Tóxica - 00
Yo creía que la muerte era algo hermoso. Que el corazón dejaba de latir, que dejabas de respirar y dormías para la eternidad. Con inocencia eso es lo que pensaba, pero la vida es cruel. ¿Por qué no habría de serlo la muerte también?
Una vez alguien me dijo que yo no era como la gente común. Porque no le temía a la muerte. Y le contesté que las personas eran divertidas, porque, por supuesto, la mayoría no saben nada acerca de la muerte. Nunca la han experimentado y saben que es algo que temer, pero temen por instinto. Ha habido innumerables ocasiones en mi vida que pensé que estaría mejor muerta. Que nada podría ser peor de lo que me estaba pasando en ese momento. En instantes así, la muerte parece dulce y pacífica, e insoportablemente atractiva.
Ese pensamiento siempre estaba rondando en mi mente. Y a medida que avanzaban los años, me iba apagando. La esperanza y la pasión se me escapaban como arena entre los dedos, y todo lo que quedaba ante mis ojos era la vasta oscuridad. Igual que los planetas que orbitan un cuerpo celeste buscando su resplandor, yo también era un planeta. Uno que buscaba la inmaculada luz de una estrella. Ni siquiera la luna brilla por sí misma. Resplandece con tanta intensidad porque refleja la luz del sol.
Sin embargo, ya no recordaba cómo se veía o sentía el sol. Era un concepto muy difuso para mí, algo que sabía que existía, pero que no tenía el significado que tuvo alguna vez. Cuando nos refugiamos bajo tierra, papá nos dijo que era solo durante unas pocas semanas. En ese momento no sabía por qué o incluso qué estaba sucediendo. Pero después comprendí que todo lo sucedido fue producto de la Expansión, un evento catastrófico que tuvo lugar el 7 de junio del año 2624. Cuando un tóxico fue abierto por accidente fuera de un ambiente controlado, y este se dispersó con rapidez hacia la atmósfera del planeta, intoxicando la misma y desencadenando eventos catastróficos. Los gobernantes de los tres imperios declararon un estado de emergencia mundial, proclamando la Ley marcial para tratar de contener el daño. Pero por más preparados que estuvieran no pudieron prever los sucesos que vinieron después.
Debido a la acción del tóxico que poseía propiedades cambiantes, el cielo fue cubierto por una enorme nube tóxica, que en ciertas zonas no dejaba entrar ningún rayo de sol, oscureciendo partes del planeta por completo. La lluvia se tornó ácida derritiendo todo a su paso; la mayoría de los animales se envenenaron por las toxinas que viajaban por el aire y murieron. Casi todas las plantas se tornaron en extremo venenosas. Los mares y ríos se contaminaron a tal punto que casi ningún organismo acuático sobrevivió.
Un mes después del incidente, la dama regente envió escoltas armados para salvar a los más importantes científicos del país y resguardarlos en un recinto protegido, un hogar permanente. Nos colocamos los trajes especiales y máscaras que supuestamente nos protegerían, porque el aire se tornó tan venenoso que con ser respirado por medio segundo morías. La humanidad se vio en la necesidad de refugiarse bajo tierra, inhalando oxígeno a través de inhaladores especiales.
Traté de convencer a mis padres y explicarles que estaban reaccionando de forma exagerada, que no teníamos que ir a vivir bajo la superficie como animales, pero ellos tenían miedo. Un día nos sentamos frente a frente después de seis largos meses, y me expusieron que era probable que no volviéramos al exterior. Si el mundo se encontraba en tan mal estado que incluso la naturaleza había colapsado, no veían que pudiéramos regresar. Lo que significaba que tenía que adaptarme a la vida en encarcelamiento que conocíamos. Meses atrás quizás hubiera protestado, me habría quejado y llorado, pero había crecido un poco desde entonces, así que comprendía las limitaciones y solo asentí.
Nada más un selecto grupo de personas podía volver al viejo mundo, en busca de supervivientes y materiales necesarios para construir. Y estando a mil quinientos metros por debajo de la corteza terrestre, aún había posibilidad de enfermarte por las toxinas que viajaban por el ambiente.
Cuando la Expansión inició se calcula que murió el setenta por ciento de la población del planeta. Y en el instante en que comenzó el fenómeno la corporación responsable de tal tragedia fabricó un suero como respuesta. Este fue llamado “Khaz. Su función era hacer a los seres humanos inmunes a la toxina que engullía el mundo. Era como un inhalador que filtraba los elementos contaminantes externos, para que pudieras respirar en la superficie sin necesidad de utilizar una mascarilla biológica.
En términos sencillos es similar a lo que ocurre cuando te vacunan. Dicha inoculación no es nada más que la transmisión de una enfermedad a través de medios artificiales, solo que en menor magnitud; con la intención de que el cuerpo forme anticuerpos y se adapte. Y de esa forma adquiera cierta inmunización. No obstante, el suero no aceptaba cualquier organismo en el que era incubado. Por ende, muchas personas murieron en el proceso de adaptación porque el prototipo rechazó el organismo en el que fue introducido, transformándose en una bomba tóxica que estallaba dentro del cuerpo, matando al huésped casi de inmediato.
Aun así, un conjunto pequeño de individuos pudo soportarla y sobrevivieron a esta, adaptando su cuerpo para poder resistirla. Estos fueron denominados «Tóxicos». Sus cuerpos comenzaban a emitir vapores cuando la temperatura del ambiente sobrepasaba los treinta y siete grados Celsius, y al disminuir a los diez, no podían tocar nada sin corroerlo. Estos al notar que se habían vuelto los únicos seres que podían sobrevivir en un ecosistema tan contaminado como lo era la superficie; se rebelaron en contra de Tifón, destruyendo las únicas muestras del suero en existencia y mataron a casi todos los científicos para luego escapar al exterior. Un total de veinte sujetos de prueba se esfumaron de la ciudad ese día.
