Segadores Saga Primera - Capitulo: 03
Jessenia se despertó de golpe, al abrir los ojos, la chica permaneció por algunos segundos contemplando el techo alto de su amplia habitación; se enderezó sobre el colchón para terminar sentada sobre la cama. Habían pasado años desde la última vez que tuvo aquel sueño. Ese fue el momento exacto, en aquel desolado camino cuando la vida de Jessenia cambio para siempre. Conoció a esa extraña mujer con habilidades para conceder deseos, cumplió el de Jessenia y luego, de la misma forma misteriosa en que apareció, desapareció como si la tierra se la hubiese tragado de un solo bocado.
Diez años pasaron desde aquel suceso y por un tiempo, Jessenia vivió muy complacida con el deseo que pidió en aquella ocasión, no obstante, con el correr del tiempo, la chica se arrepintió de lo sucedido esa fatídica noche. La niña deseó, después de todo, ser amada y aceptada sin importar nada, es decir, que todas las personas que tuvieron contacto con ella después de que se encontró con esa misteriosa mujer, la amaron y la aceptaron sin siquiera conocerla y sin dudar de sus propios sentimientos ni por un segundo. No fue sino hasta unos años después que Jessenia se dio cuenta que nadie la amaba por quien era ella en realidad. Ese amor no era más que una mentira, una ilusión creada mediante alguna clase de magia extraña. Jessenia lo sabía ahora.
Sentada sobre su cama, con la luz de la luna bañando la amplia habitación y con el viento meciendo su larga cabellera plateada, Jessenia se arrepintió del deseo que pidió tiempo atrás.
Sin embargo, había algo extraño, Jessenia lo notó al sentir el viento fresco de la noche. Estaba segura de que antes de irse a dormir cerró las puertas de cristal que conectaban con el palco y que corrió las cortinas para que la luz del exterior no la moleste, de ser así, ¿porque el viento se filtraba al interior del cuarto?
La joven se giró hacía donde se encontraba el palco y allí, de pie fuera de su habitación y mirándola con un par de penetrantes y fríos ojos azules que brillaban dentro de la oscuridad de su capucha, un individuo yacía observándola desde la distancia, sin moverse.
Al momento de verlo, Jessenia reconoció ese par de fríos e indiferentes ojos azules. ¡Eran los mismos que había visto cuando fue a dar un paseo por el reino! Así que no se trataba de su imaginación. ¡Él era real y lo que más importaba en esos momentos es que él no había caído presa del deseo que Jessenia le pidió a la extraña mujer años atrás! Ella lo sabía, lo veía en esos fríos orbes azules, ese individuo la observa con indiferencia, no había ni una pizca de deseo en su mirada. Él la veía sin sentir nada, como si Jessenia no fuera la gran cosa, solo una persona más del montón.
A la mayoría aquella penetrante y fría mirada podría parecer ofensiva y hasta insultante, pero para Jessenia, quien ha tenido que soportar diez largos años de bobas y ridículas miradas de deseo, al mismo tiempo que ridículas y exageras declaraciones de amor de todo tipo de personas, así como aguantar todo tipo de halagos injustificados; recibir aquella mirada repleta de apatía la hacía sentirse realmente bien. Ya que alguien, finalmente, la veía por quien era en realidad: una simple chica como cualquier otra, no un ser divino ni milagroso. A ojos de ese extraño encapuchado, Jessenia sintió que finalmente alguien la veía por quien era en realidad: una mujer normal.
-Tú…tú eres… la persona que vi en la tarde en las calles del reino, ¿no es así? -inquirió la chica con cautela mientras salía de la cama. Se sintió fascinada por aquel extraño personaje, no obstante, Jessenia siguió teniendo cuidado, después de todo, aquel individuo era un extraño; ella no sabía cuáles podrían ser sus intenciones. Tampoco sabía cómo le hizo para llegar directamente a sus aposentos.
No obstante, antes de que la chica pudiera acercarse mucho al individuo encapuchado o éste pudiera responder, unos pasos comenzaron a escucharse en los pasillos fuera de la habitación de Jessenia. Eran muchos y se acercaron con rapidez. Cuando la joven se volvió hacía la puerta de su recamara, un fornido y alto hombre que vestía una armadura plateada yacía de pie bajo el arco. Abrió la puerta con rapidez y a penas lo hizo, sujetó con su mano derecha el mango de su espada pero sin blandirla; empezó a acercarse lentamente junto con otros hombres detrás de él. El pasillo se encontraba rodeado de guardias de la corte. Que al igual que el primero, vestían pesadas armaduras de color plateado, ninguno llevaba casco y en las miradas de todos esos hombres, unos profundos ojos carentes de brillo miraron al extraño personaje encapuchado.
