the color of the eyes - 05
Sam: ¡MÍAAAAAAAAA!
Se asomó al marco de la ventana, afirmó sus manos y salto cayendo en la vereda de la desolada calle.
Empezó a mirar hacia todas las direcciones, pero no encontró nada.
Afrontó el hecho de que lo había dejado solo y con remordimiento entró nuevamente a su casa.
Sam: pensé que al menos le importaba, aunque sea un poco.
Mía: ¿Qué dices?
Sam: …
Mía: ¿Qué, ocurrió algo?
Él se acerca a Mía, la mira directamente a los ojos y le pregunta.
Sam: ¿dónde estabas?
Mía, señala hacia atrás y le dice.
Mía: pues estaba buscando el baño, pero como estabas dormido no quería despertarte.
Con su cara totalmente confundida piensa que – cómo puede ir al baño sin ni siquiera haber comido nada – ese pensamiento despertó por completo su mente.
Sam: oye, deberíamos ir por comida, aquí a un par de cuadras hay una tienda.
Mía: pero en el frigorífico hay perejil, podemos comer eso.
Sam: en efecto vamos a la tienda.
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Con su respiración agitada se encontraba él, aquel causante de todo lo malo que estaba ocurriendo, bajó por unos pequeños escalones hacia una pequeña cabina, si puerta y llena de polvo.
Raid: porqué fueron tan inútiles de no cumplir su único trabajo.
El científico y doctor Raid considerado un prodigio en su país y uno de los hombres más inteligentes del mundo moderno.
Entro a la pequeña cabina llena de papeles que se regaron por todo el lugar, miles y miles de apuntes tirados a la basura.
Juntó todos los que aún eran leíbles y los puso sobre una mesa rota, observó minuciosamente cada uno de ellos.
Se tomó su tiempo, observó uno tras otro, con detenida calma hasta que los vio todos.
Raid: no hay ningún error, todo está perfecto. Entonces… la culpa es de esos incompetentes y despreciables hombres.
Agarró todos los papeles y se los llevó con él, volvió nuevamente a la sala principal, aquel lugar donde se encontraba esa estructura destruida de metal, miró su pecho, sus brazos y tomó una decisión.
Raid: la culpa era de ellos, si yo lo hubiese hecho, no habría ningún fallo… Entonces lo haré nuevamente, solo yo y todo saldrá de maravilla, solo necesito la sustancia y creo que sé dónde encontrarla.
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Mía: ¿seguro que esto me queda bien?
Sam: …
Mía: ¿oye?
Sam: s-si te queda b-bien.
Mía, tomó prestado la ropa de la madre de Sam lo cual no le molestó en lo absoluto a él. Cambió su vestimenta, pasó de una polero blanca (un poco sucia) a una polera pegada a su cuerpo de un color morado claro tirando para rosado un tanto vieja con una pequeña piedra preciosa en su pecho de un color celeste verdoso. Cambió su short corto (un poco sucio) por una licra negra que cubría todo de sus piernas y se quedó con sus tenis negros.
Agarró una liga gruesa de color oscuro, sostuvo la liga en su boca mientras tiraba su cabello hacia atrás sólo dejando unos cuantos mechones de cabello hacia delante.
Por otro lado Sam se quedó exactamente igual, no se cambió solo se roció un poco de colonia.
Mía: Sam ¿no te vas a cambiar?
Sam: no, me siento cómodo con esta ropa, además no está taaaan sucia.
Ambos tuvieron su tiempo para cambiarse antes de salir a buscar comida.
Mía: Y
Sam: ¿Y?
Mía: ¿cómo me queda? – dijo con una voz muy tierna mientras miraba directamente a Sam.
Sam: pues b-bien
El ver a Mía con una ropa tan familiar y escucharla con una voz tan dulce hizo que el corazón de Sam de regocijara de amor y ternura, sonrojándose un poco al mirar fijamente sus ojos color caramelo oscuros.
Mía: o-oye Sam… no te asustes pero… tienes los ojos rosados.
El hilo de ternura y dulzura se cortó con esas simples palabras, la expresión de Sam cambió de perdidamente asombrado a una de asustado.
Sam: ¡QUÉ!
Refregó sus ojos bruscamente, como si tuviera una picazón irritable, parpadeó rápidamente mientras movía sus ojos rosados de un lugar a otro.
Mía: oye espera.
