Shin Bocho-Man | El precio de desafiar a Dios: Un hombre atrapado entre la carne y el acero - 03
El silencio del campo apenas se había asentado cuando el estruendo de motores alteró la calma: camiones blindados y helicópteros de la corporación arribaron con la eficacia clínica de quienes limpian un tablero tras la partida. Los equipos de extracción descendían por las laderas, asegurando perímetros, recogiendo restos y datos, borrando huellas. Grim, animado por un impulso poco habitual, se acercó a Akira y Golding mientras los reflectores pintaban fantasmas sobre la hierba.
—¿Saben? Me cayeron bien —dijo Grim, sonriendo. Un gesto genuino, aunque apenas perceptible bajo la suciedad y el cansancio—. Ya va siendo hora de hacer algo menos… apocalíptico. ¿Qué tal si yo invito una pizza a los compañeros?
—¿En serio? ¿Estás sugiriendo algo tan humano como una pizza después de esto? —preguntó Golding, arqueando una ceja.
—Exacto —respondió Grim encogiéndose de hombros—. Hasta los guerreros de laboratorio merecen queso derretido y pan crujiente.
Akira lo miró con cierta sorpresa, como si le costara procesar la calidez tras el rostro impasible del enmascarado.
—Nunca… pensé que invitarías algo —murmuró con timidez.
—Siempre hay una primera vez para todo —dijo Grim—. Y créanme… sobrevivir a esa cosa merece mínimo dos porciones por cabeza.
Golding se rio entre dientes.
—Acepto solo si no eres de los que comen con tenedor y cuchillo.
—Soy un bárbaro civilizado. Lo verás —dijo Grim mientras se alejaba hacia los transportes con paso relajado
Al día siguiente, Golding solicitó un permiso especial para salir a una zona urbana cercana. Contra todo pronóstico, la corporación autorizó la salida. Les entregaron una tarjeta de crédito especial con fondos asignados para compras básicas y recreación, bajo una condición clara: no llamar la atención. A ojos del mundo, eran simples civiles, no armas vivientes en fase de prueba.
El viaje fue largo salieron por la noche, a través de rutas estrechas y mal asfaltadas que conectaban la base oculta en las montañas con el mundo «real». Akira se sentó junto a la ventana del transporte, mirando los árboles pasar, sintiendo una rara mezcla de emoción y ansiedad. Golding, en contraste, parecía disfrutar cada curva del camino, bromeando con los escoltas.
—¿Seguro que estás bien? —le preguntó uno de los agentes.
—Estoy en mi hábitat natural —respondió ella con una sonrisa—. Asfalto y libertad.
El viaje fue tardado. En algún punto de la madrugada, Golding se quedó dormida, con la cabeza ladeada hacia Akira. Sin darse cuenta, terminó apoyada en su hombro. Akira se congeló al sentir el peso suave de su compañera sobre él. Sus manos temblaban levemente, y su respiración se volvió superficial.
—C-cálmate… es solo Golding… solo está dormida… —susurró para sí mismo, evitando moverse.
El calor de su cuerpo, el aroma suave de su cabello, todo era un desafío para su frágil autocontrol. Su pulso se aceleró, y la armadura, incluso en reposo, comenzó a emitir pequeños pulsos de advertencia interna.
—Esto es una prueba… claro… otra maldita prueba emocional —pensó con angustia, cerrando los ojos e intentando no pensar demasiado.
Cuando por fin llegaron a la ciudad, un pequeño distrito lleno de tiendas, luces cálidas y el aroma familiar de comida callejera, se sintieron fuera de lugar… pero vivos.
Golding despertó justo cuando el vehículo se detenía. Parpadeó, notando su cercanía con Akira.
—¿Te incomodé? —preguntó, medio dormida.
—N-no… para nada —respondió él con un rubor notorio, girando el rostro hacia la ventana.
—Relájate, Shin —dijo ella, estirándose como un gato—. Solo fue una siesta táctica.
