Yankee love © - 12
El episodio de la noche anterior permaneció en la mente de Karin durante el desayuno. En pocas oportunidades se reunía junto a Kimura y su madre, Emiko, a comer. Para su mala suerte, debió compartir ese momento con la particular familia.
—¿Qué les pasa? Nunca tuve un desayuno tranquilo como este —Emiko rompió el silencio.
Karin soltó la cuchara, en cambio Kimura tranquilamente siguió tomando la sopa asquerosamente nutritiva.
—No ocurre nada, mamá —respondió tomándose la confianza de llamarla así, cuando en realidad no compartía ningún vínculo familiar, ni amoroso con ninguno de sus hijos varones.
—Te he dicho que no uses esa palabra conmigo. —Sonrió mostrando la simpatía aterradora de una estricta jefa.
—Anoche Karin entró al baño mientras me duchaba —la delató sin mostrar ninguna señal de burla al saber lo que se avecinaba.
—¡No, yo no quise! —la mujer se excusó moviendo las manos como si eso creara una barrera protectora.
Emiko se limpió los labios con una servilleta. La ausencia de voces perduró, solo se escuchaba el sonido de absorción de Kimura terminándose la sopa.
—Karin, ¿estás pervirtiendo al menor de mis hijos? —preguntó moviendo la silla de ruedas en su dirección.
—Claro que no, mamá. Kimura es menor de edad, conozco las leyes.
—Gracias por la comida. —El yankee se levantó, recogió su bolso y emprendió la marcha hacia un nuevo día de clase, dejando un huracán atrás, ocasionado por una madre furiosa.
Salió de la estación, habiendo recorrido un cuarto de la ciudad en tren. Existían otras instituciones cerca de la posada ubicada próxima a las zonas rurales, pero Kimura le rogó a Emiko que lo inscribiera en el mismo lugar donde su hermano asumió la posición de líder. La larga distancia no significaba nada, comparada con su objetivo.
Tardó más en recorrer las calles, la marcha lenta se acentuó sobre sus piernas.
—Unas cuadras más y podré dormir en mi cómoda silla —dijo alentándose.
Parecía una mañana tranquila, con esporádicas precipitaciones, no obstante un trío de pandilleros, estudiantes de la misma preparatoria, lo interceptaron terminando con toda calma.
—Oye, Kimura, maldito desgraciado. —Tomó protagonismo el más robusto de los tres—. ¿Me recuerdas? —Se señaló la nariz, cubierta por un vendaje y dos tablillas delgadas sosteniéndola verticalmente.
—A decir verdad, no soy bueno recordando rostros feos —respondió hurgándose la nariz, que a diferencia a la del enemigo, estaba perfectamente sana.
—Me la quebraste, saltaste desde las escaleras y me diste una patada justo aquí.
Recordó ese momento, ambientándolo con el fondo de su tierna mascota, un gatito con sombrero, para no revivir completamente el terrible dolor que experimentó.
—Aaaah, lo recuerdo. Llevaba prisa y estabas en mi camino acorralando a una pobre chica. —Lo reconoció más que nada por haberle aclarado cómo lo lastimó. Tenía mejor memoria cuando se trataba de hechos concretos—. ¿Qué harás al respecto? ¿Eeehh? —Guardó sus manos en los bolsillos, formando la mueca característica de un delincuente.
—¡Sujétenlo! —le ordenó a los otros dos.
—Eso no es justo. —Resignado, permitió que le golpearan el estómago de una patada. Sus rodillas tocaron el suelo, pero las manos continuaron escondidas.
«¿Los traje? Deben estar por aquí —pensó revolviendo los objetos ocultos—. Algunos papeles con anotaciones de recetas bajas en grasas, una golosina sin azúcar, ¿dónde están?».
—¡Aprenderás a no entrometerte donde no debes! ¡Maldito fracasado! —lo insultó, el sujeto con la nariz rota.
Los secuaces le dieron dos puñetazos, uno en cada mejilla. Kimura apenas movió la cabeza, había recibido tantos golpes, que su rostro era duro como una piedra. A pesar de ello, los roces de los nudillos lo cortaron, iniciando el sangrado que muchas veces adoraban su apariencia de “chico malo”.