Sam no de detuvo y siguió refregando sus ojos, Mía tranquilamente se acercó hacia el desesperado Sam y apartó sus manos de sus ojos, trató de tranquilizarlo mirándolo hacia sus ojos.
Mía: tranquilo, tus ojos son de color negro.
Sam: ¿Q-Qué? ¿Mis ojos no están rosados?
Mía: no, ya no lo están.
Al decir esto él se calmó rápidamente, ella colocó sus delgados dedos debajo de sus ojos y trató de secarle unas pocas lágrimas que casi se le escapan a él.
Sam apartó las manos de Mía, que cogía su cara , como si le estuviera diciendo “ya basta” con sus acciones y con su mirada.
Sam tosió fingidamente para tratar de romper esa brecha de incomodidad ,apartó la mirada de Mía y le dijo.
Sam: bueno, ¿nos vamos?
Caminando por las desoladas calles tratando de llegar hacia su destino (osea la tienda) pero como ellos lo veían un lugar que los podía abastecer de alimento, caminando con miedo de que los pudieran atrapar, yendo por los rincones, escondiéndose lo más que podían y tratando de no hacer ningún ruido, porque en el silencio absoluto de las calles el mas mínimo sonido podía escucharse desde lejos (o bueno, eso pensaron ellos)
Mía: ¿oye cuánto falta? – dijo silenciosamente
Sam: no mucho – le respondió silenciosamente.
A la distancia, levemente llegaron a escuchar unos débiles pasos, al dirigir su mirada hacia el lugar donde provenían esos pasos, alcanzaron a ver una silueta delgada.
¿?: ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Un escalofrió recorrió el cuerpo de ambos al escuchar su voz.
Era una voz desgarrada y fría, el simple hecho de oír su voz hizo que ambos tuviesen miedo.
Sam: H-Hola.
Al escuchar la voz de Sam la silueta se acercó corriendo hacia ellos, como un depredador corriendo a reclamar su presa. Corrió tan rápido que en tan solo segundos estaba a un lado de los dos.
Era un hombre delgado y alto con un cabello color ceniza, su cabello era muy largo como el cabello de una mujer, este le llegaba hasta la espalda baja, traía harapos sucios y rotos, pareciera como si su ropa dijera “ayuda la necesito” y lo que más le llamó la atención a ambos era que portaba una venda roja que cubría sus ojos.
¿?: Necesito comida.
Sam coloco a Mía en su espalda, ella aceptó el gesto y se quedó detrás de él.
Sam: amigo, lo siento pero no tenemos nada, es más nos diri…
Por un momento Sam pensó en decirle sobre la tienda, pero se retractó al imaginar que la comida que había ahí no fuera a ser suficiente para él y para Mía.
¿?: ¿Qué?
Mía: Sam ya vámonos.
El extraño al escuchar la voz de Mía se quedó paralizado, como si escuchase la voz de un ser querido.
¿?: C-Camila ¿eres tú?
Al escuchar ese nombre, Mía se extrañó mucho ya que no conocía a nadie que se llamara Camila.
El extraño trató de acercarse a ella pero se chocó con el cuerpo de Sam, este retrocedió un poco.
Sam: lo siento, pero ya nos tenemos que ir.
¿?: Camila soy yo, Leonardo, ¿no me reconoces?
Sam: Mía ya vámonos.
Sam sujetó a Mía del brazo y rodearon al tipo extraño, Mía chocó accidentalmente contra el delgado hombre.
Este bruscamente apretó el brazo de la chica haciendo que ella soltara un pequeño grito de dolor, con su otra mano apretó la de ella.
Leonardo: Camila por favor, no me dejes.
El tipo era muy terco con respecto al hecho de que ella no era “Camila” tenía que estar realmente desesperado para confundirse de persona.
Sam: ¡oye suéltala!
Sam arremetió contra el delgado hombre con un puñetazo en toda la cara, una de dos o el tipo era muy débil para no aguantar un solo golpe o Sam era muy fuerte (lo cual no era)
El tipo cayó al suelo golpeándose un poco el brazo izquierdo, lentamente se levantó con la cabeza agachada…
Se percató del algo que lo estremeció.
Se percató que podía ver, podía ver el suelo, podía ver sus manos, podía ver su cabello de color ceniza.
Se dio cuenta que la venda que cubría sus ojos, ya no estaba.
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QUE TE PARECIÓ?