Cuando por fin llegaron a la ciudad, un pequeño distrito lleno de tiendas, luces cálidas y el aroma familiar de comida callejera, se sintieron fuera de lugar… pero vivos.
—Aquí es —dijo Golding señalando una pizzería modesta, con toldo rojo y sillas de metal. —Dicen que aquí la salsa tiene un ingrediente secreto.
Entraron y se acomodaron en una mesa del fondo. Las luces colgantes lanzaban sombras suaves, y por primera vez, no llevaban trajes, sensores ni armamento. Solo ropa común. Akira vestía una sudadera oscura y jeans, Golding una chamarra dorada y gafas oscuras.
—¿Les puedo tomar la orden? —preguntó una voz familiar.
Akira alzó la mirada y se encontró con alguien inesperado. Grim… sin armadura. Llevaba una gorra negra, una camisa con el logo del restaurante y una sonrisa burlona.
—¿Ruben? —preguntó Golding, sorprendida.
—Mi nombre civil —respondió él—. También tengo que hacer méritos fuera del campo. Este lugar es de un familiar.
Se sentó con ellos tras entregar la orden a la cocina, y poco a poco, la conversación fluyó.
—¿Cómo llegaron ustedes al proyecto? —preguntó Ruben, tomando un refresco.
Golding no dudó en responder. Contó que fue reclutada desde joven por su alta compatibilidad mental con los sistemas de inteligencia artificial.
—¿Y tú, Akira? —preguntó después.
El joven bajó la mirada y jugueteó con la servilleta.
No era por desconfianza, sino por el dolor. Había perdido a su familia mucho antes de llegar a Botanex, y con ellos, cualquier noción de hogar. Desde entonces, había vagado entre instalaciones, habitaciones vacías y voces impersonales, hasta que el proyecto Shin se convirtió en lo más parecido a un refugio. Esta nueva vida, por rota que fuera, era lo único que le quedaba… y prefería no mancharla recordando por qué había llegado allí en primer lugar.
—Prefiero no hablar de eso… lo siento —murmuró.
Ruben asintió con comprensión. —Está bien. No todos llegamos por elección.
Pasaron un rato comiendo, riendo entre bocados y hablando de las largas misiones, los extensos traslados por aire, y la constante sensación de que eran útiles… pero no esenciales.
—Somos proyectos de bajo rango, eso es lo que somos —dijo Golding con ironía—. Nos mandan a limpiar basureros mientras los «élite» protegen las ciudades.
—Entonces es hora de cambiar eso —dijo Ruben—. Si trabajamos juntos, podemos hacer ruido. Que nos vean. Que no puedan ignorarnos.
Akira, en silencio, levantó la mirada. Por primera vez, no se sintió solo en ese camino. No sabía si estaba listo… pero no quería quedarse atrás.
—Entonces… ¿formamos un equipo? —preguntó Golding con una sonrisa desafiante.
Ruben asintió. —Los tres. Shin, Soul y Grim. A partir de ahora… vamos por lo alto.
Y entre risas, promesas silenciosas y un par de porciones extras de pizza, nació una nueva alianza. Una que, sin saberlo aún, cambiaría el equilibrio entre las corporaciones para siempre.
Mientras tanto, en lo alto del organigrama de Botanex, los líderes comenzaban a analizar los reportes más recientes del rendimiento de sus bio-guerreros. La mayoría de los proyectos arrojaban resultados estándar, algunos decepcionantes… hasta que una serie de datos captó la atención de una mesa ejecutiva: el equipo liderado por el Proyecto Shin estaba superando expectativas.
El encargado del Proyecto Shin envió un informe de carácter urgente al nivel más alto de la corporación. El motivo era claro: a diferencia de los demás candidatos que no habían soportado el proceso de fusión con la bio-armadura —muchos de ellos muertos o inhabilitados—, Akira había demostrado compatibilidad completa. No solo sobrevivió: evolucionaba. Su cuerpo y mente resistían una tecnología que otros consideraban indomable.
El reporte no tardó en llegar al despacho del alto mando.
