Yankee love © - 05
Se quedó dormido sobre los libros, no recordaba la última exhaustiva noche que había tenido. Hacía años que no se tomaba los estudios con seriedad. El escritorio acumulante de ropa sucia y usada, finalmente cumplió con su verdadero propósito. No terminó las tareas, ni siquiera estaba cerca de concretarlo, pero se esforzó por leer todo el material.
La alarma sonó por tercera vez, Kimura volvió a apagarla entrecerrando los ojos por la luz del sol proveniente de la ventana semiabierta.
—Mmmmhh… —Se limpió la saliva de la boca y visualizó mejor la hora—. ¡No puede ser! —Estaba retrasado, le quedaban veinte minutos para peinarse al estilo yankee, cambiarse de ropa, tomar el tren y recorrer cinco cuadras a pie desde la estación.
Aceleró llevándose objetos por el camino, ignorando los buenos días de los nuevos huéspedes. Recogió su bolso y el papel adherido previamente para no ser olvidado. Afortunadamente tomó el tren correcto justo a tiempo, corrió sin ser detenido por ningún auto y arribó antes de que sus compañeros emprendieran el viaje hacia el museo.
—¿Museo? —preguntó olvidando la salida.
—Iremos los grupos de tercer año. Te llamé dos veces anoche. ¿Cómo pudiste olvidarlo? —le recriminó Tai.
—Recuerdo que conversamos sobre videojuegos —confesó.
—Kimimura —lo llamó el profesor de historia, tampoco recordaba que fue él quien lo organizó.
—¿Por qué no me dijiste que nos acompañaría? Ayer me castigó —secreteó evitando ser escuchado.
—También te lo dije.
—Dame tu reflexión, la leeré antes de irnos —solicitó sin siquiera preguntarle si la había hecho.
—Sí, aquí tiene. —Lo sacó de su bolso de muy mala gana.
El hombre lo leyó y puso una expresión de descontento.
—Escribir “lo siento, no lo volveré a hacer”, no es una reflexión.
Tai se tapó la boca cubriendo una futura carcajada.
—¿A no? ¿Qué quería que escribiera? —No aguardaba una aceptación, era difícil viniendo de las exigencias de un docente estricto.
Kimura no reconocía su autoridad, pensaba que todavía era muy joven para adoctrinarlo, como creía que hacían la mayoría de los profesores, queriendo modificar su rebelde comportamiento.
—Escucha, Kimimura. Estás en una completa desventaja en cuanto al resto de los estudiantes de tu curso. Te propondré algo para comenzar de nuevo. Hazle una pregunta de interés a la guía del museo, referente a alguna de las muchas obras artísticas que vas a ver.
—¿Solo una pregunta?
—Solo una. Si no lo haces, te reprobaré. ¿Fui claro?
—Sí, muy claro —accedió.
El profesor Kurosawa llamó a los estudiantes a embarcar. Eran un grupo numeroso al unirse los cuatro existentes en todo el colegio. Un autobús los esperaba frente al edificio. Caminaron ordenadamente organizando dos filas.
—Es un idiota —balbuceó Kimura molesto.
—Es demasiado piadoso con un caso perdido como tú —agregó Tai esperando a su lado.
—Eres el chico que no sabe cantar. —Lo reconoció Manami tocándole el hombro.
Kimura volteó, la chica le sonreía amablemente.
—Manami. —Acertó el nombre, como no lo había hecho con el resto de chicas nuevas conocidas en los últimos cuatro días.
—Recordaste mi nombre. —Se alegró.
—¡Ma-Manami! —tartamudeó Tai. Era toda una celebridad en la escuela. La única vez que tuvo la oportunidad de hablarle, fue cuando audicionó para el coro.
—Y tú eres…
—¡Tai, soy Tai!
—Tai, lamento no recordarte, ese día se presentaron muchos chicos.
Ciertamente no era el tipo de hombre que le llamara la atención, en cambio Kimura sí lo era. El episodio vivido en el salón de música y el posterior altercado con el hijo del director, la incentivaron a acercársele, eso sin mencionar que su padre lo embistió con su auto.
—¿Cómo está tu frente? ¿Sigue inflamada? —preguntó, no descubriendo que solamente con mirarlo, podría descifrarlo.
—Sí, un poco —respondió no dándole tanta relevancia a su presencia como lo hacía Tai.
Después de la orden del profesor, se concentró en pensar en una forma de aprobar.
