Yankee love © - 03
“Felicidades, Kimura, has pasado la iniciación exitosamente. Sabía que lo harías, tienes la sangre de un verdadero yankee. Eres parte de nuestra pandilla”. Las palabras del jefe lo recibieron. Su figura resplandeciente, iluminada por los rayos del sol, enmarcaba una presencia divina. Ahora comprendía por qué todos le tenían tanta devoción. Era un ser celestial, cuyo poder superaba al de cualquier humano. Un ángel, hermoso ángel de cabellera dorada y risada. Puro, limpio e intocable.
—Jefe…—Kimura lo contempló de rodillas, como un creyente contempla a su dios.
—Mmmh, Kimura, ¿estás hablando solo? —escuchó una voz femenina cerca, demasiado cerca.
—Oh, ya veo. Estás ocupado —descubrió el jefe con mirada apenada.
—¡No, no estoy ocupado, jefe! ¡Estoy listo para ser parte del grupo! —exclamó el joven intentando tocar la larga túnica que lo envolvía.
—Es una lástima, tenía grandes expectativas en ti. —El hombre volteó, caminando hacia la luz.
—¡No, espera! ¡Por favor no te vayas! —pidió arrastrándose detrás.
De pronto, debajo de las acolchonadas nubes que lo sostenían, dos manos lo atraparon, sujetándolo de los brazos.
—¡No, suéltamee! ¡Debo ir! ¡NOOOOO!
Abrió los ojos, la recepcionista lo sacudía sacándolo violentamente de su más ansiado sueño.
—Despierta, Kimura. Llegarás tarde. —La rudeza de la mujer era muy característico en su persona. Podía moverlo de un lado para otro sin realizar mucho esfuerzo.
—¡AAAAAAHHHH! —gritó desorientado y nervioso.
—Con que al fin despiertas, eres un gritón. ¿Tuviste una pesadilla?
Vestía con escasa ropa, apenas un short de color rojo, corto para su talla y un top blanco que cubría la ropa interior negra. Estaba despeinada, indicando que recién despertaba. A juzgar por las ojeras y los ojos pesados, no durmió en una habitación lejana, sino en la misma.
—¡¿Karin, qué haces en mi cuarto semidesnuda?!
Muchos adolescentes desearían tener a una mujer voluptuosa como esa compartiendo la cama, sin embargo Kimura tenía otros intereses. No veía a la recepcionista como una fantasía ni un buen partido. Si bien era importante su presencia en la vida de su familia, el comportamiento problemático al embriagarse, descuidar la limpieza y conservar una actitud despistada con la mayoría de las labores, la convertían en una persona difícil de tratar.
—Exageras, es mi ropa de dormir. —Miró su atuendo—. Además, ¿cuál es el problema si lo estuviera? Nos bañábamos juntos cuando eras un niño —dijo despreocupada.
—¡¿En qué sueño tuyo nos bañamos juntos?! ¡Me conociste cuando tenía doce años, pervertida!
—Olvidemos que me abrazaste toda la noche y vayamos a desayunar. —Le guiñó un ojo, retirándose de la habitación rascándose el trasero.
—Qué mujer más vulgar —comentó.
Se alistó y partió hacia un día más de trabajo. “Esta vez sí lo lograré”, se dijo caminando por la calle, motivado en enfrentar cualquier cosa que se le avecinara. Y así fue, un auto lo embistió frontalmente.
Kimura impactó contra el parabrisas, cayendo delante del vehículo.
El conductor acudió en ayuda, quitándose rápidamente el cinturón de seguridad y abriendo la puerta del auto. Se trataba de un veterano, la barba gris recorría la parte inferior del rostro y tenía el cuerpo robusto, exageradamente tonificado para un hombre de esa edad.
—¿Estás bien, muchacho? —Lo sostuvo en sus brazos, como si hubiese rescatado a una princesa de ser embestida por un terrible monstruo, el cual enfrentó para defender a su salvador—. ¡Vas a estar bien, yo te protegeré!
Kimura seguía confundido debido al golpe, no pudiendo diferenciar quien lo mantenía lejos del suelo.
—¿Papá? —lo llamó una chica acudiendo también a la escena. Era Manami, la famosa dueña del nombre escrito en el baño de hombres.
Observó a la víctima del accidente, sin detectar una visible herida.
