Segadores Saga Primera - 12
Al final del largo corredor oscuro y frío, el Segador, con sus brillantes ojos azules que le permitían ver en la oscuridad, distinguió una alta figura, esbelta, ataviada con prendas negras y sujetando con fuerza una larga vara que terminaba en una brillante esfera azul de cristal. Había llegado frente al jefe final de la misión, el líder de los Necrófagos y amo de la Montaña. Al verlo, allí, de píe, sobre un alto pilar de roca que tenía escalones para ascender, el niño Segador pensó que el enemigo no era la gran cosa. Solo otro idiota con mucha confianza en si mismo y que se valía de trampas infantiles para debilitar al oponente para poder combatirlo ya cansado y fatigado. El Segador recordó el lago oscuro que corrompía la mente y el anima, luego, si lograbas pasar este primer obstáculo, aun quedaban los largos pasillos, los muchos caminos que podían perderte, la oscuridad total del lugar, así como el frío y el silencio; eran cosas que podían debilitar la mente y el físico de cualquier humano, no obstante, para desgracia del Hechicero, su adversario no era un simple niño, ¡vaya!, ni siquiera era humano.
El lago oscuro, los muchos caminos, los largos pasillos que parecía ser infinitos, la frialdad y la oscuridad del lugar, sin mencionar a los perros guardianes de la montaña: los Necrófagos; esas pequeñas, grises, esqueléticas y arrugadas criaturas con garras en pies y manos y diminutos, pero intimidantes, colmillos dentro de las bocas, sin mencionar un par de enormes ojos rojos que al igual que el Segador, brillaban en las tinieblas. Esas cosas podrían resultar difíciles para algunos, pero para el niño vestido con prendas viejas y rasgadas, solo era un juego simple y aburrido.
— ¡Es un honor para mí recibir tu visita! —le dijo el Hechicero abriendo los brazos de par en par y poniéndole emoción a su voz masculina—. No tengo a muchos que me hagan compañía en mi humilde y modesto hogar. A decir verdad, hay veces en las que me siento muy solo en este lugar.
—Supongo que los Necrófagos no son muy buena compañía—le dijo fríamente el Segador.
— ¿Qué? ¡Ah, esas cosas! ¡Los Necrófagos no son más que los perros guardianes de este lugar; esos repulsivos carroñeros amantes de la carne muerta no pueden ser llamados «buena compañía»! Pero no importa. Es cierto, hay veces en que me siento solo, pero luego, lo único que tengo que hacer, es sacar mis hermosas y bellísimas obras de arte y admirarlas por largas horas.
El Hechicero levanto su mano derecha, lugar donde sujetaba con firmeza su larga vara negra que terminaba en una esfera azul brillante. El Segador, haciendo caso omiso a lo que sea que el hombre ante él planeara hacer, hecha una rápida mirada a todo el campo de batalla. La cámara era muy grande, con mucho espacio para poner todo tipo de cosas, las paredes, techo y suelo, eran de roca sólida; cosa obvia, pues seguían estando dentro de una montaña; no obstante, lo que capto la atención del Segador no fue el Hechicero ni sus actos, mucho menos el ver el cuerpo desnudo de Jessenia que yacía petrificado y crucificado, flotando sobre la cabeza del hombre vestido de negro. No.
Lo que atrajo su atención fue una serie de perturbadores rostros que sobresalían del interior de las paredes de roca del lugar. Debían de ser más de veinte seres humanos, entre los que se encontraban hombres y mujeres, todos jóvenes.
La esfera de cristal azul, al final de la vara del Hechicero, comenzó a emitir un destello brillante. Una vez que esto pasaba, de las paredes de la cámara, los humanos allí atrapados comenzaban a emerger, como si la montaña los hubiera absorbido y ahora, empezaba a escupirlos nuevamente.
Una vez fuera de las paredes y techo de la enorme habitación, los sesenta seres humanos, siendo treinta hombres y treinta mujeres, todos menores de los treinta años, yacían flotando, completamente desnudos, alrededor del Hechicero. Todos y cada uno de ellos estaba envuelto por una densa capa de energía oscura que envolvía sus cuerpos, ocultando así la palidez grisácea de la piel de aquellos desgraciados y la repugnante forma en que la piel de los mismos yacía pegada a los huesos de cada uno de ellos.
