Yankee love © - 18
Quince años en el futuro…
La voz de un niño lo despertó temprano en la mañana. Los impactos inocentes de un martillo de goma con forma de pato, sonaron débilmente haciendo “cuak, cuak, cuak.”
—¡Plaf, plaf, plaf, toma papi! ¡Has sido malo y te vencí! —Saltó sobre la cama impaciente en jugar con su padre.
El desayuno con exceso de azúcar de la madre, le proporcionó energía de sobra para invitarlo. Actualmente cumplía los tres años y medio. Conservaba la misma actitud de Kimura cuando era un niño, empecinado en convertirse en un justiciero.
—Quiero dormir un poco más —pidió Kimura entre el sueño y la realidad.
—¡Plaf, plaf, plaf, voy a vencerte como el tío Takeshi! —Continuó lanzándosele encima, golpeándolo con el martillo de juguete.
Kimura se destapó sorprendido y le recriminó a su esposa:
—¿Le contaste sobre ese día? Es una historia muy violenta para un niño pequeño —dijo avergonzado al recordarlo. Había pasado mucho tiempo de ese suceso.
—¡No soy pequeño, soy grande como Godzilla!
—Entonces eres el Godzilla más enano que he visto —observó Kimura.
La respuesta de la mujer se escuchó desde el baño.
—No te preocupes. Le dije a nuestro hijo que Takeshi te venció con un martillo de goma en forma de pato. —Cepilló sus dientes y tomó un sorbo de agua del grifo.
Tenía una toalla blanca cubriéndole el largo cabello. El reflejo empañado en el espejo, tapaba a la elegida por el yankee en su adolescencia.
—Papi, Papi, te gané, te gané —repitió el niño saltando de un lado a otro.
—Ya veo… pero tu madre te contó solamente el principio de la historia. ¿Quieres saber el resto? —contó generando suspenso.
—¿Qué más pasó, papi? —El niño paró de moverse y se sentó sobre sus rodillas a escuchar la parte faltante de la historia.
—Me vengué del tío Takeshi. ¿Quieres saber cómo lo hice? —Lo miró con una gran sonrisa llena de malicia.
—¿Cómo lo hiciste, papi? —preguntó expectante.
—Yo… yo… —Cerró los ojos.
—¡¿Qué hiciste, papi?!
—¡Me convertí en un hombre lobo y lo ataqué! —Extendió los brazos para atraparlo, rugiendo como lo haría esa criatura.
—¡Kyaaaaajaaaa! —su hijo gritó huyendo del horripilante hombre peludo que había visto en una película de terror, escondido debajo de la mesa de la cocina.
Kimura lo persiguió saliendo de la habitación. Los escándalos matutinos de los sábados, era comunes en la vida de la familia.
La esposa regresó al cuarto matrimonial. Viendo las sabanas en el suelo, los juguetes esparcidos, suspiró.
Presente…
Manami fue la única de las cuatro chicas en conseguir la información necesaria para visitar a Kimura, tenía influencias importantes debido a su posición económica. Como un acto de desesperación por enterarse de la condición del yankee, no asistió a clases. Los pensamientos rondaban en torno a él, no podría concentrarse en otra cosa, ni disimular la gran tristeza por el evento del día anterior.
Era una mañana soleada, el sol resplandecía alumbrando la oscuridad de sus malos presentimientos, Manami aguardaba encontrarlo inconsciente, ensangrentado como ayer. Había sido muy chocante el estado de Kimura, jamás lo vio así de herido. Se paró frente a la puerta, puso su mano sobre ella, reunió fuerzas para avanzar y la corrió.
Los rayos de luz ingresaban a través de las cortinas blancas semi transparentes. Kimura contemplaba el cielo sentado en la cama, con un vendaje que le cubría la frente. Escuchando el sonido de Manami ingresando al cuarto, volteó. Seguramente despertó de una larga siesta, los ojos le pesaban, sin embargo demostraba calma en su rostro.
—¿Manami?
Se veía indefenso, como si el pandillero que representaba hubiera desaparecido después del terrible golpe. A pesar de lo que ocurrió, Kimura continuaba vivo, consciente, podía hablar, mirarla a los ojos, reconocerla.