—No parece que estuviera lastimado, pero no podemos dejarlo, puede tener heridas internas.
—¡Lo llevaremos al hospital de inmediato!
—Qué ruidoso —se quejó Kimura terminando de regresar a la realidad—. ¿Eh? ¿Dónde estoy? —Viendo el enorme rostro del hombre maduro sobre él, se espantó—. ¡¿Quién eres tú?! ¡Bájame, bájameee! —Pataleó hasta que accedió a soltarlo.
Estando en tierra firme nuevamente, se sobó la frente donde sentía una leve hinchazón.
—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —Asomó Manami tratando de verlo mejor.
Ambos chocaron miradas, la imagen de la adolescente no le fue desagradable como la del sujeto. No estaba mal visualizar a una linda chica después de los notorios rasgos fuertes y masculinos del veterano.
—No, nada. —Kimura apartó la vista.
Dejando de lado las insistencias del conductor en llevarlo a un hospital, se marchó. Estaba acostumbrado a recibir golpes y ese no se ubicaba ni en los mejores puestos de su ranking de golpizas.
—Ese chico… —murmuró Manami. Su apariencia le resultaba familiar.
La nueva misión lo atrajo a un salón donde actualmente se realizaban las pruebas para formar parte del coro de estudiantes. Había una larga fila de postulantes, abarcando todo el pasillo de la zona sur del edificio.
—Increíble… todas estas personas están interesadas en un coro de ñoños —dijo Kimura. La tarea consistía en audicionar y ser alagado por la jueza, una chica que todos rumoreaban, ser una apasionada por la música.
—Tengo que convencerla, soy bueno en esto de… ¿Cantar? —Kimura miró la ficha de inscripción, no se detuvo a pensar lo que realmente significaba cantar. Nunca tuvo especial agrado por hacerlo, tampoco le interesaba practicarlo ni aprender, de nada servía para su objetivo.
«¿Qué voy a hacer? No sé cantar, no lo he intentado ni siquiera en preescolar». Las manos le temblaban al terminar de leer la solicitud de inscripción.
—¿Tenor? ¿Soprano? ¿Qué rayos es barítono? —Tenía serias dificultades, el jefe final era demasiado fuerte para él.
—¿Tienes algún problema, Kimura? —Detrás, Tai apareció de sorpresa.
—¿Qué haces aquí? ¿Me estás siguiendo? —preguntó asombrado por la constante presencia de su mejor amigo. Aunque después de ver al resto de los participantes, lo comprendió—. Ahora entiendo, eres un ñoño como ellos.
—No sabía que te interesaba la música. —Ignoró el comentario.
—Es la misión —respondió esperando la carcajada de su mejor amigo.
—Alguien no quiere que pases la iniciación. —Tai le palmeó la espalda.
—¡¿Me tienes lástima?! ¡¿Eeeh?! ¡¿Crees que no puedo hacerlo?! —exclamó, padeciendo de un tic nervioso en un ojo.
Los demás voltearon tras la descolocada actitud en medio de la calma.
—N-no se preocupen, solo está nervioso —los tranquilizó Tai—. No te alteres. Manami es comprensiva, de seguro intentará ayudarte si ve que eres muy malo.
El nombre resonó en su mente.
«¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami? ¿Manami?», hasta que finalmente la imagen de ladrona se presentó.
—¡Esa desgraciada me robó mi billetera! —Corrió atravesando toda la fila, sin escuchar los reclamos de los estudiantes poco atractivos, correctamente denominados “ñoños”, que se postulaban.
Abrió la puerta del salón bruscamente. Kimura desprendía vapor por su nariz, los ojos se convirtieron en dos grandes focos rojos y en su boca rechinaban dientes filosos como los de una fiera.
Manami lo observó, considerándolo como otro participante de su selección. Sonriendo, le dio la bienvenida:
—Por favor acércate al piano. Comenzaremos en breve.
La voz no sonaba como la de la ladrona, era más calmada y dulce. El joven confundido, avanzó.
—¿Dónde está esa ladrona? ¿En dónde la escondes? —Revisó con su mirada el espacio, moviendo la cabeza velozmente.
—No entiendo a qué te refieres. Aquí no hay ninguna ladrona.
De repente, un estudiante extra cuya descripción e historia personal es irrelevante, ingresó interrumpiendo la confusa situación.