Al momento de sacarlos y mostrárselos al Segador, el Hechicero los contempla como si de obras de arte se tratasen.
— ¿Qué tal? ¿No son acaso maravillosos? —le pregunto el Hechicero al Segador, mientras el primero acercaba el rostro sonriente al abdomen desnudo de un hombre de veintitantos años de edad. Pega el semblante e inhala el hedor rancio que aquel cuerpo emanaba. Luego, una vez respirado con profundidad, exhala el aire con satisfacción—. ¡Así es como todos los Seres Humanos deberían de ser siempre! ¡Huesudos, pálidos, con la piel gris y pegada a los huesos, pero más que nada, hermosos! ¡Ah! ¡Esas expresiones en el rostro me parecen maravillosas! ¡Una expresión perdida y vacía en el rostro, repleta de soledad y desolación! ¿Qué podría ser mejor que esto?
El Segador levanta la mirada y ve que el cuerpo desnudo de Jessenia seguía intacto. Su piel aun conservaba un color saludable. No estaba tan delgada como aquellos seres humanos y, lo más sorprendente, es que su cuerpo yacía intacto, limpio, no estaba cubierto por oscuridad.
«Vaya, que sorpresa. Para ser una simple ser humano tiene buena resistencia a la oscuridad. Para llegar aquí tuvo que cruzar ese estanque de agua y lo hizo sin corromperse un poco. Parece que esa chica es más fuerte de lo que creíamos.»
El Segador levanto la vista y se la clavo al Hechicero que empezaba a lamer con su larga lengua el cuerpo desnudo y esquelético de esas personas caídas en la desgracia.
—No me interesa perder mi tiempo contigo. Toma tus cosas y vete de la montaña. Si lo haces, no tendré ninguna razón para matarte.
Al escuchar sus inexpresivas palabras, el Hechicero deja lo que estaba haciendo para mirar al intruso que había entrado a su guarida. Tras unos segundos, el hombre comienza a reír como si le hubiese contando un buen chiste. La risa empezó siendo baja, para luego convertirse en una estrepitosa carcajada que resonó por todo el lugar.
— ¿Irme? ¿Por qué habría de hacerlo? ¡Esta es mi guarida, mi fortaleza, mi castillo! ¡Si alguien debe irse, ese eres tú!
El Hechicero le apunto al Segador con su larga vara negra, al frente de la esfera de cristal azul, una energía oscura comenzó a formarse. Una vez hecha, el hombre la disparo como una bala contra el Segador, quien se quedo donde mismo viendo como el proyectil se acercaba a una gran velocidad. Cuando el disparo ya estaba lo bastante cerca, lo suficiente como para matarlo, sin importar si lo esquivaba o no, el Hechicero sonríe ante su futura victoria. No obstante, la alegre mueca de satisfacción se esfumo en cuanto el Segador rechazo el disparo de energía con la mano derecha desnuda.
Fue como si en lugar de un disparo de energía, el Hechicero le hubiese lanzado un balón de aire. Con mucha facilidad, de un solo golpe, el Segador cambio la trayectoria del disparo y ésta se fue a estrellar contra el alto techo de la caverna, provocando una fuerte explosión que hizo temblar el lugar y que hizo que se desprendieran unas cuentas rocas del techo, sin embargo, la cueva no parecía debilitarse o dar señales de que se fuera a caer.
Al ver como su ataque fue rechazado con suma facilidad, el Hechicero entorno los ojos, clavándoselos al Segador, observándolo minuciosamente.
—Tú…—comenzó a decir desde lo alto—. ¿Qué es lo que eres? Es muy obvio que no eres un simple Ser Humano. No cualquiera puede rechazar un ataque como ese sin inmutarse.
—Soy quien va a matarte si no te marchas de esta montaña—le dijo fríamente sin apartar la mirada del Hechicero.
«¡Ahhh! ¡Suficiente charla, solo mátalo! ¿Por qué le das la opción de irse?»
Le espeto la voz de mujer. Sin embargo, el Segador solo la ignoro.
— ¿Por qué te interesa tanto esta Montaña? —le pregunto el Hechicero—. Hay muchas como estas por todo el mundo. Ve y busca la tuya.
