosa broma. ¡Si! ¡Eso debía de ser, una broma!
¡Era una broma de su mente! Jessenia en realidad no estaba despierta, aún seguía durmiendo en su cama. Esa era la única explicación. Al darse cuenta de que eso que veía no podía ser real, Jessenia sonríe un poco, segura que en cualquier momento, su mama la despertaría, la niña saldría a jugar con sus amigos a la mañana siguiente y todo regresaría a la normalidad.
Pese a entender esto, Jessenia se levantó lentamente, sus ojos que normalmente eran de un vivo y llamativo, así como brillante color azul, se apagaron y ahora eran dos pozos sin fondo, pegados a una mirada vacía y que de estos, aun salían más y más lagrimas sin detenerse. No obstante, la infante seguía con una pequeña mueca en los labios, estaba sonriendo. ¡Claro que lo estaba! ¡Todo eso era una broma de su mente, un sueño, una pesadilla, es lo que era, no podía ser otra cosa!
La chica toma con cuidado la cabeza cercenada de su padre, la cual yacía reposando fríamente sobre un pequeño charco de sangre sobre la mesa del comedor; la sujeta con cariño con ambos brazos, como si de un bebe recién nacido se tratase. Jessenia camino hacía la cocina, vio a la que era su madre, colgada de la pared por un tubo de acero que atravesaba la mitad de su rostro.
—Mama—le dijo Jessenia con voz mecánica—. Voy a mi habitación, avísame cuando la cena este lista.
Y caminando con la cabeza de su padre sujetada con cariño, Jessenia se interna en un largo pasillo oscuro repleto de habitaciones. El último era el de ella, entra a su cuarto y se apoya contra la cabecera de la cama. La cámara era normal, con una ventana cuadrada que dejaba entrar los opacos rayos del sol que estaban a punto de extinguirse. La niña atrajo hacía ella sus piernas, sujeto con cuidado la cabeza de su padre y entonces, la niña empezó a tararear una canción que su progenitor le cantaba para ayudarla a dormir.
Las horas pasaron.
Una anciana, vecina de la familia de Jessenia, disfrutaba de salir a caminar bajo los hermosos rayos de la luna y cuando esta pasaba junto a la casa de sus vecinos, noto que la puerta de entrada estaba abierta, se aproxima a la vivienda para ver qué pasaba, pues no era normal que alguien mantenga la puerta de su casa abierta en plena noche, aun cuando vivían en un lugar seguro. No obstaste, lo que la anciana vio del otro lado fue tan horrible, morboso y malvado, que no pudo evitar quedarse petrificada en la puerta. En su larga vida, sesenta años, nunca soporto ver una simple herida, pues la sola imagen de la sangre era suficiente para hacerla desmayar o vomitar, pero ahora, con esos litros y litros de sangre carmesí salpicando desordenadamente cada rincón de la habitación, la vieja cayó de sentón, intento decir algo, gritar a todo pulmón, pero los gritos, las palabras, todo se había quedado escondido dentro de su boca, como si al sonido mismo temiera ver aquella grotesca y desagradable escena.
El corazón de la anciana comenzó a dolerle, latía más rápido y sentía como se expandía dentro de su pecho, chocando contra los huesos de las costillas y provocándole un insoportable dolor. Pese a esto, la mujer logro encontrar las fuerzas necesarias, se levantó, se dio la vuelta y se echó a correr realmente rápido, a una velocidad que no se esperaría de un anciano. El miedo, el pánico, el verdadero terror, podía hacer que la persona más débil, repentinamente, encuentre una sorprendente cantidad de energía que no sabía que poseía. Para huir y ponerse a salvo, claro está.
Las horas volvieron a pasar.
Esta vez, la misma anciana no regreso sola, más bien, ni siquiera se acercó a esa casa maldita, pues la vieja yacía sentada en otra vivienda, lejana a la que fue a visitar, con piernas y brazos temblándole aun, con los ojos surcados en lágrimas y forzándose a beber un líquido para relajarse. No. Los que habían vuelto a esa casa eran un grupo de hombres, algunos grandes, musculosos y bronceados, principalmente por trabajar con la tierra bajo los insensibles rayos del sol; mientras que algunos otros, altos y flacuchos.
