Yankee love © - 16
No era la primera vez que la alarma no sonaba, ni que la estrellara contra la pared para continuar durmiendo. La promesa de convertirse en un buen estudiante, había quedado como una idea lejana. Cumplir con las clases, concentrarse en estudiar, lo que haría cualquier otro, para Kimura era tarea imposible.
La maratón matutina inició logrando llegar a la estación a tiempo. Sin desayunar, con el estómago vacío, pero con el cabello bien peinado, viajó hacia la preparatoria, a emprender otra semana en la plenitud de la juventud, en su vida escolar.
Muchos sucesos pasaron el fin de semana, el club de jenga o el de ayudar a un yankee, como se disponía a llamarse, inauguró su primera celebración, una bastante peculiar. Entre el asunto de vestirse de mujer para encajar en la fiesta y no verse como una amenaza para Rina, el beso de Manami, la pelea entre amigas y la declaración en un sueño de Saki, todo era nuevo para el yankee. Frecuentar con chicas no era lo suyo, sin embargo el destino le preparó algo distinto.
Ingresó al salón bostezando, desconociendo lo que le esperaría.
—Así que haces la vestimenta del club de teatro. Eres responsable.
Visualizó a un adolescente sentado en su lugar dialogando con Saki. De edad denotaba la correcta para tercer año. De piel clara y limpia, tenía el cabello alborotado de color azul, lentes, el uniforme desalineado con los pantalones más anchos de lo normal, apenas notándose, colgando en su oreja, un arete plateado que le indicaba lo “muy rebelde” que era.
—Oye, ese es mi lugar, apártate —los interrumpió de mal humor.
El nuevo estudiante lo miró, encontrándose así, dos especímenes iguales.
—Eres el yankee más ñoño que he visto —comentó Kimura.
—Kimura, viniste. Él es Takeshi, se mudó a esta ciudad la semana pasada —Saki lo presentó, habiendo charlado únicamente diez minutos, parecía simpatizarle.
—Eres toda una leyenda aquí, Kimimura —habló Takeshi sin moverse del asiento—. Cuarenta y ocho veces fracasaste la iniciación de la pandilla que gobierna este lugar. —Conocía la información más relevante de quien tenía enfrente. Ciertamente Kimura era popular, más que nada por fallar y seguir intentando entrar al grupo.
—Te equivocas… —quiso demostrar tener la razón, corrigiéndolo—… fueron cuarenta y nueve.
Se miraron, un choque de miradas electrizante.
Saki, en medio de la inicial disputa, agregó:
—Ambos son yankees, apuesto a que se llevarán bien. —Sonrió.
—¿Por qué sigues estando en mi lugar? ¿No te acabo de decir que te largues? —insistió.
—¿Por qué me largaría? Estoy sentado en un buen lugar junto a la ventana, conversando con una bonita chica —respondió Takeshi posicionando sus piernas sobre la mesa.
«Esa es mi pose, maldito cuatro ojos», rabió internamente, veía como su imagen del yankee de la clase era arrebatada.
—¿De veras te parezco bonita? —se emocionó Saki.
—Por supuesto que me pareces bonita, no tienes bigote.
«Es un concepto demasiado básico de belleza», pensó Kimura.
Saki sonrió, sintiéndose halagada.
—Kimura nunca me ha dicho que soy bonita, apenas recuerda que soy una chica. —Infló las mejillas.
—Algunos hombres no ven lo que tienen cerca. —Lo hizo molestar hasta explotar de la ira.
—¡¿Quieres tener problemas conmigo?! ¡¿Eeeehh?! —Kimura afirmó el puño sobre la mesa, haciéndola temblar.
Arribando justo a tiempo, el profesor Kurosawa entró al salón seguido por el resto de los estudiantes.
—Todos siéntense. Daremos comienzo a la clase.
Una vez ubicados, solamente Kimura quedó sin lugar, siendo arrebatado por el recién llegado.
