Yankee love © - 17
El día aún no terminaba. Kimura recibió su misión, derrotar al nuevo estudiante Takeshi Takekeshi.
—Se estaban tardando. —Sonrió.
Presentía, ese enfrentamiento le traería beneficios. Nació una rivalidad basada en pocos intercambios de palabras. Un hombre con orgullo no necesitaba más para perfilarse como el mejor, ganarse un lugar, y en estas últimas circunstancias, recuperar el que tenía habiendo fracasado en formar parte de la pandilla, recompensado con la atención de cuatro chicas.
El grupo de yankees formó una barrera acorralándolos frente a un alambrado. El tiempo estaba contado, si no finalizaban en un lapso determinado, los adultos los interrumpirían, así que la tensión del encuentro se triplicó.
Rápidamente se esparció el rumor entre el alumnado, hasta llegar a oídos de Saki.
—¡Kimura y Takeshi van a pelear en este momento! —No era parte de la conversación del trío de abusadoras que la insultaban a menudo, resaltando el desagrado que provocaba el Chuunibyou entre los “normales”.
La miraron con el mismo rechazo de siempre, a Saki no le importó, corrió en busca de los involucrados. Todavía le costaba entender la ideología de los yankees actuales, si es que tenían una. Le molestaba que Kimura repartiera golpes por ahí y viceversa, generando así un ciclo infinito de violencia.
Creyó que él y Takeshi podrían ser buenos amigos, cuando una idea se metía en su cabeza, nada la frenaba.
«No los dejaré pelear, definitivamente no los dejaré pelear».
Simultáneamente, Manami escuchó la noticia. Guardaba sus zapatillas en el casillero en la entrada, cuando unos chicos dialogaban temerosos. Los yankees no desarrollaban una iniciación de este calibre a la hora de salida. Los profesores deambulaban en los pasillos controlando que ningún estudiante se quedara en la institución. Eran los últimos en retirarse, lo cual no los favorecía. La situación era demasiado alarmante para los estudiantes, podrían toparse con el alboroto intentando retornar a casa.
«Está por suceder». Volteó a cumplir su rol de observadora, cuando un dúo de compañeros obstruyó su camino.
—Manami. Hace tiempo que no salimos juntos. —Parecían amistosos, pero no la engañarían, estaban allí por una razón.
—¿Qué quieren? Estoy ocupada —respondió conservando la calma, con una expresión seria.
—Pensamos que te gustaría. —Le ofrecieron un regalo, una prenda envuelta en un papel dorado.
—Dile a Yamato que deje de jugar conmigo —se enojó la chica.
—Dijiste que estarías dispuesta a hacer lo que sea por Kimimura. Acéptalo, es de tu color favorito, ¿o te has vuelto tímida? —se burló forzándola a aceptar.
—¡¿Creen que van a humillarme así?! ¡Hablaba en serio cuando me ofrecí a colaborar! ¡Van a perder un aliado importante! —Los apartó, encontrándose con la entrenadora Kazumi.
—¿Qué hacen aquí? Es hora de irse. —Los observó, su instinto le indicaba que algo no estaba bien entre ellos tres—. ¿Estás bien? Te ves pálida. —Preocupándose por la joven, se dirigió a los estudiantes, descubriendo el objeto dorado—. ¿Qué es eso? Entrégamelo —exigió, borrando su clásica sonrisa, poco frecuente en el resto de los adultos.
Algunos estudiantes conservaban el poder económico suficiente para interferir en los puestos de los profesores. Despedirlos no era tarea difícil, eran solo sujetos perfectamente reemplazables, no como ellos, los experimentos sociales escogidos para apoyar teorías sobre las culturas adolescentes. Muchos adinerados estaban pendientes de las nuevas generaciones, ya que serían sus empleados o consumidores, dependiendo del área que dominaban.
Ocuparse de una novata entrenadora suplente como Kazumi, era pan comido. Sin embargo permitieron que los aprehendieran junto a Manami, de ese modo, podrían obligarla a cometer locuras por Kimura, probando lo que estaría dispuesta a hacer.
Kazumi abrió el regalo. Los adolescentes de la ciudad, eran muy distintos a los pueblerinos que enfrentó en la preparatoria.
—Los tres, acompáñenme.
—Espere, entrenadora. Debo atender un asunto urgente —trató de evitar su ida a la sala de profesores a brindar explicaciones.
—Esto es urgente —no le dio oportunidades de escapar. Manami no utilizaba su poderío con personas que no se lo merecían. Kazumi se había esforzado para trabajar, no quería perjudicarla, pero tampoco abandonar a Kimura, a quien juró proteger.
