Tóxica - 01
13 de abril del año 2629.
El último día de mi ciclo acababa de cumplir mi décimo cuarto cumpleaños y me sentía algo aterrada, aunque emocionada.
—Prepárense, la ceremonia está a punto de iniciar —el soldado anunció y se mantuvo esperando por los iniciados, en la oscuridad.
Este ya había adquirido su profesión cuatro años antes y era el más joven de su facción, con diecinueve años. Era grande y fuerte, con una palidez que era causa de la privación completa de luz solar. Y mientras esperaba, los iniciados, incluyéndome, nos colocábamos en línea frente a este.
Éramos 20 en total. Portábamos gabardinas enteramente negras que cubrían por completo nuestros cuerpos, porque debajo de estos no vestíamos ningún tipo de atavío. Estábamos como vinimos al mundo, lo cual era evidente porque nuestros pies sobresalían un poco por la comisura de la enorme capa y se hundían en la tierra lodosa, la cual me hacía erizar la piel del asco.
Y seguro se preguntarán, ¿qué tan desagradable puede ser pisar algo de lodo? Sencillo, imagínense en una habitación oscura repleta de heces humanas, proveniente de estómagos de personas con diarrea o problemas intestinales. Que sea de ese excremento que su hedor es tan penetrante que ni con perfume puede disfrazarse, de ese que te seca la garganta con su tufo como si se tratara de gas lacrimógeno. Algo así como la mierda de un bebé que es aguada como mermelada y ácida. Ahora sientan bajo sus pies descalzos la textura de esta mientras la pisan y la compactan contra el suelo, como si jugaran con ella. ¿Les da asco? Pues allí tienen su respuesta. Notaran que era entendible.
Aunque la desnudes era lo más incómodo. Según se nos explicó era para dejar atrás a nuestro viejo yo y así poder recibir con júbilo al nuevo, pero para ser sincera, me sentía muy apenada. Muchos de mis compañeros reflejaban en sus rostros miedo, confusión o esperanza, así como había otros que eran tan expresivos como una roca. Pero mi entusiasmo sobrepasaba con creces las demás emociones, porque era el momento de convertirme en mujer.
La fosa en la que nos encontrábamos era amplia, estabilizada con barrotes de acero de veinte pulgadas. Era un refugió en caso de derrumbes o ataques, construido en base a un domo de una aleación pesada y resistente capaz de soportar hasta veinte mil toneladas de peso. Esa simple estructura en una situación crítica podría separar la vida de la muerte.
Todos en la ciudad se reunían el día de la selección, claro, todo aquel que hubiera sobrevivido para ser seleccionado. Inclusive cuando la cantidad de individuos en la ciudad era abrumante, podía reconocer cada rostro oscurecido por las sombras.
Incluso había parejas que se tomaban de las manos en las tinieblas. No existía una prohibición en tener relaciones con otras personas, pero nada se dejaba simplemente al azar. Solo los ciudadanos de valor intrínseco, que en su antigua vida en la superficie hubieran logrado grandes hazañas con sus profesiones, tenían permiso para contribuir con la siguiente generación. Y el líder supremo monitoreaba los nacimientos con cautela, para evitar alguna imperfección. Los bebés nacidos allí tendrían características seleccionadas por sus padres; color de ojos, cabello, altura e incluso personalidad. Todo era planeado para no dejar lugar a fallas. Podría considerarse como un acto inhumano, pero según el dogma de los investigadores la ética científica no importaba si era en pro de la supervivencia. Sus palabras causaron mucho impacto en las personas que pensaban que jugar con la vida traería serias consecuencias, pero desde un punto de vista realista los de bata blanca tenían razón.
Ese día todos nos observaban a la expectativa. Se amontonaban unos al lado de otros formando un círculo entorno al domo, esperando con paciencia el inicio del rito.
Era difícil controlar la ansiedad y el pavor de escoger una facción que odiaras hasta el momento de tu muerte. Mientras tanto, el Comandante Supremo llamado Leo hacía su aparición dentro de la fosa, acercándose con lentitud hasta el centro de esta, para detenerse a dos metros de distancia. El paso del tiempo en su rostro era evidente, pero aun con sesenta y nueve años no se veía pequeño y frágil. Los surcos en sus mejillas envejecidas, el cabello lacio y canoso junto con su vestimenta formal, lograba que su expresión fuera intimidante, pero serena.
Antes de ser nuestro guía fue un importante hombre de negocios, que según los informes científicos contribuyó económicamente para evitar el fenómeno que nos colocó bajo el suelo, aunque por desgracia no se pudo lograr el objetivo.
Con una mano nos hizo señas para que avanzáramos y una vez estuvimos junto a él, ordenó.
—Que cada líder presente su símbolo.
Los representantes de cada facción ocultos en la penumbra colocaron en frente de nosotros cinco elementos con un significado oculto, salvo la pequeña llamarada que uno de ellos creó frente a mí. Al cabo de unos segundos todos terminaron de posicionarlos uno al lado del otro. El orden iba de izquierda a derecha y los objetos eran: un cuchillo de cazador de mango verde, una pequeña fogata que ardía con intensidad; en la que en su centro brillaba al rojo vivo una insignia apenas visible. La mitad de un tubo de ensayo con un líquido verdoso en su interior, un mosquete cruzado con una pala y una pequeña daga tallada en madera.
El jefe nos invitó a dar un paso al frente y así lo hicimos. Muchos temblaban al moverse y probablemente se sintieran acobardados, pero rechazar el rito significaba la muerte. Porque así eran las reglas, si no podías contribuir no le servías a la ciudad y entonces eras desechado como un pañal cagado.
Luego Leo se giró hacia nosotros y señalando hacia el primer elemento al extremo izquierdo, comenzó su discurso.
—Es hora de que formen parte del pueblo. Frente a ustedes se han presentado cinco objetos que representan la vida que llevaran dentro de cada facción —explicó con tranquilidad dejando a todos en silencio—. El cuchillo representa al Cuerpo de Soldados, un instrumento utilizado tanto para quitar una vida, así como para protegerla. El escogerlo significará que aceptan una existencia al servicio de su gente, sirviendo bajo las órdenes de otro sin cuestionar las reglas que nos permiten sobrevivir. Únicamente los mejores seis de cada ciclo tienen el privilegio de escoger esta facción, la cual es inalcanzable para cualquier otro que no entre en dicho top.