—Ya veo. Nos vemos luego. —Viendo que no obtendría buenos resultados, se dirigió a la entrada a recibir a su amiga Anzu, quien también llegó tarde.
—Oye, Kimura. Manami acaba de hablarte, ¿por qué respondes así? Todos los chicos desean que ella les hable por su cuenta, sin estar mendigando una conversación —dijo Tai.
—Es porque todos creen que pueden aprovecharse de ella.
La respuesta de Kimura lo dejó seco de palabras.
—No lo digo por ti, así que no te sientas identificado. Sé que no harías eso con ninguna chica… —Era su turno de ingresar al autobús, Tai sonrió, su amigo lo conocía bien, estaba feliz de que no pensara así—… porque eres un virgen que tiene más posibilidades de salir con un libro que con una persona.
—¡¿Eso es lo que piensas de mí?!
Se ubicaron, pero antes de emprender de viaje, un abusivo interrumpió la lectura de Tai, arrebatándole el libro de las manos. Kimura sentado a un costado, no se enteró de la situación, ya que estaba dormido, recuperando algo de sueño de la noche anterior.
—¿Qué pasa, fenómeno? ¿No puedes vivir sin tus libros? —El pandillero, miembro honorable del grupo por ser de los más temidos, se burló destrozando las páginas—. ¿Trajiste dinero?
Tai acentuó con la cabeza sin poder responderle con palabras. La última vez que supo de él fue en un rumor, le había fracturado el tabique a otro pandillero por enfrentársele.
—¿Qué esperas? Dámelo —exigió tirando el libro al suelo.
—Oye, estúpido yankee, estás en mi camino. —Se entrometió Anzu sin poder avanzar para sentarse al final del autobús.
—¡¿Cómo me llamaste?! —Volteó sumamente enojado.
—Estúpido yankee. ¿Cuánto tiempo más vas a estar apestando en el pasillo? —Lo enfrentó cruzando los brazos, imponiéndose pese a la diferencia de tamaño.
—¡Te daré mi dinero enseguida! —habló Tai apurándose por sacar los billetes de su bolsillo.
—¡No le des dinero! —Lo detuvo Anzu.
—¡Métete en tus asuntos, perra de cabello rojo! —Levantó el puño, a lo que Kimura le lanzó un libro que conservaba por si necesitaba alguna respuesta en el recorrido.
El pandillero lo recibió de lleno en la nariz, impactando el lomo del libro en ella.
—¡¿No ven que estoy intentando dormir?!
El escándalo se escuchó desde afuera, donde el profesor Kurosawa conversaba con el conductor para confirmar el horario de salida. Actuó rápidamente ingresando para apaciguar al grupo.
—¡¿Qué está sucediendo?! ¡Ocupen sus lugares o los haré expulsar a todos! —exclamó mediante un megáfono, aturdiendo a los presentes. Inmediatamente obedecieron, el hombre se hacía respetar pese a la corta edad que los dividía. Sabía imponerse cuando era necesario.
—Ven, Anzu. Vamos a sentarnos —la invitó Manami sentándose detrás de Kimura.
—¿Por qué tengo que sentarme cerca de un yankee? —protestó mencionando a Kimura, ignorando el hecho de que la había salvado de un puñetazo, del cual no se recuperaría fácilmente.
En realidad, Anzu pensaba que si sufría de tremenda herida, con las condiciones económicas que no la respaldaban, hubieran expulsado al pandillero sin darle oportunidades de justificarse. Para ella hubiese sido un mejor resultado, lo que le sucediera a su salud, no le era de importancia.
—No he recibido un “gracias” de tu parte —le reprochó Kimura.
—¿Por qué debería agradecerte para empezar? No necesito que hagas nada por mí. Sé cuidarme sola.
—¿Eeeeh? Puedo ver lo mucho que te cuidas, te buscaste el golpe. —Se abalanzó sobre Tai para confrontarla.
Anzu avanzó pechando el rostro de Tai, posicionado en medio de los dos.
—¡Estaban molestando a tu amigo y no hacías nada para defenderlo!
—E-esperen, chicos.
—¡Estaba a punto de defenderlo, todavía no estaba del todo despierto! —argumentó empujándolo más.
—De verdad, n-no es necesario que discutan.
—¡Son excusas, apuesto a que te daba miedo!
—¡¿EEEEEEHHH?! ¡Repítelo!
—Tranquilos, tranquilos. Olvidemos lo que pasó y convivamos pacíficamente. —Manami tomó la mano de Anzu y la llevó al asiento.