El líder de la corporación, un hombre de edad imprecisa, se encontraba inclinado sobre una enorme mesa de planos holográficos. Las proyecciones mostraban la estructura de una fortaleza mecánica en diseño avanzado —una especie de castillo de metal, posiblemente una instalación móvil o centro de mando.
Uno de los científicos entró con paso apresurado, portando una tableta con el informe en pantalla.
—Señor —dijo con cautela—. El sujeto del Proyecto Shin ha demostrado una sincronización del 97% con la bio-armadura. Todos los signos vitales estables, y ya ha superado con éxito misiones de campo.
El líder, sin levantar aún la mirada, solo murmuró:
—¿Cómo dijiste que se llama?
—Akira, señor. Akira del Proyecto Shin.
El hombre alzó las cejas, como si le costara creerlo. Dejó de lado los planos y se recostó en su silla, pensativo.
—Por fin… uno que no se quiebra —murmuró con una sonrisa apenas perceptible—. Interesante.
Chasqueó los dedos y dijo con voz firme:
—Llama a Dai. Tengo a alguien que quiero que conozca.
Del fondo del recinto, desde una zona en penumbra, una figura femenina emergió. Sus pasos eran suaves pero firmes, su silueta delgada proyectaba una sombra larga sobre el suelo metálico. No traía uniforme alguno, pero su sola presencia imponía respeto.
—¿Me llamaste? —preguntó con tono calmado, casi impasible.
—Encontramos a alguien… especial. Uno que sobrevivió al Proyecto Shin. Quizá al fin tengas un amigo que no se rompa a los cinco minutos.
Dai entrecerró los ojos, interesada. Extendió la mano sin decir palabra.
—¿Los archivos? —preguntó.
El líder asintió y le entregaron una unidad con los datos.
—Estúdialo. Obsérvalo. Quiero saber qué piensas de él.
—¿Y si me gusta? —preguntó ella con una leve sonrisa.
—Entonces haré que lo traigan hasta ti.
Dai se retiró sin más, llevándose los archivos a su habitación personal, un espacio oscuro decorado con tecnología de vigilancia y pantallas que cubrían las paredes. Allí, sentada sobre una silla con respaldo curvo, comenzó a ver los videos de Akira en combate. Repetía fragmentos, ralentizaba movimientos, analizaba gestos. En sus ojos, una chispa de curiosidad, algo poco común en ella.
—Hmm… no pareces tan frágil como los otros —susurró mientras pausaba una escena en la que Akira resistía una explosión sin caer.
No dijo nada más. Pero algo en su expresión sugería que su interés no era solo científico… sino personal.
Y aunque Akira aún no lo sabía, su destino acababa de entrelazarse con el de Dai. Y ella… no era del tipo que soltaba lo que despertaba su interés.
En los días posteriores a la misión con Golding y Grim, la rutina se convirtió en una cuerda floja tendida sobre un abismo de adrenalina constante. Los encargos llegaban uno tras otro, casi sin respiro. Apenas sanaban las heridas físicas, cuando ya se abrían otras más profundas, invisibles. La corporación no pedía… ordenaba. Y el equipo de Akira, pese a ser considerado de bajo perfil, comenzaba a ganar notoriedad entre los círculos más altos.
Fue durante una de esas madrugadas, donde el cielo era solo un techo plomizo y sin estrellas, que Akira recibió el mensaje que rompería lo poco que quedaba de su rutina: «Incorpórese de inmediato al Proyecto DAI-SHIN-KA. Prioridad alta. Nuevo destino: Ciudad Diamante.»
No había saludos. No había explicaciones. Solo coordenadas, y una orden con ese tono seco, impersonal, que usaban los que se sabían por encima de las consecuencias.
Akira frunció el ceño. DAI-SHIN-KA. el sonido le provocó un escalofrío, como si la palabra escondiera un eco de algo más profundo.
