Yankee love © - 07
Descubrió muchos escenarios levantándose temprano en la mañana. Todos en el hotel dormían, tenía la cocina solo para él, así podría prepararse los famosos emparedados que su madre detestaba que ingiriera, por tratarse de un alimento no saludable. Kimura disfrutó de la tranquilidad y la soledad. Alistó su uniforme, se peinó, tardando aproximadamente veinte minutos en lograr que los mechones del cabello teñidos de rubio, quedaran perfectamente en armonía.
Luego de un fin de semana frente al monitor, matando soldados y conquistando territorios, regresó a su rutina diaria. Estaba de buen humor, caminó por los pasillos del instituto. Todavía la mayoría de los estudiantes no habían concurrido, ya que faltaba media hora para que sonara la campana. Únicamente asistieron los estudiantes ejemplares, de esos que se dedicaban a leer en la biblioteca y prepararse para la jornada.
Kimura movió la puerta corrediza del salón encontrándose con los murmullos de tres chicas:
—¿Se enteraron? La fenómeno de Saki se unió al club de teatro. Hoy iniciarán los ensayos. ¿Se la imaginan? —dijo una entre risas, coincidiendo con el trío de adolescentes que intentaron entablar una amistad con Saki en su primer día de clase.
—Me la imagino con sus frases estúpidas sobre el escenario “Soy la líder de los demonios, arrodíllense ante mí” —la imitó, haciendo que las demás se retorcieran en carcajadas.
—¡Oigan! —Disgustado por las burlas, Kimura la defendió—. ¡No se burlen de ella! ¡Tiene chuunibyou! ¡¿Saben lo difícil que es para un estudiante así adaptarse a este lugar?! —Si existía algo que repudiaba, eran las burlas. Consideraba que las palabras golpeaban más fuerte que los puños.
Temerosas, escaparon del salón rápidamente. Kimura era temido por el tono agresivo de su voz y la presencia que imponía, principalmente en su grupo, donde era el único yankee.
El profesor Kurosawa, viendo a las chicas correr apresuradas al patio, ingresó al salón haciéndose la idea del problema.
—Kimimura, ¿por qué no me sorprende? —comentó con su clásica planilla entre manos.
Kimura chistó y bajó la mirada. No discutiría con él, eso arruinaría su día.
—Ya que estás aquí. Ayuda a llevar los disfraces del club de teatro al escenario —le ordenó.
—¿Por qué yo? No soy parte de ese club —lo cuestionó.
—No necesitas formar parte de un club para ayudar. Ve o te repruebo —lo amenazó, mostrándole nuevamente la diferencia de poder.
El joven se rindió y obedeció balbuceando entre dientes. Acarreó con dos vestidos medievales, más pesados de lo que aparentaban. Las capas de telas y los accesorios puestos en los disfraces, dictaban de un destacable trabajo para quien los elaboró. El club de teatro era de los más organizados. Recordaba haber visto las noticias en las carteleras, competían con otras instituciones, siendo premiados varios años seguidos.
—Ahora entiendo, nadie quiere hacer las tareas pesadas. —Cada paso era un logro. La cola de seda se le enredaba en las piernas entorpeciéndolo. Debía ser cuidadoso de no caerse, y lo más importante, de no romperlos. Si lo hacía Kurosawa lo castigaría, estaba harto de cometer equivocaciones generando desastres.
Abrió la puerta del escenario de una patada. El eco retumbó en el vacío espacio. Estaba oscuro, solo una tenue luz mañanera entraba por unas rendijas a los costados. Descendió por las escaleras aterciopeladas, ubicadas en medio del público, y depositó los vestidos en el escenario antes de subir.
—Estoy agotado. —Tomó unas bocanadas de aire, cuando de repente escuchó un ruido contundente, proveniente de atrás del telón.
Al parecer “algo” o “alguien” lo provocó. Ciertos rumores afirmaban la existencia de un fantasma, habitando en las sombras, acechando a los solitarios estudiantes. Kimura tragó saliva, lentamente apartó el telón, encontrándose con una escena aterradora.
Una chica colgaba, sujetada del cuello por una soga. El cuerpo inerte, flotaba a metros del piso. El cabello negro y lacio le cubría el rostro, por lo cual no descifró de quien se trataba, hasta que vio un mechón rosa asomarse.