—Kimimura, ¿por qué sigues de pie? —le preguntó.
—¿Qué no lo ve? Este desgraciado se sentó en mi banco —lo delató creyendo que el profesor actuaria para defenderlo.
—Has estado ausente los últimos días, creí que ya no volverías a entrar a mis clases. Así que acepté un alumno más en el grupo. Grupo, él es Takeshi Takekeshi.
«¡¿Takeshi Takekeshi?! ¡Es una broma! ¡¿Por qué tiene un nombre ridículo como el mío?».
—Luces sorprendido, Kimimura. Sé más responsable y evitarás estos malentendidos. Como te dignaste a asistir deberé buscar otro asiento para ti. —Kurosawa observó el salón hallando el único banco vacío, el de su escritorio—. Ven, siéntate aquí.
Ningún alumno cuerdo, se sentaría en un punto estratégicamente escogido para ser observado por todos. Los profesores tenían una vista amplia del alumnado ubicado en un pedestal superior. Estando allí sería el hazmerreír, definitivamente sería descubierto si se dormía.
Kimura caminó como un condenado hacia la orca. Afirmó su trasero en la madera, generando un ruido que retumbó entre las cuatro paredes.
—Pobre mi sirviente —lamentó Saki. Recordaba cuando hacía travesuras en el jardín de infantes y su maestra la sentaba a su lado enfrente de los niños. La gran diferencia residía en la edad, siendo adolescentes, eso resultaría el doble de trágico.
—¡¿Qué están mirando?! ¡¿Eeeh?! —exclamó Kimura espantando las miradas de sus compañeros.
—Cierra la boca, Kimimura —lo mandó a callar Kurosawa.
Obedeciendo se cruzó de brazos, dejando que el docente hiciera su trabajo.
Comenzando la clase, Kimura bostezó cuatro veces en menos de un minuto. La sola voz de Kurosawa le aburría, escuchándose permanentemente. Recostó la cabeza a la pared y escuchó una risa a su derecha. Una chica se reía de él por la postura que tomaba. La miró molesto, descubriendo la actitud del estudiante detrás.
—Profesor, ese chico se quitó los mocos y los pegó debajo del banco. Hombre, eso es asqueroso —lo delató.
Los demás dirigieron sus miradas al responsable. Kimura no fue el centro de atención gracias a ello.
—No necesito un soplón. Si vas a comentar algo que sea respecto al tema que estoy abordando. —Cerró el libro que sostenía en su mano derecha.
—No sé de qué está hablando… —contestó el Kimura rascándose la oreja.
—Habla sobre la influencia del período helenístico de la escultura griega. El período caracterizado por representar escenas dramáticas. Se dejó de esculpir los cuerpos perfectos de los atletas, para reflejar escenas que contengan gran sentido de la armonía y el equilibrio —Takeshi le arrebató la palabra.
Los yankees no eran estudiosos, en promedio uno de cada cien lo era, afortunadamente para Kurosawa, el nuevo alumno con historial de pandillero, era un sabelotodo.
—Tu aporte es valioso, veo que aprendiste algo en tu otra escuela, pero no estaba hablando de eso —corrigió Kurosawa.
—¿Ah no? —La retención de información de Takeshi, era similar a la de Kimura. Que estuvieran en clase de historia, no significaba que trataría ese tema. No había prestado atención en ningún momento.
—Estudiamos historia de arte hace meses. Por favor presta atención y toma nota para ponerte al corriente —recomendó Kurosawa volteándose a escribir en el pizarrón.
—No te preocupes, Takeshi. Te prestaré mis cuadernos —lo auxilió Saki entregándole uno.
—Gracias. —Recibió sonriéndole.
Kimura frente a la clase, rabió internamente.
«¿Por qué Chuunibyou se muestra como una chica normal con ese tipo? No le está costando nada hablarle. Ni que se hubiesen conocido de toda la vida».