Manami llenó sus ojos de lágrimas y se tiró sobre el regazo del joven.
—¡Kimuraaa, estaba muy preocupada por ti! ¡Creí que… creí que… te perdería! —exclamó aferrándose, liberando la angustia de toda una noche en vela.
Confundido, sin terminar de asimilar que provocaría esa clase de preocupación en otra persona, levantó las manos, inseguro de qué hacer.
—E-estoy bien, ya no llores.
Hacer llorar a una chica, fuera por el motivo que fuera, era algo que no soportaba, pero haberla preocupado era inevitable, su objetivo estaba claro, aunque resultara herido, seguiría adelante.
Manami tardó en separarse de él, Kimura no dijo nada más hasta que ella decidiera iniciar la conversación. La joven se secó las lágrimas rápidamente, encontrándose avergonzada desistió de mirarlo a los ojos, mantuvo la cabeza agachas y arrugó su falda con las manos.
—Lo siento, me veo ridícula —dijo en voz apenas audible.
—No tienes que disculparte. —Quitó las sabanas sobre las piernas y la invitó—: Salgamos por aire fresco. Hay una buena vista de la ciudad en la azotea. —Obró para tranquilizarla y romper con la tensión del ambiente.
La relación entre ellos había sido afectada a causa del beso, no tuvieron la oportunidad de verse nuevamente para mencionar el asunto.
Arribaron a la azotea, la vista era maravillosa. Manami respiró el aire puro reuniendo valor. Apresurándose, le pidió disculpas.
—…
A pocos pasos de distancia, viendo únicamente la espalda amplia del yankee, aguardó la respuesta.
—¿Cuántas veces más vas a disculparte? —Recibió una pregunta inesperada, sonaba molesto por recibir tantos “lo siento”. Kimura volteó, mirándola directamente a los ojos—. No soy yo quien tiene que perdonarte, sino tú. —La señaló. Manami no se sinceraba consigo misma, dañándose permanentemente con esa clase de actos.
—… —Sonrió reconociéndolo, ese chico veía a través de ella, la iluminaba en las penumbras—. Estás en lo cierto. Eres sorprendente, siempre ayudas a los demás, sin importar qué. —Agradeció conocerlo, tarde en su estadía en la preparatoria, pero finalmente lo conoció.
—¿Eso crees? —Halagado, se rascó la nuca, estaba contento de poder ayudarla, a pesar de que no se adjudicara como el salvador.
«No puedo creerlo… realmente, lo amo», declaró tocándose el pecho, ya no sintió la presión estrujándole el corazón, experimentaba una sensación agradable.
Hubo un momento de silencio. La chica pensó seriamente en marcar la ventaja con el resto de los miembros del club, enamoradas del mismo hombre. Intuía que a Kimura no le interesaría el romance, menos aun queriendo formar parte de una pandilla, sin embargo fijaría su propio objetivo, enamorarlo.
—Kimu… —Pisó firme para confesársele, la imparable adolescente no retrocedería luego de descubrir un sentimiento sincero, no obstante las palabras siguientes de su enamorado la detuvieron.
—Takeshi tenía razón, no veo lo que tengo cerca. —La expresión de tristeza de Kimura finalmente se presentó. Manami olvidó que su objetivo se desmoronó con la iniciación, fue egoísta en solo pensar en ella, descuidando los sentimientos del yankee—. No lo vi venir, no vi… a Takeshi. —Impotente, aferró las manos a las rejas resistentes de la azotea. El lejano suelo lo mareaba, conservaba las secuelas del golpe, recordándole el último fracaso permitido.
La voz débil, impropia en Kimura, la alertó. Estaba viendo un lado de él que desconocía. No era el firme hombre que resistía las palizas, quien nunca se retractaba de sus acciones. Aceptó una debilidad en su persona que le costó caro. Entristeciéndose, Manami no controló sus piernas, avanzó y lo envolvió con sus brazos.
—¡! —Kimura notó la calidez, lo sostenía con fortaleza, sin avergonzarse de accionar así.
