Yankee love © - 01
El adversario asistió a la hora indicada. La sombra que proyectaba era tan inmensa como su corpulento cuerpo. El uniforme escolar rasgado por anteriores peleas, y la barba mal afeitada, le otorgaban una apariencia adulta difícil de esconder. Kimura recorrió la mirada sobre él, tratando de aceptar que era de un estudiante.
—¿Se supone…? —empezó diciendo, frunciendo el ceño ya marcado como su sello personal—. ¡¿Se supone que pelee con este monstruoo?!
Los demás yankees lo rodearon, la iniciación de Kimura se decidiría si vencía a tremendo sujeto.
—¿Cuál es el problema? —preguntó uno de los espectadores, acercándose al círculo formado en el patio trasero durante la primera hora de clase.
—¿Es una broma?… —Hizo una mueca nerviosa y temblorosa—. ¡Este sujeto tiene cuarenta años!
—¿Cuarenta años? ¿Yo? —preguntó incrédulo de la edad que aparentaba. Colocó el dedo índice sobre su mentón y pensó al respecto.
—Todavía lo preguntas, ¿no te has visto al espejo? ¿Pretenden que venza a un sujeto que no es un estudiante?
—No te estamos engañando, hermano —intervino nuevamente el espectador—. Es un estudiante. —Le dio un pequeño empujón para adentrarlo al ring.
—Fue cruel lo que dijiste sobre mi edad. —El gigante parecía ofendido con el comentario, notándose frágil emocionalmente. Los labios se contrajeron en una expresión de angustia y los ojos llorosos lo enternecieron, se veía como un niño al ser insultado.
—E-espera. —Kimura desistió de agredirlo, aún confundido por la desafortunada iniciación.
El puño imparable lo derribó sin tener en cuenta el malentendido.
Otro falló se agregó a su larga lista. Kimura se entrenaba a menudo, había vencido a muchos contrincantes en diferentes circunstancias, pero a la hora de su prueba para entrar al grupo, la suerte no estaba de su lado.
Desde el año anterior tiñó su cabello decidido a interferir. El último tiempo se vio obligado a dejar sus estudios para cuidar a su madre, por lo que era mayor al resto de los estudiantes. Se consideraba un adolescente, ya que seguía viviendo su vida escolar como cualquiera, sin embargo estaba muy cerca de la adultez, lo cual sería problemático si cumplía la mayoría de edad estando en la preparatoria. Podría ir a la cárcel en las peleas habituales, tenía los días contados para que eso sucediera, por lo tanto, debía integrarse antes de que fuera demasiado tarde.
El actual jefe de la pandilla era prácticamente como una entidad misteriosa, todos sabían que existía, pero nadie lo había visto personalmente. Manejaba a los demás desde las sombras y les encomendaba misiones a quienes querían unírseles.
Kimura había desempeñado diversas misiones, ninguna resultándole exitosa. A pesar de eso, nunca dejó de intentar. Se planteó erradicar las peleas innecesarias, la fomentación del rencor entre pandillas que los catalogaban como peligrosos. Debía, recobrar el legado de su hermano mayor.
Despertó en la enfermería quince minutos después del golpe. La enfermera de turno se esforzó por colocarle una bolsa de hielo sobre la hinchazón de la mejilla, pero la avanzada edad de la anciana intervino en su motricidad, haciendo que la bolsa cayera sobre los ojos del yankee, abriéndose por haberla atado débilmente.
—¡Maldición! —Se exaltó respondiendo al frío.
—Buenos días, dormilón. —Sonrió la enfermera tomando el bastón recostado a la pared.
—¿Por qué sigues trabajando? —cuestionó reincorporándose, secándose el rostro empapado con las mangas del uniforme.
En realidad nadie sabía el motivo de su insistencia en seguir trabajando, ni el acuerdo con el director para continuar allí. Existían muchas mujeres en la ciudad capaces de ocupar su lugar, más enérgicas, atentas, eficaces y principalmente, más jóvenes.