Se acercaron a la casa con las primeras armas que pudieron encontrar, preparándose para lo que sea que pudieran hallar del otro lado. Ninguno de ellos puso en duda la noticia que la anciana les había dicho a todos una vez reunidos, no obstante, por la fuerza y la crudeza de la información, todos seguían esperando no encontrar nada del otro lado de ese umbral oscuro, teniendo la vaga esperanza que todo haya sido una alucinación de la vieja, una broma cruel de su anciano cerebro cansado y marchito. Pues la gente que vivía en esa casa era en verdad muy gentiles y amables, buenas personas y que no le harían daño a una mosca.
Lamentablemente, el mundo, la vida, no fue hecho para satisfacer los caprichos individuales de cada ser viviente que lo habite. Lo que los hombres hallaron del otro lado de esa puerta y bajo la oscuridad, fue la cruda visión de la muerte y la maldad. Sangre por todas partes, en el techo, en las paredes y, por supuesto, en el suelo. Todos los muebles desordenados y lo más horripilante, un cadáver sin cabeza bajo la mesa, sobre un charco de sangre.
Pese a lo fuertes y varoniles que se veían unos de esos hombres, algunos no contuvieron sus ganas de vomitar, se taparon la boca y se echaron a correr al jardín de la casa, donde se arrodillaron y dejaron salir todo lo que tenían dentro del estómago. Los más osados, apretando sus guadañas, tridentes, hachas y mazos, como esperando a que esas simples armas de trabajo, los protegiesen de los misterios que ocultaba las tinieblas de esa casa, decidieron entrar.
Pasando con cuidado y procurando no pisar ni una gota de sangre ni mucho menos tocar el cadáver del hombre que yacía bajo la mesa, los hombres se adentraron más profundamente. Esa noche el cielo estaba despejado, la luna, que en ese momento se veía tan cercana, alcanzaba a iluminar casi todo; las ventanas estaban abiertas y con las cortinas corridas, se podía ver gran parte de la casa. Lo único que permanecía sumergido por las penumbras era el largo pasillo que conectaba con recamas y con el baño de la casa.
Lo único que encontraron al profundizar más en esa casa fue un segundo cadáver. El de una mujer, clavada por un tubo en mitad del rostro y suspendida a unos centímetros del suelo goteando sangre. Llegados a ese punto, el más resistente de esos hombres, comenzaba a marearse y a escuchar como su estómago se revolvía inquieto. El miedo que les provocaba toda aquella mórbida escena, provoco que sus oídos se agudizarán mucho más de lo que estaban acostumbrados. Hasta el sonido más simple provocado por el viento, resultaba amenazante y escalofriante.
Fue entonces que lo escucharon. Una melodía tarareada silenciosamente y profundamente, proveniente de alguna de las habitaciones. La cancioncita, bajo circunstancias diferentes, hubiese sonado armoniosa, cálida y linda, pero bajo el yugo de ese ambiente frío y tétrico, hasta el movimiento más sutil resultaba escalofriante y perturbador. Era el miedo tomando el control de todos en esa casa.
Aun así, los hombres, sujetando sus armas de trabajo con firmeza, como si al hacer esto, las herramientas les transmitieran alguna clase de fuerza o valor, se adentraron al pasillo oscuro, decididos a terminar con lo que empezaron. Al fondo del mismo, una columna de luz lunar se escapaba de entre la rendija de una puerta entreabierta. El débil y melancólico tarareo se había vuelto más fuerte. Los caballeros tragaron saliva, uno de ellos apretó el pomo de la puerta y con energía, la abrió de golpe.
No había nada. Nada más que una pequeña niña sentada en su cama, con la espalda contra la cabecera de la misma, arrullando una cabeza mutilada mientras sonreía como un alma en pena.
Los hombres se quedaron como hipnotizados al ver a esa niña, la infanta se volvió hacía ellos y los miro con ojos profundos y vacíos, repletos de lágrimas y con una débil sonrisa en los labios. Jessenia dejo de tararear al momento de advertir la presencia de invitados inesperados.
Se llevó el dedo índice de la mano derecha a los labios y les dijo a los hombres:
— ¡Shhhh! Papa está dormido, por el momento no los puede atender, pero en cuanto despierte le diré que pasaron de visita.
Luego, Jessenia volvió a ponerle toda su atención a la cabeza de su padre y con gran cariño empezó a arrullarla cual bebe recién nacido mientras le tarareaba la misma canción.
