Yankee love © - 14
Las preparaciones tardaron horas en concluir, a causa de las oposiciones de Kimura en vestir ropa de mujer. Quiera o no, seguía sin acostumbrarse a la idea de Manami, pensada para que asistiera a la fiesta de cumpleaños de Rina. La figura de un yankee no era bien vista por los adultos, y aunque Kimura tuviera sus particularidades como persona noble y defensora de los débiles, a ojos de extraños, era un delincuente.
—Vamos Kimi, sal o llegaremos tarde. Rina nos espera. —Manami jaló del brazo al trasvertido joven.
—Me veo ridículo, no creo poder con esto —se quejó sin moverse ni un centímetro.
—¿Cuánto pesas? Parece que estás clavado al piso. Vamos muévete. —Logró convencer a su vestuarista de no obligarlo a usar tacones, se vería aún más alto, representando una mujer luciría poco usual. Caminó hacia la entrada con la suerte de no tambalearse con los zapatos apretados para su talla—. Lo haces bien, Kimi. Unos pasos más y subiremos al auto. Solicité especialmente el auto con vidrios polarizados, son oscuros, nadie te verá.
Manami actuó como si nada hubiese pasado entre ellos. Kimura se encontraba dormido cuando lo besó, por lo cual no se enteró del suceso. Pretendía dejar las cosas como estaban.
Juntos en el asiento trasero, Kimura olfateó sus muñecas y estornudó de repente.
—Maldición, ¿por qué tuviste que ponerme un perfume de rosas? —Conservaba los cosquilleos en la punta de la nariz, obligándolo a estornudar de nuevo.
—Tenemos la misma fragancia. Las chicas se prestan los cosméticos. —Sonrió.
—No me hables como si fuera una chica —pidió cruzándose los brazos.
—Y no hagas eso, tus brazos se ven más firmes y no tienes senos falsos. Te descubrirán —le indicó—. Mejora la postura, no te encorves. —Puso su mano en el hombro, dándole pequeños golpes para que obedeciera. Kimura se enderezó manteniendo la expresión de descontento. Manami lo observó, atreviéndose a comentar—: Aprecio mucho lo que haces, jamás conocí a alguien como tú. Si tan solo hubieras aparecido en mi vida antes… —Miró por la ventana, deteniéndose a tiempo.
—¿A qué viene eso? —preguntó Kimura, sin darle el mismo grado de importancia que ella.
—Nada, nada. Olvídalo. —Vio su propio reflejo en el vidrio, delante del de Kimura.
«Parece menos perspicaz de lo que pensé. No sospecha nada». Si bien esclarecer sus sentimientos era tarea difícil, no podía evitar poner en evidencia su interés en él.
—Manami, hay algo que quiero preguntarte —inició en tono serio.
La chica exaltada, pensó:
«Tranquila, escuché sus ronquidos antes de besarlo. No hay posibilidad de que estuviera despierto. No la hay, no la hay, no la hay». Le temblaba la mandíbula, un tic nervioso que la despojaba de toda belleza.
—Esta tarde, mientras me maquillabas tú…
«¡No hay forma de que estuviera despierto!», el grito interno se reflejó en una cara de espanto.
—¿Puedes mirarme un segundo? —Kimura se acercó, la frente de Manami estaba pegada a la ventana, era capaz hasta de quebrar el vidrio con la intensidad del momento.
«¡Noooo! ¡Alguien, alguien por favor! ¡¿Dónde están las interrupciones en esta clase de momentos?!».
La mano con guantes oscuros le rozó la nuca, el contacto mediado por la gruesa tela en los dedos del adolescente, bastó para descarrilar a la calmada Manami.
—¡KYAAAAA! —gritó sumamente avergonzada, alcanzando un nivel superior al de la recién enamorada Rina. Abrió la puerta del automóvil, encontrándose con la anfitriona de la fiesta, esperando en la entrada de su morada.
—¡¿Manami?! ¡¿Qué sucede?! ¡Tu rostro está rojo! —la delató, desatando el lado más oscuro y sincero de toda chica poderosa.
«¡¿Te das cuenta lo que acabas de decir?! ¡¿EEEEEHHH?! ¡¿Quieres que te arrebate todo el cabello?! ¡¿EEEEEHHH?!».
—¡¿Te has vuelto una yankee?! —Retrocedió asustada.
