Yankee love © - 08
Despertó en una espaciosa cama, demasiado grande para una sola persona. Todo en su habitación era lujoso, hasta los objetos más simples como las cortinas, contaban con un precio elevado. Lo que rodeaba a Manami era la fortuna de su exitoso padre.
Solía cumplir con los caprichos de su hija menor, inclusive los que él imaginaba que tenía. La adolescente nunca fue exigente a la hora de recibir regalos o privilegios como el de viajar cuando quisiese. Aceptaba antes de pedir y no rechazaba ningún gesto de su adinerada familia. Disfrutaba de una “buena vida” a ojos de los demás, sin quejas, ni reproches, únicamente vivía, como todos esperaban que lo hiciera.
Se levantó, ese día su habitación se veía más espaciosa de lo normal, posiblemente porque soñó ser la habitante de un pueblo pequeño, donde cada cosa encajaba a la perfección. No había camas gigantes, habitaciones gigantes, ni mesas gigantes que la distanciaran de sus padres a la hora de la cena.
Dirigiéndose al espejo a un costado de la puerta, se desvistió, el vestido de seda se deslizó lentamente por el resto del cuerpo. Observó su reflejo, con la ropa interior similar a la que Kimura vio, entrando apresuradamente al vestuario de damas. Después de ese episodio, solo tuvo una oportunidad de hablar con él, un mensaje por correo electrónico, fue el final de la corta relación.
—Esa chica… está enamorada de él —dijo enrulándose un mechón de cabello.
Transcurrió un día sin verlo. Creyó que no tenía interés en ella, después de leer la respuesta en el correo electrónico. Fue el primer chico indiferente a su preocupación. Esas pocas palabras la hicieron desistir en conocerlo.
—Será mejor que me aleje del yankee, son muy agresivos. Y si alguien quiere conquistarlo, no debería entrometerme. —Guiándose por el estereotipo, estaba en lo cierto. Los yankees eran abusivos e irrespetuosos. Kimura tenía aspectos distintivos, pero se esforzaba por unirse a la pandilla, tarde o temprano terminaría adoptando la conducta del resto. Tomar esta decisión, era lo correcto.
La declaración de Rina, también fue un motivo, a pesar de que no lo catalogara como el principal, o quisiera convencerse de ello. Dudó de su apariencia delante del espejo. Había heredado los encantos de su madre, para cualquier chica eso era algo positivo, debido a que a esa edad, pocas contaban con curvas pronunciadas y un tamaño de senos importante, sin embargo, recordarse como esa mujer, la asqueaba. Prefería ser diferente, tal vez menos llamativa, así encontraría a alguien que verdaderamente la quisiera, sin considerar su físico. Imaginó que a Rina le funcionaría, sintió envidia.
Descendió por las escaleras hasta el comedor, lista para desayunar y emprender un nuevo día. Su padre, leyendo un periódico a tempranas horas de la mañana, la recibió:
—Buenos días, terroncito de azúcar. —Se encontraba de buen humor, como la mayoría del tiempo.
—Bueno días, padre. —Se sentó a su derecha. Una pila de papeles aguardaba ser revisados por el atareado empresario.
—¿Tienes mucho trabajo hoy? —preguntó tomando el primer sorbo de té.
—Nada que no pueda controlar. —Sonrió levantando el pulgar—. Viajaré a Italia por la tarde.
—¿A Italia? ¿Por qué? —Le sorprendió el repentino viaje.
—Es un tema personal con el hijo de mi mayor rival. ¡No puedo permitir que sea como su padre!
Manami evitó indagar más al respecto, de lo contrario hallaría sub tramas que no comprendería.
—Ya veo. —Depositó la tasa sobre el plato y notó una carpeta especial, la cual contenía un documento que seguramente entristeció a su padre.
«El divorcio. Finalmente llegó», pensó recordando el momento exacto, su madre discutiendo, enojada e inventando excusas para justificar el adulterio. La despreciaba, por sobre todas las cosas, a esa mujer que le provocó tanto sufrimiento.
