Segadores Saga Primera - Capitulo 02
Era un día caluroso y el camino continuó alargándose kilómetros hacia delante, la desaliñada niña que vestía prendas sucias y rasgadas alzó su rostro llenó de golpes y moretones; el sol siguió brillando en lo alto, reinando por sobre todo lo que estuviera debajo de él; en ese instante, a la pequeña le pareció que el brillante astro era demasiado egoísta al igual que el mundo, pues no importaba cuanto sufrimiento, cuanto dolor y cuanta miseria tenían que soportar las personas día a día, el mundo seguiría su curso y el sol continuaría brillando ignorando los deseos y las necesidades de la gente.
La pequeña continuó deambulando mientras los nefastos pensamientos siguieron atormentando su mente, el calor ya comenzaba a golpearla con fuerza, como si el sol hubiese podido leerle la mente y ahora se estuviese vengando de la insolente niña que pensó cosas malas de él. La gente de las viviendas que se encontraban a la izquierda y a la derecha del solitario sendero y separadas por algunos metros de sus vecinos, observaron a la pequeña, la miraban con ojos llenos de una sutil repugnancia, murmuraban mientras los ojos de algunos seguían posándose sobre ella, otros susurraban mientras la señalaban con el dedo y otros se reían de la mala suerte que la pequeña tenía. Solo unos pocos sintieron algo de compasión por ella pero, aún así, ninguno hizo nada por ayudarla. Era más sencillo apartar la mirada y fingir que no vieron nada.
La niña los vio y hasta pudo escuchar uno que otro comentario que le recriminaban a sus espaldas, pero no logró odiarlos solo se sumergió en una terrible tristeza, pues no era querida por nadie. Estaba sola en un despiadado mundo que no sentía aprecio por las criaturas que lo habitaban.
Conforme siguió con su camino, los pasos se volvieron cada vez más duros de realizar. Empezó a tambalearse de izquierda a derecha, la visión se le tornó borrosa, la cabeza le daba vueltas y su estomago rugía como si tuviese un animal salvaje dentro de su cuerpo. Finalmente, incapacitada para dar un paso más, la pequeña cayó hacía adelante en mitad de un largo, soleada y solitario sendero. Las fuerzas la abandonaron poco a poco y cuando ya no pudo resistir por más tiempo, la niña cerró los ojos por largas horas. Cuando los volvió a abrir, la luz se había ido, al igual que el calor, ya todo estaba sumergido en las tinieblas y un aire mucho más frío empezó a soplar sin misericordia. Ahora se encontraba sola en mitad de un solitario camino, sin nada ni nadie. No se levantó, prefirió continuar tumbada en el suelo preguntándose lo siguiente:
«¿Qué lograre aun si me levanto?»
La niña esbozó una sonrisa triste mientras observaba las estrellas del cielo: tan brillantes y hermosas. El viento rozó la piel sucia de la chica con calma y ternura, trayendo consigo el deseo de la comida, pues una dulce fragancia que olió en días llegó a su nariz. Se moría de hambre mientras continuaba en el suelo, incapaz de encontrar una razón lo suficientemente fuerte para levantarse y seguir luchando contra el mundo. Después de varios minutos llegó a una conclusión:
«No hay ninguna» «No tengo razón para seguir viviendo»
La niña se resignó y se quedó tendida en el suelo, esperando a que la fría mano de la muerte llegara para reclamarla.
«No será tan malo. Al menos en la muerte ya no pasare por hambre, nadie volverá a lastimarme ni a señalarme con los dedos, porque en verdad odio que hagan eso, solo la fría y negra oscuridad me envolverá y junto a ella nos haremos uno solo. Ya no abra dolor ni sufrimiento, solo la nada absoluta.»
Intentó convencerse a sí misma con esos argumentos, pero la verdad… es que una solitaria lagrima descendió sutilmente de su ojo derecho. Quiso sonreírle a la muerte, pero las lágrimas comenzaron a bajar por ambos ojos, ahora más intensas que nunca. Cuando de pronto, una fría y orgullosa voz apareció de la nada y puso final a los lloriqueos de la desafortunada niña.
—La verdad es que no deseas morir, ¿no es así, pequeña?
Era la voz de una mujer. Una misteriosa figura ataviada por una túnica negra se acercó a la niña sin hacer el menor ruido. La pequeña intentó verla a la cara pero, la amplia capucha que la mujer llevaba encima impedía verle el rostro.