—Sé tú historia. Has fallado cuarenta y siete veces la iniciación. No entiendo por qué el jefe sigue aceptando tus intentos inútiles.
La violencia aumentó, el joven resistió, sabía qué pasaría, vengarse era parte de la ideología persistente, no importaba si compartían el mismo territorio. Siempre los pandilleros demostraban quienes eran más fuertes.
—Es suficiente, muchachos. —Dejándolo en el suelo, el dúo de secundarios se apartó.
—Los encontré. —Kimura sacó de sus bolsillos un par de guantes de látex.
Se los colocó cuidadosamente de no romperlos haciendo un ruido agudo, chistoso de oír.
—Estúpido loco. ¿Qué crees que haces?
Dio pasos aproximándose al comandante del grupo. El adversario lo superaba en altura, no cabía duda de que ya era un adulto, habiendo repetido al menos cinco años para continuar siendo un estudiante.
Rápidamente Kimura movió la mano derecha, introduciendo dos dedos, índice y mayor, en las fosas nasales del hombre. Era una estrategia asquerosa para derrotarlo, pero para el joven yankee fue la mejor forma de decirle que ser un miembro o no de la pandilla, realmente no influía en nada. Podía ser un fracasado, uno capaz de hacerlo poner de rodillas con apenas dos dedos. Y así sucedió, el pandillero impresionado, impactado, afectado, dolorido, considerándose una víctima de violación nasal, tocó suelo.
—Oye, hermano, ¿e-e-estás bien? —Incrédulos, los yankees restantes no supieron si intervenir o no, temerosos de ser los próximos.
—Kjj-kj-kjj —los quejidos reemplazaron las palabras. Pedirle que se detuviera era impensable en esa situación, donde se autoproclamaba como el más fuerte.
—Si no quieres que todos hablen de esto, mantente lejos de las chicas. Aprende a respetarlas, no tienen el mal gusto de escoger a un pandillero sobre otros chicos. —Quitó sus dedos, asqueado, observando la mucosa gotear—. No volveré a romper narices. —Volteó y vio cómo los otros huían.
La mañana de Rina inició. Durante la reunión familiar con sus padres antes de ir al trabajo, conversaron sobre su cumpleaños el próximo fin de semana.
—¿Invitarás a tus amigos? —preguntó la madre dándole de comer a la pequeña hermana, una bebé encantadora, como lo fue Rina a esa edad.
—Sí, tengo nuevas amigas —dijo alegre.
Las chicas concurrirían muy a menudo al club de jenga. Se apegó a Saki, Manami y por último a Anzu, ya que nunca tuvo personas cercanas que se interesaran en compartir tiempo con ella. Era precipitado llamarlas de esa manera, pero se arriesgó a hacerlo, eso la hacía feliz.
—¿No tienes ningún amigo? —indagó la mujer poniéndola en evidencia delante del padre sobreprotector.
—Querida. —Bajó el periódico que leía todas las mañanas para enterarse si subían sus acciones.
Rina pensó en el único chico cercano, al igual que pensó en el trío que la acompañaba en el club, sin embargo pensar en Kimura significaba una acumulación de emociones difíciles de explicar. Últimamente las circunstancias habían evitado que se reunieran después de descubrir lo que sentía por él.
«Si invito a Kimura senpai mi fiesta de cumpleaños, podremos pasar más tiempo juntos».
—Cuéntale a mamá, ¿tienes algún amigo que quieras invitar? —Como si le hubiera leído la mente, la madre la miró expectante de una respuesta, la cual sabía que tenía.
Rina tragó el resto de comida con rapidez, apurándose por escapar del interrogatorio que seguiría.
—No la presiones. Rina, dile a tu madre que no tienes amigos varones. Los muchachos de hoy en día confunden fácilmente las relaciones de amistad. No podemos correr ese riesgo. —El padre se puso serio al respecto.
—¿En qué tiempo crees que vivimos, querido? —lo confrontó la madre, molesta.
—¡Debo irme, debo irme! —La joven huyó recogiendo sus cosas sin fijarse en la futura tormenta, fuera en la ciudad.
Pisando las baldosas húmedas, suspiró.
«Papá no querrá que invite a un chico. ¿Qué voy a hacer? —Al darse cuenta de la relevancia que le otorgaba a la presencia de Kimura, se pellizcó las mejillas—. ¿Por qué piensas solo en Kimura senpai? Nunca tuviste amigas, concéntrate en apreciarlo».