Dicho esto, continuó con el siguiente elemento transitando en círculos con tranquilidad.
»La fogata simboliza el calor abrasador y cambiante al que se enfrentan en la superficie la Brigada de Exploración, exponiendo la verdadera naturaleza que los define. Si la eligen, la supervivencia de más de cinco millones de personas dependerá de lo que logren. Lo que hagan o dejen de hacer en sus viajes importará más de lo que creen. Nunca tiren su vida por la borda, porque inclusive en el exterior hay personas que valen la pena ser salvadas —indicó—. Y recuerden, cualquier cosa que realicen allá afuera hagan que valga la pena.
Su voz fuerte, aunque melodiosa hacía que mi corazón se tranquilizara y mis nervios cesaran, para así poder prestar atención al próximo símbolo. Pero sin duda alguna sus palabras me habían cautivado.
»El químico en el tubo personifica a la Comunidad Científica. Los sacrificios que están dispuestos a realizar para asegurar la supervivencia de la especie, abandonando todo por un bien mayor. Si deciden formar parte de ellos su día a día girará en torno a un laboratorio, buscando la forma de mejorar la comodidad de su gente y sin dejar espacio a errores. Pues una sola equivocación podría conllevar a una catástrofe en la que podrían aniquilarnos a todos.
»El Mosquete y la pala encarna el peso que carga la Tropa de Autodefensa, al alzar y proteger las edificaciones que nos permiten tener la esperanza de afrontar un nuevo día. Si su elección es esa, trabajaran hasta el cansancio para mantener la alegría en el rostro de los habitantes, construyendo monumentos que mantengan protegidos sus estilos de vida y defendiéndolos desde los extremos de la ciudad.
»La Daga figura el deseo de ayudar al prójimo sin importar sus deseos personales. Se compone de hombres y mujeres jóvenes que desean ingresar a una facción por distintos propósitos. Esto es lo que han estado siendo hasta ahora y aun cuando escojan una facción pasará mucho tiempo hasta que dejen de pertenecer a esta —El peso de su mano en mi hombro fue lo que sentí después de esas palabras—. Ahora elijan quiénes van a ser y luego cierren sus ojos en señal de confirmación.
Aunque nunca había presenciado el ritual antes debido a que nada más los pertenecientes a una facción podían estar presentes; sabía que esperar. Así que me acerqué un poco hacia los objetos frente a mí y comencé a rondar alrededor de ellos, recordando la descripción de cada uno.
Los demás aún no se habían movido de su sitio, a lo mejor pensando antes de decidir. Las Tropas de Autodefensa llamaban por mucho mi atención, pero había uno que lograba que mi corazón se detuviera ocasionando casi como una arritmia cada vez que sentía su calor. Ya estaba decidido. Una vez me posé frente al fuego miré de reojo a Leo y luego cerré mis ojos como se me ordenó, sintiendo una calidez agradable delante de mí.
Pero lo que vino después era algo que no me esperé para nada.
Experimenté como mi capucha fue halada hacía atrás dejando al descubierto mi rostro, y seguido de esto unas manos levantaron con rapidez el manto desde mis hombros. Despojándome por completo de mis vestiduras, mostrando mi cuerpo desnudo ante todos los presentes.
Mis mejillas ardían de la vergüenza que estaba sintiendo, quería abrir los ojos y salir corriendo, pero eso estaría peor que el hecho de que me estuvieran mirando desnuda. Así que tranquilicé mi mente y me enfoqué en mi objetivo, no dejaría que algo como eso me dominara.
Pero cuando estaba por apaciguar mi mente por completo escuché un sonido que se oyó como un “chizz”, y un instante después sentí un intenso ardor en mi vientre, justo en la zona que había debajo de mi ombligo. Aguanté el dolor hasta que se enrolló dentro de mí en un grito silencioso. No avergonzaría a todos llorando. Pero me habían quemado antes de que pudiera prepararme, así que apreté mis dientes con fuerza mientras sentía el metal ardiente carbonizar mi piel. Las lágrimas casi brotan de mis ojos, pero las contuve con toda mi fuerza.
Con mis ojos aún cerrados podía oír la respiración de los demás, pero estaban quietos y reverentes con susurros de movimiento cerca. Luego la sensación se desvaneció quedando solo la molestia residual, no sin antes escuchar de nuevo ese “chizz” varias veces más a mí alrededor. Y como era de esperarse, los quejidos se hicieron notar. Con seguridad los demás también habían escogido, pero después de unos escasos segundos todo había acabado. Fue en un parpadeo, pero para mí en ese momento fue como una eternidad.
—Abran sus ojos y saluden al mundo. A partir de este día y en adelante serán camaradas, dispuestos a dar lo mejor de sí para mantener nuestro estilo de vida.
La voz ronca del Comandante Supremo me indicó que ya podía mirar, y lo hice satisfecha.
La primera imagen que observé fue al viejo sujetando en sus manos dos pinzas que presionaban una pequeña insignia llameante y al bajar la mirada pude apreciar en mi pálida piel, una pequeña insignia. Era un círculo que rodeaba la silueta de un gato.
La marca de los exploradores.
Los demás iniciados estaban en la misma situación que yo. Cada uno había escogido alguna facción y estaban completamente despojados de todo ropaje. Luciendo sus cuerpos sin pudor alguno.
En mi lado derecho estaba una chica. Su característica principal era el largo cabello de una tonalidad morada muy oscura recogido en una coleta. Con un tono violeta en unos ojos agudos, pero interiormente amigables; dándole una impresión de ser cool, aunque distraída. Era esbelta; fornida y atlética, con una musculatura demasiado bien marcada. Calculé que medía cerca de 180cm, siendo bastante alta para ser una chica de catorce. Su postura y físico eran muy dignos y similares a cómo me imaginaba a un samurái.