—¡CHUUNIBYOU! —gritó más espantado que preocupado.
«Plom, plom, plom, se ha encontrado un cadáver», una voz chillona invadió su mente, ¿dónde la había escuchado antes? Tal vez de un juego cuyos asesinatos de estudiantes eran los más populares.
—¡NO PUEDE SER! —El yankee se agarró la cabeza, arriesgándose a desarmar el peinado arduamente formado con fijador—. ¡VA A APARECER EL OSO, VA A APARECER EL MALDITO OSOOO!
Miles de desenlaces se le cruzaron, una investigación, un acusado, un juicio. Se vería involucrado en un caso policial sobre la estudiante definitiva del síndrome de chuunibyou.
Saki abrió los ojos y pataleó recordando lo que estaba probando para la obra.
—¡Kimura, ya no grites!
—¡AAAAAAAAHHHHHAAAAAAA! —El susto fue mucho peor, podía tratarse del fantasma de Saki, enfurecida por no haber sido hallada antes de morir.
Saki trató de acercarse a la escalera a un costado, por la cual subió para comprobar que el truco del ahorcamiento funcionara para la obra. Sin embargo por más que intentara, no lo logró. El movimiento pendular de su cuerpo la alejó.
—¡Kimura, acerca la escalera! —le pidió, observándolo inquieto.
—¡No te vengues de mí! ¡No tuve la culpa de tu muerte!
—¡No estoy muerta, es un truco para la obra! ¡Hay un gancho sujetado detrás en mi ropa, y tengo un collar construido con la misma soga! —explicó.
Todo tuvo sentido. La historia creada por Kimura se desmoronó. Nunca agradeció tanto haberse equivocado. Se dirigió hacia la escalera, la levantó para acercársela, pero esta se abrió en dos. La madera era demasiado vieja, la humedad y el mal mantenimiento fueron cruciales para que terminara de romperse. Saki era nueva en el club, justamente sin saberlo, tomó una escalera que estaba por ser desechada.
—…
—…
Ambos tardaron en asimilar lo que significaba.
—¡LA ESCALERAA! —exclamaron al mismo tiempo.
—¡Quiero bajarme, quiero bajarme! —Saki se desesperó sacudiéndose. Miró abajo, el suelo parecía distanciarse poco a poco. El repentino vértigo la perjudicó más—. ¡Mamá tengo miedo!
—¡Tranquila, tranquila, buscaré otra escalera! —Recorrió con la mirada los diferentes objetos tirados entre las telas de arañas—. Hay mucha suciedad —notó sin animarse a adentrarse entre tanta acumulación de gérmenes.
«Sé fuerte, esto nunca te ha detenido antes», motivándose a continuar, buscó en un rincón donde abundaban cortinas, alfombras, cajas y algunos caños de hierro sosteniendo un enorme cartón en forma de árbol, parte de una escenografía antigua.
Finalizando la búsqueda, escapó tosiendo, arrastrando dos alfombras. Era hora de accionar el plan B. Las colocó una encima de la otra debajo de Saki y le propuso:
—¡Déjate caer, te atraparé!
—¡No puedo, tengo miedo! —manifestó avergonzada. El personaje fuerte que había creado, la líder de los demonios, estaba siendo humillado por el temor de su “lado humano”, como le gustaba llamarlo.
Kimura comprendió el miedo de la chica, en su lugar estaría igual de asustado. Ganar su confianza era la solución, así que actuó para conseguirlo:
—¡¿Lo olvidaste?! ¡Soy tu sirviente, confía en mí! ¡Los sirvientes no les fallan a sus amos! —Extendió los brazos incentivándola a liberarse.
Un encanto especial la impresionó. Nadie había reconocido ser su sirviente. Muchos se burlaban de ella por ser denominados de esa forma, rechazándola, discriminándola. Las palabras de su compañero de clase se aferraron en su corazón, calmando el miedo de caer y lastimarse. Cerró los ojos, accediendo a confiar.
—¡Está bien! —Retiró el gancho.
Kimura puso su cuerpo para retenerla, si no lograba atraparla, funcionaría como un amortiguador junto con las alfombras. Saki aterrizó sobre el pecho del yankee sentándose sobre él. El afectado emitió un quejido silencioso por la falta de aire. Los glúteos blandos pero pesados de ella fueron el precio a pagar por salvarla.