El gris del cielo cubierto por nubarrones, liberó las primeras gotas.
—No he traído paraguas. —Colocó su bolso sobre la cabeza para no mojarse el cabello.
Corrió y se refugió debajo del techo de un comercio, un bar de maids donde ciertos estudiantes desayunaban antes de asistir a clases.
—Llegaré tarde si espero a que pare de llover. —Del otro lado de la calle lo vio—. ¡Kimura senpai! —exclamó inconscientemente.
Caminaba lento, inclusive tambaleándose a cada paso. Jamás se lo había cruzado en el camino, aconteció justamente ese día, cuando pensaba en invitarlo a su cumpleaños.
Volteó avergonzada, topándose con los clientes dentro del bar, observándola inquietarse.
—¡! —Volteó nuevamente, mirara donde mirara, sospechaba que las personas estaban al tanto sobre su reciente sentimiento hacia el yankee.
Escuchaba sus pensamientos, murmullos constantes y ojos rojos brillosos rodeándola. Ese fue el principio de la experiencia de Rina en estar enamorada. Los intentos por fingir que nada ocurría, eran neutralizados por otros, al menos eso creía, ocultando su rostro detrás del bolso.
«Llamo la atención, no puedo permitir que Kimura senpai también descubra que estoy enamorada». Caminó hasta la esquina para luego cruzar la calle.
Había automatizado tanto ese movimiento, la trayectoria entre esquina y esquina, que no descubrió la ausencia de algo importante, la señal que indicaba la preferencia del peatón, no contaba con una cebra. La lluvia leve no fue problema en la visión del conductor del camión, intentó frenar, pero por torpeza derramó una taza de café sobre sus piernas, provocando que pisara el acelerador y no pudiera detenerse a tiempo.
El sonido del motor alertó a la estudiante, quien finalmente notó el peligro. Miles de imágenes la invadieron en un segundo, si existía una teoría sobre la visualización de la vida entera de una persona antes de la muerte, la comprobó. Sin embargo todavía no era su fin, sintió una mano tomar la suya para luego ser jalada a los brazos de un hombre. El viento le corrió mechones del cabello sujetos por la coleta, el camión continuó unos metros más, logrando frenar.
«¿Estoy muerta? Huelo… a sangre, yo… —Abrió los ojos temblando de miedo.
Ahora una mano le acariciaba la cabeza para tranquilizarla. A un costado, el conductor del vehículo corría a disculparse—. No, estoy en la calle… estaba dirigiéndome a clases cuando…». Miró arriba, terminando por revelarse, la identidad de su salvador.
—No puedes cruzar la calle así. Eres tan torpe. —Era voz de un joven, con una frase típica sacada de un manga shoujo, pero en este caso, no se trataba de un estudiante especialmente apuesto, aparentando ser indiferente a las acciones de la protagonista, hasta el momento exacto en el cual los hechos lo obligaban a mostrarse como un héroe dispuesto a rescatarla de la trama misma, capaz de hacerla parecer la persona más torpe del mundo para gusto personal del público femenino, quienes se sienten identificadas.
No, no se trataba de un estereotipo así, era simplemente Kimura, el clásico yankee con el rostro hinchado, con cortes de nudillos que salpicaban sangre al hablar y lo hacían lucir el peor partido del mundo.
—¡KYAAAAaaaAAAA! —gritó Rina, impresionada por el estado deplorable de un pandillero recién salido de una golpiza.
—¡¿Niña, estás bien?! —Acudió el conductor. Viendo a Kimura, asumió lo normal en un estudiante así—. ¡¿Qué intentabas hacerle?! ¡Vete, o llamaré a la policía!
Kimura no respondió, puso las manos en los bolsillos y miró abajo. Discutir con un ciudadano no era propio de él, menos aun si lucía de tal modo, era lógica la reacción de rechazo. Rina recobrando la calma, oyó cómo lo culpaban por un descuido suyo. No sabía lo mucho que la gente común despreciaba a los yankees, sobre todo viniendo de adultos trabajadores. Se topaban con adolescentes agresivos destruyendo sus autos o pintando en los comercios.