El sueño seguía sin terminar y Jessenia seguía durmiendo, condenada a vivir dentro de esa pesadilla día tras día, solo que en esta ocasión ya no se encontraba en la recamara de su casa. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había terminado vagando por el reino sin rumbo fijo? Lo último que recordaba era a esos hombres que irrumpieron en su casa y en su habitación, luego… ¿qué paso luego?… Oscuridad… Vacío… Tristeza y melancolía y ahora, la niña sin padres caminaba a duras penas, tambaleándose, con ropas viejas, mugrientas y sucias pero más que nada, malolientes. Su piel que en otro tiempo fue suave y blanca, era ahora dura, áspera y negra cubierta por mugre, causa de no haberse bañado en días y días.
¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía.
Después de salir de su casa, dejando atrás los cuerpos sin vida de sus progenitores, Jessenia deambulo sin detenerse, caminando y caminando, ¿A dónde?, eso no importaba, ella iba a donde sea que sus piernas la llevaran.
El tiempo volvió a transcurrir. Como todo ser humano, Jessenia debía comer, pero al no saber hacer nada en especial, las únicas opciones de una niña huérfana y apestosa eran escasas, robar o mendigar. Así que hizo lo primero. Caminando entre viviendas de clase media y al no soportar el hambre, Jessenia hurgaba entre la basura, buscando esperanzaba partes de alimentos que aún no caducaran. Pocas veces encontraba algo comestible y cuando lo hacía, se creía la niña más afortunada del mundo. Pero aun así, e ignorando los días y las semanas transcurridas, la chica aún se negaba a aceptar esa realidad. Jessenia creí que seguía durmiendo y que en cualquier momento, su mama la despertaría y todo volvería a la normalidad.
El tiempo volvió a transcurrir.
La gente que veía a Jessenia pasar por las calles, caminando como si estuviera borracha, con la ropa toda andrajosa y maloliente, a menudo le sacaban la vuelta, para no verla ni olerla. Había veces en las que se quedaba sentada en la calle, sin estorbar y viendo como las demás personas caminaban rumbo a sus destinos. En esos momentos, la niña vagabunda parecía una muñeca rota y abandona a su suerte, allí, sentada con las piernas abiertas, la boca un poco abierta y mirando sin ver nada con ojos vacíos y carentes de brillo. La poca gente que se compadecía de ella le lanzaban monedas a la cara y seguían su camino.
Allí sentada, sin prestarle atención a la gente, Jessenia murmuraba para sí misma lo siguiente:
—Mama me despertara en cualquier momento. Abriré lo ojos y entonces le contare lo horrible que ha sido mi pesadilla. Si…, en cualquier momento mi mama me despertara. Me salvara de este terrible mundo y todo regresara a la normalidad, como si nada hubiese pasado.
Jessenia comenzó a reír un poco al mismo tiempo que empezaba a llorar. La realidad poco a poco iba abriendo los ojos de la pequeña niña, quien aún se esforzaba en creer que todo ha sido un mal sueño, una horrible pesadilla.
Los meses volvieron a pasar.
Jessenia se había levantado como de costumbre y una vez más y sin rumbo fijo, la niña volvió a caminar como borracha, yendo a donde sea que sus cortas y delgadas piernas la llevaran. En una ocasión el cielo se nublo y una tormenta azoto todo el reino, en esos momentos, la niña se metió en un callejón que estaba entre dos altas construcciones para usarlo como refugio. Allí, sentada, veía como unas cuentas personas corrían bajo el agua para ponerse a salvo, como otros caminaban con indiferencia, sin prestarle atención a la lluvia y unos pocos, caminaban con sus familias. Vio pasar a una madre que sujetaba la mano de su hijo y con la otra un paraguas y junto a la mujer, un hombre caminaba junto a ella sujetando con una mano a una pequeña y con la otra un paraguas. Mucha gente que vio pasar y alegarse, pero ninguno de ellos reparo en la presencia de Jessenia, allí, sentada en un sucio callejón, sucia, hambrienta, apestosa y desaliñada.