—¡Estoy viva! —Se movió feliz, con el palpitar acelerado.
—Quí-quí-quí-ta-te —pidió con una cara espeluznante.
—¡Ah, lo siento! —Con el rostro ruborizado, dándose cuenta de su posición, se levantó.
Ninguno se animó a hablar después de eso. Saki estaba sumamente agradecida, y como su madre le enseñó, debía de besarlo, no obstante al haberlo hecho antes, tomando en cuenta las reacciones de su salvador, prefirió no hacerlo enojar. Recogió los vestidos y se sentó en el borde del escenario a inspeccionarlos.
A Kimura le extrañó la actitud tranquila de la joven. Le parecía una enérgica persona que no paraba de hablar con sus diferentes tonos y expresiones. Se sentó a su lado observándola con un vestido sobre el regazo.
—¿Qué haces? —Inició la conversación.
—Soy la encargada de arreglar los vestuarios para la obra. Estos vestidos fueron utilizados hace cinco años, tengo que coser los agujeros o reemplazar las partes que estén arruinadas —habló como una profesional, una experta en el tema, demostrando ser normal cuando se requería.
—Creí que actuarías en la obra… ya sabes, por tu… —Se rascó la nuca, inseguro de mencionar el chuunibyou.
—Ku, ku, ku, ku —rio poniendo su mano derecha sobre la mitad del rostro—. Un demonio no se expone como un personaje ficticio, sirviendo de entretenimiento para meros humanos.
—Ya veo. —Le alegró el hecho de que siguiera siendo la misma, por más que no la conociera muy bien.
—¿Cómo te llevas con las otras estudiantes? ¿Has conseguido alguna amiga? —Aún mantenía la idea de presentarle a Rina. Tras escuchar las burlas, terminó de decidirlo, la reina del jenga era una chica solitaria, ideal para relacionarse con otra solitaria como Saki.
—Nadie quiere ser mi amiga. Prácticamente eres el único que se ha interesado en mí. —No apartó su vista de los vestidos, simulando no estar afectada.
Kimura suspiró sintiendo lástima y le contó sobre Rina, proponiendo un encuentro. Saki aceptó escondiendo la ilusión de construir una amistad. Cuando era una niña, actuar como un personaje ficticio no le dificultó para hacer amigos, llegó a ser popular y querida por lo chistosa de sus ocurrencias. Sin embargo al crecer, fue siendo apartada, ignorada a causa de lo molesto de su comportamiento. Debió aprender a lidiar con sus aspiraciones, volverse una buena alumna y mantener lo que la hacía feliz, vivir en un mundo de fantasía donde era especial, sin necesidad de ser vista como un fenómeno.
Luego de la conversación, asistieron a clases. Ninguno de los dos frecuentaba con otros compañeros, lo cual derivó a que se unieran para sobrevivir al grupo. Verlos juntos, la combinación de una pareja de seres extraños como ellos, dio que hablar. A Kimura no le importaba que el resto hablara a sus espaldas. Saki trató de hacer oídos sordos, pero en el fondo realmente le preocupaba. Nunca se acostumbraría a los comentarios, por más que cambiara de instituto, el tormento no se terminaría.
Siguiendo la costumbre, Kimura durmió sobre el banco gran parte del tiempo, mientras Saki prestaba atención y participaba. A pesar del chuunibyou, se esforzó para que sus notas no fueran afectadas. Al finalizar, se dirigieron al salón donde tenía lugar el club de jenga, integrado por un único miembro.
—Permiso. —El yankee abrió la puerta.
—¡Senpai! —lo recibió Rina, haciendo que su torpeza derribara la torre construida recientemente.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Saki viendo como la pequeña adolescente recogía las piezas, nerviosa, pidiendo disculpas.
—Rita, ella es Chuunibyou. Chuunibyou ella es Rita —las presentó.
Ambas exclamaron enojadas al mismo tiempo:
—¡No soy Rita, soy Rina!
—¡No soy Chuunibyou, soy Saki!
Intercambiaron miradas sorprendidas por la excelente coordinación. Saki pensó: “Es lo más adorable que he visto. ¡Quiero abrazarla!”, sonrojándose en el acto, en cambio Rina fijó su mirada en los pechos generosos de su futura rival: “Está mejor desarrollada que yo, ¿serán verdaderas? ¡Quiero comprobarlo!”.