Desde pequeña, quien le dio la vida la trató como un estorbo, al igual que a su hermana mayor. Ambas fueron una estrategia para casarse con un adulto mayor millonario. No las reconoció como hijas, ni actuó como una verdadera madre. Las dejaba al cuidado de sus empleadas, con tal de salir con amigas y derrochar el dinero.
Las hijas desconocían su pasado, lo vivido para terminar por conquistar a su padre, ignorando a los suyos. Jamás conocieron a sus abuelos, ni otros parientes. Seguramente esa desalmada mujer los botó como basura, obsesionándose con tener riquezas.
—Padre, ¿estás bien? —le preguntó mirándolo a los ojos.
El hombre no pudo soportar la mirada tierna de su preciada hija, era sobreprotector con ella, la consideraba toda una princesita.
—No me mires así. —Bajó la mirada sollozando.
—Me quedaré contigo, pase lo que pase. —Le sonrió.
Lo apoyaría en ese difícil momento, ya que su madre no se merecía ni una pizca de compasión. Su padre sufrió tomando la decisión de dejarla ir, habiendo vivido la humillación de ser usado. Siempre lo supo, sin embargo la amaba demasiado para aceptarlo. Le devolvió la sonrisa. Aunque estuviera destrozado por dentro, no quería que Manami se preocupara.
La llevó a clases en su auto, conservando el mismo que atropelló a Kimura. Era su favorito, no creía en supersticiones de mala suerte, para cambiarlo después de haber ocurrido una desgracia conduciéndolo.
—¿Cómo te va con el chico rubio? ¿Cómo era su nombre? —El plan de Manami de quitarlo de su cabeza, no tuvo un buen comienzo.
—Si te refieres a Kimura, no lo he visto. —Miró por la ventana en el asiento de acompañante. Los primeros estudiantes salían de la estación de tren.
—Parece ser un buen chico. Tengo instinto para esas cosas, he entrenado a algunos —bromeó.
—Es un yankee, son vulgares y agresivos —describió, no necesariamente a Kimura, sino el concepto de yankee que se manejaba en ese instituto.
—¿Yankee? ¿Es una tribu urbana o algo así? Los muchachos de hoy en día y sus extraños modos de expresarse. No los entiendo, están en la primavera de sus vidas, deberían explotar sus aspiraciones en otras actividades.
—Es normal que no lo entiendas —comentó, apresurándose por bajar del auto, el cual había estacionado enfrente del edificio.
Al abrir la puerta, golpeó a un estudiante en la rodilla.
—¡Duele! —exclamó una voz masculina.
—¡Lo siento, no quise…! —se excusó Manami, comprobando la identidad del accidentado—. ¡Kimura! —Se sonrojó más por la sorpresa, que por lo que significaba haberlo encontrado.
—¿Manami? —Recuperándose de la electricidad recorriendo su cuerpo, causa del impacto en esa zona, descubrió la causante del accidente.
—¡Y-yo! —Exaltada cerró la puerta del auto, despidió a su padre sin darle la oportunidad de responder y corrió a la entrada.
—Buenos… días. —Dejó al joven con la palabra en la boca.
En el interior del auto, el padre de Manami tocó la bocina para saludarlo, a lo que Kimura huyó nervioso, evitando intercambiar un diálogo con el raro espécimen.
La chica de cabello anaranjado descansó al arribar a los casilleros. Se quitó los zapatos, los cambio y cargó con su bolso.
—Por poco, estuvo cerca. —Suspiró agotada, no era muy atlética.
Para tratarse de una estudiante responsable, calmada, que sabía comportarse ya como una adulta trabajando en una empresa, su conducta varió. Ahora parecía una adolescente más, alterada por la presencia de un chico, escapando y ocultándose entre las demás.
Cerca del refugio, el salón de clases que no compartía con Kimura, fue sorprendida por su más reciente novio, el hijo del director del establecimiento.