Los guardias de la corte comenzaron a acercarse lentamente al encapuchado sujetando los mangos de sus espadas pero sin blandirlas. Tal vez porque no querían asustarlo o advertirlo. No obstante, pese a que el número de guardias era grande, probablemente unos veinte quizá treinta, todos grandes, musculosos y entrenados en combate armado, el encapuchado se quedó quieto, tranquilo, mirando en dirección hacia los guardias sin amedrentarse por el numero o la apariencia de los hombres. El aura que desprendía aquel individuo era relajado pero al mismo tiempo fuerte, penetrante y de cuidado; con tan solo verlo allí parado, bajo los rayos de la luna, cualquiera con experiencia en combate podría darse cuenta de que ese sujeto no era alguien corriente, algo emanaba de él que lo hacía peligroso.
Jessenia, por el contrario, no sabía nada de esto, ni de peleas con armas, ni de combates ni nada relacionado con la violencia. La chica creía firmemente que ese individuo de complexión esbelta no tendría oportunidad contra los guardias del castillo que, a diferencia del encapuchado, poseían cuerpos grandes y musculosos. Sin mencionar que ellos eran más y portaban armas. Algo debía de hacer. Ese sujeto era el primero que conocía que no se volvía loco por ella con tan solo verla y pasara lo que pasara, debía protegerlo, ya que él representaba su escape de una vida solitaria y aburrida. Por lo que Jessenia, pese a no estar acostumbrada, se puso firme frente a sus hombres, se colocó frente al encapuchado extendiendo los brazos de lado a lado, dando a entender que ella lo protegería como si de una hermana se tratase.
– ¡Deténganse! – ordenó Jessenia poniendo toda su autoridad que le confería el título de princesa de ese reino, aun cuando la chica sabía que ese título era falso y que dentro de ella no corría ni una gota de sangre real -. Esta persona no es mala, si lo fuera, me hubiera hecho daño a penas hubiese entrado o apenas yo lo hubiese descubierto, pero él ni siquiera se me ha acercado, por lo que no es necesario que se le trate mal. ¡Así que retírense!
Lamentablemente y para sorpresa de Jessenia, los guardias hicieron lo contrario a la orden. Avanzaron unos cuantos pasos más y esta vez desenfundaron sus espadas y las mantuvieron firmes delante de sus cuerpos, listos para iniciar el ataque pese a tener a Jessenia enfrente de ellos. Ninguno de los guardias dio señal de retroceder pese a la interferencia de la princesa.
– ¡No me escucharon, les dije que se retiraran!
Pero ninguno de los guardias le hizo caso. Al contrario, los hombres siguieron acercándose paso a paso con espadas en mano y con unos semblantes vacíos de emociones. Al darse cuenta de que esos hombres no obedecerían, a Jessenia se le acabo toda la autoridad que pudo hacer sonar en su voz. Ahora era ella la que retrocedía asustada llevándose ambas manos cerca del pecho y mirando con una expresión atemorizada a los que fueron sus guardias.
La siguiente vez que Jessenia habló, ya no lo hizo con una voz potente y autoritaria, sino más bien con un tono inseguro y temeroso.
– ¿Por qué no hacen lo que les digo? – Pregunto la joven con voz suplicante-. Siempre han obedecido hasta la más simple de mis peticiones, aun cuando no deseaba que hicieran algo por mí. Entonces, ¿por qué ahora no me escuchan?
La respuesta que ninguno de los guardias pudo darle comenzó a aproximarse. Del otro lado de la puerta, una estridente y fría risa que no podía pertenecerle a una persona normal se acercó por el pasillo. Los hombres dejaron de moverse y abandonaron las poses amenazadoras de ataque, se pararon derechos y sujetaron la espada a unos centímetros de sus pechos. Los guardias que bloqueaban la entrada se apartaron y del otro lado de la puerta emergió de entre la oscuridad una pequeña criatura que vestía una larga túnica negra con capucha. Era ridículamente pequeño, debía medir a lo mucho un metro de altura y toda su anatomía yacía oculta por las prendas que vestía, todo menos una larga y ancha cola que la entidad mecía con orgullo detrás de sí. Esa única parte de su fisiología era mucho más grande que todo su cuerpo junto. Tan pronto lo vio, Jessenia no pudo evitar sentir asco y terror por aquella criatura cuya cola larga y verde era mucho más grande que todo su cuerpo.