—Lo sabía, se llevarán bien. —Kimura las dejó a solas retirándose a cumplir con su misión del día.
El silencio perduró. Las tímidas chicas permanecieron sentadas una frente de la otra, mirando al piso. Sin la presencia de Kimura, era complicado iniciar el diálogo.
Saki, la más extrovertida, tomó la iniciativa. El nerviosismo de Rina era mucho más notorio y al ser menor, tuvo un sentimiento de protección hacia ella. Siendo hija única jamás lo había sentido, eso la ayudó.
—¿Este es… el club de jenga? —Visualizó el cartel obsequiado por Kimura, cuya frase: “Bienvenidos al club de jenga, todavía seguimos aceptando miembros. Diles a tus amigos que son unos cobardes si no se atreven a desafiar a la reina. Se divertirán mucho.” Le recordó mucho a él.
—El comité no aceptó la solicitud por falta de miembros. Debes pensar que soy muy irresponsable instalándome aquí —explicó Rina para luego deprimirse.
—No, para nada. Creo que es muy valiente de tu parte instalar un lugar para poder… —Pausó, poniéndose a pensar en si se trataba de un juego, ya que no conocía el verdadero motivo—. ¿Divertirse?
—¿Lo crees? —Se motivó, sin saber que Saki no estaba segura de lo que afirmaba.
Otro nuevo silencio se interpuso. A Saki se le acababan las ideas, pero Rina esta vez actuó apretando su falda con las manos temblorosas.
—Si quieres… puedo enseñarte a jugar. —Sonrió levemente.
Sus últimos rivales fueron bravucones que Kimura enviaba después de darles una paliza. Recibir a una mujer la tranquilizó un poco en ese sentido, no temería pasar el rato con ella.
—Me encantaría —aceptó Saki encerrando a la líder de los demonios, quien a toda cosa pretendía sobresalir llamándola “Tierna damisela”.
La primera partida tuvo un resultado fuera de todo entendimiento. Saki ganó utilizando dos movimientos, contra la campeona mundial de la categoría jóvenes.
—Es un juego muy fácil —comentó sin medir sus palabras. Desconocía sobre los logros de su contrincante y de lo importante de su reputación intachable.
Rina quedó inmóvil, blanca del impacto. Alguien que apenas comenzó a jugar, careciendo de todos los conocimientos necesarios para ganar, lo concretó en menos de diez minutos. El cronómetro no mentía, los números registrados derrumbaron el pedestal que pocos en el instituto conocían.
—¡Juguemos de nuevo! —La competitiva Rina, la invadió.
Saki no era la única con un ser habitando en su interior. Detestaba perder, mucho más delante de una rival indigna, sin luchas en sus espaldas, ni nada que la uniera al juego que tanto amaba.
Tres partidas más, no hicieron la diferencia.
—…
—¡Soy muy buena en esto! —festejó la chica demonio alzando los brazos.
Estaba divirtiéndose con un juego que a simple vista no aparentaba ser divertido. La frustración de Rina aumentó, no se divertía en lo más mínimo. Era inaudito que la venciera fácilmente, a ella, la reina del jenga. Ni siquiera su preciada corona sirvió, ningún encantamiento fue efectivo.
—No soy… tan buena como creía. —Se deprimió estando a punto de llorar—. Soy muy débil, muy débil.
Saki percibió la tristeza e intentó reconfortarla.
—¡No-no eres débil! ¡Co-como dicen por ahí, si no eres buena en el juego, lo eres en el amor! —improvisó.
—¿En el amor? ¿Qué significa? —preguntó Rina, interesada por saber más.
—Es un dicho y es muy acertado. Siempre he sido buena principiante cuando intento aprender un juego nuevo, pero en el amor, ninguno me fue correspondido —relató rememorando las muchas veces que sus declaraciones de amor fracasaron—. Primero fue mi maestro de primaria, tres profesores en primer año de secundaria. Dos en segundo grado. —Levantó sus dedos, contando los pretendientes, jóvenes adultos que fueron amables con ella, pero que sus evidentes razones impidieron que Saki triunfara—. Y ahora me gusta el profesor Kurosawa, es el más joven que he conocido, definitivamente el más guapo. Su mirada serena, esa cabellera de dioses y su voz, estoy segura de que cualquier agencia de seiyuus lo contrataría para interpretar bishonens.