—Ustedes son unos buenos para nada, solo ocasionan problemas. Son la peste de la sociedad, me pregunto cuándo desaparecerán de una vez.
Las duras palabras del hombre, despertaron su lado protector. No permitiría que Kimura se viera como un yankee más del montón. Él era especial, le demostró ser diferente y aunque tuviera su rostro lleno de moretones y sangre, seguía siendo el mismo chico que la ayudó reiteradas veces a sentirse mejor, le regaló una sonrisa al verla feliz superando sus obstáculos.
—¡No! —exclamó deteniéndolo—. ¡Kimura senpai no es como los otros pandilleros! ¡Él es… él es…!
Quería decirle todas las cualidades que la enamoraron, pero hacerlo la delataría, delataría lo mucho que le gustaba. El rostro se tornó rojo, de repente la temperatura de su cuerpo se elevó, eso no la ayudaba.
—Rita, no es necesario —habló Kimura sorprendido.
—¡KIMURA SENPAI ES MI AMIGOOO! —Desató una poderosa ráfaga a su alrededor. El poder de la exclamación los dejó boquiabiertos.
—…
—…
El caminero intentó aconsejarle esbozando una sonrisa nerviosa:
—No es conveniente que una niña como tú se relacione con un pandillero.
—¡Usted cállese, no soy una niña, cumpliré dieciséis años el sábado! ¡Y no conoce a Kimura senpai! ¡Es mi amigo, voy a invitarlo a mi fiesta de cumpleaños! —declaró imponiéndose.
Nuevamente el silencio. Los hombres se miraron igual de confundidos.
Rina se dio cuenta de lo que acababa de hacer.
«¡¿Qué dije?! ¡Mandé a callar a un adulto, le grité a un adulto! ¡Ni siquiera Kimura senpai ha hecho algo tan osado!».
—¡Ha-haz lo que quieras! —Molesto, el conductor regresó a su camión y se marchó.
La lluvia paró y el sol asomó detrás de las nubes. Fue una mañana inusual, más en Rina. Estuvo cerca de la muerte, fue rescatada por la persona indicada, le gritó a un adulto y lo más importante de todo, invitó directamente a Kimura a su fiesta, dejando de lado el descontento de su padre.
«Me desconozco. Saki no mencionó nada sobre esta parte de estar enamorada».
—Rita… —la nombró erróneamente, ya volviéndose una costumbre difícil de modificar—… No debiste hacerlo, pero te lo agradezco. Nunca nadie ha mentido así por mí. —Los rayos del sol lo iluminaron, resplandecía hoy principalmente, cuando ella lo miraba con otros ojos.
—N-no fue na-na-nada —tartamudeó nerviosa, para luego terminar de decodificar el mensaje detrás del agradecimiento:
«¿Está diciéndome que no me cree? ¿No cree que lo considere mi amigo? ¿Por qué no me creería?… ¡¿Qué hice mal?! ¡¿No somos cercanos?! —pensó, mientras Kimura se despedía—. ¡Espera un momento!». Lo persiguió aumentando la velocidad hasta ponerse delante de él.
—De verdad tú eres mi…
Kimura se rascó el interior de la oreja izquierda con el dedo meñique, olvidó limpiarla adecuadamente al levantarse, por lo que prácticamente no escuchaba en detalle cada palabra de lo que decían. Posiblemente esa fue una de las causas para no defenderse por sí mismo cuando lo llamaron “peste”, siendo un obsesivo por la limpieza. Se quitó una bola de cera y la arrojó lejos.
—Oye, Rita. ¿Me prestas tu llave del club de genga? Quiero dormir una siesta.
—¿Mi llave?
—Estoy algo golpeado, si entro al salón el molesto profesor Kurosawa me dará un sermón. Pasaré las primeras horas en el club —explicó.
Rina pensó que “algo golpeado” no definía la gravedad de las cortaduras e inflamaciones.
—Deberías atenderte en la enfermería —recomendó hallando más heridas cuanto más lo observaba, además se encontraba más encorvado que otras veces. Le entregó la llave, la había guardado por accidente y llevado a casa, no obstante como nadie se percataba de ese pequeño salón, no hubo repercusiones.