Sus visibles ochenta años se reducían en una confección física de no más de un metro y medio. Con una curvatura notoria en la espalda, un rostro arrugado hasta el punto de cubrirle los ojos achinados, casi cerrados por la acumulación de una miopía sin tratar.
—Si fueras un cliente y me pagaras por atenderte, me volvería millonaria —dijo para después toser en busca de aliento. No era la primera vez que Kimura presenciaba la muerte rodeándola.
—Es escalofriante estar cerca de una persona que todo el tiempo está a punto de morir —comentó.
En respuesta, la enfermera le probó que todavía le quedaban fuerzas para vivir unos cuantos años más. Tomó un frasco sobre la mesa y se lo lanzó sumándole otra hinchazón a su ya lastimada cara.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Qué demonios te pasa?! —exclamó sobándose la nariz adormecida del golpe.
—¡Regresa a clase antes de que te expulsen! —lo regañó.
Había conocido al hermano mayor de Kimura, a diferencia de él, era responsable en sus estudios. El descuido de la madre que compartían luego de enfermar, le dio más libertad a Kimura de decidir sobre sus prioridades, volverse un yankee era más importante.
Kimura se levantó de la cama y caminó hacia la puerta.
—Jovencito, olvidaste tu billetera —le alertó.
—Gracias —regresó, la revisó rápidamente corroborando que todo estuviera en su lugar y suspiró—. Esos desgraciados no me robaron nada.
—No tienes buenos amigos —agregó apenada.
—Ellos no son mis amigos. —Volteó, para finalmente retirarse.
Deambuló por los pasillos con las manos en los bolsillos del pantalón, balbuceando para sí mismo, recordando el más reciente fracaso. Sin percatarse, la presencia de una chica se fue acercando caminando en dirección opuesta.
—Tres, cuatro, cin-cinco seis —contó mientras se balanceaba de un lado a otro llevando una pila de cajas apiladas que le impedían tener una visión completa de hacia dónde iba.
Los metros de distancia fueron acortándose hasta que ambos elevaron la cabeza sin detener el choque frontal, provocando que la pila de cajas se desbordara. Kimura no se movió, apenas visualizó el obstáculo, en cambio la chica cayó de espaldas.
—Du-du-duele. —Se tocó la nalga derecha entre quejidos.
—¿Estás bien? —preguntó agachándose a su altura.
Era una estudiante que cursaba un grado inferior. Tenía el cabello lacio, amarronado y corto por debajo de las orejas, una coleta amarrada a un costado con un pequeño lazo. Lo que más le llamó la atención, fueron los ojos rosados, grandes ojos adornados por largas pestañas.
Ella vio a Kimura por primera vez, ya que al estar en un edificio grande, la distribución de los salones los alejó durante dos meses. Uno de sus compañeros de clase formaba parte de la pandilla y su apariencia le recordaba mucho.
—¡Ah, lo siento! ¡Por favor no me golpees! —exclamó.
—No lastimo mujeres ni personas que no se lo merezcan. —Extendió la mano para ayudarla a levantarse, pero no terminó de convencer a la chica.
—Estoy bien, estoy bien. —Se puso de pie con rapidez.
Se quitó el polvo de la falda y recogió las cajas con dificultad. Era posiblemente la joven más pequeña que conoció dentro de ese lugar.
—Déjamelas. Se ven pesadas para ti. —Tenía tiempo de sobra antes de que finalizara la jornada, no quería regresar al salón.
—¡No, no te molestes en…! —Se tambaleó en su desesperación por escapar de la situación.
Kimura tomó las cajas sin demostrar esfuerzo.
—¿A dónde te dirigías?
—A-al salón del fondo —respondió automáticamente para no hacerlo enojar.
Ninguno habló en el trayecto. La chica se ubicó dos pasos detrás del yankee, aún temerosa por acompañarlo. Cualquiera podría malinterpretar su acercamiento a alguien así, aunque no tuviera amigas que se preocuparan por eso. Los rumores corrían fácilmente, la reputación de una corta vida como la de ellos, era más preservada que la de un adulto. Todos querían disfrutar de su adolescencia con una vida escolar perfecta.