La niña ya no sonreía, ya no lloraba y ya no murmuraba. En algún punto del año entero que había pasado vagando de un lugar a otro, sobreviviendo de basura y comida en mal estado, Jessenia había aceptado la cruda realidad. Nada de eso era un sueño, sus padres estaban muertos, no la salvarían, no la despertarían y ya no volvería a verlos jamás. Estaba sola en un mundo que la ignoraba, como si la pequeña no existiera. Lo había olvidado casi todo. El rostro de sus amigos, los caminos que tomo para llegar donde estaba, la fecha de su cumpleaños y hasta el rostro de sus padres. Lo único que recordaba y la daba la garantía que seguía viva y existiendo era su nombre: Jessenia y lo que significaba: dolor, pena, sufrimiento y soledad. Todo eso significaba su nombre y esas sensaciones que sentía era la garantía que necesitaba para saber que seguía viviendo, pues Jessenia no creía que en la muerte existiera algo, para ella, la muerte simbolizaba la nada, la liberad de las ataduras de la vida, la paz, el descanso, el alivio, el sueño eterno del cual uno ya no despertara. La niña ansiaba la muerte, deseaba ser libre de las penas de la vida.
Y así, un año entero paso desde que salió de su casa, un lugar que ya no era de ella, donde ya no encajaba y donde ya no era necesitada.
…
Una risa infantil se escuchó por todo el vasto espacio negro. Jessenia se encontraba envuelta por la Corrupción Oscura, una especie de aura negra que servía para encerrarla dentro de sus peores recuerdos o pesadilla y mediante este acto, corromper con oscuridad el alma y dejar a la persona carente de voluntad. Como si de un mero muñeco viviente se tratase.
—¿Qué me dices ahora? —le pregunto una profunda voz infantil. Del interior del cuerpo de Jessenia, una cortina de humo negro comenzó a salir, se coloco a unos metros de distancia de la chica y entonces, el gas oscuro empezó a tomar forma humana—. No hay razón para que sigas atormentándote, solo renuncia a esta vida que no vale nada. No le debes nada a nadie. Ya has sufrido lo suficiente. Fuera de este lugar no hay nada para ti, no tienes casa, familia, amigos o alguien que te necesite. No tiene nada. ¿Para que quieres seguir viviendo una vida así de vacía? Solo déjate llevar por la tranquila oscuridad del lugar, entrega tu mente y tu alma a las tinieblas y antes de que te des cuenta, todo tu sufrimiento, las penas, el dolor, la angustia y los recuerdos, todo, habrá desaparecido.
La niña le hablaba a Jessenia con dulzura y con voz calida, tratando de convencerla de que su punto de vista era el correcto. La pequeña camina unos cortos pasos hacía la chica mayor, se pone a unos escasos centímetros de ella y la abraza al nivel del ombligo de ella. Pega su rostro al abdomen desnudo de Jessenia.
—Solo terminemos con todo esto—comenzó a decir la pequeña con ropas andrajosas y cabello revuelto. En su tono de voz, las ganas de llorar eran evidentes—. Ya no tenemos que seguir viviendo esta vida, vayámonos juntas a otro lugar más tranquilo. Anda, esto era lo que queríamos, ¿lo recuerdas?, aquella noche, bajo el cielo estrellado, en ese solitario camino. Esperábamos ansiosas la muerte, el final del dolor, de la agonía y de los recuerdos. Regresemos a ese lugar. La vida no tiene ningún sentido, esta llena de dolor y sufrimiento, pero la muerte… ¡la muerte es tranquilidad y paz! En ella no existe nada. No hay porque tener miedo, estaremos juntas por siempre en la oscuridad. No me alegare de ti en ningún momento. No lo veas como muerte o morir, sino más bien como… como dormir. Entraremos en un sueño eterno del que jamás despertaremos. Por eso, no te vayas. No me dejes sola en este lugar…
La pequeña niña comenzó a aferrase con más fuerza a Jessenia mientras que de sus ojos, un mar de lagrimas caían al suelo negro.
La niña creía que Jessenia ya estaba bajo su control, que la corrupción había contaminado su alma, su espíritu y que por ende, que su voluntad se había quebrado, volviendo a la joven, una marioneta de carne y huesos. Manejable y desechable. Por lo que el repentino moviendo de la chica asombro a la pequeña. La oscuridad que rodeaba el cuerpo entero de Jessenia comenzó a disiparse a causa de una pequeña lucecita que yacía brillando intensamente en su pecho.
La joven mayor alega un poco a la niña con sus brazos, mientras que esta, miraba asombrada, con la boca un poco abierta y los ojos bien abiertos, como Jessenia limpiaba la oscuridad que la corrompía usando una diminuta lucecita que resplandecía en su pecho.