La extraña criatura se acercó a Jessenia quien yacía frente al encapuchado; tan pronto el pequeño ser entró, la vista del misterioso personaje se clavó en él, escrutándolo con sus fríos ojos azules; el pequeño hizo lo mismo con el encapuchado; ambos pasaron largos segundos analizándose, estudiándose y midiéndose a través de la vista, como tratando de descifrar quien de los dos era superior. Al final, la voz de Jessenia fue la que recuperó la atención del pequeño ser con cola.
– ¿Por qué? ¿Por qué ninguno de mis hombres escucha lo que les digo? Jamás se han resistido a una orden mía, ¿qué es lo que les has hecho monstruo?
Al escuchar el tono de voz inseguro y temeroso de Jessenia, el pequeño ser dejó escapar una risa mordaz.
– ¡Lo lamento mucho, princesa, pero esos caballeros ya no están bajo tus órdenes! -le habló el pequeño ser con voz profunda y áspera, arrastrando las palabras.
– ¿Eso qué significa? ¿Qué les has hecho?
– ¡Nada que te interese, princesa de pacotilla! Esa carroña que intentas proteger debe morir esta noche y tú, tienes una visita con una vieja amiga.
Jessenia no entendió el significado de las palabras de la pequeña entidad de un metro de altura pero, cuando estuvo a punto de replicar, repentinamente, la criatura se movió a una velocidad impresionante y en tan solo un segundo se acercó a Jessenia. Antes de que ésta pudiera reaccionar o defenderse, el pequeño ser la sujetó por la cintura usando su larga y ancha cola y la elevó en el aire. Una vez capturada, corrió hacía la puerta donde los guardias seguían esperando ordenes con sus espaldas rectas y ojos carentes de brillo.
– ¡Mátenlo! -ordenó antes de partir -. ¡Háganlo pedazos! ¡No quiero que quede parte reconocible de él!
Y acto seguido, desapareció en la oscuridad llevándose a Jessenia con él. Al momento de salir, todos los guardias allí reunidos sujetaron sus espadas, listos para acatar las órdenes. Los hombres entraron a la vasta y elegante habitación, cinco de los guardias se habían puesto en posición de ataque con sus largas y anchas espadas de acero listas para ser blandidas. El encapuchado, por el contrario, continuó quieto donde mismo, no movió ni un solo musculo desde que entró a la habitación de Jessenia. La única parte de él que se movió, eran ese par de indiferentes y brillantes ojos azules.
Uno de los guardias estaba listo para atacar. Sujetó con fuerza su espada y corrió rápidamente hacía el encapuchado, claramente con la intensión de enterrarle toda la espada al pecho y matarlo de un solo golpe, no obstante, debajo de las anchas y largas mangas de la capa de viaje del encapuchado, un par de largos y anchos cuchillos emergieron. El individuo evadió con un simple movimiento el ataque del guardia y sin mucho esfuerzo, clavó la hoja de su arma justo en el cuello de aquel hombre, le enterró toda la hoja y de un solo movimiento, el encapuchado le cortó la cabeza. La cabeza de aquel guardia cayó hacia atrás y, como una pelota llena de aire, rodó por unos cuantos metros, deteniéndose a los pies de sus compañeros. De la herida, litros y litros de sangre salieron como si de una fuente de agua se tratase, impregnando el techo, las paredes y el suelo con el precioso liquido carmesí de la vida.
Pese a que los demás guardias presenciaron la muerte de uno de sus compañeros, ninguno de ellos se inmutó. Siguieron mirando a su objetivo con ojos carentes de brillo y con unos semblantes limpios de emociones. No había miedo, rabia o algún otro sentimiento dentro de aquellos guardias de la corte.
«¡Pobres infelices, manipulados con magia!»
Mencionó de pronto una suave y hermosa voz femenina. No obstante, nadie dio señales de escucharla, pese a que sonaba fuerte y clara.
«Mátalos a todos, que no quede ni uno con vida. Asegúrate de hacerlos pedacitos.»
Los guardias, ignorando la muerte de su compañero, se prepararon para un ataque en grupo, fieles a las órdenes de la pequeña entidad que secuestró a su princesa.