Arribando al salón indicado, la chica sacó una llave del bolsillo de su falda y abrió la puerta. El ambiente estaba oscuro, a pesar de que fuera de tarde. Encendió la luz e ingresaron.
Era una pequeña habitación con un escaso número de bancos y mesas desordenadas. Un cartel adherido al blanco pizarrón identificaba: “club de jenga”. Kimura lo leyó depositando las cajas sobre la mesa más grande.
—¿Esto es un club? Jamás lo imaginé. ¿No está algo apartado del resto de los clubes?
—¡Gracias por ayudarme! —Se reverenció la joven un par de veces a la velocidad de su impaciencia. Estaba completamente enrojecida, hasta podría expedir vapor de sus movimientos.
—Acabo de hacerte una pregunta, ¿estás sorda? ¿Eh? —Quitó el cartel del pizarrón y se lo enseñó.
No podía evitar hacer muecas con la boca, tal y como la extraña costumbre de los yankees al molestarse.
—E-eso es de otro año, no hay un club aquí. —Espantada, intentó ocultar la verdad.
—Ahora que lo recuerdo… estaba en las listas rechazadas de los clubes. Busqué uno para unirme el mes pasado. —Volvió a leer el cartel, a la vez que ella saltaba para arrebatárselo
— ¡No hay un club aquí! ¡Devuélvemelo!
Los saltos no alcanzaban la mano de Kimura, el que miraba detenidamente las letras coloridas, los dibujos de flores y corazones alrededor.
—Si te rechazaron, ¿por qué te instalaste aquí? —indagó demostrando cierto interés. Una pequeña como ella infligiendo las normas de la escuela, era algo nuevo.
—¡Tú lo dijiste! ¡Fue rechazado, es imposible que haya un club! —Dejó de saltar y apretó su falda con las manos temblorosas.
Desde la altura de Kimura solo veía una cabeza con abundante cabello brilloso, sin embargo percibió la impotencia al afirmarlo. Supuso que sus esfuerzos fueron en vano, así como le acontecía a menudo en su iniciación.
—Ya veo. Guardaré tu secreto, no tienes que preocuparte. —Le devolvió el cartel.
Ella lo aceptó y se aferró al papel arrugándolo contra su pecho. Con suave voz, casi imperceptible para el oído, le agradeció.
—Si necesitas ayuda con más cajas, búscame. No es bueno hacer esa clase de cosas solo —se despidió volteando hacia la puerta.
Ayudar a los débiles fue trabajo de su hermano, ahora le correspondía al pensar en tomar su puesto.
Saliendo al exterior, escuchó la campana de salida y posteriormente las exclamaciones de su mejor amigo, Tai:
—¡Kimura, espérame!
Se conocían desde niños. La amistad nació el día que Kimura se cayó de un tobogán queriendo volar como su superhéroe favorito. Tai fue quien acudió. Estuvo con él mientras lloraba por el pie raspado a causa de la áspera arena.
Hoy en día, Tai era lo que los extranjeros de habla inglesa llaman “nerd”. Llevaba anteojos redondos con una graduación bastante importante, el cabello negro cortado en línea recta rodeándole la cabeza ovalada. Dos dientes sobresalían de su boca como los de un conejo. Su estatura se había estancado en apenas un metro y sesenta centímetros.
Producto de las repeticiones de Kimura, ahora cursaban el mismo grado, estando a uno de terminar la secundaria. Las personalidades y tribus culturales que los diferenciaban, no eran un problema en su amistad. Se respetaban tal y como eran, a la vez que se complementaban. Kimura lo protegía de otros yankees y abusivos. Tai realizaba sus deberes, escribía resúmenes de cada asignatura.
—Tai, ya no estés gritando, tengo jaquecas. Me golpearon dos veces hoy.
—Ja, ja, ja, fallaste de nuevo —se rió Tai, cada anécdota de sus fracasos era más desafortunada que la anterior.