Por otro lado, en mi zona izquierda había otra persona. Esta tenía un corto cabello blanco azulado, el cual era voluminoso y desaliñado. Con pupilas escarlatas que miraban furtivamente a través de su cabellera, al igual que una luna a baja altura, con brazaletes carmesí en ambas muñecas. Por su aspecto ella parecía tener diez años, y yo no estaba segura si ella trataba de lograr igualarse con su pálida melena, pero su figura era casi tan plana como las planicies de Siberia. Ella ciertamente parecía una niña. Pero seguro debía tener catorce o de lo contrario no hubiera podido estar presente en el ritual.
Paralela a la pequeña aparecía un voluminoso busto, el cual era cubierto por una hermosa cabellera rubia ligeramente ondulada que llegaba hasta la zona de las caderas. Y un cuerpo de piel pálida que casi parecía trasparente. Su figura era alta y delgada como la de una modelo, y sus piernas eran tan bellas como marfil pulido. Su ser era una constitución refinada, incluyendo sus grandes ojos amarillos —Únicos en su tipo— que brillaban con intensidad debido a la luz del fuego ante esta.
Y al final de cada extremo estaban un chico y una joven, parecían gemelos. El primero tenía un sedoso cabello castaño claro con gentiles ojos. Su cuerpo era tonificado y esbelto. Y su opuesta tenía una larga cabellera del mismo tono de su homólogo, que llegaba a su cintura; su mirada trasmitía una sensación de dulzura y amargura. Con una pequeña y recta nariz que resaltaba sus perfectos labios delgados de color cereza. La característica más impresionante y llamativa de los sujetos eran sus enormes tatuajes, los cuales exhibían ambos en cada extremo opuesto de sus cuerpos. Los dos mostraban tinta en su piel con diferentes figuras casi imposibles de identificar. Solo se diferenciaba del resto un pequeño tatuaje con forma de cráneo en el hombro de la chica. Lo demás era completamente indescifrable.
Todos y cada uno de ellos portaban la insignia gatuna en alguna parte de su piel. La gigante en la nuca, el infante en la parte posterior de palma derecha, la rubia en el muslo derecho, el chico en su bíceps izquierdo y la última chica en la zona del pecho abajo de sus senos. Ellos habían escogido la misma facción que yo, lo cual me hacía alegrarme aún más.
La multitud se dispersó, las personas nos saludaban con un movimiento de cabeza en señal de respeto cuando se iban a ocupar de sus asuntos. Ahora que la ceremonia estaba completa cada quién debía regresar a sus labores. Pues nunca se dejaba de trabajar en la ciudad.
—Muy bien mininos, ahora sé que tienen agallas. Solo ustedes tuvieron el valor de unirse a la brigada, aun sabiendo que probablemente mueran en su primer día —señaló la líder de mi facción, apareciendo entre la multitud que desaparecía.
La Brigada de Exploración era una de las tres facciones en que se dividía el ejército de Paraíso Sombrío. Se encargaban de explorar y erradicar a los monstruos en las afueras de la ciudad, también como de obtener información útil sobre el mundo de la superficie. Y lo que ella decía era cierto, cada año eran menos los reclutas que elegían unirse a esa rama del ejército, pues la tasa de mortalidad durante las expediciones era bastante elevada.
En cuando a la persona que nos hablaba, su nombre era Alyssa Romanova. Una mujer madura de cabellos rojizos, al que en los costados se asomaban canas debido a su edad. Vestía con un simple expandes negro de cuerpo entero.
La belleza en su figura era tan refinada, que incluso como un rompecabezas con piezas faltantes hacía destacar aquellos hermosos ojos color ámbar que tenía. En su cuello colgaba una cadena con siete pequeñas monedas doradas, que significaban el rango que tenía como exploradora. El más alto nivel de toda la ciudad.
Ella era la única persona en todo Paraíso Sombrío que no requería de una máscara para respirar al explorar en la superficie, porque sus fosas nasales habían sido gravemente dañadas en años pasados. Y no podía inhalar oxigeno de la forma convencional. Así que lo hacía a través de una pequeña abertura en la parte baja de su cuello, conectado a un respirador de color violeta oscuro de unos diez centímetros; por lo tanto, su voz era algo robótica.
—Síganme para curar sus heridas y darles sus uniformes —nos sugirió dando la vuelta sobre su propio eje, para luego agregar mirándonos de costado —. Claro, a menos que quieran andar desnudos por toda la ciudad.
El rubor en mi rostro se hizo notar, ya que debido a la emoción que llenaba mi sistema había olvidado mi desnudes. Lo que ocasionó que me cubriera con ambas manos mis partes privadas y la siguiera en silencio, pero sin dejar de admirar la insignia en mi vientre.
Esa marca proclamaba mi fuerza y habilidad para resistir lo que fuera que me encontrara en la superficie. Había estado esperando por ese día mucho tiempo y ahora sería mi turno de brindar esperanzas a todos. Finalmente podía dejar atrás mi vida de ser apoyada por otros. Creí que renacería enteramente en esa nueva etapa. Y eso es precisamente lo que sucedió. Sin embargo, ocurrió de una manera que nunca hubiera imaginado.
Esos sucesos se desarrollaron seis años antes de la que sería mi gran tragedia.
Durante el próximo cuarto de década mi grupo y yo entrenamos arduamente para aprender cada disciplina que nos era enseñada por la comandante Romanova. Debíamos comprender los principios fundamentales de la supervivencia, el compañerismo y el trabajo en equipo. Fuimos instruidos en técnicas de combate cuerpo a cuerpo, combate a media y larga distancia, conducción de vehículos, instrucción de armamento e inclusive se nos mostró como aprender a rastrear y a identificar los signos de peligro en el ambiente. Romanova era estricta y su carácter fuerte, aunque compasivo nos moldeó para convertirnos en lo que se suponía que debíamos ser.
Ya casi no pasaba tiempo en casa, entrenábamos cinco de los siete días de la semana y solo tenía permitido regresar a mi hogar durante dos días. Creí haber encontrado lo que había estado buscando desde hace mucho tiempo. Yo, quien siempre andaba sola encontré por primera vez camaradas.