—Manami.
—¡¿Qué?! —Volteó, hallándolo sorprendido por la actitud alerta—. ¡Ah! Eres tú. —Miró detrás del joven, por si Kimura aparecía desprevenidamente.
—¿Te ocurre algo?
—¡No, nada! —Atendió a lo que tenía que decirle, esperando ingresar al salón de una vez por todas.
—¿Podemos hablar en el primer receso? —le pidió un tanto inquieto. Se había comportado agresivamente con ella la última vez que se vieron, cuando Manami terminó con el noviazgo. Eso sin mencionar el insulto que escribió rencoroso en el baño de hombres.
«¿Querrá disculparse? Lo dudó, es orgulloso y su puesto como hijo del director se le subió a la cabeza. Sin embargo se ve arrepentido, podría escuchar sus lamentos para alegrar mi día», dijo internamente simulando una sonrisa.
—Claro, nos veremos después. —Cerró la puerta, suspirando dentro del salón—. Denme un respiro.
Como delegada del grupo, ordenó los asientos, limpió el pizarrón. La clase de la primera hora, correspondía al profesor Kurosawa.
—Buenos días —saludó un tanto desganado. Conservaba ojeras de una larga noche corrigiendo exámenes.
Los estudiantes se ubicaron en sus asientos, pendientes del veredicto del estricto docente.
—Ustedes… no tienen la culpa de haberme quitado horas de sueño —comenzó.
«Matsurina Saki, estuvo toda la noche enviándome correos con preguntas», pensó el verdadero motivo.
—No se preocupen por los resultados, obtuvieron buenas calificaciones. Este grupo no presenta dificultades en mi asignatura. Así que pueden respirar aliviados.
A Manami no le interesaban mucho las calificaciones, las veía como números para clasificarlos. Había áreas en las que era buena, especialmente la que dictaba Kurosawa, en cuanto al arte y la historia. Si tenía una calificación por debajo de ochenta, su padre contrataba profesores particulares, así que intentaba mantenerse medianamente dentro de un rango aceptable en el escalafón de estudiantes.
«Bien, un asunto menos que atender». Miró por la ventana, debajo en el patio, visualizó a Kimura luchando contra otro yankee. Un altercado posiblemente producto de una discusión como la de “¿Qué miras?”, “Miro tu cara de simio primitivo”, situación común entre pandilleros.
—¡! —Manami apartó la vista rápidamente, llamando la atención de Kurosawa.
—¿Qué pasa, Azuma? ¿Viste algo interesante en la ventana que quieras comentar?
—¡No, profesor! —Movió la cabeza, nerviosa.
Kurosawa se asomó a la ventana, entendiendo la distracción.
—Kimimura de nuevo —rabió—. ¡Oigan, dejen de pelear o los haré expulsar! —gritó desde las alturas, con un tono de voz parecido a los de un yankee, muy disimulado con su tono original.
Manami lo identificó, en base a su experiencia escuchando a Kimura, abrió un misterio detrás de la figura intachable del profesor celebridad entre los estudiantes.
«Él podría haber sido…», intentó deducir.
—Azuma, presta atención a la clase —le ordenó Kurosawa, luego de haber terminado con la pelea con un único regaño.
—Sí, profesor.
Iniciando el receso, Manami se encontró con el joven, quien la invitó a un rincón apartado del patio trasero, donde comúnmente los chicos más tímidos declaraban su amor.
«Este lugar… —identificó Manami—. En este lugar abracé a Kimura por primera vez. —Su mente borró las muchas declaraciones, inclusive el comienzo de la relación con el hijo del director, actualmente parado frente a ella, luchando por entablar la conversación—. De nuevo estoy pensando en él». Sacudió la cabeza, las orejas le hervían. El desdichado muchacho creyó ser el culpable de hacerla sonrojar intensamente. Se alegró cayendo en la ilusión de recuperarla.