—Tsk, sí, ríete. Mañana lo lograré —chistó escupiendo a un costado.
—Sinceramente, me gustaría ver como modificas ese grupo corrupto por el orgullo. — Tai siempre llevaba una sonrisa despreocupada, lo que a Kimura le brindaba algo de seguridad. Posiblemente fuera la única persona que tenía fe en él.
Arribó a su hogar. Sus padres eran dueños de un hotel, cercano a los extremos de la ciudad, donde delimitaba una zona rural con bosques construidos para los turistas que gustaban de recorrer la naturaleza.
—He llegado. —Se quitó los zapatos y los guardó en un casillero especial para empleados.
—Bienvenido —lo saludó la recepcionista.
—¿Qué hay de nuevo? —preguntó Kimura buscando la llave de la habitación detrás de la recepción.
—Ha estado tranquilo —respondió la mujer probando otro bocadillo de una bolsa de frituras.
—Sigue así y engordarás.
—Vas a quererme aunque suba de peso. —Le guiñó el ojo.
Era una mujer adulta, pero se conservaba bien pese a los pésimos hábitos de alimentación, en más, los lípidos proporcionados en cada envase se acumulaban en una zona ideal, los senos.
Fue contratada por su padre como dama de compañía después del accidente de su esposa hace siete años. Estuvo tanto tiempo con esa familia, que prácticamente formaba parte de ella. Kimura le debía mucho por haber cuidado a la persona que más amaba en esos malos momentos, convenció a su padre de emplearla en el hotel cuando su madre no la necesitara. Al ser soltera y sin ningún familiar, accedió a vivir allí.
Con llave en mano subió las escaleras a ejercer sus labores. No recibía a los huéspedes, pero se encargaba de limpiar, cambiar las sabanas, realizar mantenimiento, etc. Cuando se trataba de contribuir con el negocio familiar, Kimura se transformaba en un obsesivo por la limpieza y el orden. Era su segunda cara, ninguno de sus compañeros lo conocía, a no ser Tai por supuesto.
Se ató un pañuelo blanco en la cabeza, tapando el cabello despeinado. Los guantes rosados de goma, de un tamaño menor a la talla de su mano varonil y para coronar su atuendo un delantal que le llegaba hasta arriba de la rodilla, con un detalle de un personaje moe sosteniendo frascos de productos de limpieza.
La presentación del máster de la limpieza era similar al de un protagonista shonen al acudir al lugar donde el villano se salía con la suya. Puso un pie dentro de la habitación del infierno, se sentía un calor sofocante, la presencia indiscutible de un enemigo difícil de derrotar, esas criaturas sinónimos de suciedad, las cucarachas.
La verdadera lucha del día, dio inicio.
—Vas a morir de una vez por todas.
Al día siguiente, un nuevo desafío se le presentó. El intermediario del jefe, Koji, le entregó una nota: “Debes vencer a la reina del jenga en su propio territorio.”
—¿La reina del jenga? ¿Qué es eso? —preguntó Kimura mordiendo un emparedado que no terminó de digerir por la mañana.
—No tengo idea, yo sólo entrego el papel —dijo Koji observando el emparedado con ansias de arrebatárselo.
—El jenga es un juego de habilidad mental y física —agregó Tai sentado en la misma banca—. Se juega con cincuenta y cuatro piezas de madera. Son ubicadas en una formación cruzada en niveles de tres piezas juntas, ordenadas de manera tal que coincidan con un perfecto cuadrado.
En tanto Tai brindaba su explicación, Kimura movió el emparedado de un lado a otro atrayendo la total atención de Koji. Era como un perrito pendiente de las sobras de su amo.
—Durante el turno, cada jugador debe retirar las piezas de cualquiera de los niveles utilizando únicamente dos dedos, el pulgar y el índice —le indicó los dedos adecuados descubriendo que su amigo no estaba atendiendo—. Te estoy hablando, amante de la limpie…
Kimura lanzó el emparedado para que el sujeto no supiera sobre esa faceta. Éste corrió detrás intuitivamente.