El primer receso le brindó oportunidades para averiguar más sobre Takeshi. Lo persiguió mientras recorría los pasillos, conociendo el establecimiento. Cargaba una espada de madera envuelta en un forro rojo. Si sus predicciones no fallaban, visitaría el club de kendo. Conservó la distancia para no ser visto, pero la interrupción de Koji, lo hizo perderlo.
—Ahora no, Koji. Estoy ocupado. —Lo apartó Kimura.
—Espera, espera. Debo entregarle una misión al nuevo estudiante. Me dijeron que está en tu grupo. ¿Sabes si se encuentra en tu salón?
El yankee rubio se dio la vuelta.
—¡Dámela, yo se la entrego! —Quiso arrebatarle el papel, pero Koji lo puso dentro de su boca.
—Tengo prohibido darle la misión a un extraño.
—¿De qué hablas? Me conoces desde la secundaria. —Trató de hacerlo escupir sujetándolo del cuello.
—N-n-n-o p-p-puedo. —Inclinándose, ejerció fuerza en su mandíbula para no escupirlo.
—¡Dame el maldito papel!
—¡Dije que no!
—¡Que me lo des!
Poniéndole fin a la ridícula pelea, Takeshi lo nombró:
—Kimimura.
Kimura soltó a Koji en respuesta.
—Esta adorable chica te estaba buscando. La perseguían dos sujetos con cajas en la cabeza. —Señaló a Rina a su lado.
—Senpai, ¿estás bien? Sudas mucho —preguntó Rina preocupada. Luego recordó que la llamaron “adorable” y siguió—: ¿De veras te parezco adorable?
—Por supuesto que me pareces adorable, tienes ojos enormes, como un gatito. Los gatitos son adorables —contestó, mostrando ser una persona sincera con sus gustos.
«¿En serio es todo lo que tienes para las chicas?», pensó Kimura, siendo la segunda en su lista del día en elogiar.
Sintiéndose halagada, Rina se sonrojó.
«Kimura senpai nunca me llamó adorable».
Reincorporándose, Koji escupió el papel con la misión en la palma de la mano.
—Tú debes ser Takeshi. Toma.
Takeshi con un gesto de repulsión, desistió de aceptarla.
—¿Crees que es correcto presentar una misión en este estado? Ve y trame otra que esté seca —le ordenó y como un perro obediente, Koji se movilizó prometiendo traer una nueva misión.
—¿Cómo hiciste eso? Solo obedece al jefe —Kimura estaba asombrado, ni siquiera él con los años que conocía a Koji pudo darle una orden que acatara.
—Debo ser tan respetable como su jefe.
—Te crees mucho, cuatro ojos.
Chocaron las miradas electrizantes. Rina en medio de los dos, intentó comentar algo:
—Chicos… —Pero Kimura se le adelantó.
—No vayas a decir que somos yankees y que por eso nos llevaremos bien.
—Era exactamente lo que iba a decir. Los dos lucen geniales —trató de animarlos.
«¡No es justo! ¡Apenas lo conoces para decir que es genial!», refunfuñó Kimura, celoso por verse obligado a compartir su territorio con Takeshi.
—Si me disculpan, tengo asuntos que resolver. —Retirándose, el usurpador continuó su camino hacia el club de kendo.
Kimura cerró los ojos, fingiendo desinterés en el rumbo de Takeshi. Dejó que pasaran diez segundos para preguntarle a Rina:
—¿El idiota ya se fue?
—¡Ah! Sí, acaba de bajar las escaleras —indicó un tanto confundida.
—Perfecto. —Emprendió la marcha persiguiéndolo.
—¿Kimura senpai?… Se ve ocupado hoy.