Cada vez que intentaba ayudarlo, algo más surgía para apartarla de él, desde sus propios demonios interiores, hasta los demonios del exterior. Entre tantas dudas, visualizó a Saki correr hacia la puerta. Inmediatamente lo recordó, no era ninguna estrategia para pasar más tiempo con Kimura, las integrantes del club tenían el mismo objetivo, no lo abandonarían. Saki desconocía el historial de Takeshi, sin embargo lo que la haya movilizado serviría.
La pelea se llevaría a cabo en un callejón próximo a la cancha de deportes. Un muro de pandilleros cubrían la escena, Saki se detuvo antes de pisar la zona peligrosa. Ninguna chica era lo suficientemente valiente para invadir ese territorio repleto de “errores de la sociedad”.
De repente, evitando su siguiente paso, una mano la sujetó de la boca y la apartó a un lado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Era Anzu, igual de preocupada que ella.
—A-Anzu, te-tenemos que detenerlos.
—Eso quisiera, pero… hay demasiados yankees, no nos permitirán pasar. Según rumores no toda la pandilla participa en un combate de iniciación. Tengo un mal presentimiento, hay al menos treinta personas ahí. —Espió ocultándose detrás de un muro—. Ese idiota está en problemas. ¿No lo ve?, algún día iba a pasarle.
—¡No podemos quedarnos escondidas! —la insistencia de Saki persistió. Anzu no podía controlarla, ni controlarse, era la primera vez que experimentaba temor absoluto por la seguridad de Kimura.
Takeshi aferró su mano a la espada de madera, más conocida como bokken. Pensó dónde comenzaría a golpearlo, mientras su rival estiraba las piernas y brazos, preparándose para iniciar.
—Quien gané formará parte de nuestro grupo… el perdedor, no tendrá otra oportunidad de ser aceptado —habló un miembro como representante.
—¡! —el anuncio desconcertó a Kimura. Había fallado tantas veces, que ya se volvió una costumbre, quitársela, sería fatal.
«No tendré otra oportunidad. Es todo o nada. —Mentalizándose, observó sus manos ampolladas, duras de recibir y dar incontables puñetazos—. Kaito, develaré qué está pasando en este lugar».
—¡Comiencen! —exclamó el representante, dando inicio a la pelea.
El resto, eufóricos, gritaron como simios motivándolos a destrozarse con la finalidad de convertirse en uno de ellos.
Kimura avanzó con el puño derecho armado, listo para golpearle la mejilla herida, producto del accidente con Sayumi. Takeshi lo bloqueó moviéndose ágilmente y cambió el rumbo del brazo hacia arriba. Acto seguido movió la espada dándole una estocada en el abdomen. Kimura cayó escupiendo saliva.
—K-k-kjj. —Rabioso, apretó los dientes y se levantó bruscamente, acertándole un cabezazo en el mentón de Takeshi. Este retrocedió, se había mordido el labio inferior por el impacto sorpresivo, empezaba a sangrar.
El yankee rubio recobró el aire. Estaba más que furioso, toda la furia acumulada se desprendería en aquel sujeto que lo sentenció a no perder por nada del mundo.
Apresurada, Rina descendió las escaleras. Fue la última en enterarse sobre la pelea, al ser una chica solitaria, solo podía escuchar las noticias de los demás permaneciendo distanciada, debido a que no hablaba con sus compañeros.
Uno de ellos lucía asustado recogiendo sus útiles en el salón de clase, repitiendo: “Estaré bien, estaré bien, no me cruzaré con la pandilla, están en el callejón presenciando la pelea del nuevo estudiante y Kimimura”. Conveniente, demasiado conveniente, pero fue crucial para que Rina decidiera acudir.
«Te he preguntado, Kimura senpai, ¿Por qué hay tanta violencia en este lugar? Tú… te preguntabas lo mismo. Estás buscando esa respuesta, lo haces de la manera equivocada». Aceleró, cada segundo contaba, no quería fallarle como amiga, lo ayudaría sin importar nada.
Pisando el último escalón, cayó raspándose la rodilla.
—¡Duele! —se lamentó. Su bolso mal cerrado liberó los cuadernos y fibras guardadas. Rodaron a los pies de un profesor, el más comprometido con el bienestar de sus estudiantes.
—¿Te encuentras bien? Permíteme ayudarte —la auxilió Kurosawa, habiéndose quedado a realizar trabajos administrativos.
—¡Profesor, es Kimura senpai, hay una pelea y él…! —Olvidó el dolor, rogando por ayuda, sabiendo que no lo lograría sola.
