Yankee love © - 09
Lo sé, encontrarse con esta imagen al principio puede ser confuso. Hay una explicación, una muy razonable para que Anzu y yo acabáramos de esta forma.
Todo inició luego de que Manami huyera de mí en la puerta del instituto. Escuché el sonido de la bocina, era ese viejo. No me interesaba nada que tuviera que ver con él, su sola presencia me aterraba. Es como si un espectro del más allá viniera y me susurrara al oído “Aléjate”. No necesito que una entidad invisible me lo advierta, un hombre de avanzada edad, con sus “características personales”, es mejor conservar distancia.
Entré y vagué por los pasillos hasta la hora de entrada. Afortunadamente no tenía que verle la cara al profesor Kurosawa, el bello rostro que embobece a las chicas, como por ejemplo a Chuunibyou.
Ella apareció minutos después de sentarme en la silla. Caminó derecho a hablarme, esquivando los murmullos del resto del grupo. Todos hablan cuando apenas intercambiamos un par de palabras. Seguramente nunca vieron a un yankee y una “líder de los demonios” tratando de comportarse como estudiantes normales. Aunque viniendo de mí, aparentar ser normal nunca me funcionó, mucho menos en un lugar donde los yankees mandaban.
—He estado ensayando. —Se sentó a mi lado y me mostró una libreta. Pensé: «Ahí anotará todas esas frases rebuscadas para su síndrome», y así lo era. La abrió, pasó página por página hasta la última.
—¿Qué has estado ensayando? ¿Tienes alguna clase de poder nuevo aparte del de parálisis? —Le seguí el juego, eso la hacía sentirse menos excluida.
Si existe algo que detesto por sobre todas las cosas, es el acoso escolar y Chuunibyou sabía exactamente como era sufrirlo.
—Mi disculpa para Rina —aclaró, inflando las mejillas. Suele hacer eso muy a menudo, no conozco a otra chica que lo hiciera tantas veces.
—Hagamos esto. Tú actúa como Rina y yo actuó como… Saki —propuso cerrando la libreta, preparando su garganta.
—¿Que actúe como Rita?
—¡No es Rita, es Rina! —Se impacientó—. Vamos, imagina que llego al club de jenga. Toc, toc. —Hizo la mímica en el espacio.
«¿Por qué tengo que hacer esto?», pensé, olvidando que fui yo quien inició esta nueva amistad.
—¿Quién es? —dije desganado, deseando que el profesor, profesora o cualquier adulto encargado de la primera clase ingrese a terminar el espectáculo.
—¡No, así no! Tienes que actuar como Rina. Ella es más tímida y no tiene esa actitud.
—De acuerdo, de acuerdo. —Respiré profundo y esperé que ningún estudiante me viera—. ¿Qui-quién es? —tartamudeé, poniendo mis puños debajo del mentón.
—¡Eso es, así se hace! —me elogió contenta—. Soy Saki, ¿me recuerdas? La chica que heriste con tu ignorancia. —Sonrió, creando un ambiente repleto de rencor y odio.
—Si es el comienzo de una disculpa, es la peor disculpa que he visto —di mi opinión, evitando que terminara empeorando la situación.
—¿Qué debería decir?
—Si actúas ofensivamente se sentirá amenazada. Estamos hablando de Rita, es muy asustadiza. ¿Por qué no pruebas con un “Lamento nuestro malentendido, he venido a disculparme”?
—¡No fue un malentendido! ¡Escuché claramente, dijo que coser era pasatiempo de abuelas! —refutó.
—¡No entiendes nada! ¡¿Cuántas relaciones humanas has tenido en tu vida?! —exclamé sin creer la poca predisposición en escucharme.
—Yo… yo… —Bajó la mirada.
«Mierda, creo que la lastimé», pensé de inmediato.
Las mujeres tienen el poder de hacer sentir a los hombres como basura. Siempre hay que realizar movimientos estratégicamente previstos para responder, lo que muchas veces olvido hacer. He convivido con más mujeres en mi vida que por ejemplo… Tai. Karin, mi madre, la mayoría de los huéspedes son mujeres por el spa. Tengo experiencia, pero Chuunibyou me saca de quicio. Es descuidada, vive en su propio mundo y no acepta mis acertadas recomendaciones.
—Disculpa, hablé demasiado.
—No… yo… no he tenido amigos desde niña —se sinceró, viéndose como un cachorrito desorientado y perdido.
