Yankee love © - 19
El despertador no sonó, y las voces de las mujeres de la casa tampoco se escucharon. Kimura continuó durmiendo a pesar de que les prometió a sus amigas regresar a clases para asegurarles su completa recuperación. Todas estaban preocupadas más por el hecho de que el yankee se involucrara nuevamente en peleas.
Los estudiantes de primero, segundo y tercer grado se separaron en sus respectivos salones. Rina ansiaba encontrarse con Saki, ya que según ella, había enfermado el día anterior. La reina del jenga no sabía sobre la mentira para iniciar el distanciamiento. Logró verla entre los demás adolescentes, caminar rápidamente con tal de no retrasarse.
—Supongo que la buscaré a la salida.
La ausencia de Takeshi en el salón, dio que hablar. Cumpliéndose el segundo día de su suspensión, seguía siendo el centro de atención del grupo. La mayoría murmuraba, formaban hipótesis sobre su paradero, inclusive sobre su procedencia. Saki intentó hacer oídos sordos, meterse profundo en su mente a delirar como hacía con su chuunibyou, pero le fue imposible. Los tormentos regresaban, rememorando el rostro de Kimura al verla correr hacia él. Si no hubiera acudido, el resultado hubiera sido diferente. No creía en que Kimura terminara a su oponente así, como lo hizo Takeshi.
—Espero que los expulsen o los envíen a una correccional de menores, donde nunca más puedan salir. Le harían un favor al mundo. —El último comentario a sus espaldas, la movilizó.
—¡Cierra la boca! —exclamó agresivamente.
La chica dueña de la ira de Saki, se espantó al recibir la mirada fulminante. Era quien permanentemente se burlaba de su síndrome, e incitaba a las otras a acompañarla con insultos.
El silencio reinó unos segundos. Saki prefería no defenderse de las burlas hacia su persona, sin embargo esta era una situación que ameritaba actuar. No importaba si conocía poco a Kimura, o si lo vivido con él no alcanzaba para perder el control, lo protegería.
—¡No digas esas cosas tan horribles! ¡Kimura es una buena persona, no merece que lo traten así! —Parecía que pronto uno de sus puños saldría despedido.
—¡! —La chica la enfrentó temblando del miedo, escondiéndolo para que nadie lo descubriera. No perdería con ella, después de todo, seguía siendo el fenómeno de la clase. Nadie la defendería, ni siquiera le tenían respeto—. ¡¿Qué te hace pensar que es una buena persona?!… Observa a tu alrededor, esto es lo que Kimimura genera, un total desprecio. —Saki obedeció, observando los rostros de sus compañeros—. Le temen, escapan de ese yankee cuando tienen la oportunidad. Lo odian por ser obligados a compartir el mismo salón. Nuestros padres son ricos, y nos envían a este sucio lugar apestado de pandilleros. ¿No lo habías notado?
|—No… no es así. —Desalentada, no quiso reconocer los hechos. Ciertamente, el comportamiento del involucrado repercutía de forma negativa. Kimura no hacía nada para limpiar su reputación, le desinteresaban las opiniones de los estudiantes.
—¿Qué pasa aquí? —Kurosawa ingresó al salón, percibiendo el conflicto.
—Nada, profesor Kurosawa, solo intercambiábamos posturas respecto a lo acontecido con la última iniciación de yankees —respondió la chica, apaciguando el ambiente provocado por los gritos de Saki, convirtiéndolo en un frío debate académico.
Kurosawa no era ingenuo, cubrir las discusiones con algo así, no funcionaba.
—Lo sucedido ya fue resuelto. Siéntense, comenzaremos la lección.
Descubrió la expresión impotente de Saki, sabía que todos estarían en su contra. Se sintió del mismo modo, al escuchar a los docentes discutir el mismo asunto en las oficinas.
Aunque contaba con una hora de retardo, Kimura se alistó para concurrir a clases. Seguramente Kurosawa lo reprendería, recordándole que la puntualidad es importante.
En el viaje, recibió mensajes de su mejor amigo Tai, quien tomó unas breves vacaciones. Era una rutina de familia, se trasladaban a las montañas a escalar, como pasatiempo preferido del padre, un deportista reconocido en la comunidad. Tai no tenía tanto dinero como Manami, pero sí más que Kimura, al ser hijo de una estrella.
