Tres Espadas - 14
Capítulo 14: Bajo arena
—¡Se… señora Queen! —exclama Cal. Los demás jóvenes que presencian el acto huyen despavoridos por la presencia intimidante de la pelirroja mujer, Cal suelta su espada de madera e igualmente intenta huir junto a los demás jóvenes, pero Zelica lo sujeta por el brazo.
—Escúchame bien —Zelica mira fijamente a los ojos de Cal y le susurra sin que Desmont llegue a escuchar—, como intentes de nuevo hacerle algo al pequeño, te romperé las piernas.
Zelica suelta al niño, quien corre horrorizado en el preciso instante que la mujer lo deja ir. Zelica se levanta y mira a su alrededor, dándose cuenta casi al instante que el demonio del cuerno agrietado observa desde una ventana de los pisos superiores de la mansión, La mujer pelirroja lo mira con ira y resentimiento.
—¿Estas bien, niño? —Zelica socorre a Desmont, el joven intentando demostrar indiferencia del suceso, se levanta con una pequeña sonrisa y sacude su ropa un poco, pero algunas lágrimas casi saliendo de sus ojos lo delatan—. Creo que pasaste bastante tiempo por acá, ¿por que no vuelves a casa?, cuando estuve por allá, sentía a Sol algo solitaria.
—S-si, pienso lo mismo, tendrá mucha hambre —dice Desmont mientras intenta no estallar en llanto. Desmont se despide de Schnee y su hermano pequeño.
—¿Por qué te vas tan pronto, Desmont? —Schnee pregunta.
—¿Tiene algunas cosas que hacer en casa? —Zelica responde por Desmont, quien juega un poco con Agarres para despedirse. El carruaje que los llevará de vuelta se estaciona frente a la gran mansión, pero antes de dar un paso fuera de las puertas que llevan al jardín, una voz detrás los detiene.
—Señorita Zelica, ha perdido un poco los modales, antes tenía la decencia de saludar. —Zelica y Desmont voltean para ver que la voz provenía del hombre de traje y cuerno roto.
—Desmont, ¿por qué no vas llevando tus cosas al carruaje? —dice Zelica a lo que el pequeño asiente con la cabeza y camina con sus cosas hacia el carruaje, en el momento que Desmont se encuentra lo suficientemente lejos, Zelica le dirige la palabra al hombre—Así que desquitas tu rencor por medio de su hijo, ya habías caído bajo, pero esto es pasarse ¿no?
—No se de que me hablas, Zelica —dice el hombre mientras deja ver una pequeña sonrisa.
Zelica entra al carruaje, los látigos suenan y el carruaje entra en movimiento, la mujer mira al pequeño mestizo sentado a su lado, mirando melancólico por la ventana del vehículo, su mirada perdida en el paisaje demostraba con claridad que sus estado de ánimo no era el mejor, Zelica se inclina hacia delante y le habla al oído al conductor. El niño mirando por la ventana se percata que el carruaje da vuelta de la nada.
—¿Zelica, por qué nos devolvemos? —preguntó el niño.
—Iremos a un lugar antes. —dice Zelica. El carruaje en el que viajan pasa por múltiples estaciones en la que soldados administran el paso, aunque sin ningún problema pasan cada uno de ellos, el camino los lleva a un diminuto castillo parecido a un templo, hecho de arena sólida y metal.
—¿Pero mira quien tenemos por acá? La mismísima Queen, no pensé verte tan seguido por acá —Uno de los dos soldados habla.
—Hola Raul. —Zelica saluda al soldado, mientras que el otro permanece en silencio e inclinado en forma de respeto.
—¿Y… quién es este niño, ahora eres niñera o que?
—¿Por que ahora todos me dicen lo mismo? —Zelica susurró para ella misma—. ¿Sabes por que no solo me das paso y evitas que te de una patada en el trasero?
Zelica y su pequeño acompañante entran a lugar, donde de lo diminuto que es solo se encuentra una plataforma vacía, rodeada de engranajes y cadenas, el guardia de antes entra con ellos a la plataforma y coloca su mano enfrente de un altar, un círculo mágico aparece en el, luego de algunas variaciones del círculo mágico la plataforma comienza a moverse, más precisamente a bajar. El lugar al que se dirigen es muy profundo, se llega a inferir por el largo tiempo que toma a la plataforma en bajar, el sitio al que llegan ya se puede ver mientras siguen bajando, Desmont observa una inmensa cantidad de celdas de arena y metal que alberga a un gran número de personas detrás de los barrotes. La plataforma sigue en declive, algunos de los individuos dentro de las celdas aluden a la pelirroja mujer no muy cordialmente, hasta algunos de manera explicita y vulgar.
—Por eso odio venir acá —dice Zelica algo desanimada.
El ascensor se detiene al final de la gigantesca cueva, las puertas se abren y el guardia acompañante da la señal de paso, transcurre un par de minutos caminado un pasillo con escasa iluminación que apenas se puede llegar a ver el sendero.
—Raul, ¿su habitación no estará llena de ya sabes… mujerzuelas? —habla Zelica—. Es que… bueno ya sabes, no quiero que el pequeño…
—No te preocupes, las trajeron la semana pasada —responde Raul, para luego después reírse un poco.
El camino los detiene unas colosales puertas, que la mantiene cerrada tres filas de sellado mágico, Desmont es maravillado por la inmensidad del portón, se acerca y la toca con sus dos manos, sin embargo su expresión pasa a la confusión de inmediato.