—Oigan, ¿por qué el escándalo? —Kimura pisó la acera saliendo del auto. El vapor liberado del interior del vehículo climatizado, hizo más impresionante la entrada de un personaje importante y revelador. Quiso poner sus manos en los bolsillos, pero la larga falda carecía de unos, así que inventó otra pose ubicando sus manos en la cadera.
«¡Luce tan genial como cuando es hombre!», los pensamientos de Manami y Rina se sincronizaron.
«¿Qué estoy sintiendo? ¿Me gusta Kimura incluso cuando es una chica?». La velocidad en el palpitar de Rina aumentó.
Manami con sus sentidos alertas a cualquiera insinuación de la pequeña enamoradiza, se puso en medio de su objetivo y estiró los brazos.
—¡Feliz cumpleaños! —Para luego abrazarla, fuera de la vista de Kimura.
—¡Me-me estás apretando mucho! —se quejó sofocada por la fuerza de su actual contrincante.
—Lamento interrumpir su momento, pero si me quedo un segundo más afuera voy a encerrarme dentro de ese auto toda la noche —dijo Kimura ocultando su rostro de la mirada de un par de chicos circulando por la zona.
Manami soltó a Rina y comentó:
—Probaste un poco lo que se siente ser una atractiva mujer. —Lo tomó de la mano desprevenidamente.
Notándolo, Rina se impacientó y sujetó al joven de la otra mano.
—Vamos pasa, hice mucha comida para ti… Kimi. —Sonrió.
Dentro de la casa, la presencia abrumadora de la autoridad adulta, lo acorraló. El padre, como si fuera un inspector de seguridad interrogó a la llamativa adolescente, la más alta que había visto en su vida.
—¿Cuántos años tienes, jovencita?
Kimura lo superaba en al menos treinta centímetros, para ser un hombre de cuarenta años, que una chica en la pubertad midiera más, le resultaba demasiado sospechoso, hasta humillante.
El traje de empresario adherido un día no laborable, señalaba lo comprometido que estaba con su trabajo, eso sumado a las exageradas ojeras de horas frente a una computadora. Era un oficinista de una importante empresa, un empleado capaz de ascender pronto, debido a sus habilidades y su indiscutible preparación. La familia de Rina no era adinerada, sin embargo conservaban una posición económica favorable para que en el futuro, pudieran formar parte de las familias prestigiosas de la institución, como lo era la de Manami. Existía un lema en la casa: “Esfuérzate y todo será posible”.
Kimura abrió la boca para responder, pero Manami se adelantó ideando una jugada espléndida. Si Kimura hablaba, el solo escuchar la voz sería suficiente para desenmascararlo.
—Kimi es muda. ¿Rina no lo mencionó? —Confiada en su actuación, no despertó dudas.
—¿Muda?… Rina, ¿por qué omitiste ese importante dato? —la regañó.
—Lo siento, papi. —Miró a los presentes, un tanto confusa. Jamás le había mentido a su familia en algo así.
—Mis disculpas.
Kimura agitó las manos y sonrió queriendo decir “no hay problema” o “no se preocupe”, pero al hacerlo, uno de sus guantes se desprendió, siendo lanzado lejos.
Las chicas sabían la razón de cubrir cada parte del cuerpo. Tenía raspones por doquier, dedos curtidos, los nudillos marcados de romper huesos, todo eso lo delataría.
El padre miró la expuesta mano, la comparó con la suya. Era más grande y varonil, que las de un oficinista que asistía a un spa.
—Tú eres… —la formulación de hipótesis inició.
«¡Estamos perdidas!», exclamó Manami internamente.
De inmediato Rina recogió el guante y se posicionó delante de Kimura.
—¡To-toma, Kimi! Tus manos son hermosas, no tienes que temer mostrarlas, no son para nada como las de un hombre.
El padre reaccionó a las palabras de su hija. Si Kimi mantenía una disconformidad con su cuerpo provocado por ese defecto en sus manos, no era quien para resaltarlo y sospechar de un engaño. Pensándolo bien, cuando era un niño, una compañera de la primaria lucía como un inmenso gorila peludo. Un animal que se le abalanzaba tratando de robarle besos.
Rememorarlo le erizó la piel.
—Iré a beber café. Si me disculpan. —Dio unos pasos, el resto de los adolescentes respiró aliviado, pero el huracán de Saki arrasó con toda calma.
—¡Kimura, has llegado!
—¡!
—¡!
—¡!