—Te entregaré las reglas por escrito si me prometes no espantar a la pobre chica que debes enfrentar.
—Recuerda hacer dibujos… ¿Dijiste chica?
—Sí, la reina, debes vencer a una chica en un juego. Sé lo competitivo que eres, trata de no espantarla.
—¿Por qué das por hecho que perderé? Es sólo un estúpido juego, puedo manejarlo.
Dos horas después, descubrió quién era la reina del jenga.
—No necesito cargar cajas hoy, gracias. —La adolescente que ayudó el día anterior, le cerró la puerta en la cara. Todavía le temía, más si volvía en menos tiempo de lo esperado. No asimilaba que hubiera sobrevivido de su encuentro.
Kimura tocó la puerta, de un modo poco piadoso.
—Abre no tengo todo el día. Quiero jugar contigo al genga.
«¿De qué está hablando?», pensó para luego responder:
—Has sido muy amable, pero estoy bien sola.
Luego de escucharla, hubo un silencio. La chica creyó que se había ido y abrió la puerta para verificarlo. De repente, unos enormes dedos vendados se aferraron a la puerta moviéndola hacia atrás. El rechinar acompañó como un soundtrack de terror, al lento, pero constante movimiento que finalizó mostrándole al responsable del terrorífico momento. Con ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja nuevamente le pidió:
—Quiero jugar contigo al genga.
—¡KYAAAAAA! —La chica cayó atrás en lo más aproximado a un desmayo que logró representar.
—… —Kimura no quiso preguntarle si estaba bien, con ver uno de sus pies temblar como un reflejo del susto ya era suficiente—. ¿Vamos a jugar o no?
Diez minutos después…
«¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué de todas las personas tuvo que venir un yankee?» Le costaba armar la torre para jugar con quien ni siquiera sabía pronunciar bien el nombre del juego.
Notando el nerviosismo, Kimura entabló una conversación:
—Te llaman reina, pero no he visto tu corona.
—¡! —Dejó escapar una pieza de madera. Sí tenía una corona, la que utilizaba para los torneos en los cuales había participado.
«¿Cómo sabe que tengo una corona? ¿Él habrá… con sus amigos habrán… me habrán espiado?»
—¿Por qué no respondes? ¿Eeh? ¿Tanto te asusto?
—¡Tengo una! —Se levantó en busca de su corona.
—¿Ah sí? Estaba bromeando. —Detuvo la lectura en las anotaciones de Tai y vio como la chica sonreía al encontrar su corona.
—Mira, mi madre la hizo para mi primera competencia. —Se la colocó sobre la cabeza entusiasmada. Como si fuera una clase de hechizo, alejó sus miedos y volvió a sentarse para terminar de armar la torre.
El joven regresó a su lectura murmurando:
—Dedo índice, dedo pulgar. —Olvidó cuáles eran—. Oye tú, no me has dicho tu nombre.
—Soy Rina.
—Rina, dime cuales son el índice y el pulgar.
—Índice… es este. —Lo tocó olvidando que hace no mucho le temía.
—¡Lo siento! ¡Cuando me pongo esta cosa me tomo libertades que no debo! —Se quitó la corona y la expresión de terror retornó.
«¿Por qué de todas las personas vino un yankee a jugar?»
—¡No, no, vuelve a ponértela! —insistió. Era preferible no sentirse un monstruo delante de una princesa en apuros queriendo escaparse.
—De acuerdo —obedeció con tal de no verlo enojado.
Estando todo listo para comenzar con el duelo, Rina inició retirando una pieza del nivel más bajo de la torre, ubicada en un extremo. Su precisión y rapidez sorprendió a Kimura, quien se propuso no fallar en el primer intento.
—Es mi turno, no parece un juego complicado. —Se armó de confianza e indagó la torre en busca de la pieza indicada.