Falso. Fue lo que pensó el Segador. Ciertamente, por fuera, la Montaña no era tan diferente a otras e, inclusive por dentro, con todos los caminos y pasillos que fácilmente podrían formar un difícil laberinto, haciendo que cualquiera pudiera perderse; la Montaña tenía otra cosa que la volvía única a todas las demás y, al parecer, el Hechicero no lo sabía o solo fingía no saberlo. Sea como sea, el Segador no planeaba marcharse del lugar.
—No te lo repetiré. Vete de la Montaña o muere dentro de ella—le dijo sin contemplaciones.
El Hechicero frunció el ceño y apretó los dientes, furioso. Nadie le decía lo que tenía que hacer, ¡nadie!, mucho menos dentro de su Montaña, dentro de su fortaleza y guarida. No dejaría que ese individuo, sea quien sea o sea lo que sea, viniera con aires de grandeza para echarlo de lo que era su hogar.
— ¡El único que va a morir bajo esta montaña serás tú! —le grito furioso el Hechicero al chico de ojos azules. Luego, tomo con ambas manos su larga vara negra y de la esfera azul, un rayo de energía oscura salio disparado en dirección al Segador. El pequeño individuo vio acercarse el rayo y, en lugar de evadirlo, simplemente levanto la misma mano que utilizo para rechazar la esfera de energía y, para asombro del Hechicero, el Segador detuvo el ataque con la mano desnuda. ¡Ni siquiera lo hizo retroceder!
El Hechicero dejo de usar el ataque, pues veía que no daba ningún resultado, así que en cuanto retiro la vara, el Segador bajo la mano y ésta se encontraba intacta, como si nada le hubiese pasado.
Ambos oponentes se quedaron viéndose a los ojos por largos segundos, midiendo las capacidades del otro, tratando de comprobar, por el sencillo sentido de la vista, quien de los dos tenía la ventaja en esa batalla. Ninguno de los dos se amedrento ni dio señales de cansancio, así como se negaban a parpadear.
Fue el Segador quien tomó la delantera. Del interior de sus largas y anchas mangas, un par de largos cuchillos aparecieron, los tomo con fuerza y corrió hacía su oponente. Como el Hechicero estaba sobre un alto pilar de roca, el joven dio un salto de varios metros para proceder con su ataque, no obstante, cuando estaba a punto de lanzar un tajo con una de sus armas, el Hechicero golpeo con la punta de su cetro el suelo que pisaba y a continuación, una esfera de energía invisible lo rodeo por completo. El cuchillo del Segador se impactó contra el escudo y la fuerza retráctil empujo al niño con fuerza en dirección contraria, ocasionando que se estrellara contra el muro.
Del impacto, un pequeño cráter con su figura se había formado en la pared de roca, así como un liguero desprendimiento de piedras de todos los tamaños que caían al suelo. No obstante, pese a la fuerza del choque, el Segador seguía con la misma mirada inexpresiva en el rostro, así como sus ojos seguían siendo tan calmados y tranquilos como el hielo. El Hechicero no perdió ni un segundo, tan pronto su enemigo se hubo estrellado contra el muro, el oscuro personaje le apunto con su cetro, volvió a formar una esfera de energía negra y tan pronto la termino, la disparo contra el Segador.
El niño, por el contrario, se quedó tranquilo clavado en la pared de roca negra, con ambos brazos extendidos de lado a lado y sin dar señales de defenderse, tan solo le hecho una fría mirada a la esfera de energía que se aproximaba con rapidez y, sin intenciones de hacer nada, el Segador recibe directamente el ataque.
Una explosión mucho más grande y ruidosa es el resultado del impacto. La entrada que uso el Segador quedo sepultada tras varias rocas de enorme tamaño que se desprendieron del lugar afectado. No quedo rastro del pequeño viajero que había entrado al escondite del Hechicero.
Mientras que éste, por el contrario, vio claramente, sin permitirse perderse ni un solo detalle, como el Segador recibió de lleno aquel impacto. Esta vez, no había forma de que saliera ileso, ¡no!, mejor dicho, la explosión fue tal, que todo su cuerpo de vio haberse hecho pedazos. Bajo estas circunstancias, el Ser Oscuro estaba seguro de su victoria. No importaba que tipo de criatura era ese pequeñajo, no existía posibilidad de que alguien sea capaz de soportar una explosión como esa, mucho menos cuando te golpea tan directamente.