El primer receso comenzó, lo que significaba que había perdido las clases de Kurosawa. Un regaño menos, suspiró sin tener la menor idea de lo que hallaría al llegar. Habría conflictos más importantes que un simple regaño.
La clase de deportes inició hace treinta minutos. La entrenadora se ocupó del grupo de Saki en la cancha principal de la institución. Kimura trepó un árbol en el patio trasero, esquivando al guardia en la entrada.
—Hace tiempo que no trepaba —dijo limpiándose el pantalón polvoriento. La puntualidad no era una rutina propia de su vida y aunque desde que conoció a las miembros del club, arribaba más en hora para comer los bocadillos de Rina, su pereza de chico rebelde prevalecía—. ¿Qué haré ahora?… Tal vez una siesta no me venga mal. —Se recostó a la sombra de un inmenso árbol para dormir la próxima media hora, hasta que un balón impactó en su estómago—. ¡Ugg!
—¿Kimimura? —lo nombró el causante del accidente. Era Takeshi, vistiendo el conjunto destinado a la clase de deportes. Al oír esa particular voz, Kimura reaccionó como un perro rabioso enseñándole los colmillos—. No me mires así. No sabía que eras tú. ¿Puedes devolverme el balón? —pidió. Su suspensión no había finalizado, pero un acuerdo secreto entre sus padres y el director, lo ayudaron a reintegrarse antes de lo debido. Al igual que Kimura, contó con horas de retardo, ausentándose de la clase de Kurosawa. Kimura tomó el balón y en lugar de devolvérselo, lo mordió rompiéndolo, expulsando el aire del interior del objeto, sin apartar la mirada del adversario—. ¿Eso es físicamente posible? —comentó Takeshi estupefacto.
La rabia del yankee rubio provocó esos resultados, incluso su mandíbula ejercía una fuerza abrumadora en su nuevo resurgimiento. Un pandillero se hacía más fuerte cada vez que era derrotado.
—Piérdete, cuatro ojos. —Escupió restos del césped adheridos al balón mordido y volvió a recostarse a los pies del árbol a intentar dormir.
Takeshi miró a su alrededor, comprobando que nadie escuchara lo siguiente:
—Lo que sucedió en la iniciación… no es válido para mí.
—… —Kimura abrió el ojo derecho, simulando un leve interés.
—Perdí completamente contra ti. En ese momento, cuando te golpeé en la cabeza, había perdido todo el control. No era yo. —Odiaba admitirlo, pero tenía principios. Si su mente se nublaba de nuevo, asumiría la responsabilidad, la equivocación de permitir cegarse con tal de sentirse bien consigo mismo, convencerse de que era el más fuerte.
—Te dije que te perdieras, ¿no me escuchaste? Significa lárgate —le respondió dándole la espalda.
—Entiendo, no te interesa el triunfo si no eres reconocido por ellos. Kimimura… no pierdes nada quedándote afuera del grupo, son unos idiotas. —Antes de retirarse, mencionó un asunto que posiblemente le interesaba, como muestra del respeto que ganó en su persona—. No conozco mucho a Saki, apenas he intercambiado unas palabras mi primer día de clases, pero… está actuando extraño. Los demás compañeros murmuraron que se puso agresiva en la mañana. No digo que tenga experiencia con las chicas… si mi hermana menor lo hiciera… pensaría que algo no está funcionando bien con ella.
Kimura abrió el ojo restante, impulsándose hacia adelante preguntó:
—¿Chuunibyou agresiva? ¿Por qué?
—No estoy seguro del motivo, estuve ausente. Solo sé que el profesor Kurosawa la llevó a su oficina. Parece que el asunto es serio —no terminó de contarle, cuando Kimura corrió en dirección a las oficinas de los profesores—. Espe… —trató de preguntarle “¿qué vas a hacer?”, pero no le dio tiempo—. ¿Esos dos eran tan cercanos?
Subió las escaleras topándose con los primeros estudiantes en salir de los salones. Era la hora del almuerzo, por lo tanto los obstáculos humanos se multiplicaron.
—¡Apártense, apártense!