—Manami… yo quería… —Se mostró débil, como no había estado cuando la insultó. Los días de soltero le sirvieron para darse cuenta lo mucho que la necesitaba. No consiguió otra candidata mejor, nadie se igualaba a ella—. Quería disculparme, actué como un idiota. No esperé que terminaras nuestro noviazgo. Estaba… lleno de rencor hacia ti, no sabía lo que hacía.
La pianista apasionada no lo escuchó, ni una sola palabra. Ignoró la disculpa y todo lo que eso acarreaba. Siendo un chico orgulloso, invicto en rechazos por parte de otras de sus novias, fue totalmente nuevo el hecho de ser reemplazado por alguien más.
«¿Por qué sigo pensando en él? ¿Qué me atrae de Kimura? ¿Es su voz escandalosa? ¿El peinado ridículo? ¿El olor a gel de cabello? ¿Las muecas tensas en su rostro? ¿Su espalda amplia? ¿La muletilla “Eeeh” al enojarse con alguien? ¿Su bondad? ¿Que cubriera todo su cuerpo con abundantes toallas cuando no llevaba su uniforme puesto, de tal manera de respetar la presencia de mujeres en un lugar donde perfectamente podía vestir un traje de baño? ¿Que no represente ningún ejemplo de hombre que haya estado en mi vida?».
Manami seguía viéndose irresistible, una mujer sonrojada, cuyo nerviosismo provocaba que tocara su pecho presionándolo con la intensidad de sus sentimientos profundos.
«Tú… vas a perdonarme, lo sé. No tienes que ocultarlo. Las ganas de volver a mi lado». Se aventuró a tomarla, Manami estaba distraída para percatarse del rostro del joven acercándose al suyo hasta que sus labios se tocaron.
—¡! —El beso le resultaba familiar, el contacto sin emociones, ni nada que la enamorara realmente.
Puso su mano sobre el hombro para separarlo, pensando en cómo serían los besos de Kimura.
«No puedo hacerlo, sacarlo así de mi vida». Cuanto más deseaba abstenerse, más fuerte era su deseo de buscarlo.
—¿Qué pasa? ¿Ya no te gusto? —preguntó el joven, notando la expresión de tristeza.
—Yo… estoy interesada en otro chico —confesó, dando por terminada definitivamente toda tentativa por recomponer la relación rota.
Lo abandonó dejándolo en silencio. Perdonaba sus acciones, el rencor y los rumores que se esparcían entorno a ella, pero no era suficiente para aceptarlo, estaba convencida en no volver con una persona que reaccionara de esa forma.
Distanciándose, lo comprobó, lo acertado de su rompimiento.
—Si se trata de ese yankee. Los estudiantes de su clase comentan… está saliendo con alguien. —La manipularía usando el rumor, la estrategia más efectiva.
Se refería a Saki, la estudiante nueva que fue aislada a causa del chuunibyou. Kimura la aceptó siendo el único en hacerlo. La cercanía entre ambos, compartiendo almuerzos, conversando en los recreos, generó repercusiones de una posible relación amorosa.
—¡! —Manami se detuvo recordando la confesión de Rina. Al final, fue un amor correspondido.
El hijo del director sonrió, no había cambiado en nada. Continuaba siendo tan manipulador como al principio.
—… —Todo dentro de sí se vino abajo. En el pasado voltearía y se refugiaría en sus brazos, en busca de consuelo, no obstante la Manami del presente se encerró en sí misma, en su propio refugio, donde el desprecio por su persona, crecía y crecía.
«No lo hagas… —se dijo—… no intentes nada para separarlos. Kimura es solo una pasión pasajera. Despertaré de este sueño y aprenderé a no depender de los chicos. Seré diferente a mamá… lo seré». Corrió fingiendo no estar afectada.
Dos horas después, el ensayo del coro finalizó. Forzó una sonrisa, era buena en eso, encantando a los estudiantes que recurrían allí para sentirse triunfadores en el mundo de la música. Manami se tomaba la responsabilidad de que ese grupo sobresaliera del resto. Era su principal objetivo, hasta la fecha.