— ¿Por qué? —dijo levemente la niña, aun asombrada por lo que Jessenia hacía. Luego apretó los dientes así como los puños y exploto lo siguiente—: ¡Por qué! ¿Por qué quieres seguir viviendo? ¡La vida no tiene ningún sentido! ¡Es pesada, dolorosa, llena de recuerdos amargos, traiciones y abandonos! ¡Porque querrías regresar a esa clase de cosas! ¡Nadie te va a salvar, entiéndelo de una buena vez! ¡Si sales de este lugar, ¿sabes que es lo que te espera haya afuera?, la soledad! ¿Es que ya no recuerdas o no deseas recordar por todo lo que hemos pasado? ¡La muerte de nuestros padres y la destrucción de nuestra vida!
—Lo recuerdo—dijo Jessenia a la eufórica niña que representaba el pasado de la misma. La joven levanto la mirada y finalmente pudo ver a la pequeña por quien era realmente. Ese cuerpecito sucio y delgado, esa cabellera enmarañada, la ropa rasgada y andrajosa y esa cara sucia por la tierra. Esa niña era Jessenia diez años atrás. Todo lo que la chica se contuvo, todos sus deseos, frustraciones, rabias y decepciones para con la vida, embotelladas en un lugar oscuro dentro de su ser, obligando a esa pequeña a cargar con esas pesadas cargas por si sola. Ahora, toda esa oscuridad, había tomado forma dentro de un rincón oscuro de su mente. Jessenia le sonrió a la niña con calidez, como si pudiera verla por primera vez en su vida. No estaba enojada, ni mucho menos furiosa, estaba llorando, gritaba de dolor, estaba sufriendo en soledad—. Lo recuerdo todo. La muerte de mis padres, como empecé a vagar por todo el reino por un año entero. El hambre, la sed, la suciedad y los maltratos de algunas personas, así como las miradas llenas de asco y lastima que me lanzaban. Lo recuerdo todo y quiero decirte, que lo lamento. ¡Lamento tanto haberte hecho pasar por todo eso tu sola! —Jessenia comenzó a llorar mientras la versión pequeña de si misma la miraba—. Entiendo lo que sientes. Lo se muy bien porque yo también lo sentí y es precisamente porque ya no quería sentirlo que dejé que tu cargaras con todo ese peso por ti misma. Fui muy egoísta al abandonarte a tu suerte, pero sabes una cosa, al final…, al final…, yo realmente no quiero morir. No todavía—le dijo forzando una sonrisa con los labios—. Soy un caso perdido, ¿no lo crees? Aun hay muchas cosas en esta vida que no he hecho y quiero hacer. Quiero poder tener amigos, amigos de verdad, amigos que me digan mis verdades, que se preocupen por mí, que se enojen conmigo cuando sea necesario, amigos que me den un buen golpe cuando sientan que me estoy desviando del camino. Deseo conocer gente a quien yo le importe algo. No por un tonto deseo de una Bruja, sino por algo que me haya ganado por mi misma. Eso es lo que quiero. Quiero vivir la vida.
La pequeña Jessenia se quedo con la mirada baja, apretando los puños pero ya no los dientes.
—Nadie va a salvarte de este lugar, mucho menos ayudarte cuando estés afuera.
Jessenia le sonrió a la pequeña y recordó las palabras del Segador.
—»Nadie puede salvarte de ti misma, eso solo tú puedes hacerlo»—se las había dicho a la niña ante ella. Continuo—: «Si quieres que las cosas cambien, entonces haz cosas para cambiar, ya que el mundo no fue hecho para satisfacer todos tus caprichos cuando lo quieras.» Si nadie puede o quiere ayudarme con algo, entonces tendré que ayudarme a mí misma.
La pequeña Jessenia hizo una mueca con los labios para tratar de formar una sonrisa.
—Eres una idiota—le dijo tranquilamente levantando la mirada—. Una verdadera y grandísima idiota, pero…, creo que si una persona como tú se hubiese preocupado por nosotras en el pasado, nos hubiésemos ahorrado muchísimo sufrimiento.
Jessenia compartió la sonrisa de su yo más pequeño. La oscuridad que la envolvía poco a poco empezaba a desaparecer y el cuerpo de la chica comenzó a volverse más ligero.
La niña, aun con la sonrisa en el rostro, se da la vuelta y le enseña la espalda a Jessenia.