Yo tenía nueve años cuando todo eso pasó y poco supe del suceso, salvo los rumores e historias que oí en aquel entonces. Mi nombre es Raisa Alexandra Mikhailov Iboncur. En esa época era una simple chica de complexión menuda, piel pálida con ojos grisáceos y un cabello largo de tonalidad oscura.
Los días en Paraíso Sombrío —Así llamábamos a ese lugar— eran muy pacíficos, mi vida era muy sencilla y tranquila. Cuando todo ese desastre comenzó fuimos situados mi familia y yo en la ciudad subterránea B, a la cual luego llamaríamos Paraíso Sombrío. Debido a que era como el cielo. Un lugar en el que estábamos seguros, pero uno muy pequeño encerrado dentro de una jaula. Como la existencia de un animal en peligro de extinción. Este es resguardado en un recinto de protección, pero se encuentra prisionero, recluido del exterior. Viviendo en una estancia limitante.
La capital tenía un diámetro de diecinueve mil quinientos metros a la redonda, un lugar bastante deplorable a simple vista. Oscuro y repleto de polvo por todas partes. Era casi lo mismo que vivir como topos. De hecho, esos eran los únicos animales que veíamos después de refugiarnos, claro, sin mencionar a las indeseables cucarachas que sobreviven a casi cualquier ecosistema.
Nuestras residencias eran un conjunto de casas paralelas entre sí, creadas de un compuesto de concreto y metal bastante resistente. Se veía como una ciudad, con sus calles y avenidas, tratando de hacerla lucir como el hogar que dejamos atrás. El suelo era rustico, pura tierra en realidad. Y eso ocasiona que a veces la humedad de la superficie se escabullera hasta el nivel de profundidad en el que estamos, lo cual presentaba un gran problema porque había riesgo de contaminación. Pero siempre era solucionado rápidamente por los STAT (The Special Tactical Anti-Toxins unit), la fuerza policial que patrulla las calles las veinticuatro horas.
Un grupo de origen norteamericano que portaban trajes repletos de indumentarias. Fornidos y grandes como gorilas, con uniformes ajustados de un color negro mate y las siglas de la unidad en su espalda. Siempre con máscaras especiales, las cuales cubrían por completo sus cabezas y como era de esperarse, estaban armados hasta los dientes. Con normalidad no eran malas personas, pero con regularidad podías encontrarte a los típicos soldados estúpidos que se creían muy fuertes al meterse con los más débiles, y con los cuales en muchas ocasiones tenía algún tipo de inconveniente. Llegando al punto de aventarles uno que otro golpe, pero aparte de los elementos negativos que tenía ese lugar, era mi hogar.
Durante el primer año perdimos contacto con el mundo externo. La comida era un líquido blanquecino que se destilaba, con una consistencia viscosa parecida al semen. Eso hacía que me preguntara, ¿cuál era el punto de la supervivencia si era eso lo que teníamos que hacer para vivir? Daba la impresión de que no hubiera nada en el mundo exterior que valiera la pena salvar.
Pues, aunque los humanos habían sido casi exterminados, sentía que el mundo no había cambiado ni un poco. Algunos podrían creer que eso es increíble, pero me lo tomé como algo natural. Los seres humanos siempre habíamos sido una existencia insignificante.
Mi domicilio estaba al extremo norte del complejo, y a través de la pequeña ventana vagamente podía divisar las viviendas ordenadas y monocromáticas, todo envuelto en la luz de los reflectores y las fogatas. No había familias con luces encendidas, los conjuntos residenciales parecían tumbas negras. Quizás lo eran para aquellos que ya no existían, porque cuando creíamos estar a salvo una enfermedad muy contagiosa arrasó con casi todo.
Un año después de resguardarnos una misteriosa fiebre comenzó a surgir entre la población, para luego convertirse en una enfermedad pandémica. Probablemente nadie sabía el por qué o cuándo empezó, pero la plaga alcanzó los cinco distritos bajo tierra. La mayoría de las familias no la superaron. Mi padre murió buscando una cura y únicamente medio año después se pudo erradicar con ayuda de los rigurosos esfuerzos científicos de mi madre. Siendo sincera, ni yo misma sabía por qué seguía viva. Quizás tuve suerte o a lo mejor poseía algún tipo de anticuerpo especial.
En mi mundo no se podía esperar a que una persona tuviera la mayoría de edad para asignarle una labor. Los individuos se convertían en adultos y obtenían el derecho de unirse a una facción, pero solo si sobrevivían a los primeros catorce años. A este punto, cada uno de ellos había sido entrenado para escoger una de las cinco facciones: Cuerpo de Soldados, Brigada de Exploración, Comunidad Científica, Tropas de Autodefensa y Regulares, siendo estos últimos los que se encargaban de toda persona menor de quince años y desempeñaban cualquier trabajo pequeño en la ciudad. Cada grupo definía las funciones a desempeñar para la supervivencia de la ciudad.
La mayoría de los animales no pueden elegir el ambiente en que habitan. Como tal, para acomodarse deben cambiar ellos mismos. Para los humanos, el primer signo de este cambio es la emoción.
Y dicha sensación me hacía pensar que simplemente irse de ese lugar sería genial.
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