—Perdón, Manami. Este chico corrió tan rápido que no logré detenerlo.
—¡Manami, sé que estás aquí! —insistió buscando entre los bancos.
—Puedes retirarte, me encargaré de él —lo despidió la adolescente, cerrando la puerta con una sonrisa, al mismo tiempo que Kimura seguía gritando enfurecido—. Tranquilo, tranquilo, Anzu no está aquí. —Comprendió perfectamente a quién reclamaba. Conocía las aficiones de su amiga de la infancia, para saber que fue ella quien provocó ese conflicto.
—¿Anzu? —preguntó bajando una silla, la cual mantenía elevada creyendo que encontraría a la culpable debajo—. ¿Tú… eres Manami? —Kimura recordó a la chica de hace unas horas, estaba tan concentrado en Anzu, que olvidó haberla visto anteriormente—. Eres la chica del padre desagradable. —Y una vez más, recordó el nombre escrito en la pared.
«Es… esa Manami, la que insultaron». Quedó en silencio, reconociendo su mal comportamiento, cuando debía llevar a cabo su misión del día.
—Yo… lo siento —se disculpó rascándose la nuca.
La chica sonrió y se ubicó delante del piano.
—Olvidémoslo. Acércate, quiero escucharte cantar. —Cerró los ojos, tocó una breve melodía para que el chico terminara de tranquilizarse y cesara el incómodo ambiente debido al malentendido.
Cuando los abrió, encontró a Kimura en una peor condición, estaba tan nervioso que emitía un ruido extraño con los dientes, sudaba mucho y los ojos bailaban de un lado para otro. Manami había enfrentado todo tipo de hombres en su vida, pero este, no se comparaba con ninguno. Parecía que convulsionaría estando de pie.
—¡Tranquilo, tranquilo, no estés tan tenso! ¡To-tocaré algo distinto! —Probó con una nueva melodía.
—N-nun-nunca he… can-can-tado —manifestó despidiendo espuma por la boca.
Probó con diez melodías distintas. El estado del joven agravó, nada funcionó, el rostro de Kimura cambiaba de colores, pasando por el morado, rojo, amarillo, alcanzando el verde de un habitante del planeta Namek.
«¡¿Qué pasa con este sujeto?! ¡¿Qué otra cosa tengo que hacer?!». La paciente Manami no soportó más, los dedos le dolían y también empezaba a sudar, algo que en alguien como ella era poco frecuente.
«¿Por qué? En todos mis años de estudio, he dirigido a muchos jóvenes que recién inician, ¿Por qué no puedo ahora? ¡¿Qué tiene este sujeto que los otros no?!».
—¡ME RINDO! —exclamó liberando la tensión, haciendo que su frente impactara contra las teclas del piano.
El sonido del impacto devolvió a Kimura a la realidad. Visualizó a Manami inmóvil, creyó que algo malo le había sucedido por su culpa, por no poder cumplir con su petición.
—¡¿Estás bien?! —la socorrió sacudiéndola como Karin hacía con él.
La joven reaccionó de inmediato. Tenía una hinchazón en la frente.
—Mi… cabeza.
—Déjame ver. —Kimura notó el golpe y despejó su cabello para verlo mejor.
—¡! —Manami se sorprendió por el roce suave de unos dedos cubiertos con vendajes y raspones. Se sentía a gusto con él, ese pequeño contacto, la preocupación de alguien que acababa de conocer.
No evitó sonrojarse por sentirse de ese modo. Todavía tenía asuntos que resolver con sus sentimientos, la forma de relacionarse con los hombres. Quería dejar de ser así, aferrarse al sexo opuesto con tal de contentarse consigo misma.
«¿Qué estoy haciendo? No puedo volver a equivocarme. He involucrado a Anzu en mis asuntos, obligándola a hacerse cargo de mi reputación con los chicos».
—Ponte un poco de hielo y desaparecerá. Lo dice un experto en recibir palizas como yo.
Bajó la mirada y agradeció que se apartara de ella. Lo observó balbuceando, indeciso de seguir adelante con la prueba. Trató de reanudar la conversación, como si nada hubiera pasado, pero no pudo, algo dentro de sí la frenaba.
—No creo que sea una buena idea —concluyó Kimura dirigiéndose a la puerta.