—¡No permitiré que se repita! ¡Nadie más va a lastimarte! ¡No importa qué deba hacer, no dudaré! ¡Usaré todo lo que esté a mi alcance para…! —La determinación, las expresiones extremistas de una chica con poderío, decidida a arriesgarse, lo hicieron dudar.
«¿A qué se refiere?», pensó.
Probablemente ya era hora de prestar atención a su alrededor.
Interrumpiendo el momento, la enfurecida madre de Kimura se presentó abriendo la puerta bruscamente. El padecimiento que sufría, al quedar inválida tras un accidente, no le impedía demostrar su imponente presencia.
—¡¿Qué diablos estás haciendo aquí arriba?!
De inmediato Manami lo soltó, intentando explicar la escena:
—Nosotros no estábamos. —Pero a Emiko no le importaba las aventuras románticas de Kimura, siempre y cuando su salud estuviera primero.
—¡Vine a visitarte y no te encontré en cama! ¡Estás en un hospital, idiota, no en un hotel! —Los alcanzó desplazándose con ayuda de la silla de ruedas, a una velocidad sorprendente.
—¡Lo siento, mamá, solo salí un momento! —se excusó con miedo de recibir un castigo.
«¿Es su madre? Debo llevarme bien con ella o será el fin», pensó Manami. Ahora tenía más objetivos dentro de su lista.
—Acércate —le ordenó, cerrando los ojos aparentando tranquilidad. La mujer desprendía un aura oscura, intimidante a la vista de cualquiera. Los enfermeros que la ayudaron a subir las escaleras, también temieron lo que se avecinaba. Kimura se inclinó a su altura. Emiko lo tomó de la oreja y la jaló con fuerza—. ¡Regresarás de inmediato a la cama! ¡No vas a moverte de ahí ni siquiera para orinar! ¡¿Fui clara?!
—¡Sí, sí, mamá, fuiste clara! —Kimura corrió de vuelta a la habitación, como un fiel subordinado queriendo complacer al estricto jefe.
—… —Manami tomándose un tiempo para asimilarlo, asombrada con el control que ejercía en el yankee rebelde, preguntó—: ¿Cómo lo logra?
Emiko se acomodó el cabello lacio.
—Debes saber ajustar la tuerca floja. —Sonrió.
—Ya-ya veo. —Encontrándose parada frente a tal importante persona, no pudo evitar ponerse nerviosa. Revisó la cartera que colgaba de su brazo en busca del celular, así tendría tiempo de idear un diálogo.
—¿Eres compañera de mi hijo? —inició Emiko.
—S-sí.
—No estás aquí para entregarle las tareas del día. En este momento deberías estar en horario de clases, ¿me equivoco? —la puso en evidencia, nadie podía engañar a una madre como ella.
—Tiene razón, me he escapado para venir al hospital. Estaba… muy preocupada por Kimura —admitió.
Emiko la observó, ciertamente se veía afligida por su hijo. Apreciaba el interés verdadero en un joven con mala conducta y pocos amigos, sin embargo no quería ser responsable de encubrirla.
—Llama a tus padres. Si por algún motivo descubren que no asististe, se preocuparán.
Manami lo comprendió y caminó hacia la puerta. La mujer adulta la siguió con la mirada, deduciendo la posición económica de la visitante por la vestimenta fina.
«¿Qué habrá hecho mi hijo para que una millonaria se fijara en él?… Pero lo más importante… ¿Qué hace una estudiante así en el mismo instituto que los yankees?».
Las interrogantes acerca de ese misterio eran muchas, incluyendo un profesor y una entrenadora novata, carecían de las respuestas.
Al mismo tiempo en la oficina del director…
—Estoy complacido de que hayan aceptado mi invitación —los recibió el director.
No habían hablado del incidente de Kimura, siendo los únicos adultos en auxiliarlo, ninguno prestó declaración de lo sucedido, antes de dialogar con la autoridad máxima del lugar, estaba establecido en el contrato que firmaron al comenzar a trabajar.
—Descuide, señor director. Ambos esperábamos este encuentro —dijo Kurosawa, finalmente podría decirle lo que pensaba al respecto del hecho.