Ambos quedaron rabiosos uno con el otro, balbuceándose insultos inocentes mirando hacia la ventana. Manami notó que las discusiones se volvían más frecuentes. No sabía desde cuando Kimura y Anzu se habían vuelto cercanos, ya que nunca se habían hablado, ni reconocido mutuamente como estudiantes del mismo instituto.
En los primeros asientos, muy próximos del docente a cargo, se encontraba Saki acompañada por el estudiante ogro, denominado por ella el día anterior. A simple vista parecía que continuaba enojado por el apodo, no obstante Saki intentó animarlo a petición de Kurosawa. Estando cerca, podría escucharla enmendando las cosas con el infantil grandulón.
«Lo haré, me haré amiga del jefe de los ogros para conseguir el alma del maestro apuesto de las artes oscuras», pensó indagando en su cartera en forma de murciélago, en busca de caramelos de chocolate.
«Aquí está, la poción número uno de encantamiento».
Sonrió y se lo ofreció:
—¿Quieres unos caramelos? Son muy dulces.
El estudiante miró de reojo tímidamente. La envoltura brillosa y rosada, con dibujos de estrellas, fueron demasiado atrayentes. Pudieron con su enojo, aceptó felizmente.
—Gracias. —Las tomó con velocidad y comenzó a saborearlas.
—Perdón por haberte llamado ogro. ¿Me dices tu nombre? —Ensayó esa oración durante parte del camino, para evitar cometer un nuevo error.
—Te perdono porque me diste dulces. Me llamo Koshiro. —Sonrió mostrando los dientes manchados con chocolate.
—Koshiro, soy Saki, es un placer. Seamos amigos. —Estrecharon sus manos.
«¡Funcionó!», festejó internamente.
El profesor sonrió sin quitar la vista del libro, como Saki previó, los escuchó iniciar una amistad.
«Acaba de sonreír, es muy lindo». Se hizo a un lado tocando su frente con la ventana, sonrojada por el acontecimiento.
Arribando al destino, el grupo de jóvenes asistió al museo de historia del arte situado en uno de los lugares más turísticos de la ciudad. Era un edificio grande, con una explanada repleta de esculturas.
—Esto se ve aburrido —comentó Kimura.
—Lo dices porque no sabes qué representa cada una. —Tai lucía maravillado.
—Aunque lo supiera, me seguiría pareciendo aburrido. —Leyó unas palabras del libro que cargaba diferenciando las fotografías con las esculturas del museo—. Una pregunta… una pregunta. Tai, dime una pregunta.
—Si tienes tanto orgullo en tus misiones, demuestra un poco en tus estudios. Si superas esto, será un gran logro en tu repertorio de fracasos.
—Tienes suerte de ser mi amigo, si no te golpearía en la cara. —Siguió pensando, si lo reprobaban su madre se enfadaría aun más.
—Buenas tardes a todos. —Los atrajo la guía, una joven vestida de uniforme blanco y grandes gafas como las de Tai.
—Mira Tai, es tu alma gemela o tu hermana gemela —se burló Kimura resistiendo la risa.
—Muy gracioso. —Se acomodó los lentes, avergonzado.
—Soy **** y estaré guiando el recorrido. La obra de aquí es una réplica fiel de la Venus de Milo, fue representativa del período helenístico en la escultura griega. Fue esculpida por Alejandro de Antioquía y encontrada en Milo, una pequeña isla volcánica del mar Egeo.
Kimura bostezó, observando la particularidad de la pieza que le llamó la atención:
—Es horrible, le faltan los brazos.
—Pregúntale por qué le faltan los brazos —propuso Tai, considerando una pregunta convincente viniendo de alguien como él.
—No puedo preguntar eso, me reprobará, no suena inteligente.
—Si supieras más sobre la Venus de Milo sabrías que es una pregunta muy frecuente del público —explicó.
—De acuerdo, de acuerdo, pero si me reprueban me comeré tu almuerzo. —Levantó el brazo.
—Eso lo haces todos los días —aclaró Tai.
—Tengo una pregunta, ¿por qué le faltan los brazos?
—Es una pregunta muy frecuente y la respuesta es interesante —destacó la mujer.
Kimura asombrado por el consejo de su amigo, observó al profesor, quien anotó en su planilla la participación del problemático alumno.
—Al ser producto de un hallazgo, la escultura se encontraba semienterrada en dos pedazos. Cerca de la estatua se encontró una parte del antebrazo y la mano sosteniendo una manzana. No está confirmado si esas partes fueron perdidas en el viaje de exploración, pero desaparecieron y no pudieron ser adheridas al resto del cuerpo.