Incluso a Rina le pareció una locura su historia amorosa, si es que podía denominarse de esa forma. La recién llegada era una chica extraña, demasiado extraña para el canon establecido, no obstante le resultó chistosa. Se rio en base a sus fracasos, olvidándose de las derrotas por un momento.
—¿Dije algo gracioso?
—¡No, por favor no te enojes conmigo! —exclamó cubriéndose el rostro con las manos.
—No voy a enojarme por eso. Prefiero verte reír que llorar —expresó mirando a un costado, admitiendo sonar cursi.
Rina se emocionó, nadie le dijo algo así. Todo estaba tomando el rumbo que Kimura planeó, sin contar con las derrotas de la reina del jenga. Las chicas solitarias se entenderían, ya que lo que las unía, eran sus deseos de una nueva amistad.
—¿Cómo es… estar enamorada? —preguntó Rina, siendo la primera chica en escuchar esa pregunta proveniente de ella.
—Déjame pensar… estar enamorada… es cuando alguien te resulta especial. Ves en él cosas que no logras ver en otros. Te sientes a gusto estando a su lado, siempre deseas encontrártelo a pesar de que estés en un lugar donde sabes que no podría aparecer.
»Quieres que sonría y si no lo hace, intentas hacer lo que sea, porque cuando lo hace, tu corazón comienza a latir a mil por hora, experimentas cosquillas en el estómago. Siempre, siempre quieres que sea feliz, no importa en qué circunstancias o cuál sea su elección. No hay nada más bello que verlo cumplir sus sueños, aunque tú no estés en ellos.
La explicación de Saki la iluminó. No existía nada más convincente que la experiencia de una persona que lo vivió, más incluso que una película romántica. Asoció cada palabra con la imagen de Kimura. Desde que lo conoció, yendo a su salón a cumplir con su misión, esforzándose por entender las reglas del juego e intentar no espantarla con su apariencia y actitudes de yankee. Los días restantes, cuando enviaba a otros a jugar con cajas en las cabezas, pensando en protegerla y difundir su club, el cual no era reconocido. Sus posteriores encuentros, encerrada en una pequeña habitación fría, recibiendo la cálida presencia que la liberó de sus temores. El único chico que la vio en traje de baño y escuchó su historia al respecto.
Kimura fue el único en su mente, nadie más, únicamente el yankee de cabello dorado.
—Senpai —susurró.
—¿Rina? —Saki la devolvió a la realidad chasqueando los dedos.
—¡Ah! estaba concentrada en lo que decías.
—Es un sentimiento hermoso —continuó—. No voy a afirmar que los rechazos no duelen, pero como dicen “Lo que no te mata te hace más fuerte”. Algún día encontraré a alguien que me acepte como soy —dijo textualmente la frase de Kimura al conocerla, al conocer su síndrome—. ¿Acabo de citar algo de Kimura? —murmuró en voz baja.
Rina sacudió la cabeza, alejando sus pensamientos sobre el joven. No era momento de exponerse así. Pensó rápidamente en otro tema sin poder ocultar su cara roja.
—¿C-c-cuál es tu pasatiempo? ¿Qué te gusta hacer?
—Me gusta coser. —La respuesta de Saki fue un alivio para su corazón agitado emocionalmente—. Hago ropa para mí y mis muñecas de porcelana, es divertido. —Evidenció su pasión por la costura.
Si ambas creyeron que habría un solo roce en su nueva relación cuando Rina se frustró por perder, se equivocaron. La destronada reina del jenga comentó:
—Creí que coser era un pasatiempo de abuelas.
—…
—…
—¡¿Me llamaste abuela?! —Saki se puso de pie, furiosa.
—¡Las abuelas pasan su tiempo cosiendo! —se desesperó argumentando.
—¡No puedes decirle eso a alguien que acabas de conocer! ¡Dañaste mis sentimientos! ¡Voy a condenarte, tierna damisela, y ningún caballero podrá salvarte! —manifestó sin molestarse en ocultar su chuunibyou.
—¡¿Condenarme?! ¡No me lastimes! —Le arrojó las piezas del jenga en defensa—. ¡Vete, vete, vete, vete! —Aprovechó su rencor de campeona y se desquitó.