—¡Espera! —lo retuvo Manami, odiándose por hacerlo—. Ven antes de irte a casa. Probaremos… algo diferente, haré que cantes para mí, lo prometo. —Se reverenció, accediendo a continuar actuando como siempre.
Kimura recibió otra oportunidad, no la desperdició y aceptó, ya que la chica se mostraba interesada en ayudarlo.
En medio de la hora del almuerzo, el yankee acumuló otra pelea, en esta ocasión por toparse con la humillación pública de uno de los postulantes al coro. Reconocía su rostro, por más que se pareciera a los de su misma especie, era petizo al igual que Tai, pero con una complexión física mayor. Como resultado, Kimura recibió un corte en la frente que bañó su rostro, ahuyentando a todo aquel que se le cruzaba por el camino.
—¡¿Qué miran?! ¡¿Eeeh?! —preguntó molesto, viéndose como otro abusivo, de los muchos en ese lugar.
Miró su reflejo en un vidrio, no se había dado cuenta del abundante sangrado. Era tan común experimentar esos daños, que prácticamente lo naturalizaba.
—Si voy a la enfermería, la vieja me regañará de nuevo. —Optó por lavarse usando los grifos del patio. Fue allí, cuando nuevamente se encontró a Manami, siendo acorralada por un estudiante.
Prefirió espiar detrás de la pared, antes de arriesgarse a entrometerse sin enterarse sobre lo que realmente sucedía.
—¿Por qué te molestas por lo que haya escrito en el baño de hombres? Sabes muy bien que tengo razón —alcanzó a escuchar al chico hablando con un tono arrogante.
«Ese maldito se merece una lección», pensó Kimura tronándose los dedos, estirando las piernas para proceder.
—Yo… lo sé —admitió Manami, pausando su preparación—. Pero Anzu… a ella, le afecta lo que digan de mí. Siempre… intentó protegerme, desde que éramos niñas. Por eso te pido que ya no… no sigas con esto —le suplicó, estando al borde del llanto.
—¿Anzu? No me digas que eres amiga de esa basura. —Sonrió despectivamente.
Nadie se acercaba a ella, era temida por las chicas y ridiculizada por los chicos de un estatus social superior como él. La consideraban pobre, una ladrona protegida bajo un sistema que la defendía por sus carencias económicas.
—¡No la llames así! ¡Anzu es una buena persona, una que tú nunca llegarás a ser! —Manami lo empujó con ira, para después arrepentirse por haber utilizado la violencia—. ¡Lo siento, no quise!
Solía lucir como una chica serena, correcta y amable, trabajó mucho para lograr serlo, para que sus tormentos interiores no la controlaran. Como parte de una familia adinerada y con prestigio, debía cuidar su imagen mejor que nadie.
—Además de perra, ahora eres una perra violenta.
Las palabras del joven activaron a Kimura, quien no resistió permanecer al margen. Salió de su escondite decidido a enfrentarlo, sin embargo en lugar de encontrarse con la espalda del sujeto para voltearlo y darle un puñetazo, encontró a Manami corriendo a sus brazos.
—¡! —Kimura sintió la respiración de la chica sobre su pecho, aferrándose a su cuerpo con intensiones de frenarlo. Fue lo suficientemente rápida para descubrir su próximo movimiento, si no actuaba, Kimura estaría en problemas por golpear a un estudiante importante, el mismísimo hijo del director.
—Ya veo, por eso me dejaste —comprendió el joven viéndola abrazar a otro hombre—. Te gustan los chicos malos y sucios.
—¡¿Qué me..?! —Kimura quiso responder, pero Manami lo sujetó con más fuerza.
Calló obedeciéndola, tragándose su orgullo hasta que estuvieron a solas. Manami se separó, secándose las lágrimas de sus mejillas.
—Lo siento, te he usado para cubrir mis problemas.
Kimura suspiró, la adrenalina del momento bajó, pudiendo pensar claramente al respecto.
—¿Por qué me detuviste? ¿Tu novio no se merecía que lo golpeara? —preguntó sin lograr comprenderla.
—Si lo hacías, serías expulsado. Es el hijo del director —reveló una información que Kimura no contaba. Apenas conocía a la enfermera y algún otro funcionario, contando con escasos compañeros de clase, como para estar al tanto del parentesco de un estudiante en específico.