Verbalizó las mismas palabras al leer las reglas escritas por Tai: “No parece un juego complicado”, sin embargo no contaba con la habilidad que se requería para ser un buen jugador. Subestimó demasiado el reto de destronar a la reina del jenga.
Rememoró el consejo de Tai, como si éste fuera partícipe del momento:
«Si es una experta en el tema, comenzará sacando piezas de niveles peligrosos para desestabilizar la torre completa. Optar por el último es una sabia estrategia, si sabe que eres un novato lo tomará en cuenta. Si sucede no caigas en la tentación de imitarla, conociéndote no podrás mantener la calma necesaria para evitar que se derribe. Haz lo que voy a decirte, bla, bla, bla, bla, bla…»
—¿Qué debería hacer cuando regrese al hotel? Si tengo suerte me tocará asear los baños de damas.
La voz de su amigo se mezcló con la suya, no podía concentrarse en aprender, hacía años que no incorporaba información nueva a su cerebro.
—Maldición, no le presté atención a Tai —balbuceó—. No importa, lo único que debo hacer es complicarle las cosas para que en su turno la torre se desarme.
Miró el nivel inferior, creyó que quitando la pieza del otro extremo, Rina no tendría oportunidad de estabilizar la torre.
«Bien, con esto perderá». Empujó la madera con el dedo índice.
—Un poco más. —La impaciencia de Kimura le jugó en contra, si el jefe ideó la iniciación basada en un juego de esas características, era porque representaba un reto a superar.
En ese instante, imaginó claramente a su hermano. Lo defraudaría si no lograba integrarse a la pandilla antes de que finalizara el año.
—Hermano. Observarme, esto es por ti.
El hombre tenía su misma apariencia a su edad. Le sonrió, una sonrisa sincera, la que creció y creció hasta volverse una carcajada.
—¡Ja, ja, ja, ja! es muy pronto, Kimura. Tienes mucho que aprender. Idiota.
Tres segundos tardó para que la construcción se moviera concluyendo la contienda.
—…
Un pitido sonó proveniente del cronometro programado por Rina.
—Es un récord, en diez segundos te he ganado.
—¡NO PUEDE SER!
La derrota se aferró a su ser interno, el Kimura que no soportaba perder. Apretó los puños y le exigió intentando ser la persona más amable del mundo.
—Otra vez, ¡juguemos una vez más! —exclamó afirmando los puños sobre la mesa. Sonrió incentivándola a que aceptara, produciendo lo opuesto, una sonrisa forzada y espantosa.
—¡KYAAAAA! —Rina huyó y se ocultó detrás de una pila de cajas dejando caer su preciada corona.
—¿Cuál es tu problema? ¿Eeh? Ya te dije que no golpeo mujeres.
—¡No te acerques, no jugaré con alguien como tú! ¡Me das miedo! —contestó sin asomarse.
Kimura suspiró y pensó en una forma de convencerla. Le quedaban dos horas para terminar la misión. No todo estaba perdido si Rina accedía a continuar jugando:
—Escucha, Rita.
—¡Soy Rina! —lo corrigió.
—Rina, esto es importante para mí. Por favor, ¿podríamos tener otra partida? Me pondré una caja en la cabeza para no asustarte. —Encontró una que le entrara y la agujereó para poder ver a través de ella—. Mira, problema solucionado.
—… —La chica asomó apenas la mitad del rostro, viéndolo con la caja en la cabeza.
—Si eres la reina del genga no debes temerle a tus retadores. —Apenas se oyó la voz de yankee dentro del cartón, pero Rina lo entendió y volvió a sentarse.
«Mi corona, sin mi corona no podré». Buscó con la mirada, el único objeto que la ayudaba a reunir valor.
No se animó a levantarse, limitándose a armar la torre de nuevo. Ninguno habló hasta que la torre estuvo lista.
—Adelante, senpai… —dijo tímidamente, llamándolo con la denominación aplicada a un estudiante de grado mayor. Aparentaba ser más grande que ella.
—Kimura, puedes llamarme sólo Kimura.