—Te lo dije —presumió Tai con una sonrisa brillante.
—Te debo una. —Sonrió Kimura.
—Puedes sonreír, sirviente mío —descubrió Saki apareciendo a su lado desproveídamente.
—¡Qué susto me diste! —exclamó sobresaliendo del grupo.
El resto lo miró interrumpiendo la explicación.
—¡Ah, lo siento! ¡La-la obra, ¿no se vería mejor con los brazos?! —Trató de aparentar estar atento.
—Pues, los críticos de arte han determinado la belleza de esta obra con la particularidad que presenta. Afirma más la figura de la mujer, estilizándola. Si tuviera los brazos, lo que la hace diferente se perdería.
—Tal y como lo pensé. —Posó Saki poniendo los dedos sobre el ojo derecho.
—No te aparezcas así como si nada —se quejó el yankee.
—He estado a tu lado desde que llegamos. Ku, ku, ku —emitió una carcajada fingida—. Comprendo que no me hayas notado, oculto mi presencia de los ojos de los humanos más débiles.
—Chuunibyou, no tengo tiempo para seguir tus juegos. Debo comportarme como un estudiante. No puedo si estás rondándome, me meterás en otro problema.
—Esa no es la intensión, y ya te besé para compensarlo.
—Se-se-se-se be-be-be —tartamudeó Tai incrédulo del suceso.
Kimura adivinó lo que seguía, una exclamación que los delataría frente a todos. Lo silenció con el libro haciéndolo morder por estar con la boca abierta.
—No nos besamos como piensas. Y tú Chuunibyou, deja de decir esas cosas a la ligera, haces que los demás saquen conclusiones raras.
—Fue un simple beso para un simple mortal. —Señaló el lugar del beso con el dedo índice.
—De todos modos le has robado un beso al hombre de piedra. —Tai bajó la voz secreteando con Saki.
—Todos terminan encantados con la líder de los demonios.
Kimura frunció el ceño y se alejó de los fenómenos hacia un ambiente más tranquilo.
—Es mucha presión para un solo día. —Se sentó en una banca.
Lentamente, Koji se acercó, escondiéndose entre las enormes columnas dóricas.
—Ps, ps —lo llamó creyendo haberse camuflado perfectamente.
—Ya te vi, tienes una barriga que te delata —dijo recostándose hacia atrás.
—Tengo la misión. Toma. —Le entregó un papel.
—Me gustaría saber cómo hiciste para escaparte de la escuela, si no me equivoco estás en segundo grado.
—Es un sacrificio por la pandilla. —Descansó sentándose. Corrió detrás del autobús para alcanzarlo, atrasándose en cada esquina.
—Eres increíble, te tomas los trabajos muy en serio. —Cuando quiso leer el papel, Kurosawa se lo quitó sorpresivamente.
—¡!
—Vuelve con el grupo, Kimimura. —Quien modificó su rutina, le exigió y controló en esos días, seguía ejerciendo poder sobre él.
Lo observaba a lo lejos, analizando, anotando sus debilidades. Kimura lo consideró más que un obstáculo, era un enemigo que pretendía terminar con su etapa de rebeldía, en el peor momento.
Entró en una encrucijada, en su mano izquierda, sostenía su tan ansiado deseo, la oportunidad de corregir las enseñanzas de su hermano mayor. Apretó los puños conteniéndose y enfrentó el reto más desafiante.
—Está bien.
Ganó una vez más, regresó a intentar aparentar ser un estudiante normal, planteándose una estrategia para mediar entre las peticiones de su madre, y sus verdaderos propósitos en la preparatoria. El último año de intentos estaba en una cuenta regresiva, cuando se acabara, todo estaría perdido.
—Estudiante de segundo grado, regresa a la escuela o hablaré con tus padres —le ordenó Kurosawa a Koji.
—¡Sí, señor! —Corrió hacia la salida.
—¡Y no corras!
—¡Sí, señor! —Caminó lento, temeroso, enlenteciéndose en cada paso.
—Estos yankees, no son los mismos de antes.
El final del recorrido se aproximaba, sin embargo un escenario imprevisto se desató. Koshiro jugaba con un globo terráqueo gigante, de dos metros de altura, construido en madera. Lo giraba encantado con el movimiento de rotación, cuando Kimura se percató y fue a regañarlo.