Desconocía lo que haría cuando la encontrara, únicamente sentía una sensación incómoda invadirlo. Los asuntos referidos a Saki lo dejaban de ese modo. No sabía explicarlo, pero conocer a alguien así, fantaseando todo el tiempo, le despertaba temor, estaba obligado a protegerla del mundo exterior, el cual no podría enfrentar por su cuenta.
«Chuunibyou, ¿Por qué? ¿Por qué tengo este mal presentimiento?».
Saki permaneció escondida en la oscuridad, sentada en las frías escaleras que conducían hacia la azotea. Deseaba creer que la conversación con Kurosawa serviría. Era un hombre admirable, quien se preocupaba por el bienestar de sus estudiantes, lo apreciaba, verdaderamente, sin embargo nada de lo que le dijera la haría cambiar de parecer, los hechos no cambiarían, ni sus culpas.
Revisó su celular, permaneció vibrando durante minutos. Tanto Rina como Manami le enviaron mensajes para encontrarse en el club. Las ignoró, apagó el aparato y lo guardó en su bolsillo, para luego abrazar sus piernas, resistiendo la tentación de acudir a ellas.
El oscuro espacio se iluminó con una franja de luz. La puerta de la azotea se abrió lentamente y la voz masculina de un chico la sorprendió.
—¿Qué estás haciendo aquí sola?
Saki volteó elevando la mirada, se trataba de Yamato.
—Yo… —Lucía deprimida e indefensa, una presa perfecta para el poderoso hijo del director.
—Te haré compañía, si no es molestia. —Se atribuyó la libertad de sentarse a su lado, mostrándole una gran sonrisa.
—No es necesario que te quedes, ni siquiera nos conocemos —dijo Saki.
—Mucho gusto, puedes llamarme Yamato —se presentó inmediatamente, evitando cualquier descontento por parte de la chica—. Y tú eres… —Aguardó a que completara su frase.
—Saki Matsurina —respondió. Comenzaba a asociar el rostro inconfundible del presidente del consejo estudiantil, siendo el hijo del director, tenía sentido que estuviera al mando de los estudiantes.
—¿Puedo llamarte Saki? Es un bonito nombre. —La distancia entre ellos no era mucha, y el joven tampoco instaló una barrera que le impidiera aproximársele. Saki por el contrario, se alejó temerosa de la figura de alguien tan importante.
—Sí, no me molesta que me llamen por mi nombre. —Miró la pared.
—Ja, ja. No te intimides por mi título, solo me eligieron para representar a los estudiantes. Últimamente ser el presidente del consejo estudiantil está visto como un cargo de poder. —Rio, para alivianar la tensión entre los dos.
—Ya veo, no quise… olvídalo. —Se avergonzó. No era buena sociabilizando y mucho menos después de intentar alejarse de las personas que actualmente consideraba sus amigos.
—Escucho a menudo lo que dicen de ti, Saki. Debe ser duro asistir aquí y afrontar el día a día con esos ignorantes —manifestó abiertamente, probando la reacción de la adolescente.
—No son los primeros en burlarse de mí, no creo que sean ignorantes. El problema… soy yo. —Bajó la mirada, sintiéndose ridícula en hablar del tema.
—Tienes un buen corazón para no odiarlos. —Le tocó el mechón de cabello teñido de rosa. Saki se exaltó por el inesperado movimiento de Yamato—. Tranquila, tranquila, quería ver tu rostro. —Sonrió. Saki presenció la amabilidad en el chico reflejada en su mirada clara. Procuró relajarse—. No veo que estuvieras comiendo tu almuerzo. Ven conmigo a la cafetería, debes estar hambrienta —la invitó ayudándola a levantarse.
—E-estoy bien, no es necesario que… —trató de negarse, pero Yamato insistió.
—Ven, si alguien se atreve a burlarse de ti, me haré cargo. —Le guiñó un ojo. Permanecer con un estudiante respetado, la ayudaría a reivindicarse entre el alumnado. No era lo que quería, su idea era distanciarse de cualquier persona para evitar perjudicarla, no obstante algo en ese chico le brindaba seguridad, el acoso finalmente acabaría en su vida.