—Anota esto en tu libreta, léela si no logras recordarlo. Rita se sentirá importante si descubre que te has esforzado por disculparte —le dije textualmente lo que debía decirle.
Obtuve como respuesta su sonrisa satisfecha, mejor que recibir otro impredecible beso, como el que intentó darme ayer cuando le presté un lápiz. Controlar a la enérgica Chuunibyou no era tarea fácil.
Antes de que finalizara la primera clase, el profesor me pidió que ayudara a la entrenadora suplente del equipo de voleibol. Era una mujer atlética, pero de estatura pequeña, no alcanzaba a colgar la red del gimnasio. Sospecho que interrumpir mi siesta, fue una manera de decirme que sea útil si no pretendía estudiar. No lo culpo, mis ronquidos debieron molestarlo mientras trabajaba. Soy un rebelde que está en contra de la autoridad, sin embargo no quería comportarme como un idiota con personas que se dedican a educar a la juventud, los interesados en postrarse toda la vida en oficinas burocráticas.
Fui al gimnasio y la primera persona que me encuentro, lanzando un balón de basquetbol a la pared, haciéndola rebotar y regresar a sus manos, fue Anzu. Tuvimos un malentendido cuando quise darle la suma de dinero que me robó anteriormente de mi billetera. Se negó, agresiva conmigo como siempre.
No vestía su uniforme escolar, sino el que se utiliza para la clase de deportes. Me dio una mirada amenazante, típica de una bravucona, de esas que se meten con los más fuertes, en lugar de con los débiles.
Me ha hecho creer que me odia, en sí odia a todos los yankees. La he visto apartarlos de su camino, tiene una presencia dominante imponente, no le importan los gorilas a los que insulta, ni arriesgarse a que la golpeen. Dentro de los muchos jóvenes que conozco, se merecía mi respeto por ser tan valiente.
Dejando eso de lado, Anzu me ha robado y golpeado dos veces. La primera fue en la cara, la segunda en el estómago. Ah, acabo de olvidar la tercera, con una zapatilla involucrada.
—Entrenadora —la llamé para acabar con la tarea y marcharme a tomar otra siesta—. Vine a ayudarla con la red.
La mujer, bajita, con un cuerpo de adulta fácilmente confundible con el de una adolescente, se dirigió a mi agradecida por haber acudido.
—Gracias, lo estaba necesitando. No sé dónde se consiguen escaleras aquí. Reemplazo al entrenador.
—Sí, me lo han comentado —hablé tomando la red en mis manos.
Anzu seguía haciendo ruido, estrellando el balón. Es probable que haya escapado de su clase, en eso nos parecemos.
Subí a una plataforma de madera, até la red de un extremo. Recorrí lo ancho del gimnasio, y arribé a la misma zona donde Anzu estaba. No lo había notado a simple vista, su nariz estaba ruborizada y sus ojos lagrimeaban.
«¿Estará enferma?», me pregunté ojeando algún otro síntoma visible.
—¿Qué estás mirando? —dijo en tono agresivo, aunque no tanto como las últimas veces, en las cuales solemos discutir.
—Nada. —Seguí con mis labores. El ruido se hizo más fuerte, llegó a incomodarme escucharlo, haciendo más difícil realizar el nudo para sostener tirante la red—. ¿Puedes dejar el balón por un momento? —Realmente no quería pedírselo, pero lo hice. Las palabras escaparon de mi boca sin previo aviso.
Anzu me miró, desobedeciéndome.
«¿Se burla de mí?», rabié en mi interior, intentando de que no se notara. Pregunté nuevamente si podía detenerlo, a lo que respondió de la misma manera.
—¡Lo haces a propósito! —La cuerda se me escapó de las manos, ahora tenía otra prioridad.
—¡No me molestes, tonto yankee! —Arrojó el balón justo en mi abdomen, la atrapé prácticamente por instinto.
Para ese entonces, la bajita entrenadora había abandonado el gimnasio, estábamos solo Anzu y yo. Aproveché la oportunidad, no quería seguir peleando con ella. Si teníamos diferencias, las aclararía de una vez.
—¡Espera! —La retuve, no esperé que una única palabra fuera efectiva.
«Bien, tengo su atención. Ahora Kimura, no lo eches a perder».
—Yo.
—¿Por qué siempre te apareces? —me interrumpió todavía sin voltear a verme.
—¿Qué dices?
—Antes de conocernos ese día en el baño, ninguno de los dos notó la presencia del otro. ¿Por qué ahora… tengo que hablarte cada vez que te veo? Sigamos siendo desconocidos, es lo mejor.