Los lazos con mis compañeros y amigos eran fuertes. Nos llevábamos muy bien a pesar de que nuestras personalidades eran como el agua y el aceite. Al principio siempre hubo discusiones sobre quién debía ser el líder del equipo, pero eso fue decidido a raíz de rigurosas pruebas implantadas por la pelirroja; y ese puesto se lo quedó Scarlett Dangerfield.
La pequeña mocosa que no parecía poder sobrevivir de una simple gripe era la más fuerte, rápida, inteligente y calculadora de nosotros. Superando cada reto con un margen de efectividad del ciento veinte por ciento, todo un prodigio. Yo por otro lado no lograba escalar desde la penúltima posición y eso apestaba. Aunque tener a alguien por debajo de mi mantenía mi espíritu en calma, porque no había nadie más tonto en toda la Brigada de Exploración que el musculito conocido como Josh Dreyse. Su gran musculatura era descompensada con su falta de inteligencia, cosa que era bastante difícil de arreglar.
Un año antes de nuestra primera exploración a la superficie fuimos convocados por nuestra comandante al laboratorio de pruebas, para que se nos fuera entregado un dispositivo. Fue la única vez que nos mostraron ese espacio, aunque no era muy maravilloso, solo una espaciosa sala rectangular bañada en un intenso resplandor blanco con estanterías repletas de libros, materiales y otros artilugios que era probable que fueran más basura científica.
Habíamos sido llamados de imprevistos, por lo cual todos nos presentamos con nuestro uniforme de descanso. Una camisa sin mangas de color verde y un pantalón holgado con botas negras.
Y nos alineamos frente a ella con nuestra guía en el centro.
—¿Saben por qué fueron llamados aquí? —preguntó.
—¿Para darnos un aumento? —consultó automáticamente el idiota del pelotón.
Y justo después estaba siendo azotado en la nuca, por la palma de la mano de una castaña.
El sonido fue picoso y bastante grave, se podía notar la fuerza del golpe cuando el cerebruto soltó un pequeño chillido. Inclusive la pañoleta roja que llevaba atada a la frente estuvo a punto de salir despedida si este no la agarraba a tiempo. Aquella mano pesada que se bamboleó con súbita agresividad hacia el cuello del chico, pertenecía a Lotus Dreyse, hermana menor de Josh y la segunda al mando de nuestro pelotón. La castaña era acreedora de una molesta personalidad, con una mirada que parecía decir “muérete” constantemente en su rostro, sin mencionar que era más amarga que un jugo de plátano verde. Pero aun así seguía al pie de la letra cada directiva.
—¿Qué eres idiota? —Sus ojos azulados observaron con serenidad al chico logrando que este se colocara recto, dejando casi de respirar—. Disculpe la estupidez de mi hermano. No tenemos idea del porqué fuimos llamados.
Aceptando la justificación de su subordinada ella asintió; haciendo unas cuantas señas hizo que dos exploradores salieran detrás de nosotros, y colocaran una pequeña mesa frente a Scarlett. Esta era de madera y le llegaba a la altura del estómago a la blanquecina. Conteniendo en su centro un pequeño maletín azabache, que brillaba como la obsidiana pulida.
Los dedos delgados y finos de nuestra líder tocaron la cubierta del portafolio, para luego presionar con sus largas uñas con delicadeza y desvelar su contenido. En su interior, alineados simétricamente había seis diminutos instrumentos similares en tamaño y forma a un tornillo común. Pero que en su parte más voluminosa sobresalía una especie de cristal rojizo, como si fuera algún tipo de piedra preciosa igual al rubí.
La confusión nos atrapó como un perro cuando se mira por primera vez a un espejo. Claro, a todos excepto a la princesa de las nieves.
—Esto es conocido como la Melodía Activadora de Aceleración Intra-Neuronal o abreviado MAAIN.
—Exacto —afirmó Alyssa—. Este instrumento se incrusta dentro del canal auditivo y se activa presionando la joya que sobresale. Al hacer esto un potente sonido fluye dentro de ustedes sacudiendo por instantes su bulbo raquídeo. La señal emitida acelera la velocidad a la que las neuronas envían los impulsos eléctricos desde el cerebro al resto del cuerpo, lo que ocasiona que se elimine el tiempo de reacción entre cada intervalo de viaje desde una neurona a otra.
No entendía muy bien la función, así que miraba con cierta incertidumbre y esta reacción fue captada por la mirada sagaz de Lotus. Que mostraba desagrado en su expresión.
—Es simple, el sonido aumentará significativamente los reflejos, agilidad y velocidad del individuo, pero se supone que únicamente un Exis puede utilizarlo —me explicó.
Un Exis (humano hecho dios) era una existencia irregular que aparecía una de cada mil, eran personas que podían utilizar todo su potencial cerebral durante breves momentos. De esta forma eliminaban los limitadores que el cerebro coloca sobre el cuerpo para que este no sufra ningún daño.
En épocas pasadas eran llamados “Quebranta límites”. Usando habilidades que la ciencia no podía explicar, los más fuertes de ellos podían detener un camión con su palma e incluso los más débiles eran extraordinarios. Aunque eran humanos, poseían un poder sobrenatural que superaba los límites humanos, un poder insostenible por el hombre común a través de entrenamiento o tecnología convencional. La gran carga que lanzaba sobre el cuerpo era tan pesada, que una persona normal jamás podía soportar la melodía y terminaba convulsionando. Y aquellos que lograban superar el desafío eran considerados con el nombre ya antes mencionado.
En nuestra ciudad existían cinco de ellos, nuestra comandante, los tres jefes de brigada y el líder del Cuerpo de Soldados.
La idea de ser uno de ellos era tan vibrante como para hacerme querer saltar, pero me contuve por obvias razones. Cosa que no le importó mucho a nuestro capitán, la cual cogió uno de los artefactos y comenzó a gritar como niña con muñeca nueva. A ella se le otorgó algo al nacer que nadie más poseía. Una personalidad que no podía ser medida, lo cual la hacía impredecible incluso para nosotros. En una situación seria podría llegar a estallar a carcajadas. En una reunión para pasarla bien y divertirse ella podría estar completamente inexpresiva; o incluso dormirse durante los entrenamientos y al día siguiente regañarnos por hacer lo mismo. Ella era el tipo de persona.
No poseía madera de líder, pero aun así la escogieron para serlo.