Manami decidió buscar a Saki por todo el edificio. Rina se encontraba muy afligida por la reciente desaparición, fue la primera en acercársele y no quería perder la amistad que las unía. Como una heroína, teniendo en cuenta que la pequeña tímida se le dificultaba entablar un diálogo con el resto de los jóvenes, tomó el trabajo de hacerlo. Preguntó en cada grupo que veía reunido en cada salón, en el patio y finalmente en la cafetería. Visualizó a Saki con Yamato, sentados en la última mesa.
—Ese desgraciado —balbuceó acelerando para rescatarla de su exnovio. Lo conocía mejor que nadie, algo planeaba, no permitiría que la involucrara en sus fechorías—. ¡Saki!
Una barrera de estudiantes se instaló en su camino, eran integrantes del coro que dirigía en la escuela.
—Manami, te encontramos. Necesitamos que nos ayudes con una canción —insistieron varios a la vez.
—Lo siento, estoy ocupada —se reusó conservando una sonrisa tranquila. Quiso apartarlos, pero empecinados por atención, se abalanzaron impidiéndole toda posibilidad de contacto visual con Saki.
—Por favor, Manami. Eres la única que puede ayudarnos.
—Dijiste que siempre estarías para nosotros.
—Que seriamos tu prioridad.
Como fanáticos insoportables de una idol, sudorosos, flacos y gordos, tan asiáticos que apenas se notaban las pupilas oscuras dentro de los globos oculares, se amontonaron obligándola a retroceder. No se comportaban de esa manera, siempre medían la distancia y la trataban cordialmente. Manami de nuevo creyó que todo eso era parte de las artimañas de Yamato.
Por otro lado, el hijo del director contempló a sus marionetas moverse, respondiendo al hilo que los sujetaba. No tenía control sobre los yankees, pero sí sobre otros estudiantes, como los nerds afinados del coro estudiantil.
«¿Qué ocurre, Manami? ¿Te cansaste de ser la chica tranquila y amable que atiende a esos perdedores, dándoles un poco de migajas de tu atención?».
—¿Qué miras? —Saki siguió el trayecto con la mirada, descubriendo el alboroto en la cafetería—. ¿Qué estará pasando?
—Nada importante, se solucionará. —Aceptó que tarde o temprano se la encontraría para enfrentarla. Este era solo un obstáculo en el camino de la imparable Manami.
La búsqueda de Saki no obtuvo buenos resultados. Kimura fue retenido por los profesores exigiéndole tareas atrasadas. Nunca les importó si cumplía a no, para ellos era un caso perdido, sin embargo por orden de la máxima autoridad, a partir de ahora lo controlarían con frecuencia. Parecía que el mundo confabulaba para retenerlo. Yamato se encargó de entorpecerlo utilizando sus influencias como hijo del director y presidente del Consejo estudiantil.
El día transcurrió, por diferentes circunstancias, Kimura terminó en la sala de detención con los demás yankees que habían iniciado peleas durante la jornada. La reciente inauguración de ese lugar, permitió que se pudiera recolectar a los holgazanes que deambulaban por los pasillos generando problemas. La descripción del salón se remetía a una fila de bancos a lo largo y ancho, donde se sentaban frente a un texto escrito en el pizarrón sobre las cualidades de un buen ciudadano. No tenían supervisión, ni ninguna clase de observación, únicamente quedaban varados allí hasta la hora de la salida.
—Esto es una pérdida de tiempo. —Kimura puso las manos en los bolsillos, balanceándose en la silla de un lado a otro.
—Oye, fracasado. El rechinar de tu silla me molesta, deja de moverla —le pidió otro pandillero tratando de dormir una siesta. Lo habían hallado metiendo a un nerd dentro de un contenedor de basura, afortunadamente, no tratándose de Tai.
—¿Ehhh? ¿Estás en una sesión de yoga o qué, eeehh? Voy a moverla las veces que quiera —respondió desafiante intensificando el ruido.
El sujeto se levantó bruscamente. Lo superaba en altura y los fuertes rasgos faciales engañosos a la vista, le brindaban una edad más avanzada de la que tenía.
—Si no dejas de hacer ruido, te silenciaré.