Saki huyó del salón, no únicamente las iniciaciones de Kimura eran un fracaso, sino que también su plan para ayudarlas.
Finalizando la jornada escolar. Saki abandonó el edificio, no sin antes toparse con Tai en la entrada, forcejeando por quitar un balde de la cabeza de otro estudiante.
—Tai, ¿qué sucede? —Se acercó.
—Hola, Saki. Estoy tratando de quitarle esto a Kimura. —Jaló sin poder mover el objeto ni un centímetro.
—¿Kimura? ¿Eres tú? —Sorprendida lo observó, golpeando el balde para hacerlo hablar.
—Chuunibyou —respondió descubriendo su particular voz.
—¡¿Por qué tienes un balde en la cabeza?!
—Es una larga historia… ¿Cómo te ha ido con Rita?
—No es Rita es Rina —corrigió—. Mal, no congeniamos.
—¿Por qué no? —Se amargó al escucharlo, moviendo la cabeza tratando de visualizar lo “invisualizable”. Tai lo redireccionó para quedar frente a la chica.
—Dijo que coser era un pasatiempo de abuelas —refunfuñó inflando las mejillas.
—¿Tienes cinco años para enojarte por eso? No siempre encontrarás quienes compartan tus gustos —la regañó figurando como un padre retando a su hija.
—¡No le eleves la voz a tu ama! ¡Te castigaré con un hechizo que hará que tu cabeza se convierta en un balde!
—No creo que necesite ese hechizo —agregó Tai siguiéndole el juego.
—¡Cállate, Tai! —exclamaron los dos al mismo tiempo.
—¡Rina es la chica más tierna del mundo, pero por fuera! ¡Debiste ver su rostro cuando la vencí tres veces en el jenga! ¡Quería matarme! ¡Como esos avatares de lolis con metralletas, manejadas por personas que quieren verse adorables, pero son personas oscuras, oscuras y competitivas!
—¡No entiendo nada de lo que dices, he jugado con metralletas sin tener que usar un avatar de loli! —siguió Kimura con la discusión, señalando hacia un árbol, creyendo que Saki estaba ubicada allí.
—No quiero tener nada que ver con Rina.
—¿Te vas a rendir tan fácil? Qué vergüenza, servirle a una demonio incapaz de hacer algo sencillo como intentar llevarse bien con una pobre estudiante —la desafió, sabiendo que caería utilizando su debilidad.
—¡No es…! —Confrontarlo reafirmaría su incapacidad. Calló y volteó—. Estuve presa de un hechizo de parálisis momentánea. Retornaré en la mañana a intentar apoderarme de la tierna damisela, no podrá resistir mi poder.
Tai confundido por los intercambios de los jóvenes, pensó:
«Se están volviendo más cercanos, hasta Kimura cedió a su chuunibyou. Esta chica es impresionante».
Camino a casa, Rina recordó la conversación con Saki acerca del amor. Se formuló preguntas, todas indicaban una respuesta: “senpai, Kimura senpai”. Primitivamente comenzó a cobrar sentido. Era placentero estar junto al yankee, deseaba siempre estarlo y conocer más cosas sobre él.
La imagen de su sonrisa al alegrarse por enfrentar sus miedos. El valor que le daba considerándolo como un ejemplo a seguir. No era únicamente admiración, quería algo más, estar a la par de ese hombre y compartir muchos momentos juntos. No esperaba un futuro en el cual Kimura no estuviera. Estaba siendo egoísta fantaseando con tenerlo, sin embargo ese egoísmo se sentía muy bien.
—Yo… —Apretó sus manos contra su pecho contemplando mentalmente esa idea.
—Mira, Anzu —dijo Manami señalando a Rina caminar unos pasos delante de ellas—. Es la chica que se quedó encerrada ayer.
—Es cierto, sí que camina lento —notó.
Las circunstancias permitieron que las tres se reunieran en la misma vereda, a la misma hora y en el momento exacto en el cual Rina confesó:
—¡Estoy enamorada de Kimura senpai!
Comments for chapter "07"
QUE TE PARECIÓ?
Kimura la sensación juvenil que provoca ataques de histeria. Se está apoderando del ♥️ de Rina, pues ha quedado anonadada, 😍 su tipo de personalidad del Yankee 💪 es esencial para su conexión con las chicas 😊