«¿Es lo mejor? ¿A qué se refiere?». Me dejó callado, pensativo.
Odiaba a los yankees, y yo no sería una excepción. Siempre termino olvidándolo, lo que represento en realidad para ella.
Apreté los puños.
—Soy más que un yankee. —Si para Anzu ser un yankee representaba una mala persona, preferiría que viera más allá de eso.
No comparto ciertos aspectos con miembros de la pandilla, eso me motivaba a proponerme escalar, convertirme en su líder para cambiarlos, cambiar la imagen que mi hermano no desearía ver en su vieja escuela. Empezar en este punto, con esta chica, es un inicio distinto al cual imaginé, superando la prueba de iniciación.
Anzu siguió sin voltear. Debía destruir su concepto sobre mí, pero ninguna buena idea me vino a la cabeza. Si permitía que se fuera, continuaría repitiendo esta clase de encuentros.
Miré a todos lados, como si hacerlo serviría de algo, sin embargo el balón de basquetbol me fue de utilidad.
—No creo que estés en el equipo de basquetbol.
—¿Qué? —Volteó.
—Si estuvieras en el equipo de basquetbol, no vendrías a jugar sola cuando las demás están en sus respectivos salones. —Recogí el balón y la desafié—: Si me ganas encestando tres veces, nunca más volveré a hablarte.
Anzu avanzó y me quitó el balón de las manos.
—Comencemos.
Si la chica era buena golpeando, no me imaginaba lo que sería impidiendo que le arrebatara el balón. Tragué saliva recordando sus golpes, estaba haciéndolo por un bien mayor, no me retractaría a estas alturas.
En secundaria era habilidoso en deportes, no me destacaba como otros, pero rondaba entre los medianamente mejores. Confié en mis habilidades, la perseguí mientras se movía de un lado a otro pasándose el balón entre las piernas, a una velocidad que mis ojos apenas seguían.
«Cielos, es muy buena —comenté—, pero soy más alto, sacaré ventaja». Permití que se acercara al aro y cuando Anzu trató de encestar, puse mi mano para frenarla. Inmediatamente desistió, giró por detrás de mí y lo concretó.
Obtuvo el primero punto.
—Tsk, maldición —chisté. Reconozco que soy orgulloso y eso dolió. Anzu sonriente tomó el balón de nuevo. La desgraciada lo disfrutaba. Para ser una jugadora que entrenaba sola, era tremendamente rápida—. No perderé —dije agachándome, esta vez le quitaría el balón. Me moví directo a arrebatárselo, no obstante fue inútil, Anzu me embistió, provocando que me desestabilizara y encestó por segunda vez—. Esto no puede estar pasando.
—Eres pésimo —se burló provocándome. Jamás la vi de tan buen humor, si no fuera en base a mi humillación, me alegraría. Otra chica solitaria como Rina y Saki, mi yo justiciero deseaba ayudarla.
Recompuse los pedazos de mí, destrozados por los anteriores puntos. He renacido como el ave fénix en el pasado, cuando los niños de grados superiores me golpeaban por defender a los nerds.
Anzu me cedió el balón para que iniciara. Lo acepté, reconociéndolo como una pizca de piedad de su parte. Me prometí no fallar, remontar mi marcador de cero.
Sentí un calor envolver mi cuerpo, la energía de superar los obstáculos recorrió mis venas.
—Esto… es la Z*na. —Miré mis manos y escuché la electricidad invadiendo mi cerebro—. ¡Estoy en la Z*na!
Anzu se preparó descifrando mi actual estado.
—¡No ganarás! ¡Tengo el Ojo del emp*rador!
Pisó firme, obligándome a retroceder y caer.
«¡Mierda! ¡¿Por qué estoy en el suelo?!». Quise levantarme lo más rápido que pude, pero en el intento, Anzu se abalanzó sobre mí para quitarme el balón que abrazaba junto a mi pecho. Empecinado en no permitir que lo obtuviera, lo lancé lejos.
Anzu acabó cayendo sobre mí, he de aquí esta vergonzosa escena.
Kimura y Anzu se miraron, estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro.
«¿Qué, qué, qué, qué, qué, qué?». La mente de la joven desvariaba, nunca tuvo un contacto físico así con un chico. Era algo completamente nuevo, no sabía cómo reaccionar.