La tensión se intensificó exponencialmente. A Saki no le importaban las apariencias, ni la forma de vestir de quienes frecuentaba. Permanecía tan inmensa en las fantasías típicas del Chuunibyou, que los demás confiaban en ella para ahuyentar toda verdad, no obstante falló en el peor momento posible. Literalmente dijo el nombre del chico debajo de la larga falda y el abundante maquillaje, cualquier otro apodo hubiese servido como parte de su síndrome, pero no, la descontrolada Saki optó por el camino equivocado.
—¿Por qué me miran así? ¿Quieren? —Quitó de entre sus dientes una paleta de chocolate.
—…
—…
—…
—¿Kimura? Ese es… —Un aura violeta rodeó al estricto padre. Rina tenía prohibido invitar a alguien del otro sexo. Desobedecerlo, significaba la primera rebeldía de su inocente niña—… es… ¡Nombre de chico!
«¡Se acabó! ¡Todo el esfuerzo ha sido en vano!». Manami, colérica, sujetó sus cabellos. Ya tendría tiempo de pensar en el castigo de Saki, incluso construiría una sala de tortura especial para ella.
—¡No papi, te equivocas, no es lo que crees! —Los intentos de Rina fueron neutralizados por el poder de la paternidad.
La puerta se abrió brutalmente, la luz blanca del exterior los encandiló. Una figura negra ingresó a la casa, dispuesta a combatir contra las acciones descuidadas de Saki.
—¿Quién es? Es muy brillante —dijo el hombre.
El nuevo invitado cerró la puerta, haciendo desaparecer la luz blanca, generada por los focos del auto estacionado afuera.
—Yo soy el chico aquí.
—¿Qué significa esto? Explícate joven —exigió el adulto.
—Concurro al mismo instituto que Rina, estoy en tercer grado. Desde la época de exámenes, he estado ayudándola a estudiar en la biblioteca. Para los nuevos estudiantes, los exámenes pueden ser demandantes. Rina estaba aterrada con ellos, así que me ofrecí. Como agradecimiento, me invitó a comer pastel de fresa, y como buen compañero he aceptado.
Saki quedó boquiabierta, la apariencia del recién llegado la deslumbró. Era pelirrojo, apuesto y vestía elegantemente. Junto al padre de Rina, fue la única del club que no la reconoció. Anzu se había cortado el cabello y vestido como hombre, dando una apariencia distinta, a la que hubiera dado Kimura si renunciaba a su identidad como yankee.
«Anzu… tú». Manami sorprendida, no aguardó a que se presentara de ese modo, acudiendo para salvarlas.
—Has… ¿Ayudado a mi hija a estudiar? —Para él, los estudios de Rina eran fundamentales. Reconocía que le dificultaban, había pensado la posibilidad de contratar un tutor para supervisarla, sin embargo alguien más se adelantó. Era admirable que a Rina le haya ido bien en los exámenes gracias a ese joven.
—Matemáticas y japonés. Son las materias que más le cuestan —las enumeró, recordando ver a Rina leer libros en el club, mientras ella probaba los pasteles.
La mejor estrategia para convencerlo de la asistencia de un chico, la aplicó la audaz Anzu.
—¿Es cierto? —le preguntó a Rina.
—¡Sí!… él… me ha ayudado mucho, por eso lo invité. No quise decírtelo, tenía miedo de tu reacción.
El hombre suspiró y le tocó la cabeza, acariciándosela.
—No estoy molesto. Me alegra saber que te rodeas de buenas personas. La próxima vez, dile a papi tus problemas.
—Sí, lo haré.
Saki se escabulló entre los presentes hacia Anzu, sin creer ni por un segundo que se trataba de ella.
—¿Estás en tercer grado? No te he visto, que tonta he sido. Eres muy apuesto.
—Descuida, sigues siendo una tonta. —La empujó tocándole la frente con la palma de la mano.
—Auch. —Saki retrocedió, pero avanzó rápidamente—. No creas que voy a rendirme. Eres del tipo frío.
—Lo he comprobado, no tienes cerebro.
El club avanzó a la siguiente etapa, la cocina de la madre.
—Bienvenidos. Estoy feliz de que mi Rina tenga amigos. Por favor, sean libres de comer lo que gusten.
Era una mujer algo excedida de peso por el embarazo, pero igualmente agradable a la vista como Rina. No tuvo complicaciones en ese periodo, pero los antojos de dulces fueron tan frecuentes, que terminó desarrollando habilidades para cocinarlos.