—Takeshi Takekeshi el alumno agresor, ha sido suspendido por tres días. Esa es la decisión que se tomó con el consejo de padres —informó.
—¿Le parece suficiente castigo? —lo cuestionó Kurosawa—. ¡Podría haber matado a Kimimura!
—La decisión es incuestionable. La matrícula del alumnado ha descendido últimamente. Hemos recibido estudiantes expulsados de otras escuelas como medida desesperada por mantener los números equitativos entre instituciones. Nuestro historial con las pandillas remonta desde hace varios años. No hemos podido controlar estos grupos de rebeldes, sino que hemos tratado de convivir sin pasar a mayores inconvenientes.
—Usted ha naturalizado la violencia en lugar de combatirla —lo interrumpió el profesor, mostrándose más enojado que de costumbre—. ¿Va a permitir que se continúen las peleas? ¿Que los estudiantes luchen por integrar esta clase de grupos? ¿Y que luego salgan a las calles a desafiar a otras pandillas?
—Déjeme ayudarlo a entender, profesor. El 80% de las riñas entre pandillas ocurren fuera del recinto escolar. Es un gran logro de nuestra parte, generar un ambiente donde los obligue a salir en busca de problemas, y no resolverlos afectando al resto de los estudiantes.
Kazumi permaneció callada, a diferencia de Kurosawa, su trabajo de suplencia le otorgaba menos derecho a defenderse, tuvo suerte en conseguir el empleo reemplazando a un entrenador más calificado. Temía quedar desempleada, por más que lo apoyara y creyera que algo no funcionaba bien en ese lugar.
—¿Qué hay con ese 20%? ¿Lo ignorará? Tampoco significa que el 80% sea un logro. Alejar la violencia no es un logro, es depositar el conflicto en manos ajenas con tal de conservar el dinero. Estoy seguro de que es eso lo que quiere, mantener los números para cobrar cheques a fin de mes —Kurosawa continuó desenmascarando al corrupto director, sin miedo de las consecuencias de sus palabras.
—Shin, es mejor si… —intervino Kazumi tocándole el brazo para tranquilizarlo.
—¡No voy a aceptarlo! —Se puso de pie. Kurosawa no era una persona que perdiera los estribos fácilmente, pero la situación lo ameritaba. Quería proteger a sus estudiantes, sean yankees o no, todos eran importantes.
El director lo miró detrás de los lentes oscuros. Valoraba la clase de amenaza que representaba, nadie se atrevía a enfrentarlo, exponiendo tales argumentos.
—¿Renunciará, profesor Kurosawa?
—… —Apretó los puños, abandonar su puesto significaría abandonar también a sus estudiantes—. Nunca renunciaré. La única forma de detenerme, será que me despida.
—¿Shin?
Después solo hubo silencio. Ninguno mostró señal de debilidad, ni cedieron a los principios del otro.
El sonido inocente del celular personal del director, rompió con toda confrontación. Kazumi diferenció el particular tono de una canción de una reciente idol. Sus sobrinas gemelas la escuchaban vistiéndose como ella, con un voluminoso vestido rosado, con pompones y moños a lunares.
—¿Pori-pori-rin? —se le escapó el nombre.
El director maniobró su celular como un ninja haciendo una técnica con los dedos, y lo apagó.
—Disculpen, era mi esposa. A veces olvida que trabajo todo el día. Con respecto al asunto de los yankees, estaré al tanto de sus movimientos. No tienen que preocuparse, continúen con su buen trabajo como educadores. —Dicho lo último, Kurosawa y Kazumi abandonaron la oficina.
El hombre tomó la delantera, Kazumi lo siguió apenada por no demostrarle que estaba de su lado. Conservaba muchas inseguridades como para actuar de manera desafiante con una autoridad.
—Espera, Shin. —Ni siquiera delante del director se abstuvo de dirigirse hacia él por su nombre. La confianza que se tenían era tan grande, que le era imposible denominarlo de otra forma. Kurosawa detuvo su caminar. Kazumi no tenía la culpa por permanecer al margen, aun sabiendo lo que enfrentaban juntos, sin embargo no podía fingir, ni mentirle. Se encontraba sumamente enfadado—. No creo que puedas manejar esto. Por favor, reconsidera lo que vas a hacer —le pidió la mujer.