El ambiente tranquilo contribuyó a que lograra retirar su primera pieza exitosamente.
—Ahora debes ponerla en la cima de la torre —agregó Rina.
Solo con la paciencia y concentración que rara vez conservaba, pudo combatir con honor junto a la reina. Los minutos transcurrieron, hasta alcanzar el clímax del enfrentamiento. Era el turno de Kimura, las tácticas de Rina para terminarlo, lo acorralaron. En esta ocasión, pensó con más detenimiento su próximo movimiento. Al elegir lo que haría, procedió lentamente.
Rina mientras esperaba lo inevitable, el siguiente triunfo, notó que el cuello del uniforme de Kimura estaba empapado en sudor. Mantener la caja en la cabeza era un esfuerzo, sumándole el hecho de estar retándola sin tener oportunidades de ganar. Se encontraba en desventaja e incómodo para que ella pudiera estar a gusto.
—Se-senpai —habló, sintiéndose culpable por haberlo llevado a esos extremos.
Él no respondió, ni siquiera la escuchó, el volumen de los sonidos del exterior disminuyeron.
«Lo está haciendo por mí, fui egoísta en tratarlo como lo he hecho.»
Sentirse así estaba mal, reuniría valor. Si su corona, la cual le atribuía una posición superior, no colaboraba contra el yankee, ella misma lo haría.
—Lo siento, senpai. Por mi culpa estás sudando mucho. V-voy a quitarte la caja.
Rina se inclinó y le retiró la caja, exponiendo la cara de preocupación del joven. No lucía tenso, ni enojado con otra segura derrota. La expresión de debilidad la conmovió, descubrió que le temía a una simple coraza. Kimura era mucho más que un yankee, fue prejuiciosa en juzgarlo antes de conocerlo.
La mesa empezó a moverse debido a la rodilla de Rina, apoyada para lograr alcanzarlo. Kimura visualizó el pecho de la chica en lugar de la torre, ya que su mirada estaba dirigida al centro de la mesa.
—¡! —No descifró a tiempo que el ambiente cambió completamente. No alzó la vista para terminar de comprender la situación, Rina sostenía la caja con ambas manos.
—¡¿Qué haces?! —Quiso apartarse, levantó la pierna por la sorpresa pateando la mesa accidentalmente.
La torre se vino abajo, arruinando la segunda partida. Los dos escucharon el sonido de las piezas impactar contra el suelo, y voltearon a ver el desastre. Todo aconteció en cámara lenta, para luego finalizar con el grito de Kimura:
—¡MALDICIÓN!
Cinco minutos después…
Reconstruido el tercer intento, el silencio se hizo más duradero. Rina temblaba más aun, avergonzada por haber arruinado la partida. Desistió de disculparse, apenas podía ver las manos del joven mover las piezas. En cambio Kimura, continuó como si nada hubiese pasado, no le adjudicaba la misma importancia.
Fue acumulando derrotas, en cada intento, se interesó por aprender más sobre el juego, le pidió consejos a Rina y ella se entusiasmó enseñándole. Dejó de lado su obsesión competitiva, pudiendo mejorar en las partidas finales.
Acabaron jugando como dos estudiantes normales.
No percibieron el paso del tiempo, la campana de salida sonó por todo el instituto.
—Es imposible, no puedo ganarte. Eres muy buena en este juego —reconoció poniéndose de pie.
—Ha-has mejorado mucho. Lamento que no hayas podido ganar, estando tan motivado —dijo apenada.
—Mañana será un día nuevo y tendré otra misión —bostezó saliendo del salón.
Caminó por los pasillos ya vacíos de estudiantes pensando qué cocinaría para cenar con su madre. Se detuvo a quitarse los vendajes de sus manos, cuando observó un cartel en el sesto de basura que le resultó familiar.
—Esto es —lo extrajo y leyó el particular mensaje.
Corrió al interior. Momentos antes de arribar a su cometido, fue interrumpido por un bravucón molestando a un estudiante indefenso. El espíritu justiciero lo invadió, tardando en encontrarse con la persona que buscaba.