Varios hombres atacaron a la vez. En esta ocasión, el encapuchado adoptó una posición de pelea con ambos cuchillos al frente de su cuerpo. Cuando aquellos guardias atacaron en conjunto, el misterioso individuo bloqueó y evadió varios de los tajos de aquellos hombres con suma facilidad y sin miramientos, el personaje atacó a diestra y siniestra con sus afilados cuchillos. En medio de la acción, evadió una estocada al tiempo que degollaba cuellos, bloqueaba un espadazo al momento de atacar con una patada a la quijada de uno de los hombres y rompérselas en pedazos, provocando que el golpe también dañara el cráneo y por ende el cerebro. Cortó cabezas, degolló cuellos y pese a las armaduras que deberían proteger a aquellos hombres: brazos, piernas y torsos yacían desparramados por aquí y por allá. Los muchos guardias que acudieron a la habitación de Jessenia eran asesinados uno por uno de manera sádica y rápida; pese a que estaban perdiendo rápidamente, ninguno de ellos mostró duda, miedo, rabia o cualquier otra emoción, eran como muñecos listos para el matadero.
Los últimos atacaron por su cuenta, sin organización y sin preparar algún plan de ataque; en cuanto uno de esos hombres trató de empalar al encapuchado con su larga y ancha espada, éste dio una voltereta por encima del cuerpo del guardia y le clavó ambos cuchillos justo en los ojos. Las puntas de sus armas salieron por la parte trasera del cráneo goteando sangre y partes de cerebro. Otro de los hombres aprovechó que ya no tenía sus armas para atacar, pero con fuerza y destrozando una parte del cráneo de aquel guardia, el encapuchado recuperó uno de sus largos cuchillos, evadió con facilidad cada ataque del hombre y en cuanto vio la oportunidad, penetró su defensa y le clavó verticalmente todo el cuchillo bajo la barbilla. Parte de la hoja salió por la parte superior de la cabeza de aquel hombre, los ojos se le llenaron de sangre al igual que la boca, la nariz y las orejas. Ya solo quedaba un guardia con vida.
Ambos yacían solos en una habitación que antes era hermosa, acogedora, elegante y repleta de todo tipo de lujos, pero que ahora y debido a la fiera batalla, toda la recamara yacía teñida de sangre. Las elegantes paredes, la hermosa alfombra azul rey del piso, el bello y alto techo, la enorme y suave cama de sábanas blancas, el mobiliario y el amplio espacio para caminar, todo, repleto de cadáveres mutilados e impregnado con el líquido carmesí de la vida. No había forma de caminar por ese suelo sin tropezar o pisar algún cadáver, alguna parte mutilada de los mismos, caer sobre un charco de sangre o pisar algunos órganos que yacían desparramados por ahí. Así que, pese a estos obstáculos, el último guardia corrió hacia el encapuchado con espada en mano, cuando ya estaba frente a él, levantó la espada sobre su cabeza y la bajó con fuerza para partir al intruso por la mitad, lamentablemente, el misterioso personaje sostuvo con la mano derecha la hoja de la espada. El hombre apretó la empuñadura con toda su fuerza pero no pudo hacerla avanzar ni recuperarla. El individuo encapuchado mantuvo la espada firmemente sujetada con su mano derecha y sin dudarlo un segundo, la apretó con tanta fuerza que la hoja de acero terminó por quebrarse en pedazos. Luego, sin perder tiempo, el individuo tomó por el cuello al guardia que le doblaba la altura y sin problema alguno, lo levantó. Mientras lo sostenía en el aire, el encapuchado aplicó fuerza al agarre hasta que se escuchó un horrendo crujido: ¡CRACK! Le rompió el cuello. Una vez muerto, el despiadado asesino que no parpadeó ante lo que hacía lo arrojó hacía cualquier dirección, como si de un saco de basura se tratase. El hombre cayó sobre la cama que momentos atrás, Jessenia usó para dormir.
La habitación se convirtió en un depósito de cadáveres cortados, degollados y mutilados, así como impregnada con litros y litros de sangre que cubrían el cuarto en su totalidad. La recamara se convirtió en una grotesca pintura rebosante de muerte y sadismo puro. El viento sopló y las cortinas se mecieron, fuera del castillo, la luna estaba alcanzado su punto más alto. Lo que distrajo al encapuchado de la vista de la luna, fue un grito desgarrador que provino de la entrada de la habitación, allí, parada con los ojos bien abiertos y con los orbes brillantes por las lágrimas, una de las doncellas de Jessenia yacía clavada al suelo, siéndole imposible apartar la mirada de aquella grotesca pintura rebosante de muerte. Los ojos de la sirvienta pasaron de cadáver en cadáver, de sangre en sangre y se detuvieron en la figura que se erguía en medio de aquella masacre. No pudo reconocerlo debido a la capucha que ocultaba su rostro pero reconoció unos afilados ojos pegados a una mirada indiferente.