—No tengas miedo, yo te entiendo como nadie jamás podrá hacerlo —le habló con una forzada amabilidad—, nadie desea morir, nadie quiere ser cubierto por la oscuridad y desaparecer en un mar negro para que todos se olviden de ti. Eso sería muy triste. Una vez dicho esto, dime pequeña, ¿tienes algún deseo que te gustaría hacer realidad?
La desaliñada niña trató asimilar lo ocurrido. Según ella, estaba lista para la muerte, morir era mejor que seguir soportando el dolor y el sufrimiento de la vida, pero entonces, llegó esa mujer, le habló con algo calidez en la voz y le preguntó cuál era su deseo. La pequeña tardó varios minutos en pensar en algún deseo, pues no creyó que nada que ella deseara se volvería realidad, aun así, la mujer esperó y entonces la niña habló, al principio con voz tímida y sumisa, a la segunda con inseguridad, pero a la tercera y una vez claro cual era su deseo, le confesó con una gran resolución:
— ¡Deseo ser amada! ¡Quiero que la gente me ame, que me quieran y que me acepten sin importar nada, eso es lo que yo deseo más que nada en esta vida!
Entonces la mujer río con frialdad y repitió para estar segura.
—En pocas palabras, deseas que la gente te ame y te acepte sin importar nada, ¿es ese tu deseo?
— ¡Si!
La mujer volvió a reír con frialdad.
—Pues hoy es tu día de suerte, resulta que yo tengo los poderes para conceder cualquier deseo que se me pida, aquí y ahora, bajo los ardientes rayos de la luna llena, cuando se encuentra en su punto más alto. Ahora niña, lo único que tienes que hacer es tomar mi mano y tu deseo se hará realidad, PERO, algún día volveré y cobrare el pago por el deseo que te concederé ahora mismo. ¿Aceptas el trato? Si lo haces solo debes tomar mi mano y yo te ayudare a levantarte.
— ¿Quién es usted?
La mujer río con una voz ronca.
—¡Solo soy una amable señorita que viaja por el mundo buscando niñas y niños que hayan caído en la desgracia, los ayudo un poco y luego cobro por mis servicios! ¿Por qué sabes algo, pequeña? ¡Cuando eres bueno en algo jamás lo haces gratis!
La mano de la mujer siguió suspendida frente a la niña, esperando pacientemente, acercando a la presa hacia ella con amabilidad y lindas palabras pero, por debajo de la capucha negra, sonreía con unos largos y afilados colmillos amarillentos.
Entonces, la niña tomó la mano de la mujer y de repente, de las dos manos que se habían entrelazado, un destello blanco comenzó a emerger de la nada; la mujer sonrió con gran alegría, su plan resultó.
Sin darse cuenta de cómo paso, el cabello de la niña que antes era de un castaño claro y corto por encima de los hombros se empezó a teñir de otro color, el nuevo tinte comenzó a subir desde las puntas hasta cubrir la cabellera en su totalidad de un brillante color plata. Se parecía al color de la luna y ambas aun continuaban dándose la mano. No se dio cuenta de cuando se había puesto de píe, pero no sentía nada diferente en ella.
—¡Todo listo, tú deseó se ha cumplido! — aseguró la mujer —, por cierto, ¿cómo te llamas?
La niña, que comenzó a examinar cada rincón de su cuerpo buscando el más pequeño de los cambios, escuchó la pregunta de la mujer pero espero por contestarla, cuando finalmente se dio cuenta de que no había cambiado en nada, le respondió a su pregunta:
—Jessenia.
—Jessenia — repitió la mujer. Esta comenzó a alejarse unos metros de la niña, le dio la espalda y continúo hablando —: estoy segura de que nos volveremos a ver en el futuro, después de todo, nuestros destinos están ahora entrelazados.
Jessenia no entendió las palabras de la misteriosa mujer y por un segundo se sintió tentada a seguirla para exigirle una explicación cuando de pronto, bajó los pies de la fémina, un brillante círculo apareció y ante los incrédulos ojos de Jessenia, la mujer desapareció sin dejar rastro. A partir de esa noche, la vida de la joven dio un giro abrumador.
…
Diez años después, la muchacha se despertó, pasó mucho tiempo desde la última vez que tuvo aquel sueño. Las cortinas de su enorme y muy elegante dormitorio se agitaron con fuerza atrayendo la atención de la chica y allí, de pie, observándola con unos gélidos ojos azules, una persona cubierta por una vieja túnica de color café claro se mantenía expectante.
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