Guardó las hojas con las partituras en su bolso, sentada junto al piano en la sala de música.
Tai esperó que sus compañeros se fueran y le habló:
—El coro está mejorando gracias a ti —la elogió, sin tener segundas intensiones.
—Ustedes son muy talentosos.
Tai sonrió.
—Tú… ¿Pudiste hablar con Kimura aquella noche?
Dejó lo que estaba haciendo y miró adelante. Disimular era todo lo que podía hacer:
—Sí, no era… nada importante, pequeñeces.
—¿Y te respondió? Lo pregunto porque no suele hacerlo, se queda hasta tarde jugando videojuegos, es como si el mundo se cerrara cuando lo hace. Ignora mis mensajes. Hace unos días le envié un recordatorio sobre un viaje escolar y no lo vio. Es muy irresponsable en ese sentido.
Ahora entendió la prestigiosa respuesta que recibió. Le alegró saber que fue afortunada en captar su atención. Rio, sintiéndose de buen humor.
—Ya veo. Sí, me respondió, es un chico problemático.
—Ja, ja, sí lo es. Bueno, tengo que asistir a la siguiente clase. Adiós —se despidió—. Sabe bien a quién responderle y a quién no. Luego dice que no le interesan las mujeres —balbuceó retirándose de la sala.
La excusa del mensaje la reconfortó los primeros minutos, después de eso, la idea de la chica con la cual salía el yankee, retornó a atormentarla.
—Me estoy haciendo falsas esperanzas. ¿A quién engaño? Soy patética.
En el pasillo Saki acarreaba de la mano a Rina. Había asistido a su club pidiendo una disculpa, con el propósito de iniciar una amistad a pesar de las diferencias que mantenían intactas. Kimura la desafió aplicando la técnica perfecta contra el chuunibyou y Saki era muy obstinada para rendirse.
—Vamos, Rinrin… —la apodó—… buscaremos nuevos miembros para tu club.
—Pe-pero, no es necesario que preguntemos directamente —se reusó jalándola de regreso al salón.
—Por esa razón se me ocurrió la brillante idea de preguntárselo a estudiantes que estén tristes. —Se asomó al salón de música, luchando contra la poca fuerza ejercida por la reina del jenga—. ¡Mira, esa chica está triste! ¡Preguntémosle! —propuso, refiriéndose a Manami. La escandalosa joven fue escuchada, ingresando como un torbellino—. ¡Buenos días! ¡Soy Saki, mucho gusto! —la saludó moviendo la mano que sujetaba a la rendida Rina.
—Hola. —Manami miró a la pequeña adolescente, quien supuestamente salía con Kimura.
«Es ella… la chica del traje de baño que se quedó encerrada».
—Estás invitada al club de jenga. —Saki le entregó un afiche colorido.
—¿Un club? —Lo aceptó, desconociendo el juego.
—Si alguna vez te sientes triste, puedes visitar a Rina y vencerla. Te hará sentir mejor —agregó a su discurso.
—¡¿Qué estás diciendo?! —exclamó Rina enojada.
—Tranquila, tranquila, es parte de la estrategia —explicó.
Manami sufrió un conflicto interno entre indagar sobre la relación de Rina con Kimura y la de seguir su vida sin recurrir a la compañía de un hombre. ¿Qué era verdaderamente lo que deseaba?
—He usado mi hechizo de parálisis, esta plebeya no se mueve. —La señaló posando como toda una artista de la actuación.
—¿Disculpa? —La rareza de Saki la atrajo a la realidad.
—No le hagas caso. Si te sientes abrumada o aburrida, puedes ir a mi club para relajarte y divertirte. —Las ocurrencias de su reciente amiga, la ayudaron a animarse a hablarle.
—… —La pianista tardó en contestar. La apariencia de Rina la enterneció, le resultó extraño que un pandillero se fijara en una tierna chica, aparentemente una kouhai (de grado inferior).