—Zelica, ¿por qué esta puerta es de madera?—pregunta Desmont—. Las otras celdas que vimos parecían de metal.
—No parecían, son de metal, esta es la única puerta de todo este lugar que es de madera —responde Zelica con su distintiva sonrisa.
—¿Por que esta en la única que es de made…? —dice Desmont, pero es sorprendido por la luz que emite las puertas al estar siendo abierta por el guardia, la fila de sellos mágicos que las mantiene cerradas se van removiendo uno por uno, hasta que por fin el portón por si solo empieza a abrirse. Las puertas llegaron a estar completamente despejadas, Zelica y Desmont entran, el guardia espera fuera, al entrar Desmont se expresa muy sorprendido, pasó de estar en un prisión de maxima seguridad a un biblioteca, el lugar en el que ingresaron esta llego de libros por doquier, empinados estantes repletos de libros tan así que incluso hay montañas de libros tirados en el suelo, caminan hasta llegar al centro de la espaciosa zona. Un hombre de extenso cabello, larga barba y extraordinarios cuernos se encuentra sentado en una especie de trono, justo en la mitad del sitio, sentado de forma irreverente, inclinado, con una pierna montada en el porta brazos, un brazo balanceado fuera del asiento y su cabeza tirada hacia atrás apoyada en el espaldar del trono mirando al techo sin que se le pueda ver por completo su rostro.
—¿Qué quieren? —dice el misterioso hombre.
—Uno viene a visitarte y ¿así me tratas?, que cerda malagradecida. —Zelica le responde al hombre haciéndole burla con sus comentarios, el hombre responde a carcajadas.
—No puedo creer que vengas tan seguido —El hombre levanta su cabeza, mira hacia delante con una sonrisa pícara y se da cuenta que la mujer no viene sola, viene con un pequeño a su lado—. Así que vienes acompañada… ahora, ¿eres una niñera o que? ¿Quién es ese niño?
—Dios… Lo de «niñera» ya está dejando de ser gracioso —dijo Zelica para después suspirar— ¿Quién más crees que es? ¿Eres estúpido o que, Yermos?
Desmont se asombra y toma conciencia de quien tiene a unos pasos de él.
—¡Papá! —grita Desmont al mismo tiempo que se abalanza contra su padre.
—Ehhh, pero si eres tú… —habla Yermos que mira a Zelica porque claramente no se acuerda el nombre de su propio hijo, Zelica se lo dice solo moviendo sus labios— ¡Desmont!, tiempo sin verte.
—¡Yo también te extrañe, papá!
—¿Cómo te ha ido? —pregunta Yermos.
—¡Super bien! —exclama Desmont que después de sentarse un par de minutos en las piernas de su padre, procede a explorar el lugar mientras Zelica se queda hablando con Yermos.
—Tu familia lo rechaza —le dice Zelica al hombre.
—¿Y que esperaba que sucediera? ¿Que lo quieran como a sus propios hijos?, pues no —dice Yermos que toma una botella a su lado y le da un buen trago.
—Por lo menos esperé que disimularan un poco su odio, pero ni eso hacen.
—¿Esperas que haga algo? —habla el demonio de grandes cuernos que mira a la mujer con un gesto de pereza.
—Para nada… nunca espero nada de ti. —La mujer pelirroja con los brazos cursados y sus ojos cerrados, comenta—, solo te mantengo informado.
El pequeño Desmont corre contento hacia su padre, con una caja entre sus manos, llena de cristales de diversos colores y muchos con marcas extrañas grabadas en ellas.
—¿Qué es esto, papá? —El niño pregunta. Yermos toma uno de los gritarles y toca la parte de los símbolos, de la nada una música extraña emerge del cristal.
—Son cristales del recuerdo —Yermos responde—, pueden capturar tanto el sonido como la visión de un momento dado, en el reino humano usan algo llamado grabadoras y cámaras, pero como los demonios no tenemos eso usamos estos cristales, los utilicé para guardar las canciones del Cacique.
—¿El Cacique? —preguntó el pequeño.
—Si, él era un cantante muy famoso entre los humanos, hacía canciones muy buenas —animado Yermos le responde a su hijo, aunque en el instante ese ánimo se convierte en lamento—. A ella le gustaban mucho.
—¿A ella? —confundido el niño pregunta.
—No nada, olvídalo, si quieres te puedo regalar una, tengo algunas que no he usado, puedes usarlas para plasmar lo que tu quieras. —El niño muy alegre acepta el regalo de su padre. El tiempo de visita había acabado, el guardia hace una señal para que los visitantes sepan que deben despejar el área, el pequeño mestizo se despide y sale de la celda de su padre, las grandes puertas se cierran nuevamente y los sellos para mantenerla cerrando se activa también. Zelica deja a Desmont en la puerta de su casa.
—¿No vas a entrar? —pregunta el niño justo antes de tomar la perilla de su casa.
—Tengo cosas que hacer, nos vemos otro día, niño. —Desmont luego de las palabras de Zelica entra a su casa, nada más entrar y dar un par de pasos dentro de las oscuridad de su hogar, escucha un breve gesto de dolor, enciende los orbes de luz de la casa y ve cómo está pisando la cara de Sol—. Oh, ya llegue, Sol.
Comments for chapter "14"
QUE TE PARECIÓ?