Seguro de su victoria, el Hechicero mira hacia arriba, allí, el cuerpo inerte y desnudo de Jessenia, yacía suspendido; con ambos brazos separados y las piernas muy juntas, la chica continuaba inconsciente sin enterarse de nada de lo que ocurría en el exterior, pero a la vez, lidiando con su propia batalla interna.
—Ahora que el estorbo de ha ido, ¿qué tal si me tomo mi tiempo para ponerte mucho más hermosa? Te verás realmente bien siendo una más de mi colección.
El Hechicero uso su magia para bajar a Jessenia lentamente hasta tenerla a unos centímetros de ella. La muchacha se veía realmente hermosa, allí, inconsciente, parecía que dormía, pues se le veía muy tranquila y relajada, no obstante, para el Hechicero, el aspecto puro y saludable del cuerpo de la joven mujer, era algo repugnante y desagradable, aún tenía mucha carne en los huesos y eso, la hacía verse horrible.
El hombre poso gentilmente su mano fría en el muslo derecho de la chica, la piel de ella, además de ser tersa y suave, era cálida, nada que ver con la mano arruga y fría del Hechicero quien, lentamente, empezó a subirla. Luego llego a la sección de la vagina, roso con sus largos dedos la entrada de Jessenia para luego ir subiendo un poco más la mano. La tenía ahora al nivel de su abdomen y él, seguía y seguía tocándola con gentileza al igual que subiendo la mano. Para finalizar, comenzó a tocar los cachetes suaves y cálidos de la chica, así como palpar con su dedo anular, los labios delgados de la misma.
—Como pensé—dijo el Hechicero viendo los redondos pechos desnudos de la chica—. Eres horrible. Tengo mucho que hacer contigo.
Pero, el pequeño ruido de una piedrita cayendo lo distrajo de sus pensamientos. El Hechicero se volvió rápidamente al origen del ruido y noto como más y más piedras caían de alguna parte. Sus sentidos lo llevaron a la montaña de escombros, lugar donde yacerían los pedazos del Segador. Los sonidos de rocas moviéndose y quebrándose seguían provocando un ruido especialmente ruidoso en toda la cámara. El Hechicero empezó a sonreír con nerviosismo y sin darse cuenta, unas gotas de sudor comenzaban a bajar desde su frente hasta la barbilla; no podía apartar la vista de esa montaña de escombros. Los sonidos no se detenían.
—Esto… Esto no puede ser. Es…, es imposible. Estoy seguro que el impacto fue directo…
La montaña de escombros estallo y todas las rocas salieron disparadas en todas las direcciones. Allí, de pie, donde antes estaban todas esas piedras, una pequeña figura yacía de pie, con su cuerpo, así como sus ropas, intactas. El humo que causo la pequeña explosión poco a poco iba disipándose; el Hechicero no dejaba de ver como hipnotizado la escena que se desarrollaba a unos metros de distancia de él, viéndola con sus propios ojos y aun así, negándose a creerla. El Segador seguía vivo y lo que era más impresionante, ¡sin ninguna herida o muestra de dolor en su frío semblante carente de emociones!
El chico de cabello negro avanzo unos pasos hasta ponerse más fácilmente en el campo visual de su oponente para que éste pudiera verlo claramente.
El Hechicero apretó su largo cetro así como los dientes mientras los mostraba, golpeo dos voces con la punta del mismo la tierra que pisaba y entonces, Jessenia comenzó a elevarse alta sobre la cabeza del Ser Oscuro. El Segador la siguió con la mirada, poso sus fríos ojos azules sobre la anatomía de la chica, revisando cada centímetro del mismo. Todo bien.
— ¡Como sobreviviste a esa explosión, vi claramente como mi ataque te exploto directamente en el cuerpo, no hay forma de que hayas sobrevivido! —le grito el Hechicero.
—No hay forma de que una explosión tan débil como esa pueda lastimarme—le respondió con desinterés mientras sujetaba con firmeza los cuchillos con ambas manos.
El Hechicero comenzaba a dar señales de tranquilizarse, trataba de evaluar la situación y recalcular nuevamente su plan de ataque. Finalmente se había dado cuenta que su oponente no era una criatura cualquiera. Podría parecer un simple niño humano, pequeño y algo delgaducho, pero si logro soportar una explosión, es porque algo extraño debe poseer; una fuerza como la que nunca antes se había visto.