—Anzu. —Manami se acercó susurrando el nombre.
—Ahora soy Hanzo. Debí decirte que vendría vestida así, pero confiabas ciegamente en que todo resultaría.
—Eres impredecible. Te adelantaste a los hechos, fui descuidada al no pensar en Saki —reconoció sonriendo tímidamente. Luego de la discusión que tuvieron, sabía que su relación no sería la misma.
—Está bien, no fue para tanto. Tú sigue cuidando del estúpido yankee. —No la miró a los ojos, ni una vez.
A pesar de pedirle que olvidara lo sucedido, ni siquiera ella podía hacerlo. Estar cerca de Manami la entristecía, conservó distancia y se sentó con Saki. Estaría al pendiente de las ocurrencias de la “líder de los demonios”, así Rina podría disfrutar su cumpleaños sin el riesgo de mentirle a sus padres.
—Ella es Riko, es mi hermanita. —Rina la levantó mostrándosela a Kimura—. Sostenla, le gusta que la balanceen. —Lo hizo, la bebé rio. Kimura la sostuvo. Nunca tuvo un hermano pequeño, por lo que estaba inseguro si era buena idea. A la bebé parecía no molestarle, incluso le sonrió queriendo alcanzar los rizos claros de la peluca—. Gracias por aceptar venir —le agradeció, aprovechando el momento a solas con él, lejos de los invitados.
—No tienes que agradecerme —dijo Kimura en voz apenas audible.
—Debiste haber pasado por tantas cosas antes de venir —supuso viendo el completo cambo de apariencia.
—Sí —concordó viendo a Anzu del otro lado, la segunda persona en sufrir una transformación, más arriesgada que la suya, ya que se cortó el cabello.
«Si esto fuera una ficción, habría experimentado un cambio interno —pensó siendo presumido al colocarse como el causante—. ¿En qué pienso? Como si Hanzo tomara en cuenta lo que digo».
Trató de alejar ese asunto de su mente. Elevó a la pequeña y notó el parecido con la hermana mayor.
—Sí que se parece a ti y a tu madre. ¿Las mujeres de tu familia son clones?
—Ja, ja, ja. Nos lo han dicho. Espero que Riko sea más lista que yo —bromeó. Ahora todos sabían que no era buena con los estudios.
El rostro de Riko se enrojeció, las mejillas se inflaron, como si estuvieran acumulando algo.
—Oye, Rina, creo que a tu hermana le sucede… —Antes de terminar la oración, el infante debocó un líquido verdoso, bañando el pecho de Kimura en suciedad, el peor enemigo de un enfermizo por la limpieza.
«¡¿Qué le pasa a esta bebé?! ¡Tiene el demonio dentro!». Se mordió los labios para que la exclamación no escapara de su boca.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —Retiró a Riko velozmente, comprobando el grave resultado—. ¡Te traeré ropa! ¡Ah, espera no puedo hacerlo! —reformuló caminando desorientada en diferentes direcciones.
Kimura la tranquilizaría, pero era el más alterado. Miles de gérmenes lo invadirían si no se deshacía de la ropa cuanto antes. Manami acudió controlando la situación y se llevó a Kimura al baño, escondiéndose del peligro más desafiante, el padre. Cerró la puerta y puso el seguro.
—Bien, no nos vio. Esperaremos hasta que Rina traiga ropa para ti. —Volteó viendo a Kimura despojarse de la blusa.
«¡Se está desvistiendo frente a mí!». Volteó de nuevo concentrándose en la puerta de madera, reprimiendo la tensión de espiarlo.
—Maldición, esto huele peor que tu perfume. —Arrojó la blusa al suelo, se retiró la peluca. Acto siguiente, quitó la cortina de la ducha y se envolvió con ella.
Escuchando el ruido a sus espaldas, la joven preguntó:
—¿Qué estás haciendo? ¿Puedo ayudarte?
—No tienes que quedarte aquí. Estaré bien. —Descansó sobre un escalón delante de la bañera.
Manami calló. Quería quedarse, cualquier tiempo a solas con el yankee, significaba mucho para ella. Conseguiría todas las pruebas para reafirmar sus intenciones en continuar el camino que la llevaría hacia él.
—Kimura. —Apretó las manos contra su pecho—. ¿Piensas que soy una perra?
—… —Era la última pregunta esperada por parte de Manami. No necesitaba terminar de conocerla para responderle. Diría “no, no creo que lo seas”, “es un insulto, ignóralo”, sin embargo lo siguiente lo desconcertó.