—Chicas, es peligroso que vengan —las sorprendió Koshiro, el alumno ogro, miembro reciente de la pandilla.
—¡Koshiro! ¡Es bueno verte! —exclamó Saki, viendo una manera de pasar entre los yankees.
—Mi amiga Saki. —Sonrió. Entablaron una amistad cuando la líder de los demonios se disculpó al llamarlo ogro y lo convidó con dulces.
—¿Me harías un favor? Anzu y yo queremos pasar, pero tus compañeros no nos dejarán. Cárganos. —Estiró los brazos.
—¿En qué estás pensando? —Anzu le tocó el hombro atrayéndola.
—Es el plan perfecto. Míralo es gigante, podrá ayudarnos.
—Sí, pero no creo que pueda. —Se dispuso a pensar, pese a la situación inquietante—. Debe haber otra forma de pasar. —Recordó un pasaje saliendo de los vestuarios de la cancha, el cual finalizaba en un callejón—. ¡Ya sé, ven conmigo Saki! —La tomó de la mano para hacerla correr más deprisa.
—¡¿Adónde vamos?!
—¡Solo confía en mí!
Takeshi aguardó el siguiente movimiento. Kimura utilizó sus puños heridos tras impactar contadas veces contra la madera gruesa y resistente. El nuevo contaba con un arma, una que el protagonista jamás usaría, prefería luchar con su propio cuerpo, era todo lo que tenía. El yankee peliazulado lo esquivó recurriendo a sostenerlo del brazo. Kimura se detuvo, Takeshi hizo presión para que no se zafara y movió la espada para dañarlo. Reaccionando a tiempo, Kimura levantó la rodilla, pudiendo golpearlo en el abdomen con la misma intensidad que lo hizo el “cuatro ojos”. Esta vez Takeshi decayó, clavando la espada en el suelo.
—Tú… eres fuerte —lo elogió esbozando una sonrisa. El último instituto donde estuvo, todos portaban garrotes, palos de golf o bates para romper huesos. Hasta ahora, era el primero en enfrentarlo con las manos vacías.
—Vamos, levántate. No golpeo a un hombre caído. —Tronó los dedos, los que continuaban calientes.
Takeshi reunió fuerzas, incentivado a derrotarlo. A su alrededor, los gritos lo aturdían, desfavoreciéndolo. Odiaba los gritos, los escuchaba desde su infancia, entre las discusiones constantes de sus padres.
«Malditos yankees, los… los detesto». A pesar de aparentar ser uno de ellos, Takeshi se involucró en las pandillas por un motivo en especial. Quería hacerse fuerte, superar el niño asustadizo que se escondía en un rincón a esperar que los gritos cesaran. Planeó enfrentarse a personas violentas, ya que convivía con la violencia, vivir sin ella era algo que no lograría jamás.
Blandió la espada nuevamente, el movimiento del espadachín se asemejó a un fugaz rayo de luz, era complicado verlo si no se le prestaba especial atención. No cualquiera podía compartir un combate con él, sin embargo Kimura era un buen adversario, habiendo sido partícipe en toda clase de pelea, contaba con herramientas para luchar.
Retrocedió, la espada rozó su ropa generando una ráfaga de viento.
«El desgraciado es bueno», pensó.
Ser observados, abucheados hasta insultados, los limitaba. Ninguno estaba a gusto con el escenario, pero no había opción, debían dar lo mejor de sí. Kimura se lanzó como una avalancha. Takeshi respondió interponiendo la espada para frenarlo. Kimura la tomó con intensiones de arrebatarle su preciada arma, o usarla para moverlo de su posición. Ambos ejercieron fuerza en sus agarres, luchando por quién desistiría primero.
—Ríndete, Kimimura. Tus manos… están inflamadas, si sigues será peor. ¿No te das cuenta? Luchar así es una locura —esforzándose por hablar, continuó resistiendo, temblando sin sentir sus miembros superiores.
—¿Rendirme? Alguien que fracasó cuarenta y nueve veces no se rinde. —Sonrió avanzando, cobrando la delantera. Takeshi fue forzado a retroceder, pisando firmemente.
—No vas a ganar… un fracaso no me… —La rodilla izquierda tocó el suelo.
—¡Ja! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Eeeeeeh?! ¡¿Temes que te gane un fracasado?! ¡¿Eeeh?! —Puso más presión sobre la espada inclinándose, usando el peso de su cuerpo.
«Nadie, nadie va a ganarme… soy fuerte, ¡soy muy fuerte!». Las venas en la frente resaltaron. Los músculos se contrajeron, principalmente las pantorrillas, las cuales lo ayudaron a reincorporarse.