Kimura tampoco sabía qué hacer en esa situación. Temía moverse, incluso de respirar, ya que Anzu podía reaccionar violentamente a cualquiera de sus acciones. Contaba con pruebas para afirmar esa teoría. Esperó a que se apartara por sí sola.
«¡Vamos haz algo, maldita sea! ¡No te quedes mirándome! ¡Fue tu culpa, tú te caíste encima!».
—… —Paralizada, no accedió a obedecer los pensamientos del yankee.
«Esperen un momento… esta situación… ¡¿Por qué me estoy comportando como la chica?! ¡Primero el ka-ka-kabe-don, y ahora esto! ¡Debería actuar como el hombre! ¡¿Por qué no estoy actuando como el hombre?!». Debía ser quien tomara el control, pero no fue así, un estornudo, un simple estornudo por parte de Anzu, los separó.
Como sospechaba, estaba encubando una enfermedad, una gripe apenas visible.
—¡Aaaah, gérmenes! —gritó Kimura reincorporándose. Expuso su debilidad, tapándose la boca y nariz, para no respirar el mismo aire. La chica retrocedió y estornudó otra vez.
—¡Aléjate, estás enferma! —Se arrastró hacia atrás, apoyando su trasero en el piso del gimnasio.
—¡No es para tanto, es un pequeño resfriado! —explicó, dándole la espalda. Se encontraba más que avergonzada, estar encima de Kimura y todavía estornudarle en el rostro, nada podía ponerse peor.
—¡¿Por qué no llevas tapabocas?! ¡¿No conoces la política de la escuela contra enfermedades, o la misma política de Japón entero?! —Se enfadó, tomando otro metro de distancia.
—¡Eres un llorón y un exagerado!
—¡¿Exagerando?! ¡Cuando me encuentre en la cama con cuarenta grados de temperatura! ¡¿De quién piensas que será la culpa?!… ¡Por dios, ya empiezo a sentir mi nariz llenarse de mocos!
—¡Ya tienes la nariz repleta de mocos!
Discutieron, hasta que la entrenadora los frenó enviándolos a la enfermería.
Simultáneamente, en el club de jenga:
—Rina ¿Estás saliendo con Kimura?
—¡!
El silencio se apoderó del ambiente. El rostro de Rina se volvió rojo como un tomate, Manami puso una expresión de tranquilidad, cerrando los ojos, preparada para escucharla.
—…
—…
—¡Mira Rinrin, tengo alas! ¡Arrodíllense ante mí y tendré piedad sobre sus almas! —exclamó Saki, ajena a la tensa situación.
—¡Yo, yo, yo, yo, no estoy saliendo con Kimura! —negó moviendo la cabeza, sin lograr descolorar su rostro rojo.
—¿De verdad? ¿Entonces por qué te alteras? No me digas que él… —La puso en evidencia, atacando con sus mejores armas.
«Es ahora o nunca, si niega su relación así, es porque ni siquiera se le ha confesado», ideó Manami confiada en su estrategia.
—¡Rinrin, no me estás escuchando! ¡Escúchame, tengo alas, mira a-l-a-s! —reclamó Saki golpeando la pizarra impacientemente.
—A ti te gus… —prosiguió Manami, conservando la calma.
—¡Rinrin! —Golpeó por última vez, la pizarra se le cayó encima, aplastándola.
El ruido alertó a las restantes, ambas corrieron a ayudarla.
—¡Saki! ¡¿Estás bien?! —Con ayuda de Manami, Rina levantó el objeto. Creyeron que hallarían a la joven desplomada e inconsciente por el tremendo impacto recibido, sin embargo, lo que hallaron fue el llanto escandaloso de una niña:
—¡WAAAAAAAAAHHHHH!
—Tranquila, tranquila. Te llevaremos a la enfermería —la calmó Manami, palpándole la espalda.
—¡Me duele mucho la frente! ¡Aquí, aquí! —Señaló una leve inflamación debajo del flequillo.
—No se ve tan mal. Fue solo un susto, estarás bien. Ven, ¿puedes ponerte de pie?
—Sí —accedió, tambaleándose. Manami la sostuvo de la cintura, Saki la abrazó y la besó en la mejilla—. ¡Gracias, muchas gracias, eres mi ángel… hueles muy bien! —La olfateó cerca de la oreja.
—¡N-no hagas eso! —Se avergonzó, erizándosele la piel.
—¡No seas impertinente, Saki! ¡La estás incomodando! —Se molestó Rina, celosa por no poder actuar como Manami, cuando en el fondo quería ser una buena amiga para Saki.