Mientras el hombre de piel pálida y arruga, así como de larga nariz, se perdía en sus reflexiones, el pequeño Segador desaparece de su campo de visión. ¿Qué había pasado? ¿Lo tenía frente a él hasta hace unos segundos? Luego, para asombro del Hechicero, el mismo enemigo había aparecido en su lado derecho, listo para cortarle la cabeza de un solo tajo. Afortunadamente, el Ser Oscuro se percato a tiempo del ataque, por lo que uso nuevamente ese campo de fuerza circular que parecía una enorme burbuja que lo cubría entero y logro protegerse del ataque.
Una vez que los cuchillos del Segador se impactaron contra la burbuja del Hechicero, de ésta, una gran cantidad de rayos y destellos habían aparecido. No obstante, a diferencia de la primera vez, que el Segador fue empujado hacía atrás con fuerza, en esta ocasión, el chico resistió los poderes del escudo y siguió presionando con mayor estrepito sus armas contra la burbuja defensiva del Hechicero. En esos momentos, los poderes de cada uno se estaban midiendo, poniéndose a prueba los unos contra los otros. ¿Quién ganaría? ¿Los poderes defensivos del Hechicero o la ofensiva del Segador? Como ninguno de los dos daba señales de rendirse, más y más energía se le era impuesta a los respectivos poderes, cada uno, esforzándose con sus propias hazañas. El Hechicero tratando de defenderse, mientras que el Segador trataba de atacar. Al final, un montón de rayos y destellos salían disparados de la unión de escudo defensivo contra cuchillos ofensivos, para finalizar, con varias grietas en la burbuja que protegía al Hechicero.
Desde donde estaba, a tan solo unos centímetros de distancia de su escudo y de la parte filosa del arma del Segador, el Hechicero pudo ver con lujo de detalle, como su burbuja defensiva empezaba a llenarse de grietas, así como a escuchar cómo se rompía, como si de un cristal se tratase. El Ser Oscuro abrió grandes los ojos, conciente que a sus poderes solo le quedaban unos pocos segundos más antes de extinguirse. Por lo que en un desesperado intento por ganar algo de energía extra, el hombre vestido con prendas oscuras levanta alto su cetro; la esfera de cristal azul empieza a emitir un brillo intenso y entonces ocurre. Los sesenta seres humanos, de los cuales la mitad eran hombres y mujeres, comenzaban a acercarse al Hechicero, cuando ya estaban lo suficientemente cerca de él, las auras negras que los envolvían comenzaban a ser absorbidas por la esfera de brillante color azul.
El Hechicero aborrecía la idea de tener que recurrir a aquella medida tan desesperada, después de todo, su amada «colección» de bellezas estaba en juego, no obstante, si llegase a perder en manos de su oponente, lo perdería todo. Además, siempre podía conseguir más obras de arte, después de todo, el mundo de los humanos era un lugar plagado de cientos de millones de ellos; no había razón para no recurrir a aquella estrategia si la ocasión a si lo ameritaba. Él personalmente se encargaría de borrarle aquella expresión tan serena y fría que mantenía el niño en el rostro; lo haría sufrir sin falta por haberlo obligado a llegar a esa medida.
Tan pronto como el cetro absorbió la energía necesaria, las grietas que aparecieron en la burbuja defensiva del Hechicero, se había regenerado sin dejar rastro de daños, como si nunca hubiesen recibido impacto alguno, luego, con una fuerza renovada, el Segador es expulsado hacía atrás con violencia, provocando que se estrelle contra una de las paredes de la montaña y ocasionando un liguero derrumbe acompañado de un pequeño temblor que sacudió toda el área de combate.
—No quería tener que recurrir a este método, pero ya que las circunstancias me han orillado a esto, yo, personalmente, me haré cargo de darte una muerte aterradora, ¿me estas escuchando?
El Segador salió debajo de la pequeña montaña de escombros, una vez más, sin ningún daño físico. Al ver esto, sumándole su expresión de eterna calma y serenidad, como si aquella pelea no supusiera ningún reto para el pequeño ser, el Hechicero frunce el ceño, ya que, después de todo, creía que ese pequeñajo se estaba burlando de él, de él y de sus poderes, cosa que no podía perdonar. Él se encargaría de darle la muerte más dolorosa y cruel que su mente oscura puede maquinar.