Sin escoltas, sin transportes designados, ni siquiera un pase de cortesía. Tuvo que arreglárselas por su cuenta. Tomó un pequeño bolso con lo básico, y partió bajo la lluvia persistente de la madrugada. Viajó en transportes públicos repletos de caras que no se miraban entre sí. Cruzó estaciones de neón fundido, pasillos húmedos, terminales que olían a óxido y comida vieja.
Durante el trayecto, Akira sintió cómo la ansiedad lo envolvía. No sabía quién lo esperaba en Ciudad Diamante, ni por qué lo habían separado del equipo. Pero algo en su interior le decía que esto no era solo una misión más. Algo estaba cambiando… y no necesariamente para bien.
En una de las pantallas del vagón, una transmisión corporativa mostraba avances tecnológicos, incluyendo un prototipo de armadura experimental. Akira apartó la mirada. Sentía que todo eso ya no le impresionaba. Él vivía dentro de uno. Lo que temía no era la tecnología… sino lo que esta le estaba robando.
Horas después, llegó finalmente al distrito designado. Ciudad Diamante se extendía frente a él como una joya artificial: torres de cristal, hologramas danzantes, avenidas limpias como quirófanos. Y entre todo ese brillo… un nuevo encargo lo aguardaba.
El eco de sus últimas misiones aún retumbaba en sus músculos y pensamientos. Las risas de Golding, el plan que armaron con Grim, las palabras que no se dijeron. Todo parecía ya lejano, como un sueño que comenzaba a desvanecerse.
Pero no había tiempo para nostalgia.
El Proyecto Shin lo llamaba de nuevo… aunque esta vez, lo hacía con un nombre nuevo.
DAI-SHIN-KA.
Y algo dentro de él le susurraba que, al final de ese nombre, podría no encontrar redención… sino su verdadero límite.
Amanecía cuando Akira se preparó para salir. La habitación olía a ozono y a promesas rotas, y el reflejo en el espejo le devolvía un par de ojos enrojecidos, bañados por la desconfianza y la duda. “Esto es importante… pero, ¿por qué me siento tan inquieto? Debe ser por todo lo que está en juego”, pensó, ajustando la correa de su uniforme. El sobre sellado en su mano ardía como un secreto vivo.
El complejo al que lo enviaron parecía una fortaleza de otro mundo: muros de acero pulido, sensores ocultos en los rincones, y un silencio tenso que pesaba más que el concreto. Los pasillos brillaban bajo una luz fría, y cada paso que daba retumbaba como un latido contenido. El personal, vestido de gris, se movía como sombras sin voz, y Akira sintió que su presencia era un error, una anomalía a punto de ser corregida.
Tras pasar por controles y puertas automáticas, llegó finalmente a la sala de pruebas. El aire estaba cargado de una electricidad sutil, y en el centro, rodeada por paneles translúcidos y monitores apenas parpadeantes, estaba Dai. La luz jugaba con su figura, haciéndola parecer etérea, casi irreal. Estaba de pie, imperturbable, sin ropa que la protegiera ni emblema que la identificara, salvo la certeza de su propia existencia. Su piel, brillante bajo los focos, no era motivo de vergüenza sino emblema de una confianza inquebrantable. Su mirada, profunda y gélida, recorría la habitación con curiosidad clínica.
Akira se detuvo, el pulso acelerado por la sorpresa y la torpeza. Tragó saliva, desviando la vista en un intento fallido por no parecer afectado.
—Y tú eres… ¿quién? —la voz de Dai, serena y cortante, lo atravesó como un bisturí.
—M-mi nombre es Akira… —respondió, luchando por no titubear, sintiendo cómo el peso del entorno se le clavaba en la garganta.
—Y tú eres… ¿quién?
Akira tragó saliva. La tensión en su pecho se hizo más densa. Desvió ligeramente la mirada, incómodo bajo el peso de esos ojos que no pestañeaban.
—M-mi nombre es Akira… —respondió, con un tono bajo, casi tembloroso.
Ella no reaccionó. Ni una mueca. Solo un parpadeo sutil.
—¿…?
El silencio volvió, esta vez más pesado. Akira sintió que la habitación se encogía.