Una vez con ambos pies sobre la tierra, Kimura decidió que ya era suficiente. Takeshi tenía razón, sus manos lucían sumamente inflamadas y rojas. Empezaban a entumecerse, pronto no podría ni siquiera cerrar los puños.
Lo remató, no sin antes despedirse del rival más desafiante que tuvo:
—¡Hasta la vista, ñoño yankee! —Empujó liberando la espada, Takeshi se tambaleó hacia atrás, Kimura lo ayudó a desplomarse enviando una patada en el ya maltratado abdomen.
Fue expulsado contra la barrera de yankees. Por un momento, las voces se pausaron. El espectacular final los dejó perplejos.
—¡URRRRRRAAAAAAAAHHH! —alentaron a Kimura con un grito inconfundible.
Al derrotado le quedaban diez segundos para levantarse, de lo contrario, habría terminado toda esperanza de continuar desafiando a contrincantes fuertes. Necesitaba el título de yankee, así sería reconocido y perseguido por las demás pandillas.
«No ha acabado, todavía no ha acabado». Nadie se interpondría en lo que había construido con años de entrenamiento, ni con el historial violento que acarreaba. Seguía sosteniendo la espada, en ningún momento la soltó, él tampoco se rendía, no hasta quedar completamente inconsciente.
Anzu y Saki arribaron al callejón mediante una ruta diferente. Los dividía un alambrado, pero lograban ver con claridad a Kimura herido y a los yankees rodeándolo.
—¡KIMURAAAAA! —exclamó Saki, con la potencia que la voz de Anzu no consiguió.
El dueño del nombre volteó, dándole la espalda al verdadero peligro.
«¡¿Qué hacen ellas aquí?! ¡Tontas, es peligroso!».
“¿Quién es esa preciosura?”, “¿Es la perra de Kimura? Eso no puede ser”, “Tiene buenos senos, Imagínate lo que puedes hacer con ellos”; oyó los comentarios de los repulsivos hombres.
Los valores cambiaron durante años, nadie hacía nada para frenarlos. Los adultos los consideraban casos perdidos, nadie disponía de la voluntad y paciencia para educarlos, enseñarles a respetar, partiendo de un acto básico que la mayoría carecían.
—¡Váyanse! —las expulsó sumamente afectado, estaba furioso, pero más que eso, estaba preocupado.
Saki y Anzu se detuvieron, viendo a la bestia desalmada contraatacar.
«Eres débil y miedoso, dejas que papá golpee a mamá. Eres el hermano mayor, ¡¿Por qué no la proteges?!». Takeshi se movilizó recordando las palabras de su hermano menor. Ese mismo niño que en el pasado le ordenó defenderla, terminó volviéndose un adolescente maltratador.
Una noche de invierno, luego de que su madre descubriera botellas de alcohol en la habitación del hijo menor, recibió una paliza. Takeshi arribó a tiempo de su clase de kendo para intervenir. Su mente se cegó, tomó la espada y lo golpeó en la cabeza. La sangre le salpicó el rostro, había sido un tremendo impacto, viniendo de alguien que se esforzó entrenando arduamente para convertirse en la persona fuerte que deseaba.
El llanto de la víctima lo regresó a la realidad, la mujer que le dio la vida, se lanzó sobre el joven inconsciente y lo abrazó. Culpó a Takeshi de ser un monstruo, a pesar de que él, cumplió con la orden de protegerla.
—Hermano menor… lo hice. Ahora soy fuerte. —Lloró riéndose. Era, la ironía más ridícula de todas.
Ninguna pudo advertirle, aconteció en segundos. Takeshi partió la espada en la cabeza de Kimura. Por segunda vez, su mente se cegaba. Kimura no tenía la culpa, fue el desafortunado que lo llevó a esos límites.
El combate se decidió, Kimura cayó rendido de rodillas. Estaba tan convencido de no desfallecer, era tan grande su motivación en ganar, que su cuerpo se mantuvo de esa forma, aun estando dormido.
—¡¿QUÉ DEMONIOS SUCEDE AQUÍ?! —la exclamación de Kurosawa abrió paso entre los yankees.
Manami y Rina corrieron hacia su enamorado, sin pensar en hallarlo con el rostro cubierto de sangre.
—¡Kimura senpai, no se mueve!
—Qué horrible. —Kazumi acudió a revisarlo. En su formación como entrenadora sabía de primeros auxilios. La situación era grave.
Kurosawa desalojó a todos los presentes, incluyendo las cuatro chicas, cada uno de ellos regresaron a sus hogares. Aunque estuvieran preocupadas por el estado de Kimura, solo podían esperar al día siguiente y recibir noticias.
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