—…
Kimura observó a su alrededor, el resto de los yankees estaban callados bajo la orden de un abusivo que sometía a sus propios compañeros de andanzas.
—Cobardes —murmuró haciendo el último ruido con la silla, dándole la última razón para que el abusivo se lanzara sobre él con el puño armado. Kimura lo esquivó dejándose caer al suelo, luego dio una voltereta hacia atrás, todavía con las manos en los bolsillos y se reincorporó.
El abusivo hizo su segundo intento de golpearlo, Kimura lo esquivó moviéndose a un lado.
«Mis reflejos… son mejores que antes». Conseguía ver más allá, la derrota le proporcionó avanzar en sus habilidades de pelea. Sobrevivir a un oponente así, físicamente más fuerte, fue crucial para no transformarse en la víctima.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Eeeh? Eres lento. Un “grandulón aniñado” y un “cuatro ojos” te superan —se burló retrocediendo, haciéndolo fallar incansablemente.
—¡Te escapas, niñita! ¡Regresa! —La frustración aumentó en el yankee dominante, mientras Kimura disfrutaba la velocidad adquirida. Veía claramente el desplazamiento de los brazos, inclusive diferenciaba a los espectadores impactados con el enfrentamiento.
En uno de los escapes, Kimura tuvo tiempo suficiente para tomar una silla y partírsela por la espalda. El gran hombre se mantuvo intacto, su cuerpo trabajado en innumerables batallas lo resistió como un piquete de mosquito.
—Sí… lo supuse —asimiló Kimura para luego utilizar el último y eficaz recurso—. Fortalezcas lo que fortalezcas, no puedes descuidar esto. —Se posicionó frente al abusivo y le pateó la entrepierna. Un sonido seco se escuchó en el salón, como si un saco de arena hubiese caído desde las alturas. Los espectadores se protegieron imaginándose el intenso dolor—. ¡Mierda, mi pieee! —Kimura retrocedió saltando, impidiendo que el adolorido pie tocara el piso.
En cuanto al abusivo, cayó de rodillas con los puños apretados, por más que la coraza de su cuerpo resistiera, había una zona en específico donde se refugiaba su frágil virilidad, como una pequeña hada rosa durmiendo con las delgadas alas apagadas.
Inseguro, Kimura se aproximó. Oyó levemente un quejido agudo, para después comprobar la total derrota de su oponente, quien se desplomó.
Yamato se apoderó del tiempo de Saki, empecinado en su nuevo juguete, la esperó en la puerta del salón. Sin Kimura ni Manami a la vista, era libre de hacer lo que quisiera. Según sus informantes, el historial de Saki era similar al de Takeshi, fue expulsada de su anterior escuela por agresión. El perfil de estudiante era bueno, sin embargo los abusos sufridos producto del chuunibyou, la llevaron a perder el control, afectada por la acumulación de ira al ser el centro de las burlas. Los casos así se volvieron cotidianos en la actualidad, muchos jóvenes preferían reprimir sus sentimientos, haciendo que una bomba de emociones creciera más y más.
Las políticas educativas intentaban luchar contra el abuso, la violencia, pero nada se podía lograr de un día para otro, cualquier acción tomaba tiempo en realizarse. A pesar de ello, existían personas que se beneficiaban, el poderoso resaltaba ofreciendo un consuelo falso, comprando sujetos que estuvieran dispuestos a cambiar esta realidad. Kurosawa y Kazumi no lo sabían, cuanto más decididos estuvieran en enfrentar al director y el grupo de padres que lideraban, más estarían comiendo de la mano del poderoso. Todos, tanto jóvenes como adultos, Takeshi como Saki, al final terminarían rompiéndose, estallando en ira, y quienes recogieran los pedazos que sobraran, serían ellos, los poderosos, acabarían trabajando bajo su completo mando.
Yamato veía su futuro proyectarse desde temprana edad. Tendría el control sobre los demás, como ya lo estaba obteniendo con los estudiantes.
—Yamato, ¿e-estabas esperándome? —preguntó Saki temerosa de los rumores de los compañeros de su clase, eran buenos para entristecerla.
—Acertaste. Te llevaré a casa, llamé a mi chofer para que nos recogiera. Espero que no me consideres un acosador o algo por el estilo. —Se cubrió intentando sonar chistoso.