—¿Sucede… algo? —preguntó, forzando una sonrisa, aunque sus manos no dejaban de moverse inquietas.
—Nombre clave —dijo ella al fin, como si la conversación fuera parte de un experimento de laboratorio.
Akira parpadeó, comprendiendo tarde a lo que se refería.
—Ah… sí. Me llaman Shin. Del Proyecto Shin.
Apenas pronunció esas palabras, Akira notó un cambio sutil pero inequívoco en ella. No fue algo escandaloso ni exagerado: apenas un pestañeo más lento, una leve tensión en la línea de sus labios. Pero para alguien tan nervioso y atento como él, fue imposible pasarlo por alto.
—Así que tú eres el Proyecto Shin… —musitó Dai, más para sí misma que para él, con una entonación que rozaba el asombro contenido—. No esperaba encontrarte aquí.
El silencio se asentó como niebla entre ambos hasta que una puerta lateral se abrió bruscamente, y una figura entró con energía. Era un hombre de bata blanca, gafas gruesas, y una sonrisa demasiado amplia para la tensión que flotaba en el ambiente.
—¡Ah, ahí estás, Dai! —exclamó con tono despreocupado, antes de dirigirle una mirada amistosa a Akira—. Y tú debes ser el chico del Proyecto Shin. ¡Qué gusto!
Akira se incorporó ligeramente, haciendo una reverencia breve.
—Doctor Daikon —dijo el hombre, presentándose mientras se acercaba—. Lamento el aspecto de Dai… no suele usar su ropa o traje…. Volviendo al tema… —el doctor se volvió hacia una pantalla cercana y mostró una serie de esquemas holográficos—. Estamos desarrollando una mejora para su bio-armadura. Un módulo de soporte cardíaco que a su vez actúa como cañón central. Se instalará en el pecho y se integrará directamente a la armadura cuando esté lista.
Akira observó los planos. El dispositivo parecía un corazón artificial blindado, con cables que se ramificaban como arterias mecánicas.
—¿Y eso… funcionará con el Proyecto Shin?
—Esa es la idea —asintió el doctor, entusiasmado—. Tu compatibilidad con la bio-armadura abre muchas puertas. Si la sinergia entre ambos proyectos se confirma, Dai tendrá acceso a un núcleo secundario reforzado. Estás ayudando más de lo que crees, Akira.
El muchacho apenas logró articular un gesto afirmativo. Aún no sabía si sentirse orgulloso o preocupado.
—Por cierto —añadió el doctor mientras recogía una carpeta y un estuche metálico—. Antes de que te vayas, necesito que lleves esto de vuelta a tu corporación. Son los planos actualizados y algunos paquetes técnicos. Tu supervisor sabrá qué hacer con ellos.
Akira recibió el material con ambas manos.
—¿Entonces… volveré a la base?
—No exactamente —corrigió Daikon con una sonrisa enigmática—. Este será tu nuevo destino, Akira. A partir de ahora, estarás asignado aquí, en Ciudad Diamante. Oficialmente transferido.
Akira parpadeó, sorprendido.
—¿Yo solo? ¿O… también vendrán los demás?
—Según los últimos informes de tu unidad, tus compañeros también han mostrado avances significativos. Si todo va bien, también serán reubicados aquí en las próximas semanas.
Una sonrisa involuntaria se dibujó en el rostro de Akira. Por primera vez en días, sintió que algo bueno se aproximaba.
—Entiendo. Entonces… me pondré en marcha. Debo avisarles.
—Buena decisión —asintió el doctor—. Cuanto antes regreses, antes podrán venir contigo.
Akira echó un último vistazo a Dai, que no había dicho ni una palabra desde que Daikon apareció. Aun así, su mirada seguía fija en él. Fría, inquisitiva… pero con un dejo de curiosidad que no se molestaba en disimular.
Y mientras Akira se daba vuelta para marcharse, tuvo la extraña sensación de que esa mirada lo acompañaría incluso después de abandonar la sala.
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