Takeshi conversó con la representante del club de kendo, una audaz espadachina, quien junto a su abuelo lideraba un dojo importante en la zona. Su familia era parte de las familias prestigiosas de la institución, quienes aceptaron inscribirse para las investigaciones sobre clases sociales. Sayumi, no era fácil de convencer en aceptar nuevos miembros, sin antes pasar por una rigurosa evaluación de las habilidades.
—Veamos si eres realmente bueno —observó Kimura detrás de un panel de madera.
La representante lo guio al centro del patio destinado a los lanzamientos del club de arquería, el grupo que junto al de ella, colaboraban económicamente preparando demostraciones.
—No te contengas —le dijo.
Todo estaba preparado para el duelo, del cual se decidiría la aceptación.
Despojándose de la mitad de la chaqueta, Takeshi expuso su brazo dominante, también la musculatura llamativa para alguien de corta edad.
«¡Es musculoso!», pensó Kimura sincronizándose con Sayumi. Exageraron en sus mentes la musculatura de un fisicoculturista, aceitado y esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo.
—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? —preguntó Takeshi alarmado. La desdichada chica estaba ruborizada, insegura si seguir adelante, o rechazarlo cubriendo la incapacidad de apartar la mirada del escultural joven.
—¿No vamos a hacerlo?
—¿A-a-a hacerlo? —Sayumi se imaginó lo indebido. Agitó su espada de madera para concentrarse y cerró los ojos alejando los malos pensamientos.
«Enfócate. No tienes mucho tiempo en pantalla para no demostrar tus habilidades». Corrió hacia el oponente decidida a acertar el primer y único punto del combate.
El joven se arrodilló desprevenidamente tocando la frente contra el suelo.
—¡Lo siento, pero no puedo pelear con una linda chica! —exclamó, haciendo que Sayumi tropezara con su cuerpo y cayera sobre él de una forma comprometedora. Las piernas depositadas encima de los hombros, y los glúteos sobre su nuca.
—Esto… no está bien —balbuceó Takeshi.
Kimura en su papel de observador, agradeció:
—Por fortuna, no estoy en su lugar. —Se retiró antes de oír los golpes merecedores de ese incómodo momento.
El herido acudió a la enfermería. Para tratarse de un yankee, la primera paliza recibida no fue precisamente por parte de un rival respetable, sino de una chica humillada. Presentaba moretones en el rostro, y una mano marcada en la mejilla, del tamaño ideal a la de una mujer.
—¿Estuviste molestando a las chiquillas? —La enfermera anciana le colocó una bolsa de hielo en la mejilla equivocada, la precisión fallaba como siempre, no únicamente atendiendo las heridas del inquieto Kimura.
—No fue mi culpa. —Excusándose, observó la presencia de otra enfermera. Resaltaba los bellos en las piernas regordetas, debajo de una falda angosta para su talla.
A Takeshi le extrañó, ya que toda institución contaba con una única enfermera, en ocasiones un médico, atendiendo los casos más urgentes. Dos enfermeras, era multitud.
—Mantén el rostro frío, la inflamación cesará —recomendó saliendo por una taza de café.
—Disculpe —le habló el estudiante a la sospechosa enfermera. Esta volteó, descubriendo la identidad el intermediario.
—¿Koji?… eres el mensajero del jefe. ¿Por qué te vestiste así?
—Es parte de mi trabajo. Aquí tienes la misión del día. Apresúrate, caducará dentro de una hora. —Le entregó el papel, esta vez totalmente seco.
Takeshi lo leyó y cerró los ojos, pensativo.
—¿Qué dice? —impaciente, Koji aguardó escuchar sobre la misión.
—Tu jefe… ¿Alguien conoce su rostro? —preguntó en lugar de contarle.
—Viste un tapado largo y utiliza una máscara. Nadie conoce su rostro, hasta su voz suena distorsionada. Es por seguridad, hay muchas pandillas rivales que intentarían derrotarlo. Este instituto ha sido odiado desde que asumió el nuevo director —explicó el intermediario.