—Tomaré una siesta y despertaré como nuevo. No le digas a nadie que estaré allí. ¿Guardarías este secreto por mí? —Aceptó la llave, dándole un flechazo al puro corazón de Rina. Un secreto entre ellos dos sonaba atrayente, la hacía creer que verdaderamente eran cercanos.
—S-sí, lo guardaré, ¡lo guardaré para siempre! —afirmó con seguridad.
—Veo que puedo confiar en ti. —Sonrió.
Juntos caminaron al instituto y se separaron en la entrada.
«Eres tan despreocupado, Kimura senpai. Será difícil que te des cuenta… de que me gustas».
Cuatro horas después, Rina escapó de Saki, a la hora del almuerzo acostumbraban a comer juntas, o visitar a Manami en el salón de música. No quería exponer el secreto que compartía con Kimura, ni mencionarle nada sobre él. Lo visitaría para llevarle alimento y verificar que nada malo le hubiera pasado solo en el club de jenga.
Con suerte logró escabullirse entre los demás estudiantes, era pequeña así que no le resultó complicado. Cansada arribó al salón. Tocó tres veces.
—Espero que esté bien. —Los segundos transcurrieron. Tocó más fuerte—. Kimura senpai, soy yo Rina. Ábreme.
—…
Repitió el acto, sin obtener respuesta.
—¡¿Qué hago?! ¡¿Y si está muerto?! ¡¿Y si se murió desangrado?! —Imaginó el peor escenario. Si algo malo le pasaba, nunca se lo perdonaría.
El picaporte giró, la puerta rechinó, como el primer día que se conocieron, cuando Kimura desesperadamente pretendía desafiar a la reina del jenga. No eran días alejados, los que los dividían de la actualidad. Rina mantenía su temor a la sangre, a ver heridas y a los yankees sin cajas en la cabeza, pero en ese momento, detrás de la puerta entreabierta, encontró quien se convirtió en su mayor anhelo.
—Rita, no te preocupes yo estoy bi… —Debilitado, Kimura cayó atrás.
—¡Kimura senpai! —Terminó de abrir la puerta e ingresó lanzándose sobre el desmayado joven.
Su nombre se perdió en el sueño.
Alguien le habló, una voz conocida, un ser que apreció y sigue apreciando.
—¿Qué estás haciendo, tonto hermano?
—¿Hermano? —Estiró la mano, solo veía un fondo blanco.
—No es necesario que hagas todo esto. Es demasiado para ti, harás preocupar a mamá y a Karin.
—No lo entiendes, ya no es lo mismo… ha cambiado. Debo… debo saber dónde se origina, debo saber… quién es el verdadero líder detrás de todo este desastre —le respondió, cerrando el puño al igual que sus ojos.
Despertó, el techo húmedo goteaba sobre su frente. El salón olvidado era perfecto para ocultarse junto con la chica que prometió guardar su secreto.
—¿Estás bien? —Rina se sentó a su lado. Aún estaba en el suelo, sin ser movido ni un centímetro de donde cayó.
—Perdón por ocasionarte tantos problemas. Los golpes en la cabeza me marearon —reconoció que la paliza le habían dejado secuelas.
—¿Por qué siempre estás lastimado? —Mojó su pañuelo en agua fría y lo depositó sobre la frente—. Siempre, siempre tú… peleas con otros pandilleros. ¿Por qué? —Tenía ganas de llorar, no obstante se mantuvo firme.
—Soy un yankee, desgraciadamente es lo que hacemos.
—No lo entiendo. ¿Por qué hay tanta violencia en este lugar? —cuestionó apartándose. Estaba molesta a causa de la actitud de Kimura de meterse en peleas callejeras. Ahora no le asustaba verlo así, sino que le preocupaba terriblemente.
—Me pregunto lo mismo —murmuró levantándose lento—. He dormido lo suficiente. —Miró su reflejo en la ventana polvorienta, Rina había limpiado la sangre seca de su rostro.
«No quiero involucrarla en mis asuntos. No le conviene… tenerme como su amigo». Era una dura decisión, pero si lo encubría, estaría exponiéndola a ser usada para perjudicarlo. Kimura era famoso entre los yankees de la pandilla, por obrar fuera de la jurisdicción del jefe y atreverse a pelear contra quienes no aprobaba, defendiendo fielmente sus ideales.