Acompañaron a la accidentada a la enfermería. La anciana la atendió vendándole fuertemente la cabeza, rodeándola con un vendaje excesivo para el caso.
—¿Está segura que es necesario? —preguntó Manami.
—Con esto estará bien. —Sonrió, estando de acuerdo con su tratamiento.
—Me duele la cabeza, está muy apretado. La sangre no llega a mi cerebro —se quejó Saki.
—Lo hubieras pensado mejor antes de ser irresponsable —la regañó, ajustando el último retaso de vendaje.
—Perdóname, Saki. Si te hubiera escuchado… —dijo Rina, preocupada.
—No te preocupes. Fue mi culpa —reconoció sonriendo, atribuyéndole más culpa al chuunibyou que a su persona.
«Saki es una buena chica. Se disculpó después de que las dos nos comportáramos como niñas… Viéndola vendada por mi culpa… y ella… todavía es comprensible conmigo», pensó sollozando.
—¡No llores, pequeña damisela, la líder de los demonios es invencible! —fingió aguantando el dolor, con tal de hacerla sonreír—. Además, pienso que de todo esto sucedió porque ustedes hablaban de Kimu… —no terminó de pronunciar su nombre, el paciente detrás de la cortina, estornudó:
—¡Achuuu! ¡Maldita sea, estoy enfelmo! ¡Es glipe, es glipe!
Escucharon la voz más identificable para las tres chicas.
—¡Es Kimura! —descubrieron al mismo tiempo.
Saki corrió la cortina, y lo vio acostado en la cama con un pañuelo descartable cubriéndole la nariz.
—¡¿Qué te sucedió?! ¡Te ves horrible! —señaló.
Se encontraba pálido, más delgado, con ojeras bien marcadas. Kimura era más propenso a recibir enfermedades, motivo por el cual era extremadamente cuidadoso con su higiene personal. Su cuerpo sufría de los síntomas y cambiaba a extremos inimaginables, como el actual, se asemejaba a un zombi.
—Es glipe… glipe… glipe —repitió.
—Pobrecillo, se ve realmente mal —agregó Manami.
—No se dejen engañar. Un par de días en cama con atención constante y estará como nuevo —recomendó la enfermera.
«¿Atención constante?». Rina se imaginó trabajando como su enfermera personal. Dándole cucharadas de sopa en la boca y cobijándolo.
—¡Kyaaaaaah, no puede ser, no puede ser! —Nerviosa agitó las manos, exaltada.
—¡No te asustes, Rinrin! ¡Kimura sobrevivirá! —Saki lo malinterpretó.
En la cama siguiente a la de Kimura, tapada hasta la cabeza y sin permitir que la vieran, Anzu oyó la conversación.
«¿Por qué vinieron esas chicas? incluso Manami está aquí. El estúpido yankee me delatará de haberlo contagiado. Descubrirán que estuve con él. —No solían interesarle los comentarios de los demás, sin embargo si Kimura estaba involucrado en ellos, todo cambiaba—. No quiero que nos relacionen. Ese estúpido, estúpido hombre siempre está en medio de todo… ¿Por qué? ¿Por qué? —Rabiosa, se aferró a las sabanas.
Su temperatura corporal estaba al tope, sudaba y el calor del abrigo empeoraba su condición. Permanecería inmóvil, escondida, escondiendo a su vez, el encuentro que terminó por confirmar, su deseo de no separarse de Kimura. Le dolía negarlo, recordar los sentimientos de Rina, el abrazo intenso de Manami tras ser rescatada de la piscina. Había personas interesadas en el chico, y no era nadie para interferir—. Yo… lo odio, odio sentirme así». Cerró los ojos, conciliando el sueño.
La enfermera le ordenó a Manami y Rina abandonar la enfermería. Afuera, tenían una conversación que retomar, no obstante ninguna quiso hacerlo. Hubo muchas emociones vividas en un único día. Rina fue la primera en huir, despidiéndose con una reverencia.
«Me da algo de pena presionarla. —Manami suspiró—. Tal vez ni siquiera sepa lo que de verdad siente», asumió.
Tampoco estaba segura de estar enamorada, pero el interés que despertó Kimura sobresaliendo de sus anteriores parejas, fue suficiente para explorarlo.
Media hora después, Karin, la recepcionista empleada del hotel, se presentó para llevarse al enfermo joven.
—Hola, hola, ¿dónde está mi chiquitín especial?
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