—¡No, no pienso que lo seas! —exclamó avergonzada. El hijo del director arribó en el momento preciso de su vida, ayudándola a separarse de sus amigos—. Iré contigo, gracias. —Sonrió sin creer que lo haría en aquel deprimente día.
—Me alegra lograr que te relajaras conmigo. Olvida mi posición por favor. Considérame como un chico, nada más que eso. —La tomó de la mano desprevenidamente, Saki exaltada, no pudo soltarse, fue muy inesperado para su confundido corazón.
Por un momento miró a su derecha, los estudiantes caminaban ignorándolos, concentrados en sus propios pensamientos. Nadie, absolutamente nadie comentó acerca de esa nueva relación que apenas nacía. Saki se sintió tranquila, no le prestó atención al error que cometía.
El auto frenó en una esquina, el semáforo marcaba el color rojo, a esas horas el tránsito era un problema, tardarían en separarse cada uno en sus respectivos hogares.
—Así que un club de jenga, ¿pasabas tus ratos libres allí? —preguntó Yamato interesado en ese pequeño grupo fuera de su conocimiento.
—Sí, todas eran buenas conmigo. Por favor no cierres ese salón, sé que no es un club oficial, pero es el único lugar donde Rina puede socializar —pidió anteponiéndose a las próximas palabras del joven.
—No voy a cerrarlo. Creo que es importante esa clase de grupos, ayuda a la autoestima, en las relaciones de los estudiantes. Recuerda, siempre protegeré los intereses de mis compañeros. —Saki admiró la determinación de Yamato en defender los derechos de los estudiantes en formar clubes para ayudarse. El chico ganaba puntos con su amabilidad y la forma en la cual utilizaba sus recursos, siempre para el bien colectivo—. Discúlpame por entrometerme, pero hay algo rondando mi cabeza desde que te encontré en las escaleras. ¿Por qué si los miembros de ese club eran tus amigos… estabas sola y triste?
—… —No podía contestarle, ni cambiar el tema. No se dio cuenta cuando introdujo el asunto del club, tal vez la confianza con él aumentó hasta el punto de contarle, no obstante se arrepentía de haberlo hecho.
—No tienes que contarme si no lo deseas.
—No… yo… —Desahogarse del miedo de lastimarlos, como lo hizo con Kimura, era una buena idea, estaría arriesgándose a confiar, pero si no hablaba, seguiría guardándolo, eso le haría peor.
De repente el auto se detuvo, algo impacto directamente.
—¡¿Qué sucedió?! —Molesto, Yamato golpeó el vidrio que los dividía del conductor.
—¡Oye, idiota! ¡¿No ves que estaba cruzando la calle?!
Era Anzu pateando la parte delantera del vehículo, habiéndola abollado en el primer impacto. La fuerza en las piernas de la adolescente, lo obligaron a frenar.
—Lo siento, lo siento. —El chofer se bajó del auto comprobando que la peatona estuviera bien.
—¡Estúpidos ricachones! ¡Voy a denunciarte, podría haber muerto!
Saki reconoció la voz de la enfurecida mujer.
—¿El dragón rojo? —susurró el apodo que Anzu odiaba con todo su ser. La bravucona, especialmente con los hombres, generó la distracción perfecta para darle paso al protagonista del plan. Un hombre abrió la puerta del lado de Saki extrayéndola al exterior. Su campo de visión se iluminó de blanco, la luz del sol, ajeno a la oscuridad del auto, la encandiló, junto con la presencia resplandeciente de Kimura—. ¿Qué…? —Sus piernas se movieron solas, dejó caer su bolso perdiendo sus pertenencias en el camino. Terminaron de cruzar la calle hacia el centro comercial. No vio el rostro del yankee, solo la chaqueta en su espalda caerle de los hombros por el viento del atardecer. «¿Por qué… por qué ha venido a sacarme…?». Confundida, plantó sus pies con firmeza y gritó—: ¡Suéltame!
—… —Kimura obedeció, Saki se liberó de la mano que la sujetaba. Experimentó un leve dolor en los dedos, el chico no sabía cómo tomar la mano de una dama, eso lo diferenciaba de Yamato.
—¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Por qué irrumpiste así?!
—Ese bastardo escribió comentarios ofensivos hacia Manami en los baños de los chicos. No es bueno, aléjate de él —le ordenó.
—¡¿Cómo sabes que fue él?! ¡Tú no lo conoces!
No podía permitir que defendiera a una persona que le faltaba el respeto a una mujer llamándola “perra”.
—¡Por supuesto, porque tú lo conoces de toda la vida! ¡Sobre todo tú que eres la persona más sociable del mundo! —No pudo controlarse, verla con ese sujeto era demasiado, a toda costa quería convencerla.
—… —Saki guardó silencio, mordió el labio inferior en señal de impotencia. Kimura creyó elegir las palabras correctas, pero se equivocó, el sarcasmo llegó dentro de la chica como un puñal hiriente—. Piensas… que tienes el derecho de decidir sobre las vidas de los otros —inició.
—¡! —A Kimura lo tomó por sorpresa. Los ojos llorosos de Saki ocultos debajo del cabello, el temblor en su cuerpo, le recordó lo dicho por Takeshi: “algo no funciona bien en ella”.
—¡Ayudar, no significa controlar! ¡Es mi vida, yo decido qué hacer con ella! —Miró adelante. En ese momento estaba enojada con Kimura, sin embargo en el interior odiaba hablarle de esa forma, deseaba que se fuera sin decirle nada más, sin pelear por quien tuviera la razón.
La expresión del yankee sobre ella le resultó incierta. Mantenía el clásico seño fruncido, pero intentaba expresar otra cosa.
—¿Es lo que piensas? ¿Yo… controlando tu vida?
—¡Me ves como una niña incapaz de decidir sola, ni siquiera soy una mujer para ti! —La voz emitida con sus cuerdas vocales, se mezcló con su voz interior: «Basta Kimura, vete, vete de una vez. ¿Qué más quieres de mí? ¿No lo ves? No valgo la pena, no quiero que seas partícipe de mi desastrosa vida»—. Eres solo un yankee… jamás podrás entenderme.
Saki volteó y caminó rápidamente.
—… —Kimura quedó inmóvil, permitiéndole alejarse definitivamente de su alcance—. ¿Jamás… podré entenderte?
Apareció la luna llena y las estrellas opacadas por la polución lumínica de la ciudad. Pasaron horas desde el último suceso que obligó a Saki, a no regresar a casa. Los padres preocupados, llamaron al número de la primera amiga de su hija, Rina. La adolescente realizaba las tareas para el día siguiente, al escuchar de la desaparición, acudió junto a sus padres, con el objetivo de prestarles ayuda en la búsqueda. Se dividieron en equipos, repartiendo los lugares comunes donde Saki recurría cuando no estaba en clases.
En el auto que conducía la madre de Saki, Rina aguardó escuchar la trágica historia de su amiga.
—No es la primera vez que acontece. En el pasado, cuando la expulsaron de la escuela… escapó de casa.
—¿Por qué la expulsaron, señora?
—Golpeó en el rostro a otra joven hiriéndola en la nariz. Se habían enterado sobre el caso de Oma, un amigo de la infancia de mi hija que… tuvo un accidente hace años.
—¿Un accidente?
La mujer estacionó cerca de la playa.
—Acompáñame, si tenemos suerte la encontraremos por aquí, la última vez se refugió en la playa. —Ambas caminaron sobre la arena. Las olas rompían en la orilla, escuchándose un sonido tranquilizador—. Ella es nuestra única hija, después de su nacimiento tuve complicaciones con mi vientre, el doctor detectó una malformación. No volveré a quedar embarazada.
—Lo siento mucho —lamentó Rina
—No pude darle un hermanito para que no se sintiera sola en casa. Era una niña muy enérgica, demasiado diría… desordenada, traviesa… ja, ja —rio al final, recordando las travesuras—… pero una buena niña, sin dudas era una niña amable y cariñosa. —Sonrió—. Existió un vecino, el único niño capaz de igualar esa energía inagotable que tenía mi niña. Su nombre era Oma… él… significó mucho en su vida… lo extraña… como el primer día.
La historia se remontó a la niñez, cuando el mundo no parecía ser un lugar desolado.
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