—Lamento rechazar tu invitación, Rita. El sujeto de esta mañana tiene razón, no te conviene relacionarte con un yankee. Me alegra haber sido el responsable de iniciar una amistad entre tú y Saki. Hasta aquí he llegado. —Caminó hacia la puerta.
—Espera, ¡espera solo un segundo! —Rina no quería dejarlo partir.
Sacó su celular, el objeto prohibido en la institución, pero siempre presente en los estudiantes. Lo defraudó, rompió con el secreto, el pequeño lazo que los unió.
—Los yankees somos peligrosos.
—¡Solo espera unos segundos, solo unos segundos más! —pidió.
No estaba sola, no era la única en intentar impedir que Kimura abandonara toda relación. Manami ingresó cerrándole la salida, con el celular en manos. El mensaje rápido de su nueva amiga, fue todo lo necesario para acudir.
—Kimura, qué sorpresa —fingió ignorancia alegrándose.
—¡Sirviente! —Asomó Saki detrás de Manami.
—Conque refugiándose en este club. —Anzu, la última del grupo, habló aparentando estar disgustada.
—Todas son miembros del club, no es únicamente de jenga. Hacemos toda clase de actividades, como por ejemplo… —Rina apretó su falda y miró adelante. El secreto de ambos ya no era propio de ellos, había más involucradas, interesadas en no abandonarlo—… ayudar a un yankee en problemas.
—¿Ayudar… a un yankee? —preguntó sumamente confundido.
—¿No se lo comentaste, Saki? —notó Manami, se lo había encargado, ya que estaba en la misma clase que Kimura.
—Mi mente fue afectada por un hechizo, han borrado mis últimos recuerdos —contestó, omitiendo cierta parte del motivo, debido a lo sucedido el día anterior con el asunto del profesor Kurosawa.
—El día que volviste recuperado de tu gripe, nos dimos cuenta de que todas te conocíamos, habíamos sido ayudadas por ti en diferentes situaciones —Manami inició la explicación—. Se nos ocurrió que podríamos devolverte el favor, así como también realizar una actividad en el club. Cuando lo necesites, puedes acudir a nosotras.
—Quién diría que acudirías sin saber nada acerca de esto. No puedes ni siquiera cuidarte solo —comentó Anzu.
—Oigan, no sé qué están tramando, pero no es una buena idea —le extrañó a Kimura.
—¿No quieres estar con nosotras? —Manami usó una técnica que en su experiencia, era efectiva. Se aferró al brazo de Kimura tocándolo a su vez con su generoso pecho.
«Es blando, es muy blando». Como todo hombre, cayó preso de la manipulación y miró a un costado.
—Eso es una buena señal. No seas tímido. —Sonrió maléficamente mirando a Rina.
—Ki-Kimura senpai. —También se acercó aplicando sus propias tácticas. Lo miró con los ojos vidriosos, viéndose más encantadora—. ¿Vas a rechazar nuestros esfuerzos por ayudarte? Eso es muy cruel.
Fueron igualmente efectivas.
—No es eso, no es eso. No quiero que ustedes se involucren en mis problemas.
—Eres un miedoso —agregó Anzu.
—¡No soy un miedoso! —reaccionó iniciando una discusión.
—Eres un miedoso, mie-do-so yan-kee.
—¡Prefiero ser un estúpido yankee que un miedoso yankee! —eligió entre los insultos.
—Si alguien viene aquí con malas intenciones, le romperé la cara. —Anzu se tronó los dedos, era más ruda para frenar amenazas que el mismísimo protagonista.
—Ese es el rugido de un dragón —apoyó Saki.
—¿Quieres ser a primera en mi lista? —la amenazó. La relación entre estas chicas todavía pendía de un hilo. El chuunibyou de Saki y el temperamento de Anzu eran una combinación explosiva.
—¿Ves? Nosotras estaremos bien. De ahora en adelante, este será el club para ayudar al yankee Kimura, el único que nos merece. —Manami le brindó una cálida sonrisa de confianza.
La bondad de sus compañeras no tenía precio. En el fondo estaba agradecido de contar con ellas.
—Soy odiado por la pandilla y una estorbo para los profesores. ¿Se dan cuenta de que están rompiendo las reglas manteniendo un club así? —Kimura lo repensó y suspiró—. Bueno, a decir verdad… romper las reglas… no son diferentes a mí.
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