—De acuerdo, tengo un rato libre.
—¿De verdad vendrás? —Se impacientó Rina.
—Estaría encantada de ir. —Sonrió.
—Ku, ku, ku, ku —rio Saki como una villana, su plan resultó a la perfección.
Las tres se dirigieron al club de jenga. Manami no esperaba que dicho club se ocultara en el salón más olvidado del instituto. Le provocó cierta pena enterarse sobre un grupo como ese, donde únicamente estaba conformado por dos miembros.
—Es… acogedor —comentó sentándose.
—E-está un poco desordenado, lo reconozco. Este espacio estaba destinado a guardar objetos perdidos, funcionaba como una pequeña bodega —argumentó, todavía temerosa por conocer a una chica como Manami. Sinceramente, no imaginaba a otra persona, sobre todo viniendo de una estudiante popular.
—No te preocupes. Y bien, ¿cómo jugaremos?
Saki depositó en la mesa, una caja con las piezas del jenga.
—Es muy sencillo, solo quita las piezas tratando de que no se derrumbe la torre.
—¡No es tan sencillo, es una explicación muy vaga! —intervino Rina.
—Entiendo. Comencemos. —Asimiló la única regla sin importarle el comentario de la experta.
—¡Espera, espera! ¡Hay algunas reglas que también debes conocer! —Se desesperó, si existía una principiante más con la habilidad de vencerla, lo restante de su orgullo se vería masacrado.
—La damisela intenta escapar de mis dominios. No temas, mi jaula es lo bastante resistente para protegerte. ¡Nadie va a arrebatarte de mí! ¡Ni siquiera esta sexy maga de las tinieblas! —El chuunibyou se manifestó en todo su esplendor. Estando en ese lugar, con su primera “amiga” en años, se sentía cómoda demostrando como era en realidad.
—¿De qué está hablando? —le preguntó Manami a Rina.
—Quiere decir que no me ganarás… como ella hizo ayer —contestó decodificando los mensajes.
Manami miró a Saki, la líder de los demonios le guiñó un ojo, tapándose el otro con sus dedos.
«Es rara… pero simpática». Sonrió, insegura de si era la mejor idea.
—Armaré la torre, aguarda un momento. —Rina agrupó las piezas en tríos, para luego apilarlas unas encima de otras. Manami observó el proceso. Mientras Saki dibujaba en la pizarra con una fibra de color rojo, dos alas de murciélago de un tamaño proporcional a su cuerpo.
Estando la torre terminada, Manami inició su turno con una pregunta:
—Rina ¿Estás saliendo con Kimura?
—¡!
El silencio se apoderó del ambiente. El rostro de Rina se volvió rojo como un tomate, Manami puso una expresión de tranquilidad, cerrando los ojos, preparada para escucharla.
—…
—…
—¡Mira Rinrin, tengo alas! ¡Arrodíllense ante mí y tendré piedad sobre sus almas! —exclamó Saki, ajena a la tensa situación.
Comments for chapter "08"
QUE TE PARECIÓ?
Hola, he llegado hasta aquí, no soy buen lector y me cuesta trabajo. Te felicito por la buena narrativa y por plasmar tan bien cada personaje, sus interacciones y el florecer de sus relaciones, me ha parecido muy bueno, no creo que yo pudiera hacer algo parecido n_n.
Tengo que admitir que me ha tocado algunas fibras emocionales, para bien y para mal, eso es bueno, porque significa que tú obra no te deja indiferente n_n.
Holaaa! yaaaay!!! no puedo creer que estes leyendo mi novela :,D muchas gracias por tu comentario, me llena de alegría saber que te está gustando. Seguiré esforzandome para mantener lo que he estado construyendo. Gracias por el apoyo! lo valoro muchisimo :D
De pronto se vió en un trance incómodo y empezó a sentir el calor bajo la piel de la cara 😭 ni como evitar esa situación de experimentar rubor excesivo, el rostro de Rina 😩
Una historia sensacional (。♡‿♡。)