—Te deseo la mejor de las suertes—le había dicho con tranquilidad—. Si realmente estás segura de tú decisión, entonces ya no me necesitas contigo. Yo solo seré una carga si permanezco dentro de ti.
— ¡Espera! —exclamo Jessenia antes de que la niña caminara lejos de ella—. ¿A dónde vas?
¿A dónde? Esa era una excelente pregunta que la pequeña Jessenia no conocía. Levanto la mirada para ver el vació negro en el cual se encontraban, luego se volvió un poco para ver con el rabillo del ojo derecho a Jessenia.
— ¿Sabes dónde estamos? —pregunto la pequeña a la mayor—. Estamos dentro de tu mente. Si te concentras, todo este espacio negro donde no hay nada, se volverá lo que tú elijas. Porque no intentas pensar en algo.
Jessenia así lo hizo. Lo primero que le vino a la mente fue un único lugar. El lugar donde compartió momentos muy divertidos y cálidos con sus antiguos amigos. El espacio negro de forma impresionante comenzó a cambiar drásticamente. El suelo oscuro se llenó de un vivo color verde, había salido césped, un sol emergió de la nada alto en el cielo azul. A la distancia, unas cuantas viviendas pequeñas, humildes y de apariencia acogedora, habían aparecido a unos metros de distancia. La joven pelicastaño recordó el viejo parque donde solía pasar tiempo con sus amigos.
—De todos los lugares posibles, ¿tenía que ser este?—pregunto con una pequeña sonrisa la niña.
—Fue en este lugar donde experimente mis más felices recuerdos.
A la distancia, un grupo de chicos, todos niños, los antiguos amigos de Jessenia, yacían parados juntos en una pequeña bolita mirando hacia donde estaban ellas. Lamentablemente, fuera de la altura y que todos eran chicos, esas figuras no tenían rostro, solo una bola negra donde debería estar los ojos, la nariz y los labios.
—Parece que algunas cosas están incompletas—le dijo la niña al ver la oscuridad en los rostros de sus antiguos amigos—. ¿Ya los olvidaste?
—Si. Me olvide de cómo se veían cada uno de ellos—le contesto con una triste sonrisa en los labios. Pese a que ahora se encontraban bajo un sol y bajo un cielo azul, Jessenia no podía sentir la calidez del astro ni la brisa del clima, pues sabía que todas esas imágenes, no eran más que proyecciones de su memoria. De ahí que no pudiera ponerles rostro a sus viejos amigos. Ya había olvidado como se veían cada uno de ellos—. Dijiste que te marchabas ¿A dónde?
—No lo sé, a donde sea. Pero no te preocupes, una vez que yo me vaya, todos tus problemas se abran resuelto. Todo el dolor, la tristeza, el sufrimiento, todo eso, me lo llevare conmigo. Una vez que desaparezca, abras perdido la memoria. Todas las cosas que experimentaste desde la infancia, me las abre llevado. Será borrón y cuenta nueva. Míralo como una especie de reinicio.
Jessenia se quedó petrificada en el suelo viendo a su yo del pasado. Era una oportunidad única en la vida. Esa pequeña se ofrecía a llevarse consigo todas las amargas experiencias que Jessenia ha tenido que soportar desde hace muchos años atrás. Le concedía la oportunidad de reiniciar desde cero su vida. Borrar sus memorias y hacer que su mente sea un lienzo en blanco, una oportunidad para que Jessenia coloree su futuro como mejor le plazca sin las ataduras de los recuerdos. Era como un sueño hecho realidad y la joven estaba segura de una sola cosa. Si en el pasado, tan solo unos cuantos días u horas atrás, antes de conocer al Segador, esa misma niña hubiese aparecido ofreciéndole lo que le decía, Jessenia, sin dudarlo un segundo, habría aceptado, no obstante, las cosas ya no eran como antes; no sabía cómo explicarlo, pero desde que conoció al Segador cuyo nombre jamás se le ocurrió preguntar, la joven se había dado cuenta de una cosa: ya no quería ser la de antes. No deseaba seguir huyendo. Era hora de abrir los ojos y ver la realidad. Su mama ya no la despertaría, ella misma debía de hacerlo, abrir sus orbes azules y levantarse del suelo.
Jessenia apretó los puños y miro a la niña que ya se estaba dando la vuelta, lista para irse a quien sabe dónde. La joven lo había decido, cuando lo vuelva a ver, le preguntaría su nombre al Segador.
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