—¿Qué haces? No puedes estar moviendo eso. Ni quiera deberías estar tocándolo.
—No lo estaba moviendo —negó mirando a un costado.
—No me mientas, te vi haciéndolo. Es malo decir mentiras.
Koshiro lagrimeó, no solía decir mentiras, pero no quería ser castigado nuevamente.
—No estaba, lo juro.
Kimura rabió y le demostró tocando la esfera.
—¡Esto es lo que hacías, observa!
Acompañado por su mala suerte, el globo terráqueo se zafó y cayó al suelo para luego rodar hacia adelante. La gran estructura alarmó a los turistas, incluidos los estudiantes. El descontrol se generó, las personas corrían espantadas, alejándose del mortal objeto.
—¡Vamos a morir aplastados! —gritó Saki subiéndose en la espalda de Tai.
—¡Mi espalda! ¡Pesas!
—¡Cuidado, Manami! —le avisó Anzu apartándola.
Le dieron paso a la esfera, la cual se dirigía en su dirección. Finalmente se detuvo impactando contra la réplica de la estatua Discóbolo, arrojándola al suelo. Como resultado ambos brazos fueron quebrados.
—¿Estoy soñando? —La guía se desmayó visualizando en el cruel destino que sufriría cuando su jefe se enterara. Kurosawa la atrapó, pensando en lo mismo, el director lo haría cargo de los daños.
—No es un sueño, es la realidad.
Los ojos se posaron sobre el verdadero culpable.
—¿No es más bello sin los brazos? —preguntó Kimura.
Media hora después, aguardó su castigo sentado en la escalera exterior. Kimura se mantuvo en silencio, no quiso hablar con nadie sobre lo sucedido. Probablemente lo expulsarían, tendría que cambiar de escuela considerando que ninguna lo aceptaría por su historial.
Anzu lo vio antes de entrar al autobús.
—Es un idiota y luego se atreve a decirme que busco problemas —balbuceó.
—¿Anzu? —A Manami le extrañó el comentario, a su amiga solía resultarle indiferente las acciones de otros chicos, no obstante estaba más pendiente del entorno de Kimura, desde que la descubrió mirarlo por la ventana en el salón de música.
—Kimimura. —Kurosawa no tenía otra opción, le otorgó demasiadas oportunidades, era hora de tomar una drástica decisión, por más que en el fondo quisiera cambiarlo.
—No tiene que decirlo. Abandonaré la escuela —afirmó sin levantar la cabeza.
—¿Es lo que quieres?
—…
—¿Te darás por vencido? No es propio de ti.
—¡Profesor! —Anzu corrió hacia ellos.
—¿Qué sucede, Mizuno?
—Lo que pasó adentro… no fue solo su culpa. Pudimos haber frenado la esfera. No iba a una velocidad imposible de retener, además como dijo la guía, puede aparentar representar peso, pero es un objeto bastante liviano. Creo que el pánico se apoderó de la situación.
Manami arribó para terminar de escuchar a Anzu defender a Kimura. La manera en la cual se expresó, con un lenguaje mejor al de muchos adolescentes más estudiosos. La conocía bien, era holgazana y los problemas económicos y familiares la atrasaron en sus estudios, sin embargo Anzu era más inteligente que ella, aunque era destacada en varias asignaturas.
Kimura impactado por las palabras de la joven, no supo qué decir, simplemente se quedó al margen.
—Compartiré el castigo, reconozco que pude haber actuado, pero no lo hice. —Se reverenció en señal de respeto hacia la autoridad.
—¡También tengo la culpa! —la apoyó Manami, imitándola.
—Ustedes… —Kurosawa se cruzó de brazos, pensativo—. De acuerdo. Mañana los tres limpiarán la piscina luego de la última clase del día. Y Kimura, con respecto a la expulsión, no soy el que tiene la decisión, pero haré lo posible en luchar por tu causa. Soy el profesor delegado del grupo, no puedo permitir que mis alumnos fracasen.
«¿Es el delegado? No tenía idea», pensó Kimura, evidenciándose su falta de información en todos los aspectos.
«Por esa razón es tan pesado».
Kurosawa se adelantó para organizar las filas, dejando a los tres jóvenes solos.
—Me he ganado mi primer castigo, ¿así se siente? —dijo Manami inexperta en la experiencia—. Aunque limpiar una piscina no debe ser difícil. —Sonrió rescatando el lado positivo.