Mientras esta festejaba una chica se le acercó por detrás, deslizándose como serpiente al asecho. Tomando uno de los pequeños tornillos y mirándolo durante un par de segundos con una expresión de curiosidad e intriga en su rostro, para luego hacer lo impensable.
Tomó el dispositivo con dos de sus dedos por la zona en la que se mostraba la joya, y luego apuntó hacía su oído. Al ver esto Scarlett se precipitó con rapidez, sosteniendo su mano justo antes de que esta introdujera el objeto con fuerza en su oreja. Un suspiro de alivio resopló de nuestros labios, pero la calma no duró mucho. La cabeza de la gigante se abalanzó con fuerza hacia el objeto y se lo incrustó sin asco hasta el fondo. El sonido que se produjo cuando entró en su canal auditivo fue extraño, como si introdujeras un dedo en una herida sangrante y lo agitaras.
Todos quedamos en silencio, incluso nuestra comandante Romanova parecía impactada por lo que acababa de presenciar. Después de unos cuantos segundos de incertidumbre y asombro, los ojos de la chica miraron hacia arriba de forma perdida; luego dando un giro de ciento ochenta grados se desplomó contra el suelo.
¿Recuerdan cuando dije que no había nadie más tonto que Josh? Pues retiro lo dicho.
Ella era Maeve Faust, un caso especial entre los casos especiales. Descuidada, distraída y que no preguntaba antes de hacer las cosas. Incluso con 1,90 cm de estatura y 91kg de puro músculo teníamos que centrar la mayor parte del tiempo en ella, para evitar que por accidente metiera la mano dentro del compactador de metales porque vio algo bonito y brillante. Un bebé en el cuerpo de una mujer, eso era esa cabeza hueca.
—¡Con un demonio, lo que faltaba! Casi se saca el cerebro —indignada rezongó Lotus mientras se acercaba junto al resto de nosotros a socorrerla— ¡Genial! Y ahora está fluyendo sangre desde el interior de su oreja. Josh, cárgala y vamos a llevarla a la enfermería; con el permiso de nuestros superiores presentes, nos retiramos.
Su mirada iba dirigida hacia su líder de pelotón y su comandante. Las cuales asintieron de inmediato. El musculado cargó en sus fuertes brazos a la enorme Maeve y se fue junto a su hermana. Mientras se alejaban aún se podían escuchar las maldiciones que soltaba por la cloaca que tenía por boca Lotus.
—¡Esta idiota va a matarse un día de estos! ¡Ella y tú van a ocasionar que me salgan canas en los pelos de la vagina!
Por otro lado, ajena a toda la situación y como si no estuviese presente, la rubia Annie Gate estaba aún de pie en el mismo lugar en el que se detuvo cuando llegó. Con normalidad no solía incluirse en charlas o ejercicios a menos que fuera ordenado por Alyssa. Era el fantasma del grupo, no interactuaba y no se inmiscuía en asuntos que no fueran de su interés o conveniencia. Era ajena a cualquier concepto de equipo o sociabilidad.
Se encontraba en una postura recta con sus manos entrelazadas en la espalda, mirando como un autómata hacia el frente.
—Tú—Me dirigí hacia Annie, la cual siguiera volteó a mirarme—. Veo que estás muerta —La mirada lacerante que le envié junto con esa afirmación la hizo prestarme atención por un momento—. Ese no es el rostro ni la actitud de alguien que esté vivo. Ni siquiera te moviste un milímetro cuando ella cayó al suelo.
—¿Y eso te impresionó? —respondió—. No recuerdo haberme mostrado compasiva con anterioridad cuando la ineptitud de esa chica se dio a relucir.
Me observaba como si no valiera nada, como si fuera basura para ella. Esa mujer me hacía perder los estribos.
—Retira esas palabras o te sacaré los dientes a golpes.
Acercándome lo suficiente como para sentir su caliente respiración lancé mi amenaza.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que jamás me había tomado el tiempo de mirar a detalle el rostro de Annie. Era como ver una obra de arte hecha de porcelana. Sus ojos amarillentos resaltaban con intensidad, dándole una mirada cautivante, hipnotizante y a la misma vez incomoda. Ya que no pude mirarla más de tres segundos antes de intentar desviar la mirada.
—I would say, «Make me,» but you can’t.1 —objetó al cabo de un par de segundos—. No solo careces de la capacidad para hacerlo, sino que independientemente de si intentas tener la habilidad o no, luchar contra mí en este momento sería tonto.
Aunque tenía razón eso no me detendría, quería destrozar su apacible rostro y estaba a punto de hacerlo, pero justo cuando di un paso mostrando mi hostilidad Alyssa habló.
—Si las gatas ya terminaron de pelear hay asuntos que atender. Por el momento irán a la enfermería a que les coloquen el dispositivo correctamente. Llévense el portafolio —ordenó en un tono sereno—. Y luego de eso las quiero ver a todas en el área de entrenamiento.
Asentimos y cogí el maletín con los dispositivos, para luego dirigirnos al lugar sin hacer contacto visual entre nosotras en casi todo el camino. Por alguna razón Scarlett caminaba en medio de nosotras, como evitando que se produjera una confrontación en el trascurso del viaje. Y era totalmente capaz de lograrlo. Inclusive con su pequeño tamaño que apenas pasaba el metro y medio, ella podía patearme el trasero como si fuera un pedazo de estiércol.
—Kale —Así era como yo solía llamarla en privado—, ¿crees que Maeve esté bien?
Ella sonrió.
—Tanto tú como yo sabemos que ella es una tonta. Nunca piensa tanto sobre las cosas, así que seguro regresará diciendo que tiene hambre. Tú no te preocupes.
Ya todos conocíamos a esa chica, y en los últimos años se había lastimado unas muchas veces. Eso obviando los momentos en los que pudimos prever sus estupideces, pero era algo de esperarse.
Durante el tiempo que charlamos de cosas banales acabamos en lo más recóndito de nuestro distrito, el Barrio Abnegado. Pues teníamos que atravesar dicho lugar para poder llegar al ala médica. Me preguntaba cómo Lotus y Josh atravesaron ese lugar tan rápido.