El encapuchado recuperó sus armas de donde se encontraban atascadas, las agitó para que los restos de sangre que impregnaban las hojas salieran despedidas por doquier, unas pequeñas gotas cayeron en el semblante palido de la doncella y mancharon su delantal con la sangre de los guardias. La bella joven no pudo resistir más y cayó de rodillas frente a la habitación y ya sea por la imagen tan cruda o el olor a muerte que se respiraba, la sirvienta se llevó ambas manos a la boca, trató de reprimir el vómito que se acercaba pero, al no poder hacerlo, dejó que todo lo que llevaba en su estómago saliera esa noche. La doncella de nombre Jane comenzó a vomitar frente a la que una vez fue la habitación de Jessenia, pero que ahora solo era un depósito llenó de cadáveres mutilados.
El encapuchado comenzó a moverse con sus dos cuchillos aun en ambas manos, pasó por encima de los cadáveres, los pisaba o los apartaba de su camino con una patada. Al ver que el responsable de aquella masacre se acercaba a ella, Jane se imaginó lo peor, se echó para atrás y dominada por el miedo, se llevó las rodillas lo más cercanas que podía a su barbilla y se cubrió la cabeza con ambas manos, llorando y suplicando por su vida. No obstante, el encapuchado pasó junto a ella sin prestarle atención. Poco a poco se fue adentrando en los oscuros pasillos del castillo, dejando detrás, a una pobre sirvienta que nunca había visto a la muerte tan de cerca.
…
Todo sucedió extremadamente rápido. Jessenia se encontraba cerca del encapuchado, hablando con aquella extraña criatura de un metro de altura y larga cola verde, cuando de pronto, éste mismo ser desapareció de su campo de visión y sin que ella se diera cuanta, se colocó a su lado, la envolvió por la cintura con su larga cola, la levantó con facilidad pese a su tamaño luego, sin tiempo para resistirse, se la llevó. Antes de percatarse de algo, ambos ya se encontraban sobre la torre más alta. Pasaron por largos pasillos iluminados por antorchas clavadas en los muros, subieron por una larga escalera de caracol y la pequeña entidad abrió con fuerza la robusta puerta de madera que daba acceso al techo de la torre más alta del castillo, ahí, un potente viento le dio la bienvenida.
Del otro lado de la puerta de madera, Jessenia presenció una esbelta figura cubierta por una túnica negra, observó que era mucho más alta que la pequeña criatura que la había secuestrado y que además, se encontraba parada en el centro de lo que parecía ser un círculo que resplandecía con una siniestra luz morada.
La pequeña criatura se acercó mientras mantenía a Jessenia suspendida en el aire con la fuerza de su ancha cola. Al aproximarse, la joven notó que detrás de la alta figura, había una segunda criatura exactamente igual a su captor: poseía el mismo tamaño, el mismo color verde en sus colas y ambos vestían la misma túnica negra que ocultaba sus cuerpos.
-Como usted ordeno, aquí le traigo a la chica – habló el pequeño con educación e hizo una reverencia a unos metros de la figura alta y esbelta, parada en el centro del círculo brillante.
La figura ataviada con una larga túnica negra se volvió hacía ellos; Jessenia no logró verle el rostro a esa persona, la sombra que proyectaba la capucha era total, casi igual a la del individuo que entró en sus aposentos esa noche. Al recordarlo, Jessenia se preguntó si él se encontraba bien, si logró escapar y quería también preguntarle por qué entró a su habitación esa noche, ¿Cómo había logrado entrar?, ¿Quién era él?, y por qué estaban ocurriendo todas esas cosas esa noche. También quiso saber que les había pasado a esos guardias, ellos jamás se oponían a las órdenes que Jessenia les daba, ya fuera intencional o no, para ellos, no, mejor dicho, para cualquier persona que la escuchaba, las palabras de Jessenia eran una orden absoluta, después de todo, era precisamente por el deseo pedido diez años atrás que cada ser humano que la viera, aunque fuera una sola vez, caía enamorado de la chica, por lo que nunca le negaban nada. Razón también por la que Jessenia no se dejaba ver en público, ella sabía que el efecto que producía en otros no era normal ni mucho menos natural, por lo que deseó minimizarlo todo lo que fuera posible, para ello, la joven pasaba largas horas y hasta días, recluida dentro de su castillo o más precisamente, leyendo dentro de la Gran Biblioteca, donde no se aburría gracias a la vasta colección de libros que allí había. Al mismo tiempo, por efecto del deseo que pidió tiempo atrás, la joven evitaba hablar con los demás, puesto que los demás escuchaban órdenes, peticiones y solicitudes que jamás podían rechazar. Bajo esa influencia, Jessenia sintió que los manipulaba o los controlaba como si de meros títeres se tratasen, este hecho le desagradaba, no obstante, ahora que finalmente les había dado órdenes explicitas, ¿Por qué ninguno de ellos la había obedecido? Todo esto era demasiado extraño. Había demasiadas preguntas y Jessenia suponía que la figura de negro que se encontraba a unos metros de ella tendría las respuestas.