La tensión entre Kimura y Anzu se sintió en el aire. Existían sentimientos encontrados, compartían una personalidad similar, eran extremadamente orgullosos para agradecer las buenas acciones del otro.
«Estoy en medio de ellos». Nerviosa dio un paso atrás.
—Anzu —pronunció correctamente su nombre, sin confundirlo con el de “Hanzo”.
Ella respondió con la mirada.
—…
—…
—…
—¡Devuélveme mi billetera, ladrona!
—¡¿A quién llamas ladrona?! ¡No tienes pruebas de que fui yo!
—¡Claro que las tengo… yo…!
Manami sonrió, seguían teniendo las mismas discusiones.
«No han cambiado».
El atardecer llegó junto con la culminación del día escolar. Anzu y Manami caminaron hacia sus hogares. El auto del padre de la pianista estaba siendo reparado después del choque de hace dos días. Anzu se ofreció a acompañarla, modificando su camino.
—Anzu, hay algo que me he venido preguntando desde esta mañana. —Inició la conversación, insegura si hacerlo, ya que nunca había visto a su amiga enfrentar un castigo a causa de un chico.
—¿Desde cuándo conoces al yankee rubio?
—¿Conocerlo?… No lo conozco… me lo he cruzado un par de veces —contestó evadiendo parte de la verdadera historia.
—Ya veo. Es que… me parecen rudos y tienen un carácter similar. Se ven bien juntos.
—¿Qué quieres decir? No entiendo por qué lo dices. —Pararon mirando pasar el tren en medio de la calle.
El sonido de los vagones, el roce del viento provocó que Manami exclamara:
—¡Hablo de una pareja! ¡Se ven bien como pareja!
—¡¿Qué?! ¡No logro escucharte! —El cabello rojo y largo le cubrió el rostro.
Cuando el tren se alejó, Manami fue la única en ver a Kimura del otro lado de la calle, caminando con las manos en los bolsillos, despreocupado, con su tranco característico.
«Es un chico peculiar», pensó contemplándolo.
—¿Por qué estamos hablando de ese idiota? No gastes saliva en él, es tan desagradable. —Anzu se adelantó subiendo la vereda próxima.
—No creo que Kimura sea desagradable.
—¿Cómo sabes su nombre? no recuerdo haberlo visto en tu clase —preguntó precipitadamente, para luego recordar haberlos encontrado en un rincón del patio.
—¿Tú has…? —Siguió sin darse cuenta de lo que insinuaría al preguntárselo. Manami salió con varios chicos, asumió que Kimura estaba en su lista a pesar de que la defendía de los rumores de sus numerosos amoríos.
«¿Qué estoy diciendo?».
—¡Olvídalo! —se retractó rápidamente—. El sol se está ocultando, si no nos apuramos llegaremos de noche.
Manami veía esa pregunta avecinarse, no le demostró lo contrario para que no pensara que ambos estaban saliendo.
Para ese entonces, el joven se alejó por otro rumbo.
—Sí, tienes razón. Te invitaré a cenar, mi padre cocinará una receta familiar.
—Suena bien. —Sonrió Anzu ocultando su nerviosismo.
«Él me salvó, con sus estúpidas escusas… pero lo hizo. Odio sentirme de este modo, en deuda con un sujeto así. Será mejor que me aleje de ahora en adelante», se planteó olvidando, al día siguiente debía enfrentarlo nuevamente. Después de todo, aceptó la culpa compartida.
Comments for chapter "05"
QUE TE PARECIÓ?
está genial, la trama atrapa de inmediato… Me leí todo de un tiro
Un cap muy peculiar. Netamente Académico. La visita al museo de arte y el reto sugerido del profesor Kurosawa hacía Kimura de hacer una pregunta inteligente a la guía turística. Además del enfrentamiento previo en el autobús, con el pandillero cuando le dejó estampado en la nariz un magullado producto del lanzamiento Del libro prestado por Tai. 🤣🤣🤣🤣. Cómo también Los otros personajes aparecen. Saki (chuunibyou) el otro Koshiro, La pelirroja buscapleitos de Anzu, la cándida de Manami. Reconozco divertido. Y el papelón final. Con la destrucción de la estatua Discobolo. 😱 Sorprendió que Anzu mostrará solidaridad con Kimura para que fuese una sanción compartida. (Llevada sobre todo por sus sentimientos de deuda hacia Kimura Por no delatarla ante Los otros Yankees por el hurto de los papeles higiénico) Y Manami también se unió a Anzu en esa solidaridad.
Está buenísimooooo 🙂