Era un sitio deprimente, el hogar de los marginados; enfermos, huérfanos, mutilados y prostitutas era solo una pequeña porción de lo que podrías encontrarte al mirar en cualquier dirección. Muchos carecían de un techo para dormir. Un sitio sin regla ni ley alguna, la existencia allí se convirtió en un sálvese quien pueda para hombres, mujeres y niños por igual. Los delitos o la violencia no tenían ningún tipo de consecuencia; no había nadie a quien recurrir si te golpeaban o robaban. No existían la seguridad ni las cárceles en ese pequeño paraíso olvidado. Los vecinos se robaban entre sí, se saqueaban tiendas, se acaparaban provisiones, y se dejaba que los niños se murieran de hambre abandonados a su suerte. Se convirtió en una pulseada de los fuertes contra los débiles, y daba la casualidad de que los fuertes solían ser personas vulgares. En tiempos como aquellos, la humanidad pierde la fe. Sin tener a nadie a quien admirar, a nadie en quien creer, todos nos convertíamos en ratas que gorroneaban en las alcantarillas.
Los que no tienen dignidad pueden sobrevivir si tienen comida. Los que no tienen alimentos pueden soportar el hambre, siempre y cuando tengan dignidad. Pero aquellos que han perdido ambos dejan de preocuparse y desesperadamente se aferran a cualquier cosa.
Me preguntaba muy a menudo por qué dejaron entrar a ese tipo de personas. No aportaban nada e incluso así se les dio el derecho de seguir viviendo. ¿Por qué? Prolongar su sufrimiento era incluso peor que dejarlos morir. Eso sin mencionar el hecho de que se cagaba en la más importante regla de la ciudad. Si no aportas nada a la ciudad, no le sirves a esta.
Me sentía sucia en ese lugar, como si en cualquier instante la podredumbre de esas personas fuera a asfixiarme. No tenía lástima por ellos. Esa era la vida que habían escogido mucho antes de pertenecer a nuestro submundo. Sus propios pies los llevaron a ese abismo del cual no había salida. O al menos eso pensaba hasta ese día.
Cuando transitábamos por aquel sitio de mala muerte de repente escuché un cantar, y me detuve en el acto. Era la voz característica de una joven.
La luna silenciosa está mirando.
Dentro de tu cuna.
Te diré cuentos de hadas.
Y te cantaré cancioncitas.
Pero debes dormir, cerrados tus ojitos.
¡Arrurú, arrurú!
Volviendo mi cabeza en dirección a la melodía, pronto me di cuenta de que provenía de lo ancho y oscuro debajo de un destartalado puente, fabricado con láminas de zinc. Ese día pude simplemente haberlo ignorado y continuar como normalmente haría, pero por alguna razón me sentí en extremo atraída y curiosa por la voz, lo que me condujo a instar a Scarlett a mirar bajo la plataforma.
Había una silueta oscura escondida entre las tinieblas y la voz provenía de allí. Así que me acerqué lo más que pude agachándome, fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que era y me lamenté del haber ido.
La cantante era una mendiga vestida con harapos. A pesar de que ella tenía buenas características faciales y un hermoso cabello de color ceniza, sus ropas estaban manchadas y la capa que la cubría estaba grasienta, dando un mal estado general de impresión. La niña al escuchar mis pasos me tendió un cuenco de metal con ambas manos y cantó para mí. En un trozo de tela granate junto a ella estaban las palabras, “Soy una niña huérfana del barrio Abnegado. Necesito comida para alimentar a mi hermanita. Por favor, da lo que puedas.”.
Y estando de pie frente a ella, aunque era grosero decirlo de una chica, podía percibir su mal olor corporal.
—Hey, pequeña. —Me dirigí a ella en voz baja.
—¿Sí? —La niña dejó de cantar y sonrió levantando la barbilla.
—¿Cómo te llamas?
—Ruby.
Hasta ese momento no había notado nada inusual, pero algo era extraño. La visión de la niña era bloqueada por un trozo de cuero muy sucio de una tonalidad terrosa. Así que mi primera deducción lógica fue que ella era ciega, pero pronto me di cuenta de que no era simplemente eso.
—Ruby, ¿qué pasó con tus ojos?
—Oh, eso —La pequeña frotó con suavidad por encima de la tela y luego prosiguió—. Fueron quemados con acero caliente que se vertió en ellos.
Esas apacibles, pero crudas palabras me dejaron sin habla. Por un momento en mi ignorancia pensé que lo había hecho ella misma. Pero la niña pareció sentir la vacilación en mí interior y negó con la cabeza.
—Unos soldados vertieron acero caliente sobre ellos. Dijeron que me facilitarían el trabajo de mendiga. Pero no me molesta —admitió con extrema humildad.
—¿Por qué no te molesta?
—Porque no puedo pensar en otra forma de alimentar a mi hermana pequeña. Y porque la madre que nos abandonó odiaba el color de mis ojos —explicó con demasiada tranquilidad y una radiante sonrisa—. Decía que se veían como los de ellos, iguales a los de aquellos monstruos tóxicos que escaparon hacía la superficie.
Esa confesión me dejó un sabor amargo en la boca, ¿qué clase de madre le diría eso a su hija? Aunque podría colocarme un poco en los zapatos de la madre. Seguro la niña era hija de uno de los sujetos de prueba que escaparon. Se decía que estos heredaban un rasgo como consecuencia de un efecto secundario conocido como “Pantano negro”. Que era cuando la esclera del ojo se tornaba oscura luego del nacimiento. Esto no significaba ningún tipo de riesgo, pero les daba a los pequeños una mirada aterradora, similar a la que tenían los Tóxicos.
—¿Y aun así cómo puedes sonreír?
Incluyéndose en la conversación, el autómata llamado Annie le preguntó a la chica.
Su intervención me hizo impresionarme y aunque su pregunta había tomado un giro doloroso, yo también quería saber el motivo de su sonrisa. La niña parecía sonreír con persistencia en su rostro. Lucía como una guerrera de adversidad inimaginable. Y a pesar de que esta era una palabra utilizada con rareza para una chica tan pequeña, ella era como una santa.