Antes de que la joven pudiera exigir respuestas a sus preguntas, la figura envuelta por una túnica negra alargó el brazo derecho hacía ella, de éste, una extraña luz color chocolate empezó a emerger, a continuación, Jessenia sintió como su cuerpo empezó a elevarse por los cielos, miró hacia abajo y vio como el suelo se alejaba de ella. Comenzó a flotar mientras todo su cuerpo era envuelto por una luz color chocolate y junto con ella, el brazo de la figura también se movía, dirigiendo el desplazamiento de la joven. Jessenia se detuvo a unos metros en el aire, desde donde estaba pudo ver la figura circular dibujada sobre el techo de la torre más alta. ¡Era enorme y estaba repleta por símbolos y runas extrañas que jamás había visto! No obstante, logró reconocer el funcionamiento de aquel círculo. Jessenia lo leyó en un libro de la Gran Biblioteca, en ese volumen, cuyo nombre no alcanzó a recordar, ponía que las Brujas, Hechiceros y otros seres que usaban magia, utilizaban: «Círculos Mágicos», estos servían para canalizar los poderes de sus usuarios y permitirles usar magia, sin embargo, el uso de cada Círculo Mágico dependía del usuario, por lo que no todos eran iguales y al mismo tiempo, cada uno de ellos era diferente en cuanto al diseño o la escritura que se usaba dentro de los mismos. Esos escritos eran los símbolos geométricos y las runas, cada una de esas con un significado diferente.
Jessenia nunca había visto una pero si la información de ese libro era real y ese enorme circulo brillante no era una broma, eso solo significaba una cosa. La persona que estaba sobre él no podía ser otra que una Bruja.
-Ha pasado tiempo, Jessenia – la joven reconoció aquel tono de voz. ¿Cómo olvidarlo? Le pertenecía a la persona que cambio su vida para siempre, a esa extraña mujer que se le apareció de repente diez años atrás y le concedió aquel fatídico deseo -. ¡Pero mira cómo has crecido! ¡Te has convertido en toda una mujer! Nada que ver con la asquerosa y repugnante niña que me encontré tirada como perro abandonado suplicando por la muerte. Espero que hayas disfrutado el deseo que te cumplí, aunque…, con solo ver el castillo, la elegante ropa y todo lo que te rodea, yo diría que has sabido usar muy bien la magia que te concedí esa noche. Espero que lo hayas disfrutado, porque, no sé si lo recuerdas, pero ese día te dije que regresaría para cobrar el pago – la mujer alzó la cabeza y le mostró una fría sonrisa, mostrando los filosos colmillos que tenía por dientes y pasándose una larga lengua por los labios -. Espero que tu alma tenga buen sabor, no he esperado tantos años para nada, ¿sabes?
…
Dentro del castillo y caminando con tranquilidad por el mismo sendero que el pequeño ser recorrió, el encapuchado llegó a un estrecho pasillo que conducía a unas escaleras con forma de caracol que ascendían a la torre superior y frente a las mismas, varios guardias armados yacían apostados con espadas en mano. Todos grandes y a simple vista musculosos, con ese singular par de ojos carentes de brillo, como si no tuvieran pupilas. Nada que ver con los fríos ojos del encapuchado, cuyos irises eran de un resplandeciente tinte azul y dentro de estos yacían las pupilas, las cuales en lugar de ser circulares eran verticales, como si se tratasen de los ojos de una serpiente.
Estos hombres, con movimientos mecánicos, empuñaron sus espadas, listos para comenzar con el ataque. El encapuchado, por el contrario, los miró con indiferencia. La pelea ya había comenzado.
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