Rina cerró el salón donde depositó sus esperanzas en un club de jenga y partió hacia su hogar. Bajando por las escaleras, se topó con Kimura subiendo apresurado.
—¿Senpai?
—Rita, te encontré.
—No soy Rita, soy Rina.
—Rina, toma. —Le devolvió el cartel que seguramente ella botó al darse por vencida sobre el club.
—No me lo des. Nunca habrá un club de jenga. A nadie le interesa.
—Sabía que dirías eso. Lo sé, está arruinado, arrugado y roto. Por eso hice uno nuevo. —Ignoró su negación, le enseñó otro cartel hecho por sí mismo.
—¿No escuchaste lo que dije? —No lo aceptó, pero leyó lo escrito:
“Bienvenidos al club de jenga, todavía seguimos aceptando miembros. Diles a tus amigos que son unos cobardes si no se atreven a desafiar a la reina. Se divertirán mucho.”
—¿Tú… lo hiciste? —Las letras desprolijas marcadas en color rojo y un corazón mal dibujado, la hicieron reír.
—¿Eh? ¿De qué te ríes? ¿No lo hice bien? —A pesar de la cara característica de un yankee, Rina no halló ninguna amenaza.
—Es… perfecto. Gracias. —Lo recibió alegre, resplandeció una cálida sonrisa esperanzada.
Observó nuevamente el regalo de Kimura y preguntó:
—¿Está escrito… con sangre?
—Bueno es que… no tenía ningún marcador y me topé con un bravucón, ja, ja —rió.
—…
Rina también rió. Ese fue su primer acercamiento con un estudiante desde el inicio del año. No lo hubiera esperado viniendo de un sujeto como Kimura, pero estaba agradecida. Se divirtió, como no lo había hecho antes.
Comments for chapter "01"
QUE TE PARECIÓ?
jjajajaa me encabto lo de ruta de rina desbloqueada xD. Se parece a los juegos de anime.
como asi le pusieron ese color de ojos rosados?
Kimura se muestra un personaje caballeroso con Rina dentro de todo, aunque nose si la llama Rita porque realmente es distraido o solo quiere molestarla 🙂
Esa descripcion a Tai como nerd me parecio un poco cruel y la vez graciosa.
Ah por cierto me cofundio un poco leer Jenga pero tambien se repite varias veces la palabra genga.
Definitvamente Rina lo supera en el juego, su expresion de Kimura lo dice todo.
Aahh🥴🥴muchos detalles narrativos para cada accion q hacen los peraonjes..pero un no paso la regla de los 3 cap…asi q aseguir leyendo😉😉
Gracias por leer y poner a prueba mi novela, espero que la supere jaja, si no pasa del tercer capitulo no conocerás a la cuarta chica :O
Volviendo a leer todo de nuevo :v, verlo con GIFs me hace senti que estoy jugando, le da un toque muy diferente! Ojalá hubieran más GIFs 🙂
Si bien este capítulo uno fue extenso, me conmovió cómo Kimura anhela superarse, a ser agradecido, es un ser también vulnerable, terco, hacendoso. Claro en los estudios no muestra La misma aplicación que su hermano mayor. Sin embargo colabora con la limpieza e intervino para que la señora que atendió a su madre pudiera trabajar después en el hotel de su papá. Me causo gracia esa frase que decía que todo lo que comía esta mujer se le acumula en sus senos. Toda una señora bustona.
Respecto a Rina, una chica tímida, pero hábil en el juego del jenga y su anhelo que la escuela también tenga su propio club para los interesados en dicho juego. Divertido como narraste la impotencia y a su vez perseverancia de Kimura para retar a Rina y jugar todos las partidas posibles a pesar que no logró ninguna victoria
Haha me fascinó el cap ❤️ Cuando regresa por su billetera y encuentra intacto todo. Tiene gente honrada a su alrededor 😀
Me cae bien Kimura ja muy simpatico 🙂