El Hechicero levanta el cetro al aire, la esfera de cristal color zafiro empieza a brillar con intensidad y, como si hubiese tocado una alarma o los estuviera mandando llamar en un lenguaje sin sonidos, las auras negras que envolvían a cada ser humano del lugar empezaron a ser absorbidas por la vara del Ser Oscuro.
El Segador lo mira con indiferencia como el Hechicero reúne energía para incrementar sus fuerzas así como sus poderes.
«Si continúa absorbiendo la energía corrompida de esos seres humanos, al final todos ellos morirán.»
Dijo con indiferencia la voz que solo el Segador podía escuchar.
«Aunque…, viéndolos bien, creo que la muerte es lo mejor que les puede suceder. Para estos momentos, sus mentes y almas ya deberán estar totalmente podridas como sus cuerpos. Esos pobres bastardos sin suerte ya no pueden salvarse bajo ninguna circunstancia, lo único que pueden hacer es quedarse esperando hasta que el Hechicero les drene toda la energía que poseen. Claro, esta corrompida, pero igual es la energía de ellos y sin ella, inevitablemente morirán.»
En aquella hermosa voz femenina no se podía escuchar ni un leve atisbo de emociones, calidez o empatía por aquellos seres humanos; más bien, hablaba con un tono neutro, entre empatía y apatía. Algo difícil de describir.
El Hechicero finalmente había terminado de drenar la energía vital de todos esos humanos desnudos y esqueléticos. Cuando hubo terminado, cada persona cayó con indiferencia al suelo, provocando un ruido sordo. Una vez tumbados en tierra, aquellas personas sin nombre, yacían fríos y tiesos, con los ojos aun abiertos y con una expresión de vacío en aquellos orbes. El Segador sabía que estaban muertos, pues ya no podía ver como el pecho les subía y bajaba, obviamente, inhalando y exhalando aire para mantenerse vivos.
—Lamentaras haberme hecho llegar a estos extremos—le dijo el Hechicero al Segador con fría tranquilidad—. Tuve que sacrificar mi valiosa colección de humanos solo para vencerte. El único consuelo que me queda en que podre divertirme mucho viéndote morir y deleitare mis oídos al escuchar tus gritos de agonía y dolor—el Hechicero le clavo una fiera mirada al Segador, mientras que éste, como siempre, mostraba una expresión inescrutable en su frío semblante—. ¡Prepárate, no quiero que esto termine demasiado rápido!
El Hechicero comenzó a flotar mientras una brillante aura de energía negra comenzaba a rodearlo. Él desde arriba, mientras que el Segador desde abajo, ambos, no dejaban de verse mutuamente, una vez más, desafiándose con las miradas; estudiándose, evaluándose y esperando por el más leve de los movimientos. Al final, quien tomo la iniciativa fue el Hechicero, levanto su cetro y al hacerlo, decenas de grandes esferas de energía negra comenzaron a aparecer a su alrededor. De estas, chispas y rayos comenzaron a emerger, listas y preparadas, solo les faltaba la orden de moverse.
«¡Esto es interesante! Parece que al fin las cosas tomaran un rumbo emocionante. Asegúrate de no matarlo muy rápido, de hacerlo, este duelo se tornaría muy aburrido. Tomate tu tiempo, asegúrate que ese Hechicero de cuarta conozca el verdadero terror.» Fue lo que le dijo la voz, añadiéndole un poco más de energía al tono.
Jessenia, de alguna forma, logro llegar al suelo, ahora se encontraba a varios metros de distancia del Segador, tumbada desnuda e inconsciente sobre un duro y frío suelo de roca negra, luchando contra la amargura y frialdad del pasado. Tal vez no lo pareciera, pero la humana luchaba su propia batalla interna. Lo que ella no sabía es que más adelante, el nivel de dificultad aumentaría a niveles insospechados y, por primera vez, Jessenia mostraría que dentro de su cuerpo yacía dormida una fuerza que en un futuro no muy lejano, el mismo Segador reconocería como algo digno de temer. Pero, por el momento, la chica seguía siendo una simple mujer, una humana más del montón, una oruga que todavía no sabía que podía llegar a ser una bella mariposa, aunque claro, no sin antes hacer los debidos sacrificios, pues la joven ya lo sabía, este mundo no es tan generosos como para regalarte algo, no sin antes pagar un precio alto; la vida, después de todo, no fue hecha para complacer los caprichos individuales de cada quien.
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