Pero la pregunta no fue respondida, la pequeña solo extendió las manos en silencio en dirección al rostro de la rubia. La cual se quedó estupefacta al principio, pero una vez que se dio cuenta que la chica no quería hacerle daño la dejó hacer lo que deseaba. En lugar de sus ojos ciegos, las manos de la niña trazaron los rasgos de Annie desde su cabello; cara, cuello, clavícula y hombros cepillando sobre ellos, hasta que finalmente el infante levantó su rostro con lentitud.
—Eres bonita. Apuesto a que los chicos no pueden dejarte en paz, ¿cierto? —La sonrisa de la niña se hizo más grande—. Sabes, no puedo vivir sin depender de otros, así que naturalmente aprendí a sonreír. Además, ya no sé qué cara hacer más que esta. —El rostro de la niña se torció en una sonrisa amarga y encorvó sus hombros un poco.
»Recientemente, he sido golpeada muchas veces y me han dicho palabras sucias. Me gritan a menudo, lo cual es un poco doloroso. Pero no puedo hacer nada contra eso.
En ese momento un transeúnte, específicamente un soldado STAT que patrullaba. Lanzó algo metálico en su tazón. La pequeña sonrió con suavidad y dio las gracias en voz baja.
Miré el interior del cuenco para ver qué le había aventado y visualicé la lengüeta de un suéter, lo que me hizo sentirme asqueada. Girándome con rapidez intenté buscar con la mirada al hombre burlón, pero este pronto desapareció de mi vista entre uno de los callejones.
—Es peligroso que estés aquí, sé muy bien el tipo de personas que son esos soldados. Podrían matarte o violarte si quisieran y nadie podría ayudarte —le advertí volviendo la mirada hacía ella.
—Raisa tiene razón —afirmó Scarlett—, por eso que no debes mendigar. Todo el mundo tiene sed de sangre en este barrio, por lo que es arriesgado para ti estar aquí.
Entonces, la niña tartamudeó por primera vez. Era obvio que deseaba excusarse, así que me adelanté para que no lo hiciera y colocando mis manos sobre sus hombros le hice prometerme que no volvería de nuevo.
La pequeña se retorció indecisa, pero al final se enfrentó a mí y dijo “Está bien”, en voz alta. Exhalé por la nariz, podría descansar tranquila esa noche. Pero aún faltaba algo, así que metí mi mano por debajo de mi camisa y me saqué el collar de rubí que mi padre me regaló en mi noveno cumpleaños, para luego colocarlo en sus manos y apretarlas con algo de fuerza.
En nuestra sociedad se comerciaba con piedras preciosas, entre las cuales; esmeraldas, rubís, diamantes y zafiros suponían las de mayor valor. Pero solo recibías un pago si eras miembro oficial de alguna facción. Ese pequeño trozo que colgaba de mi cadena era lo único que poseía y de paso era un regalo de mi papá, pero estaba segura que esa pequeña lo necesitaba más que yo.
—Es todo lo que tengo. No es mucho, pero es un rubí, así que podrás obtener alimento por un mes al menos —le dije dejando el collar en sus manos.
La chiquilla tomó el objeto y lo sostuvo entre sus magullados dedos. Después de frotarlo con lentitud ella se lo llevó a la nariz, y respiró en profundidad el olor a través de sus fosas nasales. —Como si en realidad pudiera sentir el aroma de esa gema.
—¿Un rubí? ¿Para mí? ¡Gracias!
Para agradecerme, la chica cruzó las manos delante de su pecho y levantó su barbilla, luego comenzó a cantar bajo y en silencio. Cuando su voz eventualmente se hizo más fuerte y fue más alto, la solemne y clara soprano se levantó, tomo su cuenco y empezó a caminar entre el tumulto de la ciudad. La suave melodía que salía de sus labios se iba extendiendo poco a poco.
Después de haber suficiente distancia entre nosotras y voltearme para seguir mi camino, miré hacia atrás a regañadientes.
La voz que cantó una bendición continuó, pero por alguna razón, sonaba un poco triste. No comentamos nada después de eso, solo nos alejamos de ese lugar dispuestas a encontrarnos con el resto del equipo.
***
Al llegar a la sala de asistencia médica y mostrar los artilugios, los enfermeros nos guiaron hasta una zona completamente blanca donde nos esperaban seis camillas. Lotus, Josh y Maeve ya se encontraban allí reposando sus cuerpos encima de estas.
Tal parecía que ya habían solucionado el accidente con Maeve, porque esta llevaba una venda en su oreja izquierda. Y se notaba no haberle afectado para nada, su comportamiento distraído seguía siendo el mismo de siempre. Estaba comiendo, justo como Scarlett dijo y ni siquiera logró darse cuenta que estábamos allí hasta que la saludé con mi mano en silencio. En eso apareció abriendo la puerta frente a nosotros un hombre mayor, de unos cuarenta años más o menos. De porte regio e imponente, con una cicatriz en su ojo izquierdo, el cual resaltaba a simple vista por su iris azulada.
Él era Frank Gate, mejor conocido como “El lobo” —Debido a la máscara con forma de lobo que solía utilizar casi todo el tiempo—. El mejor amigo de Romanova y líder del Cuerpo de Soldados; así como también padre de Annie.
El Cuerpo de Soldados también conocido como STAT (The Special Tactical Anti-Toxins unit) era una rama de las divisiones militares. Estaban encargados de servir al Comandante Supremo de la ciudad y mantener el orden en esta. Fue el grupo más prestigioso ya que solo los 6 mejores calificados de cada ciclo podían unirse.
Más allá de ser el grupo más prestigioso por su trabajo que les permitía vivir en comodidad sin ir al exterior. Era una de las divisiones militares más dañadas y corruptas debido a la falta de control en comparación a otros sectores del ejército. Se suponía que el Cuerpo de Soldados era la elite del ejército y contaba con el mejor personal militar que existía, sin embargo, la realidad era otra y es que sus integrantes eran los hombres más inservibles y corruptos de la milicia. Constantemente abusaban de su autoridad con fines personales y en el caso de los más veteranos, siempre dejaban las tareas más molestas a los recién llegados mientras pasaban el tiempo rascándose la barriga y cogiendo prostitutas. Aunque se componían únicamente de los reclutas que ingresaron al top cinco de su ciclo, la inexperiencia en combate los hacía inútiles, ya que solo permanecían dentro de la cuidad, específicamente en el distrito Diamante y no participaban en las batallas contra los peligros del exterior.