—… —Quiso ignorarla, pero por dentro le importaba lo que pensaba, fue motivo suficiente para acceder—. Sé hasta dónde puedo llegar.
—Shin.
—¿Qué quieres ahora? ¿Por qué sigues llamándome por mi nombre? Después de todas las veces que te pedí no hacerlo.
Kazumi sonrió.
—Eres valiente, recuerdo que me gustaba eso de ti.
—¡! —Actualmente siendo un adulto, no debería afectarle los juegos de la entrenadora, eso creyó. Ella lo rechazó en el pasado como para tener esperanzas, luego de que la vida los reuniera de nuevo.
—¿Qué pasa, Shin? ¿No me escuchaste? —Lo persiguió con tono burlón.
—No has cambiado en nada, ni siquiera tu estatura —comentó, dándose el privilegio de bromear.
—¡¿Qué dijiste?! ¡Repítelo!
Kurosawa volteó, enseñándole una sonrisa.
—Estaremos bien. Tú y yo somos buenos en lo que hacemos. —La tranquilizó tocándole la cabeza, moviendo el cabello con la mano que casi cubría todo el espacio.
Su compañero había crecido demasiado, le quitó ventaja en varios aspectos, no únicamente en estatura. Kurosawa se convirtió en un adulto diferente al que imaginó.
«Siempre fue tan…».
Al anochecer, Kimura fue dado de alta. Por fortuna no presentaba lecciones graves. Las jaquecas acabarían pronto, pudiendo regresar a clases en un par de días. Su madre y Karin lo acompañaron a las afueras del hospital. El joven resistía más las heridas de golpes en las riñas, que las propias enfermedades. Como todo buen yankee, a pesar de las derrotas, seguiría adelante.
Esperándolo, tres chicas lo recibieron con la misma expectativa de verlo curado.
—¡Bienvenido! —exclamaron Rina, Anzu y Manami, quien terminó compartiendo la información para que el resto tuviera la oportunidad de visitarlo. Las tres tenían sentimientos por Kimura, sin embargo no era nadie para privarlas de la compañía del chico que amaban.
Emiko y Karin lo miraron, sorprendidas de presenciar a su pequeño protegido, siendo el centro de atención del sexo opuesto.
—Es igual a su hermano mayor, un mujeriego —murmuró la madre.
—¿Igual… a su hermano mayor? —Karin escondía una imagen en su memoria de Kimura. Concordaba que se parecía a Kaito, hasta aquella noche.
—He… vuelto —respondió Kimura, como diría al regresar a su hogar.
El grupo incompleto, la ausencia de la persona más llamativa del club, lo distrajo de las preguntas de las chicas.
—¿Te duele algo, Kimura senpai?
—¿En qué estabas pensando, yankee idiota? Metiéndote con un sujeto así.
—Tranquilas, tranquilas. Kimura está bien, es resistente como un yankee.
Le extrañó no verla, lanzándose sobre las demás exclamando incoherencias inconfundibles del…
—Chuunibyou.
Encerrada entre las cuatro paredes de su habitación a oscuras, Saki se acurrucó sobre la cama, mortificándose a causa del desenlace de la pelea. Si no fuera por su intromisión, Kimura no hubiera caído con la frente ensangrentada.
—Fue mi culpa… otra vez yo… lastimo a mis amigos. No volveré a… tener amigos.
Comments for chapter "18"
QUE TE PARECIÓ?
Me gustó, alabo la capacidad de ir generando interés en lo que va ocurriendo de manera sutil.
Por momentos la trama me va perdiendo, pero luego algo sucede que me regresa el interés, o de pronto un personaje que me es indiferente hace o comenta algo, que me hace decir: «oye, eso estuvo bien» y quiero saber un poco más acerca de ese personaje. Aplausos en ese aspecto.
Perdón, se que mis comentarios son largos y pueden ser inapropiados.
Jamas tus comentarios son inapropiados. Sientete libre de comentar lo que gustes estoy agradecida de que lo hagas n.n No hay nada mejor para un artista que saber lo que genera su obra 🙂