—¿Cuál es el impedimento? ¿No viste lo que ha escrito de ti?
Manami no dio por hecho que Kimura podría haber visto el mensaje en el baño. Pensarlo la avergonzó, se haría ideas de su personalidad, de su imagen, para finalmente entender el acercamiento desesperado por salvarse de una relación así.
«Debe pensar que soy una mujer horrible, manipuladora… tal y como lo fue mi madre», se prometió no ser como ella, imitar el mal ejemplo, del único que tuvo en su vida.
De pronto, un tercero los interrumpió, hallándolos en un rincón apartado de la clase de gimnasia que estaba a punto de desarrollarse.
—¿Qué estás haciendo aquí? Manami, no te has cambiado. —Era Anzu reclamándola con los brazos cruzados, mostrando su clásico mal humor.
—¡Eres la ladrona! —la señaló Kimura. No olvidó lo que hizo, estuvo buscándola en sus ratos libres empecinado en que le devolviera su billetera.
—Tú… ¿Cómo me llamaste? —Una sombra se formó abarcando sus ojos penetrantes, viéndose todavía más intimidante.
—¡Mi billetera! ¡Quiero mi billetera, me la robaste! —Avanzó en pasos firmes, esta vez no se debilitaría frente a su adversaria más desafiante.
—No sé de qué hablas, no tengo tu billetera de Doraemon —lo enfrentó, empleando una excelente maniobra.
El yankee quedó perplejo por la jugada de Anzu en destapar uno de sus secretos. Si lo reconocía, estaría viéndose como el niño de diez años, fanático de su serie favorita, Doraemon. No obstante, si lo negaba, la eximiría de la culpa.
—Bien pensado, Hanzo. Bien pensado —la elogió multiplicando sus muecas de enojo.
—¡No soy Hanzo, soy Anzu! ¡¿Me ves cara de hombre?!
Sumándose, una voz escandalosa se escuchó desde el cielo:
—¡SENPAI! ¡AYÚDAME, SENPAI! —Se asomó Rina por la ventana, escapando de dos sujetos con cajas en sus cabezas.
—¡Rita! ¡Es peligroso, aléjate de la ventana! —Asoció el llorisqueo de la miedosa reina del jenga.
—¡No soy Rita, soy Rina! —exclamó, inclinándose para ser escuchada.
La falda de tela resbaladiza la hizo deslizarse para terminar cayendo un piso hacia el concreto.
—¡RITAAAA! —Kimura corrió para atraparla, pero un salvador más apto la rescató de una posible fractura o incluso de una posible muerte.
—¡Yo estoy aquí! —El padre de Manami arribó al rescate.
—Gracias, señor —dijo Rina luego de darse un buen susto.
Depositando a Rina en el suelo, el hombre reconoció al joven.
—Eres el muchacho de esta mañana. Me alegra verte en una pieza. —Observó el resto de las chicas y continuó—: ¡Bien, ya estamos todos! —afirmó con una gran sonrisa.
Comments for chapter "03"
QUE TE PARECIÓ?
jaja lo de ruta desbloqueada me pareció genial, Good novela !!🐱👤🦾🦾
Vaya trama de este capítulo. Liberada y ayudada Manami. Divertido el hecho que Kimura después de ser atropellado por el papá de Manami en la mañana, su nueva prueba sea cantar, y no llegaba ni a cantante aficionado 🤣🤣.
Paciente Manami para asesorarlo sin éxito. Y ni que decir de la imponente y temible Anzu (a la que confundí en el cap anterior) que aparte de apropiarse de la billetera de Kimura tuvo acceso a uno de sus pasiones infantiles Doraemon. 🤪. El ego de Kimura se ve afectado.
Pero también llega a entender porque Manami es así de reservada, y a su vez cálida y dulce. Claro con el hijo del director muy despechado e infantil pues claro que actúe tan inmaduro y diría matonesco.
jajaajaj guarda con la nueva ruta, por ahí no vayas kimura xD
Me he puesto al día con la novela, estoy avanzando de a pocos, está muy buena! 😃😊
muchas gracias por leer! me alegra un montón que te estes entusiasmando con la novela 😀 espero que sigas disfrutandola :3
Saki, Kimura, Anzi todos los personajes me están gustando.