Los superiores robaban los impuestos de los ciudadanos y se apoderan ilegalmente de sus tierras. Sus actos de corrupción eran un hecho que los habitantes de Paraíso Sombrío conocían muy bien, constantemente los criticaban por no trabajar más que para sí mismos. A pesar de todo, muchos de los regulares soñaban con unirse a estos ya que les permite vivir dentro de la cuidad, sin correr peligros importantes. Al estar relativamente cerca del centro del territorio humano, ninguno de sus miembros adquirió experiencia a la hora de luchar contra las amenazas que habitaban la superficie de su mundo, en comparación a la Brigada de Exploración. Esto, sumado a la tergiversación, la falta de disciplina y el odio que había despertado entre los civiles la convertían en la división militar más incompetente de todas.
Frank Gate con normalidad solía supervisaba el área donde se encontraba la sede principal de los soldados, en el distrito Diamante. Pero ese día estaba allí sin el usual uniforme característico de su facción. De hecho, estaba llevando puesta una bata y parecía un científico más. No me hubiese fijado en que era él si no visualizaba la cadena que colgaba en su cuello con seis monedas entrelazadas.
—¿Qué tanto me miran putas de mierda? Es como si nunca hubieran visto a un hombre. Como sea, hoy me toca colocarles los dispositivos, pero no prometo que les encante —advirtió con una seriedad que era propia de un soldado—. Así que dejen el maletín en mis manos y suban en las malditas camillas.
Unos asistentes que estuvieron esperando todo el tiempo detrás de él se acercaron hacía mí, quitándome el objeto de mis manos. Y posteriormente como nos fue ordenado, los tres miembros faltantes de mi equipo nos recostamos en las pequeñas e incomodas camas de sábanas blancas.
Estaba un poco nerviosa, no les voy a mentir. La idea de que te introdujeran un objeto filoso en el oído no se escuchaba para nada relajante. Pero yo tenía un método para despejar mi angustia. Cuando era pequeña y solía tener miedo cerraba mis ojos y colocaba mi mente en blanco, logrando que al instante el mundo desapareciera llevándose con este mis temores. Así que eso fue lo que hice.
Pero fue difícil lograrlo esa vez. La atmosfera se tornaba cada vez más fría. Escuchaba el látex de los guantes al ser estirados y sacudidos. Ese lugar tenía ese inconfundible aroma a hospital que tanto odiaba. Solo quería que eso acabara pronto para poder alejarme de allí. No entendía muy bien por qué repudiaba eso, aunque me imagino que debía ser a causa de mi padre. Antes que este muriera buscando una cura para aquella misteriosa enfermedad, yo solía visitarlo cada vez que me era permitido y asociaba aquella fragancia con la presencia de él. Y al aspirar ese olor, pero ya no sentirlo cerca me dejaba un mal sabor de boca.
Ninguna niña debería ver como el rostro de la persona que más ama se contorsiona con tanta fuerza del dolor, que ya ni reconocías su cara. Eso es algo que una pequeña jamás tendría que observar.
—Bien, comenzaré con la enana. —La voz de aquel que llamaban “El lobo” despejó mis pensamientos.
Centrando mi atención en lo que sería uno de los gritos más desgarradores que jamás había escuchado en toda mi vida. Pero quedé todavía más en shock cuando ese grito se convirtió en una risa incontrolable. Un escalofrío recorrió mi cuerpo como una serpiente enrollándose en su presa. La mente humana y el cuerpo son cosas diferentes. No importa cuán noble puede ser tu mente, el dolor doblara tus rodillas y el placer te ahogara. Así es como reacciona tu organismo. Cuando tu sistema llegue a la cúspide, la mente no será capaz de resistirlo.
¿Sería eso lo que le sucedió a Scarlett en ese momento? Me costaba bastante creerlo, pero todo era posible. Y si el orden de las camillas era correcto yo sería la siguiente. Largas sábanas perladas cubrían la vista a mis costados, por lo cual no pude ver nada de lo que le hicieron, pero pronto lo averiguaría.
Cuando la risa cesó y vi la cortina elevarse casi me ahogo con mi propia saliva. Instintivamente mi cuerpo retrocedió un poco al visualizar los guantes cubiertos con gotas de sangre, que goteaban con lentitud.
—De acuerdo, tu turno. Ahora acuéstate y no te muevas o podría perforarte el cerebro —ordenó como un viejo amargado y cansado.
Sí claro, no temas que solo vamos a abrirte el cráneo —pensé de inmediato.
Pero no me quedaba de otra que obedecer. Intenté tomar una bocanada de aire antes de entregarme por completo al dolor que con seguridad experimentaría. Aquel hombre no quería perder el tiempo y se le notaba que deseaba acabar con todo lo más pronto posible, porque apenas me acosté y cerré los ojos percibí como introducía el aparato dentro de mi canal auditivo y luego este se expandía, presionando con fuerza las paredes en el interior de mi oreja.
Como por arte de magia todo quedó en silencio luego de eso. Fue un suceso extraño, me dolía la garganta; no podía respirar. A lo lejos escuché el grito de alguien y fue cuando me percaté de que mi laringe dolía tanto porque era yo quien gritaba. Pero continuaba siendo inusual, mis sentidos se estaban apagando con rapidez y mi cabeza ardía como si prendieran un soplete desde adentro.
—¡¿Por qué coño gritan tanto?! —exaltado vociferó el amargado hombre.
Mientras tanto mi conciencia se desvanecía como un copo de nieve en un sartén caliente.
—Señor, quizá sea porque no le suministró la anestesia.
Añadió uno de sus asistentes con un temor en su expresión que era claramente visible.
El hombre no me dio la anestesia.
—Que hijo de puta.
Después de maldecirlo en un tono de voz apenas audible todo se volvió abstracto, y me desmayé.
1.Te diría: «Oblígame», pero no puedes.
Comments for chapter "01"
QUE TE PARECIÓ?