—Te besé mientras dormías en mi habitación. Si Anzu no hubiera aparecido, quién sabe qué más habría hecho. —Sintió una presión en el pecho, ajena a la realizada con sus manos. Decírselo directamente, equivalía a despedirse de la reciente relación.
—… —El silencio fue crucial para que Manami decidiera retirarse con culpa, cargando con otra cuota de odio, a la que ya tenía.
No ofreció una disculpa, ni reforzó el insulto arrojándose a los brazos de Kimura suplicando comprensión. Tal vez esa fue la decisión correcta, apartarse y resolver sus problemas sola. Se mantuvo firme para no regresar, la angustia era grande, se detuvo a mitad del pasillo. Apoyándose en la pared con tal de no caer, miró atrás.
Nadie la persiguió.
—¿Este es mi castigo? ¿No merezco nada de ti… Kimura?
Rina entró a la habitación de sus padres, rezando para que la vestimenta de su madre sirviera para continuar con el engaño. Allí, se topó con Saki.
—¡Saki!… ¿Qué haces aquí?
—La oscura e indescifrable cueva me condujo a este lúgubre lugar. He perdido a mi sirviente y no tengo formas de ocultar mi poder. ¡Eclosionará en cualquier momento!
—Sssshh. Si buscabas el baño está en la otra dirección, pero está Kimura. Ocurrió un accidente, la bebé le vomitó encima. Necesito ropa para él.
—Ya veo, con que aquí vivía una pequeña humana poseída. ¡Destruyó el conjuro de la hechicera!
—¡Ssshhh! ¿Quieres que nos descubran? Aunque pensándolo bien, has hecho demasiado para que nos descubran.
Saki frunció el ceño, no porque la líder de los demonios se lo demandara, sino porque estaba furiosa con el plan de Manami. No creyó que llegaría tan lejos.
—¿Qué ropa vas a darle? Seguramente la de tu madre, ¿me equivoco?
Rina asistió sin decir una palabra.
—Lo supuse. Le quitaste la identidad preciada de yankee, le quitaste su voz, todo lo que Kimura representa. ¿Tanto miedo tienes a lo que digan los demás?
—No es eso —negó, acostumbrándose a mentir.
—Si lo consideras un amigo, no debería preocuparte lo que opinen. Si crees que es una buena persona y te gusta como es, eso es motivo suficiente para que luches por su aceptación —Saki habló con sabiduría, pero sobre todo, por enojo a la manera en la cual trataban a Kimura y lo separaban de su verdadero ser.
—Todavía no termino de conocerte. Me sorprendiste, Saki. Tienes razón yo… ¡Voy a luchar por Kimura! —Motivada escogió las ropas de su padre y corrió hacia el baño.
Quince minutos después, luego de disculparse, Rina llevó a Kimura a la sala, a los ojos de todos los presentes. Saki fue la primera en reaccionar, dándole la bienvenida a su amigo:
—¡Has vuelto! ¡Ahora sí, la fiesta ha iniciado!
La madre imitó a Saki y lo saludó alegre. No lograron engañarla, sin embargo el padre, quedó perplejo tras escuchar la verdad.
—Supongo que se terminó el engaño —comentó Manami fingiendo una sonrisa.
—Papi, él es Kimura, es un yankee… ¡Es el yankee más amable! Siempre está ayudándome, me salvó de ser atropellada por una camioneta, luego él…
Rina acelerada, le contó los sucesos que respaldaban la presencia del joven en su fiesta. Se la veía muy feliz al invitarlo y renunciar a las mentiras para que lo acompañara en ese día especial.
Para los padres, la felicidad de su hija fue lo más importante, accedieron a recibirlo como otro invitado.
Anzu sonrió de acuerdo con la jugada de Rina.
—Oh, has sonreído, chico nuevo —lo acosó Saki de nuevo.
—Soy Anzu, ya deja de molestarme. —Miró adelante tomando distancia de Chuunibyou—. No soy la única que está sonriendo. —Deteniéndose en la persona que más deseaba, Anzu lo decidió, negarlo más tiempo no servía de nada.
Comments for chapter "14"
QUE TE PARECIÓ?
Mis respetos para Saki, tiene toda la razón, por miedo le estaban quitando toda la escencia de Kimura haciéndolo pasar por algo que no es.
Muy bueno, me gustó mucho la reflexión n_n.