—Ya veo… el jefe… podría ser cualquier persona dentro de esta institución. Mira. —Le enseñó el papel con la misión. La letra clara y legible, confirmaba las deducciones—. Nos ha estado observando de cerca.
Misión del día: derrotar a Kimura Kimimura.
La amenaza siempre estuvo latente, encerrando secretos dentro de la oficina del director. Pocas personas tenían permitido ingresar, el empresario y principal autoridad, solo recibía visitas agendadas con anticipación, o si los visitantes representaban algún beneficio para los intereses generales que perseguía.
Por la tarde, su más grande influencia cercana a los estudiantes, lo visitó, interrumpiendo la larga lectura durante el tiempo libre que disponía entre tanto trabajo.
—Buenas tardes, padre. Otra vez holgazaneando —saludó su hijo, un alumno de tercer año y anterior pareja de Manami.
—No estoy… holgazaneando. —Cerró el grueso libro, escondiendo la colorida revista entre las páginas amarillentas.
Siempre llevaba puesto un traje negro de seda, con una corbata perfectamente alineada a su cuello. El nombre escrito en una placa de oro puro sujetada a la solapa, brillaba entre la oscuridad que lo ocultaba, generando un misterio en torno a esa figura dominante. Resaltaba los negros bigotes recorriendo la mitad inferior del rostro, moviéndose levemente al hablar.
El hombre elevó la mirada hacia su hijo, abrió la boca y…
—¡Achis! —estornudó tapándose la nariz con ambas manos.
—Lo sabía, eres alérgico a esos libros —descubrió el adolescente tomando el libro que supuestamente leía en su ausencia. Lo abrió, pasó un par de páginas y lo cerró inmediatamente.
Los bigotes del director, se movieron hacia arriba, ninguna brisa ingresó por la ventana, parecían que tenían vida propia.
—Has venido a discutir sobre el nuevo ingreso —cambió el tema, levantándose de su trono. Miró por la ventana aparentando total desentendimiento.
El hijo, tratando con todo su ser de olvidarse de lo visualizado, confirmó:
—Takeshi Takekeshi. Conserva un historial de agresión física. Fue expulsado tres veces hasta la fecha, por diferentes motivos, pero en su última escuela él… Este chico… es afortunado en no ser postulante para una correccional de menores. Tiene influencias importantes en el grupo de padres, no se me ocurre otra razón. —Sonrió, mostrándose interesado en conocerlo mejor.
—Contusión en la cabeza con pérdida de conocimiento. Un mes hospitalizado, medio año de recuperación. Hacerle eso a su propia familia, a su hermano menor… es una tragedia —manifestó el director.
—Me pregunto, padre… ¿Qué podremos sacar de él? Si sobrevive estudiando aquí y se une a la pandilla, podremos acercarnos al jefe. Es un potencial espía para la investigación.
—Obsérvalo de cerca, Yamato. Envía a uno de los tuyos a presenciar su iniciación —le ordenó.
—Lástima que no podré verlo con mis propios ojos. Si me acerco a los yankees me destrozarán. Descuida padre, tengo los mejores ojos de todos, ella nos ayudará. Ningún yankee la ha tocado, la respetan.
—De acuerdo, confío en ti.
Yamato abandonó la oficina del director, una estudiante lo esperaba en la puerta, habiendo escuchado la conversación a través de una llamada escondida.
—Me alegra que te ofrecieras, después de lo que sucedió entre nosotros. Eres rápida en obtener información, sobre todo si involucra a ese yankee rubio. A veces olvido que tu familia es de las más ricas de nuestra organización.
—No quiero que esa bestia desalmada lo lastime. Haré todo para proteger a Kimura —afirmó decidida a hacer lo que sea necesario con tal de cumplirlo.
—Eres una apasionada, Manami. Debes de haber perdido la cabeza por él, para involucrarte así en estos asuntos.
Comments for chapter "16"
QUE TE PARECIÓ?